Capítulo 15

2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada

Tras la partida de Ruha hacia el Tribunal del Crepúsculo con Malik encadenado a su muñeca, Khelben utilizó un envío mágico para avisar a lord Duirsar de su próxima llegada. El conjuro falló. Tampoco recibió respuesta alguna cuando intentó contactar con Kiinyon Colbathin, y cuando Galaeron intentó ponerse en contacto con Keya, la única respuesta que experimentó fue una pasajera sensación de terror. Los seis desperdiciaron unos minutos más en hacer suposiciones arriesgadas acerca de cómo los phaerimm podrían estar interfiriendo en la magia de comunicación basada en el Tejido de Sombra, así como en el Tejido. Al no ser capaces de imaginar más que escenas funestas, finalmente coincidieron en que no era posible averiguar lo que estaba ocurriendo y se dividieron en dos grupos para el viaje.

Instantes después, Galaeron estaba tendido entre Vala y Khelben sobre una terraza negra como el hollín en el Valle de los Viñedos, mirando hacia abajo en dirección a un terreno yermo que formaba una escalinata y se adentraba en los pastizales sembrados de cráteres que estaban rodeados por la Muralla de la Vega. La hierba, antaño exuberante, había desaparecido, se había quemado, había sido barrida por la magia de batalla o bien se marchitaba bajo el cadáver putrefacto de uno de los miles de guerreros elfos que yacían esparcidos por el campo de batalla. En el centro de la pradera, los acantilados marmóreos de las Tres Hermanas estaban llenos de salpicaduras de hollín o de sangre reseca. En lo alto de las colinas, negras cortinas de humo se elevaban por encima del gran bosque de copas azules, uniéndose en una única y oscura nube que apenas dejaba entrever las menos altas de las majestuosas torres de Evereska.

Mientras Galaeron miraba, una luz plomiza surgió en los bosques, proveniente de la Cueva de los Gemidos, y un crujido ensordecedor retumbó por todo el valle y fue a morir en los amenazadores acantilados de los Altos Sharaedim. Mientras Galaeron pestañeaba cegado por la luz, distinguió un círculo de árboles que caían y salían despedidos hacia afuera, con las copas en dirección opuesta al centro de la explosión. Para cuando la onda expansiva hubo desaparecido, el círculo de destrucción medía casi dos kilómetros.

—Learal y Storm pueden dirigirse hacia aquí con Aris sin peligro —dijo Galaeron sin volverse a mirar a Khelben—. Puedes estar seguro de que no hay phaerimm por lo menos en un kilómetro a la redonda.

—Es demasiado pronto para estar tan seguro de sus posiciones —comentó Khelben—. No llevamos aquí ni un minuto.

—Un minuto es todo el tiempo que necesito —le aseguró Galaeron. Se incorporó sobre las rodillas e hizo un gesto con la mano en dirección a la ciudad en llamas—. Los phaerimm están ahí abajo, saqueando la magia de Evereska.

—¿Y sus sirvientes? —preguntó Khelben—. Para que suenen las alarmas es suficiente un acechador o un gnoll.

—Los phaerimm creen que han ganado —le explicó Galaeron—. Tendrán a sus sirvientes junto a ellos para que les lleven el botín y los ayuden a reclamar y defender sus nuevas moradas.

—¿No temen un contraataque? —preguntó Khelben.

—En este momento nos temen menos de lo que se temen entre ellos. —A pesar de que las palabras habían salido de la boca de Galaeron, aquel conocimiento le sobrevino como un extraño y vago pensamiento, más cercano a una premonición o una sensación que a algo que realmente recordase—. Sabrán lo preocupado que ha estado Faerun con respecto a los problemas que ha ocasionado Refugio, y lo imposible que sería para alguien enviar un ejército contra ellos.

—Aún siendo cierto —repuso Khelben—, no siempre es necesario un ejército para derrotar a alguien.

—Están verdaderamente preocupados por los Elegidos —dijo Galaeron, captando lo que quería decir Khelben—, pero dudo que tengan elección al respecto. El trabajo en equipo no está en la naturaleza de los phaerimm. Ahora que tienen el premio al alcance de la mano, todos deben reclamar su parte o ver cómo otros se lo arrebatan.

Mientras Galaeron hablaba, la delgada silueta de un elfo surgió dando tumbos de la nube de humo, golpeó contra el borde más alto del acantilado, y cayó rodando hasta la pradera. Si el Mythal hubiera estado funcionando correctamente, aquello no habría pasado. Un conjuro protector habría atrapado a la víctima y la hubiera hecho descender suavemente hasta el suelo.

Aquella muerte hizo que Galaeron se preguntase qué habría sido de su hermana, Keya. Lo último que había sabido era que llevaba bien el embarazo y que también le iba bien como guerrera, ya que acompañaba a los hombres de Vala en incursiones de caza y había reunido media docena de colas para su cinturón, pero eso había sido antes de que cayera el Mythal. ¿Podría ser el suyo uno de aquellos cuerpos esparcidos a lo largo de la pradera? ¿O quizá aquel que habían visto salir volando de la nube de humo? Anhelaba intentar otro envío mental, pero sabía que sería una tontería. Suponiendo que siguiera viva, había muchas posibilidades de que estuviera luchando en ese mismo momento, y la distracción de un pensamiento inesperado surgiendo en el interior de su cabeza podría resultar fatal. Galaeron tan sólo podía esperar que el momento de terror pasajero que había sentido la primera vez significara que seguía viva, y que su intrusión no hubiera cambiado aquello.

—¿Cuánto tiempo estarán los phaerimm luchando entre sí? —preguntó Khelben.

—Al menos unos diez días —contestó—, pero no mucho más. Sus peleas internas son rápidas y mortales.

—Diez días. —Era difícil no ver el desaliento que invadía a Khelben—. ¿Y después qué?

—Para entonces, lo habrán organizado todo y habrán preparado sus defensas individuales. —A Galaeron no le gustaba el rumbo que estaban tomando las preguntas de Khelben—. Será imposible sacarlos de allí.

—Los shadovar lo hicieron en Myth Drannor —lo contradijo Khelben.

—Renunciando a sus otras ambiciones en Faerun —señaló Vala—. Y en Myth Drannor eran apenas algunas docenas. Aquí habrá cientos de ellos.

Khelben suspiró y dijo:

—Hemos perdido Evereska. —Dio un golpe seco con el puño en el suelo, levantando una pequeña nube de cenizas y polvo—. Lo único que seremos capaces de hacer será contenerlos en el valle.

A pesar de que Galaeron no compartía el desaliento de Khelben, permaneció en silencio, poniendo en orden sus pensamientos e intentando recordar todo lo que sabía sobre la situación en Evereska. Tenía el presentimiento de que no todo estaba perdido como Khelben pensaba, pero no tenía modo de saber si aquel presentimiento formaba parte de la sabiduría de Melegaunt o de su propia necesidad de deshacer los tremendos errores que habían conducido a la caída de Refugio.

Vala le posó una mano cálida sobre el antebrazo y dijo:

—Lo siento, Galaeron. Hiciste todo lo que pudiste.

Galaeron comenzó a decir que todavía no había hecho todo lo posible, pero lo interrumpió el leve chasquido de un conjuro de teleportación. Echó un vistazo por encima del hombro para asegurarse de que los recién llegados eran los que esperaban y vio cómo una nube grisácea se elevaba dos terrazas más arriba. Learal y los otros estaban tendidos en el suelo, escupiendo hollín e intentando superar el aturdimiento.

—Guardaos vuestros conjuros, señoras. —Khelben se dirigió a sus compañeras—. Por ahora estamos a salvo.

El sonido de la voz de Khelben pareció sacar a Learal de su aturdimiento. Dirigió su mirada hacia el fondo del valle y quedó atónita.

—¡Que la diosa nos ayude! —dijo sin aliento—. Hemos llegado demasiado tarde.

—No lo creo —le corrigió Galaeron, convencido por fin de que la inspiración que sentía se debía a algo más que a su propia desesperación.

Se incorporó y le indicó a Learal con un gesto que hiciera bajar a los demás, y a continuación se sacó un trozo de sedasombra del bolsillo y comenzó a formar un pequeño cono con ella alrededor del meñique.

—Hemos llegado justo a tiempo.

Khelben se puso de rodillas y tiró de Galaeron hacia abajo.

—Ten paciencia, elfo. Salvaremos a todos los Tel’Quess que podamos, pero primero debemos planificarlo.

—El mejor modo de salvar a mi gente es matar a los phaerimm dentro de su ciudad.

Galaeron siguió dándole forma al cono.

Learal y Khelben intercambiaron miradas de inteligencia, y Khelben dijo:

—Nada de esto es culpa tuya, Galaeron. Fue Melegaunt el que liberó a los phaerimm, no tú.

—Tiene razón —dijo Storm, que ya se había recuperado del aturdimiento y estaba saltando a la terraza junto con Galaeron y los demás—. Ahora sabemos cómo piensan los shadovar. Planearon desde el principio el modo de convertir a los phaerimm en problema de otros. Apostaría mi cabellera a que Melegaunt hizo premeditadamente la brecha en la muralla de los Sharn en el punto donde la hizo. ¿Qué mejor manera de embaucar a los phaerimm para que salieran del Anauroch que ofrecerles el Mythal de Evereska?

—Si de verdad fue un accidente, favoreció a los shadovar —repuso Galaeron. Terminó de darle forma al cono y tras retirarlo con cuidado de su dedo, lo puso sobre una piedra cercana—. Sin embargo, no estoy exento de culpa. Me advirtieron en numerosas ocasiones acerca de Melegaunt, y aún así hice que Refugio viniera a este mundo.

—No puedes culparte —intentó tranquilizarlo Aris. Estaba sentado en la muralla posterior de la terraza, inclinándose para coger agua con la mano de uno de los miles de manantiales que antaño habían abastecido las terrazas del Valle de los Viñedos—. Habrían encontrado otro camino.

Galaeron levantó una mano para prevenir más palabras de perdón y dijo:

—No estoy buscando la absolución…, ni tampoco hablo impulsado por la culpa.

—Entonces lo haces impulsado por la venganza. —Learal hizo una afirmación, no una pregunta. Luego miró a Storm—. Sé cómo me sentiría yo si mi hermana estuviera ahí abajo y fuera incapaz de ponerme en contacto con ella.

—Si estuviera buscando venganza no querría vuestra ayuda. —Galaeron se daba cuenta de que todavía tenían miedo de que su sombra estuviera influyendo en él, y no tenía dudas de que lo estaba haciendo. Sin embargo, eso no quería decir que estuviera equivocado—. Estoy hablando de victoria, no de castigo. Escuchadme. Si no os gusta lo que digo, no recriminaré a nadie que decida quedarse atrás.

Khelben frunció el entrecejo, claramente descontento con el hecho de que alguien que no fuese él asumiera el mando. A pesar de ello escuchó pacientemente. Cuando Galaeron terminó, su expresión ceñuda se tornó pensativa, y dirigió la mirada hacia las otras Elegidas.

—¿Qué opináis?

—Los planes simples son los mejores —dijo Storm—. Éste es simple, he de reconocerlo.

—Quizá demasiado simple —afirmó Learal—. ¿Qué impedirá a los phaerimm descubrirlo?

—Su propia arrogancia —contestó Galaeron—. No se creerán que haya alguien capaz de derrotar sus conjuros de visión clara.

Mientras dejaba que los demás reflexionasen sobre las bondades de su plan, Galaeron comenzó a dar forma a otro cono de sedasombra. Un instante después, Aris sacó una piedra de la muralla de la terraza y le dio la forma de un pequeño cuenco con dos golpes de martillo, a continuación lo llenó de hollín proveniente de un tronco carbonizado y se sirvió del manantial para humedecerlo. Cuando comenzó a extender la pasta resultante por sus piernas en forma de gruesas rayas negras, Vala enarcó una ceja con expresión dubitativa.

—Eres un poco grande para llevar camuflaje —dijo—. ¿No confías en la magia de Galaeron?

—Confío en Galaeron —contestó Aris. Miró a Galaeron y asintió con expresión adusta—. Pero teniendo en cuenta a quién vamos a atacar, creo que sería de sabios no usar la magia. Además, el camuflaje de los gigantes de piedra es mejor de lo que piensas. Te sorprendería saber la cantidad de veces que has pasado junto a uno de nosotros sin darte cuenta.

—Ya nada me sorprende —dijo Vala. Introdujo la mano en el cuenco y trepó de un salto a la terraza que había detrás de Aris—. Agáchate y te la extenderé por la nuca antes de que nos vayamos.

—¿O sea que has decidido venir también? —preguntó Learal.

—Debo hacerlo. Mis hombres y nuestras espadaoscuras están ahí abajo. —Miró a Galaeron por encima de la cabeza de Aris, y añadió—: Y necesito saber cómo acaba esto.

Sus palabras hicieron que Galaeron estropeara el cono de sombra que estaba sacando del dedo. Probablemente se refería a la promesa que había hecho de matarlo si alguna vez caía por completo bajo la influencia de su sombra, pero había una calidez en su voz que le dio esperanzas de que lo perdonara, de que todavía tuviera sitio en el corazón para amarlo.

Mientras sostenía la mirada de Vala, Galaeron comenzó a envolverse de nuevo el meñique con la sedasombra. Al mismo tiempo susurró el conjuro para un hechizo de envío de pensamientos y comenzó a hablarle directamente a la mente.

Vala.

Se quedó boquiabierta, y retiró la mano cubierta de hollín de la nuca de Aris.

Antes de que nos vayamos, quiero pedirte disculpas por dejarte atrás —dijo Galaeron—. Comprendería que no me perdonases, pero tengo esperanzas de que lo hagas.

La mirada de Vala se suavizó.

No hay nada que perdonar. La elección fue mía, y sabía lo que podía pasar. —Siguió aplicando camuflaje en la nuca de Aris y añadió—: Pero estoy destrozada, Galaeron. Por dentro.

A Galaeron le dio un vuelco el corazón.

Lo siento. No pretendía entrometerme. Por favor, perdona…

Otra vez esa palabra —lo interrumpió Vala—. No te culpo…, no era eso lo que quería decir. Pero desde que Khelben y los demás me ayudaron a escapar he estado sintiéndome así… No he sentido nada bueno. Tan sólo quiero regresar a casa y beber aguamiel frente al fuego. Sola.

¿Y qué pasa con Sheldon? Debes de estar deseando verlo.

Galaeron se sintió avergonzado de sí mismo. Se había dejado engañar por la estoica resistencia de Vala al pensar que de algún modo había salido entera de su esclavitud. Únicamente había estado pensando en cómo lo afectaba a él su terrible experiencia y no en lo que le podía haber hecho a ella.

No de esta manera —contestó ella—. No así, destrozada por dentro.

No siempre será así —dijo Galaeron—. Yo estaré a tu lado todo el tiempo que haga falta. Ojalá te hubiera dicho esto antes, Vala. Te amo.

Vala le dedicó una sonrisa melancólica.

Ahora me lo dices. Ahora que tu sombra te obliga.

Galaeron no se había dado cuenta de que se habían convertido en objeto de atención hasta que Vala se percató y apartó la mirada rápidamente. Khelben carraspeó y, o bien sin darse cuenta de las miradas que habían intercambiado, o fingiendo no hacerlo, se puso frente a Galaeron.

—¿Estás realmente seguro de que los phaerimm no serán capaces de detectar o neutralizar tu magia? —preguntó.

—Tendrían que usar el Tejido de Sombra —respondió Galaeron—. Pero debemos tener cuidado con los acechadores. Podrían desarmarnos con sus rayos antimagia.

—Podemos encargarnos de los acechadores.

Khelben suspiró y asintió:

—Muy bien. Si estás decidido a seguir con tu estúpido plan, parece que no tenemos más opción que acompañarte para protegerte ¿Cuánto tardarás en estar listo?

Como única respuesta, Galaeron se quitó el último cono de sedasombra del dedo y lo presionó contra el pecho de Khelben.

—Sostenlo ahí.

Khelben hizo lo que le pedían, y Galaeron sacó el Tejido de Sombra para lanzar un conjuro. El cono negro se expandió hasta alcanzar una altura de unos tres metros, envolviendo al Elegido en una funda de oscuridad. Galaeron le hizo una cola de pinchos en el extremo más estrecho y cuatro brazos torcidos en el más ancho, le añadió algunos dientes y otros detalles para crear el disco de la cabeza, y se encontró mirando lo que parecía ser un phaerimm envuelto en sombras.

—Un parecido extraordinario —dijo Aris a modo de cumplido—. Aunque los hombros están demasiado bajos, y la púa de la cola debería estar más curvada.

Galaeron hizo las modificaciones necesarias y unas cuantas más cuando Vala, Learal y Storm dieron también su opinión. Cuando todos estuvieron de acuerdo en que realmente se parecía, dio un paso atrás y pronunció una última palabra para afianzar la forma.

—En Evereska deberíamos intentar permanecer en las áreas boscosas, donde las sombras no parezcan fuera de lugar —dijo Galaeron—. Supongo que podéis usar vuestra propia magia para volar y hablar el lenguaje del viento de los phaerimm.

Khelben respondió con una ráfaga sibilante de viento y flotó en el aire.

—Bien —continuó Galaeron—. Evitad usar vuestro fuego plateado. Si los phaerimm lo ven, sabrán que estáis aquí.

—¿Y qué hay de las varitas y los anillos? —preguntó Learal.

—La máscara de sombra ocultará su uso, así como vuestras voces y gestos —respondió Galaeron—, pero debéis tener cuidado de no sacar ningún objeto con el que lanzar un conjuro de vuestro disfraz. Los phaerimm no necesitan objetos, así que si os ven usándolos…

—Comprendido —asintió Storm, avanzando hacia adelante—. Yo seré la siguiente. Siempre me ha gustado luchar con cuatro brazos.

Galaeron presionó uno de los conos de sombra contra el pecho de la Elegida y repitió el conjuro que había usado para disfrazar a Khelben, y a continuación hizo lo mismo consigo y con Learal. Finalmente se volvió hacia Vala.

—Ya que tú no usas conjuros, lo mejor sería disfrazarte de esclava mental.

Vala puso los ojos en blanco e intentó tomarse la sugerencia a la ligera, pero se le veía en los ojos que estaba dolida.

—No lo disfrutes demasiado.

—De ningún modo —le aseguró él—. Si crees que podrías mantener la mirada en blanco…

—Galaeron, hazlo de una vez.

Galaeron aplanó un pequeño disco de materia de sombra en la mano y le dio forma con cuidado sobre el rostro. Cuando lanzó el conjuro, la tez de Vala se oscureció. Su mirada se volvió vidriosa y vacía, y el rostro se le volvió inexpresivo. A Galaeron le dolía verla así, incluso tratándose de una falsa esclavitud. Le recordaba lo egoísta y lo iluso que había sido durante su crisis de sombra y todo lo que ella había sacrificado para salvarlo. No podía ni imaginar cómo podría pagárselo.

—¿Estamos listos, entonces? —preguntó Khelben—. He abierto una puerta hacia los bosques en la base de la colina Corona de Nubes. A menos que tengáis una idea mejor, pensé que el palacio de lord Duirsar sería el lugar ideal para comenzar nuestra campaña.

—No hay ninguna idea mejor —respondió Galaeron. Al volverse se topó con una puerta mágica que brillaba en el borde de la terraza que había colina abajo—. Los phaerimm seguramente estarán allí peleándose por el botín.

—Pensé que así sería. —Khelben hizo un gesto con su delgado brazo de phaerimm en dirección a la puerta—. Storm y Learal ya han partido.

Sin molestarse en preguntar por qué Khelben había pedido una opinión si ya había enviado a las dos hermanas al otro lado, Galaeron se dirigió hacia la brillante puerta. Le dio tiempo a dar un paso antes de que Vala lo agarrase por el cuello (probablemente pensaba que lo estaba agarrando por uno de los cuatro brazos de su disfraz) y tirara de él hacia atrás.

—Espera.

Le hizo darse la vuelta y se quedó allí, mirándolo con ojos vacíos. Finalmente preguntó:

—¿Dónde te beso?

Galaeron se inclinó hacia adelante y posó los labios sobre los de ella. Era un poco como besar a un zombi, al menos hasta que cerró los ojos, e incluso entonces siguió siendo algo vacilante y reservado…, al menos para las costumbres de los vaasan.

Cuando al fin terminó y Galaeron respiró de nuevo, preguntó:

—¿Para desearme suerte?

—Sólo por si acaso —lo corrigió Vala, empuñando su espadaoscura—. No quisiera que el puño de un shadovar fuera lo último que tocaran mis labios.

Se introdujo antes que Galaeron en la puerta mágica y desapareció con un chasquido.

Galaeron siguió a Vala hacia el portal. Se había acostumbrado tanto a la magia de teleportación que ya ni siquiera le molestaba el frío que cortaba el aliento ni el instante eterno de la caída, pero eso no evitó que se sintiera desorientado cuando finalmente volvió a sentir el suelo bajo los pies. El aire estaba repleto de ruidos vagos y largos aullidos ininteligibles. Una bola de fuego escarlata rodaba hacia él lentamente, con zarcillos curvados de color naranja que le salían de los costados formando lánguidos remolinos.

Galaeron se echó a un lado y se encontró flotando entre los inmensos troncos de un majestuoso bosque de copas azules, con cuatro brazos delgados agitándose frente a su rostro. Al verlos recordó que se suponía que estaba disfrazado de phaerimm, aunque la razón exacta seguía siendo un misterio para él. Mientras que los bosques que lo rodeaban le resultaban familiares, había algo que no cuadraba, como si hubiera doblado una esquina y se hubiera encontrado en una habitación inesperada.

La bola de fuego seguía acercándose lentamente. Tras ella, un rayo surgió en medio de un destello y se deslizó entre los árboles como una sinuosa serpiente blanca, para a continuación atravesar con una explosión el pecho de un osgo y girarse bruscamente para perseguir a un desollador de mentes. La respuesta al ataque llegó en forma de diez rayos dorados, que volaban en una apretada formación en cuña directa hacia su objetivo, un elfo de la luna, a la velocidad de una bandada de gansos en plena migración.

Galaeron se apartó flotando de la trayectoria de la bola de fuego. Agachado tras un peñasco recién partido a unos cincuenta pasos, vio a un cantor de la espada muy magullado que todavía sostenía en alto la mano humeante con la que había lanzado el conjuro. Más ofendido por el ataque que preocupado por él, se sacó unas cuantas hebras de sedasombra del bolsillo y las lanzó en dirección al cantor de la espada, musitando un conjuro. Al instante, el elfo quedó cubierto por un capullo pegajoso de negra sombra.

¡Galaeron! —La voz familiar de Learal Mano de Plata resonó en su cabeza—. No hace falta que te defiendas. Puedes volar más rápido de lo que avanza ese hechizo.

Una pareja de phaerimm envueltos en sombras emergió de los árboles que había detrás, con Vala cerca de las colas llenas de pinchos. Tan pronto como Galaeron vio lo vacío de su mirada, se acordó de su plan y se dio cuenta de que algo había salido terriblemente mal.

Esto no es la colina Corona de Nubes, objetó.

No… Estamos en la Cueva de los Gemidos —contestó Vala—. La recuerdo de cuando vinimos durante mi primera visita.

Galaeron miró por encima del hombro y vio la cueva a menos de cien pasos colina arriba. Una pequeña compañía de guerreros elfos estaba reunida en la galería de la entrada, agachados tras las balaustradas de piedra y sirviéndose de la altura del terreno para disparar flechas y conjuros a los osgos e illitas que había más abajo en el bosque. Como todo lo demás en esta extraña batalla, las flechas flotaban más que volaban hacia sus objetivos, y los conjuros, en vez de atravesar el cielo como un rayo, avanzaban lentamente.

Galaeron se apartó flotando del camino de dos flechas que iban en su dirección, a continuación oyó un leve crujido al tiempo que Aris apareció en el bosque. La bola de fuego ya había pasado y estaba a punto de explotar tras ellos, en una de las laderas de la colina. Galaeron cogió al gigante por el brazo y lo empujó hacia adelante para que la onda expansiva no lo quemara.

Khelben apareció un instante después, en medio de una cola de fuego que se agitaba lentamente. Flotó en medio del fuego un instante, aturdido y sin duda encontrando más difícil incluso que Galaeron adaptarse a su nuevo entorno. Galaeron empujó a Aris por el brazo en dirección a Vala y a continuación se puso a flotar y sacó al Elegido del fuego.

—¿Dónde estamos? —Sumido en la confusión, Khelben se olvidó de hablar con la mente—. ¡Esto no es —se dio cuenta y rectificó—. La colina Corona de Nubes!

Fuimos a salir al otro lado de la ciudad —lo informó Learal—, cerca de la Cueva de los Gemidos.

Peor aún —dijo Galaeron—. Hemos salido en el pasado.

¿Cómo es posible? —preguntó Storm. Se situó tras Galaeron y apartó de un golpe una flecha—. No puede ser.

Pues así ha sido —respondió Galaeron—. Poco después de nuestra llegada al Valle de los Viñedos, todo este bosque fue destruido por una explosión. Y ahora…

Todavía sigue en pie —finalizó Vala—. Yo también vi la explosión. De algún modo, llegamos aquí antes de que los árboles cayeran.

Un rayo surgió serpenteando de la boca de la cueva y golpeó a Storm en el mismo centro de su disfraz de phaerimm. El impacto la hizo caer al suelo, pero no parecía haberle causado daño alguno. Khelben y Learal levantaron las cabezas chatas y redondas en dirección al origen del ataque, y tan sólo eso fue suficiente para arrojar lejos a varias docenas de elfos a cámara lenta.

Los disfraces tienen un inconveniente —les transmitió Vala mientras se apresuraba a refugiarse tras un árbol de copa azul caído—. ¡Funcionan!

Luego, desapareció tras el tronco. Galaeron y los Elegidos la siguieron, y un instante más tarde se refugiaban bajo el codo de un brazo gigante. Aris llegó y se quedó de pie tras ellos. Su camuflaje funcionaba tan bien que si Galaeron no hubiera estado justo debajo del gigante, jamás lo hubiera visto.

Tendría que haberme dado cuenta de que algo así podría pasar. —El tono de Khelben era de disculpa—. Ya hemos comprobado lo que ocurre al mezclar el Tejido y el Tejido de Sombra.

Lo hemos comprobado —coincidió Storm—, pero no esta vez. Si esto tuviera algo que ver con la magia de sombra, ¿cómo podría estar Aris aquí? Él no tiene magia de sombra.

Eso es cierto —reconoció Learal—. Sea lo que sea lo que salió mal, ocurrió cuando Khelben abrió la puerta mágica.

—¡El Mythal! —Galaeron estaba tan excitado que perdió conciencia de la situación y lo dijo en voz alta—. Tenía una defensa contra teleportación.

Nada de «la tenía» —respondió Khelben—. El Mythal de Evereska todavía puede funcionar.

¿Así que nos envió al pasado? —preguntó Vala.

A intervalos comenzaron a clavarse flechas en el tronco del copa azul caído.

Y cambió de ubicación nuestro portal de salida —dijo Learal—. Tenemos suerte de que el Mythal esté debilitado, porque el cambio de ubicación podría haber sido más grave.

Si esto no es tan grave —comentó Vala—, no quiero saber cómo sería si lo fuera.

El comentario le recordó la extraña explosión que había tenido lugar en los bosques que rodeaban la Cueva de los Gemidos poco después de que Galaeron y el primer grupo llegaran al valle. Se volvió para mirar a Khelben.

Khelben, ¿te acuerdas de aquella gran explosión que vimos al llegar?

¿La luz plomiza? —inquirió—. Por supuesto.

Bueno —dijo Galaeron—, pues fue aquí donde tuvo lugar.

Era imposible saber lo que ocurrió dentro del disfraz de Khelben, pero sus cuatro brazos de phaerimm dejaron de moverse y la cola cayó al suelo.

¡El tiempo! —dijo sin aliento—. Nos movemos a través de él más rápido que lo que nos rodea…

Y cuando alcancemos ese momento… —Learal dejó la frase en suspenso.

¿Qué? —preguntó Aris. Había desaparecido con tanta eficacia dentro del bosque que Galaeron había olvidado su presencia—. No lo entiendo.

Problemas —respondió Storm—. Problemas realmente graves.

A Galaeron le dio la impresión de que las flechas comenzaban a hundirse en el tronco del árbol con más rapidez. Echó un vistazo a la Cueva de los Gemidos y vio a los arqueros moverse con menor torpeza, lanzando sus proyectiles colina abajo a una velocidad que casi podría decirse que más que deslizarse volaban. Un mago de batalla lo vio y levantó un dedo para lanzarle un rayo.

¡Detened el ataque! Soy Galaeron Nihmedu, un elfo y un amigo.

El mago se agarró la cabeza y se tambaleó hacia atrás.

¡Saal deeeeeee miiiiiiiiiii caaaaabeeeeeezaaaaaaa, monnnnnnnnssssssstruooooooooooo!

El mago se tambaleó hacia la balaustrada y completó su hechizo. El rayo recorrió la pendiente mucho más rápido que los anteriores, casi demasiado rápido como para seguirlo con la mirada. Galaeron apenas tuvo tiempo de echarse a un lado y dar un grito de advertencia antes de que los alcanzara.

Storm se puso en su camino y recibió todo el impacto del rayo en el cuerpo.

¡Storm! —exclamó Galaeron.

El rayo se hundió en el cuerpo de Storm y desapareció sin dejar olor a carne quemada ni emitir ni él más mínimo chasquido. La mujer volvió a colocarse tras el tronco de árbol y dejó escapar un eructo satisfecho.

No te preocupes, Galaeron —dijo Learal—. Storm podría pasarse todo el día comiendo rayos.

Un pequeño obsequio de mis hermanas cuando fui a luchar contra Iyachtu Xvim —le explicó Storm—. Y ahora, ¿no creéis que deberíamos salir de aquí e irnos muy lejos?

¿Qué daño podría hacernos? —respondió Khelben.

Para ser uno de los Elegidos, no pareces muy confiado —observó Vala.

No es una cuestión de confianza —dijo Learal—. Todo depende de si la ola de desplazamiento temporal está centrada en nosotros o en nuestro punto de llegada.

¿Eh?, preguntó Vala.

Lo que quiere decir es: ¡corred! —dijo Galaeron.

Obligó a Vala a incorporarse y la empujó hacia el interior del bosque en dirección opuesta a los elfos que los estaban atacando. Khelben y los otros Elegidos se elevaron en el aire y flotaron junto a ella, usando su magia y sus cuerpos para desviar la andanada de ataques que les llovían desde la terraza de la Cueva de los Gemidos. Antes de seguirlos, Galaeron se tomó un momento para romper la red de sombra que le había lanzado al cantor de la espada.

¡Abandonad… este… lugar… en seguida! —les urgió, espaciando las palabras para que el elfo las pudiera comprender mejor—. ¡Se acerca un gran peligro!

El cantor de la espada se desembarazó de la tela de sombra que se disolvía con una expresión que, más que miedo, denotaba confusión, pero siguió rápidamente el consejo cuando un acechador y su escolta de osgos cargaron contra él desde el bando phaerimm. Galaeron envió una advertencia similar a los otros elfos que había en la terraza de la entrada de la Cueva de los Gemidos. Su única respuesta fue un campo de fuerza resplandeciente que se acercó a unos doce pasos antes de que Galaeron se diera cuenta y huyera de su escondite. Un ruido apagado resonó tras él un instante más tarde, y cuando miró hacia atrás vio que el copa azul se hacía astillas. La esfera se expandió tan rápido que casi lo alcanzó. Estaba claro que el tiempo se estaba moviendo más de prisa.

Galaeron alcanzó a los demás y los siguió a poca distancia, esquivando rayos plateados serpenteantes y usando su magia para desviar las flechas con conjuros de viento o escudos de sombra. Aris corría junto a él a una distancia de veinte pasos, deslizándose por los bosques tan sigilosamente como lo haría cualquier animal salvaje. Mientras todos siguieran moviéndose, poco tenían que temer de los elfos que los atacaban, ya que era evidente que para ellos era imposible dar en el blanco sobre manchas borrosas. A pesar de que había abundancia de osgos, illitas y acechadores en el bosque, estaban demasiado ocupados luchando para prestarle atención a un grupo oscuro de «phaerimm».

Los compañeros no tuvieron problemas para abandonar el área cercana a la cueva, tras lo cual se encontraron con que la batalla en el resto del bosque era igualmente encarnizada y el doble de confusa. No parecía haber rangos u objetivos claramente delimitados, tan sólo núcleos aleatorios de elfos y esclavos mentales y varios phaerimm luchando unos contra otros con conjuros y acero, a veces a una distancia de cien pasos el uno del otro, y otras cara a cara. Demasiado a menudo se veía luchar a elfos contra esclavos mentales elfos, unos, reticentes a asestar golpes mortales, y los otros, demasiado ansiosos. Quienesquiera que fuesen los combatientes, parecían moverse más de prisa, sus rayos destellaban por todo el bosque demasiado rápidos para que Galaeron pudiera seguirlos con la mirada, y las flechas pasaban silbando junto a ellos a tal velocidad que era imposible desviarlas.

Cuando le era posible, Galaeron metía prisa a los guerreros y usaba la magia para liberar a los esclavos mentales. Fue esta última buena acción lo que complicó su huida cuando seis phaerimm aparecieron tras una hilera de osgos que avanzaba y comenzaron a silbarles en su lengua eólica.

¡Vosoootrooos! —El desafío de los phaerimm era lento y vibrante, pero no tan lento como para que la magia del habla de Galaeron no lo comprendiera—. Explicaos.

Dándose cuenta de que no todos comprenderían la importancia de responder con una acusación, Galaeron avanzó flotando para enfrentarse a los phaerimm.

Me robaste… un esclavo. —A pesar de que no era su intención, el conjuro de viento que había utilizado para modular la voz desgarró el bosque como un ciclón, arrancando hojas de los árboles y arrojando ramas contra los que los desafiaban—. ¡Exijo… un regalo!

¿Un regalo? —Los seis phaerimm retrocedieron unos pasos, evidentemente haciendo espacio para una lucha de conjuros—. ¿Quién eres? ¿Por qué silbas tan rápido?

¿Quién osa preguntar…?

Eso fue lo único que le dio tiempo a decir a Galaeron antes de que tres lenguas de fuego plateadas salieran disparadas para envolver a los tres phaerimm más cercanos.

—¡No hay tiempo! —gritó Khelben en la lengua común mientras arrojaba un puñado de polvo de arco iris al suelo, debajo de los phaerimm—. ¡Tenemos que seguir adelante!

Galaeron le arrojó una bola de sombra al phaerimm superviviente más cercano, mientras que Vala había desenvainado la espada y estaba disponiéndose para el ataque. A pesar de que el tiempo del bosque ya casi se había sincronizado con el suyo, todavía subsistía una diferencia suficiente como para que Khelben y Galaeron pudieran lanzar sus conjuros antes de que el enemigo reaccionara. La bola de sombra alcanzó su objetivo en ángulo oblicuo y perforó un óvalo del tamaño de una cabeza en el centro del cuerpo. El phaerimm se derrumbó formando un montículo inerte, mientras su vida se derramaba humeante sobre el suelo del bosque.

El muro prismático de Khelben no surtió el mismo efecto. Surgió de debajo del phaerimm, tal como había pretendido, pero aquella cosa atravesó flotando sus defensas adoptando la forma de un haz de rayos de varios colores y contraatacó con un rayo negro de desintegración. Khelben recibió el rayo en pleno pecho con expresión sonriente, y a continuación extendió dos de sus brazos hacia la criatura.

Mientras tanto, los últimos phaerimm le habían lanzado una andanada de rayos mágicos a Vala. Galaeron vio aterrorizado que ella se mantenía en su sitio y le lanzaba la espadaoscura a su atacante.

—¡Vala!

Galaeron extendió una mano para levantar un escudo de sombra frente a ella, pero incluso teniendo el tiempo de su parte, no fue lo suficientemente rápido. Los rayos dieron en el blanco.

—¡No!

Vala se tambaleó por el impacto y echó un pie hacia atrás para mantener el equilibrio. Levantó el puño, apuntando con el anillo en la dirección del phaerimm y devolviéndole la misma andanada de rayos dorados a su atacante.

La espadaoscura llegó antes, desgarrando a la criatura de arriba abajo. Tembló violentamente y se desvaneció en medio de una deslumbrante luz plateada propia de la magia de teleportación. Los rayos dorados se introdujeron chisporroteando en el bosque y arrancaron un grito angustioso a un guerrero elfo al que Galaeron ni siquiera había visto. Vala abrió de nuevo la mano y llamó de vuelta a su espada sin bajar el brazo.

El phaerimm de Khelben se resistía a retirarse tan fácilmente. Un muro de llamas surgió entre él y sus atacantes e incendió el bosque de inmediato. Incapaz de ver nada, Khelben prefirió reservar su conjuro, y el disco giratorio de sombra que Galaeron envió a través de la barricada no cortó nada más que una larga hilera de copas azules, y quizá la media docena de elfos a los que oyó gritar de pánico y furia.

Bolas de fuego tan grandes como un acechador comenzaron a surgir crepitantes del muro de fuego hacia Galaeron y los Elegidos. Galaeron consiguió apenas coger su sombra del suelo y arrojarla frente a sí, e incluso entonces el calor fue tan intenso que le chamuscó los cabellos en el momento en que las esferas chisporroteantes golpearon contra su silueta y desaparecieron en el plano de las sombras.

Incapaz de reaccionar con la rapidez suficiente, Khelben fue golpeado por una de las esferas en pleno pecho y estalló en llamas. Flotó lentamente hacia el suelo, donde permaneció hasta que Learal, a quien golpearon dos esferas en el pecho sin dejar escapar ni tan siquiera un hilillo de humo, le cubrió el cuerpo con el suyo y extinguió el fuego.

Mientras esto ocurría, Storm se lanzó al fuego de cabeza. Riendo, recibió el impacto de tres bolas incandescentes y a continuación se sumergió en el muro ardiente…, pero llegó demasiado tarde.

Aris acababa de surgir del bosque al otro lado de la muralla de fuego. Se inclinó y rodeó con sus grandes manos al phaerimm —fue en el extremo de la barrera de fuego, en absoluto en el lugar que Galaeron esperaba—, al que apretó hasta hacerlo estallar. A Storm no le quedó nada más que deshacer la magia del phaerimm y extinguir las llamas.

Galaeron se situó rápidamente junto a Khelben y preguntó:

—¿Es grave?…

—No —gruñó Khelben. Su disfraz seguía siendo el de un phaerimm envuelto en sombras, por lo que resultaba imposible ver la gravedad de sus heridas—. No tenemos tiempo. Esos phaerimm eran rápidos. Ambos tiempos deben de estar convergiendo.

—De acuerdo —dijo Learal—. En marcha.

Aris y los tres Elegidos se volvieron para comenzar de nuevo su marcha hacia los bosques, y Galaeron estaba a punto de seguirlos cuando se dio cuenta de que Vala no estaba ni delante ni detrás de ellos.

—¡Esperad!

Storm se detuvo y volvió la cabeza chata para mirarlo.

—¿Esperar? No tenemos tiempo para…

Galaeron se dirigió volando al lugar donde la había visto por última vez y se fijó en que había huellas de botas —grandes huellas de botas— en el suelo.

—¡Se la han llevado!

—¿Ellos? —Los tres Elegidos se reunieron a su alrededor y comenzaron a emitir juramentos como si fueran uno solo—. ¡No podíamos haber tenido peor suerte!

—Son de humano —dijo Galaeron—. Varón y de gran tamaño. Enorme.

—Un vaasan —gruñó Khelben. Dirigió su mirada hacia los bosques y gritó en la lengua común—: ¡Kuhl! ¡Burlen!

Su respuesta llegó en forma de movimiento desordenado cuando una docena de guerreros elfos surgieron de detrás de los troncos de los árboles, de debajo de ramas y montones de hojas secas, y se lanzaron al ataque. Sólo la escasa ventaja que les proporcionaba el hecho de moverse en un tiempo más rápido libró a Galaeron y a sus compañeros Elegidos de ser cortados en pedacitos por las espadaoscuras que anteriormente habían pertenecido a los guerreros muertos de la compañía de Vala.

—¡Arriba! —gritó Galaeron en la lengua común—. ¡Tened cuidado!

Al tiempo que les daba un grito de advertencia, se elevaba fuera del alcance de sus atacantes. Khelben y los otros Elegidos lo siguieron, pero el pobre Aris se encontró rodeado de media docena de elfos cambiándose la espada de cristal negro de una mano a otra.

Los elfos que estaban debajo de Galaeron y los Elegidos echaron los brazos hacia atrás preparándose para lanzar.

—¡Quietos! —exclamó Galaeron en élfico—. Soy Galaeron Nihmedu, ciudadano de Evereska, y antiguo príncipe Guardián de Tumbas que patrullaba el confín sur del desierto, habitante de Copa de Árbol en el Prado Lunar, hijo de Aubric Nihmedu y hermano de Keya Nihmedu de la Cadena de Vigilancia, amigo de…

—Es curioso lo poco que te pareces a un elfo —dijo una familiar voz femenina, aunque muy endurecida.

Una joven elfa lunar que no tendría más de ochenta años salió de detrás del tronco de un copa azul, con los cabellos de color turquesa recogidos bajo un ostentoso yelmo de batalla que sólo podría haber sido elaborado por los elfos dorados de Siempre Unidos. Los ojos de destellos dorados estaban inyectados en sangre, y la sonrisa en forma de arco de cupido se había endurecido por las preocupaciones, pero Galaeron habría reconocido a su hermana aunque hubiera estado mucho más consumida. El corazón le comenzó a latir a toda prisa por la alegría.

—¡Keya! ¡Estás viva!

Keya entrecerró los ojos en un gesto de sospecha y dijo:

—Eso parece, por ahora.

Arrastró levemente las palabras, lo suficiente como para dejar patente que el tiempo del bosque pasaba más despacio. Extendió la mano detrás de uno de los árboles y puso a Vala a la vista. Galaeron quedó asombrado al ver que alguien le había arrebatado la espadaoscura y le había atado las manos con cuerdas élficas.

—¿Cómo disteis con esta esclava mental? —preguntó Keya—. Contádmelo y os dejaré vivir…, siempre y cuando juréis dejar Evereska y no volver jamás.

—No se te da muy bien mentir, Keya. —Rompió el conjuro que le daba el aspecto de un phaerimm, y después se deslizó hacia el suelo y añadió—: Pero ni tú ni Evereska tenéis nada que temer de nosotros.

—¡Quieto ahí, demonio! —le ordenó Keya—. Si sigues bajando te daré la muerte que mereces por hacerte pasar por mi hermano.

Aquello hizo reír a Vala con una risa sofocada, lo cual hizo que Keya le dirigiese una mirada iracunda.

—¡Keya! —dijo Khelben con brusquedad en élfico—. Él es tu hermano. Libera a Vala y huye de este lugar… ¡Ahora!

—¿Tú crees que acepto órdenes de los gusanos?

Para demostrarle que no, Keya le arrojó la espadaoscura. A pesar de que el tiempo pasaba más rápido, Khelben apenas tuvo tiempo de apartarse del camino de la espada. De repente dos docenas de arqueros salieron de sus escondites con los arcos preparados para disparar. Storm y Learal ya habían empezado a lanzar conjuros de paralización. La compañía de Keya al completo quedó paralizada tal y como estaba, con los arcos a medio disparar y las espadas medio levantadas.

Khelben recuperó la espadaoscura de Keya del árbol en el que había quedado clavada y a continuación bajó volando hacia ella. Burlen surgió de detrás del árbol donde Vala había sido retenida, con su propia espadaoscura preparada para lanzar.

Galaeron lo detuvo con una red de sombra.

Khelben le dirigió un gesto de agradecimiento, a continuación giró la espada y agitó la empuñadura frente al rostro de Keya.

—Estás agotando mi paciencia, jovencita. Tenemos razones para tener este aspecto, y no hay tiempo para explicártelas ahora.

Se oyó un fuerte chasquido proveniente de la Cueva de los Gemidos. Galaeron miró hacia atrás y vio una pequeña luz que titilaba a través de las ramas de los copas azules.

Khelben siguió sermoneando a Keya.

—Cuando os liberemos a ti y a tu compañía, ¿te convencerás de que te estoy diciendo la verdad y saldrás huyendo de aquí?

—Eh… ¿Khelben? —mientras Galaeron hablaba, observó cómo la pequeña esfera brillante se expandía sobre los árboles—. No habrá…

—¡Prado Lunar! —gritó Learal, que ya estaba abriendo un portal sobre el suelo en medio de la compañía de elfos—. ¡Teleportación!

Storm empezó a arrojar a los elfos paralizados al interior del portal. Khelben echó una mirada al círculo de luz que se expandía y lanzó un juramento, a continuación rodeó a Keya, Burlen y dos elfos más con los brazos, y desapareció. Galaeron se situó de un salto junto a Vala, cogiéndola por las manos atadas, y se dirigió hacia el círculo teleportador de Learal.

Vala tiró de él hacia atrás y a punto estuvo de hacerlo caer.

—¡No sin mi espada!

Rayos de luz retorcidos comenzaron a danzar entre los árboles provenientes de las proximidades de la Cueva de los Gemidos, y el sonido de la batalla que se estaba desarrollando allí quedó silenciado de repente. Galaeron comenzó a caminar alrededor de Vala y halló su espada apoyada contra un árbol. La agarró, cortó sus ataduras —ninguna otra espada podría haber cortado las cuerdas élficas— y le devolvió el arma.

—¿Podemos irnos ahora?

Galaeron la agarró por la muñeca, se giró hacia el círculo teleportador y embistió a una pequeña elfa de los bosques de ojos marrones como los de un conejo y sonrisa traviesa, y que blandía una larga espada.

—Bien hallado, Galaeron —lo saludó—. Ya veo que «todavía» estás rescatando a Vala.

Galaeron se quedó boquiabierto.

—¿T-Takari?

Takari sonrió y dijo:

—Veo que sí te acuerdas.

Galaeron la sorprendió con un efusivo abrazo, y ella lo sorprendió a él cuando se lo devolvió con la misma efusividad.

—Tenía miedo de no volver a verte —dijo él.

Se oyó un crujido ensordecedor proveniente de la Cueva de los Gemidos, y una columna de luz plomiza surgió en el bosque frente a la terraza.

Vala apareció junto a ellos.

—¡Vosotros dos, separaos de una vez! —Introdujo un brazo entre ambos y dobló el codo para apartar a Takari. A continuación añadió—: No es por ofender, pero deberíamos irnos ya.

Takari miró el codo responsable de la ofensa como si fuera a arrancárselo, y a continuación sonrió dulcemente y dijo:

—No me has ofendido.

Se volvió para mirar hacia la columna de luz cada vez más intensa, a continuación se volvió y le hizo un gesto a lo que parecía ser un montón de hojas.

—¡Vamos, Kuhl! Permitamos que Galaeron nos teleporte fuera de aquí.