Capítulo 11

1 de Eleasias, Año de la Magia Desatada

Malik se irguió dentro del falso artesonado de la cámara del tesoro y permaneció allí de rodillas en medio de la embarazosa oscuridad. Su respiración era agitada y sentía la garganta seca y dolorida en el punto en el que Yder había estado a punto de aplastarla. Ruidos alarmantes llegaban desde atrás al avanzar sus perseguidores por el túnel, e incluso con los dones del sigilo y la resistencia que el Único le había otorgado tendría que darse prisa si quería mantener su ventaja. No sería fácil, no cuando cada bocanada de aire alimentaba la angustia que ardía dentro de su maltrecha garganta, pero tenía que llegar al palacio antes que Yder e informar al Supremo de la traición del príncipe. En circunstancias como éstas, las conclusiones de un gobernante siempre estaban determinadas por el que llegaba primero.

Se empezó a oír murmullo de voces por el túnel, y Malik sabía que le convendría reunir las bolsas donde guardaba las valiosas gemas antes de que entraran en la cámara a por él.

—¡Maldito gigante! —bisbiseó. Sólo Aris conocía la existencia del túnel secreto, ya que Malik se lo había hecho construir secretamente por la noche, cuando se suponía que todos dormían—. ¿Por qué soy castigado con amigos que sólo piensan en sí mismos?

Jurando que el gigante pagaría caro su egoísmo, Malik abrió los pestillos que mantenían cerrado el falso artesonado y haciendo presión con la espalda se puso a gatas. La cámara estaba oscura, silenciosa, y era enorme. Salvo por unas dos docenas de cajas de monedas y bolsas de piedras preciosas, también estaba vacía. Construir un templo resultaba caro, incluso cuando los conversos acaudalados donaban gran parte de los materiales a cambio de estatuas de Aris, pero Malik no tenía la menor duda de que la inversión fuera a resultar ventajosa. Una vez que estuviera terminado el friso interior, tenía pensado empezar a cobrar una entrada importante por entrar y permanecer en el nártex. Todo el que quisiera ver el trabajo sublime del resto del templo tendría que convertirse, proceso que requeriría una aportación sustancial como prueba de la sinceridad del novicio.

Un yelmo shadovar golpeó en la parte baja del dintel donde el túnel atravesaba los cimientos de la cámara del tesoro. Recordando lo apurado de su situación, Malik se deslizó fuera del artesonado y bajó la tapa lo más silenciosamente que pudo. Los cerrojos se cerraron con un leve clic y él empezó a buscar a ciegas la lámpara mágica que tenía en el suelo, en la esquina del cofre.

En lugar de la suave voluta de una lámpara de mano, Malik se encontró con algo rugoso que se parecía a la puntera de una bota de piel de veserab. Malik sintió inmediatamente la boca tan áspera como la arena y echó mano a la daga curva que llevaba oculta entre la ropa. Una mano vigorosa lo cogió por un cuerno y lo levantó por los aires. Una segunda mano, todavía temblorosa por los tendones que Malik le había cortado pero lo bastante fuerte como para inmovilizarlo, lo sujetó por la muñeca.

—Esta vez no, mi astado amigo —dijo la voz sibilante de Yder—. Ni siquiera tú puedes sorprenderme dos veces.

El príncipe le retorció el brazo a la espalda hasta que Malik, con un grito, dejó caer la daga.

—¡El Único no tolerará esto! —le advirtió Malik. Por un momento pensó que la maldición de Mystra pasaría por alto esta amenaza, pero pronto oyó otras palabras saliendo de su boca—. Sin duda me castigará terriblemente por haberte permitido interferir en la terminación de su…

El príncipe soltó la muñeca de Malik y le dio un puñetazo. El golpe hizo que Malik apretara mucho las mandíbulas y sintió un crujido de dientes rotos. Antes de sumirse en las tinieblas apenas tuvo tiempo de pensar lo que le habría sucedido si Yder le hubiera dado el golpe con su mano buena.

* * *

Mojados, pálidos y diminutos, los Elegidos parecían un trío de cachorros recién nacidos, más bien un trío de cachorros nacidos muertos por lo inmóviles y silenciosos que estaban. Ante el temor de que la caída contra el suelo de la sacristía hubiera sido demasiado violenta para criaturas tan pequeñas —incluso a cuatro patas como estaba, la distancia era de más de dos metros—, Aris bajó la mano y dio golpecitos a Khelben con la uña de su índice.

No sucedió nada, salvo que Khelben se tumbó de espaldas.

Aris le puso un dedo en el pecho y no notó nada. Claro que, dadas las diferencias de tamaño, buscar el latido del corazón era como si un humano tratara de encontrarle el pulso a una langosta.

—Despierta —susurró—. ¡Seguro que eres más fuerte de lo que pareces, para eso eres un Elegido!

Al ver que Khelben seguía sin moverse, Aris suspiró y giró primero a Storm y luego a Learal para ponerlas de espaldas sobre el suelo. Como ninguna de las dos se movía, las colocó una junto a la otra y buscó señales de vida tal como había hecho con Khelben.

—¡Eh, mira donde pones los dedos! —le advirtió una leve voz femenina.

Alzando una ceja sorprendido, Aris retiró las manos y bajó la cabeza hasta una altura de un metro del suelo y entrecerró los ojos procurando enfocar a los Elegidos a tan escasa distancia.

—Mil perdones —susurró—, sólo quería encontrar…

—Ya sabemos lo que querías encontrar —dijo riendo una segunda mujer diminuta—. ¡Pensaba que los artistas erais diferentes!

Aris movió la cabeza tratando de obtener una perspectiva más clara de las tres figuras tendidas en el suelo. Ninguna daba la impresión de estar hablando o moviéndose, pero teniendo en cuenta que se trataba de Elegidos, eso no significaba gran cosa.

—Aquí arriba, grandullón —dijo la primera voz—. A tu lado.

Aris se volvió hacia donde había sonado la voz y se encontró con un par de imágenes diminutas, marfileñas y borrosas. Alejó la cabeza y los borrones se transformaron poco a poco en los hermosos rostros de Alustriel Mano de Plata y Dove Mano de Halcón. Aunque todavía eran como la mitad de su pulgar, las dos Elegidas llevaban unas túnicas negras y vaporosas que les daban el aspecto de espectros.

—¿De dónde habéis salido? —preguntó Aris, sorprendido.

—Te hemos estado vigilando —dijo Dove riendo por lo bajo al ver su sorpresa.

—No es momento para juegos —se quejó Aris. Echó una mirada al pasillo para asegurarse de que su guardia, Amararl, seguía todavía en la nave tal como le había prometido, y además se ocupaba de que ningún shadovar se acercara a la sacristía—. Yder está aquí con un pequeño ejército.

—Yo lo llamaría más bien un grupo de asalto —dijo Alustriel—. Cuando comprendimos adonde se dirigía pensamos que más valía que viniéramos a ver qué pasaba.

—Menos mal que lo hicimos —añadió Dove—. Ésta es la primera vez que te hemos encontrado solo.

—Es la primera vez que estoy solo, como podéis ver. —Aris señaló con una mano a los Elegidos, que seguían inmóviles en el suelo—. ¿Pasó demasiado tiempo? No comí nada, pero no creo que nadie supusiera que esto fuera a durar tanto.

Alustriel habló con tono tranquilizador.

—Estarán bien en cuanto los despierte.

Voló hasta el suelo y poniéndose de rodillas junto a Khelben empezó a palmearle la cara y a llamarlo al oído por su nombre.

—Entraron en una hibernación mágica —explicó Dove flotando cerca de la cabeza de Aris y vigilando el pasillo con él—. Después del tercer o cuarto día sin alimento, incluso antes si se negaron a beber agua que tú hubieras bebido, sus cuerpos deberían haber empezado a recurrir al Tejido para mantenerse. Ni siquiera un gigante habría podido soportar tanta magia fluyendo a través de él durante tanto tiempo, de modo que usaron un conjuro para suspender temporalmente toda actividad.

—Como los osos cuando llega la nieve.

—Algo parecido. Salvo que todavía hay un poco de magia fluyendo por tu cuerpo. Te dio fuerzas para trabajar en el templo de Malik, pero también produjo algún daño, afectando a tu coordinación y tu percepción y haciendo que las cosas más sencillas resultaran difíciles de hacer. —Dove señaló una imagen de Cyric de la pared—. En cuanto quemes ese resto de energía vas a caer dormido durante mucho tiempo. Antes de que eso suceda, debes comer, comer todo lo que puedas almacenar.

—¿Todo lo que pueda almacenar? —A Aris se le empezó a hacer la boca agua ante la perspectiva—. ¿Cuándo puedo empezar?

—Pronto —rió Dove—, pero primero sigue vigilando mientras yo le recuerdo a Bastón Negro dónde se encuentra.

Señaló el suelo, donde Khelben empezaba a parpadear y su pecho subía y bajaba ya a intervalos regulares. Alustriel se estaba dedicando a Learal.

Khelben abrió los ojos. Lo primero que vio fue una de las imágenes de locura que decoraban la sacristía e hizo un gesto de alarma.

—Será mejor que te des prisa —dijo Aris—. Una mirada a estas paredes y puede llegar a creer que ha ido a parar a los Nueve Infiernos.

Dove ya se había colocado a su lado. Se echó atrás la capucha y dejó suelta la plateada cabellera. A continuación cogió a Khelben por el brazo.

—No empieces a formular conjuros a diestro y siniestro —dijo—. No hay nada de qué preocuparse.

—Claro que hay de qué preocuparse. —Khelben consiguió sentarse—. ¿No ves lo que ha estado tallando Aris?

En la nave, Amararl vigilaba el pasillo con expresión preocupada.

Aris miró a los cinco Elegidos y señaló hacia la nave.

—La paciencia de mi guardia está a punto de agotarse.

—Arriesguemos unos segundos más por si tenemos necesidad de tus conocimientos —dijo Khelben. Se volvió hacia Dove y Alustriel—. ¿Qué progresos habéis hecho? Teniendo en cuenta que la ciudad sigue flotando, entiendo que aún no habéis destruido el Mythallar.

—No lo hemos encontrado —confirmó Dove—. Preguntarle a Galaeron es imposible. Ha estado encerrado en el palacio del Supremo desde nuestra llegada, y no podemos entrar allí.

—No nos atrevemos a entrar —la corrigió Alustriel—. Parece tener una vinculación con el Tejido de Sombra. Cuanto más nos acercamos más se debilita nuestra conexión con el Tejido. Si llegáramos a entrar…

—No es cuestión de que os dejéis matar —dijo Khelben.

—Pero hemos hecho esto —le informó Dove sacando algo de debajo de su túnica. Era tan diminuto que Aris tardó un momento en darse cuenta de que era una hoja de pergamino doblada—. Aquí aparece la mayor parte de la ciudad, salvo lo que queda dentro de las murallas del palacio del Supremo.

Khelben cogió el pergamino y empezó a desplegarlo.

—Tal vez Aris pueda ayudarnos —dijo.

—Me temo que no. Jamás he estado en el Mythallar. —Aris echó una mirada a la nave y vio que Amararl se dirigía hacia el pasillo que daba a la sacristía—. Debería irme antes de que…

—He dicho ayudarnos. —Khelben extendió el pergamino en el suelo y continuó—. Aunque no sepas dónde está tienes más idea que nosotros de dónde debes buscar.

Aris miró el pergamino con aire dubitativo. Aunque abierto medía lo mismo que un brazo de Khelben, era poco mayor que la uña de uno de sus pulgares.

—¿Cómo voy a leer un mapa que apenas puedo ver? —se quejó.

—Inténtalo —dijo Dove.

Aris echó otra mirada y vio a Amararl que venía por la nave lateral hacia la sacristía. Suspiró y se inclinó dispuesto a obedecer. En cuanto sus ojos se posaron sobre el pergamino, la imagen salió de él flotando y se expandió tanto que a duras penas podía abarcarla toda.

Sorprendido, Aris estudió el mapa con diligencia, recorriendo sistemáticamente cada calle y cada pasadizo. No tardó mucho en darse cuenta de que la imagen se ajustaba a su escrutinio, deslizándose bajo su mirada para mantener centrado el objeto de su atención, ampliándose o reduciéndose según el tiempo que sus ojos se mantuvieran fijos en determinada área.

La voz de Amararl sonó en el pasillo.

—¿Aris? —Parecía más preocupado que exigente—. ¿Qué estás haciendo ahí? ¿Qué es esa luz?

—¡Habíamos llegado a un acuerdo de privacidad!

Aunque esas palabras sonaron como la potente voz de Aris, habían salido de la diminuta boca de Alustriel.

—Nuestro acuerdo fue de unos minutos de privacidad —dijo Amararl—. Ya han pasado diez…, y me pareció oír voces.

—Ecos —replicó Alustriel—. El templo está lleno de hombres de Yder.

Amararl se quedó pensando un momento.

—Guerreros que no tardarán en volver. Si no estás aquí les diré que has escapado.

—Y yo que tú me has dejado escapar —dijo Alustriel—. De modo que te sugiero que vuelvas a tu puesto y me digas si oyes venir a alguien.

—¡Soy tu guardián, no tu sirviente!

—En este momento no hay ninguna diferencia —replicó Alustriel—, a menos que quieras acabar como Gelthez o Karbe.

La Elegida alzó su diminuta mano y chasqueó los dedos haciendo un conjuro. A continuación habló con su propia voz.

—No temas, Aris. Ahora podemos oír si da la alarma, pero él no puede oír ni ver nada de lo que sucede en esta estancia.

Aris estuvo estudiando el mapa otros cinco minutos y luego miró a los Elegidos a través de la imagen traslúcida.

—Realmente no lo sé —dijo—. Si fuera cuestión de adivinar diría que está dentro del palacio del Supremo.

—Ésa fue nuestra primera idea —dijo Dove—, pero durante la batalla que describió Galaeron, los phaerimm utilizaron magia, y a menos que hayan aprendido a usar el Tejido de Sombra…

—No hemos visto ninguna muestra de ello —dijo Learal que estaba de pie con su hermana Storm al lado de Khelben—, pero eso no significa que no haya que atravesar el palacio para llegar a él.

—Sí que significa eso —dijo Storm—. Los phaerimm pudieron llegar.

—Con la ayuda de un malaugrym —puntualizó Dove—. Tal vez haya podido introducirlos en el palacio de tapadillo.

—¿Confiarías tu vida a un malaugrym? —preguntó Storm sin esperar respuesta—. Si los phaerimm pueden acceder, nosotros también.

—Si conseguimos encontrarlo —dijo Learal—. Si Galaeron no puede ayudarnos…

—Tendremos que pedírselo a Vala —concluyó Khelben.

—A ella puedo ayudaros a encontrarla —dijo el gigante.

Aris desplazó su escrutinio a la gran plaza de esculturas sombrías que rodeaba el palacio del Supremo, después fue bajando lentamente la vista por el borde hasta llegar a una enorme mansión con muchas torres, una sucesión de contrafuertes voladizos y un largo túnel abovedado.

—La encontraréis ahí, en algún lugar dentro del palacio de Escanor.

Los Elegidos estudiaron el mapa desde abajo un instante.

—Eso estaría bien si alguno de nosotros la conociera —dijo Khelben—. Es evidente que los shadovar estaban tratando de hacer volver a Galaeron con todos esos rumores acerca de que Vala era la esclava de Escanor. ¿Y si sólo fueran eso: rumores?

—Bien pensado —reconoció Storm—. Vala y sus hombres estaban al servicio de Melegaunt, y yo sé de buena fuente que ella mató a tres phaerimm para ellos en Myth Drannor.

—Vala y sus hombres sirvieron a Melegaunt para mantener un juramento que habían hecho sus antepasados —replicó Aris—. Ese deber se consideró cumplido con el regreso de Refugio.

—Pero eso no significa que sea esclava de Escanor —insistió Storm—. Ruha dijo que ella misma había elegido quedarse con el príncipe.

—Para que Galaeron pudiera escapar antes de que su sombra se adueñara de él —dijo Aris. Las insinuaciones de Storm estaban empezando a irritarlo y no trató de disimularlo—. Ama a Galaeron como una grulla ama a su pareja. Si ahora está con Escanor no es porque así lo prefiera.

Storm enarcó una ceja al notar su tono, pero se encogió levemente de hombros.

—Si tú lo dices, Aris.

—Sí, lo digo —insistió—. Si queréis su ayuda no tenéis más que decirle que sois amigos de Galaeron.

—Bien —dijo Khelben. Empezó a plegar el pergamino y el mapa se oscureció—. Eso es lo que haremos. Gracias por tu ayuda, Aris. Trataremos de volver a por ti antes de que caiga la ciudad, pero eso puede ser…

—Estamos arriesgando mucho —interrumpió Aris—, pero el único sacrificio real es el de Galaeron. Si le dais algún valor a eso, salvad primero a Vala. Los demás estamos aquí por elección propia.

—Si eso es lo que deseas, amigo mío. —Khelben lo miró a los ojos y le hizo una inclinación de cabeza—. Se hará lo que se pueda.

Malik se despertó con un silbido de serpientes en ambos oídos. A juzgar por cómo se sentía, debían de haberlo mordido doce, un centenar de veces. Tenía la cabeza embotada y le dolía la espalda. Veía destellos luminosos y por sus venas corrían torrentes de fuego, y tenía la vejiga como si contuviera dos galones de vino en un espacio pensado para uno. Las serpientes estaban a punto de romperlo en pedazos. Lo tenían asido por las muñecas y los tobillos y tiraban en direcciones opuestas. Sus brazos estaban a punto de separarse de los hombros y sus piernas amenazaban con dividir lo que ningún hombre quería ver dividido.

Cuando se le empezó a despejar la cabeza, el silbido bajó de tono y pareció más distante, entonces se dio cuenta de que no tenía serpientes silbando en los oídos. Eran voces, las voces susurrantes que llenaban el salón del trono de Telamont Tanthul.

Si estaba en presencia del Supremo y tan dolorido, sólo había una explicación posible.

Yder lo había llevado a golpes hasta el palacio.

—No es cierto —gritó Malik—. ¡Sea lo que sea lo que haya dicho el príncipe, es todo una ignominiosa mentira!

Por una vez, su maldición no lo obligó a decir nada más, y los susurros cesaron. Un extraño ruido de agua sonó junto a él. Malik abrió los ojos y su cerebro se llenó de fuego blanco. Los volvió a cerrar y el fuego desapareció.

—¿Por qué me atormentáis así?

Trató de volverse hacia el lugar donde se oía caer agua y se encontró con que tenía la cabeza sujeta por encima de los ojos con una cinta.

—¡No he hecho nada malo!

—Sí que lo has hecho, serafín —bisbiseó una voz fría, una voz fría y familiar—. Le has robado a la Oculta.

—¿Robado? —gritó Malik—. ¿Qué he robado…, como no sean unas cuantas monedas de los bolsillos de los fieles que acuden a mi templo?

—Los propios fieles —dijo la voz—. Has robado fieles a la Señora.

Malik sintió un gran alivio al reconocer la voz del príncipe Yder. Si era Yder quien hablaba, entonces seguramente no estaban en el palacio del Supremo, y no podía ser Telamont Tanthul quien hubiera ordenado aquel terrible castigo.

Un par de dedos helados abrieron los párpados de Malik. El fuego deslumbrante volvió, pero esta vez era sólo una luz plateada tan cegadora como el sol, y en el centro había una oscuridad abismal…, con dos ojos llameantes y un corazón de brasas apagadas.

—La Señora está furiosa, Malik.

Mientras Yder hablaba, los ojos de Malik se fueron acostumbrando al dolor y pudo distinguir un par de enormes cuernos coronando la cabeza de la oscura figura que se cernía sobre él.

—A de-ci-r ve-r-dad —tartamudeó Malik—, yo mismo puedo verlo… Aunque debo decir que no tiene un aspecto muy digno de una señora.

Eso hizo surgir un extraño murmullo de risas ahogadas detrás de Yder.

Le siguió un instante de silencio y Malik tuvo la sensación de que su captor se había vuelto para mirar a sus seguidores.

—Búrlate de tu propio dios si lo deseas, hombrecillo —dijo Yder—, pero cuando te ríes de la Oculta es la propia Señora la que ríe.

Los dedos del príncipe ejercieron tal presión que Malik pensó que iban a estallarle los globos oculares.

—¿Quién se estaba burlando? —gritó.

El murmullo que siguió fue todavía más fuerte que el primero. Yder apartó la mano de la cabeza de Malik.

—¡Silencio!

La orden llegó amortiguada, como si el príncipe se hubiera vuelto de espaldas al hablar. Malik parpadeó para eliminar los puntos de sus ojos y se encontró mirando otra vez a la oscura figura que tenía encima. Era un demonio horrible, tan grande como Aris y tan negro como la mismísima noche, con largas garras curvas que remataban sus brazos abiertos.

Yder volvió a prestar atención a Malik.

—Si te vuelves a burlar de la Oculta haré que se te salgan los sesos por los cuernos.

El príncipe cogió a Malik por uno de los cuernos y una mano oscura apareció en el cuerno arqueado de la figura que se cernía sobre él.

Malik se mordió el carrillo para no gritar y dar al príncipe una excusa para cumplir su amenaza. Era indudable que el monstruo que veía era su propia sombra, pero eso no le ofrecía consuelo alguno. Melegaunt Tanthul había invocado en una ocasión a aquel ser miserable para que le sirviera como guardia, y la maldita cosa había dejado bien claro que nada podría satisfacerla más que estrangular a Malik con sus propias manos.

—Ya vas aprendiendo, serafín —dijo Yder—. Tal vez esto no resulte tan difícil como yo pensaba.

—Sería bueno que no resultara difícil —coincidió Malik—. ¿Estoy cautivo en el templo de Shar el Ni…?

Yder le propinó un golpe que volvió a adormecer sus pensamientos.

—¡No oses pronunciar el nombre de la Oculta!

—Sólo intento asegurarme —se quejó Malik—. ¿Cómo esperas convertirme si no me dices a quién debo adorar?

Por primera vez vio la cara de Yder. Llevaba puestos el negro solideo y la máscara purpúrea del sumo sacerdote.

—¿Estarías dispuesto a convertirte?

A Malik se le puso el pecho tirante y frío como cuando Fzoul Chembryl le había formulado una pregunta similar en el templo recóndito de Iyachtu Xvim. En aquel momento se encontraba débil por las torturas y sólo tenía asegurada una vida de miseria sirviendo a un dios loco, y nada le hubiera gustado más que encontrar protección en la iglesia de alguna otra deidad. Pero eso había sido antes de que comprendiera lo imposible que le resultaba traicionar al Único, y antes de que hubiera establecido lo que prometía ser, además del altar que daría a Cyric control sobre el Tejido de Sombra, el templo más rico de todo Faerun.

—¿Convertirme?

La tirantez que Malik sentía en el pecho se transformó en un peso aplastante. El corazón que latía desbocado en su pecho no era el suyo, sino una masa pútrida de cuajada que, en un arranque del dios loco, el Único había arrancado de su propio pecho y había cambiado por el corazón mortal, aunque más saludable, de Malik. Desde aquel día, el solo pensamiento de traicionar a Cyric traía aparejada una agonía insoportable. Malik no pudo por menos que seguir hablando.

—Conversión, sin duda haré una conversión. —Se sentía como si tuviera a alguien de pie sobre el pecho—. Os convertiré a ti y a todos tus seguidores a la Iglesia de Cyric, el Único y el Todo.

El peso desapareció.

El puño de Yder surgió de no se sabe dónde alcanzando a Malik en un lado de la boca. Se le cayeron dos dientes que se le quedaron atragantados. Malik empezó a ahogarse.

—Juega conmigo todo lo que quieras —dijo Yder—. La diosa saborea tu sangre sobre su altar.

Malik tosió por toda respuesta. Se sintió mareado por la falta de aire, y el mundo empezó a cerrarse en torno a él. Para permanecer consciente echó mano de su enfado imaginando su fortuna en manos del príncipe Yder y de sus sucios sharitas.

—¿No tienes nada que decir?

Yder le propinó otro golpe y a Malik se le llenó tanto la boca de sangre que empezó a verterse por los labios y resbaló hasta el altar de Shar.

—Eso está bien, serafín —dijo Yder—. Estás aprendiendo a complacer a la Señora.

Incapaz de hacer otra cosa, Malik se quedó mirando a la monstruosa sombra que se cernía sobre él. Una medialuna purpúrea apareció donde debería haber estado la boca de aquella cosa traidora, una sonrisa. Pensó que iba a morir atragantado.

Malik seguía tosiendo.

—Te convertirás, serafín, ya lo creo que te convertirás —dijo Yder—. Todo lo que puedes decidir es el tiempo que tardarás en hacerlo.

—La Oculta lo gobierna todo —dijo alguien detrás del príncipe.

Un coro de susurros llenó la cámara mientras los adoradores de Shar repetían las alabanzas. De no haber estado tan ocupado tosiendo y ahogándose, Malik se habría reído. Podía morir en el altar de Shar o incluso pudrirse sobre él, pero jamás se convertiría. Eso era lo único que no controlaba en absoluto.

El campo de visión de Malik se redujo a un túnel negro y luego la negrura lo cubrió todo. La voz de Yder le llegaba distante, exigiéndole que prestara atención y no insultara a la Oculta cerrando los ojos ante ella. Los dedos fríos del príncipe se apoyaron en sus párpados y se los abrieron, y eso fue lo último que sintió Malik antes de hundirse en un blando lecho de inconsciencia.

Lo siguiente fue la palma de una gran mano que lo golpeaba entre los omóplatos y los dedos fríos de otra que lo sostenía por el tobillo boca abajo.

—¡Respira, cobarde y pequeño reptil!

La mano volvió a golpearlo. Los dientes que le atascaban la garganta salieron volando de la boca junto con una bocanada de sangre y el sabor amargo de la bilis. Empezó a jadear y a toser al mismo tiempo, dos acciones contrarias que lo dejaron hipando indefenso mientras trataba de recuperar el aliento.

—¿Realmente pensaste que podrías escaparte tan fácilmente? —inquirió Yder—. La Oculta no será privada de su disfrute.

Malik abrió los ojos y quedó cegado por el mismo brillo doloroso que lo había recibido la vez anterior cuando había recuperado la conciencia.

—Y estoy por ello sumamente agradecido —dijo Malik—, aunque sé que puede costarme un mes de terrible agonía.

Sabedor de que Yder interpretaría su gratitud como el inicio de una conversión, Malik hubiera querido pararse ahí y disfrutar la recompensa que cualquier buen torturador le concedería como incentivo para seguir avanzando…, pero la maldición de Mystra no podía permitirlo.

—Ahora puedo terminar lo que había empezado convirtiéndoos a ti y a tus seguidores a la Iglesia de Cyric. —Malik trató de cubrirse la boca con las manos, pero se encontró con que las tenía atadas a la espalda; las palabras seguían saliendo de su boca—, para poder librar a mi alma del peligro de tener que presentarse en el Castillo Destrozado sin haber podido controlar el Tejido de Sombra para el Único según sus instrucciones.

Yder lo sacudió con tal ira que las cadenas que sujetaban las muñecas de Malik empezaron a tintinear. Malik se encogió y trató de calcular si perdería menos dientes cerrando fuertemente la boca o dejándola abierta, pero el golpe no llegó. En lugar de eso, el príncipe guardó silencio y siguió sosteniéndolo cabeza abajo, dándole a Malik unos instantes preciosos para estudiar el entorno.

Tal como Malik había supuesto desde el altar, se encontraban en un templo a Shar, aunque era muy distinto de cómo él lo había imaginado. Si bien las paredes estaban cubiertas con las imágenes de mujeres misteriosas y discos oscuros enmarcados en llamas color púrpura, la propia cámara tenía un brillo cegador, tanto que las sombras que danzaban en las paredes parecían más reales que los fieles que permanecían inmóviles en largas filas de bancos. Había fácilmente un millar de shadovar allí, todos ellos sumergidos hasta las rodillas en un estanque brillante de líquido que parecía un espejo. El líquido, espeso y viscoso como el mercurio, se vertía lentamente hacia los extremos de la estancia, donde se estancaba en las paredes y desaparecía por los desagües en lentos remolinos.

Malik reconoció aquel líquido de inmediato. Era el mismo que él y sus amigos habían encontrado en el interior del Promontorio Rojo de Karsus, derramándose desde la Piedra de Karse que Galaeron había utilizado para hacer que Refugio volviera al mundo.

El príncipe alzó a Malik por la cadena que le unía las muñecas, forzándole los brazos hacia arriba y hacia atrás hasta que creyó que se le romperían los hombros.

—En mis siglos de vida —dijo Yder—, he aprendido unas cuantas cosas sobre el dolor.

Malik sintió que se le revolvía el estómago. Aunque el Único le había otorgado el don de sufrir hasta límites indecibles y tener todavía fuerzas para desempeñar sus funciones como serafín, eso no quería decir que fuera inmune al dolor. Todo lo contrario. Tenía la impresión de que siempre sentía el dolor con mayor agudeza que cuantos lo rodeaban…, y por lo general mucho más.

Cuando Yder se volvió hacia el altar, a Malik no le sorprendió en absoluto encontrarse ante un peñasco blanco luminoso del tamaño de un caballo. Tenía una fisura en el centro y de ella salía un chorro constante del líquido plateado que había llenado el templo.

Malik sabía por las aventuras vividas anteriormente en el Promontorio Rojo, que aquel líquido era la única magia integral que quedaba en el mundo. Diecisiete siglos antes, un loco archimago netheriliano llamado Karsus había tratado de robar la cabeza de Mystryl, que por entonces era la diosa de la magia. Había sido un terrible error. El Tejido había llenado a Karsus a rebosar y lo había matado en el acto, y se había dividido en Tejido y Tejido de Sombra. El blanco promontorio luminoso era el corazón de Karsus, único resto del archimago loco, y la magia plateada que salía de él era todo lo que quedaba del Tejido original no escindido.

Aunque el corazón rancio de Cyric empezaba a agitarse de tal modo que a duras penas le permitía pensar, se obligó a mantener la calma. La Piedra de Karse, como ellos habían llamado al promontorio, era indudablemente un artefacto de poder indecible, pero le pareció a Malik que para que los adoradores de Shar pudieran aguantar la brillante luz dentro de su templo escondido, tenía que haber algo más, mucho más…

—¡La Piedra de Karse! —musitó Malik como si acabara de caer en la cuenta de lo que tenía ante los ojos, ya que era importante para su plan que Yder no se diera cuenta de hasta qué punto Malik comprendía lo que estaba viendo—. Parece un extraño altar para los seguidores de la Cantora de la Noche.

—La sombra nace de la luz —dijo Yder.

La frase fue repetida por un millar de voces susurrantes mientras Yder izaba a Malik sobre la piedra y lo colocaba boca abajo.

—De todos modos, tanta luz brillante debe de resultar insultante para tu diosa…, a menos, por supuesto, que la Piedra de Karse sea el origen del Tejido de Sombra. —Malik maldijo para sus adentros porque había sido la maldición de Mystra la que lo había obligado a añadir un comentario tan poco prudente—. O que la que adoráis aquí —añadió rápidamente— no sea realmente Shar, sino alguna otra manifestación de lo Oculto…

La cara de Malik golpeó contra la piedra al conseguir con su táctica enfurecer al príncipe y hacerle olvidar su desliz.

—Te he dicho que nunca llames a la Oculta por su nombre.

—Mis disculpas —dijo Malik. Su voz sonó más bien nasal, ya que se le había roto la nariz y estaba vertiendo sangre sobre la Piedra de Karse—. Sólo pretendía decir que éste es sin duda el último lugar donde al Supremo se le ocurriría buscar su Piedra de Karse robada.

—¿Qué te hace pensar que fue robada? —preguntó Yder sin conseguir del todo disfrazar la presunción que traicionaba su voz.

Consciente en todo momento de la habilidad de Malik para escapar, el príncipe sujetó el cuello del hombrecillo contra la piedra con una mano mientras quitaba la cadena de los grilletes y la pasaba por un anillo adosado a un poste de hierro que había junto al altar. Malik no sabía si alegrarse de que su plan hubiese funcionado o avergonzarse de haber tardado tanto en descubrir la auténtica naturaleza de las cosas.

Para que los adoradores de Shar tolerasen el brillo de la Piedra de Karse en su templo y, lo que era más importante, que la diosa no acabase con la vida de los que permitían que estuviera allí, no cabía duda de que debía de tener un valor incalculable para la Cantora de la Noche. Malik ya no tenía la menor duda, era la fuente del Tejido de Sombra, tal como la maldición de Mystra lo había obligado a declarar, o algo que ella deseaba mantener oculto a los demás dioses.

Pero lo más terrible era que si Shar consideraba que Refugio era un lugar seguro para esconder semejante cosa, y si Telamont Tanthul realmente le había entregado la Piedra de Karse a Yder para el templo de la Oculta, significaba que la diosa tenía plena seguridad de su control sobre la ciudad. Y si Shar se sentía segura de tener a los shadovar a sus órdenes era porque controlaba el propio Tejido de Sombra.

—¡Detestable ramera! —gritó Malik—. ¡Ha tenido el control permanentemente!

—Puedes maldecirla ahora todo lo que quieras, Malik.

Yder le dio la vuelta, después lo tendió de espaldas y pasó otra cadena por el segundo grillete.

—Antes de que acabemos —añadió el príncipe—, estarás cantando sus alabanzas.

—¡Y tú limpiarás con la lengua la inmundicia de mis botas! —le retrucó Malik—. ¡El Tejido de Sombra pertenece a Cyric por derecho propio! ¿Acaso no fui yo quien salvó la vida a ese necio de Galaeron para que pudiera faltar a la palabra dada a Jhingleshod y robar esta piedra?

En esta ocasión habló compelido por su propia furia y no por la maldición de Mystra, pero supo que había cometido un error en cuanto las palabras salieron de su boca. Los ojos amarillos de Yder se volvieron tan brillantes como el sol. Descubrió sus colmillos ceremoniales y se inclinó tanto que Malik temió que el príncipe le fuera a arrancar la nariz de un mordisco.

—¿Es ése el motivo por el cual viniste aquí? —inquirió—. ¿Para robar la corona de la Oculta?

Malik no dijo nada y apartó la mirada.

—¡Responde! —le ordenó Yder—. Responde o te daré como alimento a tu propia sombra.

El príncipe ladeó la cabeza para que Malik pudiera ver los odiosos ojos de su sombra que lo miraban con ira. Tampoco parecía depender de Malik la forma de aquella cosa monstruosa. Parecía tan espesa y tan sólida como cualquier gigante. Malik miró hacia otro lado con el pretexto de sostener la mirada furiosa de Yder.

—¿Crees que tengo miedo de mi propia sombra? —le desafió—. Cuento con el favor del Único. He visto mil cosas que eran cien veces peores… aunque nunca a nadie que conociera las cosas terribles que he hecho en mi vida.

—¡Mira! —Yder cogió la dolorida mandíbula de Malik y lo obligó a mirar a los ojos furiosos de su sombra—. Has visto los problemas que le ha traído su sombra a Galaeron. ¿Qué crees que haría la tuya si yo le permitiera que se introdujera dentro de ti?

—¿Por qué debería temer semejante cosa? —replicó Malik con voz ronca—. Si una sombra es todo lo que yo no soy, ésta, sin duda, será tan caritativa como yo egoísta, tan digna de confianza como yo corrupto, tan valiente como yo cobarde. Mi sombra sólo sería todas las cosas que las mujeres desean y los hombres admiran.

—¿Y qué me dices de Cyric? —Era la sombra la que hacía esa pregunta y la acompañaba con una sonrisa de color púrpura—. ¿Qué pensaría sobre un serafín que fuera todas esas cosas?

La sangre se le heló en las venas a Malik, que volvió a mirar a Yder.

—¿Puedes repetirme la pregunta?