Capítulo 6

Otra vez el miedo. Otra vez aquel pánico, contra el que había luchado durante tantos años, volviendo del exilio para inundarlo de nuevo. No intentó rechazarlo.

—Se llamaba Maggie. Trabajaba para un agente teatral que Jack y yo solíamos utilizar. Ella y yo asistimos juntos a muchas pruebas. Me impresionó su conocimiento de los actores y, además, era muy atractiva. Comenzamos a salir con frecuencia.

Hizo una pausa.

—Continúa —invitó Mark con suavidad.

—Trataba de recordar cuánto salimos antes de... Oh, supongo que siete u ocho meses; después, era tanto el tiempo que ella pasaba en mi departamento de Beverly Hills, que prácticamente estábamos viviendo juntos. Muy pronto le pedí que dejara su casa. Habíamos hablado de casamiento y ambos estuvimos de acuerdo en que el matrimonio no era para nosotros. Ella pensaba de mí que era adicto al trabajo, y yo sabía que ella no quería abandonar su carrera, deseaba tener su propia agencia. —Sacudió la cabeza—. Podría haberlo logrado.

—¿Qué se lo impidió?

—Quedó embarazada.

—¿Y cómo reaccionaste tú?

Con pánico. No hay otra palabra. Cuando me lo dijo, pensé en los próximos veinte años y no me gustó nada.

—¿Qué fue lo que no te gustó?

—El encierro, las obligaciones hacia alguien que no fuera yo mismo.

—Eso es honesto. ¿Qué me dices de las obligaciones que ya tenías con respecto a Maggie?

—Cualquiera de nosotros podía terminar con ellas en cualquier momento. Era el tipo de arreglo al que habíamos llegado.

—Hasta que quedó embarazada.

—Así es. Entonces todo cambió. Yo no podía decir “Bueno, gracias por todo. Nos veremos en las sesiones de prueba”.

—Responsabilidad.

—Sí, pero tú sabes que nunca huí de las responsabilidades; al contrario, las deseaba.

—Sólo para ti mismo. Eso era lo que anhelabas. Elaboramos ese punto hace mucho tiempo, ¿recuerdas?

—Claro que sí.

—¿Le pediste que abortara?

—No en forma directa. Tenía tanto miedo de hacerlo como de tener un hijo. Fue ella quien tocó el tema: “Quieres que lo mate, ¿no es así?”. Ya pensaba que era un varón.

—¿Cómo te decidiste?

—Me habló en forma muy clara. Dijo que me quería y que deseaba que nos casáramos y que tuviéramos ese chico y otros. Pero que, si yo no lo deseaba, todo terminaría entre nosotros. Ella sola se encargaría del niño y yo nunca más volvería a verlos.

—¿Cómo te sentiste ante la perspectiva de no verla más?

—La sola idea me aterró; no pude soportarla. Eso me sorprendió; supongo que nunca sabes realmente lo que sientes por una mujer hasta que te enfrentas a la posibilidad de perderla.

—¿Y cómo manejaste el problema?

—Me decidí. Le dije que la amaba y que deseaba casarme con ella y tener al bebé. Lo mandaríamos a Princeton y ambos estaríamos orgullosos de él.

—¿Todo eso era verdad?

—No todo. Dios sabe que la amaba, pero no deseaba un hijo. Era muy egoísta.

—Pero te sacrificaste para retenerla.

—Sí. Nos casamos, compramos una casa. Me rehusé a asistir a las clases sobre parto con la excusa de que yo era muy remilgado.

—¿Y ella lo aceptó?

—En realidad, no. Aunque nunca lo admití abiertamente, ella sabía cómo me sentía con respecto al bebé. Pensaba sin duda que, al tener a mi hijo en brazos por primera vez, todas mis reservas se desvanecerían y las cosas se arreglarían.

—¿Eso era cierto?

—Tal vez sí, no lo sé. Pero sabía que si ella notaba que yo no podía adaptarme, me dejaría y educaría al niño por su cuenta. Era una chica muy decidida, y deseaba a ese hijo.

—¿Considerabas al bebé como una barrera entre tú y Maggie?

Wolf se inclinó hacia adelante y escondió la cara entre las manos.

—Sí, Dios mío; lo veía de esa manera. Ahora me doy cuenta de lo estúpido que fui. Creo que ya lo sabía en ese momento, pero no encontraba una solución.

—¿Qué pasó entonces?

—Maggie comenzó el trabajo de parto con un mes de anticipación. No estábamos preparados. En fin, yo al menos no lo estaba. Me llamó desde su oficina —todavía trabajaba— y corrí a buscarla para llevarla al hospital. En todo caso, eso es lo que supongo ocurrió.

—¿Qué quieres decir?

—Así fue como lo reconstruí más tarde.

—¿No te acuerdas?

—No. Nunca pude hacerlo. El auto iba por el carril del medio en La Ciénaga y chocó contra un camión, casi de frente, del lado de ella. La policía me encontró en un restaurante, comiendo una hamburguesa. Más tarde me dijeron que cuando me llevaron al lugar del desastre para identificar a Maggie, me desmayé. Desperté en el hospital sin recordar absolutamente nada. Lo último que permanecía en mi memoria era haber hablado con un agente respecto de un actor que Jack y yo queríamos para una película, un día y medio antes.

—¿Acaso una parte de ti mismo pensó que habías tratado de matar al bebé deliberadamente, a fin de tener a Maggie para ti solo?

—Una gran parte. Pero no podía recordar ninguno de los hechos que desembocaron en el choque, de modo que nunca supe cómo me sentí en ese momento.

—¿Buscaste apoyo en alguna terapia?

—No, me limité a convivir con eso.

—Wolf, mi pobre amigo, en qué infierno te metiste.

Wolf se dio vuelta y lo miró.

—Ahora he vuelto al infierno.

—Lo elaboraremos una vez que esto haya terminado —dijo Mark.

—¿Terminado? ¿Cuándo? Me gustaría que terminara alguna vez.

Mark suspiró.

—No olvides que, al mismo tiempo que manejas tus problemas en terapia, debes enfrentar los problemas de la vida diaria. Tienes que hacer ambas cosas a la vez.

—¿De modo que debería llamar a Ed Eagle?

—Así es. No veo otra forma de resolver la situación sin causarte un profundo daño a ti mismo.

—En Nuevo México existe la pena de muerte. Eso es bastante profundo.

—Hay cosas peores que la muerte, Wolf. Hay cosas peores que estar en prisión.

—Nómbrame una.

—¿Una sola? El infierno donde estuviste después de la muerte de Maggie. El infierno donde dices estar ahora.

Wolf permaneció callado un instante.

—En eso tienes razón. Dile a Ed Eagle que lo llamaré dentro de unos días. No le menciones mi nombre; dile sólo que un amigo tuyo lo llamará pronto.

—¿Por qué no ahora?

—Porque hay algo que tengo que hacer. Y para eso, debo seguir muerto por un tiempito más.