Capítulo 14
2 de Eleasias, Año de la Magia Desatada
Ruha estaba acurrucada en una grieta protegida en lo alto de la parte oriental de las Agujas de la Cimitarra observando cómo el Enclave de Refugio se precipitaba lentamente hacia las aguas purpúreas del lago Sombra. Enorme como era y envuelto en la tenebrosa materia sombra, el enclave parecía una nube tormentosa que se desplomase desde lo alto, iluminando con sus cortinas de relámpagos plateados los oscuros jirones de niebla y lanzando desde lo más hondo unos rugidos tonantes amortiguados por la distancia. Montados en sus veserabs, los jinetes huían de la ciudad en medio de un remolino de alas, y hordas de caminantes de sombra empezaban a surgir de lugares oscuros por todas las colinas circundantes. Esto le planteaba a Ruha la duda de si debería huir antes de encontrar a sus amigos, y a Malik, pero de todos modos se alegraba de ver que tantos shadovar escapaban con vida. Con todo lo terribles que habían sido las calamidades que habían desatado sobre Faerun con sus mantas de sombra, no tenía sed de venganza. La muerte de una ciudad entera no serviría para hacer volver a todos los que ya habían muerto.
El enclave, o mejor dicho, la negra nube que rodeaba al enclave, descendió abruptamente más de ciento cincuenta metros desperdigando por el aire a los veserabs y quedando casi al mismo nivel que el lugar donde ella se escondía. Aunque resultaba difícil ver algo a través de las rugientes tinieblas, cada tanto entreveía un trozo de piedra que pasaba rozando o un fragmento de negra muralla que salía repentinamente de las sombras para invertir su dirección y volver a desvanecerse en la tenebrosa oscuridad.
Ruha se dio cuenta de que Refugio se sacudía como si alguien estuviera luchando por mantenerlo a flote. Sólo podía hacer conjeturas sobre lo que eso podía implicar para sus amigos, pero no podía ser nada bueno. Sin duda, no eran ellos los que intentaban salvar la ciudad.
—¿Storm? —dijo en voz alta—. ¿Cómo va todo? Estoy aquí.
Consciente de que el Tejido sólo haría llegar unas cuantas palabras a oídos de Storm, Ruha no añadió nada más. Hubo varios trozos más de roca arrancada del acantilado que pasaron volando. La superficie rocosa parecía cada vez un poco más desvaída e indiferenciada, como si Ruha estuviera mirando a través de una niebla que se hacía paulatinamente más densa. A pesar de ello, pronto empezó a reconocer la silueta del acantilado y se dio cuenta de que la ciudad ya no se hundía.
Alguien la estaba salvando.
—¿Storm? —volvió a llamar—. ¿Khelben? ¿Estáis ahí?
Al no obtener respuesta lo volvió a intentar con Learal y con Alustriel hasta que por fin le llegó una respuesta.
La batalla no nos fue favorable y yo tampoco puedo contactar con ellos. —Aunque la voz de Alustriel llegaba a través del Tejido, sonaba débil y llena de dolor—. Fui herida y me vi obligada a marcharme. ¿Refugio sigue todavía…?
Ha dejado de caer —respondió Ruha usando el conjuro de Alustriel—, pero no sé qué significa eso.
Dove también fue herida —la informó Alustriel—. No me atrevo a preguntar, pero…
Averiguaré lo que pueda —se ofreció Ruha.
De algún punto interior del enclave llegó el estruendo de un edificio que se derrumbaba, o tal vez de varios. Después, una enorme cascada de escombros salió de la nube y cayó en el lago Sombra.
Aquí la situación es inestable —informó Ruha—. Es posible que no vuelvas a tener noticias mías durante un buen rato.
Gracias —dijo Alustriel—. Ten cuidado. Dove y yo regresaremos en cuanto podamos para echar una mano.
Ruha se quedó observando hasta que la lluvia de escombros hubo cesado y después escupió un poco de saliva en la mano. No había usado la magia hasta ese momento por temor a alertar a la patrulla shadovar de su presencia, pero la petición de Alustriel hacía que ese miedo resultara irrelevante. La Señora Resplandeciente jamás habría pedido ayuda de no estar preocupada pensando que el plan de Galaeron había salido muy mal. Ruha agitó la mano en el aire ante sí usando al mismo tiempo la magia elemental preferida por las brujas del desierto para formular un conjuro de visión clara.
La niebla de sombra se volvió transparente siempre y cuando mirara hacia adelante en línea recta. Por primera vez vio a Refugio tal como era. La ciudad de grandiosos palacios e imponentes edificios que la había dejado sin habla había desaparecido. En su lugar vio una montaña desordenada de viviendas en ruinas y mansiones derruidas que caían unas sobre otras mientras el enclave se sacudía como un camello en la cubierta de un barco azotado por el temporal. Hasta el pico invertido sobre el que se asentaba era de una piedra inestable que se iba desintegrando por capas y no de sólido granito.
De la superficie de la montaña salía una hebra sorprendente de líquido argentado que más que caer en el lago se extendía por su superficie. Era imposible saber si realmente se depositaba en el fondo o lo atravesaba hacia el corazón de Phaerlin, pero por la forma en que la hebra se sostenía de arriba abajo Ruha supo que no era agua. Siguiendo su brillante trayectoria hacia el origen descubrió que salía de una hendidura en un promontorio rojo con forma de corazón alojado en una fisura horizontal aproximadamente a media altura de la montaña.
Balanceándose más o menos debajo del promontorio, sujeta a él por algo que no podía distinguir a esa distancia, se veía una figura pequeña y regordeta con un par de diminutos cuernos en la cabeza. Ruha no necesitó recurrir a la magia para reconocer lo que estaba viendo. Podía reconocer perfectamente un par de astas de cornudo cuando las tenía delante.
* * *
Tuvo Malik la malhadada fortuna de que los shadovar fueran unos pésimos herreros tanto en ese plano como en cualquier otro. Estaba colgando con el pie sujeto al borde inferior de la ranura por donde entraba el sol, tratando de tirar de la Piedra de Karse que estaba una cabeza por encima de él a través de una abertura que apenas le llegaba al mentón. Uno de los eslabones de sus grilletes se había abierto. La fisura no era grande, pero teniendo en cuenta sus mermadas fuerzas y su penosa condición física, era evidente la mala calidad de la herrería shadovar.
—¡Cyric! —llamó.
Siguió tirando sin dejar de vigilar el eslabón.
—El Único…
La grieta se desplazó hacia arriba llevada por otra de las bruscas oscilaciones de la ciudad. Por centésima vez, Malik fue lanzado dando tumbos hacia la esquina opuesta. No podía pensar en nada que no fuera la debilitada cadena, en qué sería de él si el eslabón cedía y salía despedido hacia las profundidades del lago. La perspectiva de ahogarse no era lo peor. Tenía tanta sed que incluso le resultaba apetecible. Sin embargo, lo que pudiera sucederle a su espíritu si no cumplía con Cyric y moría era algo que ni siquiera se atrevía a plantearse.
El grillete suelto lo golpeó en el cráneo y la cadena lo sacudió de lado en la posición en que se encontraba, cabeza abajo. Se golpeó contra el borde superior de la ranura del sol y después cayó hacia abajo rozando casi la Piedra de Karse justo a tiempo para recibir una buena rociada de magia integral en plena cara. Empezó a toser violentamente y a continuación recibió un golpe del peñasco en el pecho. Sintió cómo le crujían las costillas y expulsó todo el aire que tenía en los pulmones con un grito. La piedra se detuvo justo encima de él.
Malik maldijo, pataleó y agitó los brazos, pero aquello no se movía. Estaba atrapado contra el borde superior de la ranura, lo cual significaba que por fin había conseguido arrastrarlo hacia el interior de la misma.
Estiró el cuello hacia un lado y a través de la cascada de magia argentada que le caía sobre la cara entrevió una muesca serrada en el borde superior de la ranura. El hombrecillo empezó a pensar que realmente conseguiría robar la piedra. El hecho innegable de que moriría en el intento era una consecuencia desagradable, pero al servicio de Cyric había pasado por cosas mucho peores.
El dolor era insoportable y le resultaba imposible respirar, pero hacía ya tiempo que Malik había aprendido a pasar por alto inconvenientes menores como éstos. Hizo palanca con los talones contra el borde de la hendidura y empujó. La Piedra de Karse se desplazó un poco y el peso sobre su pecho aumentó.
Tal vez eso significara que había más sitio en la parte superior. Malik empujó más fuerte con las piernas. Sintió un chasquido en el pecho. Empujó más y se ayudó incluso con los brazos. No se movió nada, pero empezaba a marearse por la falta de aire. Eso le recordó que tenía la piedra encima, y se dio cuenta de que lo único que podía hacer era salir de debajo para así dejar sitio permitiendo que cayera totalmente de lado y se deslizase hacia el vacío.
Al no disponer de ningún otro medio para apartarse, Malik estiró las piernas y empezó a deslizarías hacia adelante y hacia atrás describiendo un arco cada vez más amplio, tratando primero de liberar sus caderas y después también el resto del cuerpo. Detrás de él, el rugido y el entrechocar de shadovar que gritaban y de piedras que caían aumentaba y disminuía al compás de las descontroladas oscilaciones del enclave. La Piedra de Karse aumentó la presión al deslizarse hacia abajo en la ranura. El campo de visión de Malik se estrechó y empezó a ver estrellas en torno a los bordes del túnel cada vez más oscuro. Sintió que estaba a punto de perder la conciencia cuando la ranura llegó al apogeo de su bamboleo y empezó el arco descendente. Lejos de disminuir, el peso aumentó. Malik impulsó las piernas hacia abajo en la dirección del movimiento y sus caderas consiguieron por fin salir de debajo de la piedra. Se colocó de lado, empujó con todas sus fuerzas y logró liberarse.
La Piedra de Karse se bamboleó hacia él.
—¡Maldita piedra!
Malik se apartó girando sobre sus caderas, consiguiendo salirse de su trayectoria y volver a la cámara del telar. La Piedra de Karse quedó apoyada de lado, se deslizó hacia la derecha, después hacia la izquierda, y asomó por encima del borde.
Las esposas tensaron al máximo el brazo de Malik, que pensó que se le iba a arrancar la mano por la muñeca. En lugar de eso salió volando por la ranura siguiendo a la Piedra de Karse en una caída en picado entre un remolino de jinetes veserabs. A su paso, la piedra golpeó a dos bestias y las mandó lejos entre tumbos y silbidos hasta que finalmente alcanzó a una de lleno entre las alas. El impacto frenó la caída el tiempo suficiente para que apareciera una pequeña holgura en la cadena que mantenía a Malik sujeto a la piedra. El jinete pasó a su lado, ensangrentado y retorcido, mientras la montura, mutilada y chillando, lo hacía por el otro. Entonces pudo ver las aguas purpúreas del lago Sombra a apenas trescientos metros por debajo de él.
Malik sonrió.
—¡Cyric! —gritó—. ¡Óyeme ahora, Cyric, el Único…!
Al lanzar el último grito no salió ningún sonido de su boca. El lago seguía acercándose a él, aunque el viento feroz que le llenaba los ojos de lágrimas le impedía ver nada. Volvió a intentarlo y se encontró tan mudo como una tortuga. Maldijo a Shar creyendo que estaba tratando de proteger a su presa, hasta que atisbo una figura oscura que se disponía a interceptar su camino. Pensando que se trataba sólo de un shadovar, Malik echó mano de su daga robada e instantáneamente se encontró envuelto en una red de pegajosas hebras mágicas.
En una red de pegajosas hebras de magia del Tejido.
Malik dejó de caer y gimió más de frustración que de dolor cuando la Piedra de Karse tensó la cadena de sus esposas y le desencajó el hombro. Pensó que el terrible tirón iba a arrancarle el brazo, pero la piedra dejó de caer y se encontró mirando por una pequeña brecha el eslabón abierto de su cadena. La brecha tenía el ancho de la hoja de una daga e iba aumentando de tamaño.
Malik trató de ver quién lo había capturado, pero la red mágica le sujetaba la cabeza de tal modo que no podía girarla. Importaba poco. Sin mirar sabía quién era. Tenía el don de llegar cuando más necesitaba que estuviera en otro lugar. Se dieron la vuelta y emprendieron el camino a través del lago hacia las montañas de la Cimitarra.
—¿Dónde están tus modales, Malik? —preguntó Ruha—. ¿No vas a darme las gracias por salvarte la vida?
La abertura en el eslabón seguía ampliándose, y en su furia Malik casi no se dio cuenta de que Ruha había anulado la magia que antes le había impuesto silencio.
—¡Bruja arpista entremetida! —gritó Malik—. ¿Acaso no ves que estoy despojando a los shadovar de su mayor poder?
—Y dándoselo a Cyric, sin duda —supuso Ruha, librándolo de la necesidad de decirlo él mismo—. Creo que los demás estaremos mejor con la Piedra de Karse en manos de los Elegidos y contigo ante un tribunal arpista.
—¡Pues para eso mejor que me mates aquí mismo! —Dándose cuenta de que ya podía hablar, Malik lo intentó una vez más—. ¡Cyric, el…!
De nuevo sus palabras empezaron a brotarle sin sonido de la boca. Pasaron por debajo de la sombra de la ciudad, pero Malik se dio cuenta de que la cadena no resistiría hasta que llegaran a la orilla. El eslabón abierto se estaba estirando a ojos vista. Trató de gritar en la esperanza de poder advertir a Ruha para que al menos pudiera salvar la piedra dándole a él ocasión de robarla más tarde, pero lo único que le salió de la boca fue una respiración silenciosa y angustiada.
El eslabón perdió lo que le quedaba de curvatura y la piedra de Karse, liberada, se precipitó. Malik y Ruha salieron disparados hacia el cielo, pero sólo el tiempo suficiente para que Ruha recuperara el control y empezara a bajar otra vez tras la piedra que caía.
—¡Maldito seas! —le gritó furiosa—. ¿Qué has hecho?
Ni siquiera de haber podido hablar se hubiera molestado Malik en defenderse. Estaba demasiado ocupado tratando de memorizar el lugar donde la piedra caería en el agua. Sacudiendo brazos y piernas detrás de la bruja que bajaba en picado, era un cometido de todo punto imposible. Apenas veía algo más que destellos de aguas oscuras y filas de veserabs en desbandada.
—¡Por el aliento de Kozah! —maldijo Ruha.
Se impulsó hacia arriba de forma violenta y repentina. Mientras Malik se balanceaba debajo de ella, tuvo ocasión de ver agua y nada más. Una gigantesca tromba se elevaba para salir al encuentro de la Piedra de Karse. Siete dedos de agua se extendían para cerrarse en torno a ella. Después de todo, tal vez Cyric hubiera oído sus palabras, o al menos eso esperaba.
Los plateados dedos se cerraron sobre la piedra y tiraron de ella hacia el lago Sombra dejando tras ellos un enorme torbellino negro. Malik rogó que hubiera sido la mano de Cyric la que había cogido la corona del Tejido de Sombra, librándolo así de tener que morar para siempre en el infierno del desagrado de su amo.
Pero no iba a ser así. Cuando la piedra desapareció engullida en las profundidades sombrías del lago, un reluciente ojo purpúreo apareció en el centro mismo del remolino y le hizo un guiño.
Malik sabía muy bien que no había esperanza de que el ojo perteneciera a Cyric. El Único nunca enviaba señales a menos que estuviera enfadado.
* * *
Aturdido, a Galaeron la cabeza le daba vueltas. Llegó cogido a la mano de Vala y rodeando con el otro brazo la rodilla de Aris. Los ojos le dolían por el brillo del sol. En el cielo había estallidos, explosiones y estruendos medio amortiguados mientras en la distancia un estrépito errático de sonoros chapoteos recorría una gran extensión de agua. Por allí había problemas y poco a poco recordó que él y sus compañeros era la causa. Aris gruñó y cayó hacia adelante sobre una rodilla, lanzando al aire un grupo de humanos ensangrentados al apoyar las manos en el suelo.
Un atisbo de barba negra le bastó a Galaeron para recordar dónde estaba y cómo había ido a dar allí. En lugar de volverse para comprobar el estado de los Elegidos heridos, miró hacia atrás y el desaliento de apoderó de él al ver la ciudad envuelta en tinieblas que todavía flotaba a unos trescientos metros sobre el suelo, rodeada por un torbellino de nubes de veserabs y lanzando al lago una lluvia constante de escombros. No había señales evidentes de persecución, aunque cualquiera con poder suficiente como para volver a capturar a Galaeron y a tres de los Elegidos llegaría por la sombra, no por el aire.
Mientras Galaeron estudiaba el enclave, observó una delgada línea de oscuridad que se extendía entre el lago y la ciudad. Estaba cerca de la orilla y era tan endeble que resultaba casi invisible, pero también se mantenía recta e inflexible. Ante sus ojos, el extremo inferior se desplazó hacia aguas más profundas, cortando en dos las aguas púrpura sin levantar oleaje. La propia ciudad de Refugio permaneció donde estaba. Galaeron se pasó algunos instantes observando, tratando de entender qué era lo que estaba viendo. Los veserabs volaban en círculo en torno a ella y los escombros rebotaban al chocar con ella como si fuera una cuerda sólida, aunque era tan transparente como una pálida sombra. A través de ella podía ver pasar a los shadovar y las piedras que caían, e incluso las montañas en la otra orilla del lago.
Por fin Galaeron renunció a adivinar, y viendo que el enclave no iba a caer más abajo, se volvió hacia sus compañeros. Learal le daba a Aris su tercer frasco de poción curativa, y las heridas que Khelben y Storm habían sufrido ya empezaban a cerrarse. Khelben le alargó a Galaeron una ampolla y le señaló los desgarros del cuello.
—Será mejor que te ocupes de eso antes de que volvamos.
—¿Volver? —preguntó Aris. El frasco que Learal le había dado se le escapó de la mano y se hizo añicos contra el suelo de piedra sin que él diera muestras de haberse dado cuenta—. ¿A Refugio?
—Allí es donde está el Mythallar —respondió Storm poniéndose de pie y tanteando su pierna herida. Aunque la sostenía con dificultad no le impidió asentir con gesto de aprobación—. Necesitaré un cuarto de hora como máximo.
En lo que a él le parecía una vida anterior, Galaeron se habría asombrado de la rápida curación de los Elegidos. Pero visto lo visto, y habiendo comprobado lo rápido que se recuperaban los guerreros shadovar, especialmente los príncipes, sabía que, lamentablemente, sus compañeros tenían quién los superara.
Esta vez fue Aris el que objetó.
—¿Es que ese fuego plateado os ha derretido el cerebro? No podemos volver a Refugio sin la magia de Galaeron, y ya veis cómo está. —Al parecer sin reparar en las dos flechas de sombra que todavía tenía alojadas en el hombro, el gigante señaló con un brazo enorme a Galaeron—. Le va a resultar muy difícil recuperarse y reincorporarse a la vida normal. No podéis pedirle que utilice más magia de sombra.
—Aris, no hay «vida normal» a la que regresar. Ya te lo he dicho —insistió Galaeron, preguntándose cómo podía hacer para que el gigante comprendiera que la sombra y la luz eran meras ilusiones. Una vez que uno aceptaba la verdad de eso, todo se convertía en luz… y todo se convertía en sombra—. No todo era bueno antes, y mi sombra no era totalmente mala.
—¿Crees que puedes engañarme? —refunfuñó Aris—. ¿O acaso has olvidado lo que sucedió en el Saiyaddar?
—Por supuesto que no, pero lo que sucedió fue por culpa de la lucha, no de mi sombra. Es la negativa a ceder lo que produce la crisis.
—Era la crisis lo que Telamont estaba tratando de explotar —concedió Learal—. Quería hacer que temieras a tu sombra para que siguieras luchando y no recuperaras el equilibrio hasta que él pudiera asumir el control.
—En cierta medida, sí —reconoció Galaeron—, pero la lucha es necesaria. Hay que recuperar fuerzas. La sombra es muy fuerte, y creo que aceptarla demasiado pronto podría resultar abrumador.
—Lo entiendo… mejor de lo que te imaginas —dijo Learal echando una mirada cómplice a Khelben, que volvió a mirar a Galaeron—. Una vez que estás preparado, la aceptación de tu sombra te hace más fuerte y mejor.
—Más fuerte sí, pero ¿mejor…? —inquirió Galaeron—. No lo sé. La fortaleza vence a la debilidad, de modo que los puntos fuertes de mi sombra han superado a las debilidades de mi carácter, y los puntos fuertes de mi carácter han vencido a la mayor parte de las debilidades de mi sombra. Ahora me siento entero, pero eso no hace de mí un paladín. El mundo es un lugar más oscuro que antes para mí, y yo soy más oscuro por verlo así. Yo no diría que es mejor.
En los rostros de los tres Elegidos apareció una expresión de compasión.
—No podemos saber lo que estás pasando, Galaeron —dijo Khelben—, pero estoy seguro de que lo compartimos contigo. Hay momentos en que todos queremos volver a, bueno…, a como éramos antes, pero la puerta sólo se abre en un sentido.
—Y aun cuando fuera posible volver atrás, yo volvería a usar toda la magia necesaria para devolvernos a la ciudad —afirmó Galaeron. Por más que estaba agradecido por la comprensión y la camaradería que los Elegidos le estaban demostrando, también estaba convencido de que era una locura hacer lo que se proponían—. Pero si volvemos ahora, lo único que conseguiremos es que nos maten. Los príncipes se curan con tanta rapidez como los Elegidos y nos superan en número.
—Razón de más para que golpeemos ahora, y pronto —propuso Storm que, sosteniendo la mirada de Galaeron, lo mantenía firme en su sitio como una serpiente cogida en la garra de un águila—. Éste es tu plan. ¿Quieres que llegue a buen fin o no?
—No, si eso significa perder a tres de los Elegidos de Mystra —dijo Galaeron—. Por impotentes que estéis, sois la única esperanza que tiene Faerun y yo no…
—¿Impotentes? —gruñó Khelben. Se acercó y todo rastro de la antigua camaradería se desvaneció. Alzó su famoso bastón negro como si fuera a descargarlo contra Galaeron—. ¡Ya te enseñaré yo mi impotencia!
Galaeron se mantuvo firme, dispuesto a recibir lo que el mago quisiera hacerle si con eso conseguía que él y los demás Elegidos lo escuchasen.
Learal se lo ahorró sujetando a Khelben por el brazo y obligándolo a dar un paso atrás.
—Tiene razón, amor mío. Seguro que Telamont no dejó de observar nuestra indefensión cuando se partió el Mythallar.
—Razón de más para atacar ahora. —La furia de Khelben se desplazó de Galaeron a Learal—. Antes de que espere nuestro regreso. Si somos tan «impotentes» como dice el elfo, la sorpresa puede ser nuestra única posibilidad.
—Y si fracasamos, no tendremos ninguna —objetó Aris.
—¿Nosotros? —inquirió Storm—. No creo que tenga sentido que tú también arriesgues la vida, amigo mío. Tu tamaño no es más que un estorbo y tu fuerza nos servirá de poco.
—¿De poco? —La voz de Aris retumbó de indignación—. ¿Acaso no te has dado cuenta de que fui yo el que abrió una brecha en el Mythallar? No vais a volver sin mí, de eso puedes estar segura.
Aunque a Galaeron no se le escapó lo sibilinamente que Storm había pasado al «cómo» volverían dejando de lado el «si», hizo oídos sordos al argumento y se volvió hacia Vala. La mujer se había mantenido al margen de la discusión, silenciosa y retraída, observándolo todo el tiempo a la manera callada de los vaasan. Sus ojos verdes eran tan enigmáticos como las esmeraldas a las que se parecían.
Galaeron habría dado cualquier cosa por saber lo que estaba pensando. ¿Lo consideraba débil por haberse sometido a su sombra? ¿O acaso tenía la idea equivocada de que era un sacrificio necesario para salvar a Faerun? Daba por sentado que lo odiaba por haberla abandonado en manos de Escanor. Después de todo lo que había tenido que soportar y que Telamont le había descrito tantas veces mientras estaba prisionero en su palacio, no entendía cómo podía seguir mirándolo a la cara sin desenfundar la espada, pero había sido su elección. Ella había sido la que lo había herido para salvarlo, y si su plan había funcionado había sido enteramente culpa suya.
Galaeron sabía lo que veía en los ojos de Vala: rabia. Había dado mucho por salvarlo. Sólo podía pensar que él había arrojado todo su sacrificio por la borda, que había vuelto a Refugio sin pensar un solo momento en lo que ella había hecho y se había convertido precisamente en lo que ella había tratado desesperadamente de evitar.
Tenía razón. Aunque sin duda había albergado la esperanza de liberar a Vala, había acudido por la salvación de Evereska y de Faerun. De no ser así, los Elegidos jamás de hubieran prestado a ayudarlo, y él sabía que tenían toda la razón del mundo. Vala había sido una decisión tardía, algo que hasta el propio Galaeron no habría vacilado en sacrificar por un leve aumento de sus oportunidades de éxito.
Nada de eso cambiaba el amor que sentía por ella, ni el hecho de que le hubiera gustado hablarle cuando todavía había alguna posibilidad de que lo escuchara.
Galaeron se dio cuenta del pesado silencio y de que los demás lo estaban mirando.
—Tú conoces a los shadovar mejor que nadie —dijo sin apartar los ojos de Vala—. ¿Qué quieres hacer?
—Lo que quiero es acabar y volver a casa. —La mirada de Vala se apartó por fin de la de Galaeron y luego se volvió hacia Khelben Arunsun—. Lo que yo creo…
Vala sacó su espadaoscura y girando en redondo se volvió hacia Galaeron con el brazo hacia atrás en actitud de atacar.
Sorprendido al comprobar lo mal que había calculado su furia, Galaeron se abrió al Tejido de Sombra. Hizo un gesto envolvente con la mano y pronunció un sibilante conjuro shadovar. Un sombrío disco de protección se interpuso entre él y Vala.
Vala bajó la mirada e hizo un gesto irónico, y sólo entonces Galaeron se percató de que tenía la mirada fija en un punto situado detrás de su hombro. Khelben se aprovechó de la distracción para deslizarse junto a ella y sujetarla por el brazo.
—No es necesario, querida —dijo—. Es Ruha.
Vela entrecerró los ojos y miró hacia el cielo por encima de la cabeza de Galaeron.
—Es cierto, realmente debería vestirse de otro color.
Galaeron se volvió y vio la figura vestida de negro de Ruha deslizándose desde el cielo con su aba y su velo agitándose al viento y una figura familiar atada mediante una cadena a su muñeca.
—¡Ahá! —dijo Aris con voz tonante dirigiéndose a Malik—. ¡Veamos ahora qué te parece la vida de un esclavo!
Ruha fue descendiendo en círculo, después dejó que Malik se diera de bruces contra el suelo rocoso y lo arrastró media docena de pasos antes de posarse ella con toda suavidad.
Inclinó la cabeza saludando a Storm y, sujetando el cuello de Malik contra el suelo con el pie, se llevó dos dedos a la frente.
—Bien hallados, amigos míos. ¿Os habéis comunicado con vuestras hermanas?
Storm intercambió breves miradas con los otros Elegidos.
—No, desde nuestra derrota en Refugio —dijo.
Pensando que nadie le prestaba atención, Malik estiró subrepticiamente el brazo libre para coger una piedra, pero al encontrarse con tres dagas arrojadizas, la de Galaeron, la de Vala y la de Ruha, plantadas en el suelo en torno a su muñeca, retiró rápidamente el brazo.
Ruha continuó la conversación sin interrumpirse.
—Me alegra deciros que ambas sobrevivieron. Al ver que no podían contactar con vosotros de la manera habitual, Alustriel se preocupó y me pidió que investigara.
—¿Cuánto tardarán en estar listas para volver a atacar el Mythallar? —preguntó Khelben. Luego se volvió hacia Galaeron—. Su participación cambiaría mucho las cosas, especialmente si están dispuestas a utilizar el fuego plateado.
—¿Luchar? ¿En la madriguera de la ramera de sombra? —gritó Malik—. Antes me cortaría la mano que permitir que me arrastrarais allí otra vez.
—Tu mano está a salvo por el momento. —Galaeron miró a Khelben a los ojos—. No tiene sentido combatirlos en su terreno. Es mejor atacar las mantas de sombra directamente y hacerlos salir como hacían los phaerimm.
—A ti eso no te incumbe, Malik —dijo Ruha poniéndolo de pie de un tirón y apartándole la mano de la daga de Vala justo en el momento en que él rozaba la empuñadura—. Si no soy necesaria aquí, solicito permiso para llevar a Malik ante la justicia del Tribunal del Crepúsculo mientras todavía lo tengo encadenado a mi muñeca.
Los tres Elegidos inclinaron la cabeza con una expresión que hablaba a las claras de su disposición a dirimir la cuestión ellos mismos y en ese preciso lugar.
—Un plan excelente —dijo Storm—. Y creo que aquí tenemos todavía magia suficiente para hacer que recorras el camino con la velocidad adecuada.
—¿Al Tribunal del Crepúsculo? —El miedo de Malik se hizo evidente en el temblor de su voz—. ¡Seré asesinado!
—Sólo una vez que te hayan encontrado culpable de algunos de tus crímenes —dijo Khelben—. Y la palabra es «ejecutado».
—¡Ejecutado o asesinado, tanto da! —Malik dirigió a Aris una mirada implorante—. ¿Te quedarás ahí tan tranquilo dejando que le hagan esto a alguien que te ha salvado la vida tantas veces?
—¡Estaré encantado de contar cómo me salvaste —dijo—, y también cómo me esclavizaste a fin de poder usar mi trabajo para acrecentar las riquezas de tu iglesia!
Por primera vez una mirada de desesperación cruzó la cara redonda de Malik. Por un momento pareció considerar cuáles eran sus opciones y se volvió hacia Khelben con una mirada de terror.
—¡Puedo decirte cómo destruir a Telamont Tanthul de un solo golpe! —Se mantuvo silencioso apenas un momento antes de que la boca empezara a movérsele y a verter palabras—. Por supuesto, lo más probable es que destruyas toda la ciudad de Refugio y la mitad del Anauroch junto con ella…
Ni siquiera una perspectiva tan terrible bastó para evitar que Khelben enarcara las cejas.
—Ya sabes que soy incapaz de mentir —le recordó Malik.
—Te escuchamos —dijo Learal.
Los ojos saltones de Malik se posaron en la puntera de la bota de Ruha mientras planificaba el siguiente paso. Después de lo que ya les había dicho sobre los peligros, Galaeron no podía creer que los Elegidos tuvieran el menor interés en escuchar su sugerencia.
Por fin, Malik miró a Khelben.
—¿De qué me va a servir salvar el mundo si no estoy aquí para verlo?
Ruha le apoyó una rodilla en mitad de la espalda y tirando de uno de sus cuernos le echó la cabeza hacia atrás. Después le enrolló la cadena que ataba sus respectivas esposas alrededor del cuello.
—¿Qué te hace pensar que te dejaría decirles algo que pudiera destruir el Anauroch? —preguntó Ruha—. ¡Antes preferiría verte muerto y presentarme yo misma ante los jueces del Tribunal del Crepúsculo!
Apretó la cadena hasta que el hombrecillo empezó a ahogarse.
—¡Ruha! —le gritó Khelben. Parecía tan sorprendido como Galaeron por el comportamiento de la bruja—. Deja que hable.
—Jamás —respondió ella tirando hasta que los ojos de Malik estuvieron a punto de salirse de las órbitas—. Si queréis saber…
La exclamación de Ruha se interrumpió abruptamente cuando Storm la apartó de la espalda de Malik.
—¡Maldita Arpista! —gritó Malik con voz ronca—. ¡Debería decírselo por puro rencor! —Su rostro se contorsionó otra vez y no pudo por menos que añadir—: Pero después de lo que pasó en el Valle de las Sombras no conozco a ningún Elegido tan loco como para lanzar un proyectil de fuego de plata al interior de un ser de pura esencia de sombra.
Galaeron no se dio cuenta de que la amenaza de Ruha había sido una treta hasta que la vio intercambiar miradas de satisfacción con cada uno de los Elegidos.
—Eso no nos ayuda demasiado, Malik.
—De hecho, ya hemos probado el fuego de plata —dijo Storm. No explicó que el ataque había sido sólo una treta para darle tiempo a Vala—. Telamont lo bloqueó con un conjuro de protección.
—Aunque eso no tiene ningún interés —añadió Khelben—. De todos modos ya no tengo demasiada influencia con las Arpistas.
—¿Arpistas? —chilló Malik—. Sólo me refiero a Ruha.
—¿A cambio de revelarnos que Telamont Tanthul es pura materia sombra? —se burló Galaeron, que estaba empezando a entender el juego que se traían los Elegidos—. Tendrás que esmerarte mucho más si quieres que te libere.
—De nada vale escucharlo, Malik —le advirtió Ruha—, eso no sucederá jamás.
La furia de la mirada de Ruha era convincente y a Galaeron se le ocurrió que tal vez los demás no se habían dado cuenta de que les estaba haciendo el juego.
—Tal vez no mientras tú vivas —la amenazó Galaeron sin modificar el tono de su voz. Bajó la mano a la empuñadura de su espada—. Eso no cambia nada las cosas para mí.
Los ojos de Malik se encendieron como un par de antorchas.
—¿Matarla? —inquirió Malik. Consideró la situación un momento y empezó a albergar dudas—. Eres demasiado cobarde. Nunca harías tal cosa.
—¿Por salvar Evereska? —respondió Galaeron—. ¿Qué crees que no haría por salvar Evereska?
A Galaeron no se le escapaba que Khelben, Vala y todos los demás estaban avanzando hacia él, y tampoco se le escapaba a Malik que consideró la propuesta un instante.
—¡Muy bien, tú ganas! —prorrumpió Malik—. No es necesario destruir el Mythallar ni matar a Telamont. —Se habría quedado en eso de no mediar la maldición de Mystra—. ¡No pueden hacer sus mantas de sombra sin la magia de la Piedra de Karse, y la Piedra de Karse ya no está!
—¿Qué? —Quien habló fue Vala, que al parecer empezaba a mostrar interés por la discusión—. ¿Cómo que ya no está?
—Se ha caído al lago —explicó Ruha—. La llevaba atada a la otra muñeca y se soltó. Una tromba de agua la recogió.
—Era la mano de Shar —explicó Malik con desmayo—. Siempre ha sido ella quien ha tenido el control del Tejido de Sombra.
Esto le bastó a Galaeron para desenfundar la espada y apuntar con ella la garganta de Ruha. Storm y Vala desenfundaron también y se aprestaron a defender a la bruja, y Galaeron ya no tenía demasiado claro si le estaban advirtiendo o le seguían el juego. De hecho, él ni siquiera estaba seguro de estar actuando. Haciendo lo posible por parecer preocupado por la posibilidad de enfrentarse a dos de las mujeres que mejor manejaban la espada en todo Faerun, Galaeron mantuvo la espada apoyada en la garganta de Ruha.
—Antes de que te libere —le dijo a Malik—, dime cómo has sabido todo esto.
Malik relató ansiosamente cómo, mientras permaneció encadenado a la Piedra de Karse en el templo oculto de Shar, llegó a la conclusión de que era el símbolo de su control sobre el Tejido de Sombra. Después contó cómo, cuando la ciudad empezó a caer, la piedra había tirado de él hacia abajo, hasta el interior de los talleres del telar, y lo mucho que se había esforzado por robar la piedra para Cyric a fin de que éste controlara algún día el Tejido de Sombra y tal vez incluso el mismísimo Tejido, pues si había algún dios capaz de aunar a ambas, ése era el Único y el Todo.
Cuando Malik hubo terminado, Galaeron no sólo estaba seguro de que el serafín estaba diciendo la verdad, sino también de que había interpretado correctamente todo lo que había visto. Incluso Khelben parecía convencido.
—Estoy dispuesto a aceptar que fue Shar quien recogió la Piedra de Karse —dijo Khelben—, e incluso que la piedra es el símbolo de su control sobre el Tejido de Sombra, pero si los shadovar la necesitan para crear más mantas de sombra, no veo nada que le impida devolvérsela.
—Nada —respondió Galaeron—, salvo que Shar es la diosa de los secretos no revelados. Después de que el príncipe Yder permitiera al serafín de un dios rival no sólo descubrir el papel y la localización de la Piedra de Karse, sino también estar tan a punto de robarla, estoy seguro de que la diosa encontrará un lugar más seguro para ocultarla.
—Y de dejar que los shadovar purguen sus pecados —dijo Learal—. Coincido contigo.
Esto hizo que apareciera una ancha sonrisa en el rostro de Malik, que alzó la vista hacia Galaeron.
—Estoy esperando —dijo.
—Haría muchas cosas por Evereska —le aclaró Galaeron—, y una de ellas es mentir.
—¿Mentir? —chilló Malik—. ¡El Único te castigará por esto… Aunque seguramente seré yo el que sufra el castigo en tu lugar! Después de todas las veces que te salvé la vida, ¿cómo puedes hacerme esto?
—Porque es necesario.
Aunque Malik jamás había hecho nada por perjudicar a Galaeron y al elfo le dolía traicionar a un viejo amigo, bajó la espada y dio un paso atrás. Mientras el hombrecillo seguía lanzando invectivas a su espalda, se volvió hacia Storm.
—Parece ser que nuestro plan funcionó para la mayor parte de Faerun, aunque no para Evereska —dijo—. Os doy las gracias por intentarlo.
—Y nosotros a ti —le correspondió Khelben dándole una fuerte palmada en el hombro—. Pero aún no hemos acabado. ¿Acaso no te oí cuando le decías a Telamont que ahora tienes una comprensión total de los phaerimm?
—Así es.
Khelben miró por encima de su hombro al lago Sombra, donde el torrente errático de escombros que caía del enclave envuelto en tinieblas se había convertido finalmente en una lluvia esporádica. En lugar de huir de la ciudad, daba la impresión de que la mayoría de los veserabs trataban de encontrar una vía segura para regresar a ella, y hasta el estruendo de los edificios que se desmoronaban era ahora más intermitente y amortiguado.
—Learal, Storm, ¿qué os parece? —preguntó—. ¿Hemos hecho ya bastante daño aquí?
—Bastante no —respondió Storm—, pero sí todo el que pudimos.
—Sí —añadió Learal—, creo que ya va siendo hora de que volvamos a Evereska.
Extendió los brazos, invitando a Galaeron y a los demás a unir sus manos para un regreso inmediato a los Sharaedim. Aris se puso de rodillas y extendió un dedo en dirección a Vala para que ella lo cogiera, pero la vaasan no hizo la menor intención de incorporarse al círculo. Galaeron se sorprendió, y sintió tal vez un ligero alivio, al descubrir un sentimiento de desazón en su interior. Si su corazón se estaba rompiendo debía de ser que la pena no podía ser una debilidad a la que su sombra había vencido. Se acercó a Vala.
—Sé que es mucho pedir —comenzó Galaeron—, especialmente después de todo lo que te hice pasar, de modo que no lo haré. Si quieres venir a Evereska con nosotros, tú y tu espada seréis muy bien recibidas.
Vala farfulló algo que lo mismo podría ser una aceptación, una negación o simplemente un reconocimiento de haber entendido la petición.
—Sólo una cosa —dijo por fin—. ¿Estabas mirando cuando Yder y Aglarel me persiguieron fuera del Mythallar?
Galaeron asintió.
—¿Y no viniste a ayudarme?
Galaeron negó con la cabeza.
—¿Por qué no?
—Porque quería destruir el Mythallar y sabía que tendríamos más oportunidades si Aris y yo nos manteníamos escondidos hasta que Telamont mostrara todos sus recursos. —Galaeron tragó saliva—. Y además porque sabía que eras muy capaz de cuidar de ti misma.
—¿Lo sabías, Galaeron? —preguntó ella.
—Al menos lo esperaba.
Vala torció el gesto en una sonrisa levemente desdeñosa.
—Al menos eres sincero —dijo por fin con un encogimiento de hombros y una sonrisa al tiempo que se acercaba al círculo de teleportación de Learal—. Claro que voy. ¿Acaso crees que me atrevería a volver a Vaasa sin mis hombres y sin nuestras espadaoscuras?