Capítulo 37
A las ocho y media de la noche en la víspera de Año Nuevo Ed Eagle tocó el timbre de Bárbara Kennerly. Ella lo recibió con un vestido al que él calificó de sensacional; era negro, ajustado, y dejaba a la vista una placentera porción de sus senos y del tatuaje. Una gargantilla de diamantes le circundaba el cuello.
—Estás hermosa —dictaminó.
—Tú también —dijo ella con un beso—. Me encantan los hombres en traje de etiqueta. ¿Quieres tomar un trago antes de salir?
—Será mejor que vayamos saliendo —dijo Eagle—. Creo que nuestros huéspedes tienen intención de comer a las nueve.
Bárbara sacó a relucir un largo abrigo de visón y Ed la ayudó a ponérselo.
—¿Herencia de tu matrimonio, también? —preguntó.
—Ya te dije que mi marido era un hombre generoso. Además, tenía un hermano en el negocio de las pieles.
Él le abrió la puerta para que pasara.
—Ciérrala y no te preocupes, se traba sola —explicó Bárbara.
Ella cruzó la puerta y, cuando empezaba a bajar la escalera, Eagle buscó el cerrojo de seguridad y lo colocó. Cerró la puerta con firmeza y siguió a Bárbara por la escalera.
—Dime algo sobre esa gente —pidió Bárbara, mientras él ponía en marcha el motor del auto.
—Tom y Susan Taylor —informó Eagle—. El también es abogado, pero en materia civil; me manda mucho trabajo. Susan es escultora; creo que le va bastante bien. No sé a quiénes habrán invitado, pero seguramente serán una multitud. Hacen esto todas las vísperas de Año Nuevo.
—¿Me gustarán?
—A mí me gustan; veremos si te gustan a ti.
Condujo por Camino del Monte Sol y dobló en el patio de entrada de una casa de adobe. En la puerta los recibieron los Taylor y Ed Eagle hizo las presentaciones.
—Tenías razón —dijo Bárbara—. Hay una multitud. Oh, mi Dios, ahí está ese astro del cine... ¿Cómo se llamaba?
—Es él —confirmó Eagle—. ¿Quieres conocerlo?
—Por supuesto.
Eagle le presentó al hombre y alivió a un camarero del peso de dos copas de champaña.
Después de un suntuoso bufé, hubo música bailable a cargo de una pequeña orquesta y Ed se sintió agradecido cuando el astro pidió a Bárbara que bailara con él.
—Buena coordinación —le dijo al hombre—. En este momento tengo que ir al baño.
—Tómese su tiempo —repuso el actor, y Bárbara rió.
Eagle dejó el salón, luego salió de la casa por una puerta lateral. Subió a su auto y condujo tan rápidamente como se atrevió, teniendo en cuenta que los policías estaban más atentos que nunca por ser víspera de Año Nuevo. Estacionó frente al edificio de Bárbara y entró en el departamento. Ella había dejado una luz prendida y Ed bajó las persianas de las ventanas del living.
No sabía muy bien lo que estaba buscando, pero enseguida encontró algo interesante. Al registrar los cajones de la cómoda del dormitorio, se topó con un revólver Smith & Wesson chato calibre 38, apropiado para disparos a poca distancia. Revisó el cilindro y comprobó que estaba cargado. Limpió el arma y la colocó de nuevo en su lugar exacto.
Había un increíble montón de alhajas en otro cajón. Eran joyas muy buenas y en una cantidad que él no hubiera imaginado. Pensó que ella debería tener una caja de seguridad. Siguió con el registro del departamento, controlando cada cajón y cada armario; incluso inspeccionó la cocina en profundidad. Además del arma y del inesperado caudal de joyas, no había nada que resultara insólito en el departamento de una mujer sola. En el botiquín del baño había un diafragma, pero eso ya lo sabía.
Los libros de la biblioteca eran casi todos novelas populares y volúmenes de arte, algunos comprados obviamente en el lugar, tales como Santa Fe Style, la biblia del diseño del sudoeste que podía encontrarse en todas las mesas ratonas de la ciudad, si no del país. Otro libro llamó su atención, en este caso porque parecía extrañamente fuera de lugar. Su título era Beautiful Girlhood[6] y el estilo de la cubierta lo ubicaba en otra época. Abrió el volumen y leyó los títulos de los capítulos; parecía ser una guía para conservar la virginidad. En la primera página figuraba el nombre de Leah Schlemmer escrito a mano. Pensó que debía haber pertenecido a la madre.
Cuando estaba a punto de devolver el libro a su sitio, sus dedos tocaron algo que sobresalía de entre las páginas. Abrió de nuevo el volumen en una página donde habían colocado dos fragmentos de una vieja fotografía. Aparentemente, había sido rasgada por la mitad, pero cuando trató de ensamblar los dos pedazos no pudo hacerlo. Cada uno representaba a una niña y, a juzgar por la mano que descansaba en el hombro de una de ellas, en cierto momento debía haber habido otra entre las dos. Los peinados y la ropa parecían datar la fotografía en el final de la década del sesenta. Las dos niñas podrían haber sido mellizas; no se sabía quién era Bárbara. Eagle colocó la fotografía en el libro y devolvió el libro a su estante.
Se quedó parado en medio del living y trató de pensar en otro elemento que le diera alguna información sobre Bárbara. No había nada. No había cuadros en la pared, como la misma Bárbara había mencionado, y los muebles parecían recién salidos del altillo del propietario.
Levantó las persianas, abrió la puerta, ajustó el pestillo de seguridad y cerró detrás de él. Condujo con rapidez hacia la casa de los Taylor, entró por la puerta lateral y regresó a la reunión.
—Aquí estás —dijo Bárbara cuando se sentó junto a ella sobre un almohadón frente al fuego.
—Aquí estoy —confirmó Eagle—. Me atraparon en una discusión en la cocina.
La esposa del actor de cine había vuelto y pareció aliviada al ver a Eagle.
—Me dijeron que usted representa a Wolf Willett —dijo el actor—. Lo conozco muy poco, hice una aparición breve en una de las primeras películas de Jack Tinney. ¿Lo piensa sacar en libertad?
—Espero no tener que hacerlo —dijo Eagle en tono confidencial—. Wolf es un hombre inocente y no tendría que ir ajuicio. Si la policía hubiera trabajado bien, ya habría encontrado al verdadero asesino.
—Me alegro de escuchar esto —dijo el hombre—. Wolf siempre me cayó bien. —Se volvió hacia Bárbara—. Usted se parece mucho a Julia —agregó.
Las cejas de ella se elevaron.
—¿En serio?
—Podrían haber sido hermanas.
Eagle los interrumpió.
—Es un gran elogio —le dijo a Bárbara—. Julia era una mujer espléndida.
—Gracias, bondadoso señor —apreció Bárbara ante el actor de cine.
En eso se interrumpió la música y se escuchó un redoblar de tambores.
—Damas y caballeros, queridos amigos —dijo el dueño de casa—. ¡Feliz Año Nuevo!
Todos cantaron Auld Lang Syne y se besaron. Eagle se sintió un poco celoso debido a la actitud de Bárbara con respecto al otro hombre, pero qué demonios, el tipo era una estrella de cine.
Bárbara besó a Eagle con mayor avidez aun, luego levantó su copa y lo miró a los ojos.
—Por el Año Nuevo —brindó—, y por nuevos comienzos.
Eagle también levantó su copa.
—Por nuevos comienzos —dijo. Tenía el presentimiento de que los nuevos comienzos durarían poco y deseó estar equivocado. Ella había bebido mucho; le haría algunas preguntas más tarde.