Epílogo
3 de Eleasias, Año de la Magia Desatada
En cuanto el Enclave de Refugio terminó de bambolearse le llegó a Malygris, el Suzerain Azul del Anauroch, la llamada. Aunque era necesario un poderoso acto de voluntad para resistirse a la llamada del Supremo, el dracolich se demoró en el lugar donde estaba apostado esperando a ver si el hilo de sombra que unía al enclave con el lago oscuro que había debajo se disolvía o si la montaña invertida se elevaba hacia el lugar que antes ocupaba en lo alto del cielo. Al ver que ninguna de las dos cosas sucedía, Malygris se dignó responder. Elevando su descarnada magnificencia del pico donde había estado posado, voló a la ciudad.
Antes de entrar en la cueva donde siempre lo recibía el Supremo, Malygris dio una vuelta por encima del enclave y se encontró con que la magnífica metrópolis se habría degradado de la noche a la mañana convirtiéndose en una ciudad triste de casuchas y chozas. El palacio del Supremo, cuya grandeza lo había asombrado incluso a él, era apenas algo más que un campo yermo a la luz del sol del Anauroch, con un arco solitario para indicar la entrada y un puñado de pozos de escalera que bajaban al subsuelo.
Cuando Malygris entró finalmente en la Puerta de la Cueva, se encontró a Telamont Tanthul esperando junto a una pila de cabezas recién cortadas cuya extensión bastaba para sostener a un dragón. El hedor era insoportable, pero se disiparía tras una década de curado. Aunque trató de que no se notase, Malygris estaba impresionado. La próxima vez que los malditos sacerdotes del Culto del Dragón acudiesen a su guarida con algún encargo, iba a estar encantado al observar las caras que pondrían al ver su nuevo nido.
Malygris estaba tan agradecido que en lugar de obligar al Supremo a acercarse a él, como venía siendo habitual, el dracolich se posó frente a la sombra. Los ojos de platino de Telamont parecían menos brillantes, pero había algo que hablaba más a las claras de su agotamiento.
—¿Has estado ocupado, todopoderoso? —preguntó Telamont.
—Eso no es de tu incumbencia. —Malygris alzó el hueso de su hocico hacia la pila de cabezas—. ¿Tienes ofrendas?
El Supremo hizo un gesto de asentimiento y señaló con una manga vacía hacia la pila. No dio muestras de haberse dado cuenta de que se estaba poniendo a prueba su confianza.
—El Culto del Dragón —dijo la sombra.
Malygris se quedó boquiabierto.
—¿La totalidad del culto?
—Sólo los tontos que sabían de tu esclavitud.
—¿Todos? ¿Estás seguro? —preguntó Malygris. Casi no daba crédito a sus oídos—. ¿Soy libre?
Telamont inclinó la cabeza.
—¿Acaso no me dijiste que era imposible liberarme del Culto?
—Eso fue entonces —respondió Telamont—. Actuamos cuando pudimos estar seguros.
—Y cuando más necesidad teníais —dijo Malygris volviéndose hacia la entrada de la cueva—. Podéis llevar las cabezas a mi guarida.
Extendió las alas, pero le resultó imposible levantar el vuelo. La voluntad de Telamont pesaba de tal modo sobre él que pensó que podría romperle los huesos más pequeños de las alas, y se encontró expresando ideas que había pretendido mantener en el terreno de lo privado.
—He visto la auténtica cara de Refugio, y ya no siento admiración. —Trató de quedarse en eso, pero la voluntad de Telamont lo incitó a seguir adelante—. Los mamíferos a los que llaman Elegidos están retirando tus mantas del Hielo Alto, y los demás reinos de los sangre caliente no tardarán en recuperar su fuerza. Creo que no pasará mucho tiempo antes de que tu ciudad se desplome sobre el lago o vuelva a refugiarse en la sombra.
—Te equivocas, amigo mío, pero no voy a discutir contigo.
Telamont señaló un punto en el suelo, junto a sus pies, y Malygris no pudo por menos que acercarse y apoyar su magnífica cabeza en la fría piedra. De repente pensó en el amuleto que los sacerdotes del culto usaban para controlarlo, pero no vio que colgara del cuello del Supremo. Telamont Tanthul tenía su propia magia.
—Refugio está aquí y aquí permanecerá.
—Refugio está aquí y aquí permanecerá —repitió Malygris a su pesar.
—Nosotros tenemos muchos enemigos, pero eso es algo a lo que estamos acostumbrados.
—Nosotros tenemos muchos enemigos… —Malygris trató de resistirse a decir el «nosotros», pero la voluntad del Supremo pesaba tanto como todos sus montones de monedas—…, pero eso es algo a lo que estamos acostumbrados.
—Refugio prevalecerá como de costumbre, ocultándose en la oscuridad y atacando desde las sombras.
La resistencia de Malygris se derrumbó y se encontró repitiendo las palabras por su propia voluntad.
—Refugio prevalecerá como de costumbre, ocultándose en la oscuridad y atacando desde las sombras.
—Bien —dijo Telamont. Alzó la manga y rodeó con cinco zarcillos de fría sombra el cuerno del hocico de Malygris—. Juntos triunfaremos.
Esta vez, cuando habló, Malygris lo hizo convencido de lo que decía.