Capítulo 13

2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada

Para desesperación de Aris, la recuperación de sus fuerzas no había traído consigo la de la elegancia. Desaparecido Malik, el gigante se encontró trabajando secretamente al servicio del príncipe Yder. Estaba sobre el altar mayor del templo de Malik al Único, tallando un relieve de la Luna Negra de Shar en torno a la calavera y el sol que había tallado cuando el templo todavía pertenecía a Malik.

No hubiera podido pedir mejores condiciones de trabajo, ni aunque fuera un gigante libre. No tenía más que pedirlo y todo lo que quería comer o beber era traído de cualquier rincón remoto de Faerun. Una compañía de ayudantes atendía a todas sus necesidades, trabajaba a su antojo y era libre de hacer lo que le viniera en gana el resto del tiempo. Ni siquiera era un cautivo, ya que podía circular con libertad por la ciudad de Refugio, eso sí, si no le importaba ir acompañado de una escolta de varios señores de las sombras armados.

Su control de las herramientas había vuelto a la normalidad tras recuperarse mediante el sueño de los efectos de haber mantenido ocultos a los Elegidos en su cuerpo, y la Luna Oscura había sido tallada con suficiente superficialidad como para no llamar demasiado la atención. A pesar de todo, había algo intrínseco en la naturaleza oculta de la diosa que no era muy convincente. Era suficiente mirar la calavera y el sol de Cyric para ver que flotaba dentro de la Luna Oscura de Shar, y eso no servía. La diosa era más sutil, más misteriosa.

Aris se alejó para tomar perspectiva, sin darse cuenta siquiera de que había provocado que una docena de ayudantes salieran corriendo en busca de refugio, y tomó la decisión de reconsiderarlo todo desde el principio. Guardó el martillo y el cincel en la bolsa de herramientas que llevaba al cinto y se retiró de la zona del presbiterio.

—Id a mi taller —dijo, señalando a los asistentes la puerta del crucero—. Traed una pieza de lona y una barra de carboncillo para hacer bosquejos.

Los ayudantes corrieron a obedecer, dejando de guardia a sólo cuatro señores de sombra que hicieron lo posible por estar callados y pasar desapercibidos. Al parecer, Yder había dado órdenes de no recordarle a Aris que era un cautivo, pero eso no cambiaba nada. Él sabía que siempre lo estaban vigilando. Podía sentirlos allí, escondidos.

Desde la nave central llegó un ronco gemido al abrir alguien el Portal Negro. Aris movió la mano con gesto ausente en la dirección del sonido sin apartar la atención del objeto de su frustración. Un par de guardias salieron corriendo para impedir la entrada del visitante. A esto le siguió el bisbiseo de una conversación en voz baja, después el ruido de una refriega, unas cuantas sílabas de magia y el estruendo de varios cuerpos cubiertos de armadura al chocar contra el suelo.

—¿Qué les pasa a estos zoquetes? —preguntó Aris, demasiado absorto en cuestiones estéticas como para reparar en nada que lo perturbara—. ¿No veis que estoy tratando de pensar?

Los otros dos guardias ya avanzaban por la nave a grandes zancadas para impedir la entrada del intruso. Esta vez, el encantamiento acabó en un brusco crujido. Un destello relampagueante iluminó el presbiterio y Aris vio por fin la solución a su problema. La totalidad del altar se convertiría en una Luna Oscura cuyo hemisferio superior formaría un panel semicircular de fondo mientras el inferior descendería hasta el coro. El truco consistiría en conseguir el escorzo adecuado en el punto del cambio de nivel, y en encontrar una manera de redondear la escalera hacia la base. Cada vez más excitado, Aris cayó de rodillas y empezó a buscar en su bolsa una barra de carboncillo.

—Resulta difícil determinar aquí quién es el amo y quiénes los guardias. —La voz sonó levemente familiar—. No eras tan exigente allá en Arabel.

—¿Tienes algo con que bosquejar? —Aris extendió la mano sin mirar—. Debo plasmar esto antes de que se me olvide la idea.

—¡Aris! —dijo la voz con tono destemplado—. Déjalo. Aquí ya has terminado.

—¿Terminado?

Con gesto de fastidio por la interrupción, Aris movió la cabeza de un lado a otro y se encontró a Galaeron de pie a su lado. El elfo tenía más o menos el mismo aspecto que cuando se habían separado en la Puerta de la Cueva, aunque ahora su rostro presentaba señales de fatiga y sus ojos aparecían velados por una oscuridad satinada.

—Galaeron…

Mientras hablaba, Aris notaba que se iban escapando los detalles de su idea, pero estaba tan contento de ver vivo a su viejo amigo que no le importaba… demasiado.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.

—¿Tú qué crees? —retrucó Galaeron—. Me he escapado.

—¿Escapado? ¿Del palacio del Supremo?

Galaeron asintió.

—Tuve que usar el Tejido de Sombra —dijo, volviéndose a mirar el pasillo central de la nave, donde los cuatro guardias de Aris yacían muertos por diferentes métodos—. Lo siento.

Aris sintió lástima por su amigo.

—No le has fallado a nadie. —Apoyó dos dedos sobre el hombro del elfo—. Estoy orgulloso de que no te hayas rendido antes de esto.

—No me rendí —dijo Galaeron—. Elegí. Telamont está buscando a Vala.

Aris sintió un gran vacío.

—Entonces, ¿lo sabe? —preguntó.

—¿Saber qué?

—Lo de los Elegidos —dijo Aris—. No podían encontrar el Mythallar y yo les dije que buscaran a Vala.

Una sombra cubrió el rostro de Galaeron.

—Los Elegidos deben de haberla liberado —dijo el elfo mientras le hacía señas a Aris para que se pusiera de pie y se volvía hacia el Portal Negro—. Yo los delaté. Eso era lo que quería decir.

Aris se puso en pie pero no mostró ninguna intención de seguirlo.

—¿Qué? ¿Quién? ¿Qué dijo?

—El sharn —respondió Galaeron sin detenerse—. Se me apareció en el palacio del Supremo. Dijo que había venido a devolverme el favor que nos debía y que yo tenía que hacer una elección.

—¿Y?

—Y se marchó y yo hice mi elección —respondió el elfo—. No podía soportar la idea de que Telamont volviera a apresar a Vala, pero ahora veo que no sólo se refería a eso, sino a mucho más.

Al ver que Galaeron no pensaba esperar, Aris le dio alcance de un solo paso. Levantó a Galaeron del suelo y lo puso a la altura de su cara.

—¿El sharn de Karse se te apareció en el palacio del Supremo?

—¿No te lo acabo de decir? Déjame en el suelo. Tenemos que encontrar a Vala y a los Elegidos.

Aris no obedeció.

—¿El sharn te dejó allí para que te liberaras por tus propios medios? ¿Te dejó allí y te dijo que usaras el Tejido de Sombra?

Si Galaeron reparó en la alarma que reflejaban las palabras de Aris, no dio muestras de ello.

—El sharn vino a advertirme —dijo el elfo—. Telamont acababa de estar allí tratando de convencerme de que usara el Tejido de Sombra para salvar a Vala. Cuando me negué, adquirió un aspecto extraño. Antes de marcharse, Telamont dijo que la esperanza era más fuerte de lo que había imaginado.

—¿Era de eso de lo que quería advertirte el sharn?

Galaeron negó con la cabeza.

—Creo que Telamont sabía que lo estaba desafiando porque esperaba que pronto sucediera algo. Debió de haberse dado cuenta de que Vala había escapado con ayuda, porque se fue precipitadamente. Tenemos que encontrar a los Elegidos y avisarles.

—Todo muy posible —dijo Aris—, pero el sharn te dejó allí sin más escapatoria que el uso del Tejido de Sombra.

Galaeron se encogió de hombros.

—Tuve que aceptar lo inevitable, y eso me hizo salir fortalecido.

Apartó el pulgar de Aris y saltó al suelo, aterrizando con suavidad.

—¿Quién salió fortalecido? —preguntó el gigante, un poco asustado por la facilidad con que Galaeron se había librado de él—. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que fue el sharn lo que viste y no algún truco de Telamont?

—Porque lo derrotamos —respondió Galaeron poniéndose otra vez en marcha hacia el Portal—. Mi sombra y yo juntos nos enfrentamos a Telamont Tanthul y lo vencimos.

—Galaeron, mírate —le pidió Aris. Dio un paso adelantándose al elfo y a continuación se volvió en redondo y le bloqueó el paso—. Telamont Tanthul ha estado engañándote para que usaras tu sombra desde el día que llegamos a Refugio, ¿y ahora resulta que lo haces y de repente eres más poderoso que él?

—Sí —dijo Galaeron llanamente—. Los shadovar se valen del engaño y el subterfugio, eso ya lo sé, pero para mí el mayor engaño fue cuando Melegaunt me hizo creer que tenía que luchar contra mi sombra. Me llenó de dudas, y la duda me hizo débil.

—Y ahora estás seguro —dijo Aris con tono de burla y desconfianza—. Ahora eres fuerte.

—No, ahora estoy entero —le soltó Galaeron—. Eso es lo que me hace fuerte. No tengo tiempo para explicártelo ahora.

Pronunció una palabra mística y apuntó con la mano al pie de Aris, que empezó a deslizarse por el suelo.

—Voy al Mythallar —le informó Galaeron dando un paso hacia el Portal Negro.

—¡Espera! —La desconfianza de Aris iba en aumento—. En Arabel me dijiste que no sabías cómo encontrar el Mythallar.

—No en este plano.

Galaeron apoyó una mano en el Portal Negro y pronunció unas cuantas palabras en netherese antiguo. La puerta se disolvió en una niebla de sombra.

El elfo se volvió hacia Aris.

—Espero que vengas conmigo. No creo que Refugio sea un lugar seguro para ti durante mucho tiempo más.

A Aris le bailaban en la cabeza mil sospechas; la principal, que Telamont estuviese usando a Galaeron para que pusiera al descubierto a Vala y a los Elegidos, pero para eso era necesario que Galaeron no estuviera bajo la influencia del Supremo, porque en ese caso Telamont sólo tendría que preguntar para averiguar lo que quería saber.

—Ya vengo —dijo dirigiéndose al sombrío portal—, pero primero debes prometerme que una vez terminado esto no volverás a tocar nunca más el Tejido de Sombra. Todavía puedes salvarte.

—Era una invitación, Aris, no un ruego —replicó Galaeron con un tono en el que se mezclaban el desdén y la paciencia—. No necesito ser salvado de nada.

Galaeron se volvió y atravesó el Portal Negro, dejando a Aris solo en el templo del Único, solo, furioso y abandonado. No conseguía determinar si el que acababa de salir era Galaeron o su sombra, o alguien a quien Aris ni siquiera conocía. Las últimas palabras de Galaeron lo habían dejado resentido y dolido, y semejante falta de consideración no era propia de su amigo. Al gigante le dieron ganas de volver a refugiarse en su trabajo, pero eso era una tontería, por supuesto. Si el plan de Galaeron funcionaba, todo quedaría en ruinas en un momento, y si fracasaba, lo que menos le apetecía era pasarse unos cuantos siglos ocultando Lunas Oscuras en la sagrada escultura de otras deidades. Además, tanto daba si conocía o no del todo al elfo, Galaeron era su amigo, e independientemente de lo raro que se volviera, uno no abandona a los amigos cuando se aprestan a luchar contra Telamont Tanthul y los príncipes de Refugio… Al menos no es eso lo que hacen los gigantes de piedra.

Aris siguió a Galaeron a través del Portal Negro y se introdujo en la niebla de sombra. El aire se volvió gélido, y el suelo, tan blando como la nieve.

—¿Galaeron? —llamó Aris hacia el interior de la negrura.

Dio otro paso inseguro, haciendo todo lo posible por avanzar en línea recta.

—¿Dónde estás?

Al no recibir respuesta, Aris pensó que había esperado demasiado. Las sombras no eran un lugar adecuado para perderse. Dio la vuelta y volvió atrás lo poco que había avanzado.

Tres pasos después, seguía en medio de la oscuridad.

Tal vez sus primeros dos pasos habían sido más largos de lo que pensaba. Con el brazo extendido por delante del cuerpo, Aris avanzó otro paso.

—Galaeron.

Una pequeña mano se apoyó en su rodilla.

—En voz baja, amigo mío —dijo el elfo.

El suspiro de Aris fue cualquier cosa menos bajo.

—Pensé que me habías dejado atrás.

—Tengo muy pocos amigos como para dejarlos deambulando solos por la Linde —respondió Galaeron. Tiró de la pernera del pantalón de Aris guiándolo hacia adelante—. Debemos ser cautelosos. No sé quién más puede estar observando.

—¿Observando? —susurró Aris.

Galaeron se detuvo y la niebla blanca que tenían por delante se fue haciendo traslúcida. Aris vio que se habían detenido justo dentro de la Linde de Sombra. Ante ellos había un gran cráter recubierto de obsidiana, aparentemente de una sola pieza y de superficie tan tersa como el interior de un cuenco de cristal. De pie cerca del fondo, separados a intervalos iguales a lo largo de la pared interior, estaban Khelben y las cuatro hermanas. Tenían los brazos extendidos y con los dedos apuntaban hacia los camaradas que tenían a ambos lados, de tal modo que formaban un gran anillo alrededor de la pared interna. Dentro de este círculo había un disco de luz gris opalescente que lentamente acercaban al fondo de la oquedad.

A Vala no se la veía por ninguna parte, ni tampoco a Telamont y a sus príncipes.

Aris se arrodilló al lado de Galaeron y se inclinó hacia él para decirle algo al oído.

—Tal vez no hayan encontrado…

Galaeron hizo un gesto y el resto de la frase de Aris se desvaneció en el silencio.

El Mythallar está por debajo de ese portal dimensional —dijo la voz de Galaeron dentro de la cabeza del gigante—. Vala está por aquí, en alguna parte, puedes estar seguro.

Aris estaba a punto de preguntar si Telamont también estaba allí cuando, aproximadamente a un cuarto de la circunferencia de donde ellos estaban, surgieron de la Linde de Sombra las figuras oscuras de los diez príncipes que quedaban. No salieron por el recubrimiento de obsidiana, sino que más bien brotaron de él y empezaron a deslizarse silenciosamente por la pared. Aris metió la mano en la bolsa de sus herramientas buscando algo que arrojar, pero Galaeron le sujetó el brazo.

Seguramente los Elegidos ya lo habrán previsto.

Los príncipes ya estaban casi encima de los Elegidos cuando chocaron con una barrera invisible y se pararon en seco. Diminutos rayos de energía crepitaron hacia afuera en torno a cada punto de impacto. Se pusieron en pie de un salto, gimiendo de dolor y asombro. Treparon unos cuantos pasos por la pared y allí se quedaron, lanzando niebla negra al aire. Tres de ellos volvieron a caer casi de inmediato y se disolvieron en la Linde. Los otros arrojaron hacia el fondo del cráter globos de magia de sombra, que al golpear contra la barrera se transformaron en una intensa lluvia negra de diminutas cuentas de oscuridad que chisporrotearon sobre la superficie invisible como gotas de agua sobre una enorme sartén caliente.

Mientras los demás seguían asaltando la barrera, la figura flaca del príncipe Lamorak conjuró un disco de sombra. El y su hermano Malath se subieron a él y flotaron hacia el centro del cráter, moviendo los dedos como posesos para entrelazar hebras de sedasombra y darles la forma de una pequeña hacha de mano.

Aris cogió uno de sus cinceles, pero antes de que pudiera sacarlo de la bolsa para arrojarlo, un rayo de magia dorada partió del borde opuesto del cráter haciendo trizas el disco de sombra de Lamorak. Malath cayó de cabeza contra la barrera invisible y quedó inerte. Su cuerpo se transformó primero en un charco negro y después en pequeños glomérulos negros y humeantes que flotaban por la superficie. Lamorak cayó de espaldas, dio un grito y consiguió lanzarse al aire. Se desvaneció con un crepitar agudo en un conjuro de teleportación.

Aris miró a través del cráter hacia la fuente del rayo dorado y atisbo un mechón del pelo dorado de Vala, que en seguida desapareció detrás del borde. Aunque nunca la había visto formular un conjuro, lo lógico era suponer que uno de los Elegidos le habría dejado un anillo o una varita capaces de lanzar rayos mágicos. Por desgracia, Aris no fue el único que la vio. Yder y Aglarel se deslizaron tras ella usando sus miembros como las patas de una araña para subir por la resbaladiza pared.

Aris miró hacia abajo y experimentó un gran alivio al ver que su amigo estaba mirando a Vala y tenía las cejas elfas enarcadas con expresión de honda preocupación. Sin embargo, Galaeron no intentó ir en pos de ella. A Aris le vino a la memoria aquella vez en el Saiyaddar, cuando el elfo estaba bajo la influencia de su ser sombra y a punto había estado de hacer que lo mataran a él para hacer caer a un dragón en una emboscada. Aris sacudió a Galaeron por el hombro y lo instó a ir tras ella.

Galaeron se desasió de la mano del gigante.

Seguramente ya lo habrán previsto. Debemos esperar aquí, en la Linde, a que surja algo que no hayan previsto.

Aris se dispuso a preguntar airadamente que podría ser ese algo, pero el conjuro de Galaeron le imponía silencio. No podía hacer otra cosa más que esperar y observar mientras los Elegidos, ajenos totalmente a los esfuerzos cada vez más frenéticos de los príncipes de penetrar la barrera mística, seguían recorriendo el portal dimensional hacia el fondo del cuenco. Yder y Aglarel llegaron al borde del cráter y desaparecieron en él. El cuenco empezó a sacudirse y se desmoronó debajo de ellos.

Aris se quedó boquiabierto. Los Elegidos lo habían conseguido, Refugio se estaba desmoronando. Levantó a Galaeron y, dispuesto a no separarse de los demás dijera lo que dijese el elfo, dio un salto hacia el interior del cuenco…, pero aterrizó en el mismo lugar, mientras el cuenco seguía cayendo por debajo de él.

Cuando nos necesiten —susurró Galaeron—. No antes.

* * *

Malik no tenía la menor idea del tiempo que había pasado encadenado en el altar de Shar. Sólo sabía que el hambre lo había debilitado tanto que sus tripas ya ni rugían, que tenía la lengua tan hinchada por la sed que no podría beber aunque alguien le diera agua, que sus oídos estaban tan acostumbrados al constante susurro de los fieles de la Oculta que el repentino silencio lo había dejado sordo y aturdido.

Tuvo la sensación de estar flotando, una sensación que se acentuó cuando su sombra en el techo empezó a encogerse y a volverse aún más oscura, cuando el chorro de magia plateada que salía de la piedra empezó a arremolinarse en torno a él en gotas tan grandes como su cabeza, y especialmente cuando las formas confusas de los adoradores de Shar empezaron a volar por los aires y a rebotar en el techo salpicado de sombras.

Tan debilitado estaba por la sed y el hambre que por un momento su confusión no le permitió comprender lo que veía. ¿Acaso habría muerto por fin y emprendido el viaje al Castillo Destrozado, o era que esa zorra de Shar repentinamente había concedido a sus fieles el don de volar? ¿O tal vez era una alucinación? Quizá todas las vicisitudes por las que había pasado por su dios Cyric estaban ahora pasándole factura, haciendo que se volviera tan loco, tan desequilibrado, como lo había sido otrora su dios.

Entonces Malik llegó al extremo de las cadenas y sintió que sus manos marchitas casi se escurrían de las ataduras y supo lo que había pasado. El Único había respondido a su plegaria. Por fin Cyric había tenido piedad de su pobre servidor y había alzado un dedo para ayudar en la imposible misión que le había asignado, y pronto los sharitas pagarían por todos los tormentos y torturas a que lo habían sometido mientras estuvo encadenado al altar robado de su diosa.

—¡Os ha llegado la hora! —gritó Malik a través del remolino flotante de cuentas de plata—. Cyric ha venido por fin y se vengará cruelmente de vosotros.

—¡Tonto! —La voz que susurró esto provenía de su propia sombra, aplastada contra el techo a unos doce pasos por encima de él—. No hay nada más alejado de las preocupaciones de Cyric que tu desgracia.

—¡Eso no puedes saberlo! —exclamó Malik, más para tranquilizarse que porque pensase que su sombra necesitaba saberlo—. No eres nada para él. —Quiso detenerse aquí, pero sintió que las palabras se agolpaban respondiendo a la maldición de Mystra que lo obligaba a decir la verdad—. ¡No eres más que otro tormento para mí!

—Ése es el único servicio que me alegro de hacer a tu dios —dijo la sombra con una sonrisa color púrpura—. Pero eso no altera la verdad de lo que está sucediendo. La ciudad está cayendo.

—¿Cayendo? —Malik se estremeció y notó que otras voces estaban empezando a sumarse a la suya—. ¿Conmigo dentro?

—Es una pena, ¿verdad? —inquirió la sombra.

—Más de lo que te imaginas.

En esto Malik era sincero, porque Cyric solía hablarle del destino que le aguardaba si alguna vez fracasaba en una de las misiones que le encomendaba. En un instante desfilaron por su cabeza los mil tormentos prometidos, ya que, en su infinita sabiduría, el Único había hecho que Malik los memorizase tan bien como su propio nombre.

No había forma de evitarlo. La ciudad se iba a estrellar en el desierto y él iba a morir junto con todos los demás, seguramente aplastado bajo la Piedra de Karse, ya que seguía encadenado a ella… Y fue en ese momento cuando Malik vio claramente la vía de su salvación.

En una ocasión anterior, cuando Cyric había enviado a Malik en busca de un libro sagrado al interior de la Torre del Homenaje de Candlekeep, el Único le había dicho que bastaba con que pronunciara tres veces su nombre una vez que hubiera cumplido la misión para que fuera rescatado. Teniendo en cuenta que Yder había dicho que la Piedra de Karse era la corona de su diosa Shar, y teniendo en cuenta que era también la única fuente de la antigua magia integral de todo Faerun, incluso tal vez de todo Toril, parecía razonable suponer que quien controlara la Piedra de Karse también podría controlar el Tejido de Sombra.

Malik se dio cuenta de que la piedra podía ser sólo como una corona. Aunque no era realmente la fuente del poder de Shar sobre el Tejido de Sombra, era al menos su símbolo y en Calimshan había aprendido que el que controlara el símbolo, pronto poseería el poder. Cuando el auténtico califa de la ciudad había sido despojado de su corona por una banda de ladrones, el jefe de éstos había tenido la audacia de colocársela en la cabeza y retar al califa a recuperarla. Por mucho que lo intentó, el anciano nunca lo consiguió, y no pasó mucho tiempo antes de que la ciudad reconociera al ladrón como nuevo califa.

Malik creía que lo mismo sucedería con la Piedra de Karse. No, lo sabía sin ninguna duda. No podía haber ninguna otra razón para que la diosa de las sombras permitiera que un artefacto de tan reluciente luz sirviera como altar mayor en el más sagrado de sus templos.

Al ver que había flotado hasta llegar a casi dos metros del techo, y que su sombra era apenas algo mayor que él pero tan negra como la obsidiana, Malik cerró los ojos. No tenía la menor idea de lo que tardaría la ciudad en estrellarse contra el Anauroch, pero llevaban entre cinco o diez segundos cayendo y el impacto tenía que ser inminente.

—¡Lo tengo, poderoso señor! ¡Tengo el Tejido de Sombra encadenado a mi espalda!

Viendo que la maldición de Mystra no lo obligaba a añadir nada más, ni siquiera a aclarar que se trataba sólo de un símbolo, decidió que su plan iba a funcionar.

—¡Cyric, el Único, el Todo! —gritó.

No sucedió nada. Flotaba tan cerca del techo que no podía ver nada más que la cara burlona de su sombra.

—Eres penoso —le dijo ésta—. Me avergüenza saber que soy una consecuencia de tu imagen. Aun cuando Cyric pudiera oírte ¿crees que respondería?

—¿Aun cuando? —gritó Cyric—. ¿Qué significa aun cuando?

—¿Qué crees que quiero decir? —retrucó la sombra—. Éste es el templo…

La explicación se interrumpió abruptamente al tocar Malik el techo y entrar en contacto con su sombra. Los ojos rojos se cerraron y la sombra adquirió una forma más achaparrada y menos monstruosa. Malik experimentó un acceso de magia fría cuando se unió a su cuerpo.

—¡Esto es lo que te mereces! —Con la cara pegada al techo de piedra le costaba hablar con claridad—. ¡Estarás conmigo cuando me enfrente a la cólera del Único!

El techo se elevó apartándose de su cara y Malik pensó por un momento que su sombra se había equivocado, que, después de todo, Cyric había venido a rescatarlo. Entonces oyó como un chapoteo y gritos y vio a los shadovar que agitaban los brazos y que las cuentas de magia plateadas adoptaban la forma de lágrimas al caer al suelo del templo.

Malik cerró los ojos.

—¡Cyric, el Único, el Todo! —gritó.

Lo único que sucedió fue que un rugido constante empezó a surgir a su alrededor. Apenas había identificado el sonido como el del torrente constante de magia que caía en el estanque de abajo cuando el rugido estalló en un chapoteo atronador y los pulmones se le vaciaron de aire al golpear su espalda en la Piedra de Karse. Rebotó una vez y sintió que las piernas se liberaban de los grilletes y se le rompían los huesos de una mano al escurrirse ésta de las esposas que la tenían sujeta.

Por un momento, Malik pensó que acabaría ahí, que todo se tornaría negro y se despertaría en el Plano de Fuga, abandonado a la suerte adversa con que castiga a todos los desgraciados sin fe que han perdido el favor de sus señores el dios ladrón de los muertos, Kelemvor.

Pero no iba a ser así. Todavía sujeto a la Piedra de Karse por la mano que no se le había roto, Malik se deslizó hacia el lado de la hendidura y la cara le quedó totalmente expuesta a las salpicaduras de la magia. Antes de que pudiera cerrar la boca y apartarse, tragó tres veces y el líquido entró por el conducto equivocado y le llenó inmediatamente los pulmones.

Malik creyó que iba a ahogarse, pero esto era magia. Le penetró a través de los pulmones al resto del cuerpo llenándolo de renovado vigor. La debilidad debida a la falta de comida y de líquido se desvaneció y la mano que se acababa de romper empezó a curarse, aunque como el hueso fracturado todavía no se había asentado le dolía como si Aris se la hubiese atravesado con un cincel. El hombrecillo plegó las piernas debajo del cuerpo y al volverse vio el templo lleno de maltrechos shadovar. Algunos flotaban boca abajo en la magia plateada y otros trataban de alcanzar los arcos de salida a toda la velocidad que les permitían sus piernas oscuras.

Un par de fanáticos adoradores de Shar lo vieron de pie junto a la Piedra de Karse y se dispusieron a abalanzarse sobre él gritando que aquello era obra del ladrón infiel. En ese preciso momento, las bóvedas del techo cedieron bajo la presión de la repentina parada y empezaron a caer hacia el interior del templo. El más corpulento de los fieles quedó aplastado bajo una sección de nervadura que tenía aproximadamente el tamaño de Aris, y los otros desaparecieron tras una cortina de escombros.

Sacando buen partido de la habilidad que le había otorgado Cyric para desaparecer, Malik se refugió bajo la superficie del estanque plateado. Un fanático superviviente llegó un instante después y empezó a revolver el agua con su negra espada entre juramentos de que pondrían la cabeza astada de Malik como trofeo sobre la pared. En realidad, habría sido muy sencillo seguir la cadena a la que todavía estaba sujeta su mano para encontrarlo, pero la magia del Único impidió que el adorador de Shar la viera. Malik emergió detrás de él, y apoderándose de la daga que el shadovar llevaba en el cinto, le abrió el vientre con ella.

Un gran paño de pared se derrumbó a espaldas de Malik. Todo el templo se inclinó y Malik se vio arrastrado por la Piedra de Karse mientras la corriente se llevaba todo lo que encontraba a su paso hacia un remolino que se había formado en una esquina. Apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que estaba a punto de ser engullido por uno de los desagües que había observado al despertarse por primera vez en la cámara.

Por un momento, Malik tuvo la sensación de que la ciudad había empezado a caer otra vez, pero entonces la cadena de las esposas se aflojó, se tensó de nuevo y se volvió a aflojar cuando la Piedra de Karse golpeó contra algo, rebotó y empezó a rodar. Se encontró volando por los aires, a continuación vio cómo le pasaba la piedra por encima de la cabeza, y, por último, arrastrado antes de darse de bruces contra ella y detenerse.

Por comparación con el choque y el rugido de la caída inicial, la cámara pareció sumida en una quietud sobrecogedora. No era silencio precisamente, ya que por todos lados se oían los gemidos y gruñidos de los heridos, la caída incesante de escombros y de personas que se precipitaban en los viscosos charcos de magia, y el gorgoteo constante del torrente mágico que seguía saliendo de la grieta de la Piedra de Karse. Lentamente, Malik se incorporó y, tras descubrir que había salido más o menos intacto, se volvió para ver dónde había aterrizado.

Estaba apoyado contra la pared de una de las cavernas donde los shadovar producían sus mantas de sombra. A su derecha estaba el enorme telar semejante a un peine que usaban para hacer telas de sedasombra, y a su izquierda, la tronera de cien metros por la que entraba la luz necesaria para crear sombra. Sin embargo, lo que más le interesó a Malik fue el recipiente de latón poco profundo que tenía justo frente a él. El recipiente, fuertemente inclinado como consecuencia de la inclinación de la ciudad, tenía fácilmente cien pasos de lado, pero de profundidad tenía apenas el grosor de una uña. Al lado opuesto, varias decenas de metros por encima de la cabeza de Malik, había un extenso canal donde se acumulaba parte de la magia plateada que antes era distribuida uniformemente por el mismo.

Una tremenda sacudida conmovió la caverna del telar que se enderezó lentamente. La magia argentada de la Piedra de Karse se vertió en el recipiente de latón y empezó a fluir hacia los rincones del taller. La luz del sol atravesó brevemente la abertura de la tronera y después se desvaneció tras el borde superior, proyectando una estrecha cuña de sombra sobre la superficie del recipiente. Allí donde la sombra entraba en contacto con la lámina de magia integral que se iba extendiendo, se concretaba instantáneamente en un triángulo de manta de sombra del grosor de una oblea.

—¡Utilizan magia integral! —exclamó Malik con asombro al comprender de pronto lo que estaba viendo—. Necesitan la Piedra de Karse para hacer sus mantas.

La ciudad siguió inclinándose, esta vez en la dirección opuesta. Malik se dio cuenta de que todo lo que había averiguado no le serviría de nada si no sobrevivía para contárselo a Cyric, y se puso de pie. Empujando unas veces, tirando otras y arrastrado por momentos, empezó a orientar la Piedra de Karse hacia la tronera iluminada por el sol del lado derecho de la estancia.

Contando con su consabida suerte, Malik pensó que tal vez consiguiera empujar la Piedra de Karse hacia el desierto antes de que todo el Enclave de Refugio se desplomara aplastándolos.

* * *

A pesar de lo oscuro que se había vuelto el corazón de Galaeron, a punto había estado de romperse cuando él y Aris vieron a Aglarel y a Yder desaparecer tras el borde del cuenco persiguiendo a Vala. Después de abandonar la caravana en Estrella Vespertina, no se hacía ilusiones sobre la disposición de los Elegidos a arriesgar a cualquier individuo por el bien común. La comprobación de que también él estaba dispuesto a asumir el mismo riesgo, y respecto de alguien a quien amaba, no le pareció ni bien ni mal, sólo necesario. Que los acontecimientos hubieran demostrado que tenía razón no lo hacía sentir ni culpable ni al contrario. Finalmente comprendió lo que Dove y los demás habían estado tratando de decirle aquel día —o eso creyó, ya que su mano finalmente se había curado y había recuperado el color habitual—, es decir, que los Elegidos ya llevaban sus sombras dentro, que no era posible asumir tanta responsabilidad y tanto poder sin ensombrecer el propio espíritu.

—Prepárate, Aris. —Galaeron habló ahora normalmente, pues ya no había posibilidad de que los shadovar los pudieran oír—. Nos necesitan.

A través de la niebla de sombra cada vez más espesa que subía de la batalla que se libraba más abajo, el Supremo era apenas visible, una figura espectral de pie al borde de la barrera defensiva de los Elegidos. Miraba hacia abajo, hacia el fondo del cuenco, donde estaba el Mythallar entre los restos humeantes del portal dimensional que Khelben y los demás habían estado bajando por encima de él, cuando finalmente se reveló difundiendo una oleada de fuego de sombra a través de la protección que tenían por encima.

La batalla que había sobrevenido había sido tan feroz como salvaje. Las bolas de sombra y los rayos relampagueantes se estrellaban contra los escudos mágicos. Las espadas de plata chocaban contra la negrura, y los pies y los puños volaban a tal velocidad que la vista casi no podía seguirlos. Ante el temor de crear más grietas dimensionales como la que había absorbido a Elminster hacia los Nueve Infiernos, ambas partes evitaban la utilización de la magia pura. A pesar de todo, en media docena de puntos había alarmantes torbellinos de aire lleno de sombra, y dos de ellos parecían atraer conjuros hacia sus vertiginosos núcleos y ampliarse al alimentarse de su magia.

Galaeron señaló la figura de anchos hombros del príncipe Clariburnus, a quien mantenía a raya el frenesí cegador de estocadas y patadas de Dove Mano de Halcón.

—Mira si puedes sorprender a Clariburnus por detrás e inclinar las cosas a nuestro favor —le dijo a Aris.

Aris alzó su martillo gigante.

—Al menos lo distraeré —afirmó—, pero me preocupa que sólo veamos a los príncipes y al Supremo. —El gigante señaló a Telamont, que extendía las manos abiertas hacia el Mythallar dañado, controlando sin duda el flujo del Tejido de Sombra para estabilizar a la ciudad—. ¿Dónde está el ejército? —preguntó.

—Aquí seguro que no —respondió Galaeron.

No era necesario ser muy sagaz para darse cuenta de que los shadovar no querrían correr el riesgo de que uno de sus soldados se enfrentara a una corriente de fuego plateado de los Elegidos con un rayo de sombra. La brecha resultante en la trama del mundo podría muy bien engullir a todo el enclave hacia un plano más infernal que aquel del que acababan de escapar.

—¿Y puedo saber qué es lo que harás tú? —preguntó Aris con un gruñido.

—Mantendré ocupado al Supremo —respondió señalando a Telamont.

Aris abrió muchísimo los ojos.

—¿Es que tu sombra te ha vuelto loco? —preguntó—. No tienes nada que hacer contra él…

—Una mosca chupasangre no es adversario para un rote, pero ¿cuál de los dos es el que pica? —Galaeron le hizo señas a Aris de que se pusiera en marcha—. Aparecerás detrás de Clariburnus.

Aris miró a Galaeron con escepticismo.

—Ten cuidado, amigo mío. Todavía no he dejado de contar contigo.

Galaeron sonrió.

—Entonces debe de ser cierto lo que Sy’Tel’Quessir dijo: no hay ser más tozudo que un gigante de piedra. —Apoyó una mano tras la rodilla de Aris y empujó—. Date prisa antes de que estos insensatos abran otra boca infernal.

Aris dio un salto hacia adelante, saliendo a tumbos de la Linde. Galaeron se quedó atrás el tiempo suficiente para verlo emerger de la pared de obsidiana del cuenco, unos pasos por detrás de Clariburnus, ya dispuesto a descargar el enorme martillo sobre la cabeza de su objetivo. El príncipe presintió el ataque en el último momento y lo esquivó, pero la distracción era todo lo que le hacía falta a Dove Mano de Halcón para asestar sus certeros golpes. Lanzando magia con una mano y blandiendo el acero con la otra, primero burló la espada del shadovar y a continuación le hundió la espada mágica hasta la empuñadura en el abdomen. Clariburnus se tambaleó y cayó bajo las piernas de Aris emitiendo un ronco aullido que fue audible a pesar del fragor de la batalla. El príncipe se vengó haciéndole un tajo a Aris detrás de la rodilla.

Al gigante se le dobló la pierna, y Galaeron no se atrevió a seguir mirando antes de abandonar la Linde. Apareció directamente detrás de Telamont, apoyándose sobre ambos pies y lanzando un negro rayo relampagueante con una mano mientras blandía una espada robada con la otra.

El Supremo ni siquiera pestañeó. Ni siquiera se volvió a mirar. Se limitó a apartarse de su camino. Mientras Galaeron pasaba a su lado, describió un arco con la espada y lanzó un rayo relampagueante. En cuanto la espada negra tocó las ropas de Telamont, se hizo pedazos. El rayo se descargó a escasos centímetros de su mano y Galaeron se encontró suspendido e inmovilizado delante de su objetivo, mirando al fondo de unos huidizos ojos de platino.

—¡Elfo! —dijo el Supremo con voz ronca. En su furia, Telamont estuvo a punto de cerrar una mano y la ciudad se estremeció al flaquear su control sobre el Mythallar—. ¿Cómo te has liberado?

Galaeron sonrió. Al parecer el Supremo no sabía todo lo que sucedía en su palacio.

—De la forma más inesperada… —Galaeron se abrió al Tejido de Sombra y sintió que su magia fría fluía hacia él desde todas las direcciones—. Seguí tu consejo.

Galaeron giró la palma de la mano hacia afuera y desató un rayo de pura magia de sombra. Al parecer, el ataque cogió a Telamont por sorpresa, aunque sólo fuera porque no estaba preparado para ver a Galaeron recurriendo al Tejido de Sombra. Por desgracia, su efecto fue casi nulo, ya que proyectó sólo una efímera nube sobre la cara del Supremo antes de desvanecerse en la oscuridad interna de su capucha. La ciudad dio la impresión de caer una vez más, pero sólo un instante, antes de que el Supremo la volviera a controlar.

—Ya veo que te has doblegado a tu sombra —dijo Telamont—. No pasará mucho tiempo antes de que estés en condiciones de devolver la información que a Melegaunt le costó tanto reunir.

—Ya puedo recuperarla —le aseguró Galaeron—, pero no creo que debas esperar mis favores. Y «doblegarme» no es la expresión que yo usaría. Me he aliado con mi sombra, pero sigo siendo dueño de mi voluntad.

Los ojos de platino de Telamont relampaguearon y las piernas y los brazos de Galaeron se abrieron. Giró en redondo hasta quedar suspendido boca abajo sobre el campo de batalla. Aris yacía en el fondo del cuenco, sangrando por tres heridas diferentes y retorciéndose de dolor. A los Elegidos no les iba mucho mejor. Aunque tanto Dove como Storm vertían sangre por brechas abiertas en sus armaduras, sólo quedaban tres príncipes en el cuenco. El príncipe Mattick cedía terreno bajo un furioso asalto de acero y conjuros.

Todo lo que Galaeron tenía que hacer era mantener fija en él la atención de Telamont para apartarla del combate. Volvió a tratar de abrirse al Tejido de Sombra, pero esta vez sólo percibió una presencia esponjosa que la magia no podía atravesar.

—¿Pasa algo, elfo? —inquirió Telamont—. A lo mejor, después de todo, tu voluntad no te pertenece tanto.

Abajo, en el cuenco, el príncipe Mattick se había afirmado sobre una rodilla para hacer frente al furioso ataque de magia proveniente de Alustriel y Learal. Dove y Khelben estaban apartando de él a su hermano Mattick, y pronto estarían en condiciones de rematarlo con un golpe desde atrás.

—Mi voluntad me pertenece hasta el punto de jurar que nunca accederás a los conocimientos que me traspasó Melegaunt —lo desafió Galaeron—. Y si dudas de que tenga la fortaleza necesaria para cumplir ese juramento…

—De tu fortaleza no tengo dudas. Te resististe demasiado tiempo a tu sombra. —La voz de Telamont era sombría y fría—. Una pena, realmente. De haberte rendido a ella tal como te aconsejaba, podría haberte salvado del mismo modo que salvé a Hadrhune. Ahora ya no me sirves para nada. Me veré obligado a exprimir el conocimiento de tu mente sin valor… del mismo modo que te he arrancado las tontas esperanzas de derrotar a mis príncipes.

Mientras Telamont pronunciaba estas últimas palabras, los príncipes Aglarel e Yder aparecieron detrás de Alustriel y Learal. El primero sorprendió a Alustriel con un feroz golpe desde arriba que le abrió una brecha en la clavícula antes de que pudiera teleportarse dejando tras de sí un reguero de sangre.

Khelben entrevió a Yder con el rabillo del ojo y apuntando su bastón negro por encima del hombro de Learal le lanzó una lluvia de meteoros que lo hizo retroceder trastabillando hasta la mitad de la pared del cuenco.

Eso dejó a Mattick libre para contraatacar. Se levantó, blandiendo una enorme espada negra en una mano y lanzando una lluvia de arañas negras aladas con la otra. Las arañas formaron una nube oscura y zumbante en torno a la cabeza de Khelben, pero la espada resultó más mortífera ya que cercenó la pierna de Dove a la altura de la rodilla. La Elegida cayó maldiciendo y se salvó de un segundo y mortífero golpe al soltar una larga cinta de fuego de plata.

Mattick escapó a una muerte segura sólo porque se hizo a un lado y derribó a Khelben al chocar contra sus piernas. Mientras tanto, el fuego plateado de Dove bajaba arrollador atravesando la niebla sombría que se cernía sobre el cuenco, y Galaeron atisbo la extensión de la orilla arenosa de un lago muy abajo y se dio cuenta de por qué era tan difícil encontrar el Mythallar a menos que se hiciese a través de las sombras. El cuenco estaba en lo que antiguamente había sido la cima de la montaña y ahora era la base de la ciudad, colocada cabeza abajo y mirando directamente sobre el desierto que se extendía por debajo.

El agujero de las nubes se cerró tan rápido como se había abierto, y Dove también se teleportó a lugar seguro. Sólo quedaron Khelben, Learal y Storm, y los cinco príncipes shadovar que los cercaban y los empujaban sin cesar hacia el vertiginoso ciclón de aire lleno de sombra. Allí también estaba Aris, retorciéndose todavía en el suelo, deslizándose lentamente hacia el centro del cuenco sobre una lámina de su propia sangre escarlata. Nadie le prestaba la menor atención, y Galaeron pronto volvió a mirar a Telamont, no fuese que el Supremo intuyera la esperanza que crecía en su corazón e hiciera algo para detener al inteligente gigante.

Galaeron llegó a la conclusión de que incluso esa estrategia estaba plagada de peligros. Deslizándose por la pared del cuenco detrás de Telamont estaba Vala, con un puño cerrado para poder apuntar con un anillo en forma de estrella a la espalda del Supremo. En la otra llevaba su espadaoscura dispuesta a atacar al primer indicio que mostrara que él sabía que ella estaba allí.

Desesperado por mantener la mente ocupada en otra cosa ante el temor de que Telamont ya hubiese tenido acceso a sus pensamientos, Galaeron volvió la vista hacia los Elegidos.

—¡Usad el fuego de plata! —gritó—. Es el único…

—¡Silencio, necio! —exclamó Telamont—. ¿Prefieres destruir Faerun antes que permitirnos tener un lugar…?

También él guardó silencio cuando, para sorpresa suya, Khelben alzó la mano y lanzó un flujo del reverberante fuego mágico contra Telamont. Con un grito de rabia e incredulidad, Telamont no pudo por menos que alzar ambas manos y levantar un escudo mágico ante sí. Libre de su presa, Galaeron cayó hacia el fondo del cuenco y a duras penas tuvo tiempo de formular un conjuro de caída lenta antes de que el aire estallara en sibilantes chispas blancas y lanzas crepitantes de relámpago negro. Recogió las piernas debajo del cuerpo y aterrizó sobre el mismísimo Mythallar, justo a tiempo de ver cómo Vala bajaba dando tumbos en dirección a la espalda de Telamont.

Lo que sucedió a continuación fue indescriptible. Vio volar los pies de sombra de Telamont, el arco que describió la espada de Vala y un brazo negro restallando en el aire crepitante. Todos ellos se disolvieron en sombra. El tremendo golpe de un gran martillo sacudió el Mythallar, y Aris lanzó un grito de triunfo. Algo parecido a un volcán hizo erupción bajo los pies de Galaeron y se encontró dando tumbos en un aire tan negro y tan espeso como el alquitrán.

Se dio de bruces contra una pared de obsidiana, y a duras penas había conseguido ponerse de pie cuando otra vez cayó al balancearse el cuenco hacia arriba. Rodó a trompicones hacia el borde y se detuvo de golpe para volver después a cuatro patas hacia el centro. Por tres veces tuvo una visión rápida del Mythallar, arrancando y vertiendo humo de sombra dentro del cuenco, mientras Aris hacía cuña con las piernas por debajo de uno de los lados y seguía golpeando con su martillo de escultor, antes de chocar contra él.

—¡Vaya, Galaeron! —gritó Aris—. Es una piedra durísima, pero no imposible de romper.

—¡Creo… —el cuenco se inclinó abruptamente en el otro sentido y Galaeron apenas pudo evitar salir disparado sujetándose a la bolsa de herramientas del gigante—… que ya has hecho bastante!

Aris dejó de golpear con el martillo el tiempo suficiente para hacer una pregunta.

—¿Qué más hay que hacer?

Galaeron vio pasar a Vala dando tumbos y de camino derribar a Mattick y llevarse la pierna cercenada de un shadovar antes de desvanecerse en la niebla negra y empezar a lanzar el salvaje grito de guerra de los vaasan. Galaeron cogió un puñado de materia sombra del aire cada vez más negro y le dio la forma de un par de arañas. Una de ellas se la pasó a Aris con instrucciones de que se la tragase y él hizo otro tanto con la otra. Después de un rápido encantamiento los dos atravesaban el cuenco a gatas y sus manos y sus pies se adherían a la superficie resbaladiza como si estuviera recubierta de engrudo.

Encontraron a Vala y a los tres últimos Elegidos en situaciones apuradas, ya que no podían mantenerse de pie y estaban atrapados dentro de un círculo formado por los príncipes shadovar. Aglarel arrojó una bola de sombra contra Storm, quien a duras penas tuvo tiempo de balancear las piernas hacia un lado para parar el ataque con el muslo y no con el pecho. La esfera le abrió un boquete del tamaño de un puño en el músculo y el hueso que evidentemente la dejaba incapacitada para luchar, sin embargo no se teleportó como habían hecho las otras Elegidas, que estaban demasiado malheridas para participar en la batalla. Khelben apuntó con su bastón al príncipe que la había herido, pero lo único que salió de su extremo fue una lluvia ridícula de luz amarilla.

Galaeron se apoyó un dedo en la sien, después usó la magia de sombra para hablar con Aris mentalmente.

¡Están indefensos! —explicó—. La materia sombra está agotando su magia.

Aris asintió y después señaló a Aglarel y a Yder y levantó su martillo.

Bien —asintió Galaeron—. Adelante.

Dieron un salto adelante los dos juntos, Aris cogió a los dos príncipes por sorpresa, aplastándoles los yelmos y enviándolos dando tumbos por el fondo del cuenco antes de que se desvanecieran en una niebla negra. Galaeron cogió a Mattick por detrás con un rayo de sombra que lo lanzó de cabeza hacia los Elegidos, donde Learal y Khelben demostraron que todavía no estaban totalmente indefensos al clavarle sus dagas por lo menos dos veces en cada centímetro no protegido por la armadura antes de que el príncipe se batiera en presurosa retirada disolviéndose y volviendo a las sombras.

Sólo quedaron Brennus, Clariburnus y Dethud atacando desde atrás. Un par de proyectiles oscuros alcanzaron a Khelben en los hombros e hicieron que se deslizara a través del cuenco hacia Aris mientras una garra de sombra surgía del antebrazo de Dethud, se cerraba sobre la garganta de Learal y empezaba a arrastrarla hacia las filas de los shadovar. Galaeron saltó hacia adelante para atacar, pero Vala ya había clavado su espadaoscura en el pecho del príncipe. El arma se hundió hasta la empuñadura y luego cayó al suelo al replegarse Dethud hacia las sombras.

Vala llamó al arma hacia su mano y empezó a cargar contra Brennus, pero perdió pie cuando el cuenco se balanceó otra vez repentinamente. Casi no había tocado el suelo cuando ya estaba de pie otra vez, avanzando.

Galaeron la cogió por el brazo.

—Ya está —dijo.

—Todavía no —replicó Vala volviéndose y señalando hacia el interior de la niebla que cubría el otro lado del cuenco—. Tengo uno de sus brazos, pero Telamont todavía está ahí arriba.

Un par de discos oscuros atravesaron silbando el cuenco y les habrían cortado la cabeza de no haberlos derribado Aris antes de que llegaran. Galaeron se puso de rodillas y contraatacó con una andanada de flechas de sombra.

Brennus las bloqueó fácilmente y envió las armas oscuras en su dirección. Aris recibió dos en el brazo y Vala una en el hombro; otras tres alcanzaron a Galaeron en un lado del cuello y el brazo.

—Ya está —repitió Galaeron. Eran las palabras más difíciles que había tenido que decir en su vida, y de nada había estado tan seguro jamás. Cogió a Vala por el brazo y la arrastró hacia los tres maltrechos Elegidos—. No vamos a ganar esto.

Aris no estaba dispuesto a retirarse.

—Pero el Mythallar… —dijo.

—Está resquebrajado —lo cortó Galaeron—. Puede que eso sea suficiente para que la ciudad caiga.

Aris se volvió y descargó su martillo otra vez en el centro mismo del Mythallar.

Clariburnus hizo un gesto con la mano y le arrebató el martillo, que salió disparado mientras Brennus enviaba un banco de niebla negra hacia ellos. Galaeron levantó un conjuro de viento que confiaba en que pudiera repeler la niebla empujándola hacia los príncipes, pero Brennus lo desactivó con un gesto. Storm empezó a ahogarse con el humo y Galaeron tomó conciencia de que estaba aprendiendo algo más sobre su poder: que a veces la parte más difícil de utilizarlo era saber cuándo no era suficiente.

—Hemos hecho todo lo que hemos podido.

Galaeron le indicó al gigante herido que recogiese a Storm y a los demás Elegidos y a continuación cogió a Vala y la empujó hacia los demás.

—Bien dicho, elfo —dijo Khelben, y pasando una mano por detrás de la espalda de Vala palmeó a Galaeron en el hombro—. Ya vas aprendiendo.

Otro proyectil de sombra llegó silbando hacia el grupo y alcanzó a Storm de lleno en la espalda. Learal extendió el brazo para coger a su hermana, entonces el cuenco se inclinó peligrosamente en dirección opuesta. Sólo las extremidades adherentes de Aris evitaron que el grupo se dispersara por todo el cuenco.

—¡Está bien! —gritó Learal—. Galaeron, ¿quieres sacarnos de aquí mientras todavía queda algo de donde salir?