Prólogo
Prólogo
La demacrada figura del rey Tithian I se arrastraba por su antecámara a cuatro patas, los miembros extendidos a los costados y moviéndose con el ritmo inconexo de un insecto. La parte inferior de su mandíbula no dejaba de moverse, como si masticara un pedazo de rama de espino, y sus ojos vidriosos permanecían fijos en las losas del suelo. El rey llegó a una de las esquinas y procedió a ascender por la pared con la ayuda de las patas hasta quedar más o menos derecho. Dedicó unos instantes a intentar alzarse un poco más, volvió a caer bruscamente al suelo y continuó su viaje en una nueva dirección.
Dos cabezas sin cuerpo seguían al rey en su deambular por la habitación, flotando a un metro del suelo y estudiando con expresión preocupada las acciones del monarca. Una de ellas poseía una piel apergaminada y cenicienta, con facciones hundidas y labios correosos y agrietados. La otra estaba abotargada, con mejillas tumefactas, ojos tan hinchados que no eran más que estrechas rendijas, y una boca llena de dientes rotos y grisáceos. Ambas llevaban las ásperas melenas sujetas en una especie de moño alto, y tenían la parte inferior del cuello cosida con hilo.
La mente de la bestia controla la mente de Tithian, conjeturó la cabeza abotargada, utilizando el Sendero para transmitir sus pensamientos mentalmente. Ya te dije que no estaba preparado para algo tan peligroso, Wyan.
Mentiroso. No dijiste nada, replicó Wyan. Pero tampoco importa demasiado, Sacha. Si Tithian no puede escapar de la mente del kank, no nos servirá de nada.
Aunque se daba cuenta de que las cabezas conversaban entre sí, Tithian no comprendía el significado de sus palabras. Diez días atrás, había utilizado el Sendero de lo Invisible para establecer contacto mental con un kank, con la intención de espiar a un adversario que iba a salir de la ciudad montado en el animal. No obstante, al ir a ampliar el contacto, los estrafalarios sentidos de la criatura lo habían desorientado, permitiendo así que la esencia natural del ser se apoderara de su cerebro. En estos momentos, la parte más primitiva del intelecto de Tithian creía que este era un kank: un insecto dos veces el tamaño de un hombre, con seis patas tubulares, una envoltura de quitinosas placas negras, y un par de antenas cerdosas sobre la cabeza.
Tithian sintió un extraño retumbo bajo las axilas, donde, en un kank, un par de membranas cilíndricas actuaban como oídos. Los sonidos rodaron por su torso en tonos ahogados que reconoció vagamente como la voz de Sadira, una de las tres personas a las que espiaba. Tal y como le sucedía con Sacha y Wyan, las palabras le resultaban un revoltijo sin sentido.
La parte racional del cerebro de Tithian, la diminuta chispa de intelecto que sabía que era un monarca en lugar de un kank, deseaba comprender lo que se decía. Era ese el motivo por el que en un principio había unido su mente a la de la bestia, y, no obstante el revés, el rey seguía decidido a llevar a término su plan.
Tithian concentró su mente racional en el núcleo de su ser, ese espacio donde las tres energías del Sendero —espiritual, mental y física— convergían en una tempestad de fuerza mística. Visualizó un cordón de fuego dorado deslizándose desde este nexo hasta el interior de su cerebro. A los pocos instantes sintió cómo un extraño cosquilleo le recorría el cuerpo, y, aunque sabía que eso lo fatigaría, continuó extrayendo energía hasta que incluso los dedos de manos y pies ardieron rebosantes de poder. Si deseaba vencer los instintos de la bestia, necesitaría todo el poder que pudiera reunir.
Cuando llegó a un punto en que le pareció estar a punto de estallar, Tithian utilizó la energía para imaginarse a sí mismo en el interior de su propia cabeza: un hombre demacrado, de facciones afiladas y nariz aguileña, la larga cabellera castaña rodeada por la dorada diadema de Tyr.
El insecto replicó al momento a la maniobra, haciendo aparecer en el sucio terreno gris de la mente del rey la imagen de un kank. El animal atacó rápidamente, abriendo las mandíbulas y lanzándose al frente para atrapar a su presa. Tithian se apartó de un salto; cayó al suelo y rodó lejos del alcance del animal. Cuando volvió a incorporarse, la criatura giraba ya para atacarlo otra vez.
El rey imaginó que un par de alas brotaban de su espalda, y un nuevo hormigueo le recorrió el cuerpo al brotar aún más energía de su nexo; a poco, hicieron su aparición los nuevos apéndices. El kank arremetió, y Tithian agitó las nuevas alas con furia, con lo que consiguió elevarse del lóbrego suelo justo a tiempo de evitar el ataque de las pinzas de su adversario, que se cerraron con un chasquido bajo sus pies.
Antes de que la tonta criatura se diera cuenta de adonde había ido, el rey descendió sobre su lomo y la agarró con fuerza de las antenas. El kank dio un salto en el aire, intentando lanzar al suelo a su molesto jinete, pero Tithian se sujetó con fuerza y tiró violentamente de los cerdosos apéndices que tenía en las manos.
La bestia regresó al suelo chillando de dolor y alarma. Sus antenas estaban conectadas directamente a los nervios de la cabeza, y cualquier ataque contra aquellos apéndices cruciales resultaba devastador. El kank dobló hacia adentro las tres patas de su costado izquierdo, en un intento de rodar de lado y aplastar a su jinete.
Tithian ya lo esperaba. Extrayendo una vez más energía de sí mismo, imaginó que el terreno del interior de su mente se convertía de suelo sólido en neblina. El corazón le dio un vuelco, y, de improviso, tanto él como su montura se encontraron cayendo a través de una bruma gris. El rey siguió tirando de las antenas del kank, afirmando mediante la continuada presión que era él el amo del animal. El kank se debatió tan sólo unos pocos instantes más antes de resignarse a la dominación de Tithian.
El monarca no tuvo que esperar mucho tiempo para comprobar que había vencido los instintos de la criatura. Apenas si había dejado de debatirse el kank cuando en sus membranas auditivas resonó una voz familiar. Esta vez, con el propio cerebro en pleno control de sus percepciones, Tithian comprendió las palabras.
—¿Qué le pasa a tu kank? —Se trataba de Rikus, uno de los hombres que acompañaban a Sadira.
—No lo sé —respondió Sadira—. Se volvió loco e intentó desmontarme. Nunca había oído nada semejante.
Incapaz de distinguir entre lo que sucedía dentro y fuera de su mente, el kank había reaccionado de forma física al ataque de Tithian, de modo que el monarca tuvo que palmear ligeramente las antenas del insecto atrapado en su cerebro para tranquilizarlo, con la esperanza de mitigar cualquier inquietud que Sadira pudiera sentir sobre el comportamiento de su montura. Tanto el insecto de su mente como la auténtica criatura, aquella en que iba montada la joven, se pusieron en marcha.
—Lo que sea que lo trastornara parece haber desaparecido —observó el segundo acompañante de Sadira, el noble Agis de Asticles—. Sigamos. Kled debe de estar cerca, y estoy ansioso por conocer a Er’Stali. Por lo que cuenta Rikus, sabe tanto como cualquier sabio de Tyr.
—Eso yo no puedo juzgarlo —dijo Rikus—. Todo lo que sé es que es el único hombre vivo que ha leído El libro de los reyes de Kemalok.
—¿Sabes con certeza que todavía sigue en Kled? —inquirió Agis.
—Desde luego —aseguró Rikus a su amigo—. Su conocimiento del libro es todo lo que queda de la historia de los enanos. Todo el pueblo daría su vida antes de darle motivos para marcharse… o permitir que algo lo matara.
Aunque los dos hombres se encontraban sólo a pocos metros de la montura de Sadira, Tithian no los veía más que como una mancha borrosa. Un kank únicamente podía enfocar objetos muy cercanos, por lo general el suelo rocoso sobre el que avanzaba. Cualquier otra cosa parecía parte de una nebulosa cortina de formas y colores, en la que el más mínimo movimiento hacía que una llamarada de luz centelleara ante sus ojos.
Debido a que el campo visual de un kank no incluía a su jinete, Tithian no veía a Sadira, pero a pesar de ello, era más consciente de su presencia que de la de Rikus o Agis. A través de la mente del animal, notaba el peso de la joven sobre el lomo, extendido todo a lo largo de la sección de caparazón quitinoso que le recubría el tórax. También podía olería, pues la cerdosas antenas del insecto estaban cargadas del aroma acre de la piel humana, cuidadosamente enmascarado con la fragancia de las flores del espino albar.
El trío siguió cabalgando en silencio unos instantes, tras los cuales Sadira preguntó:
—¿Estás seguro de que habrá alguna cosa en El libro de los reyes que pueda ayudamos, Rikus?
—No estoy seguro, pero es nuestra mejor posibilidad —gruñó el gladiador. Se encogió de hombros, y a Tithian le pareció como si unas luces broncíneas centellearan alrededor de los hombros del luchador—. Jamás detendremos al dragón si no le encontramos un punto flaco.
—Los conocimientos de Er’Stali son nuestra única esperanza —intervino Agis. Asintió dando la razón a Rikus, y ráfagas de luz negra aparecieron alrededor de su cabeza—. Si no puede ayudarnos, quizá no conseguiremos evitar que Tithian entregue al dragón el tributo exigido.
—¡Jamás! —exclamó Sadira—. No pienso permitir que un millar de personas vayan a una muerte tan horrible.
—¿Entonces qué harás si no se puede detener al dragón? —inquirió Rikus.
—Llamar a todo Tyr a las armas —respondió ella—. Le plantaríamos cara todos a una.
—Y moriríamos todos a una —le espetó Rikus—. Existen algunos demonios que no se pueden destruir por la fuerza… Lo aprendí en Urik.
—¿Así, pues, te rendirías? —preguntó Sadira con un dejo de amargura—. El hombre que yo recuerdo de los fosos de gladiadores de Tithian jamás habría considerado tal posibilidad.
—Porque sólo luchaba contra hombres y animales… y, si perdía ante ellos, era únicamente su propia vida la que perdía —replicó Rikus. La voz resonó con fuerza a través del cuerpo del kank… y de Tithian—. Ahora tenemos una responsabilidad mucho mayor, una responsabilidad que no podemos tomarnos a la ligera.
—Eso es cierto, Rikus —asintió Agis—. Pero tampoco podemos sacrificar un millar de vidas sin luchar. Aunque no tengamos más que una levísima esperanza de salvarlas, debemos intentarlo.
Tras esto, el noble utilizó un pequeño látigo para golpear ligeramente a su montura entre las antenas. El animal se lanzó al trote, las tubulares patas golpeando sobre el suelo de rocas mientras trotaba en dirección a Kled.
Cuando quedó claro que la conversación había tocado a su fin, Tithian retiró casi toda su atención de la mente del animal y la transfirió a su propia antecámara.
—¡Por Ral! —maldijo, y la enfurecida voz retumbó en los muros de piedra—. ¡Tendría que hacer que los mataran a todos!
—Eso te hemos dicho nosotros muchas veces —dijo Sacha, la cabeza abotargada.
—No es tan difícil de arreglar —añadió Wyan, con un brillo de expectación en los ojos.
Las dos cabezas sin cuerpo flotaron por la habitación hasta quedar frente a Tithian, y permanecieron a la altura de sus ojos cuando este se incorporó.
—¿Qué han hecho para conseguir que recobres el sentido? —preguntó Sacha.
—Están enterados de la visita del dragón —declaró Tithian.
—No resulta una sorpresa, ya que permites que coloquen agentes en tu palacio —siseó Wyan.
—Es mejor soportar espías conocidos que desconocidos —contestó el monarca—. Además, no es lo que han averiguado lo que me enfurece, sino lo que intentan hacer con esa información.
—¿Qué es?
—Negarle al dragón el tributo —respondió el rey.
—Deja que lo intenten —sugirió Wyan, mostrando los amarillentos dientes—. Morirán todos, y nadie te culpará a ti.
—No —repuso Tithian, meneando la cabeza—. Tengo mis propios planes para el dragón…, y en estos no se incluye permitir que tal estupidez lo enfurezca.
La chambelana de Tithian interrumpió en ese momento la discusión al penetrar en la estancia. Se trataba de una mujer rubia, cuyo porte majestuoso no podía camuflarse bajo el uniforme de inapreciable cota de malla.
—Disculpad la intrusión, poderoso rey —dijo, realizando una profunda reverencia.
—¿Quién te ha dicho que vinieras, moza? —exigió Sacha.
—¡Déjanos, o pagarás muy cara tu insolencia! —gruñó Wyan.
La chambelana enarcó una ceja ante la amenaza, y luego dirigió una dura mirada a las dos cabezas. Al cabo de un instante, volvió su atención a su soberano.
—El jefe halfling Nok solicita el honor de una audiencia —anunció.
Tithian reconoció el nombre, pues era Nok quien había facilitado las armas que Rikus y Sadira habían utilizado para derrocar al anterior monarca de Tyr, el rey-hechicero Kalak.
—¿Cuál es la naturaleza de su visita?
—Se niega a decirlo —respondió la mujer.
Tithian meditó sobre aquella violación de las normas de cortesía durante algunos instantes, intentando decidir si el halfling lo había hecho para insultarlo o simplemente no comprendía el protocolo civilizado.
—No estoy disponible para visitas sociales hasta mañana por la tarde —contestó por fin.
—Le sugeriré que regrese entonces —dijo la chambelana con una nueva reverencia.
Tithian la despidió con un gesto de la mano. No creía que Nok hubiera viajado tan lejos para realizar una visita de cortesía, pero jamás recibía a un visitante sin antes saber qué era lo que deseaba discutir. No era tanto una costumbre nacida de la arrogancia como un signo de perspicacia política. Un hombre que meditara con antelación sobre sus conversaciones tenía menos probabilidades de decir algo que más tarde fuera a lamentar.
Nada más pasar bajo la arcada que servía de acceso a la habitación, la chambelana se llevó la mano a la espada que le colgaba del cinto.
—Dije que esperarais en el vestíbulo —declaró con voz enojada, dirigiéndose a alguien situado fuera de la estancia.
Antes de que pudiera decir nada más, un grito de sorpresa escapó de sus labios; de su cuerpo sobresalía un ensangrentado pedazo de madera que había perforado la cota de malla como si fuera de tela. La mujer retrocedió tambaleante hacia el centro de la habitación, gorgoteando de dolor y sujetando sin fuerzas la lanza de color borgoña que le atravesaba el pecho.
Al otro extremo del asta se encontraba un halfling cubierto de grasienta pintura verde y ataviado con una capa de plumas. Una corona de helechos rodeaba la enmarañada masa de sus cabellos, un aro de oro colgaba de su nariz, y una bola de obsidiana se balanceaba de una cadena de plata que le rodeaba el cuello. Lo seguían una docena de halflings, adornados con sencillos taparrabos y empuñando pequeños arcos cargados con diminutas flechas de punta negra.
—¡Un intruso y un asesino! —siseó Wyan, clavando los entrecerrados ojos en el jefe halfling.
—¡Mátalo! —chilló Sacha, lamiéndose los labios con una larga lengua roja.
Ambas cabezas se separaron para acercarse desde diferentes lados, pero el rey hizo un rápido gesto con la mano para que se apartaran. Incluso aunque no hubiera adivinado la identidad del halfling, el arma que este sujetaba entre las manos habría advertido a Tithian que debía tener cuidado. Se trataba de la Lanza de Corazón de Árbol, la jabalina mágica que Nok había prestado a Rikus para matar a Kalak. Además de atravesar cualquier tipo de armadura, la lanza de roble protegía del Sendero a quien la empuñara, lo que significaba que Sacha y Wyan resultarían tan inútiles contra él como un par de mosquitos.
El monarca volvió su atención al halfling.
—¿Cómo has conseguido pasar entre mis centinelas? —inquirió.
—De la misma forma que con tu chambelana —respondió el halfling, arrancando la lanza del cuerpo de la mujer. Esta se desplomó en el suelo y no se movió—. ¿Crees realmente que tus guardas son lo bastante poderosos como para impedir que Nok vaya a donde desee?
—Claro que no; pero sí esperaba que me demostrases la cortesía de no asesinarlos —replicó Tithian.
Aunque lo sorprendía que los halflings se hubieran atrevido a matar a sus centinelas, lo que más asombraba al monarca era que lo hubieran hecho tan silenciosamente. Al parecer, las leyendas con respecto a su habilidad para la caza no eran exageraciones.
Al ver que Nok no contestaba, Tithian siguió:
—Ahora dime por qué has invadido mi intimidad.
—La mujer llamada Sadira —dijo el halfling, frunciendo el entrecejo ante el tono del rey—. Debes entregármela.
—¿Y por qué debo hacer eso? —exigió Tithian.
Nok hizo girar la Lanza de Corazón de Árbol y la apretó contra la caja torácica de Tithian. La punta penetró en la carne con anormal facilidad, y un delgado hilillo de sangre resbaló por el abdomen del rey.
—¡Porque lo exijo! —masculló el halfling.
Tithian bajó una mano y apartó suavemente la lanza.
—Tienes mucho que aprender sobre diplomacia —declaró sin inmutarse, sosteniendo la torva mirada del halfling con ojos firmes—. Pero da la casualidad de que Sadira se está poniendo pesada. Dejaré que te quedes con ella… siempre y cuando la captures.
—No me fiaría de que lo hicieras por mí —respondió el halfling, contemplando desdeñoso a Tithian—. ¿Dónde está?
El monarca dedicó a Nok una sonrisa de altivez antes de responder:
—En el desierto. Un cazador de tu talla no tendría que tener problemas para localizarla.