Capítulo 16

Una forma oscura parecía flotar en el horizonte. Wolf la señaló.

—¿Ves aquello? ¿Esa roca grande a la distancia?

—¿Qué roca?

—Allá.

—Oh, sí. No parece tan grande.

—Es porque estamos a sesenta kilómetros. Espera unos minutos.

Hacía tres cuartos de hora que volaban al noroeste de Santa Fe, en dirección a Four Corners, el lugar donde se unían Nueva México, Arizona, Colorado y Utah. Detrás estaba Chaco Canyon, con sus antiguas ruinas nevadas, inmóviles bajo el sol invernal.

—Eso es Ship Rock —informó Wolf—. Se llama así porque los pobladores que venían en carretas pensaron que parecía un gran barco en plena navegación.

—Ahora se la ve impresionante —dijo Jane, entrecerrando los ojos—. ¿A qué altura está?

Wolf echó una mirada al mapa aeronáutico que tenía sobre las rodillas.

—A unos setecientos metros sobre el terreno circundante.

—Se hace cada vez más grande a medida que nos acercamos.

Pasaron la roca, volaron hacia el oeste sobre altos cerros bordeados por pequeños cañones, y luego sobre una ancha llanura.

—¿Qué es lo que se ve allí adelante? —preguntó Jane.

—Lo sabrás en pocos minutos —contestó Wolf. Señaló hacia abajo, hacia una estructura circular—. Mira eso, es una vivienda de los navajos.

—¿Todavía viven en esas casas?

—Al lado hay una construcción más moderna, pero las llamadas hogans todavía se utilizan.

Wolf reajustó el selector de altitud en el piloto automático y el avión empezó a bajar.

—¿Vamos a aterrizar?

—No del todo. Sólo vamos a volar bajo por un rato. —Transcurrieron otros diez minutos.

Jane distinguió la formación que se desplegaba ante ellos.

—¡Ya sé lo que es! —exclamó, deleitada—. Lo vi infinidad de veces, en cien películas, en la mayoría de las de John Ford.

En el horizonte se destacó Monument Valley. Y pronto estuvieron a quinientos pies sobre el valle, volando entre las antiguas torres de piedra arenisca roja.

Jane estaba muy atareada con su cámara.

—¡Esto es fantástico! ¡Qué espectáculo!

Los parches de nieve coronando los monumentos con manchones blancos cubrían el terreno hasta donde la mirada podía llegar.

—A menudo me pregunto qué habrán sentido los primeros pobladores al ver este lugar —comentó Wolf.

—Tiene algo de místico, como una catedral —opinó Jane—. Nunca vi nada tan hermoso.

Wolf introdujo el avión entre los monumentos durante otro cuarto de hora, luego giró hacia el sudoeste y se elevó a diez mil quinientos pies.

—¡Huy! ¿Y ahora hacia adonde?

—Hacia un lugar que también reconocerás.

Media hora más tarde, Wolf señaló un gran lago, a partir del cual salía una angosta hendidura en la roca.

—¿Reconoces eso?

—No. ¿Qué es?

—Espera y verás. —Se dirigió hacia el sur sobrevolando la angosta garganta, que a partir de ahí empezó a ensancharse.

—Creo que adivino —dijo Jane—. Está empezando a resultarme familiar, pero todavía es demasiado pequeño.

Ante ellos se abrió el Gran Cañón del Colorado. A medida que el avión avanzaba por sobre su borde septentrional, parecía como si el fondo se hubiera precipitado fuera del mundo. El sol tardío del crepúsculo golpeaba las mesetas y los valles de la enorme garganta, proyectando sombras larguísimas y tiñendo la tierra de rojo.

—Yo creía que no se podía volar sobre el Gran Cañón —comentó Jane mientras sacaba fotos a diestra y siniestra.

—Sólo en ciertas zonas, y allí es donde estamos. Antes se podía volar dentro del cañón, hasta que una vez un helicóptero y un avión de paseo chocaron. A partir de entonces cambiaron las normas.

Llegaron al borde sur; Wolf giró de nuevo hacia el este y miró el aeropuerto recordando la última vez que había estado allí.

Jane le leyó la mente.

—Ahí estabas cuando... —su voz se desvaneció.

—No exactamente —dijo Wolf—. Estaba en la casa; al menos, eso creo. —Comenzó a contar la historia de nuevo. Ya tenía más práctica y el relato le hacía menos daño.

Cuando terminó, Jane se mantuvo en silencio unos instantes.

—Bueno —habló por fin—, suena como si me dijeras que puedes haber matado a Jack y a tu esposa.

—No lo sé —dijo él, francamente.

—Se supone que todo el mundo es capaz de matar —replicó Jane—, pero no puedo creer que tú hayas tenido algo que ver con eso.

—Me alegro de que pienses así —suspiró Wolf.

—Tiene que haber otra explicación.

—Ojalá.

Volaron hacia Santa Fe en silencio.