Capítulo 10
1 de Eleasias, Año de la Magia Desatada
Jamás a Aris le había resultado tan pesado un martillo, ni jamás una piedra le había parecido tan dura… ni un trabajo tan forzado. Estaba de pie en el Portal Negro, en el interior de la nueva iglesia de su amo —el templo de Malik al Único y el Todo— tallando un relieve en tres niveles del sigilo con el sol y la calavera de Cyric por encima de la entrada. Era una obra por encargo, sin alma, y con sólo mirar la corona en forma de huevo que rodeaba la calavera, se daba cuenta uno de que estaba llena de fallos. Se dijo para sus adentros que ése era el fruto del trabajo de un esclavo, la consecuencia de obligar a un artista a ejecutar la visión de otro, pero no era sólo eso. La verdad era que le fallaban las fuerzas. Al no haber tenido la menor oportunidad desde su llegada a Refugio de expulsar a Khelben, Learal y Storm de su estómago, se había negado a comer, y el largo ayuno hacía que se encontrase mareado, débil y con la vista demasiado borrosa como para hacer un buen trabajo.
Los guardias de Aris, tres de una docena de guerreros shadovar contratados por Malik para vigilarlo permanentemente, lanzaban exclamaciones de admiración desde abajo. Como la mayor parte de sus colegas, estos tres hacían más bien las veces de ayudantes, no de guardianes: le pasaban las herramientas y corrían a traer odres de agua antes incluso de que llegara a tener sed. También alababan todo lo que él hacía, incluso los esbozos que precedían al comienzo de una nueva obra. Aris no sabía si eran sinceros o si obedecía a las instrucciones que les había dado Malik con la esperanza de que se sintiera feliz y fuera productivo. En cualquier caso, la adoración había alcanzado tintes tan absurdos que sus bocetos de forma habían empezado a desaparecer incluso antes de que hubiera tenido tiempo de terminarlos. Había empezado a romper los ensayos antes de desecharlos para que los guardias, o Malik con más probabilidad, los vendiesen como originales de Aris. Hasta los esclavos tienen sus normas.
Finalmente, retrocedió hacia el interior del nártex para estudiar su obra y se dio un golpe en la cabeza con una arista de la bóveda. La cabeza empezó a darle vueltas y tuvo que sujetarse a una columna. Su martillo, que ni siquiera tenía conciencia de haber dejado caer, chocó contra el suelo y arrancó una esquirla de mármol del tamaño de un buitre que salió dando tumbos a través de la arcada.
Un guardia se asomó desde detrás de la columna que le había servido de protección. Los ojos de zafiro del shadovar le brillaban como estrellas azules en la cara cetrina.
—¿Aris? —Aquella voz aguda podía pertenecer a Amararl o a Gelthez, ya que Aris era incapaz de distinguir entre un shadovar y otro—. ¿Estás bien?
Aris asintió, pero siguió apoyado contra la columna.
—¿Estás seguro? —El guardia tuvo el atrevimiento suficiente para colocarse junto a la rodilla de Aris—. ¿Necesitas un odre de agua?
—No, estoy bien —señaló con una mano en dirección al relieve del sol y la calavera—, aunque no se diría a la vista de eso.
—¿De qué estás hablando? —preguntó el primer guardia—. No es precisamente hermoso, pero sí conmovedor, profundamente conmovedor. Y esos ojos vacíos… —Se estremeció—. Casi puedo ver los soles oscuros ardiendo en su interior.
Aris se separó de la columna y se inclinó para estudiar las cuencas vacías.
—¿No te parece que el ojo izquierdo tiene casi la forma de una pera? —preguntó el gigante.
El guardia echó atrás la cabeza para estudiar el sigilo oscuro.
—Tal vez un poquito.
—¿O que el otro es demasiado grande? —preguntó Aris.
—Más grande que el otro —afirmó el tercer guardia—, pero eso sólo contribuye a aumentar el efecto… y lo sitúa firmemente en el período.
—¿En el período? —Aris lo miró con incredulidad—. ¿Qué período?
—El Período de la Esclavitud —respondió el primer guardia—. Si bien tu cuidado de los detalles ha descendido un poco por la presión de Malik, es del dominio público que durante tu cautiverio tu obra ha adquirido una hondura lúgubre que raya en lo sublime.
—Hay un debate abierto entre los príncipes sobre si ésta es tu mejor o tu peor obra —dijo el segundo guardia—. El Supremo todavía no ha dictaminado.
—¿A ti qué te parece? —preguntó el tercero—. Sería interesante oír la opinión del artista.
—Mi opinión es que vuestros príncipes no entienden nada de arte —gruñó Aris. Se dispuso a recuperar su martillo y en ese momento entendió la razón por la cual sus guardianes se comportaban más bien como si fueran sus ayudantes. Tratando de reprimir una sonrisa se puso las manos sobre las rodillas y se inclinó para poder hablar en voz baja—. Sin embargo, me halaga que tengáis tan alto concepto de mi obra.
—De verdad —dijo el primero—, de no ser por esta oportunidad de verte trabajar, ¿crees que trabajaríamos por lo que Malik está dispuesto a pagar?
Fue entonces cuando Aris sonrió abiertamente.
—¿Es por eso que os guardáis mis bocetos?
—No exactamente. —Los guardias intercambiaron miradas nerviosas, y entonces continuó el segundo—. Nos guardamos algunos para nosotros, ya que es la única manera de que alguien que no sea un señor pueda tener tu obra, pero Malik reclamó para sí la mayor parte.
—Los ofrecía como regalo a cualquiera que se incorporara a su iglesia —dijo el tercer guardia.
—¿Por qué será que no me sorprende? —gruñó Aris—. ¡Después de todo lo que le he enseñado sabe demasiado como para exponer un boceto!
Los shadovar intercambiaron sonrisas.
—Sin duda sabía que no te gustaría lo que estaba haciendo —dijo el primero—. Deberías haberle visto la cara cuando le dijimos que estabas empezando a destruirlos.
—Pensé que los ojos se le iban a salir de las órbitas —dijo el segundo riendo entre dientes—. De hecho se tiró al suelo dando golpes.
—Sí, me habría gustado verlo.
De todas las traiciones que Malik le había infligido, el hecho de que estuviera regalando sus estudios de formas era para Aris la peor de todas. Sin embargo, tenía problemas más inmediatos de los que ocuparse, y no era el menor encontrar algún momento de privacidad para poder tragar la píldora que le había dado Storm y desembarazarse de los Elegidos antes de llegar a morirse de hambre. Arrodillándose en el suelo para poder hablar en voz aún más baja, fijó la mirada en el guardia que parecía ser más o menos el jefe del grupo.
—Gelthez, no es justo que Malik se lucre tanto con mi trabajo mientras a vosotros os da una paga de miseria.
—Me llamo Amararl —lo corrigió el guardia mientras se encogía de hombros—. En este mundo hay muchas cosas que no son justas.
Aris se estremeció y se obligó a seguir hablando de una manera informal.
—Así es, pero también es cierto que los amigos deben hacer todo lo que puedan para hacerse la vida más grata. Creo que haré una pieza para cada uno de vosotros, si eso os place.
Los tres se quedaron con la boca abierta.
—¡Nada me complacería más! —balbució Amararl.
—Es cierto lo que dicen las gentes de Arabel —añadió el segundo guardia—. Tu corazón es tan grande como tu cuerpo.
El tercer guardia no mostró tanto entusiasmo.
—¿Qué dirá Malik?
—Malik puede ser mi dueño, pero mi obra es mía y se la doy a quien quiero.
—Estoy seguro de que él no estará de acuerdo con eso —aseguró el tercer guardia—, y el Supremo pensará igual que él. Todo lo que hace un esclavo pertenece a su amo. Ésa es una ley tan antigua como Refugio.
—Qué desgracia. —Aris acompañó sus palabras con un profundo suspiro—. Es una ley extraña. Ningún gigante la respetaría.
Aris dejó esa afirmación flotando en el aire y volvió a coger su martillo, pero siguió de rodillas en el suelo, como si estuviera estudiando su obra. Mientras le había enseñado a Malik los rudimentos de la escultura, también había aprendido de él los principios de la negociación. Si su plan funcionaba, sabía que los propios guardias le sugerirían cuál sería el paso ilícito adecuado.
Apenas un instante después, el primer guardia, Amararl, se volvió hacia el tercero.
—Malik no tendría por qué saberlo, Karbe.
—Por supuesto que tendría que saberlo —protestó Karbe mientras el enfado brillaba en sus ojos de ámbar—. ¡Es el serafín de mi señor Cyric, el Único y el Todo! No podríamos engañarlo del mismo modo que no podemos engañar al Supr…
La objeción se le atragantó cuando la punta de una daga que pertenecía al segundo guardia, Gelthez, asomó por el pecho de Karbe. Aris gritó sorprendido, pero Amararl reaccionó tapándole la boca al moribundo shadovar y empujándolo hacia el arma del atacante. Gelthez ultimó el asesinato con un rápido movimiento de la daga hacia adelante y hacia atrás, después retiró el arma y dejó que la víctima cayera al suelo.
—Ya estaba harto de oír tanta palabrería sobre «el Único» —dijo Gelthez—. Estaba a punto de volverme tan loco como su dios.
Amararl le propinó un puntapié al cadáver para asegurarse de que estaba muerto, después asintió y alzó la vista hacia Aris.
—Creo que podremos encontrar una manera.
Aris no podía apartar la vista del cadáver. Aunque había visto muchas muertes en la guerra, era la primera vez que presenciaba un asesinato… y que se veía implicado en el mismo.
—¡Lo has matado! —exclamó con un respingo.
—No te preocupes por él, Aris. —Gelthez se arrodilló junto al cuerpo y limpió la daga en las ropas del muerto—. Se había convertido y se lo merecía.
—¿Convertido? —inquirió Aris—. ¿Convertido a qué?
—Esto carece de importancia. Veamos: ¿qué es lo que quieres? —preguntó Amararl—. Tal vez no tengamos…
Fueron interrumpidos por la voz amortiguada de alguien que se aproximaba al Portal Negro.
—Tal como puedes ver, príncipe —decía Malik—, toda la parte escultórica fue hecha por mi esclavo Aris…, en el tiempo que le dejan libre sus estatuas, por supuesto.
Amararl y Gelthez se miraron con una luz de alarma en los ojos de gema.
—¿Príncipe? —farfulló Gelthez.
Los dos miraron el cadáver que tenían a los pies y Amararl profirió un juramento que Aris no entendió.
—Y en caso de que decidieras convertirte en miembro del Templo del Único y el Todo —continuó Malik—, te beneficiarías de un descuento de una cuarta parte del precio en la compra de cualquiera de las obras de Aris que compraras.
Hasta el interior del templo llegó el sonido de los pies de Malik subiendo por la escalera que daba acceso al portal. Aris echó una mirada al exterior, pero sólo vio las oscuras fachadas de los edificios del otro lado de la plaza.
—¿Un descuento? —inquirió la voz fina del príncipe Yder—. Eso no me parece un presente proporcional al prestigio que te daría mi conversión.
Gelthez cogió a Karbe por los brazos y empezó a arrastrarlo, pero el charco de sangre cada vez más grande hacía vana cualquier esperanza de ocultar el cadáver. Aris volvió a colocar el cadáver en el suelo e hizo señas a los dos shadovar de que se apartasen.
—Por supuesto que el descuento sólo se aplicaría sobre las compras que hicieras una vez que te hubieras convertido en fiel del Único. —La voz de Malik sonó distinta al acercarse a lo alto de la escalera—. Una vez que hayas anunciado tu conversión tendré el placer de regalarte cualquier obra que desees.
—Tu gentileza me abruma. —Yder habló en un tono aún más sibilante y frío que de costumbre—. Esperaré ansioso la hora de hacer un recorrido por el estudio de Aris.
Al otro lado del portal asomaba ya la corona del príncipe. Aris se puso de pie y dejó caer su martillo sobre Karbe. Cayó con gran estrépito, borrando toda evidencia del asesinato y salpicando sangre y astillas de hueso por todas partes.
Afuera, la conversación se interrumpió.
Aris cayó sentado con un ruido mucho más fuerte que el que había hecho su martillo y se llevó las manos a la cabeza. No le fue necesario simular que estaba mareado. La cabeza ya le daba vueltas debido al esfuerzo de ponerse de pie y agacharse demasiado rápido.
Malik atravesó a toda prisa el Portal Negro seguido de cerca por el príncipe Yder y una docena de guardias de armaduras doradas. Todos se fijaron de inmediato en el hombre muerto bajo el martillo de Aris.
—¿Qué es lo que veo? —balbució Malik.
Gelthez respondió sin la menor vacilación.
—¡Fue Aris!
Aris miró hacia ellos y vio a los shadovar temblorosos por el miedo que les inspiraba Yder, que ya desenfundaba la espada.
—Sí, eso fue lo que sucedió. —Amararl apareció al otro lado de Aris—. Se mareó y dejó caer el martillo encima de Karbe.
—¿Es eso cierto?
Malik miró con detenimiento al hombre triturado y el charco de sangre que manchaba el suelo oscuro. Cuando vio la esquirla que Aris había arrancado anteriormente, recorrió el nártex con los ojos muy abiertos y manoteando.
—¡Mira lo que le has hecho a mi suelo, gigante torpe! —Dejó de pasearse y se detuvo en medio del portal—. ¡Si comieras como te he ordenado, tendrías fuerzas para sostener tus herramientas!
—¿Es que Aris no come? —preguntó el príncipe.
Malik lamentó su indiscreción y a continuación se volvió a mirar al príncipe.
—No es nada que deba preocuparte. —Trató de dejar las cosas así, pero su rostro adquirió la expresión contrariada que aparecía cada vez que la maldición de Mystra lo obligaba a aclarar una mentira por omisión—. Sin duda se morirá si no come pronto, lo cual no hará más que aumentar el valor de las obras que me compren antes de que se muera.
Yder pasó junto a Malik y se dirigió a donde estaba Aris. Su estatura, aventajada incluso para un príncipe de Refugio, le permitió mirar a Aris a los ojos con sólo echar la cabeza un poco hacia atrás.
—Aris, ¿por qué te estás dejando morir de hambre?
Temeroso de que el príncipe pudiera obligarlo a decir la verdad con la misma magia que usaba Telamont, Aris apartó la mirada y dijo lo primero que se le vino a la cabeza… Bueno, lo segundo, ya que lo que menos quería era admitir la verdad.
—No me gusta la comida.
—¿Qué? —exclamó Malik—. ¿No me he ofrecido acaso a prepararte cualquier cosa que te apeteciera? ¿Acaso no te he traído jabalíes enteros de tu país en los Picos Grises y los he asado ante tus propias narices? Y todo para tener que tirarlo por los pozos de basura porque no te habías dignado ni siquiera a probarlo.
A Aris se le hizo la boca agua de sólo pensar en el olor.
—Nunca me ha gustado el cochino. —La tripa del gigante rugió protestando ante la mentira—. Me gusta más el yaddleskwee.
—Por milésima vez —exigió Malik—. ¿Cómo te voy a servir yaddleskwee si ni siquiera sé lo que es?
Esto hizo que Yder sonriera mostrando los colmillos.
—Ya veo —dijo—. Creo que sé lo que es este yaddleskwee.
Aris tragó saliva esperando sinceramente que el príncipe no lo supiera. Esa comida, favorita de los gigantes de fuego, era una de las cosas que más odiaba en el mundo. No sabía por qué, pero jamás le habían gustado los sesos de acechador en vinagre.
—¿De verdad? —preguntó Malik.
Yder asintió.
—No es difícil de imaginar. —Levantó la vista hacia Aris otra vez—. Te niegas a comer porque no eres feliz teniendo a Malik como amo.
Aris lanzó un suspiro de alivio y asintió.
—En otra época fue mi amigo…
—¡Y todavía lo soy! De no haber pedido al Supremo que te hiciera mi esclavo, quién sabe lo que habría sido de ti. —Malik hizo una pausa, luchando una vez más contra su maldición, para luego continuar—: Aunque dudo de que tu destino pudiera haber sido mucho peor, ya que Refugio valora demasiado tu arte como para dejarte morir.
Aris pasó por alto la protesta.
—Pero ahora me traiciona a la menor oportunidad. —Aris miró a Malik con rabia y dejó que la amargura de su tono reflejara su enfado real—. Y traiciona mi arte.
—¿Traicionar tu arte? Gigante desagradecido. ¿Cuántas veces tengo que salvarte la vida para que muestres gratitud?
Malik sostuvo la mirada de Aris con una fiereza nacida de sus propios sentimientos heridos, después pareció acordarse del príncipe al que trataba de impresionar e hizo una mueca, mortificado sin duda por el mal cariz que iban tomando las cosas. Respiró hondo y recomponiéndose miró a Yder.
—No prestes atención a las quejas de un artista temperamental, príncipe Yder. Más tarde me ocuparé de mi esclavo, y te aseguro que esta vez sí que comerá. —Malik le lanzó al gigante una mirada que era puro veneno y después se atrevió a tocar el codo del príncipe y de señalarle la nave—. Por ahora, sin embargo, permíteme que te enseñe el resto del templo.
Yder no se movió de donde estaba.
—Creo que no —dijo mirando con ira la mano posada en su brazo hasta que Malik la retiró. Después volvió a mirar a Aris—. Me complace oír que te sientes infeliz al servicio de Malik.
Los ojos de Malik se abrieron alarmados.
—Si crees que puedes robarme mi esclavo… —protestó.
—Silencio. —La mano de Yder rodeó la garganta de Malik y apretó tan fuerte que los ojos del hombrecillo estuvieron a punto de saltarse de las órbitas—. Cuando quiera volver a oír tu molesta voz romperé algo para que grites.
Teniendo en cuenta el color púrpura de la cara de Malik, Aris dudaba de que el serafín pudiera protestar incluso en el caso de atreverse.
—¿Por qué habrían de interesar los sentimientos de un esclavo a un príncipe de Refugio? —preguntó Aris.
En los ojos amarillos de Yder apareció un brillo divertido.
—Porque habría sido un desperdicio eliminarte —dijo—, y ahora sé que tú no…
La frase terminó en un chillido cuando Malik sacó la daga que llevaba oculta debajo de la ropa y aplicó la punta a la muñeca de Yder.
La mano del príncipe se abrió y Malik no perdió el tiempo tratando de recuperar el juicio o de recobrar el aliento. Atravesó corriendo la nave y desapareció en la oscuridad entre dos columnas.
Yder apuntó con el brazo hacia adelante y, aparentemente sin preocuparse por la mano que colgaba en el extremo de su sangrante muñeca, gritó:
—¡A por él!
La escolta de Yder pasó corriendo en un oscuro revuelo, dejando a Aris a solas con sus dos guardias y el príncipe. Apenas un instante después, el templo se llenó de órdenes y del entrechocar de las espadas que buscaban debajo de los negros bancos. Aunque Aris no sabía con certeza si se alegraba de que Malik escapara, no estaba preocupado por lo que le sucediera al hombrecillo cuando lo capturaran. El serafín tenía una habilidad increíble, que según Ruha le había dado su dios, para desvanecerse en el instante mismo en que se perdía de vista.
Seguía tratando de imaginar el motivo por el cual Yder perseguía a Malik.
—¿No has venido a convertirte? —preguntó.
—No exactamente.
Prestando por fin atención a su herida, Yder se cogió la mano y la recolocó presionándola contra la muñeca. Inmediatamente dejó de salir sangre y unas sombras negras se arremolinaron encima de la herida.
—Ya fue bastante malo que el gusano convenciera al Supremo, pero esto —paseó la vista por el techo abovedado del templo—, esto es insufrible. Sería mejor que tú no formaras parte de ello.
Aris echó una mirada al relieve en el que había estado trabajando y se preguntó hasta qué punto el príncipe estaría realmente enterado de lo que había estado haciendo.
—Quiero decir que no eres cyricista —dijo Yder—. Tu desaparición habría sido difícil de explicar.
—¿Y no lo será la de Malik? —inquirió Aris.
—Nadie lo echará en falta. Tú acabarás su templo, pero Malik se convertirá en un prisionero a quien nadie volverá a ver salvo sus sirvientes personales, unos sirvientes personales que son leales a la Oculta.
Aris no tuvo necesidad de preguntar quién era la Oculta. Aunque Shar no tenía templos en Refugio, al menos ninguno que él hubiera visto, la Señora de la Noche era lo bastante popular en la ciudad como para que Aris, que tenía el oído fino de la mayoría de los gigantes, casi no pasaba una hora sin oír una plegaria susurrada a la diosa.
Finalmente, uno de los miembros de la escolta de Yder surgió de la nave e hincó la rodilla en tierra.
—Alteza, el blasfemo se ha desvanecido.
—¿Que se ha desvanecido?
Yder echó una mirada a los guardias de Aris que, temblando de miedo por el destino que les estaría reservado, se limitaron a encogerse de hombros y negar con la cabeza. Los ojos dorados del príncipe adquirieron tintes tormentosos y volvió a mirar a su escolta.
—¿Habéis usado el don de la Oculta?
—Por supuesto, pero ni aún así lo hemos podido encontrar —dijo el soldado—. Debe de haber escapado.
—¿Escapado? —La voz de Yder era fría y cortante—. ¿Cómo pudisteis permitirlo?
El guardia mantuvo los ojos fijos en el suelo.
—Es un misterio. —Ésa era la frase favorita de los adoradores de Shar—. Las salidas siguen cerradas y hemos rastreado toda la sacristía y la capilla.
Yder maldijo para sus adentros y Aris se dio cuenta del riesgo que corría el príncipe. Malik había alardeado muchas veces de su relación con Telamont y de cómo su estrategia para hacer volver a Galaeron le había valido la imperecedera gratitud del Supremo. Si sólo la mitad de lo que decía el serafín era verdad, y Aris sabía que la maldición de Mystra le impedía decir mentiras, entonces todo lo que Malik tenía que hacer para salvarse era llegar al palacio del Supremo e informar de lo sucedido. Si Yder sobrevivía a la ira de Telamont, su base política se vería muy mermada.
Tras haber aprendido por la brava cómo se las gastaba Malik, Aris pensó que por fin la situación parecía volcarse a su favor. No podía mostrar demasiada disposición a dar información. Malik le había enseñado que la forma más segura de manipular a alguien era hablarle de su problema y a continuación hacerle ver que uno conocía una forma de resolverlo.
—Tal vez yo sepa adonde fue —dijo Aris.
Yder giró sobre sus talones.
—¿Y te lo callas?
—No se me ocurrió que te pudiera interesar la opinión de un esclavo.
—Tú eres esclavo porque así lo decretó el Supremo —dijo Yder—. No hay nada que pueda hacer al respecto.
Aris se encogió de hombros.
—También decretó que Malik fuera mi…
En un movimiento tan fluido como el deslizar de una sombra, Yder saltó al regazo de Aris y aplicó la punta de una espada negra a la garganta del gigante.
—Si tengo que sufrir una vez por desafiar al Supremo, también puedo sufrir dos veces.
—Hay una trampilla debajo del altar. —Aris empezaba a preguntarse si había ido demasiado lejos en su juego—. Gelthez te la puede mostrar.
Yder volvió sus ojos amarillos hacia el guardia.
Gelthez se quedó boquiabierto.
—¿Trampilla? —Vaciló un momento hasta que finalmente pareció entender lo que Aris le estaba haciendo—. ¡Está mintiendo!
—Ve y mira. Se abre presionando la esquina izquierda de la base de piedra.
Aris no tenía la menor idea de si Malik había escapado por allí, pero habiendo construido él mismo la puerta secreta lo que sí sabía era que Yder encontraría el pasadizo.
—Si Gelthez se niega a abrírtela —añadió el gigante—, tal vez sea porque es un converso.
—¿Converso? —balbució Gelthez. Echó mano a su espada—. ¡Embustero! —le espetó.
El escolta de Yder cogió el brazo del guardia antes de pudiera llegar a desenvainar, después se le colocó detrás y le apoyó una daga en la espalda.
Gelthez se volvió hacia Yder con gesto desesperado.
—No podéis escucharlo, mi príncipe. ¡Es un asesino! Él fue quien mató a Karbe.
Yder bajó del regazo de Aris.
—Creía que había sido un accidente.
—No, fue…
—No estaba hablando contigo —dijo Yder.
Cuando se volvió hacia Amararl, Aris a duras penas pudo reprimir una sonrisa. Amararl no podía por menos que apoyar a Aris, lo contrario equivaldría a admitir que había mentido antes.
—El martillo se cayó, mi príncipe —dijo—. A mí no me pareció intencionado.
Eso le bastó a Yder, que hizo un gesto afirmativo al escolta.
—Ve con él. Si te muestra cómo se abre la puerta, perdónale la vida.
El escolta asintió y sin apartar la daga de la espalda del hombre se dispuso a obedecer la orden.
—Envía una compañía a la cámara del tesoro del templo —dijo Yder—. Me reuniré allí contigo después de ocuparme del gigante.
—¿La cámara del tesoro, mi príncipe? —preguntó el escolta.
—¿A qué otra parte podría conducir un túnel secreto de Malik? —replicó Yder.
A Aris se le cayó el alma a los pies. Tenía a Amararl en su poder tal como Malik le había enseñado, pero eso no le serviría de nada con un príncipe de Refugio a su lado.
Yder miró a Amararl.
—¿Por qué no me hablaste de esa trampilla, guardia? ¿También eres adorador de Cyric?
—Jamás, mi príncipe. —Amararl escupió en el suelo—. Eso es lo que tengo para el Loco.
Yder se mantuvo en silencio, esperando la respuesta.
—Yo-yo no sabía nada de esa puerta —dijo Amararl—. No estaba vigilando al gigante cuando construyó el altar.
El príncipe miró a Aris, que confirmó sus palabras con una inclinación de cabeza.
—Gelthez estaba con un grupo diferente ese día —mintió Aris. Estaba empezando a pensar que había pasado demasiado tiempo en el templo de Malik, ya que mentir le estaba resultando tan fácil como respirar—. Fue entonces cuando Malik los convirtió.
—Tendrás que darme esos nombres, gigante.
Aris se encogió de hombros con aire indiferente y finalmente empezó a ver cómo iba a conseguir lo que quería.
—Como gustes, pero no te servirán de nada si no llegas a tiempo para capturar a Malik en la cámara del tesoro.
La alarma se encendió en los ojos de Yder.
—¿Cuenta con magia de evasión allí?
—No la necesita —dijo Aris—. Tiene una bendición de su dios que le ayuda a ocultarse. Es así como…
Aris no tuvo necesidad de terminar. Yder ya corría nave adelante mientras encargaba a Amararl de la vigilancia del esclavo.
En cuanto el príncipe se hubo perdido de vista Amararl se abrazó a una columna negra y se dejó caer al suelo con las manos temblorosas y la frente perlada de sudor.
—Bien hecho, gigante —dijo—. ¿Qué es lo que deseas?
—Nada que pueda ocasionarte problemas —respondió el gigante. Sintiendo un alivio casi comparable al del guardia, Aris se dirigió a un rincón oscuro—. Sólo unos minutos de soledad.