Capítulo 30

Wolf y Ed Eagle abandonaron la cárcel del condado de Santa Fe luego de que el primero hubo recogido las pertenencias que le habían sido confiscadas la noche anterior. Subieron al enorme BMW de Eagle y el abogado sacó una afeitadora eléctrica de la guantera.

—Supongo que te gustaría desayunar —dijo Ed, al tiempo que se mezclaban con los demás autos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Wolf mientras controlaba su afeitada en el espejo de la visera.

—La mayor parte de la gente debe pasar más de una noche en nuestra jaula local antes de decidirse a aceptar la comida.

—Tienes razón —dijo Wolf con tono convencido—. ¿Sabes lo que nos dieron esta mañana?

—Polenta, porotos, tocino graso y gelatina verde.

—¿Cómo lo sabes?

—Han estado sirviendo el mismo desayuno durante más tiempo del que se puede recordar. Eso sí, cambian el color de la gelatina para el almuerzo y la cena.

Eagle dobló por Guadalupe Street, siguió adelante unas cuadras, encontró por fin una playa de estacionamiento. Hizo cruzar la calle a Wolf y entraron al Zia Café, donde le ordenó un copioso desayuno.

Wolf se abalanzó sobre la comida.

—¡Por Dios, esto sí es bueno!

—A la salida, la primera comida siempre lo es. Lamento que hayas tenido que pasar por esto, pero ni aun estando yo aquí podría haberlo evitado. Querían tener algo contra ti y lo consiguieron, aunque saben que quizás no les sirva. Es una suerte que ese tipo Carreras esté en el caso. Es un chapucero, lo cual me facilita la tarea.

—Es increíble que se haya olvidado de exhibir la orden de arresto.

—Sí. Hacer que vuelvan a arrestar a mi cliente es una de mis tácticas favoritas para atascarlos, pero en este caso no quería apoyarme en un tecnicismo. Si vamos a juicio, es probable que tengamos al mismo juez y no quiero enojarlo.

—Me sorprendió que no anulara los cargos cuando llegaste a ese punto —dijo Wolf con un trozo de salchicha en la boca.

—No quiso hacer quedar mal al fiscal. Pero te digo: si, en un juicio, eso hubiera sido todo lo que tenían, te habrías ido sin siquiera tener que presentarte ante el jurado.

—¿Ahora habrá un proceso?

—Es probable, pero esperarán hasta cuando consideren que tienen un caso más fundamentado. Supongo que Carreras promovió el arresto para poder meterte en la cárcel.

—Ahora entiendo por qué la gente confiesa ser culpable de crímenes que no cometió. La sola experiencia de estar allí encerrado te desmoraliza tanto que quedas en una tremenda desventaja frente a la policía.

—¿Se mandaron el teatro del policía malo y el policía bueno?

—Sí, y resultó efectiva. Me llevó unos minutos darme cuenta de lo que estaba pasando.

—Veo que tienes a Jane Deering de nuevo en escena.

—Mira, Ed, no estoy haciendo ostentación de su presencia. Ella y su hija están aquí por ser Navidad, nada más.

—Está bien, pero nada de lugares públicos o cenas en Santacafé, ¿me entiendes?

—De acuerdo.

Wolf terminó su gigantesco desayuno y se marcharon.

—Otra cosa —agregó Eagle mientras doblaba hacia Wilderness Gate—, recuerda que le prometí a un juez que no abandonarías la jurisdicción. Eso implica que no puedes dejar el condado y ni siquiera llevar a la señorita Deering al aeropuerto de Albuquerque cuando regrese a Los Ángeles. Consigue un taxi para la dama.

—Está bien —aceptó Wolf, comenzando a sentirse atrapado—. Me quedaré cerca de Santa Fe.

—No cruces el límite del condado, ¿oyes? No quiero darle a Carreras la excusa para arrestarte de nuevo.

—Te hago caso, Ed.

—Hay algo que quiero de ti, ahora que la policía empezó el juego.

—Seguro.

—Quiero que llames o escribas a todos tus conocidos importantes —esa gente del cine con nombres famosos— y les pidas referencias. La persona menos pensada puede resultar útil. También puede ser algún político que conozcas, o un sacerdote.

—No es muy elegante pedirle eso a la gente. ¿Es realmente necesario?

—Lo es. Si te avergüenza, pide a alguien que les escriba en tu nombre. Y hay algo más que no te será fácil.

—¿Qué?

—Si vamos a juicio, llevaré al estrado a la hermana de Julia.

—¿Para qué?

—Quiero que el jurado se entere de qué clase de persona era, del número de sus arrestos, de sus debilidades. Si sucede lo peor y el jurado comienza a pensar que eres culpable, quiero que tengan a otra persona a quien echarle las culpas, y Julia es ideal.

—Claro. Ella no estará para defenderse. Y yo quedaré estupendamente bien.

—No me vengas con eso. Conozco lo suficiente acerca de ella como para estar convencido de que esa mujer era una perra, una mala actriz que nunca dio nada por nadie salvo por ella misma. A lo que debes acostumbrarte es a que nunca dio un carajo ni siquiera por ti.

—No lo creo —dijo Wolf, tercamente.

—Bueno, veamos el asunto desde un nuevo ángulo —dijo Eagle—. Te mandó a Grafton —un convicto prófugo, asaltante a mano armada, un asesino—, por Dios, y te engañó para que lo invitaras a almorzar y lo ayudaras a vender su guión.

—Era un buen guión —dijo Wolf—. Fuerte, sí, pero eso nunca espantó a los estudios grandes. De todos modos, Grafton debe haber chantajeado a Julia.

—¿Cómo lo sabes? En realidad, ella pudo haberlo recibido con los brazos abiertos. Sé de buena fuente que el hombre era un balazo en la cama.

—Oh, gracias por decírmelo. Me ayuda mucho.

—Espero que te ayude a comprender quién era Julia realmente. A diario trato con personas como ella; sé lo que son capaces de hacer y cómo culpan a otro cuando las pescan. Te estoy diciendo que es muy importante para la defensa que tu imagen sea lo más buena posible, y lo más mala posible la de Julia. Por suerte, no nos resultará difícil. En todo caso, Julia nos regaló eso.

—Está bien, Ed. Haz lo que tengas que hacer y libérame de esto. No quiero saber nada hasta llegar a la sala de justicia, a menos que sea absolutamente necesario.

—¿Entonces me dejas las manos libres?

—Sí, las manos libres.

Eagle enfiló por la senda de acceso a la casa de Wolf.

—Lamento que esto sea tan duro para ti, Wolf, pero te dije que lo iba a arreglar. Nunca dije que iba a ser divertido.

—Está bien —suspiró Wolf—. Entiendo cuál es mi posición.

Eagle detuvo el auto frente a la puerta de Wolf.

—No, no lo entiendes. Hay algo de lo que todavía no te diste cuenta.

—¿Todavía hay más? —gimió Wolf.

—Sí, y muy importante. Aun cuando seas absuelto, aun cuando salgas de esa sala en calidad de hombre libre, un porcentaje sustancial —tal vez incluso una mayoría— de la gente que conoces ahora y que conocerás después se preguntará siempre si has cometido o no esos crímenes. Una absolución no es una exoneración.

—¿Y qué debo hacer para conseguirla?

—La única manera es que yo pruebe que lo hizo otro. —Eagle desvió la vista—. Y teniendo en cuenta los hechos —o, mejor dicho, la ausencia de ellos— quizás eso nunca sea posible.

Wolf pareció hundirse.

—Ya veo —dijo.

—Cuídate. Llámame de día o de noche, si me necesitas.

—Gracias. —Wolf bajó del auto y caminó con dificultad hacia la puerta, que se abrió no bien tocó el picaporte. Jane corrió hacia él y le puso los brazos alrededor de la cintura.

—¡Qué alegría que estés aquí, Wolf! —le susurró en el oído—. Me preguntaba si volvería a verte.

Él le devolvió el abrazo.

—Yo también, mi amor, yo también.