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ué lees que es tan absorbente? —preguntó Rikka a la vez que utilizaba un hombro para cerrar la gruesa puerta.

Zedd profirió un gruñido de desagrado antes de alzar la vista del libro que tenía abierto ante él.

—Páginas en blanco.

A través de la ventana redonda que tenía a la izquierda, podía ver los tejados de la ciudad de Aydindril extendiéndose muy por debajo de donde estaba. A la luz dorada del sol poniente la ciudad resultaba hermosa, pero aquella apariencia no era más que una ilusión. Desaparecidos todos los habitantes, que habían huido para salvar la vida ante las hordas invasoras, la ciudad no era más que un cascarón vacío y sin vida, como la piel de la muda de las cigarras que habían hecho su aparición recientemente.

Rikka se inclinó hacia él por encima del espléndido escritorio de madera pulida y ladeó la cabeza para ver mejor el libro.

—No está todo en blanco —sentenció—. No puedes leer algo que está en blanco. Por lo tanto debes de estar leyendo lo escrito, no los espacios en blanco. Deberías de intentar ser más exacto en lo que dices.

La expresión enfurruñada de Zedd se ensombreció al alzar la mirada para trabarla con la de ella.

—En ocasiones lo que no se dice es más elocuente que lo que se dice. ¿Lo habías pensado alguna vez en eso?

—¿Me estás diciendo que no hable?

Depositó una enorme escudilla de madera que contenía la cena de Zedd, y desprendía un vapor que transportaba un aroma de cebollas, ajo, verduras y suculenta carne. El olor era perturbadoramente delicioso.

—No. Exigiéndolo.

Por la ventana redonda de su derecha, Zedd podía ver los oscuros muros del Alcázar irguiéndose hacia las alturas. Construido en la ladera de la montaña que dominaba Aydindril, el Alcázar del Hechicero era casi una montaña él mismo. Al igual que la ciudad, también él estaba vacío; con la excepción de Rikka, Chase, Rachel y Zedd. No obstante, no pasaría mucho tiempo antes de que hubiese más gente en el Alcázar. Finalmente el lugar volvería a tener una familia viviendo allí, y los corredores vacíos volverían a resonar llenos de risas y amor como había sucedido en el pasado, cuando innumerables personas llamaban al Alcázar su hogar.

Rikka se contentó con pasear la mirada por las estanterías de la enorme habitación redonda, que estaban repletas de recipientes de cristal, algunos llenos de ingredientes para hechizos. Al lado del escritorio estaban una silla de roble de respaldo recto y profusamente tallada, un arcón y más estanterías. Libros en toda una diversidad de idiomas llenaban la mayor parte de los estantes. Vitrinas esquineras contenían más volúmenes.

Rikka cruzó los brazos a la vez que se inclinaba y estudiaba algunos de los lomos dorados.

—¿De verdad has leído todos estos libros?

—Desde luego —refunfuñó él—. Muchas veces.

—Debe de ser aburrido ser un mago —repuso ella—. Tienes que leer y pensar demasiado. Es más fácil conseguir las respuestas haciendo sangrar a la gente.

Zedd gruñó de forma pomposa.

—Cuando una persona padece un dolor atroz puede que esté ansiosa por hablar, pero tienden a contar lo que creen que tú quieres oír, tanto si es cierto como si no.

La mord-sith sacó un volumen y lo hojeó antes de devolverlo al estante.

—Por eso nos entrenan para interrogar a las personas usando los métodos adecuados. Les mostramos lo mucho más doloroso que es para ellos cuando nos mienten. Si comprenden las consecuencias sumamente terribles de mentir, las personas dirán la verdad.

Zedd no la escuchaba en realidad. Se concentraba en averiguar lo que podría significar el fragmento desaparecido de la profecía, y todas y cada una de las posibilidades que se le ocurrían sólo servían para quitarle el apetito. La humeante escudilla permanecía allí, esperando. Comprendió que Rikka probablemente también seguía allí, haciéndose la remolona, a la espera de que él hiciese algún comentario sobre la cena. Quizá aguardaba para recibir una alabanza.

—Así pues, ¿qué hay para comer?

—Estofado.

Zedd alargó el cuello un poco para echar un vistazo a la escudilla de madera.

—¿Dónde están los panecillos?

—No hay panecillos. Sólo estofado.

—Ya veo que es estofado. Pero ¿dónde están los panecillos para acompañar el estofado?

Rikka se encogió de hombros.

—Puedo traerte un poco de pan tierno si quieres.

—Es estofado —exclamó él con el ceño fruncido—. El estofado requiere panecillos, no rebanadas de pan.

—De haber sabido que querías panecillos para la cena te habría preparado panecillos en lugar de estofado. Deberías haberlo dicho antes.

—No quiero panecillos «en lugar» de estofado —gruñó Zedd.

—Cambias de idea una barbaridad cuando estás malhumorado, ¿no? Zedd la miró de soslayo con un ojo.

—Realmente tienes talento para la tortura.

Ella sonrió, se volvió y abandonó con paso regio la pequeña habitación. Zedd pensó que las mord-sith debían de ir dándose aires incluso cuando estaban solas.

Regresó al libro, intentando acometer el problema desde un ángulo distinto. Sólo había tenido tiempo de leer otra vez el párrafo un par de veces cuando el pestillo del cuarto se alzó y Rachel entró arrastrando los pies llevando algo en ambas manos. Usó el pie para cerrar la puerta.

—Zedd, deberías guardar ese libro, ahora, y cenar algo.

Zedd sonrió a la niña. Siempre le hacía sonreír.

—¿Qué llevas ahí, Rachel?

Ella alzó las manos y depositó un cuenco de hojalata sobre el escritorio, luego lo empujó a través de la mesa hacia él.

—Panecillos.

Estupefacto, Zedd se alzó un poco de la silla para inclinarse y mirar el cuenco.

—¿Qué haces tú con panecillos?

Los enormes ojos de Rachel lo miraron con un pestañeo, como si fuese la pregunta más rara que había oído jamás.

—Son para tu cena. Rikka me pidió que los trajese.

—No deberías ayudar a esa mujer —dijo Zedd con una amenazadora mueca de enojo mientras volvía a sentarse—. Es diabólica.

Rachel lanzó una risita divertida.

—Eres tonto, Zedd. Rikka me cuenta historias sobre las estrellas. Crea dibujos con ellas y luego me cuenta una historia de cada uno de ellos.

—Si eso es así… Bueno, suena como una cosa muy bonita por su parte.

Con la luz desvaneciéndose, empezaba a resultar difícil leer. Zedd alargó una mano, enviando una chispa de su don a las docenas de velas que había en los intrincados candelabros de hierro. La cálida luz iluminó la pequeña y acogedora estancia, alumbrando la piedra delicadamente encajada de las paredes y las gruesas vigas de roble que atravesaban el techo.

Rachel sonrió de oreja a oreja, los ojos reluciendo con el reflejo de los puntitos de luz de las velas. Le encantaba ver cómo las encendía.

—Tienes la mejor magia, Zedd.

Zedd suspiró.

—Desearía que no me dejaras, pequeña. Rikka no aprecia mi truco para encender velas.

—¿Me echarás de menos?

—No, no en realidad. Simplemente no quiero quedarme solo con Rikka —respondió él mientras volvía a leer el último trozo.

«Contenderán con él antes de conspirar para curarlo». ¿Qué podía significar eso?

—A lo mejor podrías conseguir que Rikka te cuente algunas historias sobre las estrellas —empezó a decir la niña con expresión triste mientras rodeaba el escritorio—. Te echaré de menos una barbaridad, Zedd.

Zedd alzó los ojos del libro. Rachel se dirigió hacia él, pidiendo un abrazo, y él no pudo contener una sonrisa mientras la tomaba en sus brazos. Había pocas cosas en la vida que resultaran tan agradables como un abrazo de Rachel, que era una entusiasta de este gesto.

—Abrazas muy bien, Zedd. Richard también.

—Sí que lo hace.

Zedd recordaba haber estado en aquella misma habitación, hacía mucho tiempo, cuando su propia hija tenía más o menos la edad de Rachel. También ella acudía a verle y quería que la abrazasen. Ahora, todo lo que quedaba era Richard, y lo echaba terriblemente de menos.

—Te añoraré mucho, pequeña, pero antes de que te des cuenta estarás de vuelta aquí con el resto de tu familia, y entonces tendrás hermanos y hermanas con los que jugar en lugar de tan sólo a un anciano. —Zedd la sentó sobre su rodilla—. Será agradable teneros a todos vosotros en el Alcázar del Hechicero conmigo. El Alcázar será un lugar alegre al volver a tener vida en su interior.

—Rikka dijo que no tendrá que volver a cocinar una vez que mi madre venga aquí.

Zedd tomó un sorbo de té tibio de una jarra de peltre que había sobre el arcón situado junto a él.

—Así que eso dijo.

Rachel asintió.

—Y dijo que mi madre probablemente te obligaría a cepillarte el pelo.

La niña alargó las manos, deseando compartir un trago de su jarra. Él le permitió tomar un sorbo de té.

—¿Cepillarme el pelo? —Zedd ladeó la cabeza.

Rachel asintió con semblante serio.

—Está todo de punta. Pero me gusta.

—Rachel —dijo Chase a la vez que asomaba la cabeza por la entrada en forma de arco—, ¿otra vez estás molestando a Zedd?

La niña negó con la cabeza.

—Le traje panecillos. Rikka dijo que le gusta comer panecillos con el estofado y que debía traerle todo un cuenco lleno.

Chase se puso en jarras.

—¿Y cómo se supone que va a comer sus panecillos con niñas feas sentadas en su regazo? Podrías quitarle el apetito de golpe.

Rachel lanzó una risita al mismo tiempo que saltaba al suelo. Zedd volvió a echar una ojeada al libro.

—¿Lo tenéis todo empaquetado ya?

—Sí —respondió el hombretón—; quiero ponerme en marcha temprano. Partiremos a primera hora de la mañana, si te sigue pareciendo bien.

Zedd desechó tal preocupación con un movimiento de la mano.

—Sí, sí. Cuanto antes traigas a tu familia aquí contigo, mejor. Todos nos sentiremos mejor teniéndolos aquí, donde sabemos que estarán a salvo.

Las gruesas cejas de Chase descendieron aún más sobre sus penetrantes ojos castaños.

—Zedd, ¿qué pasa? ¿Qué es lo que no va bien?

Zedd alzó los ojos con el entrecejo fruncido.

—¿Qué no va bien? Nada. Nada está mal.

—Simplemente está atareado leyendo —aseguró Rachel a Chase mientras le abrazaba la pierna y apretaba la cabeza contra su cadera.

—Zedd —dijo Chase, arrastrando el nombre en un tono exigente que indicaba que no se creía ni una palabra.

—¿Qué te hace pensar que algo va mal?

—No has comido nada.

Chase posó una mano sobre el mango de madera de un largo cuchillo que llevaba al cinto y con la otra acarició la cabeza de largos cabellos rubios de Rachel. El hombre probablemente tenía una docena de cuchillos de distintos tamaños sujetos alrededor de la cintura y en las piernas. Cuando marchara por la mañana, también iría provisto de espadas y hachas.

—Eso sólo puede significar que algo no va bien.

Zedd introdujo un panecillo en su boca.

—Ya está —farfulló mientras masticaba—. ¿Satisfecho?

Mientras Zedd mascaba el panecillo caliente, Chase se inclinó hacia el suelo y alzó la barbilla de la niña.

—Rachel, ve a tu habitación y acaba de empaquetar tus cosas. Espero que tus cuchillos estén limpios y afilados.

Ella asintió muy seria.

—Lo estarán, Chase.

Rachel había tenido una vida dura para ser alguien tan joven. Por motivos que siempre habían hecho recelar a Zedd, había estado en el centro de muchas situaciones trascendentales. Cuando Chase se había hecho cargo de la huérfana para criarla como si fuese su hija, el mismo Zedd lo había prevenido de que enseñara a la pequeña a protegerse, que le enseñara a ser como él, de modo que pudiese defenderse y mantenerse a salvo. Rachel adoraba a Chase y aprendía con entusiasmo todas las lecciones que él le enseñaba. Con uno de los cuchillos más pequeños que llevaba, podía clavar una mosca a una valla a diez pasos de distancia.

—Y te quiero acostada temprano para que estés descansada —le indicó Chase—. No voy a llevarte en brazos.

Rachel le dedicó una mirada intrigada.

—Me llevas en brazos cuando te digo que no estoy cansada.

Chase lanzó una mirada apenada a Zedd antes de dedicar a la niña una mueca de enojo fingido.

—Bueno, pues mañana vas a tener que mantener el ritmo por tu cuenta.

Rachel asintió muy seria, sin inmutarse ante el hombretón que se alzaba amenazador ante ella.

—Lo haré. —Miró a Zedd—. ¿Vendrás a darme un beso de buenas noches?

—Desde luego —contestó Zedd con una sonrisa—. Entraré dentro de un ratito a arroparte.

Se preguntó si Rikka pasaría por el dormitorio de la niña a contarle una historia. Resultaba reconfortante pensar en la mord-sith contando a una criatura historias sobre dibujos que las estrellas hacían en el cielo. Rachel parecía tener ese efecto sobre todo el mundo.

Chase observó a través de la entrada cómo su hija marchaba corriendo por la amplia muralla. A Zedd le había complacido el modo en que la pequeña se había adaptado al Alcázar. Enseguida lo había hecho suyo. Tenía mucho cuidado y nunca se alejaba de las zonas sobre las que Zedd le había advertido; comprendía el peligro. Fuera, en la muralla, parecía totalmente a sus anchas mientras se detenía por un instante para mirar abajo, a la ciudad situada a sus pies, antes de volver a echar a correr. A Zedd le maravillaba que unas piernas tan largas y flacas pudiesen transportarla a tal velocidad.

Una vez que Chase estuvo seguro de que la pequeña seguía su camino sin percances, cerró la gruesa puerta de roble y se acercó más al escritorio. Su tamaño hizo que la confortable habitación, una habitación que Zedd siempre había considerado muy cómoda, pareciese más bien pequeña y atestada de cosas.

—Bien, ¿cuál es el problema?

Chase no iba a darse por satisfecho hasta que supiese más. Zedd suspiró y con un dedo hizo girar el libro para que el custodio del límite leyera.

—Echa una mirada. Dímelo tú.

Chase echó una ojeada al antiguo libro. Alzó una página de cada lado y las miró brevemente antes de volver a bajar cada página.

—Como dije, ¿cuál es el problema? No parece que haya mucho aquí de lo que preocuparse.

Zedd enarcó una ceja.

—Ése es el problema.

—¿A qué te refieres?

—Es un libro de profecías. Se supone que tiene que haber cosas escritas en él: profecías. No puedes tener un libro sin nada escrito y que siga siendo un libro auténtico, ¿no? La escritura ha desaparecido.

—¿Desaparecido? —Chase se rascó una sien—. Eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo puede desaparecer lo que está escrito? No es como si alguien pudiese robar las palabras de una página…

Ese era un modo interesante de considerarlo; que alguien había robado las palabras de la página. Al haber sido un custodio del límite la mayor parte de su vida —hasta que el límite desapareció hacía unos arios—, Chase era la clase de hombre que sospecharía un robo antes que cualquier otra cosa. Zedd no había considerado esa posibilidad, pero su mente corría veloz ya por ese inexplorado callejón siniestro.

—No sé cómo podrían haber desaparecido las palabras —le confió, y tomó un sorbo de té.

—¿De qué trata esta profecía? —preguntó Chase.

—Resulta que trata mayoritariamente de Richard.

Chase mostró una calma total, lo que significaba que estaba cualquier cosa menos calmado.

—¿Estás seguro de que tenía cosas escritas? —preguntó—. Si es viejo, a lo mejor simplemente olvidaste que tenía páginas en blanco. Al fin y al cabo, cuando se lee un libro uno acostumbra a recordar el texto, no las páginas en blanco.

—Muy cierto. —Depositó la taza alta de peltre a un lado—. No puedo jurar con seguridad que recuerdo el texto, pero sencillamente no creo que estuviese en blanco en su mayor parte. Ahora lo está.

La expresión de Chase no delató lo que sentía mientras reflexionaba sobre el misterio.

—Bueno, admito que sí que suena raro… pero ¿es realmente un problema? A Richard nunca le han gustado las profecías. No las habría tenido en cuenta de todos modos.

Zedd se puso en pie y golpeó insistentemente el libro con un dedo.

—Chase, este libro ha estado aquí en el Alcázar durante miles de años. Durante miles de años ha tenido cosas escritas… profecías… Estoy seguro de ello. Ahora está repentinamente en blanco. ¿Te parece trivial eso?

Chase se encogió de hombros a la vez que introducía los pulgares en los bolsillos.

—No sé, Zedd. No soy experto en estas cosas. Pero si tienes que acudir a mí en busca de respuestas sobre libros de profecías significa que tienes un buen problema… Tú eres el mago, dímelo tú.

Zedd apoyó todo su peso en las manos mientras se inclinaba hacia el hombre.

—No puedo recordar nada de lo que había en este libro. No puedo recordar nada sobre las páginas en blanco de todos los otros libros de profecía a los que les falta texto.

El semblante de Chase se tornó sombrío.

—¿Hay otros con páginas en blanco?

Zedd asintió, y se alisó el pelo hacia atrás. Miró por la ventana cada vez más oscura, intentando verse reflejado en ella, pero no pudo; todavía había demasiada luz en el exterior.

—¿Iría bien que me cepillara el pelo? —Volvió la mirada hacia Chase—. ¿Está demasiado alborotado?

Chase ladeó la cabeza.

—¿Qué?

—No importa —farfulló Zedd con un displicente movimiento de la mano—. La cuestión es que he descubierto zonas en blanco en varios libros de profecías, y eso me desconcierta.

Chase pasó el peso del cuerpo de una pierna a otra y cruzó los brazos. La frente se le arrugó. Empezaba a parecer realmente inquieto, lo que en Chase significaba que parecía como si fuera a acabar con un gran número de personas.

—Quizá sería mejor que me quedase por ahora. No es necesario que nos marchemos mañana. Podemos esperar hasta que averigües si se aproxima algún peligro.

Zedd suspiró, empezando a desear no haber mencionado nada. Esto no era en realidad un problema para Chase. Zedd no debería de haber preocupado así a Chase respecto a algo que él no comprendería, ni sobre lo que no podía hacer nada. Pero aquello era tan condenadamente raro…

—Eso no es necesario. Esta clase de problema no se resuelve con la fuerza. Es una clase de problema del todo distinto. Esto es un problema de libros. No quiero agobiarte con preocupaciones. Es mi terreno, y estoy seguro de que lo resolveré más tarde o más temprano. Únicamente me preguntaba qué podrías pensar tú de algo así. A veces ayuda tener un punto de vista nuevo.

Chase movió un dedo por encima del libro.

—Bien, ¿qué significa esta última parte? ¿Esa parte con «primero contenderán con él antes de conspirar para curarlo»? Dijiste que era profecía sobre Richard. Eso suena a problemas; como si alguien fuese a conspirar contra él.

—No, no necesariamente. —Zedd se pasó una mano por la boca mientras intentaba pensar en un modo de explicarlo—. La palabra «conspirar» en una profecía a menudo no significa nada más siniestro que «trazar un plan». Como trazar un modo de actuar. En este caso, el párrafo habla sobre aquellos que son sus consejeros más íntimos, sus aliados, así que, al hablar de conspirar para curarlo, puede que se refiera a que primero deben convencerlo de que necesita su ayuda. Lo más probable es que algunos de nosotros vamos a acometer la tarea de planear un modo de curarlo.

—¿Curarlo de qué?

—No lo dice.

—Así pues no es algo serio.

Zedd dedicó al custodio del límite una mirada elocuente.

—Creo que lo decía la parte que está en blanco.

—Entonces es serio. Richard está en dificultades. Necesita ayuda. A lo mejor está herido.

Zedd sacudió la cabeza con tristeza.

—En mi experiencia, las profecías raras veces son tan explícitas.

—Pero podría ser ése el caso.

Zedd evaluó al hombre por un instante.

—Estamos muy lejos de necesitar imaginar cosas de las que preocuparnos. Además, la cronología de una profecía siempre es problemática. Por lo que sé, la parte que estamos discutiendo podría haber sucedido ya. ¿Y si estuviera hablando, por ejemplo, de una época en la que Richard tuvo unas fiebres siendo niño y tuve que encontrar las hierbas adecuadas para curarlo?

—Entonces bien podría ser que fuese cosa del pasado.

Zedd hizo un gesto de contrariedad.

—Pudiera ser. Sin el texto desaparecido… o sin saber mucho más sobre la profecía de lo que yo sé… probablemente es imposible situar esto en el contexto de su vida.

Chase asintió pero a continuación se hizo a un lado cuando la puerta se abrió. Y Rikka entró como una exhalación en el cuarto. Alargó la mano para tomar los cuencos, pero se detuvo al ver que seguían llenos.

—¿Qué sucede? ¿Por qué no has comido? —Cuando Zedd agitó una mano como si intentara sacudirse de encima la pregunta, ella se volvió hacia Chase—. ¿Está enfermo? Pensaba que a estas alturas ya habría rebañado el plato y lamido el aroma del techo. Quizá sería mejor que pensemos en un modo de hacerle comer.

—¿Ves a lo que me refiero sobre conspirar? —dijo Zedd a Chase—. Podría no ser nada más serio que esto.

Rikka inspeccionó el rostro de Zedd por un momento, como si buscase una señal manifiesta de demencia, luego dedicó su atención a Chase.

—¿De qué va esta jerigonza?

—Algo sobre los libros —le respondió Chase.

Ella dedicó una creciente mirada iracunda a Zedd.

—Bueno, pues tras todas las molestias que me tomé para prepararte esta comida, te vas a sentar ahora mismo y te la comerás. Si no lo haces, se la daré a los gusanos del estercolero. Luego, cuando tengas hambre más tarde y me vengas a ver quejándote, sólo podrás culparte a ti mismo. No recibirás ninguna compasión por mi parte.

Sobresaltado, Zedd la miró pestañeando.

—¿Qué? ¿Qué has dicho?

—Voy a dársela a los gusanos si no te la…

—¡Córcholis! —Zedd chasqueó los dedos—. ¡Eso es! —Extendió los brazos hacia ella—. Rikka, eres un genio. Podría abrazarte.

Rikka se irguió, desafiante.

—Prefiero aceptar tu adoración de lejos.

Él no la escuchaba. Se frotaba las manos mientras intentaba recordar con exactitud dónde había visto la referencia. Había sido hacía una eternidad. Pero ¿exactamente hacía cuánto tiempo? ¿Y dónde?

—¿Qué pasa? —preguntó Chase—. ¿Has resuelto el rompecabezas?

La boca de Zedd se crispó con el esfuerzo de pensar.

—Recuerdo que leí una referencia a tal acontecimiento. Recuerdo haber visto alguna clase de exégesis.

—¿Una qué?

—Una explicación. Un análisis.

—En ese caso se trata de algún… libro.

—Sí —asintió Zedd—, exactamente. Sólo necesito recordar dónde vi el pasaje. Trataba de gusanos.

Chase lanzó una mirada de soslayo a Rikka antes de rascarse la espesa mata de canoso pelo que le cubría la cabeza.

—¿Gusanos?

Zedd se frotó las manos mientras vagas reminiscencias le pasaban fugazmente por la cabeza. Aquellos recuerdos imprecisos eran reales, estaba seguro de ello, pero no obstante sus frenéticos esfuerzos para capturarlos y arrastrarlos a la luz de la conciencia, permanecieron fuera de su alcance.

—Zedd, ¿de qué estás hablando? —preguntó Rikka—. ¿Qué dijiste? ¿Gusanos?

—¿Qué? Ah, sí, eso es. Gusanos. Gusanos de la profecía. Era alguna clase de evaluación, creo… que examinaba si una cosa así podría ser capaz de erosionar la profecía.

Chase y Rikka se lo quedaron mirando fijamente, como si estuviese loco, pero no dijeron nada.

Zedd paseó de la mesa a una vitrina esquinera y de vuelta. Apartó la pesada silla de roble a un lado con un pie mientras caminaba de un lado a otro, pensando. Repasó una lista de lugares que podrían tener el libro que contendría tal referencia. Había bibliotecas por todo el Alcázar, y había miles de libros en aquellas bibliotecas; tal vez decenas de miles. Si es que había visto la referencia en el Alcázar del Hechicero. Había visitado un sinfín de bibliotecas en otros lugares. Había varios archivos en el Palacio de las Confesoras, abajo en Aydindril; había palacios en el Bulevar de los Reyes, también en Aydindril, que contenían extensas colecciones de libros. Existían muchas ciudades que Zedd había visitado con depósitos y archivos. Había tantísimos libros, ¿cómo iba a recordar uno que no había visto desde hacía una eternidad… quizás desde que era joven?

—¿De qué, exactamente, estás hablando? —preguntó Rikka cuando se cansó de observarle pasear—. ¿De qué explicación hablas?

—No estoy seguro aún. Fue hace mucho tiempo. Tuvo que ser cuando yo era joven. Lo recordaré, estoy seguro. Simplemente tengo que pensar un poco. Incluso aunque me lleve toda la noche, recordaré dónde vi el pasaje. Ojalá tuviese mi silla de discurrir —masculló.

Rikka frunció el entrecejo en dirección a Chase a la vez que mantenía un ojo puesto en Zedd mientras éste paseaba.

—¿Su qué?

—Allá, en la Tierra Occidental —repuso Chase en voz baja, tenía una silla en su porche donde se sentaba y pensaba; donde analizaba problemas. Eso fue en la época en que todo empezó, cuando Rahl el Oscuro vino e intentó capturarle a él y a Richard. Huyeron justo a tiempo. Vinieron a verme y los conduje a través de una brecha hasta el límite.

—A mí me parece que hay sillas suficientes por aquí. Prácticamente está tropezando con aquella de allí. —Rikka hizo una mueca de exasperación—. Además, una persona no necesita una silla para hacer trabajar el cerebro. Si lo hacen, es que tienen problemas mayores.

—Supongo.

Junto con Rikka, Chase observó cómo Zedd paseaba durante un rato. Por fin, puesto que no era de los que se quedaban parados, agarró una manga de la túnica del mago.

—Imagino que será mejor que vaya a ocuparme de Rachel mientras tú encuentras la solución. Quiero asegurarme de que reúne sus cosas y se acuesta.

Zedd agitó veloz una mano, instándole a ponerse en marcha.

—Sí, tienes razón. Adelántate. Dile que iré a darle un beso de buenas noches dentro de un rato. Simplemente necesito pensar sobre esto un poco.

Una vez que se hubo marchado, Rikka apoyó una cadera contra el pesado escritorio y cruzó los brazos bajo los pechos.

—¿Estás diciendo que el que las palabras de la profecía desapareciesen lo provocó alguna clase de gusano, como una polilla que se come la pasta o el papel?

—No, se come las palabras, no el papel.

—Entonces es… ¿qué? ¿Alguna especie de gusano diminuto que come tinta?

Enojado ante la interrupción, Zedd interrumpió su deambular para quedársela mirando.

—¿Come…? No, no, no funciona de ese modo. Esto es algo mágico. Algo más ingenioso. Si lo recuerdo correctamente se aludía a ello como «un gusano de las profecías», porque podía comerse las ramificaciones de la profecía, de un modo muy parecido a como la carcoma devora un árbol. Empieza con una profecía relacionada, bien por tema o por cronología. Una vez conjurado, esta clase de gusano empieza a devorar el tronco de la profecía. En este caso, la rama es la que tiene que ver con el tiempo transcurrido desde el nacimiento de Richard.

Rikka parecía fascinada y al mismo tiempo angustiada. Se irguió y ladeó la cabeza.

—¿De veras? ¿Puede hacer algo así la magia?

Zedd, sosteniendo el codo con una mano y la barbilla con la otra, emitió un sonido quedo en lo más profundo de la garganta.

—Eso creo. A lo mejor. No estoy seguro. —Lanzó un suspiro cargado de irritación e impaciencia—. Intento recordar. Sólo vi la referencia una vez. No puedo recordar si era una teoría que leí o si era el hechizo mismo… o si era únicamente una sugerencia en un libro de anotaciones, o si… Aguarda…

Clavó la mirada en las vigas del techo a la vez que entrecerraba los ojos por el esfuerzo de recordar.

—Fue antes del nacimiento de Richard, de eso al menos estoy seguro.

»Recuerdo que yo era un hombre joven. Eso significaría que tuvo que ser cuando yo estaba aquí. Hasta ahí tiene sentido. Y si yo estaba aquí…

La cabeza de Zedd volvió a descender.

—Queridos espíritus.

Rikka se inclinó hacia él.

—¿Qué? Queridos espíritus, ¿qué?

—Lo recuerdo —musitó él mientras los ojos se le abrían de par en par—. Recuerdo dónde lo vi.

—¿Dónde?

Subiéndose más las mangas por los huesudos brazos, Zedd se encaminó a la puerta.

—No importa. Me ocuparé de ello. Tú limítate a seguir patrullando, o a lo que sea. Regresaré más tarde.