Capítulo 17

2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada

—¿Estás seguro de que este plan funcionará? —preguntó Takari—. No creo que nadie haya quedado impresionado con el anterior.

—Nada es seguro —dijo Galaeron—, pero tiene una posibilidad.

—¿Una buena posibilidad? —inquirió Vala.

Estaban escondidos entre unas raíces que olían a moho bajo los Jardines Flotantes de Aerdrie Faneya, esperando en el agua sucia de un estanque de aprovisionamiento que les llegaba hasta las rodillas. Aris y los Elegidos ya habían partido hacia la colina Corona de Nubes para rescatar (llevarse era un término más apropiado) a lord Duirsar y los altos magos. Galaeron había vuelto a adoptar el aspecto de un phaerimm, y todos los miembros de la Compañía de la Mano Fría habían jurado su disposición a perder dedos, o incluso manos enteras, por efecto del frío de sus espadaoscuras prestadas.

Galaeron volvió la cabeza chata hacia Vala y le sostuvo la mirada.

—Más posibilidades de las que tenías en Myth Drannor, y aquello acabó bastante bien.

Vala puso los ojos en blanco.

—Sólo tuve que matar a seis phaerimm —dijo—. En este caso estamos hablando de diez, y todos a la vez.

Muchosnidos, que acababa de regresar de su misión de espionaje y estaba posado sobre el hombro de Keya, gorjeó una corrección urgente.

—Doce —tradujo Keya para quienes no entendían el lenguaje de los pájaros. A continuación miró a Galaeron con expresión preocupada—. No veo cómo podrás hacerlo.

—No será necesario —le explicó Galaeron—. Sólo tengo que matar al líder. Después de eso, la Coalición de Guerra se separará.

—Eso lo entendemos —dijo Vala, cogiéndole a Galaeron una de las manos de cuatro dedos—. Lo que me preocupa es la parte en la que tú mueres.

—Sí, eso es lo que nos preocupa —añadió Takari.

Se dirigió al otro lado de Galaeron y lo cogió por uno de los delgados brazos. Los vaasan los miraron con gesto torvo (Vala a Takari, y Kuhl a Galaeron) y Kuhl posó la mano sobre la empuñadura de su espada. Los celos que sentían no afectaban a Galaeron. Amaba a Takari tanto como a Vala, y si alguien se sentía molesto por ello, no era asunto suyo. Cubrió la mano de Takari con la suya.

—Estaré bien —dijo Galaeron—. Estarás justo detrás de mí.

—Tenemos que atravesar un círculo de acechadores e illitas —le recordó Vala.

—Eso nos va a llevar tiempo —añadió Keya—. ¿Por qué no introduces a doce de los nuestros allí con el andar de sombra…?

—Porque tendríamos suerte si duráramos un segundo —dijo Burlen, interrumpiéndola—. Nosotros no tenemos aspecto de phaerimm, ¿recuerdas?

Aunque Galaeron sabía que Burlen estaba más preocupado por proteger a la madre del hijo de Dexon que por asegurar su éxito, le dio las gracias silenciosamente al vaasan moviendo los labios. Su plan dependía del tiempo. La Compañía de la Mano Fría tenía que eliminar las defensas que rodeaban a los Recolectores de Conjuros antes de que Aris llegara con los Elegidos y los altos magos. Les llevaría tiempo hacer lo que pretendía Galaeron, y Keya y los demás tendrían que enviar un anillo defensivo propio antes de que los phaerimm se unieran para contraatacar.

La voz de Khelben sonó dentro de la cabeza de Galaeron.

Estamos en posición, con una buena perspectiva de la colina de la estatua.

Bien, saldremos ahora mismo —respondió Galaeron.

Miró a Muchosnidos y envió al pequeño pinzón por delante con un trino, a continuación usó los dos brazos que tenía libres para hacerles señas a los demás de que avanzaran.

Siguieron a Muchosnidos hasta la orilla y dejaron las raíces colgantes atrás, saliendo de debajo de los jardines e introduciéndose en un denso seto de flor de anochecer. El pinzón se despidió con un alegre gorjeo y pasó por encima del seto en dirección a la colina Corona de Nubes; a continuación giró en redondo y voló en picado, dando un grito de alarma.

Galaeron lanzó una hebra de sedasombra al aire tras Muchosnidos, pensando que algún búho o halcón estaría persiguiendo a su mensajero, y pronunció un encantamiento de dos sílabas. Se dio cuenta de su error cuando un rayo plateado atravesó el seto y serpenteó a través del estanque de aprovisionamiento, dejando un túnel de raíces quemadas de más de un kilómetro de largo.

Al momento siguiente, el phaerimm que había lanzado el conjuro pasó a gran velocidad por encima del seto y fue a dar contra la red de sombra. Las hebras eran irrompibles, pero Galaeron no estaba preparado para el impacto, y aunque lo hubiera estado probablemente no era lo suficientemente fuerte como para aguantarlo, de modo que se le escapó la red.

El sorprendido espinardo intentó darse la vuelta para ver qué era lo que lo había atrapado, pero perdió el control de su vuelo y rodó de lado introduciéndose en el amasijo de raíces que había bajo los Jardines Flotantes. Se enredó rápidamente y quedó colgando en el aire, aullando ráfagas de frustración y agitando las aguas que había debajo hasta hacer espuma. Los tres vaasan fueron los primeros en reaccionar: Vala y Burlen cargaron a través del seto para hacer frente al ataque inminente, y Kuhl chapoteó por el estanque para acabar con el phaerimm que había quedado atrapado.

Keya se lanzó a la acción casi con la misma rapidez, ordenando a la mitad de su compañía que se dirigiera hacia el sur en una acción defensiva y mandando a la otra mitad al otro lado del seto para ayudar a Vala y a Burlen. Sorprendido como estaba de ver a su hermanita convertida en todo un comandante, Galaeron preparó un rayo oscuro y se volvió para lanzarlo antes de que el phaerimm se teleportara quedando fuera de su alcance.

Pero éste no tenía intención de marcharse. Atravesó la red de sombra con dos de sus manos, y un espejo brillante de magia apareció frente a él y le devolvió el dardo a Galaeron. El elfo saltó hacia un lado y oyó un chisporroteo apagado cuando el proyectil impactó en el suelo detrás de él. Una tercera mano se agitó hacia Kuhl, y el vaasan atravesó el estanque dando tumbos. Se dio de cabeza contra Takari, que intentaba pasar desapercibida y situarse en una posición ventajosa para efectuar un tiro limpio al flanco, y ambos cayeron al agua con gran estrépito y no volvieron a levantarse.

Galaeron ya estaba dando golpecitos a una astilla de obsidiana. Gritó una orden, y la astilla creció hasta alcanzar la longitud de su brazo y comenzó a girar, desdibujándose hasta formar un gran disco negro. Hizo añicos el espejo del phaerimm y le cortó uno de los brazos con que sostenía el escudo. Tras abrir un túnel a través de la maraña de raíces, desapareció.

Al ver que una herida no hacía que los phaerimm se teleportaran a otro plano, a Galaeron se le hizo un nudo en el estómago. Comenzó a temer que la Coalición de Guerra hubiera conseguido averiguar sus planes de algún modo y estuvieran preparando un ataque para detenerlos, pero si era así, ¿por qué habrían de enviar a un solo agresor a través del seto?

Galaeron formó una bolita con una hebra de sedasombra. Antes de que pudiera pronunciar la palabra mística que expandiría la bolita transformándola en una bola de sombra, el phaerimm ya le estaba arrojando dardos dorados de magia del Tejido. Cuando los proyectiles se deshicieron inofensivamente contra el conjuro protector que Learal había lanzado sobre él, el espinardo cambió rápidamente a la magia de desactivación. El conjuro protector comenzó a parpadear y a emitir destellos.

Galaeron le arrojó su esfera de sombra, pero el phaerimm sacó un brazo a través de la red y abrió un portal extradimensional en la palma de su mano. La esfera negra creció hacia los lados, a continuación se curvó hacia la mano y desapareció como un halcón en las fauces de un dragón hambriento.

Una nueva andanada de proyectiles mágicos salió disparada hacia Galaeron. Los tres primeros se deshicieron contra el conjuro de protección que aún parpadeaba, pero el cuarto lo atravesó y lo lanzó hacia atrás por el aire. El quinto y el sexto lo alcanzaron, atrapándolo contra el seto de flores de anochecer y haciéndole dos agujeros del tamaño de un pulgar en el cuerpo. A pesar de que su disfraz de phaerimm impidió que viera dónde impactaban, un intenso dolor le atravesó el muslo, y se le entumeció el hombro.

Keya dio un grito de rabia y lanzó su espadaoscura, que pasó junto a la cabeza de Galaeron. El phaerimm levantó una mano y rechazó el ataque con un campo de fuerza.

Takari salió del estanque por debajo de él y le hundió la espadaoscura de Kuhl en la parte más gruesa del cuerpo. El espinardo llenó la maraña de raíces con rugidos tempestuosos de dolor y finalmente se teleportó fuera de allí.

O, más bien, intentó teleportarse fuera de allí.

Un instante después de desaparecer, volvió a aparecer fuera de la red de sombra de Galaeron y se desparramó por el estanque en trocitos cuadrados del mismo tamaño. A Takari le cayó la mayor parte encima, y emergió con un cubito de carne de phaerimm colgando de una espina que tenía clavada en el hombro. Aparentemente sin darse cuenta, cargó hacia el seto todavía empuñando la espadaoscura de Kuhl y se deslizó a través de éste hacia el otro lado.

Keya acudió rápidamente junto a Galaeron.

—¿Es muy grave?

—No mucho —dijo—. Sobreviviré.

—Más te vale. —Keya extendió la mano y la espadaoscura de Dexon voló hacia ella—. El bebé va a necesitar un tío.

Sonrió y atravesó el seto para reunirse con los demás. Hasta que no se hubo ido Galaeron no se dio cuenta de lo que acababa de ver.

Takari había estado empuñando la espada de Kuhl y su mano no parecía estar fría.

No era de extrañar que Kuhl no se pusiera muy contento al verle.

Galaeron volvió a dirigir la mirada hacia el estanque y vio al vaasan flotando boca abajo. Una nube rosada le formaba un halo alrededor de la cabeza en el lugar donde tenía un corte profundo del que manaba sangre. Alguien había apoyado la cabeza de Kuhl sobre un tronco. Su pecho subía y bajaba regularmente, y empezaba a parpadear. Dejando que el vaasan se despertara por su cuenta, Galaeron voló sobre el seto. Casi perdió la pierna cuando un guerrero de la Mano Fría salió del otro lado y, confundiéndolo con el enemigo, echó mano de su espadaoscura prestada.

—Cuida tus dedos —dijo Galaeron en élfico—. Soy «nuestro» espinardo.

El elfo se ruborizó avergonzado. Volvió a envainar la espada.

—Perdona mi error, lord Nihmedu.

A pesar de que no era la primera vez que se dirigían a él con su título formal desde que había vuelto a Evereska, eso hizo que se sintiera más culpable que respetado. Lord Nihmedu era su padre. El hecho de llevar el título ahora le recordaba lo que su error había costado tanto a su familia como a la ciudad.

Galaeron agradeció la cortesía del guerrero con una inclinación de la cabeza chata, a continuación continuó por el camino que daba acceso a los bosques abiertos que se extendían más allá del jardín. Allí la lucha había acabado también, y Vala y los otros estaban removiendo los arbustos en busca de rezagados. Aparentemente la pelea no había sido muy difícil. No había más que una docena de esclavos mentales esparcidos entre los árboles, muchos de ellos osgos. Galaeron sólo vio a dos acechadores y a un illita.

Fuera lo que fuera aquel ataque, no era el golpe preventivo que él se temía. Galaeron extendió un dedo y silbó. Muchosnidos bajó de los copas azules, gorjeando sin parar sobre lo cerca que había estado de quedar reducido a unas cuantas plumas y sobre lo rápido que había volado para escapar.

Galaeron dejó que el pájaro se desahogara y a continuación dijo:

—Ahora debes volar hasta la colina Corona de Nubes. Khelben te estará esperando, y se preocupará si no apareces.

Muchosnidos pió una pregunta.

—Sé que estoy sangrando —dijo Galaeron—, pero no, no creo que todos los espinardos estén detrás de ti ahora. Tienen otra presa que cazar. Ahora, márchate.

Galaeron levantó la mano y lanzó hacia arriba al pinzón, que desapareció entre el follaje.

—¡Takari! —se oyó de repente un rugido iracundo tras el seto que Galaeron tenía a la espalda.

Al volverse, Galaeron vio la figura fornida de Kuhl abriéndose paso entre las flores de anochecer. La herida de la cabeza le sangraba profusamente, cubriéndole los hundidos ojos como si fuera una cortina y tiñéndole la tupida barba de un rojo humeante. De todos modos, se las arreglaba para ver a través de la sangre y localizar a Takari, que estaba usando su espadaoscura para hurgar entre los tallos retorcidos de una zarza de campanillas gigantes.

—¡Ladrona! —Kuhl se tambaleó hacia adelante, levantando la mano para llamar a su espadaoscura—. ¡Mi espada!

Los nudillos de Takari se pusieron blancos al forcejear por sostener el arma.

—Déjame usarla un rato. Tú apenas puedes andar.

—¡Zorra elfa! —Kuhl continuó avanzando, sin darse cuenta de que para un elfo del bosque aquello era como llamar reptil a una serpiente—. No era a mí a quien querías, ahora me doy cuenta.

—Eso no es cierto. —Takari aferró la empuñadura con las dos manos—. A veces también te quería a ti.

Comenzó a retroceder. Aunque parecía que se estaba retirando, Galaeron vio asombrado cómo Takari mantenía baja la punta de la espadaoscura, agarrando la empuñadura con ambas manos y manteniendo una postura semiabierta. Intentaba parecer indefensa y desprevenida, invitando a Kuhl a atacar.

Y eso fue exactamente lo que hizo Kuhl, saltando hacia adelante con toda la potencia y velocidad de la que era capaz un rote herido. Aunque volara, Galaeron sabía que no podría interceptar al hombre a tiempo para salvarle la vida. En vez de eso, lanzó una hebra de sedasombra hacia Kuhl y pronunció un conjuro rápido, atrapándolo en la misma red de sombra que había usado para enredar al phaerimm.

La red envolvió a Kuhl a menos de tres pasos de Takari, y el ímpetu lo hizo avanzar dos pasos más antes de estamparse contra el suelo. Temiendo que Takari siguiera adelante con su plan de todos modos, Galaeron utilizó la hebra que colgaba para tirar del vaasan, que lanzaba patadas a diestro y siniestro, y ponerlo a salvo.

Kuhl giró sobre sí mismo para mirar de frente a Galaeron.

—¡Y tú eres su perro faldero! —gritó el vaasan—. Éste era tu…

Galaeron juntó los dedos y pronunció un conjuro que hizo callar al vaasan. Le dio la hebra al guerrero que lo había llamado lord Nihmedu y le dio instrucciones de mantener a Kuhl a salvo pero atado. A continuación se volvió para enfrentarse a Takari.

Vala ya se estaba encargando del asunto. Se había acercado sigilosamente a Takari por la espalda —lo cual no era fácil— y la había levantado del suelo. Después la sujetó con uno de sus fornidos brazos y le sujetó el brazo con que sostenía la espada con el otro. Con los pies en el aire, Takari era incapaz de defenderse, a menos que dejara caer la espadaoscura y se valiese de un truco, y no pensaba dejar caer la espada.

Vala sujetó la muñeca de Takari con sus fuertes dedos y se la retorció hacia atrás, con lo que la espadaoscura cayó al suelo. Le entregó a Burlen a su cautiva con instrucciones de dejarla inconsciente al primer problema, a continuación levantó la espada de Kuhl y la usó para cortar la red de sombra que lo tenía atrapado.

—Aquí está tu espada —dijo, devolviéndole el arma—. Déjala a un lado y haz que te curen ese corte, y ni siquiera te atrevas a mirar en su dirección.

—Pero ella…

—¡Kuhl! Yo me ocuparé de ello. —Vala lo condujo hasta el seto, a continuación miró a Galaeron con expresión pétrea y dijo—: Tenemos que hablar.

Disgustado al ver a Kuhl libre y a Takari prisionera, Galaeron asintió con la cabeza chata.

Vala lo condujo hasta una pequeña hondonada donde poder hablar en privado.

—Tendría que haber adivinado que esto ocurriría. —Su tono de voz era de enfado, pero no acusador—. Tendrás que llevarte a uno de ellos contigo.

—¿Por qué? —preguntó Galaeron. Todavía estaba disgustado y algo receloso por su decisión de liberar a Kuhl y apresar a Takari—. ¿Porque tienes celos de ella?

—¿Crees que esto es por ti? —Vala puso los ojos en blanco—. Supéralo. Takari está embarazada de Kuhl.

—Ya me doy cuenta —dijo Galaeron—, pero no soy lo bastante humano como para estar celoso…

Vala levantó una mano y se las arregló para encontrar la cabeza de Galaeron dentro del disfraz y darle una bofetada, más o menos suave, por encima de la oreja.

—¿Estás escuchando? —le preguntó—. Ya solucionaremos eso más tarde, si vivimos lo suficiente. Tenemos un problema con Takari y Kuhl.

—Hasta ahí llego —reconoció Galaeron, que finalmente había logrado vencer su primera reacción al ver cómo había tratado a Takari—. Quizá deberías explicarme el resto.

—Gracias —dijo Vala.

Antes de que pudiera empezar a explicárselo, Keya apareció en el borde de la hondonada y fue a reunirse con ellos.

—He enviado a Burlen para que vigile a Kuhl y he dejado a un elfo a cargo de Takari.

Keya estaba informando, no pidiendo permiso, y una vez más Galaeron quedó impresionado con su transformación. Su solución era más segura y tenía menos probabilidades de ocasionar algún resentimiento entre el resto de los miembros de la compañía.

—Creo que están todos preparados para matarse los unos a los otros —continuó Keya. Se volvió hacia Galaeron—. Y tú no estás ayudando. Ya sé que tú y Takari tenéis una historia, pero ¿se lo tienes que restregar a Kuhl por las narices?

—Ése no es el verdadero problema —intervino Vala. Ni siquiera ella ponía en duda el liderazgo de Keya, simplemente se volvió para incluir a la joven elfa en la conversación—. La espadaoscura de Kuhl tiene una historia.

—¿Una historia? —preguntó Galaeron—. Todas la tienen.

—No como ésta —replicó Vala—. La mayor parte de nuestras espadaoscuras han pasado por las manos de cinco o seis guerreros, ocho como mucho. La de Kuhl ha pasado por las manos de veintidós.

—¿Veintidós? —Keya dejó escapar un grito sofocado—. Eso significa uno cada cinco años.

—Los que la llevan tienen suerte si consiguen conservarla tanto tiempo —dijo Vala—. La primera fue Yondala, que la cogió para defender a su bebé de una bandada de saurianos. Después su esposo comenzó a tener celos del poder que poseía. Una mañana la encontramos flotando en el pantano, y Gromb tenía la espada. Cuando averiguamos que la había matado mientras dormía, intentó escapar a la justicia de Bodvar y usó la espadaoscura para matar a dos guerreros más. El arma pasó a su hijo mayor, pero murió un año más tarde cuando le cayó una roca en la cabeza mientras jugaba con sus hermanos.

—¿Y Bodvar dejó que la familia se quedara con semejante espada? —Keya dejó escapar otro grito involuntario.

—No tenía autoridad para llevársela, y habría vuelto en el momento en que un pariente de Yondala hubiera extendido la mano para llamarla.

Galaeron se dio cuenta de que tampoco se hubieran atrevido a destruir el arma. Ni siquiera él sabía lo que podría pasar si una de las espadas se rompiera, ni cómo hubiera reaccionado Melegaunt. Hizo un gesto con la cabeza a Vala.

—Tienes razón, no podemos tenerlos juntos, especialmente durante la batalla.

—Relevaré a Takari de la Mano Fría —decidió Keya—. Puede volver a las Cuevas Escondidas para ayudar a Dexon a proteger a los niños.

—Si la relevas de la Mano Fría no podrás ordenarle que haga nada —dijo Galaeron—. ¿Realmente piensas que se mantendría al margen de la batalla?

—No es probable —opinó Vala—. Uno de ellos debe ir contigo.

—Eso es prácticamente una sentencia de muerte —objetó Keya—. Galaeron tendrá suerte si sobrevive con su magia de sombra.

—Todos tendremos suerte si sobrevivimos, no importa dónde estemos —contestó Vala—, y seguro que uno de los dos morirá si hacemos alguna otra cosa.

Keya pensó un momento en ello y a continuación asintió.

—Galaeron debería elegir. —Se volvió hacia él y continuó—: Quienquiera que sea estará luchando a tu lado. Deberías elegir al que pueda ayudarte más.

Galaeron sabía que la sugerencia, o más bien orden, de Keya tenía sentido, pero se sentía como si le estuviera dando a elegir entre Takari y Vala. Ya lo había hecho una vez, durante la batalla contra el segundo Wulgreth, cuando había tenido que elegir entre salvarle la vida a Vala o proteger a Takari. Había salvado a Vala y Takari había resultado gravemente herida, por lo que no quería tener que tomar una decisión similar nunca más.

Si se llevaba a Takari tenía muchas posibilidades de perderla para siempre. Si se llevaba a Kuhl, Vala sabría que estaba salvando la vida de Takari a expensas de la de uno de sus seguidores. Aunque Vala ya había dejado claro que aceptaría esa decisión, dudaba que lo fuera a perdonar alguna vez por ello.

Galaeron volvió a mirar a Keya y preguntó:

—¿Quién comenzó esta situación? ¿Fue Takari la que persiguió a Kuhl, o Kuhl…?

—Eso no tiene nada que ver con tu decisión —lo interrumpió Keya—. Elige al que te vaya a ser más útil.

—La herida de Kuhl no es grave —dijo Vala—, y tendrá su espadaoscura.

—Pero Takari ha luchado a tu lado durante veinte años —repuso Keya—. Sabrá lo que vas a hacer antes de que lo hagas.

El razonamiento de Keya dejaba claro cuál era la opción que le parecía más adecuada…, y Galaeron sabía que tenía razón. Incluso sin la espadaoscura de Kuhl, Takari le guardaría mejor las espaldas, y él se las guardaría mejor a ella.

—Keya, te has hecho muy sabia para ser tan joven. —Galaeron cerró los ojos y eligió—: Takari.

Keya apoyó una mano sobre el brazo de su hermano.

—Es la mejor opción, Galaeron.

—Comenzaremos el caminar de sombra desde aquí —dijo—. Nos dará tiempo para prepararnos.

—Como desees. Te la enviaré.

Antes de marcharse, Keya se estiró para besarlo en la mejilla, pero falló debido al disfraz de phaerimm y en vez de eso lo besó en la barbilla.

—Canciones suaves, hermano mío.

—Y risas ligeras, hermana mía —dijo Galaeron—. Padre se hubiera sentido orgulloso.

—De ambos.

Se le humedecieron los ojos. Se volvió y se los secó, para desaparecer a continuación por encima del borde de la hondonada.

Vala cogió a Galaeron de las orejas, seguramente engañada por el disfraz, pensando que lo habría cogido de las manos.

—No debes preocuparte por tu hermana, Galaeron. Dexon tiene a Burlen y a Kuhl cuidándola. Yo también estaré allí.

—Entonces estará bien, estoy seguro —asintió Galaeron—. Siempre y cuando mi plan funcione.

—Funcionará. Estoy segura.

Vala se inclinó, encontrando los labios de Galaeron por primera vez, y lo besó larga e intensamente, a la manera de los vaasan. Él la cogió por la cintura con sus verdaderos brazos y la sostuvo así hasta que comenzó a marearse por la falta de oxígeno.

Cuando finalmente la soltó, ella dio un paso atrás y estudió a Galaeron enarcando una ceja.

—Nunca pensé que haría esto.

Galaeron frunció el entrecejo, confuso, hasta que se dio cuenta de que ella no podía ver su expresión y tuvo que preguntar.

—¿Qué?

—Besar a un phaerimm —dijo Vala poniendo cara de asco.

Se dispuso a seguir a Keya, pero antes se detuvo al borde de la hondonada para mirarlo por encima del hombro.

—Pero me alegro de haberlo hecho, y lo habría hecho de todos modos, aunque hubieras elegido a Kuhl.

—¿De verdad?

La pregunta se le escapó antes de que se diera cuenta de que la estaba haciendo, pero no intentó atenuar la duda que implicaba. Cuando se trataba de ofender a los demás, incluso a quienes apreciaba, su sombra lo volvía temerario.

El tono de Vala se volvió serio, pero no parecía enfadada.

—Entiendo lo de Takari. De verdad.

Galaeron sintió como si se le hubiera aflojado el nudo que tenía en el pecho.

—Me alegro —dijo—. Gracias.

—No tienes por qué darme las gracias. Nunca querría que hicieras algo tan frío por mí. Yo sé que no lo haría por ti.

Vala desenvainó su espada y se marchó hacia la Compañía de la Mano Fría.

* * *

A pesar de estar rodeado de hollín y humo, el palacio de Corona de Nubes era el ejemplo más hermoso de la arquitectura naturista de Evereska que Aris había visto jamás. Desde la pendiente que había debajo, donde se ocultaba entre los árboles al borde de lo que quedaba del bosque que antaño había cubierto toda la colina Corona de Nubes, el palacio parecía un grupo de copas azules tan juntos que las grandes copas parecían unidas unas a otras. Los surcos en las cortezas estaban tan bien hechos que ni siquiera su ojo experto de escultor se habría dado cuenta de que era piedra, excepto en los pocos lugares donde el conjuro de un enemigo había penetrado la magia defensiva haciendo un agujero en las antiguas torres.

El escudo antimagia que los phaerimm habían levantado alrededor del palacio era funcional, pero no tenía nada de artístico, era una cúpula en forma de campana traslúcida y brillante que se elevaba desde el suelo y desaparecía de la vista a unos trescientos metros hacia arriba. Aris sabía que tenía que continuar mucho más arriba y curvarse hacia adentro para cubrir los pináculos de las torres, pero ni siquiera sus ojos eran capaces de ver una variación tan sutil a tanta distancia.

Los mismos espinardos estaban haciendo guardia en la pendiente que había más arriba, escondidos entre la maraña de árboles derribados por la explosión que cubría la ladera de la colina. Hasta el momento Aris había localizado sólo a tres en aquel lado de Corona de Nubes, espaciados a intervalos regulares en semicírculo y fuera del alcance de las flechas. Sus esclavos mentales, y bastantes de sus congéneres phaerimm estaban esparcidos a lo largo de las zonas de aniquilación bajo las troneras ocultas del palacio, un testimonio en descomposición de lo feroz que había sido la batalla acabada en tablas.

La huidiza forma de un pequeño pinzón rodeó la muralla del palacio a la altura a la que hubieran estado las copas de los árboles de haber quedado alguno en pie, y a continuación desapareció en dirección a la estatua de Hanali Celanil. A pesar de que Aris todavía no había visitado aquella obra en particular, todos le habían asegurado que se contaba entre las más bellas de la ciudad. También corría el rumor de que era tan antigua como Evereska, lo que la convertiría en uno de los escasos ejemplos del arte religioso de los altos elfos del período pre-Netheril que habían perdurado.

Algo afilado lo pinchó en la rodilla, y al dirigir la vista hacia abajo vio a Storm Mano de Plata enfundando su daga sin mirar, ya que lo estaba observando con el ceño fruncido y expresión preocupada.

¿Ojo Rojo? —hablaba con gestos tan rápido como Galaeron, lo cual hacía difícil seguirla—. Ése es el sigilo.

¿Sigilo? —Con sus largos dedos, a Aris le daba la impresión de que Storm vería su respuesta como si estuviera arrastrando las palabras o tartamudeando—. ¿Hay un sigilo?

¡Coge los trastos! —Eso le pareció entender.

Storm señaló hacia el palacio, y Aris finalmente se dio cuenta de lo que estaba tratando de recordarle. La partida de Muchosnidos era la señal.

Lo siento —dijo por señas—. Estoy algo nervioso.

¿Qué razón tienes para estar nervioso? —inquirió Storm—. Este plan tiene que funcionar mejor que el anterior.

¿Y se supone que eso debería hacer que me sintiera mejor?

Aris sacó los dos martillos más grandes de su cinturón de herramientas y fijó la vista en un nudo con forma de nariz que tenía la corteza y que estaba a unos seis metros del suelo. La parte más difícil de su trabajo sería mantener la vista fija en aquel nudo. Si apuntaba a uno equivocado, el plan de Galaeron fallaría.

Surgió un enorme bramido del lado opuesto de la colina, y abanicos dorados y rojos de magia explosiva se expandieron por el cielo por detrás del palacio. Los tres phaerimm salieron de sus escondites y removieron el aire como una tempestad mientras lanzaban preguntas de un lugar a otro, pero ninguno de ellos parecía tener intención de abandonar su puesto. Con el corazón que se le salía por la boca, Aris levantó los martillos y se preparó para correr una carrera a la que sabía que no podría sobrevivir.

Storm le posó una mano sobre la rodilla, deteniéndolo.

Cuando miró hacia abajo, la vio negar con la cabeza. Levantó un solo dedo y después volvió a mirar hacia la pendiente.

La batalla estaba en pleno apogeo al otro lado del palacio. El suelo temblaba bajo sus pies y las llamas lamían las murallas del palacio, y aun así los phaerimm siguieron en su puesto. Aris inclinó la cabeza. Apenas tenían un par de minutos antes de que los espinardos cayeran en la cuenta de que todo el ruido lo estaban haciendo dos Elegidos. Después de eso, pasarían apenas unos segundos antes de que comprendieran que el ataque era una distracción y volvieran al lado del palacio donde él estaba.

Al ser el objetivo más grande sobre la colina, Aris sabía lo que sería de él si seguía en el campo de batalla para entonces. Ni siquiera le hubiera importado demasiado si no fuera porque eso indicaría que el plan de Galaeron había fallado y el arte de Evereska se perdería para siempre.

Storm retiró la mano de la rodilla de Aris. Aris asintió y ella lo hizo a su vez, y dos de los phaerimm salieron volando hacia el otro lado de la colina.

Storm se quedó boquiabierta.

¡Te lo dije! —dijo con gestos cuando por fin pudo cerrar la boca.

Señaló al último phaerimm, y su dedo comenzó a oscurecerse mientras susurraba un encantamiento en voz tan queda que ni siquiera Aris podía oírlo.

El último phaerimm dejó su escondite y se apresuró a seguir a sus compañeros.

Aris estaba tan aturdido que tardó un instante en reaccionar. No había nadie entre él y el nudo. Lo único que tenía que hacer era correr hacia allí, atravesar el escudo antimagia y abrir una brecha en la muralla. Entonces lord Duirsar, Kiinyon Colbathin, los altos magos y la Cadena de Vigilancia comenzarían a descolgarse por sus cuerdas, atravesarían de un salto el escudo antimagia y aterrizarían sobre el prado convertido en un lodazal por la batalla. Allí Storm ya habría abierto un círculo teleportador que los llevaría directamente a la estatua de Hanali Celanil que Aris tanto ansiaba ver.

—¿A qué estás esperando? —Sacó un paquete de polvo de color ámbar de su capa y alzó los brazos para que Aris pudiera levantarla y llevarla al palacio—. El plan no podría funcionar mejor.