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on el sol descendiendo, el aire empezaba a refrescar mientras Zedd corría por la amplia muralla. Las enormes piedras del almenado muro irradiaban el calor que habían acumulado después de que el ardiente sol cayera sobre ellas todo el día. La ciudad, muy por debajo de la ladera, se desvanecía en un mar de penumbra, en tanto que los rayos rosados del sol acariciaban las partes superiores de las torres más altas del Alcázar. La moribunda luz del crepúsculo trajo una calma silenciosa sólo rota por el distante susurro de las cigarras.
En una intersección de las murallas, Zedd dobló a la derecha. A diferencia de la muralla del borde del Alcázar, que daba a un precipicio de cientos de metros, el muro interior, más estrecho, daba a unas explanadas que proporcionaban el frescor del aire libre a algunos de los pisos inferiores del interior del Alcázar. Zedd imaginaba que las personas que en el pasado habían trabajado en los confines inferiores del Alcázar debían de haber agradecido poder salir al exterior de vez en cuando.
Mientras corría por el estrecho camino del bastión, puentes que daban a distintas torres cruzaron sobre su cabeza. Elevándose imponente ante él al final del camino había un muro inmenso con hileras verticales de sillares de clave que sobresalían. Había una espléndida doble puerta en la base de aquella pared impresionante, con columnas talladas en la pared. En su lugar, Zedd fue hacia una abertura en la barandilla lateral para descender por una escalera que corría paralela al costado del muro vertical del bastión.
Necesitaba descender a los confines más inferiores del Alcázar, a lugares donde nadie iba jamás.
A lugares que nadie excepto él sabía siquiera que existiesen.
El pasamanos de piedra del lado abierto de la escalera no era muy alto y, como consecuencia, el descenso por ella era una experiencia angustiosa. A su izquierda se alzaban los bloques cuidadosamente encajados de piedra de la imponente pared del bastión, a la derecha había una pared vertical que enorgullecería a cualquier precipicio digno de ese nombre. Descender por aquel monumental trecho de escalones hacía que Zedd se sintiese minúsculo. Apenas podía ver el fondo.
Llevaba un rato descendiendo cuando Zedd advirtió que oía pisadas que corrían para alcanzarlo. Se detuvo y giró. Era Rikka.
—¿Qué crees que haces? —le gritó.
El viento que ascendía por el estrecho desfiladero formado por las paredes de piedra circundantes le alzaba cabellos y ropas. Casi parecía que su cuerpo huesudo pudiese levantarse de la escalera y verse transportado lejos, igual que una hoja seca en una corriente ascendente.
Rikka se detuvo jadeante unos pocos peldaños por encima de él.
—¿Qué parece que hago?
—Parece que no haces lo que te dije que hicieses.
—Vamos —repuso ella, agitando la mano para instarle a seguir—. Voy contigo.
—Te dije que me ocuparía de esto. Te dije que patrullases o algo así.
—Estos problemas conciernen a lord Rahl.
—Es sólo un poco de información en libros viejos que necesito comprobar.
—Chase y Rachel se van a primeras horas de la mañana. Estarías dentro con Rachel, contándole una historia y arropándola, a menos que estuviese sucediendo algo que te tiene realmente preocupado. Esto se refiere a lord Rahl. Si a ti te tiene preocupado, entonces a mí también me preocupa. Voy contigo.
Zedd no quería permanecer allí parado, en los peldaños, discutiendo con ella, así que no lo hizo. Giró y descendió a toda velocidad, sujetando en alto la falda de la túnica con ambas puños para no tropezar y caer. Además de continuar sin que pareciesen tener fin, los escalones era aterradoramente empinados; una caída podría resultar fatal.
Alcanzando por fin el fondo, Zedd se detuvo y se volvió.
—Mantente sobre las piedras del sendero.
Rikka paseó una veloz mirada por la extensión de vides y enredaderas que cubrían el suelo. Más allá dos paredes se alzaban decenas de metros sin interrupción; detrás estaban las escaleras y el muro del bastión; a la derecha había una masa de lecho rocoso desde la que se alzaba la torre.
—¿Por qué? —preguntó mientras seguía a Zedd por la senda de piedras.
—Porque yo lo digo.
No se sentía con ganas de perder tiempo explicando trampas mágicas. En el caso de que la mord-sith pisara fuera de las piedras, los escudos le impedirían ir a donde no debería estar. Con todo, para aquellos que no poseían el poder adecuado, siempre era mejor mantenerse totalmente alejados de cualquier escudo.
Si los escudos no conseguían impedir a los intrusos cruzar la explanada, las enredaderas los atraparían. Mientras la víctima forcejeaba para escapar, estas enredaderas lo sujetarían por los tobillos y, estimuladas por el forcejeo, harían que brotaran rápidamente de ellas pinchos afilados que penetrarían en el hueso, donde se sujetarían. Liberar a cualquiera atrapado en las enredaderas era algo doloroso, sangriento y, la mayoría de las veces, fatal. Las defensas del Alcázar del Hechicero no se mostraban vacilantes en su propósito.
—Esas enredaderas se están moviendo. —Rikka le agarró la manga—. Esas enredaderas se mueven como un nido de serpientes.
Zedd volvió la cabeza y le dirigió una mirada enfurruñada.
—¿Por qué crees que te dije que te mantuvieses sobre las piedras del sendero?
Alzó una palanca y abrió la segunda puerta en arco. Llegó hasta ella y pasó al otro lado agachando la cabeza. Podía sentir a Rikka respirando prácticamente sobre su cuello. Alargando los huesudos dedos a ciegas en la oscuridad localizó una esfera en el soporte situado a la derecha. Al pasar la mano sobre la lustrosa superficie ésta empezó a resplandecer con una luz verdosa. La habitación era pequeña, hecha de sencillas paredes de bloques de piedra sin decorar. En lo alto había un techo de vigas y tablas, y contra la pared de la derecha un banco de pizarra por si las escaleras habían dejado a algún visitante necesitado de un breve descanso. En las dos otras paredes había dos corredores oscuros que marchaban en direcciones distintas.
A lo largo de la pared por encima del banco había docenas de soportes, más de la mitad de ellos sujetando esferas que brillaban tenuemente con el mismo tono de luz verdosa que la que él había tocado al entrar. Zedd alzó una de las esferas. Era pesada, construida en cristal macizo, pero había otros elementos fusionados con el interior del cristal y esos elementos respondieron al estímulo del don. En su mano el tono verdoso cambió a un resplandor amarillo más cálido. Zedd dejó que una chispa de su don se alzara a través de la esfera y ésta intensificó su luz, proyectando fuertes sombras a lo largo de los dos pasillos.
Con un violento empujón, sentó a Rikka sobre el banco.
—Tú no sigues adelante.
La mujer tenía una sombría determinación dibujada en el rostro mientras sus ojos azules lo contemplaban con atención.
—Algo extraño está sucediendo con los libros de profecías. Llevas días con los nervios alterados debido a esos libros. No has comido ni dormido. Pero mucho peor aún es que las profecías que están desapareciendo tratan de lord Rahl.
Era una afirmación, no una pregunta. Él había pensado que su agitación había pasado inadvertida, pero ella había estado prestando más atención de la que él había creído; o a lo mejor él había estado demasiado angustiado para advertir que ella prestaba atención. En cualquier caso, no era una buena señal que hubiese estado tan preocupado que no se hubiese dado cuenta siquiera de que ella advertía lo absorto e inquieto que había estado.
—Hasta donde puedo decir, tienes razón en que gran cantidad de esas profecías desaparecidas son sobre Richard, pero no creo que todas lo sean. Por lo que he podido determinar, todas están relacionadas con profecías que conciernen a una época posterior a su nacimiento. Sin embargo, eso no significa que sean todas sobre él. Las páginas en blanco en los libros son abundantes, y puesto que no puedo recordar qué decían esas páginas en blanco, evidentemente no existe modo de saber de qué trataban, lo que hace imposible conocer el tema concreto de las profecías desaparecidas.
—Pero por lo que puedes reconstruir en su mayoría tienen algo que ver con lord Rahl.
Tampoco esto había sido una pregunta, sino una afirmación basada en la observación. Era una mord-sith haciendo preguntas que giraban en torno al tema de la seguridad de su lord Rahl. Zedd se dio cuenta de que ella no estaba de humor para evasivas.
—Tengo que estar de acuerdo en que Richard, si no es central, al menos está profundamente conectado con el problema de los libros. Rikka se levantó del banco.
—Entonces éste no es momento para que te muestres reservado conmigo. Esto es importante. Lord Rahl es vital para todos nosotros. Esto no trata sólo de la seguridad de tu nieto, sino del futuro de todas nuestras vidas.
—Y me estoy ocupando de…
—No es sólo importante para ti. Él es importante para todos nosotros. Si sólo tú descubres algo de importancia y te sucede cualquier cosa, podríamos hallarnos todos en un callejón sin salida. Esto es más importante que el que mantengas tus secretos.
Zedd se colocó las manos sobre las caderas y le dio la espalda por un momento, reflexionando. Finalmente volvió a girarse hacia ella.
—Rikka, hay cosas ahí abajo cuya existencia nadie conoce. Hay buenos motivos para ello.
—No voy a robar ningún tesoro, y si temes que vea algún «secreto inmemorial», entonces te juro por mi vida que no lo revelaré, a menos que sea necesario que lo sepa lord Rahl.
—Es más que eso. Muchas de las cosas que hay en los confines más profundos del Alcázar son increíblemente peligrosas para cualquiera que se acerque a ellas.
—Hay cosas increíblemente peligrosas fuera del Alcázar también. Ya no disponemos del lujo de tener secretos.
Zedd se la quedó mirando a los ojos. Rikka no andaba errada. Si algo le sucedía, la información también moriría con él. Siempre había planeado dejar que algún día Richard lo supiera todo sobre esto, pero nunca había habido tiempo y, hasta que había surgido el problema con los libros de profecía, no había parecido crítico. Con todo, no era Richard quien vería esas cosas.
—¿Qué piensas, mago? ¿Qué iré a la ciudad y chismorrearé sobre lo que he visto? ¿Quién queda para que se lo cuente? La Orden ha invadido la mayor parte del Nuevo Mundo y todos han huido de Aydindril en dirección a D’Hara. D’Hara pende de un hilo. Nuestro futuro pende de un hilo.
—Existen motivos para que algunos conocimientos se mantengan ocultos.
—También hay motivos para que hombres sabios deban compartir en ocasiones lo que saben. La vida es lo que importa. Si el conocimiento ayuda a preservar y potenciar la vida, ese conocimiento no debe estar oculto; en especial cuando puede perderse justo cuando podría ser más necesario.
Zedd apretó los labios mientras consideraba sus palabras. Él había descubierto ese secreto cuando era un muchacho, y durante toda su vida jamás había hablado a ninguna otra persona de él. Nadie le había ordenado que lo mantuviera oculto… ni podían. Nadie excepto él lo conocía. Con todo, sabía que tenía que existir una razón para que eso se hubiese mantenido en secreto por un motivo.
Pero él no sabía cuál era ese motivo.
—Zedd, por el bien de lord Rahl, por el bien de nuestra causa, déjame ir contigo.
Evaluó la determinación de la mord-sith durante un momento.
—No puedes revelarle esto nunca a nadie.
—A excepción de lord Rahl, jamás se lo revelaré a otra persona. Las mord-sith a menudo se van a la tumba sin revelar las cosas que saben. Zedd asintió.
—De acuerdo. Se irá a la tumba contigo, a menos que algo me suceda. Si es así, entonces debes contar a Richard lo que te muestre esta noche. Debes jurarme, no obstante, que jamás hablarás a nadie más de esto, ni siquiera a tus hermanas mord-sith.
Sin una vacilación Rikka le tendió la mano.
—Lo juro.
Zedd le estrechó la mano y al hacerlo aceptó su palabra.
Cuando había sido Primer Mago durante la guerra con D’Hara, antes de que hubiese alzado los límites y matado a Panis Rahl, el padre de Rahl el Oscuro, si alguien le hubiese dicho que algún día efectuaría un acuerdo así con una mord-sith sobre algo tan importante, habría pensado que estaban locos. Daba gracias de que tales cosas hubiesen cambiado para bien.