Capítulo 3
12 de Flamerule, Año de la Magia Desatada
La ladera este del monte Untrivvin se erguía a mil quinientos metros, una superficie amenazante de roca y hielo oculta tras una cortina de vapor blanco y lechoso cuya forma apenas se entreveía como una cuña gris plomiza contra un brillante cielo del mismo color. Frente a la montaña podía verse un borroso cendal de oscuridad que flotaba como un perezoso óvalo a un tercio de la altura de la misma. Cuando el borrón llegó al final de su recorrido y giró para cambiar de dirección adoptó la forma aproximada de una cruz con un cuerpo largo y estrecho y las alas plagadas hacia atrás. Incluso sin el conjuro de visión clara que había formulado, Arr habría reconocido la figura como una de las cabalgaduras de los shadovar, un gusano-murciélago o veserab.
De modo que nos están viendo —silbó Tuuh junto a ella. Estaban de pie sobre el Hielo Alto, mirando al centinela a través de la vasta depresión de una manta de sombra shadovar—. No tendremos que esperar mucho.
Arr se volvió hacia Tuuh. Con aquella frente ancha, la barba negra y los ojos oscuros, era un doble exacto del famoso y ciertamente conflictivo Khelben Arunsun.
—Usa la boca y habla en común —le indicó Arr—. Es posible que el explorador tenga orejas y ojos.
De ser así, es más probable que nos traiciones tú con tus palabras —replicó Tuuh insistiendo en su habla de vientos que consistía en remover el aire helado con el lenguaje sibilante de los phaerimm—. En caso de que esté escuchando, los humanos tienen problemas para reconocer nuestras voces.
—Los shadovar no son humanos.
No están lejos de serlo.
—Es posible, pero éste es mi plan, un plan aceptado por toda la Coalición de Guerra. Si fracasa, ¿de verdad quieres darles una excusa para echarte la culpa?
La Coalición de Guerra no me da miedo. —A pesar de la bravuconada, Tuuh empezó a hablar en común.
—Y si algo sale mal tú serás la única culpable. Yo me ocuparé de ello.
Tuuh se volvió, y acordándose de usar las piernas a la manera de los humanos, salió como un torbellino a través del hielo. Aunque ardía en deseos de exigir un presente de contrición, o al menos de recordarle que la Coalición de Guerra la había puesto al mando, Arr no tenía más elección que dejarlo ir. Ésta era la gran desventaja de los phaerimm, su incapacidad para trabajar por una causa común.
Todos lo sabían, por supuesto. ¿Acaso no eran todos genios, la raza más sabia que jamás hubiera habitado Toril? Pero esto no quería decir que pudieran superar su único punto débil. Los seres de tan preclara inteligencia eran demasiado impacientes con la tontería de los demás y se aburrían con harta facilidad en compañía de los suyos. Tarde o temprano, cualquier reunión de phaerimm estaba destinada a desintegrarse en una tempestad de vientos y dura magia enfrentados. Ésa era la naturaleza de su pueblo, y sólo el temor y el odio que les inspiraban los shadovar los había movido a trabajar juntos durante los oscuros meses de su confinamiento en los Sharaedim.
Pero si el plan de Arr funcionaba, si podía conseguir con sus malas artes que los shadovar y los otros reinos de dos piernas guerreasen entre sí, entonces tal vez, sólo tal vez, consiguiera mantener a su pueblo unido el tiempo suficiente para apoderarse de Evereska. Una vez que se hubieran apoderado del Mythal, con su magia nutricia, y que los phaerimm vieran que podían actuar juntos, ¿quién sabe lo que podría durar su paciencia? Tal vez Arr pudiera encontrar objetivos aún más grandiosos para unirlos. Si lo planificaba todo con cuidado y conseguía mantener el señuelo ante los ojos de sus congéneres, no la sorprendería que un día pudieran ocupar el lugar que les correspondía como amos del mundo, y ella sería el ama entre los amos. ¿Por qué no? ¿Acaso no era la más sabia y la más astuta de todos los phaerimm?
—¡Arr! —El que habló esta vez fue Beze, que había adoptado el aspecto de la amante de pelo plateado de Khelben Arunsun, Learal Mano de Plata, reproduciendo incluso el pequeño muñón que era todo lo que quedaba del brazo que Learal había perdido en los Sharaedim—. ¡Los pies!
Al mirar hacia abajo, Arr descubrió que llevaba los pies colgando sin tocar casi el glaciar. Sintió que algo ardiente cubría las mejillas de su rostro humano, después se bajó en un acto consciente de voluntad y empezó a caminar hacia el lugar que le correspondía en la fila.
—Ten cuidado con el tono, hermana —dijo Arr. Salvo por el hecho de que era un poco más alta que Beze y tenía el pelo plateado un poco más largo, su aspecto era muy parecido. Ella y Beze habían adoptado la forma de las hermanas Mano de Plata, Storm y Learal—. Recuerda quién está al frente de esta misión.
—¿Cómo podría olvidarlo? —Beze señaló con la cabeza en ambas direcciones siguiendo el empinado barranco que llevaba hasta la capa de sombra—. Tus humildes seguidores aguardan.
Arr clavó en ella los ojos el tiempo suficiente como para dejar claro que el sarcasmo no sería olvidado, a continuación miró en las dos direcciones que Beze había señalado. La manta de sombra había abierto una profunda oquedad en el hielo, y el resto de los suyos se dispersaban cuidadosamente a lo largo del borde, dejando entre uno y otro unos treinta metros.
Al igual que Tuuh, Beze y la propia Arr, los otros dos phaerimm habían adoptado el aspecto de otros tantos Elegidos de Mystra: Alustriel Mano de Plata y Dove Mano de Halcón. A Arr le hubiera gustado contar con fuerzas más numerosas, pero dado que Syluné era un fantasma que nunca abandonaba el Valle de las Sombras, que Qilué Veladorn casi nunca se inmiscuía en los asuntos de los humanos y Elminster todavía estaba perdido con La Simbul, cinco era el mayor número de Elegidos a los que podían suplantar con visos de credibilidad.
Arr esperó hasta que Beze y Ryry indicaron que todos estaban en su puesto, ya que la niebla le impedía ver a Tuuh y a Xayn, que ocupaban los extremos, y entonces alzó los brazos e inició el encantamiento. Los demás se sumaron a ella en seguida, gesticulando y entonando sílabas de extraño sonido en una imitación minuciosamente coreografiada de un conjuro humano. Por supuesto, el proceso era de una lentitud y un primitivismo absurdos, en nada comparable con la forma en que los phaerimm hacían magia, pero parecía un paso necesario para los humanos. Arr y sus compañeros se pasaron casi un minuto con esta tontería, después bajaron los brazos y simplemente pensaron el conjuro.
Apareció ante ellos una larga espada de luz mágica en forma de medialuna cuyo extremo inferior se apoyaba en el borde de la empinada pendiente que había a sus pies. Arr echó una mirada a través del banco de vapor y vio la oscura silueta del centinela que todavía se mantenía en su puesto frente al monte Untrivvin. Arr alzó el brazo y señaló hacia adelante, y, todos a una, los cinco «Elegidos» hicieron avanzar su creación por encima del banco.
El enrollador de mantas se deslizó quince metros hacia la parte inferior de la cuenca, donde su extremo inferior se introdujo debajo del borde de la manta de sombra y rápidamente la enrolló un metro hacia atrás.
Eso era todo lo que necesitaba ver el centinela. Cuando Arr volvió a mirar, el veserab desaparecía en dirección sur en medio del vapor. Arr se permitió un momento para saborear la genialidad de su plan y después hizo señas a los demás y se deslizó hacia abajo por el terreno helado hacia la manta de sombra.
En la parte inferior del pozo, se encontraron de pie en medio de quince centímetros de agua helada. Los phaerimm no estaban habituados a pasar incomodidades, pero era algo sencillo de solucionar con un poco de magia de resistencia. Pronto empezaron a empujar y el enrollador hizo su trabajo tal como Arr lo había planeado, separando la manta del hielo y plegándola sobre sí misma. Cuanto más material había, tanto más apretada la enrollaba. El único problema surgió cuando encontraron piedras ocultas bajo el hielo, un hecho sorprendentemente frecuente ya que solían caer rocas de la montaña y a continuación eran transportadas por el glaciar y enterradas por posteriores nevadas. A pesar de todo, los phaerimm no tardaron en aprender a sacar esos obstáculos del camino mediante simple magia de telequinesis. Dos horas más tarde habían progresado tanto que el monte Untrivvin bloqueaba totalmente su visión del horizonte occidental y podían oír el débil tintineo al que debía su nombre el pico, ya que en la lengua del lugar, untrivvin significaba «roca cantora».
Arr estaba empezando a temer que su plan hubiera fracasado cuando vio una línea serrada de sombras en la niebla que se cernía frente a ellos. Siguió avanzando hasta que la línea se convirtió en una hilera de guerreros shadovar, todos con armaduras y portando sus mortíferas espadas negras. Los compañeros de Arr se situaron inmediatamente tras ella, llegando por magia de teleportación en cuanto el enemigo inició el avance.
En lugar de cargar contra ellos, tal como Arr había previsto, la hilera de shadovar se detuvo a treinta pasos de la manta de sombra enrollada. Un enorme guerrero con el pelo peinado en trenzas y brillantes ojos cobrizos dio un paso adelante y levantó su espadaoscura a modo de saludo. Era el conocido como Escanor.
—Con los phaerimm otra vez libres por el mundo, pensé que los Elegidos de Mystra tendrían mejores cosas que hacer que robar el agua al Enclave de Refugio.
—Si Refugio se guardara su agua para sí, no lo haríamos —replicó Arr.
No figuraba entre sus expectativas que los shadovar estuvieran más interesados en hablar que en combatir, pero tenía que responder del mismo modo. Aunque los phaerimm nunca vacilaban a la hora de emplear la fuerza, ella y sus acompañantes debían comportarse tal como lo hubieran hecho los Elegidos, y éstos eran reacios a empezar una lucha a menos que no tuvieran otra elección.
—Vuestras mantas de sombra están inundando medio Faerun —prosiguió— y se apoderan del resto de la lluvia. Puesto que os negáis a quitarlas, lo haremos nosotros.
Escanor dio un paso hacia adelante.
—El sufrimiento de Faerun es el precio por devolver a Refugio los derechos que le son propios.
—Entonces que sea Refugio quien pague el precio —dijo Arr, tratando de ponerse en el lugar de Storm—. Vuestros derechos no son algo que concierna a Faerun.
—Lo son. Vosotros nos relegasteis al Plano de la Sombra durante diecisiete siglos. No os podéis imaginar lo que sufrimos.
—Nosotros no relegamos a nadie. —Arr se preguntaba si había hablado ya lo suficiente como para parecer uno de los Elegidos, y pensó que probablemente no fuera así. Los Elegidos hablaban mucho—. Si os marchasteis fue por vuestra propia elección.
—¿Elección? —dijo Escanor con sorna—. Fue una cuestión de vida o muerte.
—Entonces es una pena que Refugio no hubiera elegido lo segundo —repuso. La locuacidad de los shadovar no dejaba de asombrar a Arr. Seguramente sabrían tan bien como ella que iba a haber un enfrentamiento. Entonces, ¿por qué demorarlo? Les hubiera ahorrado a todos un montón de problemas.
—Eso es una grosería y una ingratitud. —Escanor pasó la vista de Arr a Ryry—. Tienes fama de ser la hermana más razonable, lady Alustriel. Sin duda os dais cuenta de que un enfrentamiento con nosotros sólo hará que haya más Tilvertons. ¿No sería mejor que dedicarais vuestras energías a ayudar a la gente de Faerun a adaptarse al nuevo clima que añadir a sus problemas uno más iniciando una guerra que no tenéis esperanzas de ganar?
—Nadie gana jamás una guerra, príncipe Escanor —replicó Ryry, sonando idéntica a Alustriel tanto por la voz como por el sentido de lo que decía—. Sólo se pierde menos que el enemigo. Teniendo en cuenta que Refugio perdió en Tilverton, suponía que lo entenderías.
—Nuestra ciudad todavía está aquí.
—Lo mismo que un centenar de las nuestras —replicó Arr—. ¿Quién crees que tiene más que perder?
Los ojos de Escanor lanzaron destellos de color anaranjado.
—La cuestión no es cuántas ciudades podéis perder, Lady Storm. —Su voz era insidiosa y sibilante, pero parecía tan feliz como al principio por estar allí hablando en vez de combatir—. La cuestión es cuántas podéis destruir. Nosotros ya hemos demostrado lo que podemos hacer.
—Y si perdéis un ejército con cada ciudad, no tendremos la menor necesidad de destruir la vuestra —dijo Arr. Mientras hablaba, recorría con la mirada la línea de los shadovar buscando a los demás príncipes—. Al llegar a la tercera o cuarta ciudad, será nuestra sin discusión.
—Hemos aprendido de nuestro error. —Escanor echó una mirada a la manta de sombra enrollada entre ellos—. Aparentemente vosotros no. Quitaréis vuestra herramienta y nos permitiréis reponer la manta de sombra. No voy a volver a pedirlo.
—¿Y si nos negamos?
—La batalla no se librará aquí —dijo Escanor—. Las que pagarán serán las ciudades de Faerun…
—Embustero.
Nada habría hecho más feliz a Arr que pensar que lo que el príncipe decía era la verdad, pero los shadovar eran demasiado astutos como para anunciar su plan por anticipado. Alzó el brazo y con un pensamiento desató el conjuro que había estado desarrollando durante la mayor parte del tiempo que había pasado confinada en los Sharaedim. Un flujo sostenido de fuego plateado-blancuzco brotó de sus dedos en dirección al príncipe, cuya protección contra conjuros lanzó un brillo negro al contacto con el fuego. La magia de sombras de su defensa desencadenó un conjuro secundario, enviando un disparo de rayo antimagia desde la cabecera del flujo de fuego.
Un agujero enorme se abrió en la protección contra conjuros de Escanor, permitiendo la entrada de la blanca corriente. El efecto fue una imitación creíble del fuego plateado de los Elegidos, y Escanor cayó gritando y envuelto en llamas.
Arr empezó a silbar una orden a sus compañeros, pero se contuvo.
—¡Vigilad a vuestras espaldas! —gritó—. Los demás príncipes…
Fue interrumpida por el estallido sibilante de un proyectil oscuro que fue a dar detrás de ella. Beze avanzó dando tumbos por encima de la manta de sombra enrollada y cayó a doce metros. De un enorme agujero abierto en su pecho salían volutas de sombra. Empezó a debatirse y a silbar de dolor, después se levantó en el aire, demasiado débil como para mantenerse pegada al suelo.
—¡Learal, no! —gritó Arr—. Baja y estate…
La palabra «quieta» se perdió entre un rugido horrible cuando la magia de batalla, tanto phaerimm como shadovar, empezó a restallar y crepitar a su espalda. La compañía de Escanor respondió con un trepidante grito de guerra antes de alzar los brazos y empezar a gesticular. Arr contraatacó levantando una pared de color reverberante ante ellos, pues los shadovar odiaban la magia prismática. Entonces se dio cuenta de que había pasado por alto los gestos y los cánticos. Intentó arreglarlo levantando el brazo y pronunciando con voz tonante una docena de sílabas de tonterías místicas antes de hacer que el muro se desplomase sobre el enemigo.
Una cacofonía de magia restallante y de gritos angustiados llenaron la hondonada durante un instante para ser repetidos a continuación por el eco en la superficie de piedra del Untrivvin y perderse luego en un murmullo sordo. Era un sonido que a Arr le encantaba, el sonido de los atónitos supervivientes tratando de recuperar el sentido y de reorganizarse.
Miró hacia atrás para comprobar que sus compañeros seguían cubiertos por sus protecciones anticonjuros lanzando magia sobre media docena de príncipes en retirada. Los barrotes de una jaula de sombra a medio terminar yacían a sus pies, fundiéndose lentamente en el agua cenagosa al dispersarse su energía no controlada.
El sonido de órdenes tajantes atrajo la atención de Arr al frente donde los supervivientes shadovar ya se habían reagrupado. Media docena de ellos estaban reunidos en torno a su príncipe presa del fuego, tratando de sofocar las llamas de plata de Arr con sus propios cuerpos. El resto, tal vez dos docenas en total, seguían a un alto guerrero en su avance, con las espadas en ristre y los ojos como gemas preciosas ardientes de rabia.
Sin olvidar esta vez formular el conjuro como lo haría un humano, Arr hizo surgir un muro de fuego.
Para cuando hubo terminado los gestos y cánticos necesarios, los shadovar casi habían llegado a la altura de donde se encontraba la forma retorcida de Beze. Normalmente, Arr no habría dudado en sacrificar a uno de los suyos en el combate, pero era evidente que las defensas de Beze habían sido sobrepasadas por el ataque del enemigo. Si las llamas la mataban volvería a su forma auténtica y revelaría la verdad sobre la naturaleza del enemigo al que se enfrentaban los shadovar.
Arr levantó el muro a espaldas de los guerreros atacantes, después echó la mano hacia atrás y cogió a Tuuh por la ropa.
—Ven conmigo, Khelben —dijo.
Pasó por encima de la manta de sombra enrollada arrastrando a Tuuh tras de sí, medio tambaleándose, medio flotando. Cuando se volvió y vio a dos docenas de furiosos shadovar a apenas diez pasos de ellos, también él se olvidó y levantó una barrera de lacerantes espadas sin recordar que debía hacer los gestos correspondientes.
¡Allak thur doog! —improvisó Arr.
El encantamiento se perdió en medio del ruido sordo de las hojas de la barrera que atravesaban las armaduras de los shadovar.
Todavía arrastrando a Tuuh tras él, Arr empezó a rodear el extremo más lejano gritando:
—¡No te olvides de quién eres, Khelben!
—Una pequeña advertencia podría resultar útil la próxima vez —respondió Tuuh—. ¿Adónde vamos?
—A ayudar a Bez… eh, a Learal.
—¿A ayudarla? —Tuuh se detuvo—. ¿Para qué?
—¡Porque se supone que es tu compañera! —dijo Arr furioso—. Y porque mi plan se irá al traste si muere y ven en qué se transforma.
Llegaron al final de la barrera. Arr echó una mirada y vio a Beze que estaba inconsciente y ahora flotaba en el aire, con los brazos estirados por encima de la cabeza y las piernas entrelazadas en lo que se parecía definitivamente a una cola. Los ocho shadovar, todos los que habían escapado al conjuro de Tuuh, permanecían atrapados entre la barrera de espadas y el muro de fuego de Arr.
El shadovar alto la vio asomarse y alzó la mano para formular un conjuro. Arr se retiró a tiempo para evitar el proyectil negro que llegó abriéndose camino desde el otro lado de la barrera, después se dejó caer sobre una rodilla y envió un rayo relampagueante contra su atacante. Lo alcanzó en el pecho y lo derribó, disipándose a continuación sin causar daño contra su protección anticonjuros. El guerrero señaló a Beze e indicó a sus seguidores que corrieran en su dirección.
Una corriente de llamas plateado-blancuzca surcó el aire por encima de la cabeza de Arr, atravesó la protección anticonjuros del shadovar y lo envolvió en llamas. Al verlo, a Arr se le revolvió algo por dentro. Ese conjuro era uno de los mejores que había creado, y aunque lo había compartido de buen grado para el buen fin de su plan, no le hacía ninguna gracia ver a otros phaerimm utilizándolo.
Arr miró la barbuda cara de Tuuh, que estaba detrás de ella.
—Espero que sea la primera vez que hayas usado mi conjuro aquí —dijo. Como los Elegidos sólo podían utilizar el fuego de plata real una vez por hora, había dado instrucciones a sus compañeros de usarlo sólo una vez—. Mi plan no funcionará si se dan cuenta…
—Es la primera vez que estos shadovar me han visto utilizarlo —dijo Tuuh—, y eso es lo que cuenta.
Levantó una mano y, pronunciando una sola sílaba, movió los dedos. Beze se elevó por encima de las cabezas de los shadovar y empezó a flotar hacia ellos. Varios guerreros echaron mano de sus espadas. Alzando las manos y pronunciando algo que se parecía vagamente a un conjuro, Arr hizo que un enjambre de feroces estrellas cobraran vida y las envió hacia el otro lado de la manta de sombra.
Se estrellaron rugientes contra los shadovar antes de que éstos pudieran volverse para ver qué era lo que producía ese ruido. Los que no tenía protección anticonjuros simplemente se desvanecieron en una erupción de humo y llamas. Los otros fueron arrastrados por la manta de sombras y atravesaron el muro de fuego que Arr había levantado antes. A juzgar por los gritos y el humo grasiento que venía del otro lado, no parecía probable que su magia protectora hubiera soportado la prueba.
—Un poco rápido para un humano, ¿no te parece? —Tuuh atrajo a Beze hacia ellos—. Pero has salvado a Beze.
—Bueno, envíala a alguna parte —ordenó Arr—, antes de que se muera y estropee mi plan.
Detrás de ellos se oyó a Ryry hablando en eólico.
El destino de tu plan ya ha sido decidido. Los shadovar se han retirado.
Arr se volvió y vio a Ryry y a Yao detrás de la manta enrollada, contemplando la hondonada vacía del deshielo. En el frío gélido del Hielo Alto, la nube de vapor se había transformado ya en hielo depositándose otra vez en el suelo, y el agua cenagosa por la cual habían estado chapoteando unos minutos antes se había helado transformándose en una irregular planicie azul. El único vestigio de los príncipes shadovar que habían intentado sorprenderlos por la espalda eran los pozos manchados de hollín en los lugares en que habían sido empotrados en las paredes de la hondonada por los conjuros de los phaerimm.
—Soy un genio —dijo Arr—. Cuando trabajamos juntos, nadie puede con nosotros.
—Eso será un gran consuelo para el fantasma de Beze —dijo Tuuh.
Arr se volvió y vio a Beze, que había recuperado su forma verdadera, precipitándose a tierra con la cola y los cuatro brazos colgando inertes y derramando sangre por la boca.
—Tuuh, ¿no te ordené que la mandaras a alguna parte? —preguntó Arr—. Todavía puede haber espías.
Tuuh tocó a Beze, y en el aire se abrió una pequeña hendidura que succionó el cuerpo sacándolo de la vista. A juzgar por el zumbido de los insectos y por el hedor a despojos que quedó en el aire, Arr dedujo que había enviado el cuerpo al segundo o tercero de los Nueve Infiernos.
En cuanto el portal se cerró, Arr anuló los muros mágicos que había levantado y quedó complacida al ver la manta de sombra sembrada de cadáveres shadovar. No había el menor rastro de Escanor, o de quienes lo habían protegido con sus propios cuerpos para evitar que las llamas lo consumieran.
—No veo ningún herido. —La voz de Ryry mostraba decepción—. ¿Dónde están los heridos?
—A estas alturas, en Refugio —respondió Arr—. Estoy segura de que los shadovar se los llevaron.
—¿De veras? —Ryry miró a Arr como si ella hubiera escondido a los heridos y se los estuviera guardando para sí—. ¿Por qué?
—¿Qué importa? —preguntó Tuuh encogiéndose de hombros—. Muchos bípedos lo hacen cuando pueden.
Ryry se lo quedó mirando con aire pensativo hasta que finalmente pareció aceptar la evidencia.
—Si tú lo dices. —Se volvió hacia Arr y preguntó—: ¿Y ahora qué?
—Ahora, a acabar el trabajo —dijo Arr volviendo hacia la manta enrollada y pasando por encima—. Eso es lo que harían los Elegidos.