2

Tras acompañar al Guapo hasta el ascensor, el hombre volvió a su despacho. Con gesto agobiado, se aflojó la corbata y extrajo una botella de agua mineral de un pequeño frigorífico, la destapó y dio un largo trago. Suspiró y se dirigió hacia una puerta del fondo, llamó con los nudillos y esperó hasta que una voz masculina le indicó que entrara.

Un joven de tez morena, alto y delgado, estaba sentado a la mesa de un pequeño despacho sin ventanas. Vestía una camisa blanca con los puños abrochados, sin corbata. La única luz provenía de un flexo que iluminaba lo que parecía un antiguo reproductor de CD conectado a un iPad.

—¿Qué te ha dicho de camino al ascensor? —preguntó en francés.

—Lo mismo que aquí —respondió también en francés el Joyero mientras tomaba asiento en una de las sillas de visita y se quitaba las gafas—, que se lo pensará. —Se frotó el puente de la nariz enrojecido—. En tres días sabremos si se apunta o no.

—Aceptará antes de tres días. Dos millones son una tentación demasiado grande para un tipo como él.

—Dice que si acepta llevará con él a seis más.

El joven se encogió de hombros.

—Ya lo he oído. Eso no es un problema. Al contrario, nos ayudará a pasar inadvertidos. Alquilaremos uno de esos autobuses pequeños que él dice y lo acondicionaremos como pide.

—Entonces, ¿se reunirá con él el jueves?

El otro asintió.

—Pásame la dirección de ese bar.