23
—¿Brujas? —repitió Gavin Meldrum, incrédulo.
—Créetelo, porque es verdad. —Tamhas Keavey observaba a su amigo atentamente. Estaba en el despacho de él, eligiendo las palabras con sumo cuidado. Quería que Gavin tomara partido en la lucha contra Fingal, pero no quería que la situación acabara perjudicándolo.
Durante el viaje, la determinación de acabar con la vida de Lennox Fingal no había hecho más que crecer. Después de todo lo que había pasado, había cabalgado hasta allí flanqueado por hombres muy enfadados. Lo movía un profundo deseo de convencer a todos los ciudadanos de Edimburgo para que lo ayudaran a atrapar al señor de Somerled. No obstante, tenía miedo de perder el respeto de Gavin. Si sospechara que Tamhas no había protegido bien a su prima durante su estancia en Saint Andrews, su relación comercial podría verse afectada.
Gavin frunció el cejo.
—Me cuesta creer que campen a sus anchas en Saint Andrews, una ciudad visitada por los peregrinos desde hace siglos.
—Eso es lo peor de todo, estoy de acuerdo. Es vergonzoso. Tratan de derribar el orden establecido con sus hechizos y sus creencias paganas.
—¿Qué ha pasado exactamente y qué tiene que ver con Chloris? —Gavin se acercó a las licoreras y sirvió dos copas de vino de Burdeos mientras Tamhas empezaba su relato.
—Vivían todos juntos en una casa en el bosque cerca de Saint Andrews, bajo la protección de un líder muy astuto. Él se encargaba de conseguir respetabilidad y tratos comerciales con los habitantes más importantes de la ciudad. Mientras tanto, los demás iban destilando su veneno. Por desgracia, ya han conseguido influenciar a muchos ciudadanos. Querían conseguir puestos de poder para propagar su mensaje maligno y sus inmoralidades.
—Y ¿por qué no los habían expulsado aún de la ciudad?
—Oh, no es que no lo haya intentado. Los denuncié al alguacil en cuanto pude reunir pruebas, pero tardó mucho en hacerme caso. Cuando al fin fuimos a buscarlos al bosque, habían huido como ratas.
—Madre mía… —Gavin le ofreció una de las copas.
Tamhas la aceptó agradecido y dio un buen trago. Lo necesitaba. Luego bajó la voz para que no lo oyeran los hombres que lo habían acompañado. Estaban esperando en el pasillo mientras él hablaba con Gavin en privado.
—Tengo entendido que Chloris acudió al bosque para que los brujos la ayudaran a convertirse en una esposa fértil para darte hijos.
Hizo una pausa, para que el marido de su prima asimilara las novedades.
Gavin pareció sinceramente sorprendido.
—¿Cómo dices?
—Le prometieron que su magia la volvería fértil y, siendo una pobre mujer inocente, se lo creyó. —Negó con la cabeza—. Cuando me enteré, la interrogué sobre el asunto y me contó que los brujos tenían unos… rituales…
Gavin permaneció impasible, aunque sus ojos adquirieron un brillo amenazador.
—¿Tienes idea de en qué consistían esos rituales?
—La envié de vuelta a Edimburgo en cuanto me enteré de que había ido al bosque a pedir consejo. —Era una pequeña desviación de la realidad, pero tenía que andarse con pies de plomo. Quería que Gavin se centrara en Lennox Fingal, no en Chloris. Quería que sintiera la misma necesidad que él de cazarlo y acabar con su vida.
Alguien llamó entonces a la puerta, interrumpiendo la conversación. Era la criada.
—Señor, ¿quiere que sirva algo de comer a los hombres?
Gavin asintió. Cuando la sirvienta estaba a punto de salir, le preguntó:
—¿Dónde está la señora Chloris?
—Salió a hacer unas visitas.
—¿Dijo adónde iba o cuándo volvería?
La joven negó con la cabeza.
¿Dónde debía de estar Chloris? Tamhas se preguntó si Lennox Fingal se habría puesto en contacto con ella. No dijo nada, pero intercambió una mirada inquieta con el esposo de su prima.
—Avísame en cuanto llegue. —Con un gesto de la mano, Gavin hizo salir a la criada. En cuanto la puerta se cerró, se volvió hacia Tamhas—. Y ¿crees que la han seguido hasta aquí?
—Al menos, uno de ellos. Tal vez más. Tengo miedo de que hayan tratado de influenciarla con sus hechizos. Debemos librarnos de esos herejes para protegerla.
Los ojos de Gavin se encendieron.
—Sí, la han influenciado, tienes toda la razón. Eso lo explica todo. Volvió a casa muy rara, parecía otra. Parecía… envalentonada. —Entornó los ojos y los clavó en la pared—. Ya no es la mujer con la que me casé.
Ésa no era la reacción que Tamhas había esperado.
—Tenemos que librarnos de esas alimañas —insistió—. Entonces, la mujercita que conoces volverá a ti en cuerpo y alma.
Gavin guardó silencio, reflexivo, y empezó a recorrer el despacho arriba y abajo. Mientras daba vueltas a todo lo que acababa de oír, tenía los labios muy apretados y los ojos brillantes.
Tamhas se preguntó qué le estaría pasando por la mente. Esperaba que se tratara de un plan de acción. Gavin tenía muchos amigos en las altas esferas de Edimburgo. Si se lo proponía, en poco tiempo podría reunir al alguacil, a expertos cazadores de brujas, religiosos, soldados y ciudadanos de bien que quisieran contribuir a exterminar la amenaza que Lennox Fingal suponía.
—Debemos proteger a Chloris de esa amenaza —repitió, deseando ponerse en marcha de inmediato.
Gavin se detuvo y lo miró.
—Me temo que ya es un poco tarde para eso.
Tamhas frunció el cejo.
—No te entiendo. ¿A qué te refieres?
—Ya ha cambiado, Tamhas. No lo entendía, pero tus palabras han sido muy reveladoras. Esos brujos ya se han apoderado de su alma —afirmó Gavin con tanta malicia como seguridad—. ¡Y si el alma de mi esposa ha sido envenenada por brujos, tal vez lo mejor sería que la quemaran junto con ellos!
Tamhas luchó por mantener la compostura. El rápido e implacable veredicto de Gavin lo tomó por sorpresa. ¿Realmente creía lo que decía o había visto una manera cómoda de librarse de una esposa que ya no le era útil? ¿Por qué querría deshacerse de ella? ¿Por ser estéril? Tamhas se esforzó en encontrar las palabras adecuadas en una situación tan delicada. Tenía que asegurarse del grado de convencimiento de Gavin.
—Sería horrible verla condenada al lado de esos herejes, pero supongo que te debes al bien general de la ciudad. Hay que proteger la capital.
Gavin asintió.
—Los ciudadanos de Edimburgo no me respetarían si se enteraran de que mi esposa se ha relacionado con brujas y que yo le he salvado la vida. —Sus ojos brillaron de excitación al imaginar el escándalo que se organizaría.
Tamhas se preguntó si no habría cometido un gran error. No se había imaginado que Gavin se tomara el asunto con tanto entusiasmo, ni que fuera a centrarse en la implicación de Chloris. Le preocupaba estar a punto de perder a su principal fuente de negocios.
—Sea cual sea tu decisión, te apoyaré. —Tamhas hizo una pausa y miró a Gavin fijamente—. No me olvido de nuestra amistad ni de nuestros acuerdos mercantiles en estos momentos tan difíciles.
El otro hombre lo examinó de arriba abajo, con una mirada astuta y calculadora.
—Has hecho bien en venir aquí inmediatamente para avisarme. Estoy en deuda contigo. Siempre sacas las conclusiones adecuadas en cada ocasión. Si debo sacrificar a mi esposa para proteger Edimburgo, lo haré.
Se dirigió a un escritorio situado contra la pared y abrió un cajón, del que sacó algo envuelto en un paño. Luego regresó junto a Tamhas y lo dejó sobre la mesa.
Cuando desenvolvió el objeto, Tamhas vio que se trataba de una pistola.
—Nuestro acuerdo de negocios permanecerá como hasta ahora si el asunto se resuelve de manera rápida y limpia. No sé si me explico… —Se puso a frotar la pistola con el paño en el que estaba envuelta, la cargó y volvió a dejarla en la mesa en medio de los dos—. Tú tienes las pruebas que conseguiste en Saint Andrews. Yo mandaré llamar al cazador de brujas y a sus hombres. Pero el dedo acusador debe ser el tuyo. Si Chloris intenta defenderse o escapar, asegúrate de que no lo consigue.
Tamhas se quedó mirando la pistola. No la necesitaba; tenía su propia arma, pero el mensaje de Gavin era muy claro. De repente recordó las noches en Torquil House cuando, sentado en el salón cerca de Chloris, había deseado acostarse con ella, y quiso dar marcha atrás. No obstante, se obligó a dejar los sentimientos a un lado. Debía actuar de manera racional. Ella había ido a buscar a Fingal. En vez de acudir a su primo, se había echado en brazos de ese brujo.
No quería que Chloris acabara de ese modo, pero si a cambio de eso lograba librarse de Fingal de una vez por todas, merecería la pena el sacrificio.
Una parte de sí mismo se negaba a desprenderse de su prima, pero si con ello podía aniquilar al brujo, seguiría las consignas de Gavin. Éste parecía decidido a llevar el plan adelante, como si no hubiera otra opción.
No era la solución que Tamhas habría elegido, pero si debía sacrificar a la prima Chloris para salvar sus negocios, que así fuera.
—Señora Chloris, ya está usted en casa. —Tras abrir la puerta principal y ver a la señora, la doncella la miró con preocupación mientras recogía su abrigo.
—¿Qué pasa, Mary?
—No lo sé, pero algo pasa. El señor Gavin ha preguntado por usted.
—¿Está en casa?
—Sí, en su despacho.
Chloris no quería volver a entrar nunca más en esa habitación, pero al parecer tendría que hacerlo. Tal vez su marido había reflexionado y estaba dispuesto a dejarla ir, lo que sería una auténtica bendición. Oyó sonido de voces masculinas que llegaban desde la cocina. Como le había dicho Mary, algo pasaba.
Tras llamar a la puerta, entró en el despacho. Al ver quién estaba con Gavin, la impresión fue tan fuerte que se tambaleó.
Tamhas la estaba mirando con el cejo fruncido. Tenía las botas manchadas de barro, la ropa sucia, y no llevaba sombrero ni peluca. Parecía que acabara de llegar de un duro viaje y que no se hubiera tomado siquiera el tiempo de adecentarse un poco.
Las implicaciones eran claras. Su primo debía de haber estado siguiendo a Lennox. No había otra explicación lógica para su presencia en Edimburgo tan seguida a la llegada del brujo. Chloris se mareó. La cabeza le daba vueltas y se le había formado un nudo en el estómago. Tamhas se había obsesionado de tal manera con Lennox que lo había seguido hasta allí. ¿Qué le habría contado a su esposo?
—Ah, aquí la tenemos. —Gavin la miró entornando los ojos y apretando los labios como si estuviera disimulando una sonrisa.
—Seguro que ya sabes por qué estoy aquí —le espetó Tamhas.
Chloris alzó la cabeza.
—No, no lo sé. Ilústrame.
Tamhas pareció enfurecerse por la actitud rebelde de su prima y se acercó a ella a grandes zancadas. Dirigiéndole una mirada de advertencia, dijo:
—Sé que Lennox Fingal ha venido a Edimburgo. Será mejor que nos digas dónde se esconde, y rapidito, a menos que quieras que te arrastre al infierno con él.
Chloris le lanzó una mirada glacial. Ya podía decir lo que quisiera. Nunca revelaría el paradero de Lennox.
—Confiesa —insistió su primo al ver que ella guardaba silencio—. Tu marido ya ha mandado llamar al cazador de brujas.
El corazón de la joven se desbocó y se le secó la boca de golpe. Un zumbido empezó a resonarle en los oídos. ¿El cazador de brujas? Ante ella aparecieron imágenes de lo que podría pasar si encontraban a Lennox o a Jessie. No podía consentirlo. No permitiría que hicieran daño a su amante ni a la hermana de éste. El impulso de salir corriendo para advertirlos era enorme y muy difícil de controlar. Tenía que avisarlos de alguna manera para que huyeran de Edimburgo. Habían ido allí por ella, era culpa suya que estuvieran en peligro. Debía defenderlos de sus perseguidores. Chloris se juró que los protegería aunque fuera lo último que hiciera. Amaba a Lennox y le destrozaba el alma pensar que había ido a buscarla corriendo un peligro tan grande.
Gavin se le acercó, saliendo de detrás de Tamhas.
—Tu primo me ha contado lo que pasó en Saint Andrews. Ahora entiendo la razón de los horribles cambios que descubrí en mi esposa a su regreso. Has estado conviviendo con brujos y brujas y te has sometido a sus malignos rituales. —La miró con repugnancia—. En cuanto llegue el cazador de brujas, te entregaré a él sin dudarlo. Prefiero perder a mi esposa si con ello puedo salvar tu alma.
Chloris sintió un fuerte impulso de echarse a reír. Las cosas le habían salido redondas a Gavin. No quería que ella lo abandonara porque su reputación se resentiría, pero desempeñar el papel de mártir delante de los ciudadanos de Edimburgo le iba como anillo al dedo. La gente hablaría de su sacrificio y él conservaría intacto su prestigio ante la sociedad.
—Haz lo que quieras. Nunca te diré dónde está.
—Vaya. Entonces es verdad que estás con él. —Gavin la examinó detenidamente—. Bueno, el cazador de brujas ya se encargará de sacarte la información. Tienen unas cuantas herramientas muy ingeniosas que funcionan estupendamente. —Sonrió antes de seguir hablando—: En cuanto empiece a aplastarte los dedos uno por uno, suplicarás clemencia. Cuando veas que no te la conceden, confesarás todo lo que quieran saber y luego lo firmarás con la mano rota y ensangrentada.
A todas luces, Gavin disfrutaba sólo de imaginárselo.
—Podrán matarme, pero no diré nada —repuso ella.
—Como quieras —concedió su marido con una inclinación de la cabeza.
—No seas estúpida —intervino Tamhas, levantando las manos en un gesto de incredulidad—. No puedes estar dispuesta a sacrificarte por un esclavo de Satanás. ¿Cómo puedes pensar así?
—Se han apoderado de su alma, es obvio —apostilló Gavin, encantado.
Chloris llegó a la conclusión de que lo odiaba. Nunca antes había odiado a nadie en su vida, pero ahora sí.
—Te ordené que volvieras a casa por tu seguridad —siguió diciendo Tamhas—. Te advertí que te alejaras de esa gente.
Para sorpresa de Chloris, Tamhas parecía no sólo decepcionado, sino también apenado. ¿Era posible que se preocupara más por su supervivencia que su propio marido? Las razones eran variopintas, pero igualmente la sorprendía. Qué irónico darse cuenta a esas alturas de lo que la valoraba cada uno. Tenía una sensación muy extraña, como si no estuviera allí, como si estuviera viéndolo todo desde fuera. Ojalá fuera así.
Asqueada, apartó la vista de los rostros arrogantes y agresivos de ambos hombres.
Fue entonces cuando vio la pistola de Gavin sobre la mesa, lista para ser utilizada. Era un arma de calidad, que había comprado en Francia algunos años antes. Sólo la había usado una vez durante una cacería. Y Chloris sabía que su marido no la habría sacado del armario si no pensara utilizarla.
Estupefacta por la visión de la pistola, la sangre se le aceleró en las venas. Se volvió hacia su primo.
—Me prometiste que dejarías a la gente de Somerled en paz, pero has seguido a su líder hasta aquí.
Tamhas alzó las cejas.
—Ese canalla está decidido a conseguirte. No podía consentir que cayeras en sus garras.
Chloris estaba perdiendo el control de su lengua rápidamente, no podía evitarlo.
—Qué facilidad tienes para juzgar cosas que no conoces.
Esta vez fue Gavin el que replicó, con una mirada de odio.
—Es verdad que te has juntado con esos brujos. Tu alma es tan negra como los ojos del diablo.
—Pensad lo que queráis —repuso ella, honesta como siempre—. Son gente decente y prefiero estar con ellos antes que con vosotros.
Gavin se acercó a la puerta y la cerró de golpe. Al parecer, no quería que los criados los oyeran.
—Ese líder del que hablas…, ¿te has entregado a él?
—Así es. Y me ha dado los únicos momentos de felicidad que he conocido desde que murieron mis padres. —Era una gran liberación decir la verdad. Se sintió medio mareada de alivio, como si se hubiera librado de un peso que hasta ese momento no hubiera sabido que cargaba.
El odio que había visto en los ojos de Gavin se tornó más intenso.
—Prefiero verte muerta que volver a oírte hablar así.
Era una amenaza en toda regla, pero a Chloris ya le daba igual.
—Por supuesto. Hace tiempo que quieres librarte de mí.
Su primo pareció escandalizado. Trató de calmarla poniéndole una mano en el hombro.
—Piensa en lo que estás diciendo.
Chloris se soltó bruscamente.
—Ya es tarde para eso. Tú has puesto esto en marcha, Tamhas. Has venido aquí para crear un altercado y lo has conseguido, pero ahora ya no podemos volver atrás. Y no conseguirás lo que quieres, porque no pienso decirte dónde está.
Gavin la miró con desprecio.
—Estúpida. Cuando llegue el cazador de brujas, se lo contarás todo. Y, aunque no lo hagas, sabes que lo encontraremos.
Chloris vio que a su esposo se le había despertado el instinto asesino. Y sabía que sería mucho más sanguinario que Tamhas. Tuvo miedo por Lennox.
—Qué buen espectáculo para Edimburgo —señaló Gavin—, primero el juicio por brujería y luego la ejecución.
«Nunca». Con la imagen de Lennox en la mente para infundirse ánimos, Chloris se abalanzó sobre la mesa, se hizo con la pistola y apuntó con ella a los dos hombres.
Tamhas parecía preocupado, pero Gavin se echó a reír. Su risa sonaba cruel y despectiva.
Ella lo apuntó más directamente.
—Eres una mujer débil. No tienes lo que hay que tener para disparar.
Cuando apretó el gatillo, no estaba preparada para la fuerza de la explosión. Se tambaleó y chocó contra el escritorio.
¿Lo habría herido? Creía que sí, porque se convulsionó y se demudó, pero hasta pasados unos segundos la sangre no empezó a extenderse por la camisa. Comenzó como un pequeño punto rojo a la altura del hombro, pero pronto se hizo tan grande que empapó también el chaleco.
Gruñendo, Gavin se apretó la herida con una mano para parar la hemorragia.
—¡Detenla! —exclamó.
Tamhas no necesitó que se lo dijeran dos veces. La estaba mirando como si hubiera perdido el juicio. La agarró y le unió las manos a la espalda, sujetándola por las muñecas.
Chloris le dirigió una mirada de odio.
—Moriré antes de decirte nada.
Tamhas sonrió, burlón.
—Ya has oído a tu marido. Si no lo encuentra el cazador de brujas, lo haremos nosotros. No pararemos hasta sacarlo de su madriguera.
El miedo y la rabia lucharon en su interior.
Gavin se había acercado vacilante hasta la puerta para pedir ayuda.
De pronto, Chloris oyó voces en la calle. Al mirar hacia la ventana, vio que frente a la casa se había congregado una multitud con antorchas.
—El cazador de brujas ha llegado —anunció su primo—. Ya no puedes protegerlo.
Ella no respondió porque su mente trabajaba a toda velocidad. Apenas notaba el dolor en los brazos ni le preocupaba su futuro inmediato. Cuando Tamhas la agarró con fuerza y la empujó hacia la ventana para que se encarara a la multitud enfurecida, en lo único que pudo pensar fue en lo mucho que amaba a Lennox.
Gavin había ido tambaleándose por el pasillo hasta llegar a la puerta principal, que estaba abierta.
—¡Que alguien llame al médico! —gritó.
Varios hombres acudieron a ayudarlo.
A mitad de camino hacia la puerta, Tamhas se detuvo y le susurró al oído:
—Piénsalo bien, por favor. Sálvate.
Ella negó con la cabeza.
Con un gruñido de frustración, Tamhas la agarró con más fuerza por los hombros y la obligó a seguir avanzando.
Sólo podía pensar en que tenía que avisar a Lennox y a Jessie, pero ¿cómo? No podía enviarles un mensaje. En ese momento, recordó el amuleto que le había dado ella. «Si lo necesitas, llévatelo al corazón y él lo sabrá», le había dicho.
¿Sería posible? Daba igual, era su única opción.
Aprovechando que Tamhas le había soltado las manos, buscó el talismán en el bolsillo y se lo llevó al pecho.
Apretándolo entre sus dedos, le pidió a Lennox que huyera.