5
Tigre Ty estaba impaciente por partir, pero Wren y Garth necesitaron casi una hora para volver al valle, recoger los pertrechos y armas que llevarían consigo y atender a sus caballos. Los animales seguían atados, y Garth los soltó para que pudieran pastar y beber cuando lo necesitaran. En el valle disponían de hierba y agua más que suficiente para sobrevivir y, por otra parte, eran unos animales que estaban adiestrados para no alejarse del lugar donde se los dejaba. La joven nómada seleccionó una parte de sus provisiones, cogiendo las más necesarias y fáciles de transportar. La mayor parte de sus pertenencias eran demasiado pesadas, y las escondió en un lugar seguro para recogerlas a su regreso.
Si es que regresaban, pensó sombríamente.
¿En qué se había metido? Su mente no cesaba de dar vueltas y más vueltas a lo enorme de su misión, y se preguntó si un día no llegaría a tener motivos para arrepentirse de su temeridad.
Cuando regresaron a los acantilados, Tigre Ty los esperaba con visible impaciencia. Inmediatamente ordenó a Espíritu que se levantara, y después ayudó a Wren y a Garth a subir a lomos del gigantesco pájaro y a atarse con las correas de los arneses. Había abrazaderas para los pies, asideros de nudos para las manos y una traba para la cintura, todo ello para garantizar la seguridad de los jinetes. Tigre Ty les explicó con detalle cómo reaccionaría el roc cuando estuviera en el aire y qué efectos les produciría el vuelo. Dio a cada uno un trozo de raíz de sabor amargo para que lo masticaran, indicándoles que así evitarían los mareos.
—Aunque no debería molestar con algo tan insignificante a un par de nómadas veteranos —comentó, esbozando una sonrisa que era peor que su gesto de enfado.
Después subió y se instaló cómodamente delante de ellos, se puso sus gruesos guantes y, sin previo aviso, dio un grito y unas palmadas a Espíritu en el cuello. El gigantesco pájaro respondió con un penetrante graznido, desplegó las alas y se elevó en el aire. Sobrevolaron el borde de los acantilados, descendieron de repente, encontraron una corriente de aire y remontaron hacia el cielo. Wren sintió una presión en el estómago. Cerró los ojos para contrarrestarla y los abrió de nuevo, consciente de que Tigre Ty la miraba por encima del hombro, riendo entre dientes. Le correspondió con una animada sonrisa. Espíritu volaba sobre el Confín Azul sin apenas mover las alas, aprovechando el impulso del viento. A sus espaldas, la costa se hacía cada vez más pequeña y perdía nitidez, y pronto fue solo una delgada línea en el horizonte.
El tiempo pasaba. No veían nada bajo sus pies salvo algunos atolones rocosos y el ocasional chapoteo de algún pez de gran tamaño. Las aves acuáticas revoloteaban y se zambullían, produciendo pequeñas estelas blancas, y las nubes flotaban como bandas de gasa. El océano extendía su vasta y llana superficie azul, veteada de las espumosas crestas de las olas que se dirigían a toda velocidad hacia las distantes costas. Un rato después, Wren logró superar su malestar inicial y serenarse. A Garth le costó bastante más adaptarse. Estaba sentado detrás de Wren, y cuando esta se giró para mirarlo percibió la rigidez en su oscuro rostro y la crispación de sus manos al aferrarse a las correas. La muchacha desvió la mirada para concentrarla en el océano.
Pronto empezó a pensar en Morrowindl y en los elfos. Tigre Ty no parecía propenso a fantasear, y no creía que hubiera exagerado el peligro al que se exponía si se empeñaba en entrar en la isla. Era verdad que estaba decidida a descubrir qué había sido de los elfos, pero también era evidente que su descubrimiento serviría de muy poco si no sobrevivía para hacer algo al respecto. Pero ¿qué podría hacer, suponiendo que los elfos siguiesen todavía en Morrowindl? Si nadie había logrado entrar ni salir de la isla desde hacía diez años, ¿cómo iba a cambiar ella la situación? Fueran cuales fuesen las circunstancias en las que ahora se encontrasen los elfos, ¿por qué iban a hacer lo que Allanon quería que les propusiera? ¿Por qué iban a abandonar aquel lugar y regresar a las Cuatro Tierras?
Obviamente, no tenía respuesta para estas preguntas, y era inútil seguir dándole vueltas. Hasta entonces, había tomado las decisiones basándose solo en su intuición. Así lo había hecho al empezar a investigar sobre los elfos, al buscar a la Víbora en Grimpen Ward y seguir sus instrucciones, y al convencer a Tigre Ty para que los llevara a Morrowindl. No podía menos que preguntarse si en esta ocasión su intuición estaría equivocada. Garth había permanecido junto a ella, casi sin discutir, pero era posible que se comportara así por lealtad o amistad. Podría haber decidido discutir su decisión, pero eso no implicaba que lo hubiese hecho con más sentido común que ella. Recorrió con la mirada la extensión vacía de el Confín Azul y se sintió pequeña y vulnerable. Morrowindl era una isla perdida en el océano, una minúscula porción de tierra en medio de tanta agua. Cuando llegaran a ella, Garth y ella quedarían aislados de todo cuanto les era familiar. No podrían regresar si no contaban con un roc o una lancha, y no podían confiar en que hubiera alguien en la isla dispuesto a ayudarles. Tal vez no quedara ningún elfo. Tal vez solo hubiese monstruos…
Monstruos. Durante un momento se preguntó cómo serían. Tigre Ty no se lo había dicho. ¿Serían tan peligrosos como los umbríos? Eso explicaría la desaparición de los elfos. Supuso que un número suficiente de estos monstruos podría haberlos atrapado, o incluso aniquilado. Pero ¿cómo habían permitido los elfos que ocurriera tal cosa? Y en caso de que los monstruos no los hubieran atrapado, ¿por qué continuaban en Morrowindl? ¿Por qué no habían enviado ni un solo mensajero en busca de ayuda?
¡Había tantas preguntas sin respuesta…! Cerró los ojos y las apartó de su mente.
Era cerca del mediodía cuando sobrevolaron un grupo de pequeñas islas que parecían esmeraldas flotando en el mar, con su vivo color verde destacando contra el fondo azul. Espíritu giró a su alrededor durante un momento según le indicaba Tigre Ty, después descendió hacia la mayor y escogió un estrecho risco cubierto de hierbas para aterrizar. Cuando el enorme pájaro se posó, sus jinetes se desabrocharon las correas de seguridad y desmontaron. Wren y Garth tenían los músculos agarrotados y doloridos, y tardaron un instante en conseguir que sus miembros recuperasen la movilidad. La muchacha se frotó las articulaciones y miró a su alrededor. La isla parecía estar formada por una oscura roca porosa, sobre la cual crecía la vegetación como si se tratara de tierra fértil. Había roca por todas partes, y crujía bajo sus pies al caminar. Wren se agachó y cogió un trozo, descubriendo que era sorprendentemente ligero.
—Lava solidificada —dijo Tigre Ty al ver la expresión de asombro dibujada en la cara de la muchacha—. Todas estas islas forman parte de una cadena volcánica que emergió hace cientos o quizá miles de años. —Hizo una breve pausa y señaló con la mano—. Las islas donde viven los elfos aéreos están situadas al sur. Como podéis comprender, no iremos allí. No quiero que nadie se entere de que voy a llevaros a Morrowindl. No quiero que nadie se entere de la estupidez que estoy haciendo.
Se dirigió hacia un montículo cubierto de hierba y se sentó. Tras quitarse los guantes y las botas, empezó a masajearse los pies.
—En un momento tomaremos algo de comer y de beber —murmuró.
Wren permaneció en silencio. Garth se había echado sobre la hierba con los ojos cerrados. Se sentía satisfecho por poder pisar de nuevo tierra firme. La muchacha dejó en el suelo la piedra que había estado examinando y dio unos pasos para sentarse junto a Tigre Ty.
—Nos has dicho que hay unos monstruos que viven en Morrowindl —empezó la muchacha tras guardar un breve instante de silencio. Una suave brisa le alborotaba el cabello, tapándole la cara—. ¿Qué puedes contarme sobre ellos?
—Los hay de todas clases, Wren —respondió Tigre Ty, clavando sus agudos ojos en la joven nómada—. Grandes y pequeños, de cuatro patas y de dos; unos vuelan, otros reptan y otros caminan erguidos sobre las patas traseras. Unos están recubiertos de pelo, otros de escamas y otros tienen la piel lampiña. Algunos parecen surgidos de nuestras peores pesadillas. Otros, según dicen, no están vivos de verdad. Unos cazan en manadas, mientras que otros excavan guaridas en la tierra y acechan desde allí. —Hizo un gesto de preocupación—. Yo solo he visto uno o dos. De los demás solo he oído descripciones, pero hay muchas clases. —Reflexionó durante un instante—. ¿No te parece raro que haya tantas clases? Además, también es muy extraño que al principio no hubiera ninguno y, de repente, empezasen a aparecer.
—¿Crees que los elfos están relacionados de alguna manera con ellos? —preguntó Wren.
—Supongo que sí —respondió Tigre Ty, frunciendo los labios en un gesto reflexivo—. Imagino que estará relacionado con el hecho de que hayan recuperado la magia y vuelto a las viejas costumbres, pero los pocos con los que he podido hablar se negaban a admitirlo. Eso fue hace unos diez años, tal vez más. Afirmaban que todo se debía a los cambios en la tierra y el clima a causa de la erupción del volcán. Imagínate.
»Así son las cosas, ya sabes —prosiguió Tigre Ty, esbozando una leve sonrisa, como si se disculpara—. Nadie está dispuesto a decir la verdad. Todo el mundo quiere guardar secretos. —Hizo una pausa y se frotó la barbilla—. Por ejemplo, ¿estás tú dispuesta a contarme lo que sucedió en Ala Desplegada? Mientras esperabais a que yo viese vuestra hoguera y me acercase… —Observó el rostro de Wren—. Cojo las cosas al vuelo, porque se me escapan muy pocos detalles. Como el estado en que se encuentra tu amigo, con tantas vendas. Arañado y magullado por una lucha reciente y dura. Tú misma tienes varias marcas. Además, en las rocas había una mancha oscura, producida, sin duda, por un fuego muy intenso. No estaba donde suele encenderse la almenara, y era reciente. Por otra parte, la roca mostraba profundos arañazos en un par de sitios, producidos por armas de hierro, supongo. O por garras.
—Estás en lo cierto… —respondió Wren, esbozando una sonrisa a su pesar y mirando al jinete alado con evidente admiración—. Eres muy observador, Tigre Ty. Hubo una lucha, en efecto. Alguien nos estuvo siguiendo durante semanas, un ser al que llamábamos nuestra «sombra». —Al instante vio una expresión de reconocimiento en sus ojos—. Nos atacó en cuanto encendimos la hoguera, pero conseguimos acabar con su vida.
—¿Es posible? —preguntó el elfo, respirando profundamente por la nariz—. ¿Vosotros dos solos pudisteis destruir a un umbrío? Conozco un poco a los umbríos. Se necesita algo especial para destruirlos. Fuego, tal vez. La clase de fuego que procede de la magia élfica. Eso explicaría la quemadura de la roca, ¿no es cierto?
—Tal vez —respondió la muchacha nómada, asintiendo con la cabeza.
—Eres igual que los demás Ohmsford, ¿no es así, Wren? —preguntó el elfo, inclinándose hacia delante—. También tienes magia.
Había pronunciado estas palabras con voz suave y en tono especulativo, con una curiosidad nueva reflejada en sus ojos. Volvía a acertar, por supuesto. Ella tenía magia. Desde que lo había descubierto se había esforzado por no pensar en ello, porque de lo contrario hubiera tenido que admitir las responsabilidades que conllevaba su posesión y su uso. Continuaba diciéndose a sí misma que las piedras élficas no le pertenecían, que era una mera depositaria y, además, involuntaria. Sí, habían salvado la vida de Garth y también la suya propia, por lo que se sentía agradecida. Pero su magia era peligrosa. Todo el mundo lo sabía. Ella había sido adiestrada durante toda su vida para valerse por sí misma, para confiar en su instinto y en su destreza, y también para recordar que la supervivencia dependía principalmente de las habilidades y el pensamiento propios. No estaba dispuesta, ni predispuesta, a sacrificar esos principios en aras de la magia élfica.
Tigre Ty seguía mirándola, esperando su respuesta. Wren sostuvo su mirada y permaneció en silencio.
—Bien —dijo el jinete alado, rompiendo el silencio y haciendo un gesto de indiferencia, como si de repente hubiera perdido todo interés en el asunto—. Ya es hora de que comamos algo.
La isla estaba llena de árboles frutales, que les brindaron una comida satisfactoria. Luego bebieron agua fresca de un arroyo que encontraron tierra adentro. Crecían flores por todas partes (buganvillas, adelfas, hibiscos, orquídeas y otras muchas), frondosos arbustos floridos cuyos luminosos colores resaltaban sobre el verde, y el aire estaba impregnado de sus aromas. Había palmeras, acacias, higueras y una planta llamada ginkgo. Extraños pájaros estaban posados en las ramas de las espinosas zarzas, exhibiendo el arco iris de su plumaje. Mientras caminaban, Tigre Ty describía todo lo que encontraban a su paso, señalando, identificando y explicando. Wren miraba a su alrededor con asombro, sin permitir que su vista se fijase en ningún sitio más que unos segundos para no perderse detalle. Nunca había visto tanta belleza, tal profusión de maravillas naturales. Resultaba casi abrumadora.
—¿Se parece Morrowindl a esto? —preguntó la muchacha nómada a Tigre Ty.
—En otra época sí se parecía —respondió escuetamente el elfo aéreo, dirigiendo a Wren una rápida mirada.
Poco después volvieron a subir a lomos de Espíritu y reanudaron el vuelo. En esta ocasión no les resultó tan incómodo, e incluso parecía que Garth había encontrado la manera de soportar mejor el viaje. Se dirigieron al noroeste, desviándose de la trayectoria del sol. Había otras islas, pequeñas y en su mayoría rocosas, aunque en todas había algo de vegetación. El aire era cálido y les adormilaba; el sol ardía en un cielo sin nubes e iluminaba con fuerza el Confín Azul, haciéndolo destellar. Vieron unos enormes animales marinos, a los que Tigre Ty denominó ballenas y que según él eran las criaturas más grandes que habitaban en el océano. Se veían aves de todos los tamaños y formas. Había peces que nadaban en grupos numerosos, formando bancos, y saltaban del agua en formación, arqueando sus cuerpos plateados bajo el sol. El vuelo se convirtió en una fascinante experiencia de aprendizaje para la muchacha nómada, que se sumergió en las lecciones.
—¡Nunca había visto nada parecido! —le gritó con entusiasmo a Tigre Ty.
—Pues espera a que lleguemos a Morrowindl.
A media tarde descendieron por segunda vez del roc para hacer un breve descanso; escogieron una isla con anchas playas de arena blanca y ensenadas tan poco profundas que el agua adquiría un color turquesa claro. Wren se dio cuenta de que Espíritu llevaba todo el día sin comer, y preguntó al respecto. Tigre Ty explicó que el roc comía carne que él mismo cazaba. Solamente necesitaba alimentarse una vez cada siete días.
—El roc es un pájaro del todo autosuficiente —manifestó el jinete alado con evidente admiración hacia el animal—. Solo necesita que se le permita actuar por su cuenta. Desde luego, es mucho más de lo que puede decirse de la mayoría de gente.
Continuaron el viaje en silencio. Tanto Wren como Garth empezaban a mostrar signos de cansancio. Sus articulaciones estaban rígidas por haber mantenido la misma postura durante todo el día, estaban doloridos por el continuo balanceo y además sentían fuertes calambres en los dedos de las manos por permanecer agarrados durante tanto tiempo a los asideros. Las aguas de el Confín Azul se desplazaban ordenadamente en una incesante procesión de olas. Hacía tiempo que habían perdido de vista el continente, y el océano parecía extenderse hasta el infinito. La joven nómada se sentía empequeñecida, reducida a algo tan insignificante que corría peligro de desaparecer. Su sensación de aislamiento se había ido incrementado con el transcurso de las horas, y de pronto se preguntó por primera vez si algún día volvería a su tierra.
Cerca del ocaso avistaron Morrowindl. El sol había descendido hasta el borde del horizonte, y su luz se había suavizado, cambiando del blanco al naranja pálido. Una franja púrpura y plata se entrelazaba con una larga línea de nubes de formas extrañas, que desfilaban por el cielo como insólitos animales. Perfilándose contra este panorama se dibujaba la isla, oscura, cubierta de bruma y repulsiva. Era mucho mayor que las que habían visto hasta entonces, y se elevaba como un muro a medida que se aproximaban. El Killeshan dirigía su dentada boca hacia el cielo, exhalando vapor desde las profundidades de su garganta. Sus laderas descendían hasta sumergirse en una densa capa de niebla y cenizas, desaparecían bajo esta y emergían en una costa formada por salientes rocosos y escabrosos acantilados. Las olas rompían contra las piedras, tornándose en blanca espuma que salpicaba hacia lo alto.
Espíritu se acercaba a la isla, descendiendo hacia el sudario ceniciento. Un fuerte hedor impregnaba el aire, el olor del sulfuro salido de las entrañas de la tierra, donde el fuego del volcán convertía la roca en ceniza. A través de las nubes y la bruma pudieron ver valles y cordilleras, gargantas y desfiladeros, todos densamente arbolados, con la apariencia de una sofocante jungla. Tigre Ty miró hacia atrás por encima del hombro, haciendo señas. Iban a rodear la isla. Guiado por el jinete, Espíritu viró a la derecha. El extremo norte de la isla estaba bajo una lluvia torrencial, un monzón que lo inundaba todo, formando gigantescas cataratas que se despeñaban por precipicios de centenares de metros de altura. Al oeste, la isla era tan árida como un desierto, toda cubierta de lava solidificada excepto en algunos lugares donde crecían arbustos de vistosas flores y árboles nudosos y atrofiados, retorcidos por el viento. Al sur y al este, la isla era una masa de playas de arenas negras y singulares formaciones rocosas que entraban en contacto con las aguas del Confín Azul antes de ascender hasta desaparecer en medio de la selva y la bruma.
La joven nómada contemplaba con recelo Morrowindl. Era un lugar amenazador e inhóspito, y presentaba un fuerte contraste con las islas que habían visto durante el viaje. Diversos frentes climáticos chocaban y se repelían. Cada lado de la isla ofrecía unas condiciones atmosféricas completamente distintas. El conjunto era sombrío y nuboso, como si el Killeshan fuera un demonio que exhalara fuego y se hubiese envuelto en el manto de su propio y sofocante hálito.
Tigre Ty hizo que Espíritu virara por última vez y lo dirigió a tierra. El roc se posó con cautela en el límite de una amplia playa de arena negra, clavando las garras en la roca volcánica triturada y plegando las alas con manifiesto disgusto. El gigantesco pájaro se volvió hacia la jungla, fijando en la niebla sus penetrantes ojos.
Tigre Ty les ordenó que desmontaran y, tras desabrocharse las correas, se deslizaron hasta pisar la playa. Wren miró tierra adentro. La isla se alzaba ante ella, formada por protuberancias rocosas sobre las que crecía una abundante vegetación cubierta por la niebla. Ya no se veía el sol, y las sombras y la penumbra lo cubrían todo.
—Supongo que te mantienes firme en tu decisión, ¿no es así? —preguntó a Wren el jinete alado, volviéndose hacia ella—. ¿Sigues tan empeñada como antes?
La muchacha nómada se limitó a responder a Tigre Ty asintiendo con la cabeza, temerosa de manifestar sus dudas al hablar.
—Entonces, escucha. Y piensa que aún estás a tiempo de cambiar de opinión. Te he mostrado los cuatro lados de Morrowindl por una razón. En el norte llueve sin cesar, todos los días y a todas horas, a veces con fuerza y otras en forma de llovizna. Pero hay agua por todas partes. Hay pantanos y estanques, cataratas y cascadas. Es preciso saber nadar para recorrer la región. Por otra parte, hay madrigueras con seres acechando permanentemente, dispuestos a abatir a cualquiera que se ponga a su alcance.
»El oeste está desierto —prosiguió Tigre Ty, haciendo un gesto con la mano—. Ya lo has visto. No es más que un descampado caluroso, seco y árido. Supongo que creerás que podrías atravesarlo y alcanzar la cima de la montaña. Pero no conseguirás andar ni un kilómetro sin toparte con las criaturas que viven bajo la roca. No tendrás oportunidad de verlas, porque acabarán contigo en un abrir y cerrar de ojos. Las hay a miles, de todos los tamaños y formas, en su mayoría provistas de un veneno que produce una muerte rápida. No hay modo de pasar por allí.
»Nos queda el sur y el este, que son muy similares —prosiguió el jinete alado, frunciendo el ceño, y las arrugas de su rostro se acentuaron aún más—. Roca, selva, cenizas e innumerables criaturas desagradables. Cuando salgáis de esta playa, no estaréis seguros hasta que regreséis a ella. Ya te he dicho que la isla es una trampa mortal, pero te lo repetiré una vez más por si no me hubieras oído.
»Wren —prosiguió en voz baja Tigre Ty—. No sigas adelante. No tienes ninguna posibilidad.
—Garth y yo cuidaremos uno del otro —respondió la muchacha, acercándose por un impulso al elfo aéreo y estrechando sus nudosas y fuertes manos—. Hace mucho tiempo que nos cuidamos mutuamente.
—No será suficiente —dijo Tigre Ty, con un gesto de preocupación.
—¿Hasta dónde tendremos que llegar para encontrar a los elfos? —le preguntó Wren, aumentando la presión de sus manos—. ¿Puedes darnos alguna pista?
—Su capital, si todavía sigue en el mismo sitio, está en la ladera de la montaña, en un entrante protegido de las corrientes de lava —respondió el elfo aéreo, liberando sus manos de las de Wren y señalando hacia el interior de la isla—. La mayor parte de las montañas descienden hacia el este, y algunas pasan por el interior de la roca hasta el mar. Debe de estar a unos cuarenta kilómetros de distancia. No puedo darte más datos. En diez años cambian muchas cosas.
—Encontraremos el camino —contestó la muchacha.
Respiró profundamente para tranquilizarse, consciente de sus escasas posibilidades de éxito, y dirigió a Garth una mirada inquisitiva. El gigante le respondió con un gesto indescifrable. Después se volvió hacia Tigre Ty.
—Necesito pedirte algo más. ¿Podrías venir a recogernos? ¿Nos darás tiempo suficiente para que podamos concluir la búsqueda y regresar aquí?
—Vendré, Wren —le prometió Tigre Ty, y cruzó los brazos. Su cara reflejaba una profunda tristeza y reproche a la vez—. Os daré tres semanas de plazo. Tendréis tiempo para investigar y regresar. Después vendré una vez a la semana durante el mes siguiente. —Hizo un gesto de disgusto—. Pero mucho me temo que será una pérdida de tiempo. No regresaréis. No volveré a veros nunca más.
—Lo conseguiré, Tigre Ty —respondió Wren, esbozando una sonrisa tranquilizadora.
—Solo hay un modo de hacerlo —dijo el jinete alado, entrecerrando los ojos—: ser más astuto y más fuerte que cualquiera que te salga al paso. Y… —La señaló con un huesudo dedo— estar mejor preparada para usar la magia.
Se dio media vuelta de repente y se dirigió hacia donde esperaba Espíritu. Sin detenerse, montó sobre el gigantesco pájaro, se ató las correas y se acomodó. Cuando acabó, volvió a mirarlos.
—No intentéis entrar de noche —les advirtió—. El primer día, al menos, viajad con la luz del día. Cuando escaléis el Killeshan, manteneos a la izquierda del cráter. —Levantó las manos—. ¡Por todos los demonios, estáis haciendo una completa locura!
—¡No te olvides de nosotros, Tigre Ty! —gritó Wren.
El jinete alado la miró durante un breve instante con expresión ceñuda, e inmediatamente dio un ligero golpe con los talones a Espíritu. El roc se elevó en el aire con las alas extendidas contra el viento, ganó altura lentamente y viró hacia el sur. En unos segundos, el gigantesco pájaro se había convertido en una diminuta mancha en la luz menguante.
Wren y Garth se quedaron de pie, silenciosos, en la playa desierta, siguiendo la mancha con la vista hasta que desapareció por completo.