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ichard agarró el brazo de Shota, deteniéndola antes de que se pudiese marchar. No podía permitir que aquello acabara de aquel modo… por más de un motivo.

—Shota, lo siento… Pero tú misma lo has dicho, es mi vida, para vivirla. Si me consideras…, aunque sea un poco…, un amigo, alguien que realmente te importa, entonces querrías que viviese mi vida como creo que debo, no como tú desearías.

La mujer respiraba agitadamente.

—Perfecto. Has hecho tu elección, Richard. Márchate. Ve y vive lo que queda de tu vida.

—Vine a ti porque necesitaba tu ayuda.

Ella se giró por completo hacia él y le lanzó la mirada más ominosa que había visto nunca en nadie. Era la máscara inconfundible de una bruja. Casi pudo ver cómo el aire a su alrededor crepitaba.

—Te he dado ayuda, obtenida mediante un esfuerzo por mi parte que dudo muy en serio que puedas imaginar ni remotamente. Usa esa ayuda como desees. Ahora, abandona mi hogar.

A pesar de lo mucho que deseaba en aquellos momentos hacer lo que ella pedía, a pesar de lo mucho que deseaba no tener que presionarla, había acudido allí por un motivo y ella todavía no lo había tratado. No iba a marcharse hasta que ella lo hiciera.

—Necesito tu ayuda para encontrar a Kahlan.

La mirada de la mujer se tornó aún más fría.

—Si eres sensato, usarás la información que te he dado para permanecer con vida tanto tiempo como puedas para ayudar a derrotar a Jagang, o para ir en pos de fantasmas… ya no me importa. Simplemente, márchate, antes de que descubras por qué los magos temen entrar en mi hogar.

—Dijiste que tu habilidad te permite ver acontecimientos en el fluir del tiempo. ¿Qué ve tu habilidad sobre mí en el futuro?

Shota permaneció en silencio un momento antes de desviar por fin los ojos de su fija mirada.

—Por algún motivo, el río del tiempo ha quedado oculto a mí. —La mirada regresó, más decidida que nunca—. ¿Lo ves? No puedo ser de más ayuda. Ahora, vete.

Él estaba decidido a no permitirle eludir el tema.

—Sabes que vine aquí en busca de información, de algo que pudiese ayudarme a descubrir la verdad sobre lo que está sucediendo. Esto es importante. Es importante para más personas que simplemente tú o yo. No te cierres a mí de este modo Shota, por favor. Necesito tu ayuda.

La mujer arqueó una ceja.

—¿Desde cuándo has seguido jamás alguna de las cosas que te he dicho?

—Admito que en el pasado no siempre he estado de acuerdo con todo lo que tenías que decir, pero no estaría aquí si no pensara que eras una mujer astuta. Si bien algunas de las cosas que me has contado en el pasado eran ciertas, de haber hecho las cosas estrictamente a tu modo, sin usar mi propio criterio, a medida que la situación evolucionaba, habría fracasado y todos estaríamos o bien bajo el gobierno de Rahl el Oscuro o bien en el despiadado abrazo del Custodio del inframundo.

—Eso dices tú.

Richard perdió su tono indulgente a la vez que se inclinaba hacia ella.

—Recuerdas la vez que viniste a verme al poblado de la gente barro, ¿verdad? ¿La vez que me suplicaste que cerrase el velo para que el Custodio no pudiese apoderarse de todos nosotros? ¿Recuerdas que me contaste lo mucho que el Custodio quería que aquellos que poseían el don padeciesen inconcebiblemente durante toda la eternidad?

Le asestó golpecitos con el dedo, acentuando cada punto de su discurso.

—Tú no padeciste todas las cosas espantosas necesarias para detener lo que estaba sucediendo… yo sí. Tú no tuviste que combatir los horrores del Custodio para cerrar el velo… yo sí. Tú no tuviste que salvar tu propio pellejo de las garras del Custodio… yo sí.

Ella lo observaba con el entrecejo fruncido.

—Lo recuerdo.

—Tuve éxito. Te salvé de aquel destino.

—Te salvaste a ti mismo de aquel destino. Que ello me salvase también a mí no era tu propósito, simplemente una consecuencia.

Richard soltó aire, intentando ser paciente.

—Shota, sé que tienes que saber algo sobre esto… algo sobre lo que le ha sucedido a Kahlan.

—Te lo he dicho, no recuerdo a ninguna mujer llamada Kahlan.

—Sí, y el motivo es que algo va terriblemente mal y me doy cuenta de eso porque tú no la recuerdas, pero tienes que saber algo que me ayude en mi búsqueda de la verdad; algún pedazo de información que me ayude a descubrir la verdad sobre lo que está sucediendo en realidad.

—Y esperas que sencillamente puedes penetrar en mi casa sin ser invitado, poner mi vida en peligro, hacer tu numerito y conseguir no importa qué habilidad mía, que quieras para ti.

Richard la contempló fijamente. No había negado que supiese algo que pudiera ayudarle, y comprendió que realmente había estado en lo cierto respecto a ella.

—Shota, deja de adoptar poses y deja de actuar como si te estuviese exigiendo cosas injustamente. Jamás te he mentido y lo sabes. Te estoy diciendo que esto es importante también para ti, tanto si te das cuenta como si no. Por todo lo que yo sé, podría ser algo que el Custodio ha iniciado para poder hacerse con todos nosotros. Necesito cualquier información que puedas darme para impedir el éxito de lo que sea que esté yendo mal. No estoy jugando. ¡Quiero lo que tú sabes!

—¿Y crees que tal exigencia te da derecho a ello? —Entrecerró los ojos—. ¿Crees que sólo porque tengo algo, esa supuesta necesidad tuya significa que debo entregar lo que tenga? ¿Que tienes derecho a cualquier parte de mi vida que creas que necesitas? ¿Piensas que mi vida no es mía, sino que estoy aquí para servirte? ¿Crees que mi vida no significa nada excepto para estar a tu disposición cuando te dignes hacer uso de mí? ¿Piensas que puedes entrar aquí y exigir, pero cuando yo me atrevo a pedir algo, entonces eres tú quién se indigna?

—No estaba indignado —replicó él, intentando refrenar el tono de voz—. Aprecié la sinceridad de tu oferta. Comprendo muy bien la sensación de estar solo. Pero si eres la mujer que creo que eres, no me querrías tampoco si mi corazón no estuviese puesto en ello. Mereces tener a alguien que pueda amarte. Lo siento, Shota, pero no puedo mentir y decirte que puedo ser ese alguien para ti. Al final no haría más herirte de un modo más terrible. No puedo mentirte. Ya estoy enamorado de otra.

»E incluso si ya lo supieses, ¿realmente querrías a alguien que se mostrase tan indiferentemente infiel como para aceptar tal oferta en el acto? Creo que lo que realmente quieres es a alguien que sea tu igual, un auténtico compañero en tu vida, alguien con quien compartir las maravillas de la vida. No creo que quieras de verdad la vacía recompensa de un perro faldero. Creo que ya sabes que un perro faldero no puede proporcionarte auténtica dicha.

»Si yo te importo, si hiciste tal oferta porque realmente te importo, si eras sincera, entonces ayúdame.

Ella no dio la impresión de tener intención de responder, así que insistió:

—Shota, necesito saber cualquier información que puedas darme. Es importante. Tan importante como lo era para ti cuando viniste a pedirme que sellara la brecha en el velo. No sé lo suficiente para resolver este problema. Si fracaso, temo que todos perderemos. No tengo tiempo para juegos. Necesito la información que posees.

—¿Cómo osas hacerme una exigencia tan arrogante? Ya te lo he dicho, ya te he dado mi respuesta. Es mi habilidad, mi vida. No tienes derecho a ella.

Richard presionó el pulgar y el dedo medio sobre sus sienes mientras inspiraba para tranquilizarse. Comprendía de mala gana que tal vez ella tenía razón.

Le dio la espalda y se alejó unos pasos mientras consideraba qué podría hacer. Una cosa sí sabía con seguridad, no iba a marcharse sin tener toda la ayuda disponible.

—¿Estás diciendo, entonces, que sabes algo que me ayudaría en mi búsqueda de la verdad?

—Sé muchas cosas sobre una barbaridad de áreas distintas de la verdad.

—Pero sabes algo que yo necesito para poder hallar la verdad sobre lo que me trajo aquí.

—Sí.

—Lo sabía.

Dándole todavía la espalda, dijo:

—Di tu precio.

—No estarías dispuesto a pagarlo.

Se giró hacia la mujer. Ella lo observaba de un modo que le hizo sentir transparente. No pensaba irse sin la información. Era la vida de Kahlan.

Fuese lo que fuese o que tuviese que hacer para salvarle la vida, incluido renunciar a la suya, lo haría.

—Di tu precio.

—La Espada de la Verdad.

El mundo pareció pararse.

—¿Qué?

—Has pedido el precio por lo que puedo contarte. El precio es la Espada de la Verdad.

Richard se quedó paralizado.

—No puedes hablar en serio.

Las comisuras de los labios de la mujer se curvaron de un modo apenas perceptible.

—Oh, pero sí lo hago.

Allá, entre los árboles, Richard vio que Samuel se ponía en pie, muy atento.

—¿Para qué quieres la espada?

—Preguntaste el precio, ya te lo he dicho. Lo que quiera hacer con el pago una vez que haya sido satisfecho no es asunto tuyo.

Richard sintió cómo le corrían gotas de sudor entre los omóplatos.

—Shota…

No parecía capaz de moverse, o hablar. Aquello no era en absoluto lo que había esperado.

Shota le dio la espalda e inició la marcha hacia la calzada.

—Adiós, Richard. Ha sido agradable verte. No regreses.

—¡Espera!

Shota se detuvo para mirar atrás, ondas de su pelo castaño rojizo centellearon bajo un haz de dorada luz solar.

—Sí o no, Richard… Te he dado suficiente de mí misma sin recibir nada a cambio. No te daré más. Si quieres esto, pagarás por ello. No volveré a ofrecerte la oportunidad.

Lo contempló un momento y luego empezó a girarse otra vez. Richard apretó los dientes.

—De acuerdo.

Ella se detuvo.

—¿Accedes, entonces?

—Sí.

Se volvió para quedar de cara a él, aguardando.

Richard alzó las manos inmediatamente para quitarse el tahalí pasándolo por encima de su cabeza. Cara saltó frente a él y le agarró la muñeca con ambas manos.

—¿Qué creéis que estáis haciendo? —gruñó, y el rojo traje de cuero brilló bajo la luz baja del sol como si quisiera hacer juego con el fuego de sus ojos.

—Shota sabe algo sobre todo este lío —le dijo él—. Necesito saber lo que puede contarme. No sé qué otra cosa hacer. No tengo ninguna elección.

Cara retiró una mano de su muñeca para presionar los dedos contra la propia frente, mientras intentaba ordenar sus ideas, tranquilizar su respiración acelerada.

—Lord Rahl, no podéis hacer esto. No podéis. No pensáis con claridad. Os dejáis llevar por la pasión del momento, la pasión de querer algo que pensáis que ella tiene. Se os ha metido en la cabeza que tenéis que conseguirlo sea como sea. Ni siquiera sabéis qué ofrece. Enojada como está con vos, lo más probable es que no tenga nada de auténtico valor.

—Tengo que saber algo que me ayude a encontrar la verdad.

—Y no existe seguridad de que esto lo haga. Lord Rahl, escuchadme. No pensáis con claridad. Os lo digo, el precio es demasiado alto.

—No existe un precio demasiado alto por la vida de Kahlan… en especial si el precio es simplemente un objeto.

—No es su vida la que estaréis comprando. Es simplemente la palabra de una bruja de que puede contaros algo útil; una bruja que quiere haceros daño por rechazarla. Vos mismo dijisteis que nada de lo que os ha contado antes resultó ser del modo en que ella dijo. Esto no será diferente. Perderéis vuestra espada y no será por nada de valor.

—Cara, tengo que hacerlo.

—Lord Rahl, esto es una locura.

—¿Y que sucede si soy yo quien está loco?

—¿De qué habláis?

—¿Y si todos vosotros tenéis razón y realmente no existe ninguna Kahlan? ¿Y si estoy loco? Incluso tú piensas que lo estoy. Necesito saber lo que Shota puede decirme. Si estoy equivocado sobre todo lo que creo, entonces ¿de qué le va a servir una espada a un demente? Si todos vosotros tenéis razón sobre que sufro delirios, entonces ¿qué bien puedo hacerle a nadie? ¿De qué le sirvo a nadie si estoy loco? ¿Para qué sirvo?

Los ojos de la mord-sith estaban llenos de lágrimas.

—No estáis loco.

—¿No? ¿Entonces crees que realmente existe una mujer llamada Kahlan y que estoy casado con ella? —Cuando ella no contestó, él le quitó la otra mano de su muñeca—. Ya pensaba yo que no.

Cara giró enfurecida hacia Shota, apuntándola con su agiel.

—¡No puedes coger su espada! ¡No es justo y lo sabes! Te estás aprovechando de su estado. ¡No puedes coger su espada!

—El precio que he pedido es una insignificancia… La espada ni siquiera es suya. Jamás lo fue.

Shota hizo una seria con el dedo. Samuel, observando desde las sombras, correteó hacia ellos.

Cara se colocó entre Richard y Shota.

—El Primer Mago se la entregó a lord Rahl. A lord Rahl se le nombró para el puesto de Buscador y se le entregó la Espada de la Verdad. ¡Es suya!

—¿Y dónde crees que obtuvo el Primer Mago la espada? —Shota señaló con un dedo coronado por una larga uña pintada de rojo en dirección al suelo—. La obtuvo aquí. Vino aquí, a mi hogar, y la robó. Ahí es donde Zedd consiguió la espada.

»Richard no la lleva por derecho, sino porque fue robada. Devolvérsela a su dueño legítimo es una pequeña penitencia por lo que quiere saber.

Cara mostró una expresión peligrosa en los ojos mientras alzaba su agiel. Richard le sujetó la muñeca con suavidad y le bajó el brazo antes de que iniciara algo que sabía que podía volverse rápidamente muy desagradable. No estaba seguro del resultado de tal enfrentamiento, pero no quería arriesgarse a perder lo que Shota podía contarle… o arriesgarse a perder a Cara.

—Hago lo que debo —dijo a Cara con voz sosegada—. No hagas esto más difícil de lo que ya es.

Richard había visto a Cara en toda clase de estados de ánimo. La había visto feliz, triste, desalentada, resuelta y enfurecida, pero hasta aquel momento jamás había visto su cólera concentrada de un modo tan intenso, tan deliberado, tan directo sobre él.

Y entonces tuvo una repentina visión de la mord-sith dominada por cruel cólera en una ocasión, hacía mucho tiempo.

No podía permitirse verse distraído por un recuerdo como aquel justo entonces y lo apartó con energía de su mente. Esto tenía que ver con Kahlan, y con el futuro, no con el pasado.

Samuel, no muy lejos detrás de las faldas de su ama, permanecía en silencio, observando, los ávidos ojos clavados en la empuñadura de malla de metal entretejido.

Sosteniendo la refulgente vaina de oro y plata en ambas manos, junto con el antiguo tahalí de cuero labrado, Richard la alzó en dirección a Shota. La mujer hizo un movimiento para tomarla.

—La espada pertenece a Samuel, mi leal compañero —Sonrió triunfal—. Entrégasela a él.

Richard se quedó petrificado. No podía dejar que Samuel tuviese la Espada de la Verdad. Sencillamente no podía.

Se preguntó entonces exactamente para qué pensaba él que Shota querría la espada si no era para dársela a Samuel. Imaginó que había estado intentando no pensar en lo que significaba en realidad entregarla a Shota.

—Pero la espada lo volvió así. Zedd me contó que la magia de la espada le hizo eso, lo convirtió en lo que es ahora —dijo Richard.

—Y cuando recupere lo que le pertenece, será quien fue en una ocasión, antes de que tu abuelo se la robase —repuso Shota.

Richard conocía el carácter de Samuel. Por lo que él sabía, Samuel era capaz de cualquier cosa, incluso de asesinar, de modo que difícilmente podía entregar algo tan peligroso como la Espada de la Verdad a alguien así.

Demasiadas personas como Samuel habían llevado la espada, habían peleado por ella, se la habían robado unos a otros, la habían vendido al mejor postor, quien a continuación se convertía en un Buscador cuyos servicios se vendían a cualquier causa repugnante que pudiese pagar el precio. En las sombras pasó de mano en mano, utilizada para propósitos inmundos y violentos. Cuando Zedd consiguió recuperar por fin la Espada de la Verdad y entregarla en su momento a Richard, el Buscador se había convertido en un objeto de mofa y desprecio, considerado tan sólo como un criminal.

Si le daba la espada a Samuel, volvería a ser así. Volvería a empezar todo.

Pero si no lo hacía, Richard no tenía ninguna posibilidad de detener la amenaza mucho mayor que era muy probable que anduviese suelta por el mundo, o de volver a ver a Kahlan. Aunque Kahlan era de suprema importancia para él, personalmente estaba convencido de que su desaparición auguraba una amenaza nefasta mucho más siniestra, capaz de hacer un daño potencial a una escala que temía considerar.

Su responsabilidad como el Buscador de la Verdad era para con la verdad, no para con la Espada de la Verdad

Samuel se acercó lentamente, con los ojos puestos en la espada, los brazos alargados, las palmas extendidas hacia arriba, aguardando.

—Mía, dame —refunfuñó con impaciencia mientras los odiosos ojos lo miraban con ferocidad.

Richard alzó la cabeza para mirar a Shota, quien cruzó los brazos, como para indicar que era su última oportunidad. Era la última oportunidad que Richard tenía de hallar alguna vez la verdad.

De haber sabido de cualquier otro modo de hallar una solución, sin importar lo remota que esa posibilidad pudiese ser, habría vuelto a coger la espada y corrido ese riesgo. Pero no podía perder esa ocasión, perder la información que tuviera Shota. No podía hacer otra cosa.

Con manos temblorosas, Richard tendió la espada al frente.

Samuel, que no estaba dispuesto a aguardar los últimos segundos que mediaban para que llegase hasta él, se abalanzó al frente y le arrebató el arma, aferrando finalmente el ansiado objeto contra el pecho.

En cuanto la tuvo, una expresión extraña apareció en su rostro. Echó un vistazo arriba a los ojos de Richard, con los suyos abiertos de par en par por el asombro y la boca colgando abierta. Richard era incapaz de imaginar qué veía Samuel como resultado de tener en sus manos la Espada de la Verdad, y pensó que tal vez estaba sólo anonadado al darse cuenta de que realmente volvía a tenerla.

De improviso, Samuel salió disparado, desapareciendo a toda velocidad en el interior de los árboles. La Espada de la Verdad volvía a estar una vez más entre las sombras.

Richard se sentía desnudo y aturdido. Miró a lo lejos, en la dirección que Samuel había tomado. Deseaba ahora haber matado al compañero de Shota la primera vez que éste lo había atacado, y Samuel lo había atacado más de una vez. Richard había dejado escapar aquellas oportunidades.

Dirigió una dura mirada a Shota.

—Si hace daño a alguien, pesará sobre tu conciencia.

—No fui yo quien le dio la espada. Lo hiciste tú por voluntad. No te retorcí el brazo ni usé mis poderes para obligarte. No intentes desprenderte de la responsabilidad de tus propias elecciones y acciones.

—Y yo no soy responsable de sus acciones. Si hace daño a alguien, me ocuparé de que esta vez pague por sus crímenes.

Shota paseó una veloz mirada por los árboles.

—No hay nadie aquí a quien pueda hacer daño. Tiene su espada. Es feliz ahora.

Richard lo puso seriamente en duda.

Con silenciosa furia, devolvió la atención a la cuestión que tenía entre manos. No quería escuchar más excusas de la mujer, así que fue directamente al grano.

—Tienes tu pago.

Ella lo miró fijamente un buen rato, el rostro inescrutable. Finalmente, en voz queda, pronunció tres palabras:

—Cadena de Fuego.

Se giró y empezó a andar hacia la calzada.

Richard la agarró del brazo y le hizo darse la vuelta.

—¿Qué?

—Querías lo que yo sé que puede ayudarte a encontrar la verdad. Te lo he dado: Cadena de Fuego.

Richard no podía creerlo.

—¿Cadena de Fuego? ¿Qué significa?

Shota se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Únicamente sé que eso es lo que necesitas saber para descubrir la verdad de todo esto.

—¿Qué quieres decir con que no tienes ni idea? No puedes limitarte a darme un nombre que no he oído nunca y luego irte. Eso no es un canje justo por lo que te he dado.

—De todos modos, ése es el acuerdo que hiciste, y yo he respetado mi parte del trato.

—Tienes que decirme qué significa.

—No sé lo que significa, pero sí sé que vale el precio que pagaste.

Richard no podía creer que hubiese accedido a un trato en el que no obtenía nada de valor a cambio. No estaba más cerca de encontrar a Kahlan de lo que había estado antes de ir a ver a Shota. Sintió ganas de sentarse en el suelo allí mismo y darse por vencido.

—Nuestra transacción ha concluido. Adiós, Richard. Por favor, vete. No tardará en oscurecer. Puedo asegurarte que no te gustaría estar aquí cuando oscurezca.

Shota empezó a caminar por la calzada que conducía a su palacio, allá, a lo lejos. Mientras la contemplaba alejarse, Richard se reprendió por abrazar el fracaso sin ni siquiera intentar conseguir el éxito. Ahora sabía algo que estaba vinculado al misterio. Era una pieza del rompecabezas, una pieza de la solución, tan valiosa que anteriormente sólo la había conocido una bruja, y que le confirmaba que Kahlan era real. Se dijo que estaba un paso más cerca, que tenía que creer eso.

—Shota —la llamó Richard.

Ella paró y se dio la vuelta, aguardando para escuchar lo que pudiera decirle, dando la impresión de que esperaba una diatriba.

—Gracias —dijo él con voz sincera—. No sé qué bien me hará conocer esas palabras, pero gracias. Al menos me has dado una razón para seguir adelante. Cuando vine aquí, no tenía ninguna. Ahora la tengo. Gracias.

Ella lo miró fijamente, y él no consiguió imaginar qué podría estar pensando.

La mujer retrocedió lentamente un paso en dirección a él. Entrelazó las manos ante ella, mirando al suelo por un momento antes de clavar la mirada en el vacío en dirección a los árboles, al parecer reflexionando sobre algo.

Por fin, habló:

—Lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado.

—¿Lleva mucho tiempo enterrado? —preguntó él con cautela.

—No puedo decirte qué significa eso tampoco. Las cosas acuden a mí con relación a asuntos, problemas, preguntas. Soy la portadora de la información, el canal podrías decir. No soy la fuente. No puedo decirte el significado, pero puedo decirte que lo que buscas lleva mucho tiempo enterrado.

—Cadena de Fuego… y buscar algo que lleva mucho tiempo enterrado —repitió Richard a la vez que asentía—. Entendido. No lo olvidaré.

La frente de la mujer se crispó, como si algo más acabase de acudírsele.

—Debes encontrar el lugar de los huesos en la Profunda Nada.

Richard sintió que las piernas se le ponían de carne de gallina. No tenía ni idea de qué era la «Profunda Nada», pero no le gustaba como sonaba, o como sonaba lo de buscar huesos. Rehusó considerar las funestas implicaciones.

Shota regresó a la calzada e inició la marcha en dirección a su palacio. No había dado más de una docena de pasos cuando se detuvo y volvió la cabeza. Sus ojos sin edad se encontraron con la mirada de Richard.

—Guárdate de la víbora con cuatro cabezas.

Richard ladeó la cabeza, expectante.

—No sé lo que significa eso… la víbora con cuatro cabezas.

—Tanto si te das cuenta como si no en estos momentos, te he ofrecido un trato justo. Te he dado las respuestas que necesitabas. Eres el Buscador… o al menos lo eras. Tendrás que descubrir lo que significan esas respuestas.

Dicho eso, se dio la vuelta por última vez y se alejó a través de la dorada luz por la larga calzada.

—Vámonos —dijo Richard a Cara—. No me gustaría descubrir por qué no querremos estar aquí cuando oscurezca.

Cara le dirigió una mirada gélida.

—Yo diría que tiene algo que ver con un maníaco asesino que empuña una espada letal.

Richard supuso que podría tener razón. Samuel no se contentaría con el simple hecho de tener la espada; era probable que quisiese eliminar a su legítimo dueño y de ese modo cualquier posibilidad de que Richard pudiese reclamarla o recuperarla.

A pesar de lo que Shota había dicho, el auténtico ladrón había sido Samuel. La Espada de la Verdad era la responsabilidad del Primer Mago, pues era él quien nombraba a los Buscadores y les daba la espada. Ésta no pertenecía a quienquiera que pudiera poseerla a través de cualquier medio, pertenecía al Buscador auténtico, nombrado por un mago, y ése era Richard.

Con nauseabundo pavor, comprendió que había traicionado la confianza que su abuelo había depositado en él cuando había entregado la espada a Richard.

Pero ¿qué valor podría tener la espada para él si conservarla significaba que Kahlan perdería la vida?

No había nada que tuviese más valor para él.