13
Al mediodía siguiente, todos los habitantes de Arborlon conocían la decisión que había tomado Ellenroh Elessedil de invocar el poder de la Loden y transportar a los elfos y su ciudad natal a la Tierra del Oeste. La reina había transmitido la noticia al despuntar el alba, enviando mensajeros hasta los rincones más alejados de su asediado reino. Barsimmon Oridio había comunicado la noticia personalmente a los oficiales y soldados de su ejército; Triss, a los miembros de la Guardia Real; Eton Shart, al resto de los miembros del Consejo Supremo y, a través de estos, a los funcionarios que prestaban sus servicios en las dependencias administrativas del gobierno. Gavilán, por su parte, se había encargado de comunicársela al sector mercantil, en una reunión que convocó con los dirigentes financieros y las comunidades de campesinos. Cuando después de desayunar Wren salió a pasear por las calles de la ciudad, ese era el tema de conversación en todos los grupos y corrillos.
La reacción de los elfos le pareció admirable. No daban muestras de pánico ni de desesperación, ni siquiera oyó una sola amenaza o reproche contra la reina por haber tomado aquella decisión. Por supuesto, en el ambiente flotaba cierta inquietud y una razonable dosis de duda. Ninguno de aquellos elfos vivía cuando Arborlon fue transportada de la Tierra del Oeste y, aunque todos habían oído contar en innumerables ocasiones la historia del éxodo a Morrowindl, pocos se habían planteado la posibilidad de volver a emigrar, en esta ocasión deshaciendo el camino que un día recorrieron. Aunque la ciudad estaba asediada por los demonios y la vida había sufrido cambios drásticos desde el reinado del padre de Ellenroh, entre las preocupaciones por el futuro no se encontraba volver a utilizar la magia de la Loden. Por tanto, los ciudadanos hablaban de marcharse como si la idea fuera completamente nueva, un proyecto recién concebido. La mayoría de las conversaciones que Wren pudo escuchar durante su paseo admitían que, si Ellenroh Elessedil pensaba que aquello era lo mejor, así debía de ser. Era una muestra de la confianza que los elfos habían depositado en su reina el que aceptaran su propuesta con tanta docilidad, sobre todo teniendo en cuenta lo drástico de la misma.
—Será una experiencia agradable poder salir de la ciudad —decían muchos—. Llevamos demasiado tiempo encerrados tras estas murallas.
—Así tendremos la oportunidad de viajar y ver mundo —afirmaban otros—. Siento mucho cariño hacia mi tierra, pero me gustaría conocer otros lugares.
Pudo escuchar más de una alusión a cómo sería la vida sin la constante amenaza de los demonios, en un mundo donde los seres oscuros no fueran más que un recuerdo y los jóvenes pudieran crecer sin tener que aprender que la Quilla era imprescindible para sobrevivir y que nunca podrían traspasar sus murallas. Algunos expresaban su preocupación sobre qué pasaría cuando se activara la magia, o incluso ponían en duda el que llegase a funcionar, pero la mayoría parecían sentirse satisfechos con la promesa de la reina de que la vida en la ciudad no sufriría ningún cambio durante el viaje, de que la magia los protegería y aislaría contra cualquier peligro exterior y todo permanecería igual, aparte de que en lugar de la Quilla habría una oscuridad que nadie podría atravesar hasta que la magia de la Loden volviera a ser invocada.
Vio a Aurino Estriado en el mercado, y corrió tras él. El Búho estaba levantado desde el amanecer, reuniendo las provisiones que necesitarían los nueve viajeros para realizar su viaje a través de las laderas del Killeshan hasta llegar a la playa. Su tarea no era fácil, porque la reina había ordenado que solo llevaran lo que pudieran transportar sobre la espalda, afirmando que la rapidez y la agilidad serían sus mejores aliados para esquivar a los demonios.
—La magia, tal como yo la entiendo, funciona de esta forma —le dijo el Búho durante el trayecto de regreso al palacio—. Cuando se invoca, se produce una envoltura y un traslado. Una vez que acude, protege contra las intrusiones del exterior como una concha. No solo transporta la ciudad con todos sus componentes, sino que la retiene en su interior hasta que se retira el hechizo. Se produce una especie de congelación del tiempo. De esa forma no se siente nada de lo que sucede durante el viaje; se pierde toda sensación de movimiento.
—Entonces, ¿la vida en la ciudad continuará desarrollándose como antes? —preguntó Wren, intentando imaginar lo que sucedería.
—En gran medida, así es. No habrá noches ni días, solo penumbra, como si el cielo estuviese nublado. Eso es lo que me ha asegurado la reina. Hay aire, agua y todo lo necesario para vivir, todo protegido cuidadosamente por una especie de capullo.
—¿Qué sucederá cuando llegue a su destino?
—La reina retirará el hechizo de la Loden y la ciudad se restablecerá.
—Suponiendo que la información de Ellenroh sobre la magia sea cierta —dijo Wren, mirando al Búho.
—Eres demasiado joven para ser tan escéptica —respondió el Búho, con un suspiro y un gesto de resignación—. Por otra parte, Wren, ¿qué más da si la reina está equivocada? Estamos atrapados en Morrowindl sin esperanza, ¿no es cierto? Una minoría podría salvarse escabullándose entre los seres oscuros, pero todos los demás perecerían. Necesitamos creer en la magia, muchacha, porque no tenemos otra posibilidad de salvación.
Wren se separó del Búho cuando se acercaron a las puertas del palacio. El elfo prosiguió su camino con los ojos cansados y los hombros caídos; su sombra, estrecha y desgarbada, se proyectaba en la tierra como un reflejo de sí mismo. Le caía bien Aurino Estriado. Era de trato fácil y cómodo como la ropa vieja. Confiaba en él. Si alguien podía ayudarles a salvar los obstáculos del viaje que planeaban, ese era el Búho.
Se alejó del palacio y se dirigió hacia los Jardines de la Vida, distraída. Cuando se levantó no había avisado a Garth, sino que había salido del dormitorio en busca de la reina. Pero como Ellenroh Elessedil estaba ilocalizable, decidió dar un paseo por las calles de la ciudad. Ahora, tras concluir el paseo, se dio cuenta de que deseaba y necesitaba estar sola. Dejó que su mente vagara mientras se adentraba en los jardines desiertos y subía la suave pendiente que conducía a Ellcrys. Sus pensamientos, como le había pasado desde el mismo momento en que se había despertado, volvieron a centrarse en Gavilán Elessedil. Se detuvo un momento, dibujándolo en su mente. Al cerrar los ojos sintió como si la besara de nuevo. Respiró profundamente y después dejó salir poco a poco el aire de los pulmones. Solo la habían besado un par de veces en su vida; siempre había estado demasiado ocupada con su entrenamiento, aislada y sumida en sus quehaceres, para preocuparse por asuntos amorosos. No había tenido tiempo para cultivar amistades, y la verdad era que tampoco le habían interesado demasiado. «¿Por qué?», se preguntó de repente. Pero también sabía que eso era como preguntarse por qué el cielo era azul.
Abrió los ojos y siguió caminando.
Cuando llegó ante Ellcrys, la observó durante un rato antes de sentarse a su sombra. Le gustaba Gavilán Elessedil; tal vez le gustara demasiado. El sentimiento parecía instintivo, y desconfió de su inesperada intensidad. Sin apenas conocerlo, pensaba en él más de lo debido. La había besado, y ella había aceptado el beso. Pero se sentía enojada, porque le ocultaba lo que sabía sobre la magia y los demonios, se negaba a compartir aquella información con ella, un secreto que tantos elfos guardaban: Ellenroh, Eowen y el Búho entre ellos. Pero la reticencia de Gavilán la afectaba mucho más porque había sido él quien le había ofrecido su amistad, quien le había prometido responder a sus preguntas, quien la había besado con su consentimiento, pero también quien había faltado a su palabra. Interiormente se rebelaba ante la traición y, sin embargo, deseaba perdonarlo, excusarlo y darle la oportunidad de contarle la verdad cuando lo juzgase oportuno.
Pero ¿qué diferencia había entre la actitud de Gavilán y la de su abuela?, se preguntó de repente. ¿No había utilizado el mismo razonamiento con los dos?
Tal vez los sentimientos que le inspiraban no fuesen tan diferentes.
La idea la turbaba más de lo que estaba dispuesta a admitir, y se apresuró a apartarla de su mente.
Había silencio y calma en los jardines, frescos y acogedores bajo la sedosa cobertura de Ellcrys, cercados de árboles y macizos de flores. Dejó que sus ojos vagaran por el manto de colores que formaban los jardines, observó cómo se extendían por la tierra a pinceladas, algunas anchas y cortas, otras finas y curvadas, llena de arriates que reverberaban a la luz del día. El sol resplandecía en un cielo despejado y azul, y el aire era cálido y fragante. Wren lo aspiraba lenta y cuidadosamente, saboreándolo, consciente de que todo aquello desaparecería aquella noche, de que cuando se invocase la magia de la Loden ella se vería sumida en la salvaje oscuridad de Morrowindl. Había conseguido olvidar durante un tiempo el horror que existía al otro lado de la Quilla, había ahuyentado de sus recuerdos el hedor a azufre, las fisuras humeantes de la costra de lava, el sofocante calor que el Killeshan irradiaba a través de la tierra, las tinieblas, la bruma cenicienta y los gruñidos y carraspeos de los demonios al acecho. Se encogió al sentir que un estremecimiento recorría todo su cuerpo. No quería regresar a ese mundo. Sentía que la esperaba como un ser vivo, agazapado con paciencia y decidido a atraparla, seguro de que acabaría por salir.
Volvió a cerrar los ojos y esperó a que se apaciguaran esos sentimientos negativos. Reconstruyó gradualmente su decisión, calmándose y diciéndose que no estaría sola, que se protegerían unos a otros, que el descenso por las montañas sería breve y después estarían a salvo de cualquier peligro. ¿No había conseguido llegar hasta Arborlon sin sufrir ningún daño? ¿Por qué no iba a conseguir regresar hasta la playa del mismo modo?
Sin embargo, persistían las dudas, insistentes murmullos que repetían una y otra vez la advertencia que la Víbora le había hecho en Grimpen Ward. «¡Cuidado, elfa! Veo que el peligro se cierne sobre tu cabeza, tiempos difíciles y traiciones inimaginables».
«No confíes en nadie».
Pero si actuaba según la advertencia de la Víbora, si seguía su consejo y no confiaba en nadie, no podría dar ni un solo paso. Quedaría aislada de todo el mundo, y no creía que pudiera soportarlo.
¿Hasta dónde alcanzaba la visión que había tenido la Víbora sobre su futuro?, se preguntó con angustia. ¿Qué parte le había ocultado a Wren y se había guardado para sí?
Se puso de pie, dirigió una última mirada a Ellcrys y emprendió el camino de regreso. Descendió muy despacio por los Jardines de la Vida, guardando en su espíritu débiles sensaciones de su atmósfera apacible y reconfortante, luminosa y acogedora, y reservándolas para cuando las necesitase, para cuando se encontrara perdida en las tinieblas. Quería creer que no llegaría ese momento. Albergaba la esperanza de que la Víbora estuviese equivocada.
Pero no podía estar segura.
Poco después se encontró con Garth, y estuvo a su lado el resto del día. Hablaron largo y tendido de los próximos acontecimientos, rememoraron los peligros que conocían y debatieron qué necesitarían para el viaje de regreso a través de la locura del exterior. Garth parecía relajado y seguro de sí mismo, pero lo cierto era que siempre se mostraba así. Se comprometieron a estar siempre juntos, sucediera lo que sucediese.
A Gavilán solo lo vio una vez, y durante un momento. La tarde estaba ya muy avanzada, y el joven salía del palacio para ocuparse de otro de sus quehaceres cuando vio que Wren se acercaba por el prado. La saludó con una amplia sonrisa y un movimiento de la mano, como si todo se desarrollara con normalidad y no existiese el mal en el mundo. A pesar de la irritación que le producían a la joven sus desenfadados modales, le devolvió la sonrisa y el saludo. Sintió un fuerte deseo de hablar con él, pero la presencia de Garth y de los acompañantes de Gavilán le hizo cambiar de idea. Intentó volver a verlo, pero no lo consiguió. Cuando empezaba a anochecer, se encontró de nuevo sola en su alcoba, contemplando el avance de las sombras a través de la amplia ventana y pensando que debería estar haciendo algo; se sentía atrapada y se preguntaba si debía luchar para liberarse. Garth se encontraba en la habitación contigua, y estaba a punto de pasar a verlo cuando se abrió la puerta y apareció la reina.
—Abuela —saludó Wren con alegría, sin conseguir disimular por completo el alivio que le proporcionaba su visita.
Ellenroh cruzó la estancia con paso majestuoso, sin decir palabra, y la estrechó entre sus brazos.
—Wren —dijo en voz baja, apretando su abrazo como si temiera que se escapara.
Después retrocedió unos pasos, sonrió para ocultar su tristeza, cogió a Wren de la mano y la condujo hasta la cama, donde se sentaron.
—Te he tenido muy abandonada durante todo el día. Te pido que me disculpes. Cada vez que me disponía a buscarte recordaba que tenía algo que hacer, alguna pequeña tarea que debía realizar antes de que anocheciera. —Hizo una breve pausa—. Wren, lamento haberte mezclado en este asunto. No está bien que carguemos sobre tus hombros nuestros problemas. Pero no tengo otra alternativa. Te necesito, niña. ¿Me perdonas?
—No hay nada que perdonar, abuela —respondió Wren, presa de una gran confusión, asintiendo con la cabeza—. Me comprometí yo misma cuando acepté traeros el mensaje que Allanon me había dado para vosotros. Sabía que, si lo escuchabais, tendría que acompañaros. Nunca se me ha ocurrido pensar otra cosa.
—Wren, me das tantas esperanzas… Me gustaría que Alleyne estuviera aquí para verte. Se habría sentido muy orgullosa. Posees su misma fortaleza y su determinación. —Frunció el ceño—. La añoro mucho. Hace años que desapareció y todavía me parece que solo ha salido un momento. A pesar del tiempo transcurrido, a veces me sorprendo buscándola.
—Abuela —dijo Wren con voz serena, esperando que los ojos de la reina miraran directamente a los suyos—. Háblame de la magia. ¿Qué es lo que Gavilán, Eowen, el Búho, tú y todos los demás sabéis y yo no? ¿Por qué os asusta tanto?
Ellenroh Elessedil se tomó su tiempo para responder. Sus ojos adoptaron una dura expresión y todo su cuerpo se puso en tensión. Wren observó en ese momento la férrea voluntad que su abuela podía manifestar cuando la situación así lo requería, una actitud que contrastaba con su semblante juvenil y su delicada figura. Un incómodo silencio se asentó entre ellas. Wren mantuvo la mirada firme, esforzándose por no apartarla, decidida a acabar de una vez por todas con los secretos que las separaban.
—Como decía, te pareces a Alleyne —respondió por fin la reina, esbozando una inesperada y amarga sonrisa. Soltó las manos de Wren como si quisiera fijar una frontera entre ambas—. Hay ciertas cosas que me gustaría decirte, pero no puedo. Al menos, todavía no. Tengo mis razones, y tendrás que aceptar mi palabra de que son poderosas. Por tanto, te diré lo que pueda y así debemos dar por zanjado el asunto.
»La magia es imprevisible, Wren —prosiguió la reina con un suspiro, dejando que se disolviera la amargura de su sonrisa—. Así era al principio y así es ahora. Tú sabes, por las leyendas de la espada de Shannara y de las piedras élficas, que la magia no es una constante ni actúa siempre de la forma prevista, sino que se manifiesta de las maneras más sorprendentes y evoluciona con el uso y el paso del tiempo. Es una verdad que parece eludirnos continuamente, que tenemos que recordar una y otra vez. Cuando los elfos vinieron a Morrowindl, decidieron recuperar la magia, redescubrir las tradiciones y seguir el modo de vida de sus antepasados. El problema, por supuesto, residía en que ese modo de vida se había perdido hacía mucho tiempo y nadie conocía los métodos. Recuperar la magia fue una misión más fácil de lo que se esperaba, pero controlarla después sería una cuestión diferente. Se hicieron diversos intentos, y muchos de ellos fracasaron. En uno de esos fracasados experimentos aparecieron los demonios. Todo se debió a una desafortunada negligencia, pero no por eso el hecho era menos grave. Una vez presentes, no hubo manera de expulsarlos. Crecieron, se multiplicaron y lograron sobrevivir pese a todos los esfuerzos para exterminarlos.
Hizo una mueca de resignación, como si viera desfilar ante sus ojos todos esos esfuerzos.
—Te preguntarás por qué no podemos devolverlos al lugar del que salieron, ¿verdad? La magia no actúa de ese modo, no ofrece una solución tan fácil. Gavilán, entre otros, cree que pueden obtenerse mejores resultados si se hacen nuevos experimentos, que el ensayo y error acabará proporcionándonos un medio para derrotar a esas horribles criaturas. Pero yo no estoy de acuerdo. Yo comprendo la magia, Wren, pues la he utilizado y conozco hasta dónde llega su poder. Me asusta porque, en realidad, no tiene límites. Nos empequeñece como criaturas mortales; carece de las limitaciones de nuestra humanidad. Es más fuerte que nosotros y sobrevivirá mucho después de que todos hayamos muerto. No confío en ella más allá de lo que ya sé por experiencia y de lo que debo hacer por necesidad. Creo que, si seguimos explorándola, si seguimos creyendo que encierra la solución a todos nuestros problemas, un nuevo horror caerá sobre nuestras vidas y hará que añoremos el tiempo en que solo teníamos que luchar contra los demonios.
—¿Qué puedes decirme de las piedras élficas? —preguntó Wren con voz serena.
—Sí, niña, ¿qué pasa con las piedras élficas? ¿Qué ocurre con su magia? —Ellenroh asintió con la cabeza, esbozó una sonrisa y apartó la mirada de su nieta—. Sabemos lo que puede hacer, hemos visto sus resultados. Cuando la sangre élfica se debilita, cuando no es lo bastante fuerte, como ocurrió en el caso de Wil Ohmsford, produce resultados inesperados. La Canción. Buena y mala a la vez. —Volvió a mirar a la joven—. Pero la magia de las piedras élficas es conocida y está controlada. Nadie cree ni sugiere que pueda tener otro uso. Ni la Loden. Conocemos bastante bien esa clase de magia y la empleamos para sobrevivir. Pero existe una magia mucho más poderosa que espera ser descubierta, niña… una magia que mora bajo la tierra, que puede encontrarse en el aire, y que pide a gritos ser reconocida. Esa es la magia que tu primo Gavilán quería invocar. Es la misma que el druida Brona intentó dominar hace más de mil años, la misma magia que lo persuadió para que se convirtiera en el Señor de los Brujos y luego lo aniquiló.
Wren comprendía el temor que la magia inspiraba a su abuela, podía reconocer sus peligros con la misma claridad que ella, y compartía con ella más que ninguna otra persona los sentimientos que su poder, al invocarlo mediante las piedras élficas o la Loden, provocaba: un poder que podía arrollar, anular y devorar.
—Dijiste que querías que los elfos volvieran a ser como antes de recuperar la magia —afirmó, retrotrayéndose con el pensamiento a la noche anterior, cuando Ellenroh había presidido el Consejo Supremo—. Pero ¿es eso posible? ¿No cabe la posibilidad de que alguno de los elfos haga resurgir la magia de nuevo, de que quizá la descubra de algún otro modo?
—No —respondió Ellenroh, mirándola de repente con una expresión fría—. No a partir de ahora. Nunca más.
Estaba ocultando algo. Wren lo advirtió enseguida, y también tuvo la sensación de que su abuela estaba decidida a no hablar de ello.
—¿Qué me dices de la magia que tú ya has invocado, la que protege a la ciudad?
—Desaparecerá tan pronto como nos marchemos, a excepción de la que sea necesaria para utilizar la Loden y trasladar a los elfos y Arborlon a la Tierra del Oeste. Solo quedará esa parte.
—¿Y las piedras élficas?
—No existe la verdad absoluta, Wren —respondió la reina, esbozando una sonrisa—. Las piedras élficas llevan mucho tiempo con nosotros.
—Podría tirarlas cuando estemos a salvo.
—Sí, niña, podrías hacerlo… si eso es lo que quieres.
Wren sintió que algo inexplicable pasaba entre ellas, pero no consiguió descubrir su significado.
—¿Actuará la magia de la Loden de la forma que tú crees, abuela? ¿Sacará a los elfos de Morrowindl sin que sufran daño alguno?
—Su magia está ahí, eso es innegable —respondió la reina, inclinando su suave rostro ensombrecido por la duda y por algo más—. La he sentido al utilizar el báculo. Me ha sido revelado su secreto, sin dejar lugar a dudas. —Levantó el rostro de forma brusca—. Pero somos nosotros, Wren, quienes debemos hacer el traslado. Somos nosotros los que tenemos que encargarnos de que los protegidos por el hechizo de la Loden, nuestros hermanos, se reintegren en el mundo y tengan la oportunidad de iniciar una nueva vida. La magia por sí sola no es suficiente. Nunca es suficiente. Nuestras vidas y, en última instancia, las vidas de quienes dependen de nosotros están siempre bajo nuestra responsabilidad. La magia no es más que un instrumento. ¿Comprendes lo que te digo?
—Ayudaré en todo lo que pueda —dijo Wren con voz suave, asintiendo con la cabeza—. Pero te aseguro que me gustaría que la magia desapareciera de una vez por todas, por completo, hasta el último rastro, desde los umbríos hasta los demonios, pasando por la Loden y las piedras élficas. Me gustaría ser testigo de su extinción total.
—Y si así sucediese, Wren, ¿qué podría reemplazarla? —le preguntó la reina, poniéndose de pie—. ¿Las ciencias del viejo mundo, renacidas de sus cenizas? ¿Un poder aún mayor? Ha de ser reemplazada por algo. Siempre tiene que haber algo.
»Llama ahora a Garth y venid los dos a cenar conmigo —prosiguió la reina, estirando los brazos para abrazar a Wren—. Y sonríe. Sean cuales sean las consecuencias de lo que nos proponemos hacer, nosotras nos hemos encontrado. Me alegro mucho de que estés aquí.
Estrechó a Wren otra vez, prolongando el abrazo.
—Yo también me alegro, abuela —respondió Wren, correspondiendo al abrazo de la reina.
Aquella noche asistieron a la cena todos los miembros de la cúpula del Consejo Supremo: Eton Shart, Barsimmon Oridio, Aurino Estriado, Triss, Gavilán y la reina, además de Wren, Garth y Eowen Cerise. Todos los que habían asistido a la reunión en que se había tomado la decisión de invocar el poder de la Loden y abandonar Morrowindl. Incluso Cort y Dal estaban allí, montando guardia en los corredores para impedir el paso a cualquier posible intruso, incluido el personal de servicio después de que dejaran la comida sobre la mesa. Una vez solos, los reunidos discutieron los pormenores del viaje que iban a emprender al día siguiente. La conversación fue animada y directa, y versó sobre el equipamiento, las provisiones y las rutas más convenientes. Ellenroh, tras consultar con el Búho, determinó que el momento ideal para intentar la huida era justo antes del amanecer, cuando los demonios estaban cansados de sus correrías nocturnas y preocupados solo por dormir. Así aprovecharían al máximo la luz del día para viajar. La noche era peligrosa, pues los demonios aprovechaban las horas de oscuridad para merodear. Por estos motivos, el grupo de nueve viajeros necesitaría algo más de una semana para llegar a la playa, en el caso de que no tuvieran ningún contratiempo. Si alguno tuvo dudas sobre si los acontecimientos se desarrollarían como los habían planeado, se las guardó para sí.
Gavilán, sentado frente a Wren, dedicaba a la joven unas afables y frecuentes sonrisas. La muchacha, consciente de sus atenciones, le correspondía de vez en cuando, pero dirigía sus palabras a su abuela, al Búho y a Garth. Comió algo que después no pudo recordar, escuchó lo que decían los demás y miró con frecuencia a Gavilán, como si al observarlo pudiera descubrir de algún modo el misterio de su atractivo, y pensó en lo que la reina le había dicho antes.
O, mejor dicho, en lo que se había callado.
Las revelaciones de la reina, si se analizaban, pocas dudas le aclaraban. Era verdad que le había hablado de recuperar la magia; pero ¿de dónde? Era más que probable al recuperarla hubiesen provocado de algún modo la liberación de los demonios que los asediaban; pero ¿de qué los había liberado la magia? ¿Y de dónde? Wren aún no había oído una palabra sobre la clase de error que se había cometido al usar la magia ni sobre la carencia de recursos mágicos para reparar dicho error. Lo que su abuela le había ofrecido era un bosquejo carente de sombras, colores y relieve. Y, por supuesto, eso no era bastante para ella.
Y, sin embargo, Ellenroh había insistido en que eso debía bastarle por ahora.
Wren permanecía sentada a la mesa, con los pensamientos zumbando en su interior como mosquitos. Las conversaciones fluían, acaloradas, a su alrededor, mientras las caras se volvían hacia un lado u otro; la luz del exterior disminuía, la oscuridad se intensificaba y el tiempo avanzaba con paso silencioso, huyendo del pasado y acercándose a un futuro que podría cambiar sus vidas para siempre. Se sentía desconectada de su entorno, como si hubiese ocupado su sitio en la mesa sin haber sido invitada: una espectadora de las vidas de quienes estaban sentados a su alrededor. Ni siquiera la familiar presencia de Garth conseguía sosegarla, y habló poco con él.
Cuando acabó la cena, se retiró a descansar sin demora; se desnudó, se metió en la cama y esperó en la oscuridad el desarrollo de los acontecimientos. Su respiración se hizo más lenta, sus pensamientos se dispersaron y por fin cayó en un profundo y reparador sueño.
Pero ya estaba despierta y vestida antes de que sonaran en la puerta los golpes que debían despertarla. Se encontró ante Gavilán, que vestía ropa gruesa de cazador con armas colgadas en torno al cinturón. Su habitual sonrisa había desaparecido y parecía otra persona.
—He pensado que te gustaría acompañarme a la muralla —se limitó a decir, intentando corresponder a la sonrisa que la joven nómada le dedicaba.
—Sí, por supuesto —respondió Wren.
Con Garth tras ella, salieron del palacio y se adentraron en las oscuras y desiertas calles de la ciudad. Wren había creído que sus habitantes estarían despiertos y vigilantes, ansiosos por ver lo que ocurriría cuando la reina invocase la magia de la Loden. Pero sus viviendas estaban oscuras y silenciosas; si había alguien observando, lo hacía desde las sombras. Pensó que quizás Ellenroh no les había dicho cuándo se produciría la transformación. Se dio cuenta de que alguien los seguía, miró hacia atrás y vio a Cort a cierta distancia. Debía de haberlo enviado Triss para asegurarse de que llegaban a tiempo al punto de reunión convenido. Triss, o quizá Dal, estaría con la reina, Eowen Cerise y Aurino Estriado. Todos se dirigían a la Quilla, a la puerta que se abría a la desolación, al duro y yermo vacío que debían atravesar para sobrevivir.
Llegaron al lugar de reunión sin sufrir ningún contratiempo, en medio de la noche cerrada, mientras la luz del amanecer aún seguía escondida tras el horizonte. Todos estaban reunidos: la reina, Eowen, el Búho, Triss, Dal y, ahora, ellos cuatro. «Solo nueve», pensó Wren, consciente de pronto de lo pocos que eran y de lo mucho que dependía de ellos. Intercambiaron abrazos, apretones de manos y furtivas palabras de aliento; un puñado de sombras que hablaban en voz baja en la noche. Todos llevaban atuendo de cazador, holgado y resistente, para protegerse de las inclemencias del tiempo y, en cierta medida, de los peligros que los esperaban. Todos iban armados, excepto Eowen y la reina. Ellenroh llevaba el báculo Ruhk, cuya oscura madera brillaba débilmente. La Loden era un prisma multicolor que desprendía destellos y relucía incluso en aquella oscuridad. Sobre la Quilla, la magia era un resplandor estable que iluminaba las almenas y se elevaba hacia el cielo. Los guardias reales patrullaban las murallas en grupos de seis, y había centinelas apostados en el interior de las torres. Los gruñidos y aullidos que llegaban del exterior eran esporádicos y distantes, como si los seres que los emitían estuvieran cansados y se dispusieran a dormir.
—Vamos a darles una sorpresa antes de que acabe la noche, ¿verdad? —dijo Gavilán en voz baja al oído de la joven nómada, intentando esbozar una sonrisa.
—Ojalá sean ellos los únicos sorprendidos —respondió Wren en el mismo tono de voz.
Vio a Aurino Estriado junto a la puerta que llevaba a los túneles, y se dirigió hacia él para quedarse a su lado. Su desgarbado cuerpo se volvió en la penumbra.
—¿Ojos y oídos aguzados, Wren? —preguntó a la joven, mirándola y haciendo un gesto de reconocimiento.
—Supongo que sí.
—¿Tienes las piedras élficas a mano?
Tensó la boca y en sus labios se dibujó un rictus. Las piedras élficas estaban en una nueva bolsa de cuero que llevaba colgada del cuello; podía sentir su peso contra el pecho. Había conseguido olvidarse de ellas hasta aquel momento.
—¿Crees que las necesitaré?
—Las necesitaste cuando viniste —respondió el Búho, encogiéndose de hombros.
La joven guardó silencio durante un breve instante, pensando en esa posibilidad. Por alguna razón, había creído que podría salir de Morrowindl sin tener que recurrir de nuevo a la magia.
—Parece que todo está tranquilo ahí fuera —dijo la joven, con cierta esperanza.
—No nos esperan. Será nuestra oportunidad —dijo el Búho asintiendo con la cabeza y apoyando su delgada figura contra la piedra.
—¿Una buena oportunidad, Búho? —inquirió Wren, inclinándose hacia el elfo, hasta que sus hombros se tocaron.
—¿Qué más da? Es la única que tenemos —respondió el Búho, esbozando una sonrisa.
La figura de Barsimmon Oridio se materializó en la oscuridad, se dirigió a la reina, habló con ella en voz baja durante unos minutos y volvió a desaparecer. Parecía maltrecho y agotado, pero su paso era firme y decidido.
—¿Cuánto tiempo hace que sales por ahí fuera? —preguntó Wren al Búho de repente y sin mirarlo—. Por ahí fuera, donde están ellos.
—Ya he perdido la cuenta —respondió el Búho, tras un instante de duda. Sabía lo que Wren quería decir.
—Lo que quiero saber, supongo, es de dónde sacas el valor para hacerlo —dijo la muchacha, sintiendo que el elfo la miraba fijamente—. Yo apenas me siento capaz de salir esta vez, sabiendo lo que nos espera ahí fuera. —Tragó saliva por el esfuerzo que le había costado hacer esa confesión—. Quiero decir… que lo haré porque no tengo alternativa, y porque sé que no tendré que volver a repetirlo. Tú, en cambio, podías elegir quedarte cada vez que salías, excepto ahora. Podrías haber decidido no hacerlo.
—Wren —ella levantó la vista cuando lo oyó pronunciar su nombre—, permíteme que te diga algo que todavía no sabes, algo que solo se aprende con el tiempo. A medida que uno se va haciendo viejo, la vida lo va desgastando. Sucede siempre, da igual quiénes seamos o lo que hagamos. La experiencia, el tiempo, los acontecimientos… todo conspira contra nosotros para robarnos la energía, corroer nuestra seguridad, hacer que nos preguntemos cosas a las que no hubiéramos dedicado ni un segundo cuando éramos jóvenes. Ocurre de una forma gradual, e incluso al principio pasa inadvertido, pero un buen día, de improviso, salta a la vista. Nos despertamos y nos encontramos privados del fuego de la juventud.
»Entonces tenemos que elegir —prosiguió el Búho, esbozando una leve sonrisa—. Podemos doblegarnos a ese sentimiento y decir: “De acuerdo, hasta aquí he llegado” y dejar las cosas como están, o luchar contra ellas. Podemos aceptar que cada día que vivimos vamos a tener que enfrentarnos a esta decadencia, que vamos a tener que decirnos que no nos preocupa, que no nos importa lo que nos ocurra porque acabará sucediendo tarde o temprano, que vamos a hacer lo que debemos porque, si actuáramos de otra manera, estaríamos derrotados y la vida carecería de sentido. Cuando logramos eso, pequeña Wren, cuando somos capaces de aceptar la decadencia y el desgaste, podemos hacer cualquier cosa. ¿Cómo me las arreglaba para continuar saliendo noche tras noche? Simplemente me decía que yo no era importante… que quienes realmente importaban eran los que estaban aquí dentro. ¿Y sabes una cosa? La verdad es que no es tan difícil. Basta con dejar atrás el miedo.
—Creo que le restas importancia y haces ver que es más fácil de lo que realmente es —respondió la joven tras reflexionar durante un minuto, asintiendo con la cabeza.
—¿Eso crees? —dijo el Búho, separándose de la pared. Después volvió a esbozar una sonrisa y se alejó.
Wren se acercó a Garth. El gigante nómada señaló hacia los baluartes de la Quilla. Los guardias reales estaban bajando. Eran como furtivas y silenciosas criaturas que huían de la luz para reunirse en las sombras. Wren miró hacia el este y vio la primera claridad del alba.
—Ha llegado el momento —dijo Ellenroh.
Todos se apresuraron, precedidos por Aurino Estriado, hacia la puerta que conducía a los túneles. Se detuvieron ante ella, se dieron la vuelta y miraron a la reina. Ellenroh, que ya se había alejado de la muralla, se dirigía al extremo del puente y se detuvo justo antes de llegar a la rampa para clavar el extremo del Ruhk en la tierra. Una campana sonó en Arborlon, una señal, y los pocos guardias reales que quedaban sobre la Quilla bajaron sin perder un momento. En unos segundos, la muralla estuvo desierta.
Ellenroh Elessedil miró a los ocho que la esperaban. Después se volvió de cara a la ciudad, apretando entre sus manos el pulido báculo Ruhk, e inclinó la cabeza.
Inmediatamente, la Loden empezó a brillar, y su resplandor aumentó con gran rapidez hasta convertirse en un fulgor blanco que envolvió a la reina. La luz continuó extendiéndose, elevándose contra la oscuridad, inundando el espacio interior de las murallas hasta que todo Arborlon quedó iluminado como si fuera de día. Wren intentó ver lo que ocurría, pero la luz fue aumentando de intensidad hasta cegarla y tuvo que apartar la vista. El fuego blanco inundó las almenas de la Quilla y empezó a revolverse. Wren podía sentirlo más que verlo, pues mantenía los ojos cerrados para protegerlos. Fuera, los demonios empezaron a proferir terribles chillidos. Se produjo una ráfaga de viento de procedencia incierta que creció hasta convertirse en un aullido. Wren cayó de rodillas, sintió que el fuerte brazo de Garth rodeaba sus hombros y oyó la voz de Gavilán llamándola. En su mente se formaron imágenes provocadas por la invocación de Ellenroh: visiones salvajes y grotescas de un mundo envuelto en el caos. La magia la recorría como un roce de dedos que susurraba y cantaba.
Se escuchó un grito, un sonido que ninguna voz humana hubiera podido proferir, y a continuación la luz, expulsada por las tinieblas, desapareció como si la hubiera succionado un remolino. Wren abrió los ojos, siguiendo el movimiento con la mirada, intentando distinguir algo. Fue lo bastante rápida para captar el último resplandor cuando este se fundía con la esfera de la Loden. Desapareció en menos tiempo del que dura un parpadeo.
También había desaparecido la ciudad de Arborlon con todo lo que encerraba: sus habitantes, sus edificios, sus calles y caminos, sus jardines y campos de césped, sus árboles; todo lo que protegía la Quilla. Solo quedó un cráter poco profundo, como si una mano gigantesca hubiera arrancado de cuajo la ciudad de Arborlon de la tierra.
Ellenroh Elessedil estaba sola, de pie junto a lo que había sido el foso y ahora era el borde del cráter y se apoyaba en el Ruhk, fatigada y desprovista de su energía. Sobre ella, la Loden era un prisma de fuego multicolor. La reina se sacudió e intentó andar, pero le fallaron las piernas, se tambaleó y cayó de rodillas. Triss corrió hacia ella, la cogió en brazos como si se tratara de una niña y regresó. Fue entonces cuando Wren advirtió que la magia que había protegido la Quilla también se había evaporado, y que las previsiones de su abuela se habían cumplido. El cielo estaba cubierto de una niebla cenicienta, y la aurora había quedado reducida a un tétrico resplandor que apenas lograba penetrar en las tinieblas de la noche. Wren respiró profundamente y descubrió que el aire volvía a estar impregnado de olor a azufre. Todo cuanto había estado bajo la absoluta protección de Arborlon se había desvanecido.
El silencio del momento anterior dio paso a una cacofonía de aullidos y alaridos de los demonios, que habían comprendido lo sucedido. De todas partes llegaban sonidos de cuerpos que trepaban por las murallas y de garras que escarbaban.
Triss ya había llegado, sosteniendo a la reina y también el báculo Ruhk.
—¡Adentro todos, rápido! —gritó el Búho, corriendo hacia el túnel.
Los demás componentes del pequeño grupo encargado de salvar Arborlon y a sus habitantes lo siguieron, traspasaron la puerta abierta y se sumieron en la oscuridad.