Capítulo 5
15 de Flamerule, Año de la Magia Desatada
Malik comprobó, atónito, que Escanor todavía resplandecía cuando se atrevió a presentarse ante el Supremo. El príncipe se veía a cincuenta pasos de distancia, primero como una bola tenue, perlada, flotando por debajo del destello cobrizo característico de sus ojos y a continuación como una jaula luminosa de costillas que rodeaba un núcleo de luz palpitante. Una oleada de sorprendidos murmullos lo siguió a través de la sala del trono y, mientras se acercaba, Malik pudo ver que en realidad Escanor se tambaleaba. El manto de sombra que habitualmente le servía como cuerpo se iba deshaciendo en volutas, dándole un aspecto etéreo y reptiliano.
Escanor se detuvo al pie del estrado, iluminando con su luz a media docena de príncipes más jóvenes que lo seguían. Aunque ninguno de ellos estaba en un estado tan lastimoso como Escanor, habían ido con él a atacar a los Elegidos en el Hielo Alto, y tres sangraban sombra por sus heridas menores.
Escanor hizo una reverencia, y se hubiera caído de no haber desafiado uno de sus hermanos a la luz fantasmagórica para echarle una mano.
—Pido disculpas por presentarme ante el Supremo en este estado —dijo.
—Más te vale —afirmó Hadrhune—. Es un insulto.
—Sí, lo es —coincidió Malik, de pie en su lugar habitual, sólo un poco por encima de Hadrhune. Cansado de los celos del senescal por su posición como asesor de mayor confianza de Telamont, y también de los constantes intentos de asesinato, Malik había decidido cambiar a una estrategia de alianza para aplacar al hombre—. Si el Supremo quisiera que viéramos su cara, él mismo nos la mostraría…, aunque debo admitir que yo mismo siento curiosidad por verla.
Ni siquiera pestañeó al hacer esta última declaración. Una de las principales razones por las cuales el Supremo valoraba tanto los consejos de Malik era la maldición por la cual esa zorra de Mystra lo obligaba a decir siempre la verdad. Telamont Tanthul casi nunca lo regañaba por los embarazosos deslices a que esto lo obligaba, y, de hecho, en ocasiones parecía que incluso lo divertía.
Pero hoy no. Unas garras heladas se hundieron en su hombro y una voz fría le susurró algo al oído.
—Tu curiosidad sobre eso podría matarte, mi astado amigo, y si vuelves a hacer un desaire como éste a uno de mis príncipes, esto se cumplirá.
Malik sintió que la boca se le secaba como si se le hubiera llenado de polvo.
—No pretendía ofender, Supremo… —Trató por todos los medios de no seguir adelante, pero la verdad lo desbordó y salió de su boca sin que pudiera hacer nada—. Al menos a ti, porque siempre me he sentido seguro bajo tu protección y totalmente libre de insultar a quien me diera la gana.
El Supremo retiró sus heladas garras y palmeó el hombro de Malik.
—Cosa que ahora no te sucede —dijo.
Telamont se deslizó a su lado y bajó la escalera hacia su hijo. Consciente de que sería un suicidio permanecer por encima del Supremo, Malik lo siguió escalera abajo. El Supremo se detuvo en el último escalón permitiendo que Malik, Hadrhune y el resto de los presentes en el salón del trono buscaran afanosamente un lugar en el suelo. A la luz de las heridas de Escanor, los sicofantes tenían un aspecto macabro y arrugado, con las mejillas descarnadas y los rojos ojos hundidos. Sólo el propio Telamont parecía inmune a la luz y seguía oculto entre las sombras debajo de su capucha.
Malik, que siempre trataba de sacar el máximo partido a las circunstancias, aprovechó la luz para examinarse subrepticiamente las heridas. Aunque todavía sentía el mordaz contacto de las garras de Telamont en su hombro, no tenía horadada la carne ni había vestigios de sangre en su traje.
—¿Te has enfrentado a los Elegidos, hijo mío? —preguntó Telamont—. ¿Fueron ellos quienes te hicieron esto?
Manteniendo la cabeza baja, Escanor asintió.
—Así fue, Supremo.
Los ojos de platino de Telamont brillaron más en la oscuridad de su cara.
—Bien. —Levantó una manga tenebrosa indicando a Escanor que se pusiera de pie y continuó—: Ponte de pie y dime a cuántos mataste.
Las sombras de Escanor parecieron hacerse aún más tenues cuando se levantó.
—Me temo que debo responder que a ninguno, Supremo —dijo manteniendo la cobriza mirada fija en el suelo—. Fuimos derrotados.
—¿Derrotados? —fue Hadrhune el que hizo la pregunta—. ¿Siete príncipes de Refugio?
Los ojos de Escanor se desplazaron hacia el senescal.
—Los Elegidos son enemigos formidables.
—Precisamente por eso aconsejé al Supremo que mandara a siete de vosotros —replicó Hadrhune—. Y a toda una compañía de la Guardia de la Puerta.
Aunque el esfuerzo que representaba su defensa agotaba a Escanor, ninguno de sus hermanos parecía dispuesto a salir en su ayuda.
—Tu plan no tuvo en cuenta… la rapidez de los Elegidos. Estos lanzan magia con la misma facilidad con que tú haces aspersiones.
Hadrhune respondió con una sonrisa, la sonrisa depredadora de un cazador que persigue a una presa herida.
—No son más que humanos —dijo—. ¿Cómo podrían ser más hábiles que un señor de sombra formulando conjuros?
—Es un misterio para mí —replicó Escanor, en cuyas palabras había más sinceridad que sarcasmo—. La próxima vez quizá deberías comandar tú el asalto y decírnoslo.
—No habrá una próxima vez —dijo Telamont con ese tono profundo e inexpresivo que Malik había aprendido a asociar con la rabia despiadada—. No nos lo podemos permitir.
—Por desgracia, no creo que esté en tus manos elegir —repuso Malik. Hacía tiempo que había aprendido que en los momentos como éste era cuando estaba en situación más ventajosa ante el Supremo, ya que todos los demás se encontraban demasiado ocupados tratando de pasar desapercibidos—. Ahora que los Elegidos han visto que estáis impotentes ante ellos, sin duda volverán a enrollar las mantas de sombra más rápido de lo que vosotros podéis tenderlas.
Telamont se volvió veloz hacia Malik, con los ojos platino tan brillantes que lo iluminaban todo.
—No estamos impotentes.
—N-n-no, por supuesto que n-n-no —tartamudeó Malik—, pero después de las bajas sufridas por Refugio en Tilverton, lo estaréis si perdéis una compañía de guerreros cada vez que tratéis de impedir que los Elegidos roben una de vuestras mantas de sombra.
Una de las mangas llenas de tinieblas de Telamont apuntó hacia el hombrecillo y un zarcillo de sombra se enrolló en la ropa de Malik y lo cogió por las solapas.
—¿Por qué tenéis que tener siempre razón, hombrecillo?
Malik se encogió de hombros y pensó que sería más prudente no decir nada, pero eso jamás era posible cuando Telamont Tanthul deseaba una respuesta. Sólo respiró una vez más antes de que el Supremo lo obligara a hablar.
—Es mi maldición, Supremo —dijo. Pero, por supuesto, ahí no terminó todo—. Mi intención es decirte siempre lo que quieres oír, pero como esto casi nunca coincide con la verdad, antes de darme cuenta estoy farfullando tontamente las cosas que tus otros asesores son demasiado prudentes para decir.
—¿Demasiado prudentes? —inquirió Escanor mirando con toda la intención a Hadrhune—. ¿O demasiado cobardes?
La mirada de Telamont se clavó en el príncipe.
—Atención, hijo mío. Tú eres uno de esos a los que se refiere Malik.
Volvió a depositar a Malik en el suelo y a continuación introdujo una mano tenebrosa entre las costillas de Escanor y cogió el corazón todavía resplandeciente del príncipe.
—Interesante. Cuéntame qué conjuro hizo esto.
La mirada de Escanor se fijó en la mano en el interior de su pecho.
—Fue el fuego plateado —respondió con voz insegura—. Quemó mi protección anticonjuros…
—No. —Telamont retiró la mano y en el extremo de su manga apareció una palma resplandeciente.
—El fuego de plata es magia pura del Tejido. Si fuera eso, en este momento estaríamos dando vueltas en un torbellino dimensional.
—¿De verdad? —preguntó Malik con un respingo.
Había observado suficientes combates como para saber que cuando la magia pura del Tejido entraba en contacto con la magia del Tejido de Sombra se producía un desgarro en la trama de la realidad. Precisamente había sido un accidente de ese tipo el que se había producido cuando los proyectiles mágicos de la patrulla de los Guardianes de Tumbas de Galaeron Nihmedu habían chocado con los proyectiles de sombra de Melegaunt Tanthul abriendo una brecha en la Muralla de los Sharn y liberando a los phaerimm.
—¡Entonces tú debes de ser… —demasiado tarde se dio cuenta Malik del riesgo que corría al dar a entender que había reconocido la verdadera naturaleza de Telamont. Trató de morderse la lengua, pero la maldición lo obligaba a terminar lo que había iniciado—… magia de sombra viviente!
La capucha llena de tinieblas del Supremo se volvió hacia Malik.
—No precisamente viviente. —Una leve medialuna purpúrea apareció en el lugar donde hubiera estado una sonrisa humana—. No tienes por qué lamentar el haberlo expresado. De todos modos jamás ibas a marcharte de aquí.
—¿Supremo? —Malik miró en derredor como si buscara una puerta, pero, por supuesto, no se podía salir a nada que no fueran sombras—. ¡Eso no es necesario! Yo puedo guardar un secreto como…
—Del enclave, gusano —dijo Hadrhune—. Quiere decir que jamás saldrás del Enclave de Refugio.
—Eso —confirmó Telamont—. Tus consejos me son demasiado… necesarios… como para dejar que te marches.
—¿Eso es todo? —Malik dio un suspiro de alivio—. Entonces estamos de acuerdo. ¿Por qué habría de querer marcharme de Refugio? Aquí tengo todo lo que deseo: Villa Dusari, la atención del Supremo, un establo para mi amada yegua y forraje en abundancia para alimentarla. ¡Sería un tonto si dejara todo esto!
Por una vez, su maldición no lo obligó a decir nada más.
—Eso nos complace sobremanera —dijo Hadrhune pasando la uña del pulgar por la palma de su mano—. Estoy seguro de que los príncipes están tan satisfechos como yo.
—La única satisfacción que cuenta es la mía —replicó Telamont—. Y yo lo estaré cuando alguien me explique qué es esto.
Levantó su mano resplandeciente.
—Evidentemente, una forma de falsa aura mágica —afirmó Hadrhune—. Se usa mucho en los bazares y ferias para hacer que las armas comunes parezcan encantadas.
Telamont guardó silencio, y al ver que Hadrhune no añadía nada más, se volvió hacia Malik. Decidido a no volver a poner en peligro su posición ese día siendo portador de malas noticias, Malik también trató de permanecer en silencio.
Sin embargo, en seguida se encontró hablando.
—Tenemos un dicho en Narjon, donde en un tiempo fui un mercader estimado: «Si alguien llena tu recipiente de aceite con arena, no es porque desee darte arena». —Telamont y los príncipes permanecieron en silencio sin quitar los ojos de él—. ¿No tenéis timos en Refugio? —preguntó Malik, exasperado—. Significa que alguien está tratando de engañaros. Quienquiera que haya creado esta aura falsa quiere haceros creer que su conjuro es fuego de plata…
—¡Los phaerimm! —Telamont y Escanor pronunciaron la palabra al mismo tiempo.
—Eso explicaría la rapidez con que hacían sus conjuros —dijo Hadrhune volviéndose hacia Escanor—. Me sorprende que no te hayas dado cuenta en el campo.
—Si alguna vez hubieras estado realmente en el campo, tal vez sabrías…
—Ya basta —ordenó Telamont usando otra vez ese tono frío y peligroso—. Los dos tenéis culpa.
Levantó un brazo y con un movimiento de su manga lanzó a Hadrhune contra Escanor. Ambos salieron dando tumbos por el suelo de la sala del trono enredados en un doloroso abrazo. Telamont esperó hasta que desaparecieron en las sombras antes de volverse hacia el resto de los príncipes.
—Que esto os sirva de lección —dijo—. En todas las cosas triunfáis o fracasáis juntos. Si uno me falla, me falláis todos.
El miedo restó brillo a los ojos de los príncipes y a continuación todos hablaron al unísono, sin un solo error.
—Lo entendemos, Supremo.
Telamont los miró con furia un instante y luego señaló con una manga hacia donde habían salido a tumbos Escanor y Hadrhune.
—Atended las heridas de vuestro hermano y las propias. Esta guerra es demasiado inminente como para perder a otro príncipe.
Los príncipes inclinaron la cabeza y se retiraron hacia las sombras dejando a Malik y a los demás asistentes con Telamont. El Supremo rodeó con una manga los hombros de Malik, lo hizo girar hacia el estrado y empezó a subir hacia su trono.
—Me complace que seas feliz aquí, Malik.
—Muy feliz —dijo Malik—. Salvo, tal vez, por los frecuentes atentados contra mi vida.
—Ah, sí —suspiró Telamont—. Hadrhune.
Malik esperaba que el Supremo dijera que no tendría que preocuparse nunca más o que se ocuparía de ello, pero siguieron subiendo en silencio hasta que llegaron al escalón en el Malik solía detenerse.
Telamont le mantuvo el brazo sobre los hombros, guiándolo hasta la propia plataforma del trono. Esto hizo surgir un murmullo de sorpresa entre los asistentes, pero el sonido cesó cuando el Supremo ocupó su asiento y miró a Malik a los ojos.
—Hadrhune no era muy diferente de ti en otra época…, si me permites que te Compare con un elfo.
Esta revelación dejó a Malik con la boca abierta, ya que nunca había visto lo suficiente del rostro envuelto en sombras de Hadrhune como para reparar en unas cejas arqueadas o en unas orejas puntiagudas.
—Hubo una época en que me servía tan bien como lo haces tú ahora —continuó Telamont—. Te cuento esto para que sepas que yo retribuyo a quienes me ayudan con lealtad eterna, incluso una vez que han dejado de ser útiles y se convierten en una carga.
Malik inclinó la cabeza.
—Me honraría que me tratases así.
—Podría hacerlo —en la voz de Telamont volvió a aparecer esa frialdad peligrosa—, si este desastre no fuera culpa tuya.
—¿Culpa mía? —Malik sintió que un sudor frío le corría por la espalda—. ¿Cómo podría yo haber causado esto, Supremo?
—Esto sucedió porque no nos anticipamos al plan de los phaerimm, y si no nos anticipamos a su plan es porque no tenemos el conocimiento que mi hijo Melegaunt le transmitió a Galaeron, y no tenemos a Galaeron porque todavía está en Arabel.
Telamont se reclinó en el trono antes de proseguir.
—¿No me dijiste que, si condenábamos a Vala a ser esclava de cama de Escanor, Galaeron volvería a Refugio y trataría de rescatarla?
—Es posible que lo haya dicho, eh, uh… —Obligado por la maldición de Mystra a decir la verdad exacta, Malik tartamudeó hasta hacer una pausa y después se vio obligado a continuar—: Es cierto que dije que era la forma más segura de hacerlo volver velozmente. No tengo du…, bueno, estoy razonablemente convencido de que mi plan todavía puede funcionar… en algún momento.
La mirada de Telamont se volvió fría como el hielo.
—En algún momento, mi paciencia se acabará. Casi podría decirse que ya se está acabando.
Malik sintió en la garganta un nudo del tamaño de un puño, pero a pesar de todo se las ingenió para hablar.
—¿De verdad?
Telamont guardó silencio.
Malik sintió que tenía otra pregunta, una pregunta que no quería responder por nada del mundo pero cuya respuesta ya pugnaba por salirle de la boca, del mismo modo que se le revolvía el estómago después de haber cenado pescado en mal estado. Cerró la boca con fuerza y se juró no volver a abrirla; prefería tragarse las palabras antes de permitir que salieran al exterior.
Sin embargo, su voluntad nada podía contra la del Supremo, y éste no tardó en oír la pregunta que salía de su boca.
—¿Y qué sucederá cuando se agote tu paciencia?
—Entonces Vala pagará por su traición al ayudar a escapar a Galaeron —dijo Telamont.
—Eso sería sin duda un gran desperdicio de carne de mujer. —Por mucho que fuera su cariño por Vala, Malik estaba menos preocupado por ella que por la mención de su propio nombre—. Pero un desperdicio que a mí me importa poco, ya que estoy seguro de que lo único que podría encontrar en su cama es una muerte rápida.
—Tal vez eso fuera mejor.
Una vez más, Malik planteó involuntariamente una pregunta cuya respuesta no quería oír.
—¿Mejor, Supremo? ¿Mejor que qué?
—Que ocupar su lugar.
—¿Ocupar su lugar? —exclamó Malik—. Pero si yo soy un hombre.
—Y si quieres seguir siéndolo, te sugiero que hagas que tu plan funcione.
Malik sintió que la sangre no le llegaba a la cabeza y que estaba a punto de desmayarse, lo cual sin duda no contribuiría a que el Supremo confiara en él. Sabedor por su larga experiencia como mercader y espía de que la manera más efectiva de ocultar una debilidad es tirarse un farol, se obligó a aguantar la mirada de Telamont.
—Debes saber que durante mi servicio a Cyric he sufrido cien agravios peores que ése. —Ésta era una de las mayores verdades que había dicho jamás—. Si quieres inspirarme, tendrás que mejorar eso.
Las tinieblas que habitaban en la capucha de Telamont se aquietaron con la sorpresa.
—¿Te atreves a plantearme un ordago?
—Cuando los riesgos son grandes, las recompensas deben ser aún mayores —dijo Malik—. Ésa fue la primera regla de los negocios que me enseñó mi sabio padre.
Telamont se quedó inmóvil unos instantes, mirando a Malik sin poder creérselo. Finalmente, una sonrisa que parecía una medialuna purpúrea apareció debajo de sus ojos.
—Como quieras, entonces —dijo—. Si me traes a Galaeron Nihmedu, tú pondrás el precio, si fracasas, yo diré cuál es el mío.