Capítulo 8

—¿Cómo prefieres hacer esto? —preguntó Jane—. Quiero decir, ¿cómo te gusta trabajar?

—Soy hombre de principio-final —contestó Wolf—. La única forma de mantener el conjunto en mi cabeza es hacerlo por orden. Jack prefería empezar los títulos después del montaje de la escena inicial y luego entremezclar los otros arreglos.

La primera escena ya estaba en la moviola, una máquina editora de dos carretes —uno para la película, otro para la banda de sonido— y una pequeña pantalla. Wolf entregó a Jane otro carrete con la inscripción “Títulos”.

Estaban sentados sobre taburetes, Wolf detrás de Jane, y a la derecha, de manera que pudieran ver juntos la pantalla. La joven exhalaba un ligero aroma; no era perfume, quizás champú. A él le gustó. Comenzaron a trabajar.

A las seis, puntualmente, se detuvieron. Tendrían hechos unos cuatro minutos de película, calculaba Wolf, y eso no era demasiado. De todos modos, estaban empezando a acostumbrarse el uno al otro. Él y Jerry Sachs habían trabajado juntos tanto tiempo que se comunicaban por medio de una especie de taquigrafía verbal hecha de gruñidos, suspiros, monosílabos. Jane prefería directivas más detalladas y a Wolf le resultaba difícil expresarse con oraciones completas. Sin embargo, se estaba habituando a las características de ella y descubrió que el enunciar lo que deseaba lo ayudaba a definirlo en forma más concreta para sí mismo.

Jane se desperezó y se frotó la nuca.

—Sabes lo que haces, Wolf.

—Gracias —replicó él, conmovido por el elogio. Apagó las luces altas de la pequeña habitación.

—¿Alguna vez pensaste en dirigir? —preguntó la joven mientras se ponía un sweater de algodón.

Él entrevió un fragmento de su torso delgado al levantar ella los brazos.

—¿Has visto esa remera que circula por la ciudad con la inscripción “Lo que realmente quiero hacer es dirigir”?

Jane se rió con una carcajada mucho más profunda de lo que podría esperarse de una mujer tan pequeña.

—Tú y todos los demás, ¿eh?

—Siempre me gustó la producción —dijo Wolf—. Supongo que mi carrera consistió mayormente en apuntalar a Jack.

—Cada uno debe hacer su carrera para sí mismo —observó Jane.

Algo en su voz trajo una reminiscencia a la mente de Wolf.

—¿Eres sureña?

—De Magnolia Springs, Alabama.

—¿Dónde queda eso?

—Cerca de un pequeño río en Mobile Bay, casi en el Golfo. Me han dicho que tú eres de algún lugar de Georgia.

—De un pueblito llamado Delano, en el condado de Meriwether, a más de cien kilómetros al sur de Atlanta.

—No tan pequeño como Magnolia Springs.

—¿Qué ciudad más grande hay cerca de allí?

—Fairhope, pero probablemente tampoco sea tan grande como Delano. Para nosotros la gran ciudad era Mobile.

La acompañó arriba y hasta su auto.

—Has estado aquí lo suficiente como para perder casi todo tu acento. Al principio no lo percibí.

Ella se estiró de nuevo.

—Unos nueve años. Me vuelve cuando estoy cansada o con algunas copas de más. O cuando hablo con mi madre por teléfono.

—Tu acento también ha desaparecido.

—Vivo aquí desde hace más tiempo que tú. Los Ángeles convierte en californiano a cualquiera.

—A mí no —dijo ella—. Si este trabajo no me gustara tanto, estaría en otro lado. Claro que no hay mucha ocupación para editores de cine en Magnolia Springs o en Butte, Montana.

—Tampoco para los productores en Delano, o en Santa Fe. — Wolf le abrió la puerta del auto.

—Estaré de vuelta a las ocho. No te canses demasiado en la cancha de tenis —le recomendó ella antes de partir.

Wolf caminó por un sendero y cruzó una cerca en dirección a la cancha. Hal ya lo esperaba, tendido en un banco.

—Ya estoy contigo —le gritó Wolf. Fue hasta la casilla y se cambió.

—Hoy llamaron del banco —dijo Hal cuando Wolf estuvo a su lado—. Cerraron tu cuenta y la de Julia, por supuesto; es lo normal después de una muerte. Quieren hablar con tu abogado o con tu albacea acerca de lo que debe hacerse.

Wolf siempre había sido su propio abogado durante su vida de adulto, y Julia era su albacea.

—Mantén la cosa en suspenso durante una o dos semanas —sugirió—. Pero ahora, basta de negocios. Juguemos.

Les llevó una hora terminar un set. Hal era un jugador poderoso, de más o menos la misma edad de Wolf, y se mantenía en forma. Wolf siempre confiaba en la astucia para enfrentarse al juego de Hal: tiros cortos y ocasionalmente servicios fuertes; tiros de paso cuando podía manejarlos. Ganó Wolf, 7-5.

—No tendremos tiempo para un segundo set —gritó por encima de la red.

—¡Cobarde! —aulló Hal en respuesta—. ¿Tienes miedo de un empate?

—Vamos, Bridget nos está preparando algo de comer.

Cenaron cordero asado en el pequeño comedor. Hal parecía más callado que de costumbre.

—Esta tarde llamé a la policía de Santa Fe —dijo por fin.

—¿Por qué? —preguntó Wolf, ocultando su alarma.

—Quería conectarme con ellos antes de que lo hicieran los de Centurion. —Cortó un trozo de cordero—. Piensan que estás muerto.

—Lo sé —admitió Wolf.

—¿Por qué me mentiste? —preguntó con calma.

—Lo lamento, Hal —repuso Wolf, contrito—. Estoy tratando de proteger a todos tanto como a mí mismo.

—Conozco bastante de leyes como para estar asustado por todo esto —dijo Hal.

—Yo también estoy asustado —replicó Wolf. Y le contó los hechos a Hal, comenzando desde el principio.

Cuando terminó, Hal reflexionó unos minutos.

—Debes terminar la película antes de que te arresten, ¿no es así? —dijo.

—Así es, camarada.

—De modo que aquí estoy, sentado en Bel Air, comiendo pata de cordero con un probable triple asesino —rumió Hal.

—Sí, algo por el estilo —dijo Wolf.

—¿Cuánto hace que nos conocemos?

—¿Doce, quince años?

—Más cerca de los quince —opinó Hal—. Eres un hombre honorable, Wolf. No conozco a muchos así en este lugar. No creo que lo hayas hecho. Debe haber otra explicación.

—Te agradezco, Hal. Ojalá tuviera la verdad en el bolsillo, para que la propagaras a los cuatro vientos.

—El otro lado de las cosas sería que sí hayas liquidado a Julia, Jack y ese pobre tipo, quienquiera que sea.

—Ese es el otro lado de las cosas —estuvo de acuerdo Wolf.

—En fin, me sorprende un poco lo que pienso acerca de eso.

—¿Qué piensas?

—Creo que me importaría un carajo que tú los hubieras liquidado.

Wolf lo miró sorprendido.

—¿No te importa que yo sea un triple asesino?

—Admito que no es una buena referencia caracterológica, pero si lo hiciste, debías tener una razón más que contundente. O quizás fue una especie de aberración pasajera. Supongo que viviría tranquilo con cualquiera de las dos situaciones.

—Eres una persona indulgente, Hal.

—En realidad, no. Has sido mi amigo durante casi tanto tiempo como fuiste mi cliente, y necesito a alguien cerca para que me gane un primer set en la forma en que tú acabas de hacerlo. Me mantiene activo.

—Gracias, Harold.

—Y dado que eres mi amigo, te dará el mejor consejo que se me ocurre.

—Adelante.

—Consíguete un abogado ya mismo y empieza a ver cómo sales de este lío. Conozco un par de buenos profesionales.

—Es un buen consejo, Hal, pero no. Primero terminaré esta película.

—Puedes estar cavando tu propia fosa, ¿lo sabes?

—Ya me la he cavado —contestó Wolf.