11

Cuando la primavera estalló en todo su esplendor de vegetación y flores, los prados se llenaron de aromas y color. Las reuniones clandestinas de la pareja se convirtieron en algo cotidiano. A pesar del peligro, Lennox estaba totalmente absorto en Chloris. Nunca había sentido nada parecido con ninguna otra mujer. Todos los días se despertaba antes de que saliera el sol, con el cuerpo ansioso y el miembro firme y erguido. Al imaginársela retorciéndose bajo su cuerpo, gimiendo desesperada mientras él se clavaba hasta el fondo en su interior, se endurecía instantáneamente. Mientras iba a su encuentro al lugar acordado y la esperaba, era como si por las venas no le circulara sangre, sino fuego líquido.

Chloris mantenía la excusa de los paseos matutinos a caballo para reunirse con él en el bosque. A veces, Lennox no tenía suficiente con esas citas y estaba tentado de ir a visitarla a su habitación en cuanto caía la noche, arriesgándose a ser descubierto sólo por un beso, o por sentirla entregándose a su abrazo. Aunque le costaba horrores, se obligaba a controlarse y se conformaba con sus encuentros matutinos. A veces ella le pedía que repitiera el ritual para reforzar su fertilidad, pero casi siempre se limitaba a lanzarse a sus brazos y a permanecer unida a él todo el tiempo que podían.

A medida que pasaban los días, Lennox cada vez se preocupaba más durante los minutos previos a su llegada. No era que tuviera miedo de que no fuera a presentarse. Sabía con certeza que lo haría. Lo que temía era que alguien descubriera sus citas clandestinas. En un principio, su objetivo había sido molestar a Tamhas Keavey. Había disfrutado muchísimo imaginándose que descubría que su preciosa prima se había entregado voluntariamente al señor de los brujos. Y no una vez, sino en repetidas ocasiones.

Pero a medida que pasaba el tiempo, Lennox no encontraba el momento adecuado para ello. Todavía tenían mucho placer que darse mutuamente; muchas caricias que compartir. Las cosas entre ellos no habían empezado así, pero pronto Lennox se dio cuenta de que nunca tenía suficiente. Lo quería todo de ella: quería tocarla, probarla y abrazarla sin soltarla nunca. Todas las mañanas, mientras esperaba que llegara, la buscaba con impaciencia, y se alegraba mucho al verla aparecer montada en la yegua, más que preparado para hundirse entre sus pálidos muslos. Ella le había devuelto las ganas de vivir en un momento de gran desánimo. Estaba agotado de batallar por una causa perdida y de buscar a sus hermanas sin éxito. Chloris le había dado algo más. Al principio había pensado que la prima de Tamhas sería una distracción temporal, un regalo para sus sentidos. Al notar que nunca lograba saciarse, decidió tomarla a diario, tantas veces como fuera necesario para calmar sus apetitos. Pero luego se dio cuenta de que ella lo afectaba de un modo más profundo, más general.

De alguna forma que no habría sabido definir, Chloris lo estaba obligando a reflexionar sobre las fuerzas que lo motivaban en su vida y en lo mucho que les debía a las personas que lo rodeaban. La batalla que libraba había sido lenta y larga. La lucha por conseguir la respetabilidad para él y los suyos estaba tardando demasiado en dar resultados. Demasiados inocentes habían perdido ya la vida en las Lowlands. Glenna y Lachie tenían razón: deberían haber partido hacía años hacia el norte, hacia la seguridad de las Highlands. Sin embargo, Lennox se resistía porque, si se marchaban, lo más probable era que nunca volviera a ver a sus hermanas. Había echado raíces en Fife y había tratado de integrarse en la sociedad con el único objetivo de hallar a sus hermanas. Fife no era su lugar de nacimiento. Él había nacido en las Highlands y se había puesto de apellido Fingal porque ése era el nombre de su pueblo natal.

Los Taskill cargaban un gran peso sobre sus hombros. Su madre se había ido de casa con los tres niños a cuestas buscando al padre de sus hijos. Y el viaje acabó muy mal. La familia que habían dejado en el norte ya les había advertido que no era buena idea, pero su madre era muy testaruda. Y lo había pagado muy caro. En las Lowlands, sus conocimientos no eran respetados. Al contrario, eran temidos y perseguidos. Los brujos y las brujas eran condenados a muerte. Los ahorcaban, los apedreaban y luego los quemaban. Su madre había sido una de las víctimas.

A él lo habían separado de sus hermanas y lo habían dejado en una cantera abandonada, atado y amordazado, para que muriera allí. Pero la furia que sentía lo había mantenido con vida. Había usado sus poderes mágicos y su inteligencia para sobrevivir y abrirse camino en un entorno hostil. El deseo de vengarse de los que lo habían perjudicado había sido muy intenso, pero lo había resistido porque sabía que lo único que lograría era que ellos tomaran represalias castigando a sus hermanas. Sintiéndose vacío y derrotado, había dejado que sus pies lo guiaran de vuelta a casa, caminando sin saber hacia adónde se dirigía, buscando trabajo y comida por el camino, hasta que un día llegó a la seguridad de las Highlands.

Sus tías y sus primas lo habían curado y le habían devuelto la salud. Eran gente sencilla y amable, que vivían en comunión con la tierra y el ciclo de las estaciones. Sus parientes lo miraban y suspiraban, porque el muchacho desanimado y vencido que había vuelto a casa no se parecía en nada al joven animoso que había sido antes de marcharse.

Cuando hubo recuperado la salud, se sentó a esperar a Jessie y a Maisie, pero sus hermanas gemelas eran demasiado pequeñas y sus pies no conocían el camino de vuelta a casa. No esperó ni un año antes de regresar a las Lowlands con la misión de encontrarlas. Lo primero que hizo fue acudir al lugar donde habían matado a su madre. Una vez allí, dejó que las emociones se apoderaran de él, llenándose de las fuerzas que necesitaba para sobrevivir y para ayudar a otros a resistir también. Averiguó que Jessie se había quedado en ese mismo pueblo, en casa del maestro, hasta que se había escapado. De Maisie nadie supo decirle nada. Ambas habían desaparecido sin dejar rastro. Desde aquellos días habían pasado ya muchos años, pero él seguía tratando de encontrarlas.

Se estableció en Saint Andrews y formó vínculos con otras personas que eran como él. Esas personas se convirtieron en su nueva familia. Cuidaban de él igual que él cuidaba de ellos. Muchos eran oriundos de Fife y lo ayudaron a asentarse en la zona. Sin embargo, una parte de él aún pertenecía a las Highlands, y eso nunca cambiaría. Allí había nacido y había pasado su infancia, aprendiendo las viejas costumbres de la mano de su madre. Su traslado al sur sólo le había acarreado problemas, pero le costaba abandonar la búsqueda de Jessica y Margaret, sus hermanas.

Escocia estaba a punto de entrar en una etapa de grandes cambios. Lennox estaba seguro de ello, lo sentía en su interior, pero todavía no sabía qué dirección iban a tomar dichos cambios. Cada vez más gente se oponía al tratamiento que recibían las brujas y eso le daba esperanzas, aunque desconocía cuánto tardaría en normalizarse por completo la situación. Además, era consciente de que los intolerantes como Tamhas Keavey no los aceptarían jamás. Su gente estaba deseando marcharse al refugio de las Highlands, pero confiaban en él y seguían sus instrucciones. ¿Y sus hermanas? ¿Sería posible que hubieran partido ya, buscando la seguridad del norte por sus propios medios? Ninguno de sus parientes de Fingal le había hecho llegar noticias de ellas, por lo que suponía que seguían desaparecidas.

En esos momentos tendrían ya diecinueve años, ya no eran unas niñas. Tenía tantas ganas de saber qué había sido de ellas… Una vez al mes aproximadamente recorría el condado en busca de alguna información que lo ayudara a encontrarlas. Y cada vez que le llegaba algún rumor sobre hechos misteriosos, prácticas de brujería o mujeres con talentos extraordinarios, iba a informarse. Tal vez sus hermanas habían logrado mezclarse con la comunidad y ocultar sus poderes. Tal vez los estaban usando para ayudar a los demás. Eso le facilitaría la tarea de encontrarlas.

Lennox pensaba en todo eso mientras cabalgaba en dirección al prado de campánulas. Con la vista perdida en el paisaje, deseó poder tener una familia y estabilidad. ¿Y una mujer como Chloris en su cama cada noche? Sí, eso también.

Vio que ella ya lo estaba esperando, lo que apartó los dolorosos recuerdos de su mente, aunque sólo fuera por el momento. Desmontó y dejó que Shadow pastara a sus anchas.

Lennox se aproximó a la joven mirándola fijamente. Aunque estaba nerviosa y tenía los ojos muy abiertos como un cervatillo asustado, la fuerza de su interior lo atraía. Todo en ella lo atraía poderosamente. Era una experiencia única y embriagadora.

Tenía el cabello recogido. Sintió un fuerte impulso de quitarle la cofia de encaje que lo mantenía en su sitio para ver cómo le caía sobre los hombros. Llevaba un vestido de color azul pálido muy sencillo. Y, sin embargo, cada línea del mismo servía para enfatizar su suavidad y su vulnerabilidad. Bajo el vestido, el corsé era rígido, implacable, lo que sólo servía para guiar la mirada de Lennox hacia arriba, hacia la suavidad de los senos que asomaban por encima de él. A diferencia de la mayoría de las mujeres de buena familia de Saint Andrews, la falda de Chloris no era demasiado voluminosa. Pero los discretos pliegues que se fruncían bajo su cintura servían para resaltar su elegancia y su feminidad. El encaje que adornaba sus mangas hizo que la mirada de él buscara sus muñecas. Luego se fijó en que estaba abriendo y cerrando las manos, nerviosa, mientras Lennox se acercaba. Estaba tan ansiosa como él.

Lo recibió con una sonrisa.

—Cada día que pasa estás más hermosa —dijo él.

—Y tú cada día estás más encantador, pero ya me conozco tus trucos —se burló ella.

—Es la pura verdad.

—Es que me haces feliz.

—Me alegro de oírlo.

—Creo que tus rituales me han cambiado.

—Eso era lo que buscábamos.

—No me refería a cambios en mi… feminidad —aclaró ella, ruborizándose de un modo encantador—, sino a otro tipo de cambios. —Apartó la mirada y la fijó en la distancia, como si estuviera pensando.

—¿Qué clase de cambios?

—Los recuerdos de mi familia, por ejemplo. Sólo tenía recuerdos oscuros y tristes, ligados a los malos momentos de su enfermedad y su muerte. Pero últimamente estoy recordando muchas cosas de tiempos anteriores, más felices. —Se encogió de hombros—. No entiendo cómo lo has hecho, pero es algo bueno y te lo agradezco.

Lennox sintió una gran alegría. Sus palabras lo complacían más de lo que podía expresar. La idea de que sólo tuviera recuerdos tristes de sus seres queridos era intolerable. Sabía perfectamente lo que eso suponía. Llevaba demasiados años sufriéndolo. Ansioso por disfrutar de ella, la abrazó y la besó.

Las manos de Chloris acariciándolo bajo la chaqueta lo excitaron instantáneamente. Cuando sus dedos alcanzaron la piel desnuda en la parte superior de la camisa, él le colocó un dedo bajo la barbilla y la miró a los ojos.

—Ven, deja que te desnude. Hoy hace calor y hace tiempo que deseo tenerte entre mis brazos piel contra piel, sin nada que se interponga entre nosotros.

—No —replicó ella, asustada—. Alguien podría vernos.

—Por aquí no pasa nunca nadie.

—No quiero desnudarme del todo.

Él la miró ladeando la cabeza.

—Eso no está bien.

—¿Por qué no? —Chloris cambió el peso de un pie a otro y le propinó una patada a una piedra con la bota.

Lennox la estaba provocando, ambos lo sabían, pero no podía resistirse a seguir haciéndolo.

—Porque la magia y estos encuentros te han convertido en una mujer valiente y una amante osada y, sin embargo, no te atreves a desnudarte para mí.

—No es falta de atrevimiento, sino prudencia.

Él se cruzó de brazos y alzó las cejas, expectante.

—Disfruto de nuestros encuentros —se defendió ella—. Me gusta todo lo que compartimos.

—Eso espero, pero no veo que eso demuestre que eres una mujer atrevida.

Ella le dirigió una sonrisa de medio lado.

—¿Me está desafiando usted, señor Lennox?

Él asintió.

—¿Qué quieres que te haga hoy?

La descarada naturaleza de la pregunta del brujo desató algo en ella. Aunque enseguida bajó los ojos, Lennox tuvo tiempo de ver un brillo travieso en ellos.

—No me atrevo a decirlo en voz alta.

—Pues enséñamelo. —Él la animó acariciándole la delicada piel del cuello y bajando los dedos hasta el escote.

Chloris respondió inmediatamente. La respiración se le aceleró y su pecho pareció aumentar de tamaño.

—¿Has usado la magia para meter pensamientos en mi cabeza?

—No. —Lennox se echó a reír—. Pero ahora aún tengo más ganas de saber en qué estás pensando, ya que voy a cargar con las culpas.

—Te deseo. —Apoyándole una mano en el hombro, ella señaló hacia el suelo con la barbilla.

Alzando una ceja, Lennox se dejó caer de rodillas.

Chloris se levantó la falda, dejando al descubierto sus piernas y ruborizándose al mismo tiempo.

—Es verdad, te has convertido en una mujer muy atrevida.

—Sí, me has hechizado.

Lennox se sintió orgulloso de oírla decir eso, pero por un instante le pareció que sus ojos brillaban acusadores. ¿Sería posible? No, en esos momentos brillaban burlones. En todo caso, el embrujo era mutuo. Esa mujer lo había hechizado a él. La pasión se desató en su interior. Su erección empezaba a ser dolorosa. No quería esperar más.

Un instante después, Chloris lo empujó para que se tumbara de espaldas y luego colocó un pie a cada lado de sus caderas. Levantándose la falda y las enaguas, se dispuso a montar a horcajadas sobre él.

—Ah, ya veo. —Lennox le acarició los muslos por encima de las medias hasta llegar a las cintas que se las mantenían sujetas para poder acariciar su piel desnuda. Realmente se estaba esforzando en demostrarle que era mucho más atrevida que antes.

—¿Estás escandalizado? —preguntó ella con una mano apoyada en la cadera.

—Más bien intrigado.

Las mejillas de Chloris seguían encendidas, pero eso no fue obstáculo para que se sentara sobre él, con una pierna a cada lado de sus caderas. La falda las cubrió formando una campana a su alrededor.

Lennox sintió el calor de los muslos de la joven muy cerca de su erección a través de la tela de los pantalones.

—Pues ya somos dos. Yo también me siento intrigada por ti —reconoció Chloris, tirando de su camisa hasta sacarla de los pantalones y subiéndosela hasta dejarle la piel del pecho al descubierto.

Él se incorporó un poco para ayudarla, divertido por su actitud. Tras quitarse del todo la camisa y arrojarla a un lado, enarcó una ceja expectante. Ella lo observó unos momentos antes de empezar a acariciarle el pelo, como si tratara de memorizarlo.

Lennox volvió a tumbarse en el suelo. El penetrante aroma de las campánulas, el musgo y el polen los envolvía. Mientras ella le recorría la piel con las manos, Lennox sintió algo más que una estimulación de los sentidos. Notó cómo la unión entre ambos se iba fortaleciendo, como si las manos de Chloris tejieran un vínculo bajo su piel. Al sentir una oleada de magia brotar de su interior, se maravilló por la intensidad de su conexión. Era innegable que la unión con ella reforzaba su magia. La unión carnal siempre lo hacía, pero nunca lo había experimentado con tanta fuerza. Con Chloris todo se multiplicaba y se magnificaba.

Ella se inclinó entonces hacia adelante y le besó el pecho, probándolo con la lengua.

Lennox gruñó.

—Me estoy impacientando.

Chloris se echó a reír. Cuando alzó un instante la mirada hacia él, Lennox vio que le brillaban los ojos. Enseguida volvió a besarle el pecho y, desde allí, siguió bajando por los fuertes músculos que le cubrían las costillas en dirección al lugar donde su verga se esforzaba por liberarse.

—Me encanta verla tan audaz y valiente, señora Chloris.

—No me llames «señora», que me desconcentras, y no quiero que nada me aparte de mi objetivo. Sé lo que deseo.

Lennox siguió con la vista la mano de ella, que luchaba por desabrocharle el cinturón.

—Ya lo veo.

Cuando el miembro de Lennox saltó al quedar libre de la prisión de los pantalones, ella lo agarró con su mano suave. Durante unos momentos, el brujo tuvo que cerrar los ojos y pensar en otra cosa para no acabar demasiado pronto.

Sin embargo, no pudo resistirse a abrirlos poco después. Le gustaba demasiado mirarla.

Un brillo posesivo iluminaba la mirada de la joven mientras lo acariciaba. Le encantaba verla cabalgándolo, y esperaba que eso fuera lo que pensaba hacer. Chloris lo masajeó con delicadeza al principio, pero luego ganó confianza y lo sujetó con más firmeza, acariciándolo arriba y abajo mientras se inclinaba para besarle la punta.

—Chloris… —la advirtió él cuando su lengua entró en contacto con la sensible piel.

Ella se echó a reír.

—Sabes muy bien —susurró.

Notar su aliento en su verga inflamada de deseo era más de lo que podía resistir, pero aunque la sujetó por el hombro, ella no se detuvo. Se la metió en la boca y le pasó la lengua alrededor de la punta.

—Chloris —le suplicó él, apretando mucho los dientes—. Necesito estar dentro de ti.

—Cuando estás dentro de mí no puedo adorarte de esta manera.

—Me adoras de otras maneras, y te aseguro que las disfruto todas.

Por suerte, ella levantó entonces la cabeza y lo miró con los ojos brillantes y la boca entreabierta.

—¿De verdad?

—Siento cómo me abrazas por dentro. Es lo mejor que me ha pasado nunca.

Ella lo miró, asombrada. Cambiando de posición, se deslizó sobre él y lo besó en la boca. Mientras tanto, le guiaba la erección con una mano dirigiéndola hacia su interior. Cuando se dejó caer sobre él y Lennox sintió sus músculos cerrándose a su alrededor, gimió sin remedio dentro de su boca.

—Oh, sí —murmuró ella, sin soltarlo del todo antes de cambiar de postura para clavarse aún más adentro—. Me gusta. Me gusta demasiado.

El miembro de Lennox estaba ya húmedo debido a los fluidos de ella, y se deslizó en su interior con facilidad. Totalmente clavado en ella, levantó la mano y la agarró por el cuello para atraerla hacia sí. Cuando sus bocas se encontraron, se fundieron en una sola.

—Me siento muy atrevida montándote de esta manera —susurró Chloris, al separarse un momento.

Lennox vio que volvía a tener las mejillas encendidas.

—Ser atrevida te favorece mucho.

Ella se balanceó hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera explorando su cuerpo.

—Aaahhh, qué maravilla —murmuró él.

Chloris se levantó un poco y volvió a dejarse caer. Al hacerlo entreabrió un poco los labios, demostrando lo mucho que estaba disfrutando.

Cuando volvió a descender, la punta de su verga se encontró totalmente aprisionada, clavada muy profundamente en su interior. Conteniendo una maldición, Lennox arqueó la espalda, sujetándola con fuerza por las caderas por encima de la falda.

Ella empezó a moverse entonces más deprisa, revolviéndose y corcoveando rítmicamente.

Lennox la observaba, disfrutando al verla tan libre y triunfal.

Agarrándose a él con fuerza, Chloris gimió y gruñó, abrazándolo íntimamente una y otra vez. Le apoyó las manos abiertas en el pecho para no perder el equilibrio y Lennox sintió como si lo estuviera marcando a fuego. Con un hondo gemido, ella se estremeció y lo miró con los ojos muy abiertos, como si también lo hubiera notado.

—Sí, lo que has sentido es la magia que creamos con nuestra conexión. —Él le apartó la falda y, abriéndose camino entre sus piernas, le acarició los pliegues húmedos de su sexo, haciéndola gritar.

Chloris echó la cabeza hacia atrás y siguió cabalgándolo enérgicamente.

Hincado tan profundamente en su interior, Lennox disfrutó de un modo indescriptible cuando los músculos de ella le abrazaron el miembro al llegar al clímax. Gruñó ruidosamente, porque ella lo estaba ordeñando y no iba a ser capaz de seguir resistiéndose. No quería acabar aún, pero tenía los testículos prietos, a punto de disparar.

—No puedo más. Me voy a correr —le advirtió él para que se apartara.

Mientras el orgasmo se acercaba, Chloris lo sujetó con fuerza obligándolo a permanecer en su interior.

—Quiero sentirte —insistió.

Lennox no fue capaz de negarse a su petición. Su escroto se elevó y lanzó su semilla hacia lo más hondo de su estrecho canal.

Chloris se estremeció al notarlo y contuvo una exclamación, pero se mantuvo firme.

Levantando las manos, él la sujetó por la cintura mientras ella recobraba el aliento.

—Estás preciosa.

La joven lo miró con los ojos resplandecientes.

—¿Quieres que te diga lo que estoy viendo en estos momentos? —preguntó él.

—Si no hay más remedio —repuso ella sonriendo.

Él la contempló con admiración.

—Veo que has alcanzado tu poder femenino.

Los ojos de Chloris centellearon.

—Me enciendes y me abrasas, Lennox. Cada vez que estamos juntos, me vuelves más salvaje.

Él asintió y le apartó el cabello de la cara. Dándose la vuelta, la tumbó sobre la espalda y salió de su interior para besarla como deseaba.

Tendida sobre el mullido prado, el pelo se le escapó de la cofia y se desparramó a su alrededor. A Lennox le parecieron rayos de sol que atravesaban el bosque. Era su sol, el sol que traía luz y calor a su vida.

El bosque que los protegía era rico en fertilidad.

Bajo su cuerpo, su mujer era la pasión personificada.

Lennox gruñó y escondió la cara en su cuello, besándola allí. Sintió la magia florecer potente en su interior. Su unión había sido el ritual más poderoso, porque su conexión era única. El aire que los rodeaba era tan rico en fuerza vital que casi podía palparse. Utilizándolo, susurró en la antigua lengua de los pictos, pidiendo que Chloris fuera tan fecunda como ese precioso refugio de la magia natural.