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—A ver, Víctor, ¿qué tripa se te ha roto?
El señor Martínez estaba repantingado en un gastado sillón de cuero negro, tras una mesa atestada de papeles. A un lado había un viejo ordenador encendido. En la pared colgaba un calendario de propaganda de Ryanair, con varias azafatas posando en biquini ante un avión. Un ventilador situado sobre un archivador metálico verde giraba perezosamente.
Martínez tenía aspecto de jubilado. Andaba por los sesenta años y era de mediana estatura y pelo cano. Vestía una camisa de manga corta, pantalón gris y mocasines negros no muy limpios.
—Necesito tres semanas más —dijo el Chiquitín. Estaba sentado en el borde de una silla que parecía demasiado pequeña para su corpachón. Tenía las grandes manos apoyadas en las rodillas, en la postura de un luchador de sumo, y su respiración era tan audible como el fuelle de una fragua—. Tres semanas, y se lo devuelvo con intereses.
Martínez se caló unas gafas de lectura y hojeó los papeles que tenía delante.
—Víctor Jiménez Giráldez. Veintidós mil euros —leyó con calma—… Avalistas: Pedro Jiménez Luengo y Manuela Giráldez Navas… Calle Tembleque, número cincuenta y dos bis, tercero F… Ochenta metros cuadrados… Vencimiento: 13 de julio.
Se quitó las gafas y levantó la vista. No había rastro de compasión en sus ojos claros.
—Está todo correcto. No veo por qué tendría que darte más tiempo. ¿Qué ganaría yo con eso?
El gigante se limpió el sudor de la frente con la mano derecha y volvió a posarla sobre la rodilla.
—Le pagaré el doble, se lo juro.
Martínez colocó las gafas sobre el expediente:
—Mira, yo no soy una ONG. Tú pediste un préstamo exprés y aceptaste unas condiciones. Dijiste que me lo devolverías en seis meses, y que en el caso de que no lo hicieras podría quedarme con el piso de tus padres. Ahora vienes con que si te amplío el plazo me pagarás el doble. Me parece una informalidad, y no me gustan los informales. Pero dices que me devolverás cuarenta y cuatro mil euros. Vale; por una vez, podemos estudiarlo. ¿Qué me ofreces como aval?
El Chiquitín tragó saliva:
—Tengo un puesto en el mercado. Está alquilado, pero da para ir tirando. Durante las tres semanas, le puedo dar todos los beneficios. Y también puedo trabajar para usted. Le hago lo que quiera.
—Ya. Y me la chuparás cuando te lo pida, ¿no?
El Chiquitín volvió a pasarse la mano por la frente.
—Te he hecho una pregunta. —Martínez lo miraba con dureza—. Durante esas tres semanas, ¿me la chuparás cuando te lo pida?
El Chiquitín tenía los ojos empañados.
—¿Eh? —apremió Martínez.
—… Sí.
—Me la chuparías, claro que me la chuparías. El problema es que yo no necesito que me la chupes. ¿Has visto a mi secretaria, la rubita esa que está en la puerta? Tiene veintidós años, es licenciada en Económicas, habla inglés y me la chupa cuando yo quiero, un día sí y otro también. A veces la llamo cuando está con su novio, sólo por joder, y le digo que venga a chupármela. Y le cuenta al novio una milonga y se presenta aquí en un pispás. Le digo que se ponga en bolas y se pone en bolas, y te juro que es algo digno de ver. Y yo se la meto por el agujero que me apetece. Y todo eso, su trabajo y lo demás, me cuesta mil quinientos euros al mes. Dime, ¿por qué iba yo a querer que me la chuparas tú? ¿Acaso crees que soy maricón?
—… No.
—Pues eso. ¿Para qué crees que querría yo un puesto en el mercado, eh? ¿Acaso piensas que soy un tendero? ¿Y para qué iba yo a querer que un tipo como tú trabajara para mí? Mírate. No hay más que oírte respirar. No aguantarías ni una carrera de cincuenta metros sin reventar como un sapo. Encima, no tienes carácter: te ponen cerca un gramo de coca o una timba de póker y estás perdido. —Su tono era ahora el de un abuelo compasivo—. No eres de fiar, Víctor.
Una lágrima resbaló por la mejilla del Chiquitín.
—Dentro de tres semanas tendré doscientos mil euros —dijo.
En los ojos de Martínez brilló un destello de codicia.
—¿Y de dónde los vas a sacar?
—Tengo un trabajo.
—¿Un trabajo de tres semanas por el que te pagan doscientos mil euros? ¡Joder, sí que es un buen trabajo! ¿Qué vas a hacer, Víctor? ¿Vas a asesinar al presidente de los Estados Unidos?
El Chiquitín permaneció callado, con la cabeza baja.
—A ver. Me pides tres semanas, pero no tienes avales y no quieres contarme cómo vas a conseguir la pasta. No voy a perder más tiempo contigo. Ahora mismo empezamos a ejecutar la deuda.
—Es un palo —dijo Víctor.
—¿Un palo?
—Vamos a limpiar un banco.
—¿Vamos? ¿Tú y quién más?
El Chiquitín permaneció mudo, mirando al suelo.
—¿Cómo voy a avalarte una operación si no sé en qué consiste, eh? Este negocio se basa en la confianza, y tú me estás demostrando que no confías en mí. Entonces, ¿por qué voy yo a confiar en ti?
—Voy a hacerlo con unos amigos.
—¿Y están también locos, como tú? En los bancos ya no hay dinero, Víctor. Sólo hay ordenadores.
—En éste sí hay dinero.
—¿Ah, sí? ¿Qué banco vais a limpiar?
—Un banco de Marruecos.
—¡Un banco de Marruecos! —Martínez elevó los brazos al cielo—. ¡De Marruecos, nada menos! ¿Y cómo vais a cambiar la moneda, Víctor? ¿Habéis pensado en eso?
—No es moneda, son joyas.
—¡Ah! ¿Y a quién se las vais a vender? ¿Lo habéis pensado ya?
—No hay que venderlas. Es un encargo. Entregamos las joyas y nos dan doscientos mil a cada uno. Por eso le garantizo que usted tendrá sus cuarenta y cuatro mil euros. Es un buen negocio para usted, sólo por esperar tres semanas.
—Ay, Víctor, Víctor, qué inocente eres. Cuarenta y cuatro mil euros de dinero sucio no son lo mismo que cuarenta y cuatro mil de dinero limpio, ¿comprendes? Yo correría un riesgo enorme si aceptara un dinero procedente de un golpe. Imagínate que os pillan. «¿Y dónde está el dinero que falta?», te preguntaría la policía. «¡Oh, se lo di al señor Martínez!», dirías tú. Y ya tengo yo a la poli en la chepa. No, no. Es una operación demasiado arriesgada, y el riesgo cuesta dinero. El precio son cien mil euros. Tres semanas por cien mil euros.
—¡Pero si la deuda es de veintidós mil! Eso es… Uno, dos, tres, cuatro, ¡cinco veces la deuda!
Martínez abrió los brazos, con las palmas hacia arriba:
—¿Qué quieres que te diga, Víctor? Es lo que hay. Son negocios. Lo tomas o lo dejas. Te aseguro que si lo dejas —le dedicó una sonrisa beatífica—, no le diré a la policía absolutamente nada de ese golpe que preparáis en Marruecos.
El Chiquitín lo miró con la boca abierta; como si, con un pase de magia, hubieran hecho aparecer y desaparecer un elefante ante sus ojos.