Capítulo 20
2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada
La expresión apesadumbrada en los rostros ambarinos de los altos magos mientras examinaban el ruedo deshilachado del traje de piedra de Hanali Celanil le reveló a Galaeron todo lo que necesitaba saber. Los phaerimm habían anulado demasiados de los antiguos conjuros del Mythal como para que su plan funcionara. Antes de poder proceder, el círculo tendría que reparar el daño, siempre y cuando estuvieran dispuestos a hacer el sacrificio por una ciudad que ni siquiera era la suya.
Sin esperar a que los altos magos anunciaran su conclusión, Galaeron se volvió hacia lord Duirsar y los demás que esperaban con él a la sombra de la gran estatua.
—Milord, los phaerimm han hecho demasiado daño. —Para que pudieran oírlo por encima del fragor de la batalla que llegaba de más abajo, Galaeron tuvo casi gritar—. Los altos magos necesitan tiempo para hacer un conjuro de altura, y eso significa que debemos estar preparados para defenderlos.
—Si todo lo que necesitamos es tiempo, esta batalla ya la tenemos ganada —dijo Kiinyon Colbathin. Al igual que lord Duirsar y todos los demás evereskanos allí reunidos, Kiinyon llevaba una armadura de batalla completa y muy deteriorada, y, a juzgar por su olor, llevaba casi diez días sin quitársela de encima—. El plan del joven lord Nihmedu ha demostrado ser excelente. Sólo tenemos que enviar a la Cadena de Vigilancia colina abajo y tendremos al enemigo atrapado.
—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó Storm. Estaba de pie detrás de lord Duirsar junto con Khelben y Learal, y con su elevada estatura dominaba la escena—. Cualquier victoria que se consiga será efímera hasta que reparemos el Mythal. Los phaerimm tienen decenas de miles de esclavos mentales sembrados por toda Evereska, y me jugaría la cabellera a que la mayoría de ellos se encamina hacia aquí ahora mismo.
—Tanto más motivo para actuar con rapidez —replicó Kiinyon.
Se volvió hacia el fondo de la plazoleta, donde la Cadena de Vigilancia estaba adoptando la formación de batalla a medida que sus integrantes iban saliendo del círculo de teleportación de Learal. Indicó al comandante de la compañía que se acercara y a continuación se volvió hacia Storm.
—Una vez que hayamos tomado los parapetos no importará cuántos esclavos mentales envíen los phaerimm contra nosotros. El plan de Galaeron es excelente y confío en poder resistir el tiempo suficiente como para que llegue a buen fin.
—Sí —dijo lord Duirsar dirigiendo a Galaeron un ostensible gesto de aprobación—, es muy probable que nos hayas salvado.
—Me temo que las cosas no son tan fáciles como ha dado a entender el capitán Colbathin —repuso Galaeron—. Los esclavos mentales de ahí abajo no son el peligro.
—Lo son —declaró Kiinyon. La comandante de la Cadena de Vigilancia, una joven elfa dorada llamada Zharilee llegó a su lado y se volvió para hablar con ella—. Cuando la Compañía de la Mano Fría haga salir a los esclavos mentales de sus trincheras, no tendrán más remedio que replegarse hacia aquí. La Cadena de Vigilancia debe impedirlo, descendiendo a través del bosque para caer sobre ellos desde atrás. El enemigo quedará atrapado entre dos de nuestras compañías y todo se reducirá a apoderarnos de las trincheras para nuestro propio uso.
Hizo un gesto afirmativo con la cabeza e indicó a Zharilee que ya podía partir para ejecutar sus órdenes. Galaeron se mordió la lengua para no llamar tonto a Kiinyon, que había sido su comandante durante su época de servicio con los Guardianes de Tumbas y se había pasado dos décadas haciéndole la vida imposible.
—Son los phaerimm los que me preocupan —se limitó a decir—. Pueden teleportarse al interior de la plazoleta con la misma facilidad que nosotros.
—¿No dijiste que no lo harían? —preguntó Storm—. «Sin su jefe estarán demasiado desorganizados y ocupados como para pensar en contraatacar». Estoy segura de que ésas fueron tus palabras.
—Así fue. —Galaeron sintió que se ruborizaba, pero siguió adelante con voz segura—. Y así sería sin su jefe.
Khelben torció el gesto y entrecerró los ojos.
—No me digas que…
—El jefe ha sobrevivido.
Galaeron no explicó lo que había sucedido, en parte porque él mismo no lo sabía. Era probable que Takari hubiera hecho caso omiso de su orden y hubiese ido directamente a conseguir la espada de Kuhl, o que al rodear el árbol para dar el golpe de gracia al jefe hubiera descubierto que ya no estaba allí.
—¿Pero resultó herido? —preguntó Learal.
—Sí —respondió Galaeron—. Muy malherido. Durante un tiempo estuvo inconsciente.
—Entonces no volverá —dijo Kiinyon. Echó una mirada por encima del hombro e hizo un gesto de aprobación al ver a la Cadena de Vigilancia que ya desfilaba colina abajo—. En el fondo, esos phaerimm son unos cobardes. En cuanto los hieren corren a ponerse a salvo.
—Normalmente así es.
Mientras hablaba, Galaeron pensaba a toda prisa. Habiendo enviado Kiinyon a la Cadena de Vigilancia al frente, cualquier intento de hacerla volver llamaría la atención del enemigo y a los phaerimm no les llevaría mucho tiempo entender por qué. Si quería desbaratar el contraataque, tendría que encontrar un modo más sutil.
—Ése era el jefe —continuó—. Hay demasiado en juego como para que abandone tan fácilmente. Volverá con todas las fuerzas que pueda reunir.
Kiinyon meneó la cabeza con la intención de reconvenir a Galaeron por contradecirlo, pero lord Duirsar lo hizo callar con un gesto de la mano.
—¿Cómo puedes saber eso? —le preguntó a Galaeron—. Hablas como si hubieras vivido entre los phaerimm.
—No exactamente —respondió Galaeron.
Aunque era consciente de lo poco que sus compatriotas sabían sobre la fuente de su información, explicó sin vacilar cómo le había transmitido sus conocimientos Melegaunt antes de morir, y cómo se había visto obligado a rendirse a su sombra para poder recuperarlos. Su historia hizo aparecer una expresión entre asqueada y compasiva en el rostro de lord Duirsar, y de asco manifiesto en el de Kiinyon Colbathin.
—¿Quieres decir que tu información proviene de los shadovar? —preguntó Kiinyon. El último integrante de la Cadena de Vigilancia desaparecía ya en el interior del bosque, y el sonido de los primeros ataques ya podía oírse subiendo por el otro lado de la plazoleta—. Milord, las intenciones de Galaeron siempre han sido buenas, pero su ingenuidad nos han dejado desde el principio a merced de los shadovar.
Khelben inició una defensa de Galaeron, pero lord Duirsar lo interrumpió dirigiéndose directamente a Kiinyon.
—Capitán Colbathin, ¿acaso no dijiste hace un momento que el plan de lord Nihmedu era excelente?
Kiinyon hizo un gesto de contrariedad, pero asintió.
—Entonces te sugiero que lo escuches.
—Gracias, milord —dijo Galaeron. Aunque lo que sentía era alivio por Evereska, no intentó ocultar su sensación de triunfo—. Estoy seguro de que el capitán Colbathin descubrirá que su primera evaluación de mi plan era correcta.
—Yo no estaría tan seguro —replicó Kiinyon con una expresión tan peligrosa como la de cualquier acechador—. Haré volver a la Cadena de Vigilancia.
—Ya es demasiado tarde para eso —lo corrigió Galaeron sujetándolo por el codo.
Kiinyon miró la mano que sujetaba su brazo como dispuesto a arrancarla de un mordisco.
Galaeron no lo soltó.
—Te diré lo que debemos hacer ahora…
Explicó su idea haciendo hincapié en la importancia de que los Elegidos reservaran el fuego de plata hasta que el Mythal hubiera sido reparado.
—¿Alguna pregunta? —dijo cuando hubo terminado.
—Sólo una —precisó Khelben—. ¿Qué pasa si no somos lo bastante rápidos?
—Entonces los altos magos morirán y nosotros continuaremos la lucha por Evereska sin ellos…, o sin el Mythal —explicó lord Duirsar empuñando su antigua espada—. De modo que sugiero que seamos lo bastante rápidos.
Lord Duirsar indicó a los altos magos que iniciasen de inmediato la reparación del Mythal y Galaeron se pasó los siguientes minutos situando a sus «tropas» en las sombras en torno a la estatua. Le habría gustado tener a Aris allí con ellos, pero ya había decidido que el gigante sería de mayor utilidad apoyando a Keya y lo asignó a la Compañía de la Mano Fría antes de abandonar el palacio. A Galaeron le parecía oír las rocas de Aris impactando sobre los atrincheramientos enemigos, pero con el estruendo de la batalla que se estaba librando en el valle, era imposible estar seguro.
Una vez que los demás estuvieron distribuidos en escondites a lo largo de la plazoleta, Galaeron se puso bajo la sombra de la propia estatua. Echó una última mirada en derredor, y viendo que lord Duirsar, Kiinyon y los Elegidos estaban bien ocultos dentro de la Linde, él mismo descendió a las sombras. Seguramente los phaerimm estarían advertidos de esos escondites, pero habría un momento tras su llegada en que no tendrían importancia sus precauciones. Ése sería el momento en que ganarían o perderían Evereska y Galaeron quedaría finalmente reivindicado o vilipendiado para siempre.
Los altos magos ya habían rodeado la estatua de Hanali y habían empezado su trabajo. Los dos asistentes estaba situados a uno y otro lado de la diosa con las palmas hacia abajo extrayendo del suelo las hebras doradas de magia del Tejido que los phaerimm habían destejido antes. Las suaves voces entonaban cada una un conjuro independiente de apoyo, pero iban entretejiendo sus palabras en una armonía que sonaba como música.
El mago que llevaba la voz cantante estaba de pie detrás de la diosa, formulando un conjuro de protección tan antiguo que las palabras casi no parecían pertenecer al idioma elfo. Mientras cantaba iba cogiendo las hebras del Tejido que le pasaban sus dos asistentes y las incorporaba otra vez al ruedo del traje de Hanali, restaurando lentamente su impecable acabado. Con cada fibra que restauraba, el mago se volvía un poco más tenue y traslúcido, como si él mismo se estuviera entretejiendo con el Mythal. Aunque Galaeron no tenía acceso a los secretos de la alta magia elfa, había oído rumores del entretejido de espíritus durante su época en la Academia de Magia, y sabía qué era lo que estaba viendo. El alto mago se convertiría en parte del Mythal y velaría por Evereska permanentemente.
Los altos magos continuaron con su trabajo durante lo que les pareció una eternidad, volviendo a entretejer la magia en el Mythal y devolviendo a la estatua su aspecto original. Galaeron se concentró en vigilar si aparecían los phaerimm, pero su atención era atraída por el trabajo de los magos cada vez con más frecuencia a medida que pasaba el tiempo. Tejieron primero la magia más poderosa, los conjuros de aprisionamiento y previsión y las tormentas de meteoros, y reservaron la magia más sencilla para el final. Cuando llegaron a la magia relativamente menor como los conjuros de detección y las cerraduras dimensionales, el mago principal era tan traslúcido que se podía ver a través de él el otro extremo de la plazoleta.
Sólo quedaban por reparar unos cuantos bordes deshilachados en el traje de Hanali y la lucha en las trincheras arreciaba, lo que daba a entender que ya habían empezado a llegar esclavos mentales de refuerzo desde el resto de Evereska. Galaeron sabía que Kiinyon y los demás se estarían preguntando si al fin y al cabo se habría equivocado sobre lo del contraataque de los phaerimm, pero la prolongada espera no hacía más que convencerlo de que el jefe tenía más influencia de la que había creído. Incluso los phaerimm necesitaban tiempo para reunir recursos, y cuanto más tardaran, más habían acumulado.
Los altos magos habían llegado a la última fase, conjuros sencillos de caída blanda y buena puntería, cuando media docena de phaerimm se hicieron presentes con un crepitar en torno a la estatua. A pesar de estar aturdidos por la teleportación, llegaron atacando, sembrando la plazoleta de proyectiles dorados de magia y largas lenguas de fuego. La mayor parte fueron ataques ciegos y no dieron en ningún blanco, pero una andanada alcanzó a una maga asistente. Su escudo anticonjuros lanzó un destello plateado y se disipó, agotado por el poder del ataque, y un proyectil penetró y le dejó un orificio del tamaño de un pulgar en el hombro.
La maga siguió con su encantamiento sin perder una sola sílaba.
Galaeron y los otros dos elfos saltaron de inmediato de sus escondites lanzándose a atacar al phaerimm más próximo y lanzando sus conjuros letales más poderosos sobre los otros. Galaeron lanzó un rayo oscuro que atravesó el torso de su primer espinardo y entrevió a lord Duirsar que caía alcanzado por un mortífero rayo negro que hubiera derribado a un gigante. Ya estaba sobre su segundo objetivo, al que abrió un tajo de arriba abajo con su espadaoscura en el cuerpo espinoso. La criatura se desvaneció en un parpadeo de magia de teleportación dejando tras de sí un charco de sangre oscura.
Nuevos chisporroteos sonaron en torno a la plazoleta anunciando la llegada de una segunda oleada de phaerimm acompañada de descargas de magia y fuego. Galaeron alzó un escudo de sombra para cubrirse las espaldas y lanzó una andanada de proyectiles oscuros contra el primer espinardo que vio mientras cargaba contra el segundo. Una hoja segadora apareció no se sabía de donde tratando de alcanzarlo de lado. Galaeron la paró con el filo de su espadaoscura que la partió por su punto medio, y al volverse se encontró con Storm Mano de Plata que salía de las sombras justo detrás de su atacante. Desactivando la protección de la espada del phaerimm con una mano y balanceando la suya con la otra, cortó la cola de la criatura junto a un tercio de su cuerpo. El phaerimm se acercó tambaleándose al elfo al rebotar en su hombro una bola de fuego errante que a continuación se perdió en el bosque.
Con rayos en los ojos, Storm se volvió sobre el atacante y cargó contra él. La lucha se convirtió en una maraña desatada de conjuros, acero y garras. Una voz femenina lanzó un chillido de dolor. Al girar sobre los talones, Galaeron vio a la alta maga que antes había resultado herida caer al suelo. Una de sus piernas había desaparecido y en su lugar había una herida humeante, pero a pesar de todo seguía entonando su conjuro de alarma y pasando al mago principal hebras doradas del Tejido.
Galaeron corrió a ayudar, pero Kiinyon estaba más cerca. Lanzando una andanada de rayos mágicos contra su atacante, el legendario espada de conjuros se plantó a su lado de un salto y la rodeó con su brazo. Sus rayos se disiparon sin hacer el menor daño sobre el escudo anticonjuros del phaerimm, pero para entonces Galaeron ya había lanzado una red de sombra sobre él desde atrás. El espinardo sorprendido trató de teleportarse y se desintegró en mil pedazos.
Kiinyon puso a la maga de pie y la sostuvo para que pudiera terminar el conjuro mientras la protegía con su propio cuerpo. Destellos relampagueantes surgieron al mismo tiempo de tres puntos distintos, y Galaeron se dio cuenta de que los phaerimm ya estaban lo suficientemente recuperados del aturdimiento provocado por la teleportación como para montar un ataque organizado.
El primer proyectil sobrecargó el escudo anticonjuros de Kiinyon, a lo que éste respondió con una maldición. El segundo lo alcanzó de lleno en el pecho, abriéndole una brecha en la armadura, y empezaron a arderle la cabeza, las manos y los pies. El tercer proyectil alcanzó a la maga en la espalda y la hizo caer de bruces sobre la pierna de Hanali. El cuerpo se incendió y se desintegró.
Los conjuros que entonaban los otros dos magos perdieron la armonía y el principal empezó a manotear en un intento de seguir tejiendo. Aunque seguían atacándolos, la ofensiva no era tan intensa como en el lado de la estatua donde estaba Galaeron, y Learal y Khelben hacían todo lo que podían para que siguiera siendo así.
Recorriendo a la carrera los últimos cinco pasos hasta los pies de Hanali, Galaeron lanzó una esfera de sombra hacia la cabeza chata de uno de los atacantes de la maga y atravesó con su espadaoscura el torso del segundo, después saltó por encima del cuerpo de Kiinyon y volvió las palmas de sus manos hacia el suelo. No era un alto mago, pero el conjuro de alarma no era difícil, y había visto lo suficiente sobre la armonización del círculo como para poder incorporarse a la ceremonia.
Galaeron empezó a cantar.
Los altos magos supervivientes se sobresaltaron. El mago principal volvió la cabeza traslúcida hacia Galaeron y se lo quedó mirando un momento antes de volver al Tejido. Galaeron temió que los dos magos no lo aceptaran en su círculo, pero ajustaron el tono para combinarlo con su voz más sonora y continuaron con los conjuros.
Galaeron sintió un leve impacto cuando una andanada de conjuros lo golpeó en la espalda y desapareció absorbida por su escudo de sombra. El corazón le latía desbocado ante la idea de estar de pie allí, inmóvil, mientras un grupo de phaerimm le lanzaba su magia, pero alejó el temor de su mente y se entregó al canto que estaba creando junto con los altos magos. Empezó a hacer con los dedos los movimientos del conjuro de alarma extrayendo la magia del terreno como le había visto hacer a la maga muerta.
Las hebras salían oscuras y frías.
La voz de Galaeron vaciló, pero al ver que dudaba antes de pasar la magia de sombra, el mago principal tendió una mano traslúcida y cogió el primer hilo negro. Mientras entretejía el hilo en el ruedo del traje de Hanali, los ojos del mago se oscurecieron, convirtiéndose en un par de esferas tenebrosas que flotaban en el rostro transparente. Tendió otra vez la mano y cogió la siguiente hebra de manos de Galaeron.
Un phaerimm con tres brazos llegó flotando hasta colocarse al lado de la estatua, donde sus ataques no podían ser bloqueados por el escudo de sombra que protegía a Galaeron, y entonces clavó el aguijón de su cola en el vientre del elfo. Tan absorto estaba éste en el canto que casi no cayó en la cuenta de que se trataba del jefe de los phaerimm ni de que le estaba bombeando en el cuerpo su veneno. Sintió que los pies se le apartaban del suelo, pero eso no le produjo más malestar que el dolor distante que sentía en el vientre.
Lord Duirsar acudió, obligando a retroceder al phaerimm con sus conjuros y su espada. Galaeron siguió cantando. Él y los dos magos eran sólo uno y no les preocupaba otra cosa que no fuera la ceremonia que estaban ejecutando. El mago principal extendió una mano ya casi invisible y recogió la siguiente hebra de manos de Galaeron. Esta vez, cuando incorporó el hilo al traje de Hanali, también incorporó a él su cuerpo.
Galaeron llegó al final de su canto y sintió un estallido de dolor en el vientre. No se dio cuenta de que la ceremonia había terminado y de que había sido liberado de ella hasta que vio a lord Duirsar por debajo de él, combatiendo cuerpo a cuerpo con el phaerimm, obligándolo a retroceder con su acero relumbrante y lanzando una descarga tras otra con su anillo mágico. Storm acudió presurosa junto al lord elfo, con una mano alzada para realizar sus propios conjuros y la espada en la otra.
Galaeron buscó su sedasombra aun a sabiendas de que no lo conseguiría. El veneno del phaerimm lo había paralizado y flotaba sin poder hacer nada por encima del suelo. Vio que otros dos phaerimm aparecían a espaldas de Storm lanzando fuego y relámpagos a ciegas y agitando sus colas a diestro y siniestro. Miró en la dirección opuesta y vio que la situación era más o menos la misma en el resto de la plazoleta, donde Khelben y Learal combatían espalda contra espalda y unos phaerimm cautelosos los atacaban desde lejos.
Aunque recién reparado, el Mythal seguía exhausto y agotado por el abuso que había sufrido desde que se había iniciado la invasión de los phaerimm. Galaeron se rehízo para poder enviar un solo meteoro dorado hacia el centro de la plazoleta. La esfera alcanzó a uno de los phaerimm que acababa de aparecer detrás de Storm e hizo que el otro se apartara humeando y se teleportara a lugar seguro.
La explosión fue lo bastante fuerte como para llamar la atención de todos los que estaban allí reunidos. Lord Duirsar a duras penas esquivó el aguijón de una cola cuando se volvió para ver qué era lo que había producido semejante estruendo. Storm, a quien la explosión había pillado mucho más cerca, estaba ocupada tratando de ponerse de pie.
—¡Storm! —Galaeron tuvo que pronunciar las palabras entre dientes, pero sabía que ella, siendo como era uno de los Elegidos, lo oiría—. ¡El Mythal está listo! Usa el fuego…
El líder de los phaerimm hizo un gesto en dirección a Galaeron y lo dejó totalmente mudo. Lord Duirsar aprovechó la distracción para lanzar una andanada de proyectiles mágicos contra el torso de la criatura que salió despedida dando tumbos. En ese momento, Storm se volvió y descargó su fuego de plata hacia la base de la estatua de Hanali. Khelben y Learal siguieron su ejemplo un instante después, y la estatua empezó a resplandecer con una brillante luz argentada.
El resplandor se desvaneció con la misma rapidez con que había aparecido. El líder de los phaerimm lanzó un negro rayo letal contra lord Duirsar que el lord elfo hizo rebotar con un conjuro especular. Imitando a su jefe, los demás phaerimm redoblaron sus ataques y Galaeron empezó a pensar que le había fallado a Evereska una vez más, que su idea había sido una enorme equivocación y que ni siquiera la magia no adulterada del fuego de plata de los Elegidos bastaría para dar al Mythal el impulso energético que necesitaba para defender a Evereska. Venciendo su decepción y su dolor, se abrió al Tejido de Sombra y se dispuso para lanzar una ráfaga de sombra. No tenía control sobre sus propios movimientos, pero si un phaerimm pasaba por casualidad…
Una lluvia de meteoros dorados cayó del cielo crepitando, silbando y dejando a su paso una larga estela de humo negro. El primero alcanzó al líder de los phaerimm transformándolo en un estallido resplandeciente y haciendo caer al suelo a su lado a lord Duirsar. Los tres siguientes formaron un semicírculo en torno a Khelben y Learal, dejando a los dos Elegidos espalda contra espalda, con los ojos redondos como platos y la boca abierta. Otros dos cayeron detrás de Storm que se quedó atónita un momento y miró en derredor para ver si todavía quedaba algo que matar.
Sólo fueron necesarios cuatro golpes más en apenas dos segundos antes de que no quedara nada que atacar. El resto de los phaerimm, es decir, los pocos que habían sobrevivido, se teleportaron, y la lluvia de meteoros empezó a extenderse hacia afuera, hacia objetivos de otras partes de la ciudad.
Galaeron vio unos doce ataques más antes de que la lluvia se volviera errática y se fuera desvaneciendo hasta dejar el cielo surcado por las estelas humeantes de su descenso.
No, no era humo. Las estelas de humo se disgregan y se vuelven algodonosas al ser disipadas por la brisa. Éstas se mantenían enteras, compactas y oscuras.
—¿Es eso lo que yo creo que es? —inquirió Storm.
Galaeron miró hacia abajo, hacia donde estaba Storm. La Elegida tenía en las manos un trozo de cuerda elfa que había cogido del cinturón de Kiinyon y trataba afanosamente de hacerle un nudo corredizo. Galaeron le habría preguntado qué pensaba que eran, pero seguía paralizado y mudo por el efecto del veneno del líder de los phaerimm y de su magia. Daba lo mismo… En realidad no quería ser él quien dijera que eran sombras.
Storm acabó el nudo y a continuación lo lanzó con destreza hacia los pies de Galaeron.
—Bueno, Galaeron —dijo mientras tiraba de él hacia abajo—, cuando salvas una ciudad indudablemente dejas tu impronta.
* * *
Por tercera vez, a razón de una vez por hora, los Elegidos lanzaron su fuego de plata a la base de la estatua de Hanali Celanil. Un rubor plateado se extendió de pies a cabeza de la imponente figura de la diosa y se fue desvaneciendo lentamente a medida que el sediento Mythal absorbía la magia pura. Instantes después, una nube de meteoros dorados cayó del cielo haciendo impacto en cada parte de la ciudad donde había algún enemigo de Evereska tratando de escapar a la justicia del Mythal.
Galaeron suponía que la mayoría de esos enemigos eran todavía phaerimm, pero la vez anterior había visto los meteoros caer sobre acechadores e illitas, incluso sobre un aturdido osgo que parecía más interesado en huir de la ciudad que en conquistarla. En otra época, el Mythal podría haber mostrado compasión por un infortunado esclavo mental considerándolo una víctima de los phaerimm igual que los propios ciudadanos de Evereska, pero ya no era así. El Mythal renovado sólo discernía entre los enemigos de la ciudad y los amigos, y destruía a los primeros del mismo modo que protegía a los segundos.
Mientras miraba las bandas de sombra que dejaban los meteoros en pos de sí, Galaeron casi esperaba que la siguiente bola dorada le cayera encima a él, pero el Mythal había dado por terminada su intervención en la plazoleta que rodeaba a la estatua de Hanali e incluso en la colina que le servía de base. Ya no había caído ningún ataque más en las inmediaciones de la colina después de la segunda andanada, cuando la mortífera arremetida había desbaratado el contraataque de los atrincheramientos capturados y había provocado la desbandada de los esclavos mentales hacia los rincones más remotos de la ciudad. Cuando acudieron refuerzos colina arriba, la victoria ya sólo fue cuestión de esperar y consolidar, de ampliar minuciosamente las áreas de expansión del control elfo tras cada nuevo ataque del Mythal.
Galaeron tal vez tendría que haberse sentido orgulloso, pero sólo sentía desazón. Tras el primer ataque del Mythal, Learal Mano de Plata se había ocupado de la herida que tenía en el vientre y, al no encontrar ningún huevo de phaerimm dentro de ella dijo que tenía probabilidades de sobrevivir, pero que tenía que descansar. Storm le había hecho tragar una poción curativa y a continuación lo había atado a una raíz de árbol a la espera de que se disipara el veneno de phaerimm que lo paralizaba. Allí se había quedado, preguntándose qué habría sido de Vala y de Aris, de Keya y de sus amigos vaasan y, sobre todo, que habría pasado entre Takari y Kuhl y la espada de ambos.
Transcurrió otro cuarto de hora antes de que Galaeron pudiera mover los dedos, y otro más antes de que tuviera control suficiente como para poder soltar los complicados nudos de Storm. Cuando lo consiguió, lord Duirsar estaba manteniendo una reunión con los Elegidos, con los comandantes de las compañías que habían sobrevivido, con Aris y con todos los que estaban llamados a representar un papel importante en los futuros acontecimientos.
Galaeron enrolló la cuerda y se la colgó al cinto, después se acomodó la armadura y atravesó la plazoleta para unirse a los demás. La poción curativa de Storm había sido sorprendentemente eficaz. Aunque había sentido que el phaerimm le había clavado a fondo el aguijón, la herida casi no le molestaba al andar, y al mirársela observó con estupor que ya estaba cerrada.
La primera que reparó en él mientras se acercaba fue su hermana Keya. Sin disculparse por abandonar el círculo de los que estaban de rodillas delante de lord Duirsar y al parecer sin importarle interrumpir la reunión, se puso de pie y corrió a su encuentro con los brazos abiertos.
—¡Hermano!
Se le lanzó a los brazos con tal fuerza que Galaeron se tambaleó, y habría caído de no haber cerrado ella los brazos sujetándolo.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Bastante bien —respondió Galaeron riendo. Se desasió del abrazo y la apartó sosteniéndola por los hombros para verla bien—. ¿Y tú?
—Ni un solo rasguño.
Keya dio una vuelta para demostrarlo, aunque estaba tan cubierta de polvo y de sangre que casi resultaba imposible darse cuenta de que era una elfa.
—Me fiaré de ti —bromeó su hermano—. ¿Y los demás?
—Hemos perdido a Kuhl —le informó Vala uniéndose a ellos con una triste sonrisa—. Todos los demás han sobrevivido.
—Lamento la pérdida de Kuhl. —Galaeron la cogió de las manos—. Y me alegro de seguir teniéndote aquí —añadió.
—No estaría mal que me lo demostraras.
Vala lo besó con intensidad, provocando risas sinceras y un poco sorprendidas entre los asistentes. El beso duró lo suficiente como para resultar escandaloso. Después lo soltó y señaló a Takari que estaba detrás de ella.
—Y no sólo a mí —dijo Vala.
No muy seguro de cómo interpretar las palabras de Vala ni la sorprendente timidez de Takari, Galaeron se acercó a la exploradora elfa. No lo sorprendió demasiado encontrar la espadaoscura de Kuhl colgando del cinto de Takari. En la mirada de la elfa advirtió tristeza o culpa, pero ni sombra de oscuridad.
—Galaeron, lo siento —se excusó Takari sin atreverse a mirarlo a los ojos—. No tenía intención de abandonar mi puesto, pero ya se había ido cuando rodeé el árbol, de modo que cuando oí que la Compañía de la Mano Fría estaba intentando un ataque…
—Está bien.
—Pensé que debía ir a ayudarles —continuó—. Tal vez haya sido la maldición…
—Fuera lo que fuese, Takari, hiciste lo correcto —la felicitó Galaeron cogiéndola por las manos. No sabía lo que había sucedido con la espada de Kuhl y no estaba seguro de querer saberlo, pero podía ver por el brillo de los ojos de Takari que no había sido vencida por su sombra—. Me alegro de que sigas aquí.
Takari le dedicó una de esas despreocupadas sonrisas de cupido que tan bien recordaba de todos esos años en la Frontera Sur del Desierto.
Galaeron no pudo resistirse. La besó con tanta intensidad como Vala lo había besado a él, aunque esta vez la estupefacción de la multitud se manifestó en un murmullo sorprendido y no en risas sinceras. A Galaeron no le importó. Las quería a las dos, a Takari y a Vala, y había cometido errores mucho peores para salvar a Evereska, de modo que no le importaba lo que pensaran los demás. No estaba dispuesto a reprimir sus sentimientos para complacer a nadie, al menos ésa era una lección que había aprendido bien.
—Ejem —carraspeó la voz familiar de lord Duirsar—. Si se me permite interrumpir…
Galaeron y Takari se separaron de mala gana y él saludó con una reverencia al lord elfo.
—Gracias. Ahora que parece que te encuentras mejor —Duirsar provocó unas risitas nerviosas entre los asistentes cuando se volvió enarcando una de sus cejas grises—, se me ocurre que con la muerte de Kiinyon Colbathin, Evereska tiene necesidad de un nuevo Capitán de las Defensas.
—Galaeron sería un buen comandante —dijo Learal Mano de Plata—. Ya ha salvado a la ciudad en una ocasión.
—¡Escuchad, escuchad! —gritó Dexon, que se levantó detrás de Keya cojeando con su todavía maltrecha pierna—. Puedo deciros que vuestros jóvenes ya andan por ahí contando cómo engañó a los phaerimm y los llevó a la muerte.
Mientras el vaasan hablaba, Keya, Zharilee y los demás comandantes de las compañías elfas permanecían de rodillas sobre las piedras del pavimento. Desenvainaron las espadas y las apuntaron hacia Galaeron para tocar después el suelo con ellas en un gesto de lealtad. Incluso el alto mago de Siempre Unidos, aquel al que Galaeron había ayudado a reparar las últimas hebras del Mythal, hincó una rodilla en tierra e inclinó la cabeza.
Sin embargo, a Galaeron no le pasó desapercibido que eran sólo los humanos los que expresaban a voz en cuello su aprobación. Con la excepción de Takari y de su hermana Keya, los elfos trataban de no mirarlo a los ojos, y muchos de ellos parecían incapaces de impedir que sus ojos mirasen hacia el cielo surcado de sombras.
—¿Y tú qué dices, Galaeron? —Lord Duirsar apoyó una mano en el hombro de Galaeron—. ¿Querrás comandar a los defensores de Evereska?, ¿a los pocos que quedamos?
—Milord, no sé qué decir.
En lugar de arrodillarse para aceptar el nombramiento, Galaeron se volvió y miró al alto mago a los ojos. En ellos no encontró la incertidumbre y la aprensión que llenaba la mirada de los demás, sino más bien repulsión, miedo y desconfianza. De todos los elfos reunidos en la plazoleta, el alto mago había sentido más claramente que nadie el toque de la sombra de Galaeron, y en sus ojos era donde Galaeron podía leer cuál sería su futuro en Evereska. Hizo al mago una inclinación de cabeza, no como muestra de amargura y rencor, sino como señal de reconocimiento y aceptación, y a continuación se volvió hacia lord Duirsar.
—Lord Duirsar, por supuesto que serviré a Evereska hasta que haya expulsado de los Sharaedim al último de los phaerimm y de sus esclavos mentales. —Se volvió hacia Takari y se la quedó mirando hasta que vio la comprensión en sus ojos. Después miró a Vala y añadió—: Pero he prometido a Vala que me ocuparía de que las espadaoscuras que hemos tomado prestadas volvieran sin problema a sus familias en Vaasa.
Duirsar se quedó estupefacto y un murmullo de incredulidad recorrió a todos los reunidos. Ningún elfo se atrevía a rechazar a lord Duirsar, al menos ninguno que fuera ciudadano de Evereska.
—¡Galaeron! —dijo Vala entre dientes—. No hay necesidad…
—Soy un elfo —la interrumpió Galaeron. Sus ojos volaron hacia el alto mago—. Yo cumplo lo que prometo.
Ni siquiera para Vala pasó desapercibida la expresión de gratitud y alivio del mago.
—Espero que lo entiendas, milord —dijo Vala—. Para mi pueblo tiene importancia que las armas sean devueltas por quien las tomó prestadas.
Sorprendido como estaba por el rechazo de Galaeron, lord Duirsar fue lo bastante sensato como para reconocer una salida cuando se le ofrecía, de modo que asintió cortésmente y sonrió.
—Fue poco considerado por mi parte no pensar en eso. Estoy seguro de que encontraremos un sustituto. —Hizo una pausa momentánea y después se volvió hacia Keya—. ¿Y tú qué me dices, lady Nihmedu? ¿Necesitaremos encontrar un nuevo comandante para tu compañía también?
Dexon avanzó cojeando, tan indiferente al protocolo como sólo podía serlo un vaasan.
—Con vuestro permiso, milord, estableceremos nuestro hogar aquí siempre y cuando podáis aguantarme a mí.
Lord Duirsar se volvió hacia Vala.
—¿Accedería a ello la Torre de Granito?
—Él es libre de hacer lo que le plazca —dijo Vala dándole un pellizco en la mejilla a Dexon—, siempre y cuando le ponga al niño un nombre vaasan.
—Al menos el primero —prometió Keya.
—Muy bien —asintió Duirsar volviéndose hacia Dexon—. Entonces sería un honor para nosotros «aguantarte» hasta el fin de tus días, amigo mío.
Dexon sonrió y dio a lord Duirsar un rudo abrazo.
Mientras el señor elfo trataba de desembarazarse de él, Vala se volvió hacia Takari.
—Y tú también eres libre de hacer lo que te plazca.
—¿Libre? —dijo Takari frunciendo el entrecejo—. Por supuesto que soy libre, soy una Sy’Tel’Quess.
—Permíteme que te lo diga de otra manera —le aclaró Vala—. Como portadora del hijo de Kuhl y de su espadaoscura, tienes un lugar con nosotros en Vaasa.
—¿Con vosotros? —Takari respondió con una sonrisa de oreja a oreja y se acercó a Vala y a Galaeron—. ¿Vamos a vivir todos en la Torre de Granito… juntos?
—Sí, si así lo quieres.
Vala miró a Galaeron como pidiendo ayuda, pero por supuesto él se limitó a sonreír y a darle las gracias por señas. Ella palideció, pero rápidamente se recompuso y cogió a Takari por el brazo.
—En Vaasa tenemos algunas costumbres muy interesantes —dijo Vala entrecerrando los ojos para mirar a Galaeron—. Por ejemplo, nuestros hombres duermen fuera, en la nieve.