Capítulo 9
17 de Flamerule, Año de la Magia Desatada
Incluso para los dragones, el trayecto hasta Refugio representaba un largo viaje. Galaeron estuvo suspendido en las garras de Malygris durante la noche y todo el día siguiente. Al atardecer divisó finalmente la ciudad, un diamante distante de tinieblas liminares flotando bajo sobre el espejo púrpura del lago Sombra. Como siempre, estaba envuelta en volutas de niebla oscura que le daban el aspecto de una solitaria nube tormentosa o de un espejismo. Un centenar aproximado de buitres volaba por debajo de ella, al acecho permanente de la basura que llovía de los pozos de eliminación. También había unas sombras más grandes, que tenían la forma de cruces y describían círculos en torno a la ciudad en estrechas formaciones de patrullas veserab.
Malygris levantó la cabeza, y a Galaeron de repente se le erizó la piel y sintió que se le ponían los pelos de punta. Un profundo chisporroteo surgió algunos metros por encima de su espalda, y en el aire empezaron a revolotear destellos plateados. Al girar la cabeza vio una bola enorme de luz azul relampagueante que resplandecía dentro de la jaula vacía de las costillas del dracolich. Malygris abrió las mandíbulas y el relámpago le salió de la garganta en un blanco crepitar de energía cegadora que Galaeron tuvo que hacer desaparecer de sus ojos mediante un constante parpadeo.
Al anunciar Malygris su regreso triunfal a Refugio, una sensación terrible de miedo y de soledad se cernió sobre Galaeron. Su plan era sólido, de otro modo los Elegidos nunca se hubieran arriesgado con él, pero también demandaba más energía de la que él estaba seguro de tener y sacrificios que no lo atañían sólo a él. La última vez que había vislumbrado a Aris, el gigante iba colgado de los hombros, con el mentón caído sobre el pecho y las garras de su captor clavadas profundamente en la carne. Teniendo en cuenta el calor que hacía en el Anauroch y la negativa del dragón a detenerse para beber, tenía razones fundadas para creer que Aris estaría sufriendo un golpe de calor además de las heridas que pudiera haber recibido en el momento de la captura.
No era la primera vez que Galaeron se maldecía por haber escuchado a Storm. Estaba empezando a preguntarse hasta qué punto la ausencia de Aris habría despertado sospechas en los shadovar. Después de haber visto la forma tan despiadada en que los Elegidos disponían de la vida de los mortales, no era difícil creer que pudieran haber arriesgado la vida de su amigo con escasos beneficios. Si Aris llegase a morir en aras de su plan, la resolución de Galaeron se vería tan mermada por la culpa que seguramente sucumbiría a su ser sombra.
De hecho, estaba empezando a pensar que eso era exactamente lo que querían, que tenían algún otro plan secreto para salvar Faerun que no pasaba por la salvación de Evereska. ¿No sería eso muy propio de los Elegidos? Tal vez tuvieran algún acuerdo secreto con los phaerimm para eliminar las defensas de la ciudad desde dentro de modo que los espinardos pudieran atacar desde fuera y destruir a su común enemigo. Eso justificaba que Galaeron hubiera guardado silencio sobre el mensaje de Malik. Todavía existía la posibilidad de que el hombrecillo le resultara útil.
Mientras cruzaban el lago Sombra, Refugio pasó de ser un diminuto diamante de tinieblas a transformarse en una forma más nebulosa que se parecía a un incipiente relámpago a punto de estallar, o una voluta de cenizas proveniente de algún cercano volcán y suspendida en el aire. Una patrulla de jinetes montados en veserab salieron y ocuparon posiciones a uno y otro lado mientras sus monturas silbaban y echaban espumarajos negros movidos por el miedo al dragón que sentían. Sin prestar la menor atención a su escolta, Malygris siguió adelante hasta que la niebla negra llenó totalmente el cielo por delante de ellos. Se zambulló entonces hasta el fondo de la nube y entró en la oscuridad tenebrosa.
Una vez dentro de la nube, el propio enclave se hizo visible, una enorme montaña invertida surcada por pasadizos de servicio y pozos de ventilación. Malygris empezó a describir círculos sobre las grietas de la montaña invertida en una espiral cada vez más amplia. Su aura de miedo mantenía a las colonias cada vez más numerosas de murciélagos y pájaros a prudente distancia. Hasta los centinelas de ojos de gema que vigilaban constantemente desde sus recónditas grietas se ocultaban en lo más profundo de las mismas al paso del dragón.
Aunque se podía salir de la ciudad de cualquiera de las formas habituales —volando, por magia translocacional, incluso de un salto—, para entrar no había otra forma que realizar la aproximación en círculos desde la parte más baja. Cualquier otro método llevaría al infortunado viajero a través del plano de las sombras a cualquiera de los mil planos con los que comunicaba. Galaeron sabía que era una defensa que los shadovar consideraban infranqueable para cualquier ejército que atacara Faerun, y que los hacía sentir invulnerables para tratar al resto del mundo como cualquier señor que se preciara trataba a sus perros.
Por fin llegaron a la cima de la montaña donde encontraron abierta la gran Puerta de la Cueva, cuya boca parecía una oquedad de ébano que daba a un muro todavía más oscuro de piedra negra. Malygris pareció disfrutar al abrir las alas y golpear ambos lados del portal con los extremos de hueso amarillento. Un murmullo de respetuoso asombro se propagó por las profundidades de la caverna cuando descendió hasta detenerse en el fondo de la enorme Plaza de Armas y se posó en el suelo con Galaeron sujeto bajo sus enormes garras.
Un par de golpes similares desde un lugar más próximo a la boca de la cueva confirmó que los compañeros del dracolich habían aterrizado tras él.
Agarrando a Galaeron con tanta fuerza que la cara del elfo rozaba el suelo, Malygris lo empujó hacia adelante.
—Traigo presentes dignos de mi esplendor —dijo Malygris con tono sorprendentemente deferente, al menos para un dracolich—. He aquí a los sangre caliente que estabais buscando.
—Ya veo. —La voz era sibilante y penetrante, como un susurro que se propagase hasta la caverna desde algún pasadizo lejano—. No me sorprendería que los dragones hubieran triunfado donde mis propios príncipes han fracasado. Debo felicitarte, Malygris. Esto es excelente.
Quien hablaba era Telamont Tanthul, Supremo de Refugio y padre de los trece príncipes, pero aunque el señor de sombra no hubiera hablado, Galaeron había percibido su presencia en la quietud helada del aire y en el frío miedo que se respiraba en la caverna. Incluso Malygris, que como Soberano Azul del Anauroch no tenía necesidad de inclinarse ante nadie, bajó la cabeza en señal de respeto.
Sin que nadie lo animara audiblemente a hacerlo, el dracolich volvió a hablar.
—Por supuesto, las cosas salieron según yo esperaba. Los bípedos se acobardaron al ver mi sombra, y los que buscábamos corrieron a refugiarse en el bosque. —El dracolich cogió a Galaeron con la punta de la garra y dijo—: Aunque estos mamíferos pensaron que ocultarían a su gigante con su penosa magia, fueron tontos. Su magia no es nada comparada con la mía, y el mero intento nos hizo ver a los que estábamos buscando.
Galaeron sintió que se le revolvía el estómago, menos por los Elegidos a los que transportaba dentro que de puro miedo. Si la fuerza de voluntad de Telamont podía dominar incluso a un dracolich, ¿qué esperanzas podía albergar Galaeron de ocultar su traición? Cuando la atención del Supremo se volviera hacia él, la verdad se convertiría en una respiración contenida durante demasiado tiempo, y cuanto más tratara de mantenerla oculta, tanto más desesperado estaría por soltarla. Sólo cabía confesarlo todo y afirmar que el plan había sido idea de Storm, que los Elegidos lo habían obligado… No.
Era su sombra la que hablaba. La idea se había deslizado en su cerebro tan insidiosamente que le había parecido de lo más natural y casi la había aceptado como propia. Pero si traicionaba a los Elegidos también traicionaría a su leal amigo Aris, y ese pensamiento sirvió como línea vital para hacerlo volver a su auténtico ser.
El Supremo permaneció en silencio y salieron más palabras de boca del dracolich.
—Mis fieles tienen espías en todas las ciudades de Faerun —continuó Malygris—. Cuando informaron a mis sacerdotes de que el gigante estaba vendiendo todas sus chucherías de piedra supe que los que tú buscabas no tardarían en abandonar la ciudad.
—Y nosotros —respondió Telamont. Su voz tenía un tono frío y tranquilo—. Sin embargo, tú actuaste mientras mis hijos se perdían en planes y elucubraciones. Refugio está en deuda contigo.
—Así es —dijo una voz aterciopelada que Galaeron reconoció como la de Yder Tanthul, sexto príncipe de Refugio—, pero nos sorprende lo fácilmente que se descubrió este «secreto». Nuestros agentes estaban vigilando cuando salieron de Arabel. Iniciar un tumulto de mendigos no parece la forma más adecuada de dejar una ciudad en secreto.
—¿Me estás desafiando, sombra?
Hubo un quiebro alarmante en la voz de Malygris, y Galaeron estuvo a punto de ser aplastado cuando el dracolich desplazó hacia adelante el peso de su cuerpo.
—Como cortesía a tu señor —prosiguió el dracolich—, pasaré por alto tu insulto por esta vez, pero tu hedor me ofende. Márchate.
—¿Marcharme? —Yder ardía de indignación.
Galaeron hubiera querido alcanzar la pequeña píldora que le había dado Alustriel. Ni siquiera un dracolich podía hablar así a un príncipe de Refugio, y pensó que el choque que se produciría a continuación podría darle la oportunidad que necesitaba para echar fuera a los Elegidos y escapar hacia el interior de la ciudad.
Sin embargo, Yder se calló, y tras un momento de mirar al suelo a través de las garras del dragón, Galaeron se dio cuenta de que el príncipe se había marchado.
—Yder no pretendía ofenderte, poderoso —dijo Telamont en un tono bajo e hipnóticamente apaciguador—. Tiene pocos siglos y todavía no es capaz de apreciar plenamente la profundidad de la astucia de un dragón. Tu magnificencia lo abruma.
—Entonces me complace perdonarle la vida —replicó Malygris—. Considéralo como un regalo.
—Me honras en demasía, amigo mío. ¿Hay algún presente que desees a cambio?
El aire se tornó tan frío e inerte como el hielo. El ruedo de la túnica oscura de Telamont, que era todo lo que Galaeron podía ver del señor de sombra, se desplazó hacia adelante.
—Nada —dijo Malygris—. Me basta con el honor de tu amistad.
—Con eso puedes contar.
Un silencio expectante se infiltró entre los dos, y finalmente fue Malygris quien lo rompió.
—Techora me está planteando demandas.
—¿Y quién es Techora?
—La nueva enviada del Culto del Dragón —explicó Malygris—. Sólo la menciono porque sus peticiones a menudo son una interferencia para nuestra amistad.
—Ésta es la séptima en poco más de una semana —replicó el Supremo. Era verdad—. Podría pensarse que simplemente tratas de escapar del acuerdo al que llegaste con el Culto del Dragón.
—No es culpa mía que los sacerdotes que envían sean todos groseros y tontos —farfulló Malygris. Apretó las garras hasta que Galaeron emitió un quejido involuntario—. ¿Debo tolerar la ineptitud entre mis servidores?
—No más que yo. —El tono de Telamont expresaba casi resignación—. Yder se ocupará de ella. Ése será su presente expiatorio. ¿Con qué defensas cuenta?
—Sólo los amuletos de protección habituales —dijo Malygris mientras alzaba su garra liberando a Galaeron—, y el mamífero ni siquiera es tan poderoso como los demás. El culto está empezando a quedarse sin sacerdotes.
—Eso estaría bien —dijo Telamont—. No es que jamás haya estado descontento con el esplendor de tus presentes, Malygris.
El dracolich giró en redondo con gran entrechocar de huesos y a punto estuvo de aplastar a Galaeron con una pata trasera situada descuidadamente y arrastrando a doce guardaespaldas de Telamont con su larga cola.
—¿Cómo podrías? Provienen de un dragón.
Malygris se elevó en el aire y abandonó la Plaza de Armas por encima de las cabezas de sus dos asistentes. Telamont indicó al príncipe Clariburnus que vigilara a Galaeron y a continuación intercambió regalos con los otros dos dragones, prometiendo derribar las murallas de un molesto castillo al que había capturado a Aris y cambiar el rumbo de una caravana para acercarla a la guarida del otro.
Cuando se hubieron cerrado los acuerdos, Galaeron tuvo ocasión de ver que si bien Aris no había sufrido más heridas que las producidas en su hombro por las garras, el calor y la sed habían hecho estragos en él. El gigante yacía en el suelo semiinconsciente, con los ojos vidriosos, la cara abotargada y los miembros tan blancos como la leche. Le temblaban las manos y su respiración era entrecortada y superficial.
—Aris necesita agua —dijo Galaeron. Se sorprendió al notar que también él tenía la garganta hinchada y áspera por la sed—. No hemos bebido nada desde la noche pasada, y el desierto…
—Puede esperar —dijo Clariburnus—. Después de todos los problemas que nos habéis causado, espero que se ahogue con su propia lengua.
—Seguro que eso haría muy feliz al Supremo —dijo una voz meliflua y familiar—, especialmente después de haber esperado todo este tiempo a que vosotros lo volvierais a capturar.
La forma regordeta de Malik el Sami yn Nasser surgió entre Clariburnus y Brennus, a quienes les llegaba a la cintura, vestida con una túnica gris y un tabardo de sombra negra en la parte superior. Parecía una parodia involuntaria de las formas imponentes de los dos príncipes, especialmente con sus ojos cansados, inyectados en sangre, y los pequeños cuernos que lucía orgulloso en la parte superior de la cabeza.
Malik se volvió entre los dos príncipes y ordenó:
—Traed unos cuantos barriles de agua, y rápido. Si el gigante sufre algún daño, me ocuparé de que el Supremo os despoje de vuestras cabezas.
Galaeron vio con estupor que la mitad de los soldados se apresuraba a obedecerle. Cualquier duda que tuviera Galaeron de que Malik había pretendido atraerte a una trampa con su mensaje se desvaneció de inmediato.
—Veo que has prosperado en la ciudad —dijo Galaeron.
—No fue gracias a ti.
El hombrecillo se acercó y, haciendo a un lado la negra pica de Clariburnus que pretendía impedir que se aproximara demasiado, se detuvo junto a Galaeron.
—¿Cómo pudiste dejar que Vala sufriera tanto tiempo? ¡Tu crueldad estuvo a punto de acabar con mi vida!
Galaeron dejó de lado por el momento la conexión que podía existir entre una cosa y otra.
—Entonces, ¿vive todavía? Tu mensaje decía…
Clariburnus se valió de la pica para apartar a Malik.
—No le corresponde a este lagarto hablar de la esclava de un príncipe.
Malik se encogió de hombros y extendió las manos.
—Tiene razón —dijo—. Tal vez si complaces al Supremo éste se digne intervenir para que veas con tus propios ojos todas las cosas terribles a las que Escanor la sometió noche tras noche.
Galaeron habría sonreído ante la astucia de Malik si su respuesta no le hubiera llenado la cabeza de imágenes terribles. Los huesos rotos de la mano empezaron a dolerle y pensó en la tela color púrpura que Dove le había puesto encima y en cómo se lo explicaría a Telamont Tanthul.
El agua llegó, y sin dejar nada para Galaeron, Malik condujo a los soldados que la transportaban a donde estaba su amigo Aris. Clariburnus pareció disfrutar al ver cómo el elfo se pasaba la lengua por los labios mientras observaba cómo la vertía el hombrecillo por la garganta del gigante. Por fin, Telamont Tanthul volvió de su entrega de regalos, y al ver la atención con que Galaeron miraba la escena le indicó que se acercara a él.
—Ven, tú también debes de tener sed, y debes de sentir curiosidad por el estado de tu amigo.
Esperó a que Galaeron se levantara, y pasando una manga helada por los hombros del elfo se dirigió a donde estaba el gigante.
—Lamento que el viaje haya sido difícil —dijo Telamont—. Mi intención hubiera sido traeros aquí de una manera más cómoda, pero ya conocéis a los dragones… Me temo que Malygris y sus ayudantes puedan haber sido un poco más rudos de lo necesario. Aquel joven azul al que mataste en el Saiyaddar…
Galaeron asintió. Casi no podía creer que el Supremo le estuviera hablando como si acabara de volver de un viaje por las afueras del enclave.
—Era uno de los suyos —continuó el Supremo en el momento en que llegaban hasta donde estaban Malik y los toneles de agua—. A decir verdad, tienes suerte de haber llegado. Ellos no hacían más que entregarnos acechadores y asabis y pedirnos que les ayudáramos a apresar a los asesinos.
A Galaeron se le secó todavía más la garganta. Los dragones azules no tenían un apego especial a la familia, pero él había hablado con muchos de ellos durante su servicio en la frontera sur del desierto como para saber que ofendía a su sentido de la magnificencia el hecho de que un sangre caliente matara a un wyrm de su propia raza.
—Entonces yo diría que tuvimos mucha suerte —dijo.
—Hicimos algunos preparativos —dijo el Supremo. Alzó una manga vacía y sacó un cuenco de ébano de las sombras que a continuación llenó de agua para Galaeron—. La verdad es que no son capaces de distinguir entre un elfo de la luna y otro, y sólo fue cuestión de introducirnos una noche en un campamento.
Galaeron sintió que el agua se le iba por donde no debía y al ver que se ahogaba, la expulsó en un cono de gotitas plateadas.
—¡No lo habréis hecho!
—¿Qué otra opción me dejabas? —dijo Telamont. Su voz había adquirido ese tono frío y tajante que adoptaba cuando trataba de contener la ira—. Seguían trayendo regalos y no yo podía decirles que habías sido tú.
Galaeron miró el cuenco vacío y dudó si atreverse o no a llenarlo otra vez. Después de haber probado el agua, apenas podía pensar en nada que no fuera saciar la sed, pero había visto a Telamont en casos parecidos y sabía lo arriesgado que era mostrarse atrevido en su presencia.
Por otra parte, ¿qué era lo peor que podía hacer el Supremo? Sin duda no iba a matarlo, y contrariarlo podría hacer que para Galaeron resultase más fácil resistirse a su voluntad. Volvió a llenar el cuenco y bebió.
Telamont lo observó, con los ojos de platino encendidos de furia pero manteniendo las mangas vacías plegadas tranquilamente frente a él.
—¿Está buena? —preguntó cuando el elfo hubo terminado.
Galaeron sostuvo la mirada del señor de las sombras y se relamió.
—Toma otro. —Telamont cogió el cuenco y lo volvió a llenar—. Insisto —dijo entregándoselo al elfo.
Galaeron volvió a vaciar el cuenco como un borracho que rompe una larga abstinencia. Una vez vacío, Telamont lo cogió y lo volvió a llenar.
—Abandonaste Arabel en una caravana con rumbo a Iriaebor, ¿no es cierto?
—Así es, pero en realidad íbamos a Evereska. —Galaeron dijo la mentira rápidamente, tratando de soltarla antes de que la voluntad de Telamont empezara a presionarlo y lo obligara a decir la verdad—. Para unirnos a la lucha contra los phaerimm.
Telamont le volvió a pasar el cuenco y el elfo volvió a beber con avidez, como si temiera que se fuera a evaporar antes de acabarla.
—Eso fue lo que sugirieron nuestros agentes, aunque Yder me planteó sus dudas. ¿Qué fue lo que dijo?
Antes de que Galaeron pudiera responder, un par de ojos amarillos apareció en la oscuridad por detrás de Telamont.
—Que iniciar una revuelta de mendigos no parece la mejor forma de salir de una ciudad sin hacerse notar.
La silueta de Yder tomó forma en torno a sus ojos dorados y a continuación el príncipe surgió de las sombras y se colocó al lado de su padre.
—También me pareció extraño —añadió Yder—, que anunciaran su partida vendiendo todas las obras del gigante.
Yder dirigió una mirada a Aris, que yacía de espaldas, ajeno a cuanto lo rodeaba. Malik, arrodillado a su lado, vertía agua en pequeñas dosis entre sus labios agrietados.
Telamont rellenó el cuenco vacío de Galaeron y éste empezó a beber otra vez. Ya no tenía sed —podía sentir a Alustriel y a Dove bamboleándose de un lado para otro y chocando contra las paredes de su estómago—, pero no podía dejar de beber de ese cuenco como había hecho con los anteriores.
—Si hubieran necesitado el dinero para el viaje —continuó Yder—, lo habría atribuido a la necesidad.
—Pero si necesitaban el dinero, ¿por qué dárselo todo a los mendigos? —inquirió Clariburnus—. Aquí hay algo que huele como los pozos sulfurosos de Carceri.
Telamont volvió a llenar el cuenco. Aunque Galaeron ya tenía el estómago tan hinchado que le dolía, no pudo resistirse a cogerlo.
—Parece extraño, ¿no es cierto? —El Supremo retiró la mano—. ¿Tal vez querrías explicarlo?
También en esta ocasión se apresuró a soltar una mentira antes de que la voluntad de Telamont pudiera obligarlo a decir la verdad.
—Obtuvimos por las estatuas más de lo que esperábamos.
Sus dedos tocaron el asa del cuenco, pero Telamont no dejó que lo cogiera.
—¿Realmente fue así? —preguntó Telamont.
Soltó el cuenco y Galaeron siguió llenando su hinchado estómago. Ya le dolía, pero su mente seguía insistiendo en que estaba tan sediento como antes. Ni se le ocurría dejar de beber.
Telamont esperó a que el elfo hubiera acabado, después rellenó el cuenco y lo sostuvo delante de sus narices. Aunque Galaeron se sentía a punto de vomitar en cualquier momento lo que ya había bebido y expulsar con ello a Alustriel y a Dove a los pies del Supremo, deseaba el agua. Sentía tanta avidez por ella como por tocar el Tejido de Sombra, del mismo modo que un hombre que se ahoga ansia el aire.
—Era demasiado —dijo Galaeron—. No lo podíamos transportar.
Telamont seguía manteniendo el cuenco a distancia, pero guardaba silencio. Galaeron sólo podía pensar en la sed que había pasado durante la travesía del desierto y en lo mucho que deseaba el agua, en que le dolía mucho el estómago y en lo bien que se sentiría cuando bebiera ese último cuenco y por fin estuviera tan lleno que tuviera que echar todo lo que había tragado.
—Además, el príncipe Yder tiene razón. —Oyó su voz como si no fuera suya—. Queríamos que nos capturaran.
Esto hizo que Yder sonriera y que surgiera un destello de interés en el Supremo. Telamont permitió que Galaeron cogiera el cuenco y observó con la sombra púrpura de una sonrisa mientras el contenido desaparecía en la garganta del elfo. Galaeron sintió cómo el agua se deslizaba por su garganta y empezaron a dolerle las mandíbulas.
Telamont cogió el cuenco y lo rellenó, y el elfo volvió a estirar la mano para cogerlo. Telamont lo mantenía a distancia y permanecía en silencio. El peso de su voluntad era aplastante, y Galaeron no podía pensar en nada que no fuera el dolor de mandíbulas, la hinchazón del estómago y la sed avasalladora.
—Hemos venido a rescatar a Vala —dijo.
—¿Lo ves? —dijo Malik bajándose del pecho de Aris y desparramando agua en todas las direcciones mientras hacía gestos con su cuenco—. ¡Mi excelente plan funcionó!
Telamont no dijo nada y siguió sosteniendo el cuenco fuera del alcance del elfo. Galaeron sintió que la voluntad del señor de las sombras se le imponía, tratando de hacerle soltar toda la verdad. Apretó las mandíbulas y pensó únicamente en Evereska y en su leal amigo Aris, en que el gigante y los Elegidos se estaban arriesgando mucho por ayudar y también en su error. Una voz oscura surgió en su interior, recordándole la sangre que manchaba las manos de los Elegidos, diciéndole que no se podía confiar en ellos, hablándole de los intercambios y negociaciones secretas que sin duda habrían hecho con los phaerimm.
La boca de Galaeron empezó a abrirse y tuvo la sensación de que pertenecía a otro, al ser oscuro que había en su interior…
Y Malik estaba al lado del Supremo.
—Todo lo que quisiera —decía—. Ése fue nuestro acuerdo.
—Eso si eras tú quien traía a Galaeron Nihmedu —replicó Telamont—. Por lo que recuerdo, fue Malygris quien lo hizo.
El peso de su voluntad aflojó y la boca de Galaeron volvió a pertenecerle.
—Fue mi mensaje el que lo atrajo —protestó Malik—. Si no le hubiera hecho llegar un mensaje diciéndole que viniera y que salvara a Vala, todavía estaría oculto a tu magia en su refugio de Arabel.
—Cuidado con quién discutes, hombrecillo.
Telamont se distrajo lo suficiente como para dejar que el cuenco se acercara a Galaeron. Éste, poseído todavía por su sed insaciable, se apoderó de él y empezó a beber…, pero se dio cuenta de que su estómago había llegado al límite. Cuando decidió dejar de beber empezó a sentir arcadas.
—Esto no es el callejón de algún mercadillo —continuó Telamont sin prestar atención al malestar del elfo—. Y yo no negocio con baratijas.
—Ni yo soy un dragón idiota al que se puede comprar con tus promesas incumplidas —replicó Malik.
Esto ya era demasiado para el Supremo. La manga de Telamont se disparó en dirección a Malik y el hombrecillo cayó en las sombras. Instantes después, un fuerte golpe resonó desde las tinieblas en lo alto del techo abovedado. Un largo suspiro llegó poco después, y un golpe más blando desde un rincón oscuro.
Galaeron apuró las últimas gotas del cuenco y sintió que el contenido del estómago se le venía a la boca. Al darse cuenta de que no había forma de contener su propio reflejo, lanzó a un lado el cuenco y se tapó la boca con ambas manos buscando frenéticamente un lugar al que pudiera lanzar a las Elegidas sin que las vieran el Supremo y sus príncipes.
El golpe que Telamont le había dado a Malik habría sido suficiente para matar a cualquier hombre, por no hablar del subsiguiente impacto contra la pared o de la larga caída que había sobrevenido. Sin embargo, mientras Galaeron empujaba a Clariburnus para pasar tapándose la boca con las dos manos, Malik salía cojeando de la oscuridad, con un brazo retorcido, hacia donde estaba Galaeron.
—Pregúntale —dijo Malik—. Pregúntale si no recibió un mensaje mío diciéndole que la vida de Vala corría serio peligro, y si no se dejó capturar para poder salvarla.
Sobrevino un instante de silencio, roto después por Telamont.
—Como quieras…, pero te advierto, mi paciencia se está agotando.
Galaeron sintió que un peso familiar se cernía sobre él, pero esta vez el Supremo tendría que tener paciencia. Para entonces, Galaeron estaba inclinado sobre la pierna de Aris, lanzando un torrente de agua entre las rodillas del gigante. Vio un par de destellos plateados que salían disparados y desaparecían entre las sombras bajo los enormes muslos de Aris. Siguió vomitando una bilis maloliente y el peso de la voluntad de Telamont se desvaneció.
—Creo que la pregunta quedará sin responder por ahora, Malik. —El Supremo también parecía un poco revuelto—. El regreso de Galaeron tiene más importancia que averiguar quién fue el artífice. Pon tu precio, pero no te extralimites.
—¿Yo? ¿Extralimitarme yo?
La satisfacción de Malik era tan evidente que Galaeron la percibió a pesar del mal rato que estaba pasando.
El hombrecillo se lo pensó un momento.
—No soy de los que piden en demasía, es decir, mucho más de lo que piensan que pueden obtener. Sólo quiero a mi amigo Aris.
—¿El gigante? —preguntó Telamont—. ¿Quieres que le perdone la vida?
—Sí, eso es lo que quiero —dijo Malik—, y tenerlo como esclavo, ya que estoy seguro de que no querrás verlo circular libremente por tu ciudad otra vez…, y porque sus estatuas me darán más beneficios si no tengo necesidad de compartirlas.
—Ya veo. —Telamont lanzó una risita—. Puedes quedarte con el gigante…, y con la responsabilidad de que tu esclavo no haga ningún daño a Refugio.
Galaeron finalmente dejó de vomitar. Se limpió la boca y al volverse vio al maltrecho Malik a algunos pasos de él, examinando al gigante de pies a cabeza.
Una mano fría se posó en el hombro de Galaeron, y al volverse se encontró a Telamont de pie a su lado.
—Vamos, Galaeron, volvamos al palacio del Supremo —dijo Telamont mientras guiaba al elfo hacia la tenebrosa salida del Patio de Armas—. Después de un viaje tan difícil seguramente estarás hambriento.