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e
s una ruta complicada —le dijo Zedd.
Rikka arqueó una ceja.
—¿Alguna vez has tenido que ir en mi busca porque me haya perdido patrullando el Alcázar?
Zedd reparó en que no lo había hecho, y sabía muy bien lo fácil que era perderse en el Alcázar. De hecho, era una de las defensas del lugar.
En varios puntos, cuando se intentaba viajar a través del Alcázar, uno tropezaba con habitaciones interconectadas, de las que había miles. En aquellos lugares no había pasillos, sólo las escaleras que ascendían o descendían. El paso a través de aquellos laberintos tridimensionales era necesario para acceder al interior de varias zonas bien protegidas, y resultaba engañosamente simple perderse para siempre en el cenagal de esas habitaciones conectadas entre sí. Incluso personas que se habían criado en el Alcázar podían perderse con facilidad allí dentro.
Un invasor, no familiarizado con el Alcázar y que se adentrara demasiado en el laberinto, se enfrentaba a un desafío formidable sólo para encontrar el camino para volver a salir, y aún más para efectuar la travesía a través de todo él, y luego escapar. Una vez que se habían atravesado unas cuantas habitaciones, que se habían cruzado unas cuantas entradas, resultaba sorprendente lo parecido que resultaba todo, y el sentido de la orientación no tardaba en convertirse en algo sin sentido. Prácticamente no existía ningún modo de saber si uno recordaba haber visto una habitación o una entrada antes, pues cada una resultaba muy parecida a la última docena que se había visto. Había habido espías y gentes de esa calaña que se habían perdido en el laberinto de estancias. En épocas pasadas no había sido insólito hallar un cadáver allí dentro.
Desde luego, no todos los que intentaban causar daño eran desconocidos. También había habido traidores.
No, imagino que nunca te has perdido —concedió por fin Zedd—. Por ahora. No has estado aquí el tiempo suficiente para empezar a explorar la mayor parte del lugar. Existen peligros de toda clase. Perderse en el laberinto que es el Alcázar es únicamente uno de los peligros. A donde vamos es algo parecido. Es aún más fácil perderse ahí abajo. Tendrás que esforzarte al máximo para recordar el camino. Te ayudaré donde pueda.
Rikka asintió, aparentemente sin sentir ninguna preocupación.
—Se me da bien recordar cosas como una serie de giros. Los memorizo cuando patrullo.
—No te confíes en exceso. Esto es más complejo que una serie de giros. Yo mismo me he perdido alguna vez en el Alcázar, y crecí aquí. No hay únicamente un camino correcto para llegar a donde vamos. A veces la ruta que se tomó la última vez no servirá la próxima porque abajo, en los confines más inferiores del Alcázar, los escudos en ocasiones se trasladan por sí mismos a otros corredores. Forma parte de su diseño para hacer que sea más difícil pasar… Por ejemplo, en el caso de que un espía dibujase un mapa.
Nada impresionada, Rikka se encogió de hombros.
—Comprendo. El Palacio del Pueblo es así en algunas de las secciones que no son de acceso público. Es también complicado, los pasillos accesibles van cambiando de vez en cuando. Además, no existe una ruta directa a ninguna parte, incluso aunque resulte que todos los corredores son accesibles, lo que nunca sucede.
—Lo recuerdo. Estuve allí, aunque en las zonas públicas, pero eso ya resultó de lo más desconcertante. —Había sido después de que Rahl el Oscuro capturase a Richard—. Sin embargo yo tenía la ventaja de que el Palacio del Pueblo está construido en forma de un hechizo dibujado sobre la superficie del suelo y sé cómo está construido este hechizo concreto, así que sé dónde están ubicados los brazos principales.
—Bueno —repuso Rikka—, teníamos que ser capaces de encontrar diferentes pasos a través del lugar de modo que pudiéramos acceder de una zona a otra en el caso de que fuese invadido alguna vez. O, en el caso de perseguir a alguien, teníamos que poder pensar en un modo de adelantarnos a esas personas. Y debemos hacer algo más que recordar sencillamente una serie de giros; tenemos que comprender la totalidad del lugar. En mi cabeza los giros conforman partes de una imagen del lugar. Cada giro acrecienta ese dibujo, y con esa imagen, que no deja de crecer en mi mente, puedo encontrar el camino porque puedo ver dónde están las otras partes y cómo se enlazan entre ellas.
Zedd pestañeó, estupefacto.
—Ésa parece una habilidad muy notable.
—Siempre pude comprender esas cosas mejor de lo que puedo comprender a las personas.
Zedd gruñó una breve carcajada.
—Creo que comprendes a las personas más de lo que admites.
Ella se limitó a sonreír.
—De acuerdo, ahora escúchame —dijo él—. No sólo necesitarás recordar una gran cantidad de giros esta noche. Hay más. El único modo de llegar a donde vamos es a través de varios escudos. Careces del don, así que el único modo que tienes de cruzar esos escudos es que una persona con el don te ayude a pasar. Si alguna vez resulta necesario hacerlo, Richard puede conducirte a través de ellos, como lo haré yo esta noche. Pero no importa lo bien que conozcas el lugar, o cómo cambien de lugar los escudos, no existe ningún modo de cruzar sin tener que pasar por los escudos, así que no conseguirás pasar sola. Lo que significa que no tendrás la posibilidad de venir aquí por tu cuenta.
Agitó un dedo ante su rostro para dejarlo bien claro.
—Ni se te ocurra jamás intentar abrirte paso por la fuerza a través de los escudos. Te resultaría fatal.
Rikka asintió.
—Comprendo. Pero no tendré motivos para venir aquí sin ti o sin lord Rahl.
Zedd se inclinó aún más hacia ella.
—Das tu palabra y lo juras por tu vida.
—Ya he dado mi palabra y jurado por mi vida. Así será.
Zedd dio por zanjado el asunto con un asentimiento de cabeza.
—Estupendo. En marcha.
Con Rikka pegada a los talones, Zedd echó a andar a toda prisa por el angosto pasillo de piedra situado a la izquierda, el camino de ambos iluminado por la esfera que sostenía. Esferas de cristal colocadas en soportes a lo lejos refulgían tenuemente una vez que quedaban a la vista, pero cuando pasaban ante ellas, cada una se iluminaba más y luego la luz perdía intensidad al seguir adelante. Zedd ascendió la primera escalera que encontraron, sabedor de que, para descender a su destino, primero tenía que atravesar varias zonas infranqueables del Alcázar inferior yendo hacia arriba.
Avanzaron por corredores amplios revestidos de elegantes paneles de madera y suelos de piedra con dibujos, y luego cruzaron varias estancias que servían de zonas de estudio a una serie de bibliotecas. Las habitaciones tenían gruesas alfombras bajo los cómodos asientos. Las mesas eran muy espaciosas y había varias lámparas para proporcionar luz adecuada para la lectura. Zedd lo sabía porque había pasado una gran cantidad de tiempo leyendo libros sacados de esas bibliotecas.
Tras cruzar una serie de pasillos de piedra que provenían de diferentes partes del Alcázar, alcanzaron por fin el corredor que era la arteria principal de la sección por la que tenían que pasar. El corredor tenía casi treinta metros de altura, con las inclinadas paredes acercándose más en la parte superior. El sol se había puesto ya, de modo que las altas rendijas abiertas en la piedra no servían de mucho para iluminar el pasillo, aunque, no obstante, sí permitían la salida de los murciélagos. Cada día al anochecer, miles de murciélagos fluían como una avalancha hacia arriba desde zonas ocultas, oscuras y húmedas del Alcázar, y salían al exterior por las altas rendijas del corredor principal.
Al llegar ante una entrada dorada, Zedd volvió la cabeza hacia Rikka.
—Este pasadizo está protegido. Toma mi mano y podrás pasar.
Ella no vaciló. Zedd atravesó el escudo, y éste le produjo una suave sensación hormigueante en la piel. Cuando se giró hacia la mord-sith y tiró de su mano a través de aquel plano del escudo de la entrada, ella se echó atrás.
—No te hará daño mientras yo te sujete —le aseguró—. ¿Vamos? La mujer asintió.
—Es tan frío… La sensación me sorprendió, eso es todo.
Sujetándole la mano con fuerza, tiró de la mord-sith para que acabara de cruzar la entrada. Una vez al otro lado ella se frotó los brazos enérgicamente.
—¿Qué habría sucedido de haber intentado yo cruzar sola?
—Es difícil decirlo, ya que escudos distintos hacen cosas distintas, pero limitémonos a decir que no habrías conseguido cruzar. Este carece de campo de advertencia preliminar, así que puede no resultar fatal. Hay varios escudos que tendremos que cruzar que te arrancarían la carne directamente de los huesos. De todos modos, los de esa clase avisan con mucha anticipación.
No pareció nada complacida al oírlo, pero no protestó. A las mord-sith no les gustaba la magia. Zedd sabía que ella hacía un gran esfuerzo para reprimir su natural resistencia.
La entrada dorada conducía a un vestíbulo todo él de mármol blanco: suelos, paredes y techo. El color blanco tenía como propósito impedir ciertas tácticas de la magia que usaban conjuros en los que estaba involucrados colores para engañar al escudo situado a cada extremo del vestíbulo. En el extremo opuesto, Zedd ayudó a Rikka a cruzar el escudo… que desprendía calor en lugar de frío como el anterior.
Una vez fuera del vestíbulo, descendieron varios tramos de polvorientos escalones de mármol negro. Al final de los peldaños Zedd la condujo por el camino de la izquierda en tres bifurcaciones. La esfera que sostenía proporcionaba una burbuja de luz alrededor de ambos mientras caminaban por el túnel de piedra toscamente tallada que los conducía al interior de sencillas estancias.
La mayoría de las habitaciones tenían una o dos entradas, pero algunas tenían tres, o incluso cuatro aberturas, que llevaban a otras habitaciones. A algunas se llegaba mediante un corto tramo de escalones que daba a más habitaciones aún. A cierto número de habitaciones se accedía subiendo o bajando sólo uno o dos escalones, pero la mayoría estaban a la misma altura unas de otras. Los tamaños de las estancias variaban poco y ni una sola tenía la menor pieza de mobiliario. Algunas de las habitaciones estaban encaladas para que las paredes resultases lisas y varias de esas estaban pintadas, aunque la pintura, desconchada, estaba tan descolorida que apenas era posible distinguir los colores, lo que les daba a todas un similar color deslustrado. Cuando Zedd era un niño se había perdido en ese laberinto de habitaciones durante todo un día. El lugar estaba tan intacto que todavía eran detectables tenues huellas de pisadas en la fina capa de suciedad que recubría los suelos.
Tras recorrer una serie de habitaciones aparentemente interminables, salieron por fin a un amplio corredor de toscos bloques de granito gris. Con todo, el techo era tan bajo que tuvieron que encorvarse ligeramente para no golpearse las cabezas. Aquél era un lugar que a Zedd siempre le había parecido de mal augurio. Al doblar una esquina, unos soportes de hierro que sostenían más esferas de cristal se iluminaron a su paso. Se apagaron cuando siguieron adelante.
El amplio y bajo corredor daba a un pasillo enlucido y pintado de color beige. Pilares con relieves espaciados a lo largo del pasadizo le proporcionaban una apariencia más espléndida. Cuando llegaron a la mitad, Zedd se detuvo y señaló al techo.
—¿Ves ahí, esa rejilla de hierro de lo alto que permite que entre aire fresco aquí abajo?
Ella alzó la vista para inspeccionar la ornamentada rejilla.
—¿Es eso un libro?
Dentro del diseño, creado a partir de las barras de hierro, había el contorno de un libro abierto. El dibujo reproducía una sección del Alcázar que contenía varias bibliotecas.
—Sí, esa rejilla te ayudará a recordar que es aquí donde debes girar. Este corredor es un tronco principal de pasillos. Hay varios caminos para bajar a este lugar, y desde aquí puedes ir mediante varias rutas a casi cualquier parte del Alcázar; pero aquí, bajo esta rejilla, tienes que doblar por este pasillo —señaló en dirección a un pasillo pequeño—. Es el único camino para llegar a donde vamos.
Zedd la observó pasear la mirada por lo que la rodeaba. Luego echó un nuevo vistazo a la rejilla. Cuando estuvo segura y hubo asentido, iniciaron la marcha por el pequeño pasillo lateral.
El pasillo daba a una serie de habitaciones que Zedd creía que se habían usado en el pasado como almacenes. Sabía que uno de los cuartos todavía contenía cierta cantidad de herramientas. Más allá, al final del corredor, había unas cuantas habitaciones construidas toscamente en piedra seguidas por pequeños pasadizos de sección cuadrada que partían en varias direcciones. Al final del pasillo central, llegaron a un laberinto de trechos cortos que los condujeron por una ruta sinuosa que cambiaba de nivel cada pocos metros. Pasaron ante habitaciones vacías y oxidadas puertas de hierro que permanecían cerradas. En algunos lugares las telarañas obstruían el paso; en otros sitios, secciones del pasadizo contenían agua estancada. Cuerpos putrefactos de ratas flotaban en el agua fétida. Sin decir una palabra cruzaron aquellas zonas para alcanzar terreno más elevado más adelante.
Cuando llegaron a una escalera de caracol en piedra, fuera del laberinto, descendieron al interior de la oscuridad total, con la silenciosa esfera llevando una luz cruda y sombras a lugares que no habían estado iluminados en años. La escalera era diminuta, únicamente lo bastante grande para que una sola persona descendiera cada vez, y producía la impresión de que uno estaba siendo engullido por el gaznate de un monstruo de piedra.
Al pie de la escalera de caracol, la luz proyectó fuertes sombras a lo largo de pasadizos toscamente tallados. Motas de cuarzo en los bloques de piedra de los cimientos centelleaban al caer la luz sobre ellas. Zedd condujo a Rikka a la estrecha escalera que descendía junto a la superficie de aquel centelleante muro de contención y ambos miraron con atención por encima del borde de la hendidura en el terreno antes de iniciar el descenso.
Una vez abajo siguieron la estrecha hendidura a lo largo de la base de los bloques de los cimientos. La piedra se alzaba hacia la oscuridad, con el cuarzo centelleante sobre sus cabezas, dando la impresión de que eran estrellas. A la derecha había un muro toscamente tallado de roca que se desmoronaba. De desplomarse aquella pared más blanda, quedarían enterrados vivos. Y allí nadie los buscaría jamás.
Los cimientos en aquella parte del Alcázar quedaban apartados de la roca blanda circundante de modo que se podía mover un poco si debía hacerse. Habían fijado los bloques en el lecho de roca más dura que encontraron debajo y la estrecha hendidura se abría a una sección ancha para la inspección de los cimientos. A Zedd siempre le había parecido notable el no haber hallado jamás ningún bloque que fuese a ceder. Había algunos que tenían grietas, pero se decía que éstas no eran problemas estructurales. Cuando llegaron ante otro estrecho tramo de escaleras al final de la negra hendidura, volvieron a descender más al interior.
—¿Acaba esto en algún momento? —preguntó Rikka.
Zedd volvió la cabeza, la refulgente esfera proyectaba una cegadora luz amarilla sobre el rostro de la mord-sith.
—Estamos en las profundidades de la montaña y acercándonos a una de las faldas laterales. Aún nos queda un buen trecho.
Ella se limitó a asentir, resignada a cualquiera que fuese la distancia a recorrer.
—¿Crees que puedes llegar hasta aquí… siempre y cuando me tengas a mí o a Richard para conseguir que cruces los escudos?
Había habido varios escudos, algunos que a Rikka no le había gustado nada cruzar. Para alguien carente de la protección del don en algunos lugares resultaba una experiencia muy desagradable, incluso con Zedd ayudándola.
—Eso creo —respondió ella.
Llegaron a túneles de sección circular revestidos de baldosines que, cuando era necesario, también servían de desagües. Zedd tomó intersecciones que recordaba desde que era un muchacho. El gotear del agua resonaba por los pasadizos, y hacía el frío suficiente como para que pudiesen ver su propio aliento en el aire húmedo. Goteaba agua entre los baldosines en algunos lugares, haciendo que el túnel resultase resbaladizo.
En varios sitios, justo en mitad de los túneles, tropezaron con escudos potentes que él ayudó a franquear a la mord-sith. Algunos eran tan poderosos que emitían advertencias con mucha antelación. Zedd tuvo que rodearla con los brazos para protegerla y hacerle cruzar sana y salva.
—Hay una barbaridad de ratas aquí abajo —dijo Rikka.
Zedd podía oírlas chirriando a centenares por todo el laberinto de pasadizos. Los animalillos parecían dispersarse antes de que la luz los pudiese iluminar totalmente, así que sólo se manifestaban mediante el sonido.
—Sí. ¿Te asustan las ratas?
Ella se detuvo y lo miró con cara de pocos amigos.
—A nadie le gustan las ratas.
—Eso no puedo discutírtelo.
En cada cruce, Zedd le indicaba el camino por el que tenían que ir, aunque no conseguía imaginar cómo podría ella recordar el camino. Confiaba en que jamás fuese necesario. Esperaba ser él quien se lo mostrase a Richard. De muchacho, Zedd había usado trazadores de magia para aprenderse el camino. Rikka prestaba suma atención y observaba cada una de las oscuras intersecciones a las que llegaban, pero estaba seguro de que era más de lo que ella había esperado y que no podría recordar el camino. Pensó que tal vez podría hacerle recorrer el camino varias veces más para ayudarla a tener todo el mapa del trayecto en la cabeza. Después de eso, la pondría a prueba y le permitiría que fuera ella quien guiara en el descenso.
Tras lo que pareció un viaje interminable abriéndose paso cada vez más abajo, finalmente entraron en una inmensa estancia con aspecto de caverna, excavada en el interior de la montaña. El granito extraído de la galería había proporcionado parte de la piedra para los cimientos. La cantera, abandonada una vez completada la construcción, había dejado atrás la enorme habitación.
En algunos sitios, en torno a los laterales, los constructores del Alcázar habían colocado gruesos pilares de piedra para sostener lo que les había parecido que eran las partes más débiles del techo. En algunas zonas de la estancia había anchas vetas de obsidiana, una roca negra y vítrea que no era adecuada como material de construcción. Zedd la había visto utilizada en unos cuantos lugares en el palacio, en su mayor parte como decoración. Bajo el resplandor de la esfera, la superficie de la obsidiana mostraba las relucientes marcas dejadas por la acción de los cinceles al desportillarla, que tenían el aspecto de deslumbrantes escamas de pez.
El centro de la gigantesca habitación, donde la roca tenía la mayor dureza, estaba abovedado a una altura de más de setenta y cinco metros. Por el testimonio que daba la piedra, parecía que los obreros habían empezado en la parte superior, extrayendo enormes bloques justo de debajo de lo que era el techo actual; luego empezaron a excavar el nivel siguiente de roca, hasta que finalmente excavaron por completo toda la estancia con aspecto de caverna. Los distintos niveles de galerías que rodeaban los laterales eran lo bastante altos y anchos, entre las enormes columnas cuadradas, para permitir el arrastre de los bloques que componían los cimientos. Más allá de la habitación había rampas por las que se habían hecho bajar los bloques a las zonas más inferiores de los cimientos.
—¿Ves ahí, al otro lado de la habitación? —preguntó Zedd, señalando un enorme corredor oscuro al que sabía que conducían las rampas que los rodeaban—. Eso se construyó primero. Es el canal principal por el que se transportaron los bloques desde esta habitación a los cimientos situados a lo largo de esa sección del Alcázar. Mira cómo está erosionado el suelo por el trabajo.
El suelo que conducía a la enorme sima estaba tan liso por la erosión que casi parecía que lo hubiesen pulido.
—¿Por qué no vinimos por ese camino? Habría sido una ruta mucho más corta.
Le impresionó que ella advirtiera que el pasadizo primario discurría en la dirección por la que habían venido.
—Tienes razón, habría sido más corto, pero hay escudos allí que no puedo cruzar. Puesto que no puedo entrar, por allí, debido a esos escudos, no sé qué hay, aunque sospecho que los constructores probablemente crearon habitaciones que contienen cosas que deben ser protegidas. No se me ocurre ningún otro motivo para esos escudos.
—¿Por qué no puedes cruzarlos? Eres el Primer Mago.
—Los magos de esa época poseían los dos lados del don. Richard es el primero en miles de años en nacer con el lado de Resta a la vez de con el de Suma. Los escudos con Magia de Resta son mortales y normalmente están reservados para los lugares más peligrosos, o los lugares que contienen objetos de una importancia excepcional que a ellos les interesaba proteger más que a ninguna otra cosa.
Zedd condujo a Rikka a través de la vasta caverna por una ruta que los mantuvo cerca de la pared exterior. Raras veces descendía a aquella espelunca y por lo tanto tuvo que observar la pared de roca con atención mientras la recorrían. Cuando llegaron al lugar que buscaba, agarró el brazo de Rikka y detuvo en seco a la mord-sith.
—Es esto.
Rikka pestañeó a la vez que miraba a su alrededor. Para el ojo inexperto, parecía igual al resto de la estancia.
—Esto es ¿qué?
—El lugar secreto.
Tenía el mismo aspecto que el resto de la enorme espelunca. Por todas partes las paredes estaban marcadas con las estrías dejadas por los obreros miles de años atrás.
Zedd alzó la esfera de cristal para que ella pudiese ver el lugar que indicaba.
—Ahí. ¿Ves esa muesca ahí arriba? ¿La que discurre en ese ángulo, siguiendo la fisura, y que es un poco más gruesa en el medio? Desliza la mano al interior. Hay una hendidura.
Rikka lo miró con el entrecejo fruncido pero luego se puso de puntillas y deslizó la mano en la acanaladura hasta los nudillos.
—Hay un reborde en la roca —indicó él—. Yo lo usaba cuando era más pequeño. Si no alcanzas, súbete al borde.
—No, ya llego —dijo ella—. ¿Ahora qué?
—Estás sólo medio dentro. Mete más la mano.
Ella meneó los dedos e hizo avanzar más la mano hasta tenerla dentro hasta la muñeca.
—No quiere entrar más. Estoy tocando una pared sólida.
—Mueve el dedo índice arriba y abajo hasta que encuentres un agujero.
La mord-sith hizo una mueca mientras movía los dedos.
—Lo tengo.
Zedd le tomó la mano derecha y la guió al interior de una ranura similar en situada a la altura de su cintura.
—Encuentra un agujero en el fondo de ésta también. Cuando lo hagas, empuja los índices con firmeza en el interior de ambos agujeros.
La mujer profirió un gemido por el esfuerzo.
—¡Lo encontré! Los tengo los dos. Estoy empujando…
—De acuerdo, ahora mientras aprietas con ambos dedos, pon el pie derecho aquí arriba, en la pared, justo en el otro lado de esta abertura, y dale un buen empujón.
Ella lo miró con cara de pocos amigos, pero hizo lo que decía. No sucedió nada.
—¿No puedes empujar más fuerte que eso? No me digas que no eres tan fuerte como un anciano flacucho.
La mord-sith le lanzó una mirada severa y usó la sujeción a los asideros para hacer palanca a la vez que gruñía por el esfuerzo y daba a la pared un buen empujón con la bota. De improviso, la superficie de roca empezó a apartarse. Zedd instó a Rikka a retroceder, y ambos contemplaron cómo una sección de la pared se deslizaba hacia atrás en silencio.
—Queridos espíritus —susurró Rikka a la vez que se inclinaba hacia la abertura y atisbaba en las oscuras fauces—. ¿Cómo hallaste un lugar así?
—Lo encontré de niño. En realidad, encontré el otro extremo. Una vez que crucé hasta aquí, supe dónde estaba este punto y tomé buena nota para poder encontrarlo de nuevo. Las primeras veces no pude localizarlo, así que tuve que cruzar otra vez.
—Bueno, ¿qué es?
—Cuando era un muchacho, fue mi salvación. Era el camino por el que podía escabullirme de vuelta al interior del Alcázar sin tener que cruzar el puente y entrar por delante, como todos los demás.
La mord-sith enarcó una ceja con suspicacia.
—Debes de haber sido una criatura problemática.
Zedd sonrió.
—Tengo que admitir que había quienes habrían estado de acuerdo con eso. Este lugar me hizo un buen servicio. También me permitió entrar aquí cuando las Hermanas de las Tinieblas se habían apoderado del Alcázar. Ellas sólo sabían que tenían que proteger la entrada delantera. No conocían la existencia de este lugar.
—¿Así que esto es lo que querías mostrarme? ¿Un camino secreto al interior del Alcázar?
—No, eso es lo menos importante de este lugar. Vamos y te lo mostraré. Las suspicacias de Rikka se recrudecieron.
—¿Exactamente qué clase de lugar es éste?
Zedd sostuvo en alto la esfera luminosa a la vez que se inclinaba hacia ella y musitaba:
—Más allá está la noche eterna: el pasadizo de los muertos.