Capítulo 12

1 de Eleasias, Año de la Magia Desatada

Con la luz mortecina de la celda, a Vala le resultaba más fácil encontrar el eslabón al tacto a pesar de que tenía la piel insensibilizada por el frío y por las callosidades que el roce le había ido formado. Fue pasando el pie por la cadena hasta dar con el metal desgastado, entonces sujetó el eslabón entre los dedos de los pies y se lo acercó a la boca. A pesar de la gran flexibilidad que había adquirido en los dos últimos meses, no conseguía hacerlo llegar hasta la cara. Una vez que la cadena estuvo tensa, se acercó a él valiéndose de los músculos de la pierna. Dejó que sus dedos se deslizaran por un eslabón y a continuación escupió sobre la superficie desgastada la saliva que había acumulado en la boca.

Vala tenía sus dudas de poder abrirse camino hacia la libertad a fuerza de saliva, pero con las manos atadas a la espalda y sin más herramientas con que trabajar, era lo mejor que podía hacer, y le daba algo en que centrarse cuando no era objeto de los abusos de Escanor o de sus guardias. No podía quedarse allí en la oscuridad sin hacer nada, esperando entre una y otra sesión. Tenía que seguir intentándolo, necesitaba saber que al menos estaba haciendo algo por escapar.

Además, cuando empezó no había irregularidad alguna en la superficie del eslabón. Vala dejó que la cadena se aflojara, después la sujetó con los dedos de los pies y empezó a rotarla contra el gancho que la sujetaba a la pared. Cien veces, después encontrar otra vez el eslabón y escupir. Si insistía con su trabajo, algo cedería. El gancho se aflojaría en la pared o el eslabón se oxidaría y acabaría rompiéndose, o tal vez un guardia pensara que había perdido la razón y se volviera descuidado permitiendo que ella lo matara. Algo sucedería. Tenía que suceder si quería volver a ver a su hijo.

—¿Vala? —sonó una voz.

Vala golpeó el extremo de la cadena y se encontró de pie en el suelo antes de darse cuenta siquiera de que había saltado. Se volvió con las piernas preparadas para lanzar patadas y no encontró allí a nadie.

—Estupendo —pensó—. Algo ha sucedido realmente: oigo voces.

—No vamos a hacerte daño —dijo la voz.

Vala miró con los ojos entrecerrados al punto de donde provenía la voz y no vio nada más que oscuridad, hasta que un hombre diminuto vestido de negro saltó sobre su pie. No sólo oía cosas. El hombre, o mejor dicho la ilusión, tenía una barba negra ensortijada y ojos oscuros, pero la cara y los brazos eran demasiado claros para un shadovar.

—No tienes nada que temer, querida —dijo—, somos amigos de…

Vala se sacudió a la figura del pie y la oyó chocar contra la pared. Sí que tenía miedo, miedo a los fantasmas de su propia mente torturada.

—No voy a permitir que suceda esto —se dijo. Vala irguió los hombros y levantó el mentón, pero no bajó la pierna—. ¡Vete! —exclamó.

—¡No grites, muchacha! —Esta vez fue una voz femenina y llegaba de cerca de la puerta—. Cuidado con el guardia.

Otra voz inició desde el otro lado lo que parecía un conjuro. La figura barbuda regresó, flanqueada esta vez por dos figuras femeninas de melena plateada, y Vala se dio cuenta de que, fantasmas o no, la estaban rodeando. Podía haber cientos de ellos allí, en la oscuridad, pululando por el suelo. Miles, tal vez un ejército de pequeños seres feéricos de sombra dispuestos a darse un festín ahora que su carne estaba adecuadamente vapuleada y amoratada. Dio un grito. No pudo evitarlo, el sonido surgió con tanta naturalidad como la respiración.

Los seres feéricos de sombra se replegaron y miraron hacia la puerta, y un instante después Vala estaba callada. Seguía con la boca abierta y su garganta seguía vibrando, pero no emitía el menor sonido.

El varón miró hacia la puerta.

—¿El guardia? —preguntó.

—Todavía se lo está pensando —susurró la voz femenina—. Siente curiosidad, pero no está alarmado.

Vala pudo verla, otra hada de pelo plateado en el suelo, espiando tras la esquina de la entrada.

—Tenlo vigilado —dijo el varón.

Seguido por las dos hembras de pelo plateado, describió un círculo hacia la cabeza de Vala. Se unió a ellos una tercera hembra, que salió flotando desde detrás de Vala y se posó en el suelo junto a ellos. Vala trató de volverse para atacarlos con los pies, pero una de las hembras hizo un movimiento con una varita del tamaño de una astilla y la dejó inmovilizada.

—Lamentamos haberte asustado —dijo el varón—. Es evidente que la prueba a la que te han sometido se cobró un precio mayor del que habíamos imaginado.

De haber podido hablar, Vala les hubiera sugerido que se pusieran en su lugar y vieran lo que representa ser esclava de un shadovar.

—¿Puedes dejar de gritar? —preguntó una de las hembras—. Tenemos que hacerte algunas preguntas.

Vala se dio cuenta de que le dolía la mandíbula y de que tenía la boca abierta de par en par y la garganta seca de tanto gritar. Cerró la boca de golpe y miró con rabia a los seres feéricos de negras vestiduras que tenía a su lado. Sin duda tenían un aspecto muy sólido.

La mujer asintió, hizo un gesto displicente y una especie de áspero lloriqueo llegó a oídos de Vala. Tardó un momento en identificar su propia garganta como fuente del sonido.

—Bien —dijo el hombre. Extendió la mano e hizo con ella un gesto tranquilizador que a Vala le dieron ganas de darle una patada—. Somos amigos de Galaer…

—¿Galaeron? —Vala completó la palabra por él.

Por fin controló la respiración. Fantasmas o no, no podía dejar que estos seres feéricos fueran a decirle a Galaeron que los había vapuleado cuando se acercaron a ella.

—¿Os envía él? —preguntó.

Las mujeres intercambiaron miradas. Parecían incómodas.

—¿Qué pasa? —preguntó Vala—. ¿Está herido?

—No lo sabemos —respondió el hombre de modales bruscos.

Una de las hembras se colocó delante del hombre.

—Galaeron está en una misión muy importante para todo Faerun.

—Lo mismo que nosotros —afirmó la segunda mujer colocándose también delante del hombre—. Tal vez resultaría útil que nos presentáramos. Yo soy Storm Mano de Plata.

—Yo soy Dove Mano de Halcón —habló a su vez la mujer que vigilaba la puerta.

—Y yo Alustriel Mano de Plata —dijo la que había formulado los conjuros y señalando a la última mujer que seguía de pie junto al hombre de la barba negra añadió—: Ésta es nuestra hermana Learal.

—Y yo, por supuesto, soy Khelben Arunsun. —El hombre feérico se abrió paso entre las dos mujeres que se le habían puesto delante—. Ahora que estás debidamente sorprendida tal vez no te importe responder a una o dos preguntas y ayudarnos a salvar las Tierras Interiores.

Vala miró al hombre con desconfianza, convencida de que había perdido la razón.

Al ver que no decía nada, Khelben puso los ojos en blanco y se volvió a la que se había presentado como Alustriel.

—¿Cómo es posible que no sepa quiénes somos? —se asombró—. ¿Es posible que en Vaasa estén tan atrasados?

—Incluso en Vaasa conocemos a los Elegidos —dijo Vala—. También conocemos la diferencia entre los seres de carne y hueso y los fantasmas. ¿Por qué habríais de presentaros los cinco en mi celda del tamaño de muñecos si yo no estuviera loca?

—Porque necesitamos tu ayuda —dijo Alustriel. Se acercó y colocó una mano en la mandíbula de Vala. El tacto era sólido y cálido—. Debemos encontrar el Mythallar y sin duda tú eres la única que puede ayudarnos.

—¡Atención! —susurró la que estaba vigilando la puerta—. Viene el guardia.

Los seres feéricos se esfumaron tan rápidamente como habían aparecido dejando a Vala sola en su celda.

—¡Esperad! —Se sintió más asustada que nunca y completamente convencida de que estaba perdiendo la cabeza—. ¡No!

El guardia apareció en la puerta, un enorme señor de sombra con ojos de rubí y dientes afilados. Vala pensó que era Feslath, uno de los favoritos de Escanor.

—¿Que no qué? —preguntó Feslath—. ¿Con quién estás hablando?

Aunque sus ojos shadovar podían ver en la oscuridad con tanta facilidad como los de Vala a la luz del día, no se molestó siquiera en echar un vistazo a la celda. Sabía tan bien como ella que allí no había nadie, que por fin había perdido la razón.

—Te he hecho una pregunta, esclava.

Vela lo miró con furia y se negó a responder. No estaba preocupada por revelar la presencia de sus visitantes, ya que los delirios estaban bien ocultos en el interior de su mente, pero no podía obedecer, ni siquiera en esto. En cuanto empezara a someterse, cada vez sería más y más fácil, y finalmente acabaría perteneciéndoles en espíritu tanto como en cuerpo.

—¿Me desafías?

Con una cruel sonrisa, Feslath cogió el látigo del gancho del que colgaba. Ni siquiera tuvo que mirar para saber dónde estaba.

—Como quieras. Adopta la posición.

Se suponía que Vala tenía que ponerse de espaldas e inclinar la cabeza para protegerse los ojos, pero en lugar de eso lo miró desafiante.

—Ve a que te amamante un veserab.

El látigo alcanzó a Vala en el pecho cuando todavía no había acabado su maldición. Poco dispuesta a darle la satisfacción de un grito, apretó los dientes y recibió el siguiente golpe también en silencio, pero el tercero le dio de lleno en las costillas y le arrancó un respingo involuntario. Feslath dominaba a la perfección la técnica y se complacía en obligar a su cuerpo a emitir los sonidos que su mente trataba de reprimir.

El siguiente latigazo se cruzó con el anterior y Vala empezó a sentirse mareada. El castigo no pararía hasta que perdiera la conciencia. Rogando que siguiera asestando un golpe encima del otro, lo miró a los ojos con odio mientras observaba cómo tomaba impulso echando el brazo hacia atrás.

Una figura oscura surgió detrás de Feslath y le cogió el brazo por la muñeca. Los ojos del verdugo lanzaron un destello rojo, y cuando se volvió como una centella se encontró con el extremo de un gran bastón negro que lo golpeó en la sien. Se le doblaron las rodillas y se desplomó como una prenda de seda vacía de contenido.

Khelben Arunsun, desde sus casi dos metros de estatura, le dio un puntapié en las costillas, con fuerza, para asegurarse de que estaba inconsciente, y luego acudió al lado de Vala.

—Podrías haberle contestado —dijo.

Vala hizo un gesto de incredulidad con la cabeza y, apenas consciente de que tenía la boca abierta, farfulló:

—De verdad eres real.

Khelben asintió, pero no hizo el menor intento de desatarle las manos.

—¿Significa eso que vas a ayudarnos? —preguntó.

Vala sacudió la cadena que la mantenía sujeta a la pared.

—¿Significa eso que vas a sacarme de aquí? —preguntó a su vez.

Khelben la miró con gesto impaciente.

—Volveremos a por ti, pero nuestra misión depende del secreto y la sorpresa. No podemos llevarte ahora sin correr el riesgo de llamar la atención.

Vala se quedó sopesando sus palabras un momento y después señaló con la barbilla la figura caída de Feslath.

—Ya estáis corriendo ese riesgo —dijo—. Y no quiero ofenderte, pero si vais a buscar el Mythallar, no creo que tengáis muchas posibilidades de volver aquí a rescatarme antes de que la roca choque contra el suelo.

—El destino de todo Faerun depende de esto —la voz de Khelben sonaba profunda y digna—, y tú estás dispuesta a regatear para salvar tu vida.

—Tengo un hijo que necesita una madre. —Vala sostuvo la mirada indignada de Khelben—. No soy yo la que está regateando.

—No deja de tener razón, Khelben.

Dove y las otras tres Elegidas aparecieron en el suelo, entre ellos. Todavía tenían la altura de una mano.

—Le hemos prometido a Aris… —continuó.

—Y cumpliremos nuestra promesa —insistió Khelben—, sin poner en peligro nuestra misión.

—¿Estás seguro de que nuestra magia de borrado producirá efecto en un shadovar? —preguntó Alustriel—. No son seres del Tejido.

—Y aunque así sea, quedará por explicar el chichón en la cabeza del guardia —dijo Storm—. Se preguntará cómo se lo hizo y eso nos podría delatar.

—Yo conozco un modo de que no importe —dijo Vala viendo su oportunidad.

Khelben la miró y enarcó una ceja.

Vala explicó su plan, y cuando hubo acabado Khelben la seguía estudiando con los ojos entrecerrados.

—Eso funcionará —dijo Vala—. Al menos tiene más oportunidades que tu magia eliminadora de recuerdos.

—La de Alustriel —la corrigió Khelben—. No es eso lo que me preocupa.

—¿Y qué es entonces? —inquirió Learal.

—Vala —dijo con toda sinceridad—. No es que nos esté ayudando por su buen corazón. Si Galaeron no nos pudo decir dónde encontrar el Mythallar, ¿cómo sabemos que Vala sí podrá? Podría estar mintiendo para que la ayudáramos a escapar.

—Galaeron volvió al palacio del Supremo llevado por la magia de Telamont —dijo Vala—. Yo regresé por mi propio pie.

Khelben no parecía demasiado convencido.

—¿Y si estuviera mintiendo? —preguntó Vala—. ¿Me dejarías aquí para que cayera con la ciudad?

—Por supuesto que no —dijo Alustriel—. Le prometimos a Aris que no lo haríamos.

—Entonces, ¿por qué habría de mentir?

Finalmente Khelben sonrió.

—Supongo que tienes razón —dijo.

Khelben arrastró al guardia inconsciente hasta donde estaba Vala y lo dejó a sus pies. Mientras ella lo golpeaba con los talones para dar la impresión de que había sido ella quien lo había dejado inconsciente, Khelben le quitó las llaves del cinturón y le soltó las manos. En cuanto se encontró libre, Vala le envolvió la cadena alrededor de la garganta y empezó a apretar hasta asfixiarlo. Ninguno de los Elegidos contempló esta escena. Era evidente que hubieran preferido otro sistema.

No era ése el caso de Vala. Le bastaba recordar las palizas que había recibido de manos de Feslath para que esta pequeña venganza no le pareciera desproporcionada. La idea hizo que le corriera un escalofrío por la espalda, y se preguntó si sólo los usuarios de la magia estaban expuestos a que se les metiera dentro su sombra.

Una vez muerto el guardia, Vala cogió su equipo y se vistió con sus ropas mientras Khelben se encogía para recuperar el tamaño que tenían los demás Elegidos. Vala se metió a los cinco en los bolsillos y, ayudada por conjuros de invisibilidad y silencio, se deslizó por la escalera hasta la base de la torre de las mazmorras. Una vez allí, tuvo que matar a otros dos guardias, el primero cuando giró hacia la puerta de acceso, y el segundo mientras éste trataba de desembarazarse del cuerpo que le había lanzado a los brazos. Tras dejar los cadáveres en el hueco de la escalera, detrás de la puerta de hierro, limpió la sangre del suelo con el capote del segundo, después lo escondió en un arcón y abandonó la zona.

Desde allí habría resultado sencillo bajar por la escalera trasera y desaparecer internándose en la ciudad. En lugar de eso, Vala entró en un pasadizo de servicio y atravesó toda la parte trasera del gran palacio. Aunque se cruzó con un desfile constante de camareras, pajes y mayordomos, era invisible para ellos gracias a que la magia de los Elegidos tenía poder suficiente para mantener su eficacia incluso después de haber entrado en combate.

Un cuarto de hora más tarde, Vala salió del pasadizo de servicio al sombrío vestíbulo del ala privada del príncipe. Las grandes puertas de la antesala estaban cerradas y vigiladas tal como lo habían estado desde la batalla en el Hielo Alto, y por un momento Vala temió no ser capaz de llevar a cabo su plan. No había ningún otro acceso al ala, al menos ella no lo conocía, y por invisible que fuera no tenía posibilidades de superar a una docena de señores de sombra.

Sin embargo, tal como Vala había supuesto, los deberes del príncipe no podían ser desatendidos aunque él yaciera en su lecho medio muerto. No pasó mucho tiempo antes de que un enviado se acercase a las grandes puertas llevando un recipiente con un mensaje de sombra. Vala se le pegó a los talones tan estrechamente que cuando un guardia le ordenó que se detuviese a tres pasos de la puerta, tuvo que hacerse a un lado para no chocar con él. El guardia cogió la botella, despidió al mensajero y esperó a que hubiera desaparecido corredor abajo antes de volverse y llamar suavemente a la puerta.

Vala esperó al lado del guardia lo que le pareció una eternidad, sin atreverse casi a respirar por miedo a que su aliento le erizara el vello de los brazos. Por fin acudió un mayordomo a abrir las puertas lo justo para asomarse y coger la botella. Tal vez habría sido más prudente esperar a que llegase una doncella de servicio o algún otro sirviente que hiciera necesario abrir más la puerta, pero la decisión no podía postergarse, y Vala sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que descubrieran a los muertos de la torre de las mazmorras. Se puso en cuclillas y, esquivando al guardia, se coló de lado por la estrecha abertura, tan preocupada de no pisarlo que la puerta le cogió el pie al cerrarse.

El guardia le dijo algo al mayordomo, que ya se había apartado un paso, y después empujó con el hombro. A Vala le pareció que el pie se le iba a partir, pero la pesada puerta retrocedió lo suficiente como para permitir que por fin lo sacara.

La puerta se cerró con un chasquido, y Vala se dejó caer sentada lanzando a la vez un suspiro de alivio y un callado grito de dolor. Habría estado bien dejar a un lado las armas que llevaba y comprobar si tenía algún hueso roto, pero ésas eran las cosas que les costaban la vida a los guerreros. Se puso de rodillas y luego de pie delante de la gran antesala de Escanor, donde media docena de sirvientes se ocupaban de los asuntos privados del príncipe.

Vala atravesó la cámara, dirigiéndose hacia el oscuro corredor que conducía a la zona privada del príncipe. Allí se agachó para deslizarse por debajo de las lanzas cruzadas de otros dos guardias.

Una vez que se encontró dentro del tenebroso pasadizo, se incorporó y se apoyó con cuidado sobre el pie. Sintió el dolor sordo y generalizado más propio de un golpe que de una fractura. Dio unos cuantos pasos y, tras haber comprobado que el pie la sostenía, atravesó el estudio privado de Escanor y entró en el vestidor. Pasó por delante de otra pareja de guardias y de un pequeño grupo de sirvientes y por fin entró en el gran y lujoso dormitorio.

Escanor estaba solo en su lecho. Era apenas una sombra con forma de hombre aferrada a una caja de negras costillas. Dentro podía verse cómo latía su corazón que todavía brillaba débilmente a la luz de las llamas del Tejido que habían estado a punto de consumirlo. A un lado de la cama había un sirviente y al otro una sacerdotisa de túnica negra que llevaba la máscara color púrpura de Shar. Dos de los señores de batalla de Escanor estaban a los pies de la cama. La espadaoscura de Vala estaba expuesta en una vitrina con puertas acristaladas encima del cabecero de la cama del príncipe.

¡Vala! —La voz de Khelben sonó dentro de la cabeza de Vala—. En nombre del Tejido ¿qué estás haciendo?

Vala no contestó. No les había hablado a los Elegidos de esta parte de su plan, pero era tan necesario para llevarlo a buen fin como encontrar el Mythallar. Se dirigió al pie de la cama y de un solo golpe les cortó el cuello a los dos guardias.

Los cuerpos casi no habían tocado el suelo y la sacerdotisa ya estaba alzando las manos y elevando una plegaria a su diosa oculta. Vala la interrumpió con un golpe del látigo que llevaba en la otra mano y que se enrolló en torno al cuello de la mujer haciendo que la plegaria se le atragantara mientras Vala la derribaba. El sirviente se lanzó hacia la puerta con la boca abierta por la sorpresa y balbuciendo sonidos inconexos. Vala salió de detrás de la cama poniéndole una zancadilla con el pie dolorido y haciendo que cayera de bruces. Al caer, el hombre se golpeó en el cráneo con el suelo de piedra produciendo un horrible crujido.

Olvidada ya de su conjuro, la sacerdotisa se lanzó hacia adelante usando una mano para liberarse del látigo que le oprimía el cuello y la otra para lanzar ciegas puñaladas al aire. Vala esquivó el ataque y, dando un paso adelante, asestó un golpe con el canto de la mano en la articulación de las mandíbulas de la mujer. La sacerdotisa quedó conmocionada y la daga se le cayó de la mano.

Vala dejó caer el látigo y se volvió hacia la cama. De las cuencas sombrías de Escanor surgieron llamas cobrizas, débiles y parpadeantes, mientras luchaba por recuperar la conciencia.

Vala, si cuentas con nosotros para que te ayudemos a matar…

—Tranquilo.

Aunque Vala pronunció la palabra en voz alta, sólo la oyó en su mente. Se dirigió hacia la vitrina. Las llamas de los ojos de Escanor cobraron brillo y la mujer supo que estaba recuperando la conciencia. Blandiendo su espada y su daga, Vala saltó sobre la cama.

Un incipiente brazo de sombra salió de entre las sábanas. La espada de Vala salió disparada hacia arriba y rompió una de las puertas de cristal al tiempo que algo tan pesado como uno de los martillos de Aris la golpeaba en el pecho y la lanzaba despedida de la cama. Cayó al suelo boca abajo.

—¡Guardias! —La voz de Escanor era apenas un graznido, pero suficiente para causar un revuelo en el vestidor—. ¡Socorro!

Vala levantó la mano y llamó calladamente a su espadaoscura. Oyó el ruido del cristal al romperse y el arma llegó por el aire hasta los pies de la cama. La empuñadura se acopló con la palma de su mano como si fuera la mano de un viejo amigo. La espada iba dejando un rastro de sombra donde tocaba el cuerpo de Escanor.

¡Ya tienes tu espada, es hora de irnos! —dijo Storm—. Por la terraza.

Dando una voltereta de lado, Vala cayó de rodillas con el brazo listo para lanzar el arma.

Cuando vio que Escanor, tambaleante, abandonaba la cama por el otro lado, fue eso lo que hizo. La espada lo alcanzó entre los omóplatos, atravesando dos costillas y clavándose en el debilitado corazón.

El príncipe murió sin un grito. Su caja torácica simplemente cayó al suelo partida en dos. Los guardias llegaron corriendo desde el vestidor y encontraron el corazón disolviéndose en una nube de sombra.

—Ahora sí es el momento de marcharse.

Esta vez también oyó las palabras en su mente. Mientras los guardias acudían corriendo junto a su príncipe moribundo, Vala recuperó la espada. Le habría gustado quedarse y buscar el anillo mágico que le había dado Corineus Drannaeken en las catacumbas subterráneas de Myth Drannor, pero una búsqueda de esa magnitud era impensable. Corrió hacia las puertas dobles y dio una voltereta que la lanzó contra dos guardias que entraban apresuradamente.

Vala plantó un pie en el hombro de cada uno de ellos —en realidad había pretendido golpearlos en la garganta, pero su salto no había sido lo bastante alto— y logró abrir una brecha entre los sorprendidos shadovar para introducir el resto del cuerpo. Saltó de lado y su cabeza pasó apenas a la distancia de una espada de uno y otro, entonces hizo pie y con una serie de volteretas hacia adelante atravesó la terraza. Los guardias dieron la voz de alarma y lanzaron estocadas ciegas contra la piedra a apenas unos centímetros por detrás de ella.

Por fin, Vala llegó al extremo de la terraza y se encontró con la balaustrada que le cerraba el paso. Completó una última voltereta, se puso de pie y saltó de cabeza por encima de la balaustrada.

Estaba a escasos palmos de la calle cuando una mano mágica finalmente detuvo su caída.

La próxima vez, jovencita, no te ayudaremos —la advirtió Khelben—, eso fue sólo una acción vengativa.

—Claro que lo fue —dijo—. Y si no lo hubiera hecho, nadie habría creído que me había escapado por mis propios medios. Sobre todo después de las cosas que me hizo ese demonio.

En cuanto sus pies se posaron en la calle, Vala se dirigió a la carrera hacia el laberinto de calles subterráneas.

* * *

Los vaasan estaban sentados a un lado de la mesa riendo, babeando y dándose poderosos golpes los unos a los otros en la espalda mientras comían, bebían y relataban el combate del día a su celoso camarada, Dexon. A juzgar por lo que contaban, luchar contra los phaerimm no era más peligroso que lancear a un rote de los bosques, pero con los phaerimm era mucho más apasionante porque se defendían. Si Takari no hubiera estado allí y no hubiese visto con sus propios ojos la mortífera eficacia de los humanos ese día y muchos otros, habría pensado que el vino les hacía hablar de más.

Todo había sucedido tal como lo habían descrito, y de hecho habían añadido tres colas cada uno a sus cinturones. Armada con la espadaoscura de Dexon, Keya Nihmedu había sumado dos a su propia colección. Takari sólo tenía una hasta ese momento, pero ésa se la había cobrado con su propio acero elfo. De haber blandido una espadaoscura propia, habría matado más phaerimm que nadie.

Takari cogió la jarra y la volvió a llenar con el vino de la barrica que había en la bodega. Al llegar a la puerta se detuvo y miró a los dos saludables vaasan desde atrás. Con sus corpulentos hombros y su negro pelo trenzado, le dio la impresión de que se parecían más a los thkaerths que a los humanos, pero llevaba el tiempo suficiente luchando a su lado como para saber que ningún hombre era tan bruto como aparentaba. Había visto a Burlen arriesgar su vida varias veces para proteger a Keya sin que ella lo notara, y Kuhl había vuelto de una patrulla con una carnada de mapaches que se habían quedado huérfanos escondida bajo su capote.

Después de pensárselo un momento, Takari se decidió por Kuhl y apareció detrás de él con la jarra. Siempre hacían un alto para lavarse la sangre y la mugre en el estanque Gloria del Amanecer antes de volver a Copa de Árbol, de modo que sabía que Kuhl era un poco menos corpulento y menos peludo que Burlen. De todos modos iba a ser como luchar con un oso, pero no veía motivo alguno para hacerlo innecesariamente desagradable.

—¿Más vino, Kuhl?

Sin esperar una respuesta, Takari se pegó a la enorme espalda de Kuhl y se inclinó por encima de su hombro para llenarle la copa.

Iba vestida con una túnica finísima, de modo que sabía que él podía sentir su cuerpo del mismo modo que ella sentía el suyo, pero él se limitó a asentir y a dar las gracias sin mirarla siquiera. Al ver que la copa de Dexon estaba casi vacía, Takari aprovechó la oportunidad para hacer más patentes sus intenciones pegándose más al hombro de Kuhl para rellenar la copa de su compañero. Demorándose en esa postura más de lo necesario, se volvió y le sonrió.

Kuhl miró para otra parte, con las mejillas rojas como la grana.

Burlen acercó su copa a la jarra.

—Yo tomaré otro trago, si no te importa.

Takari inclinó la jarra y se separó del hombro de Kuhl.

—¿Por qué habría de importarme? Por supuesto que puedes servirte.

Esto arrancó a Dexon una sonora carcajada e hizo aparecer un gesto dolido en la cara de Burlen. Kuhl se puso aún más rojo. Takari se preguntó si todos los humanos eran tan tontos como el que ella había elegido o si había algo en Kuhl que no conseguía entender. Lo había visto lanzarle codiciosas miradas mientras se bañaban.

Takari se colocó al otro lado de Kuhl y vio a Keya Nihmedu que la estudiaba con un gesto preocupado. Después de enterarse de cómo había adquirido Keya la capacidad para sostener la espadaoscura de Dexon, dejándose hacer un niño, Takari había cometido el error de preguntarle si los otros vaasan tenían familias en su tierra. Al parecer, Keya había adivinado su plan.

Takari no prestó atención a la censura que se advertía en la mirada de la joven elfa y colocó una silla al lado de su presa.

Pasó un dedo por el antebrazo del hombre, al que se le cubrió la frente de un sudor brillante que olía a humano.

—Me gustaría que me enseñaras cómo te revolcaste hoy encima de ese osgo —dijo.

Un silencio expectante se extendió por toda la estancia, y Dexon y Burlen miraron a Kuhl con sonrisas lobunas.

—Fue una buena actuación —intervino Keya sin dejar de mirar fijamente a Takari—. Tal vez nos lo podrías explicar a todos mañana.

—Yo preferiría que fuera ahora —dijo Takari.

Había pasado más de diez días rogando a la Madre Alada que la preparara, y por el calor de su vientre sabía que éste era el momento. Tenía que ser esta noche. Apoyó los dedos en el brazo carnoso de Kuhl y aplicó una pequeña presión.

—Mañana se lo puedes explicar a los demás —susurró.

Dio la impresión de que Kuhl se derretía bajo su tacto, pero sin embargo parecía un poco ajeno a lo que le estaba pidiendo.

—Puedo demostrártelo ahora mismo. No nos llevará mucho tiempo —dijo, poniéndose de pie y señalando al suelo—. Échate ahí como si fuera yo y yo me pondré encima y seré el osgo.

Dexon hizo un gesto de aversión.

—No creo que tenga ganas de ver esto —dijo.

—Ni yo —coincidió Keya—. Takari, no es justo…

—¿Justo? —la interrumpió Takari—. Galaeron hizo su elección cuando me dejó en Rheitheillaethor y se marchó con Vala. Si ahora yo también decido probar con un humano, no es de su incumbencia…, ni de la tuya.

Keya se quedó con la boca abierta y Takari se dio cuenta por la confusión que reflejaban los ojos de la elfa más joven que había conseguido dar otro cariz a la cuestión. Fuera lo que fuese lo que Keya había supuesto, no podía saber si Takari estaba usando al humano para obtener placer, por venganza o por tener acceso a una espadaoscura.

—Eh, Takari —preguntó Kuhl—. ¿Qué quisiste decir con eso de «probar con un humano»?

—¿Tú qué crees? —Takari puso los ojos en blanco—. He visto la forma en que me miras mientras nos bañamos.

Kuhl la miró con expresión culpable.

—¿De veras?

—No hay que ser un lince —dijo Takari.

—¿No te parece mal? —balbució Kuhl—. Pensé que a las elfas os molestaba que os miráramos.

—A decir verdad, es un poco inquietante —dijo Takari. Al ver la confusión que asomaba a los ojos de Kuhl, decidió que sería mejor hablar claro—. Ahora te doy la ocasión de hacer algo más que mirar, Kuhl. ¿Te interesa o no?

—Me interesa.

—Bien.

Takari lo cogió por la muñeca y se dirigió a la contemplación, pero Keya Nihmedu se puso en medio con mirada de reprobación.

—Kuhl —dijo—. ¿Te das cuenta de que te está utilizando?

Una sonrisa del tamaño de una medialuna se dibujó en el rostro de Kuhl.

—De verdad espero que así sea.

Cogió a Takari en brazos y pasó al lado de Keya con paso decidido. Un momento después, Takari estaba luchando con el oso. La experiencia no fue tan desagradable como había temido, en parte porque todo fue muy rápido.

La segunda vez duró un poco más. Ella se sorprendió de que ya no le inspirara aversión, salvo por los últimos momentos, cuando él realmente empezó a rugir como un oso.

La tercera vez empezaba realmente a disfrutarlo cuando el mensajero de lord Duirsar entró volando por la ventana abierta. Sin importarle lo que estaba sucediendo, el pinzón empezó a revolotear alrededor de sus cabezas, gorjeando y piando como si se estuviera acabando el mundo.

Muchosnidos —balbució Takari—. ¡Oh no, ahora no!

El pájaro se posó en su hombro y le gritó alto al oído. Su disgusto se desvaneció de inmediato y Takari lo amenazó con el dedo.

—Más te vale que esto sea importante —lo amenazó.

Muchosnidos rompió en una serie de gorjeos.

—¿Qué? —preguntó Takari—. ¿Cuándo?

Se desembarazó del abrazo de Kuhl y apoyó los pies en el suelo. El pinzón respondió y después canturreó una pregunta.

—¡Por supuesto! —dijo Takari poniéndose de pie—. Dile que nos reuniremos con ellos en la Puerta de la Librea.

Kuhl se apoyó sobre un codo.

—¿Reunimos con quién?

Takari recogió del suelo el cinto del hombre y se lo pasó sin tocar el mango de la espadaoscura. No quería que Kuhl supiera por qué se había ido a la cama con él, no hasta que estuviera segura de que había plantado la semilla.

—Los phaerimm —respondió Takari—. Han abierto una brecha en el Mythal.

* * *

En algún lugar dentro del palacio del Supremo, Galaeron estaba suspendido y envuelto en una tiniebla aterciopelada, inmóvil. Podía respirar y gritar, pero nada más. En las sombras distantes se oía el susurro de voces shadovar. La sombra se le metía por los poros, penetrando en él cada vez que respiraba, y la duda, la sospecha y la rabia iban oscureciendo paulatinamente su corazón. No podía saber cuánto tiempo llevaba allí. Nadie acudía a darle de comer ni de beber ni a curar su mano rota, pero daba la impresión de que no tenía hambre ni sed ni necesidad de atender a las llamadas de la naturaleza. Estaba allí, suspendido en el momento, un momento lleno de un dolor sordo, sin principio ni fin, sin límites de ningún tipo.

Galaeron tenía la impresión de que el Mythallar debería estar ya destruido hacía tiempo, de que los Elegidos deberían haberlo encontrado y destruido y precipitado a Refugio en el desierto. Tal vez ya lo hubieran hecho. ¿Cómo iba él a saberlo atrapado como estaba en un momento singular? ¿Y si después de todo llevara allí sólo un instante? Tal vez todos sus pensamientos desde que Telamont lo había dejado allí suspendido hubiesen pasado por su mente en un solo instante y Khelben y los demás todavía estuvieran esperando una ocasión para infiltrarse en la ciudad.

O tal vez los Elegidos lo habían abandonado en este lugar, fuera el que fuese, satisfechos con la idea de que la sombra que había en su interior nunca quedaría libre para oscurecer Faerun. Eso sería muy propio de ellos: sacrificar a un individuo por el bien de muchos, siempre y cuando ese individuo no fuera uno de los suyos. Galaeron evocó el momento de su captura y recordó la rapidez con que habían abandonado la caravana, con qué astucia habían dispuesto las cosas para que nadie pudiera exigirles el sacrificio supremo. Aquellos cobardes no vacilarían en dejarlo abandonado para que sufriera por toda la eternidad.

Tuvo que recordarse que eso era exactamente lo que Galaeron, el auténtico Galaeron, querría.

La sombra se había apoderado totalmente de él. Cada pensamiento contenía una duda insidiosa, cada emoción estaba teñida de sospecha. No tardaría mucho en entregarse. Sólo tenía que coger un puñado de materia sombra y usar su magia oscura para formular un conjuro, y sería libre de vengarse de quienes lo habían agraviado. Era lo que Telamont había dicho cuando lo hizo prisionero, había prometido que así acabaría la lucha de Galaeron, que lo único que controlaba Galaeron era el momento en que terminaría.

Galaeron lo había creído. Si el momento era todo lo que podría controlar, sin duda lo haría.

El bisbiseo de las voces distantes se desvaneció transformándose en silencio, y el aire se tornó pesado y frío. A Galaeron se le subió el corazón a la boca y empezó a sondear la oscuridad ante sí buscando los discos ardientes de los ojos de platino de Telamont.

El aire se volvió todavía más frío e inerte.

—Eres más fuerte de lo que pensaba, elfo —le susurró al oído la voz del Supremo—. Estás empezando a ponerme furioso.

Galaeron sonrió. Trató de volverse hacia la voz, pero todo su cuerpo pareció girar con él, y Telamont siguió fuera del campo de su visión periférica.

Galaeron tendría que conformarse con hablar a las sombras.

—Al menos eso es algo —dijo.

—Oh, hay mucho más —continuó Telamont—. Mucho más. Mi hijo Escanor está muerto.

Galaeron se disponía a decir algo hiriente cuando se dio cuenta de que la expresión ofensiva a un padre sufriente, aunque fuera este padre sufriente, sería invitar a entrar a su sombra.

—Lo lamento —dijo.

Una risita sonó junto al oído de Galaeron.

—Las mentiras también pertenecen a la sombra, elfo.

—No era una mentira, sino compasión.

Las ideas giraban a un ritmo vertiginoso en la cabeza de Galaeron. ¿Acaso la ciudad habría caído y Telamont venía para vengarse? ¿Había pensado una manera de usar la muerte de su hijo para lanzar a Galaeron en brazos de su sombra? ¿O estaba allí simplemente para descargar su ira sobre Galaeron?

—Pensara lo que pensase de Escanor —dijo el elfo—, fuera lo que fuese lo que me hubiera gustado hacerle personalmente, estoy seguro de que tú lo amabas.

Telamont se quedó callado un momento, sin usar su voluntad para forzar una respuesta como era habitual cuando guardaba silencio, sino dando la impresión sincera de que sopesaba las palabras de Galaeron.

—Tal vez así fuera —dijo el Supremo—. Qué pena que Vala no fuera tan caritativa como tú.

A Galaeron se le hizo un nudo en el estómago. La fría presencia de Telamont se le impuso con más fuerza.

—Escapó de su celda —dijo el shadovar—. Lo mató en su lecho de enfermo.

El nudo se apretó todavía más en el estómago de Galaeron.

—¿Y sus guardias…? —Apenas podía pronunciar las palabras—. ¿Está muerta?

—Eso te pondría furioso, ¿no es cierto?

Una figura vestida con un capote apareció en las tinieblas delante de Galaeron. Puesto que el Supremo le estaba susurrando al oído, Galaeron tardó un momento en darse cuenta de que la figura también pertenecía a Telamont.

—Podría decirte que sí y la furia se adueñaría de ti. —Los ojos de Telamont eran ahora brillantes y feroces, pero su voz seguía susurrando al oído de Galaeron—. Y con la rabia llegaría tu sombra y te haría suyo para siempre.

—Entonces no está muerta. —Galaeron llegó también a la conclusión de que tampoco había sido destruido el Mythallar. Si Refugio hubiera caído, Telamont estaría más interesado en matarlo que en ganarlo para su causa—. No sabes dónde está.

—Y de la esperanza nace la fuerza —bisbiseó la voz incorpórea—. La fuerza para desafiarme. ¿Qué debo hacer?

Se calló y en el aire empezó a pesar la tensión.

Temeroso de que una respuesta llevara a otra y a otra más hasta que por fin revelara su plan, Galaeron trató de no responder. Telamont siguió silencioso y su voluntad apremió con más fiereza a Galaeron. En un momento dado, no pudo resistir más y las palabras salieron por voluntad propia.

—Decirme la verdad.

La medialuna purpúrea de una sonrisa apareció en la capucha por debajo de los ojos de Telamont.

—¿La verdad? ¿Qué es realmente la verdad? —La voz de Telamont susurraba al oído del elfo—. La verdad es que lo estará.

El nudo empezó a deshacerse en el estómago de Galaeron. Vala seguía viva.

—Si la cogéis.

—Cuando la cojamos —puntualizó Telamont—. ¿Adónde puede ir? El suelo está trescientos metros más abajo.

Hizo una pausa y Galaeron temió por un momento que Telamont lo obligara a contestar algo que desvelara el plan para atacar el Mythallar, pero Telamont se proponía otra cosa.

—Será apresada. Mis otros hijos la están persiguiendo ya.

Galaeron procuró no sonreír. Todavía no había dicho nada de los Elegidos, y si los príncipes estaban ocupados buscando a Vala dejarían sin vigilancia el Mythallar. Era posible que ellos mismos la hubieran ayudado a escapar para distraer a los vigilantes. Sería muy propio de esos cobardes sacrificar a una mujer indefensa para no tener que arriesgar sus propias vidas. Se le ocurrió que tal vez pudiera salvar a Vala poniendo a Telamont al corriente de su plan. Era lo que se merecían esos traidores.

—¿No te importa? —preguntó Telamont—. Pensaba que amabas a esa mujer. Creía que ésa era la razón por la que nos habías traicionado.

Telamont se quedó callado y una vez más el peso de su voluntad aplastó la determinación de Galaeron.

—Es cierto, la amo —admitió por fin.

—Qué pena, entonces —dijo Telamont—. Lo que le sucederá cuando la capturemos…

Volvió a guardar silencio dejando que Galaeron imaginara los horrores por los que tendría que pasar. Teniendo en cuenta el castigo que había sufrido sólo por ayudarlo a él a escapar, ni se atrevía a pensar en la muerte que tendría por haber matado a un príncipe de Refugio. Empezó a sentir el peso de la voluntad de Telamont, instándolo a decir lo que estaba pensando. Una y otra vez Galaeron estuvo a punto de revelar su plan, de revelar cómo había engañado a Telamont para traer a Refugio a los Elegidos.

Logró resistir. Muy dentro de sí, una parte de él quería creer que lo había hecho por honor, que había en su interior algo lo suficientemente fuerte como para resistir la voluntad del Supremo, pero la verdad era que había vuelto a caer en poder de su ser sombra y simplemente no se fiaba de Telamont.

Cada vez que Galaeron empezaba a decir que estaba dispuesto a cambiar el destino de Refugio por la vida de Vala, o que podía entregar a cinco Elegidos a cambio de su libertad, su sombra se negaba. Le recordaba que Telamont se había ofrecido en un momento a enseñarle a controlar su sombra, como si eso fuera posible, y lo mal que había salido aquello. Le recordaba lo poderoso que era el Supremo. Bastaría con que le diera algún indicio sobre el ataque al Mythallar para que Telamont empezara a presionarlo obligándolo a darle más respuestas. El shadovar lo sabría todo en cuestión de minutos, Vala sería condenada de todos modos a una muerte lenta y a Galaeron no le quedaría nada para vengarse.

Por una vez, la sombra de Galaeron tenía razón. Telamont no había hecho nada más que traicionarlo. Telamont se merecía lo que iba a sucederle a su ciudad. Todos los shadovar se lo merecían. ¿Y Vala? Quería salvarla, pero no podía hacerlo sometiéndose a Telamont.

—El amor no es tan fuerte como imaginaba —dijo por fin Telamont. La presión no aflojó, pero la voz provenía de la forma encapuchada que Galaeron tenía ante los ojos—. ¿No quieres salvar a Vala?

—Haría cualquier cosa por salvarla —afirmó Galaeron—, pero no soy tonto.

—¿No? —La voz de Telamont sonó como el hielo al partirse—. Entonces sabes que no escapará.

—Y tú sabes que puedo ayudarte.

Una voz oscura surgió de su interior advirtiéndole que contuviese la lengua, que era un tonto si pensaba que podía negociar con Telamont Tanthul.

Galaeron desoyó aquella voz.

—Los phaerimm siguen causándote problemas. Llévame a la ventana al mundo. Cuando vea que está de regreso en Vaasa, te ayudaré otra vez a combatirlos.

Telamont se acercó hasta que Galaeron no pudo ver nada más frente a su cara que dos ojos de platino. Se obligó a sostener la mirada y vio que los ojos eran coronas plateadas ardiendo en torno a dos discos de sombra más oscuros que la noche. La presión de su voluntad se volvió aplastante, pero Galaeron no desvió la mirada. Por fin, en las coronas brillantes destelló una especie de diversión y Telamont retrocedió un poco.

—El amor no es tan fuerte como imaginaba.

Los ojos del Supremo se transformaron nuevamente en discos y su forma oscura empezó a fundirse disolviéndose otra vez en la oscuridad.

—Pero la esperanza —dijo la sombra—, es mucho más fuerte.

El peso aplastante de su voluntad se mantuvo. Galaeron esperó, pensando que en su interior surgiría en cualquier momento alguna pregunta no formulada. Sólo estaba el peso intangible… y una presión diferente que venía de dentro, una sensación de que estaba más cerca del miedo y de la incertidumbre, tal vez de la pena. Por fin, cuando la forma del cuerpo de Telamont desapareció en la oscuridad y sólo quedó la pálida luz de sus ojos, Galaeron rompió su silencio.

—¡Espera! —gritó—. ¿Y qué hay de lo de Vala?

—Acepto. —Los ojos desaparecieron, pero la voz sibilante de Telamont resonó en las tinieblas circundantes—. Si quieres salvarla, sólo tienes que apoderarte de las sombras y liberarte.

Antes de que Galaeron pudiera protestar, se empezaron a oír otra vez voces en la oscuridad distante, y el peso aplastante de la voluntad de Telamont desapareció. Galaeron se debatía entre el orgullo de haber probado sus fuerzas frente al Supremo y el temor que le inspiraba su comentario sobre la esperanza. ¿Qué había querido decir con eso de que la esperanza es mucho más fuerte? Tal vez fuese sólo una añagaza para hacer que se sometiera a su voluntad, que se rindiese ante su sombra, pero había habido algo en la forma de decirlo que le hacía pensar en otra cosa, una nota de revelación en la voz de Telamont que hacía pensar en un destello de clarividencia. Su tono al aceptar el intercambio de la cooperación de Galaeron por la vida de Vala tenía algo de irónico, como si supiera que la oferta nunca sería aceptada.

Una voz oscura susurró que Telamont se estaba burlando de él. Había sólo una manera de escapar, y Galaeron no estaba dispuesto a aceptarla. La mitad de los shadovar del enclave estarían riéndose de él en ese mismo momento. Galaeron rechazó esta línea de pensamiento recordando lo que sucedió la última vez que había usado el Tejido de Sombra, cómo había abandonado a Vala y casi había provocado la muerte de Aris. Si Telamont le ofrecía una huida fácil era porque no conducía a ninguna parte. Galaeron había jurado no volver a usar jamás la magia de sombra, y era un juramento que estaba decidido a mantener.

Galaeron pasó lo que le pareció la siguiente eternidad del multiverso discutiendo los pros y los contras con la voz oscura que sonaba en su cabeza. Sabía que había una sola forma de escapar y también que si la aceptaba lo llevaría a un destino mucho peor que la muerte. De haber confiado en enterarse cuando los Elegidos destruyeran el Mythallar y la ciudad cayera, tal vez habría tenido la fortaleza necesaria para esperar.

Tal como estaban las cosas, la incertidumbre era más de lo que podía soportar: el temor a que Refugio se hundiera en las arenas del Anauroch y quedara allí sepultada con él todavía encerrado en aquel oscuro momento preguntándose si su plan tendría éxito alguna vez, preguntándose si Vala viviría para volver a ver a su hijo, preguntándose si Takari lo habría perdonado por ese miedo egoísta que lo había llevado a rechazarla. En su mente apareció la imagen de un cuerpo negro, con forma de gota, que se iba agrandando cada vez más. La cosa tenía tres protuberancias en forma de bulbo que, considerando las bocas llenas de colmillos en que terminaban, bien podrían ser cabezas. Tres brazos, con tres manos con un único ojo en la palma cada uno, brotaban del cuerpo en tres lugares insólitos. El fantasma, porque no tenía la menor duda de que era un fantasma, le recordaba vagamente al sharn que había liberado cuando destruyeron al primer lich, Wulgreth.

Te he estado buscando, elfo.

Galaeron se quedó boquiabierto. Por una vez, su ser sombra parecía demasiado atónito para aprovechar la situación y tuvo un momento de silencio interno del que no había disfrutado desde que había permitido que su sombra lo invadiera.

Qué, ¿no hay un «hola, qué tal, amigo»? —preguntó el sharn—. ¿Ni un «bienvenido, Xrxvlaiblea»?

—Va-a-ya. Eh, ¿cómo…?

—Supongo que tendré que conformarme con eso.

El sharn Xrxvlaiblea levitaba en las sombras delante de Galaeron, con su tonelada y media de peso. ¿O habría que decir «los» teniendo en cuenta que tenía tres cabezas? Paseó los ojos de las palmas por Galaeron.

—¿E-e-eres real? —tartamudeó el elfo.

Una de las cabezas se acercó repentinamente a la cara de Galaeron y salpicándolo de saliva, dijo:

—¿Acaso no dije que volvería para pagarte el favor que me hiciste en Karsus?

—Es cierto —reconoció Galaeron con un respingo.

—Y éste es el momento en que más me necesitas, ¿verdad?

Galaeron asintió.

—Por supuesto que lo es —aseveró otra cabeza—, o yo no estaría aquí.

Galaeron hizo un gesto de incredulidad y se preguntó si habría empezado a tener alucinaciones.

—Entonces, ahí tienes —dijo la tercera cabeza—. Ahora estás listo. Favor devuelto.

Dicho esto, el sharn se volvió y empezó a alejarse flotando hacia las sombras. Galaeron trató de mover un brazo y se encontró con que estaba tan sujeto como siempre. Durante un momento dudó sobre la conveniencia o no de hablar con una alucinación. Una voz oscura preguntó qué mal podría hacerle, y él respondió que ninguno.

—¡Espera!

El sharn se detuvo, pero sin volverse.

—¿Listo para qué? —preguntó Galaeron.

—Listo para hacer lo que no estabas listo para hacer entonces —replicó el sharn.

—Pero sigo cautivo —dijo Galaeron frunciendo el entrecejo.

—¿Y quién tiene la culpa de eso? —preguntó una de las cabezas. Desde atrás era imposible saber cuál—. Será mejor que te sueltes.

—No lo entiendes —dijo el elfo—. No puedo usar el Tejido de Sombra. Hice un juramento.

—¿Un juramento?

El sharn giró en redondo y plantó las palmas de dos de las manos delante de la cara de Galaeron para que pudieran mirarse a los ojos.

—¿Y por qué hiciste una cosa tan descabellada?

—He estado pasando por una crisis de sombra —le explicó Galaeron—. Cuando utilizo el Tejido de Sombra, mi ser sombra me controla. Es posible que la próxima vez sea para siempre, por eso hice votos de no volver a usar la magia de sombra.

—Romper un juramento es mala cosa. —Los ojos de las palmas parpadearon—. Pero no estés enfadado con la Sombra. Eso es lo que él quiere y, de todos modos, no es culpa suya. Has hecho una promesa que no puedes cumplir.

El sharn se dio la vuelta y empezó a alejarse otra vez.

—¿Y eso es todo? —le gritó Galaeron—. ¿Es ése tu gran favor?

Una de las cabezas miró por encima del hombro.

—Mira, no estoy aquí para decirte cómo debes vivir tu vida. Puedes hacerlo ahora o más tarde, cuando ya no importe. Tú eliges. Favor devuelto.

»Una pregunta más —añadió la segunda cabeza— y quedarás en deuda conmigo.

»Seguro que no querrás eso —confirmó la tercera cabeza—, ¿verdad?

—No —dijo Galaeron—. Por supuesto que no. Gracias y adiós.

—Por supuesto que no —concluyó el sharn, y se desvaneció en medio del tenebroso murmullo.

Pasó un buen rato antes de que la voz oscura que llevaba en su interior sugiriese que tal vez deberían olvidarse del sharn, que tal vez había sido una ilusión conjurada por Telamont Tanthul como treta para hacerle usar el Tejido de Sombra. Después de todo, tal vez era mejor que siguieran ahí, suspendidos en las tinieblas, un poco más. Galaeron se dio cuenta de que tal vez su ser sombra estuviera diciendo lo contrario de lo que realmente quería, que tal vez lo que deseaba realmente era sugerir lo contrario porque sabía que él haría precisamente lo contrario de eso…

—Tal vez —dijo Galaeron. Cerró los ojos, cogió un puñado de sombra y cerró el puño—. Y tal vez no.