22
—Mary, esta tarde saldré a hacer unas visitas. ¿Podrías prepararme el abrigo y las botas?
—Sí, señora. —La doncella fue a cumplir sus instrucciones inmediatamente, dejando a Chloris ocupada con sus bordados.
Era ya el segundo día que salía a preguntar si sus conocidos sabían de algún empleo que pudiera ser adecuado para ella. El día anterior había obtenido la compasión de las dos buenas amigas a las que había ido a visitar, quienes escucharon los detalles de su matrimonio fallido con curiosidad, pero no parecieron sorprendidas. Por lo visto, ella era la única que no se había percatado de la realidad de la situación.
Sin embargo, no fue lo único que obtuvo. También consiguió la promesa de que le hablarían de ella a una anciana viuda que se estaba quedando sorda. Tal vez podría trabajar como su dama de compañía. Mencionaron también algún que otro puesto, pero no sabían si aún estaban por cubrir. Si ya estaban cubiertos, seguiría buscando. Visitaría a todas las mujeres que conocía hasta que encontrara empleo.
Sabía hacer muchas cosas. Cosía muy bien. Y también podía enseñar. Encontraría la manera de abrirse camino en la vida. Pensar en esas cosas la ayudaba mucho. Le daba esperanzas y algo con lo que ocupar la mente cada vez que su corazón roto amenazaba con dejarse vencer por la desesperación. Chloris pensaba que era una experta en tristeza y melancolía, pero resultó que no lo era tanto. La sensación de pérdida que la atenazaba esos días era completamente nueva.
Y, por si eso fuera poco, sabía que era sólo cuestión de tiempo que Gavin la forzara o la castigara por desobedecerlo. No se había marchado porque aún no tenía ningún otro sitio adonde ir, pero sabía que no soportaría las cosas que había tolerado de Gavin antes. No después de haber probado el sabor del respeto y de la libertad. No podía volver a Saint Andrews por miedo a poner en peligro a Lennox y a los que estaban bajo su protección. Había pensado que las semanas de felicidad que había vivido junto a él la ayudarían a superar los malos tiempos, pero ahora sabía que sólo servirían para hacerle las cosas aún más duras.
Por eso se estaba preparando para iniciar una nueva vida, una vida desconocida aún.
Alguien llamó a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos.
A continuación, Mary entró en la sala de estar.
—Tiene visita, señora —le anunció.
—No esperaba a nadie. —Chloris frunció el cejo, pero luego pensó que tal vez le trajeran noticias sobre el puesto de acompañante del que le habían hablado el día anterior. Se puso en pie—. ¿Traen una nota?
—No, es una mujer que pregunta por usted.
La primera persona que le vino a la mente fue la mujer que había encontrado con Gavin la noche de su regreso.
—¿La amante de mi marido?
Mary negó con la cabeza.
—No, es una vendedora. Quiere enseñarle sus productos.
Chloris volvió a fruncir el cejo, extrañada. Las instrucciones de Gavin a ese respecto eran muy estrictas. Le sorprendió que la doncella hubiera desobedecido las órdenes del señor de la casa.
—Ya sabes que mi esposo no permite que entren en casa vendedores ambulantes.
—Es que la mujer es muy insistente. Ella…, bueno…, no sé cómo me ha hecho creer que usted querría recibirla. —La muchacha parecía tan confundida como Chloris—. Por eso pensé que sería buena idea comentárselo. —Hizo una pausa antes de continuar—: Me ha dicho que tenía encaje para usted, encaje como el que compró hace un tiempo en el mercado de Saint Andrews.
Chloris se sintió ligeramente mareada. «¿Encaje de Saint Andrews?» Rebuscó entre los recuerdos del día que fue al mercado con Jean. Era cierto que habían estado mirando piezas de encaje, pero no se había fijado porque había tenido la cabeza ocupada con Lennox, con el que acababan de encontrarse. Justo después, él había aparecido a su espalda y le había susurrado cosas al oído. Ni siquiera podía recordar si el vendedor de encaje era un hombre o una mujer. Había fingido interés en las adquisiciones de Jean, pero ella no había comprado nada. Mientras trataba de poner en orden las ideas, una imagen se imponía a todas las demás: la de Lennox al otro lado de la calle, observándolas, sonriendo y conectando con ella en secreto.
El corazón le latía con fuerza. Dejando la costura sobre la mesita, asintió.
—En ese caso, lo mejor será que la hagas pasar.
Cuando Mary desapareció, Chloris se quedó mirando la puerta con gran curiosidad. Instantes después, la doncella volvió a entrar acompañada por una joven que llevaba una cesta cubierta por una tela de encaje.
Al entrar en la estancia, la muchacha se la quedó mirando sin ocultar la curiosidad que sentía.
—Gracias por recibirme —dijo haciendo una rápida reverencia—. Le he traído encaje como el que compró la última vez, y tengo otras cosas que quizá puedan ser de su interés.
Chloris se sintió irresistiblemente atraída por la joven, como si llevara un interesante secreto oculto en la cesta. Los ojos de la desconocida tenían un intenso brillo azul celeste, como si el sol del verano brillara en ellos. Chloris se llevó la mano al corazón, tratando de calmarlo. Seguía algo mareada, pero al mismo tiempo notaba una sensación de calidez en el pecho, una sensación parecida a la que le provocaba Lennox en el vientre con sus rituales. Finalmente se dio cuenta de lo que significaba. Esa mujer era una de ellos, era una bruja.
La vendedora se percató de que Chloris había atado cabos y asintió imperceptiblemente.
Chloris no podía dejar de mirarla. Era imposible apartar la vista de aquellos ojos azules tan brillantes. Tomando el mando de la situación, se volvió hacia la doncella.
—Gracias, Mary, eso es todo de momento.
Notó que le temblaba la voz. Mientras esperaba a que la curiosa criada se retirara, trató de recobrar la calma.
La joven esperó a que Mary cerrara la puerta. Luego dejó la cesta en el suelo y se acercó a Chloris. Cogiéndole las manos, la examinó de cerca y le dirigió una amplia sonrisa.
—Eres tan bonita como dice mi hermano.
«Lennox le ha dicho que soy bonita. Lennox la ha enviado». Chloris se hallaba inmersa en un torbellino de emociones. Estaba confundida, llena de esperanza pero también de incredulidad. Sin embargo, la expresión de la joven le enviaba un mensaje de bienvenida tan cálido como sus manos. La calidez penetró dentro de ella y se instaló en su pecho, aliviando así sus preocupaciones.
—¿Eres la hermana de Lennox?
La muchacha asintió.
—Una de ellas. Soy Jessie.
Chloris trató de entender lo que estaba pasando. Lennox le había mandado una carta diciéndole que había recibido noticias de su familia. ¿Sería ése el asunto urgente del que había tenido que ocuparse aquel fatídico día?
—Lennox te andaba buscando.
—Lo sé. Nuestros caminos se cruzaron hace poco, cuando él venía de camino hacia aquí para buscarte.
—Haberte encontrado habrá sido un alivio enorme para él. Llevaba muchos años tras tu pista.
Jessie asintió.
—Sí, pero si no hubiera estado de camino hacia Edimburgo, no nos habríamos encontrado. Y mi hermano da mucha importancia a esas cosas.
El destino. Sí, Lennox le había hablado del destino en varias ocasiones. A Chloris también le habría gustado creer en él.
—Ahora mismo, la única que puede aliviar su sufrimiento eres tú —dijo Jessie.
Chloris se soltó de las manos de la muchacha. Le proporcionaban un gran consuelo, pero no podía aceptarlo.
—Es imposible. Mi primo expulsará a Lennox y a los suyos de Saint Andrews si vuelvo a acercarme a él. —Chloris escogió las palabras con cuidado, consciente del dolor que la joven había vivido cuando persiguieron a su madre.
—No conozco los detalles de la situación, pero Lennox ya ha enviado a su gente al norte.
Chloris se quedó muy sorprendida.
—¿Se han marchado de Saint Andrews?
—Tuvieron que hacerlo. Tu primo había pedido ayuda al alguacil para detenerlos a todos.
Horrorizada al darse cuenta de que sus peores sospechas se habían hecho realidad, Chloris trató de asimilar las novedades.
—Tenemos que darnos prisa por si vuelve la criada —dijo Jessie. Cogió la cesta, rebuscó en su interior y sacó una hoja de papel doblada—. Lennox está en Edimburgo. Ha alquilado habitaciones a pocas calles de aquí; te ha escrito la dirección en esta nota. Te esperará allí hasta que puedas reunirte con él.
Chloris se quedó mirando la nota y la abrió un poco. Al ver que la letra coincidía con la de la carta anterior, el corazón empezó a latirle con fuerza. ¡Lennox estaba allí, en Edimburgo!
—Ha venido.
—Está enamorado de ti, Chloris —sonrió Jessie—. Lo está pasando muy mal. Reconozco que me hace mucha gracia verlo así.
Chloris apenas si podía respirar.
—¿Puedo decirle que irás?
—Sí, estaré allí dentro de una hora.
Chloris estuvo lista para marcharse en cinco minutos, pero se obligó a esperar un poco más para que no relacionaran su marcha con la visita de Jessie. El corazón le latía desbocado y sus ideas chocaban unas con otras de tan deprisa que trabajaba su mente. ¡Lennox había ido a buscarla y la había encontrado! ¿Por qué no se había marchado con su gente? ¿Cómo había dado con ella? Las preguntas se amontonaban al no hallar respuesta.
Mary entró en la sala de estar.
—Ya tiene el abrigo y las botas preparadas, señora.
—Gracias, me iré enseguida.
—¿Quiere que avise al cochero, señora?
—No, me apetece tomar el aire. Iré andando.
Siguió a Mary fuera de la sala y subió a su habitación, donde encontró el abrigo esperándola colgado del biombo que había cerca del armario ropero. Se puso las botas y el abrigo y bajó la escalera a toda prisa.
Una vez en la calle, miró a un lado y a otro para asegurarse de que no la estaban siguiendo antes de ponerse en camino. La dirección que le había proporcionado Jessie no estaba lejos. Sin embargo, cada vez iba más deprisa. Tenía miedo de que todo fuera un sueño y de despertarse antes de llegar.
Al acercarse a la casa indicada, vio que Jessie la estaba esperando junto a una ventana. Ni siquiera tuvo que llamar a la puerta. La muchacha abrió y señaló en dirección a la escalera.
—La primera puerta que encuentres al final de la escalera. Te está esperando. Rápido, que no te vea la casera.
—Gracias. —Chloris le apretó la mano a Jessie en señal de agradecimiento, se levantó la falda y echó a correr escaleras arriba.
Iba tan rápido que estuvo a punto de tropezar, pero cuando llegó al rellano y vio que la puerta estaba entreabierta se detuvo, súbitamente insegura. Tenía la sensación de estar en un sueño, y temía que, si cruzaba el umbral, se despertaría y volvería a estar sola.
Un instante después, la puerta acabó de abrirse. Lennox estaba en el umbral con una mano apoyada en el marco, observándola fijamente.
Chloris se lo quedó mirando en silencio, demasiado nerviosa para hablar y romper el hechizo. Porque tenía que ser un hechizo. ¿Cómo explicar, si no, que su amante estuviera allí, en Edimburgo? Estaban a menos de dos metros de distancia y, no obstante, Chloris aún no podía creerse que fuera real. «Lennox». Su actitud era serena y llenaba el aire a su alrededor con su presencia. La expectación y la tensión eran palpables. Era tan guapo, salvaje y apasionado, y la luz que brillaba en sus ojos era tan intensa…
Al ver que era ella la persona que había subido la escalera, Lennox se relajó visiblemente. Sin poder aguantar más, Chloris cruzó la distancia que los separaba y se echó en sus brazos, rodeándole el cuello con las manos mientras daba la bienvenida a su beso hambriento y posesivo.
Cuando se apartó de él, lo miró maravillada.
—Lennox, oh, Lennox. ¿Por qué te pones en peligro de esta manera? Deberías estar viajando hacia el norte con tu gente.
—Porque te quiero —respondió él con una sonrisa—. Y te prometí que te amaría siempre. Y eso significa que sólo podía hacer una cosa: encontrarte y mantenerte a salvo.
Chloris le apoyó una mano en el pecho, con las emociones a flor de piel. Todas las dudas que había tenido sobre sus intenciones se desvanecieron en el acto. Desapareció el miedo a que todo hubiera sido fruto de un capricho pasajero y a que ya se hubiera olvidado de ella por ser una más de las conquistas del famoso brujo libertino. Sus ojos le daban las garantías que necesitaba. La mirada que le dirigía era posesiva y estaba cargada de deseo: su amante había ido a por ella.
—Oh, Lennox —susurró.
—¿Estás bien? —preguntó él, apartándole el pelo de la cara y examinándola con atención.
Chloris asintió en silencio. Sabía lo que le estaba preguntando en realidad. Quería saber si Gavin le había pegado.
Poniéndole un dedo bajo la barbilla, Lennox la obligó a levantar la cabeza y a mirarlo.
—Pareces cansada.
—He estado preocupada —replicó ella, esquivando el tema. Esperaba que no insistiera demasiado.
Tras tomarla de la mano, él la llevó a la habitación. Era un saloncito cómodo y bastante bien amueblado. Al cerrar la puerta, Lennox los aisló del resto del mundo. Un instante después, Chloris volvía a estar en sus brazos. Él la abrazó con fuerza y la besó a conciencia.
—Te he echado tanto de menos… No sabía que se podía añorar tanto a alguien —susurró con la voz ronca por la emoción.
—Yo tampoco. Pensar que tal vez no volvería a verte nunca me hacía desear la muerte.
—No digas eso. —Él sacudió la cabeza, como si no pudiera tolerar la idea.
Al parecer, los sentimientos de él eran tan fuertes como los suyos.
El deseo encendió un fuego entre los dos.
El cuerpo de Chloris se arqueó como si fuera una rama encendida en una hoguera. Los recuerdos de las anteriores veces que habían hecho el amor la inundaron. Necesitaba unirse a él una vez más para convencerse de que el reencuentro era real.
Lennox le sostuvo los pechos un instante en las manos antes de empezar a acariciárselos.
Ella respondió conteniendo la respiración. Poniéndose de puntillas, pegó los labios a los de él. Las manos de Lennox le recorrieron el cuerpo. Del pecho pasaron a la espalda rápidamente, como si quisiera abarcarla por entero.
—Ven, siéntate —le dijo, llevándola hacia el sofá.
Chloris vio que el saloncito conectaba con un dormitorio, pero tomó asiento en el sofá. Con un suspiro aliviado, se soltó el cierre del abrigo, que iba atado al cuello, y lo dejó caer. No podía apartar la mirada del rostro de su amante. En ese salón de aspecto lujoso, parecía un señor. El suave tictac del reloj que había a su espalda parecía casi incongruente. Marcaba el paso del tiempo con parsimonia mientras la pasión que sentían el uno por el otro se desataba de un modo tan salvaje y poderoso como cuando se reunían en el prado de campánulas.
Pero Lennox no estaba en el bosque. Estaba en Edimburgo, con ella, y esa realidad la hizo temer por su seguridad.
El peligro los acechaba por varios frentes.
Si Tamhas se enteraba, avisaría a los cazadores de brujas de Edimburgo y les proporcionaría información con la que podrían acabar con la vida de su amante en poco tiempo. Se le hizo un nudo en el estómago y empezó a darle vueltas la cabeza.
—No deberías haberte arriesgado a venir. Mi primo se enfurecerá cuando descubra que habéis huido. Podría…
Lennox la silenció poniéndole un dedo en los labios.
—Mi gente está a salvo, camino de las Highlands.
La culpabilidad le retorció las entrañas.
—Siento haber provocado esta situación.
Él negó con la cabeza.
—El conflicto con Keavey empezó hace tiempo. Ese hombre ha hecho cosas horribles. Ya las hacía antes de que tú y yo nos conociéramos. Uno de mis hombres… perdió un brazo cuando tu primo lo encontró recogiendo hierbas en el bosque. Le pegó una paliza y luego le pasó por encima con el caballo.
Chloris cerró los ojos, horrorizada y avergonzada por las acciones de Tamhas.
—Hacía años que estaba obsesionado con echarnos del pueblo. O, si podía conseguirlo, ejecutarnos allí mismo.
Ella gimió y se estremeció. Había oído hablar de los juicios por brujería y de los espantosos métodos que usaban para matar a los acusados, pero era mucho peor oírlo de sus labios, referido a él y a los suyos.
—Chis, calla. No le eches la culpa a lo que pasó entre nosotros. Tenía que pasar, era nuestro destino. Sólo mi tozudez y mi deseo de encontrar a mis hermanas nos mantenían en Saint Andrews. Pensaba que podría conseguir que la gente cambiara de idea sobre nuestros métodos y creencias, pero cuesta mucho eliminar los viejos prejuicios y sospechas. Al ser humano le encanta tener a alguien a quien perseguir.
Cuanto más hablaba Lennox, más preocupada estaba ella. Trataba de consolarla, de tranquilizarla, pero la culpabilidad que sentía era más fuerte. Se retorció las manos, recordando las últimas palabras que había intercambiado con Tamhas. Se acordó de lo furioso que estaba mientras trataba de negociar con él. La vida de Lennox era demasiado preciosa para ella. No podía seguir poniéndola en peligro.
—Tal vez mi primo os habría dejado en paz si yo no hubiera complicado las cosas.
—No lo creas. —Lennox le acarició la mejilla—. Chloris, hasta que apareciste en mi vida, era como si estuviera atrapado. No podía encontrar nada de lo que buscaba; no podía proteger a mi gente ni ofrecerles la seguridad que necesitaban. Tú has sido como un amuleto mágico. Has puesto en marcha una serie de acontecimientos que pueden parecer caóticos pero que han acabado trayendo cosas positivas. —La miraba con los ojos brillantes de humor y afecto.
Chloris no acababa de estar convencida de lo que le decía, pero igualmente le gustaba escucharlo.
—Teníamos que marcharnos de las Lowlands —continuó él—. Hacía tiempo que lo sabíamos. La persecución de las brujas está demasiado integrada en la tradición de los habitantes de por aquí. Llevan más de cien años matándolas. He intentado cambiar las cosas, pero con enemigos como Keavey no podemos seguir arriesgándonos. Tú me has dado la fuerza y la determinación que necesitaba para marcharnos. Y, además —sonrió—, está la cuestión de Jessie. De no haber tenido que venir a Edimburgo a rescatarte, no habría encontrado a mi hermana, a la que llevo años buscando.
Visto de ese modo, tal vez Lennox tenía razón. ¿Sería posible que todo estuviera determinado?
—Y, sobre todo, me has dado lo que más necesitaba: una mujer a la que amar y cuidar. Todo hombre lo necesita, pero hasta que tú llegaste no me di cuenta de lo mucho que lo necesitaba yo. El amor que siento por ti ha cambiado mi modo de vivir, mi modo de ver y de sentir. Ahora soy mejor persona. Y también soy más fuerte.
Chloris se percató de que se refería no sólo a su vida personal, sino también a sus habilidades como brujo. Sin embargo, seguía preocupándole que sus modos de vida fueran demasiado distintos. Sacudió la cabeza y bajó la mirada.
—Tengo miedo. Me temo que no vaya a salir bien. Tengo miedo de que no vaya a durar.
—Saldrá bien y durará.
Ella le buscó la mirada. La contemplaba con amor y sinceridad. Estuvo a punto de derretirse.
—Sé por qué te fuiste y lo entiendo, pero esto es sólo el principio, Chloris. Te quiero y sé que tú me quieres.
—Cuando estuvimos juntos… el último día, en el claro del bosque…, pintaste una imagen de cómo sería nuestro futuro juntos que no pude aceptar porque no parecía real. Era como un sueño, Lennox. Soy mayor que tú, estoy casada y sería una carga para ti porque somos muy diferentes. No comparto vuestra naturaleza. —Se sentía muy en desventaja en ese sentido, y también algo acomplejada. Bajó la vista, puesto que no quería que él viera el dolor y la pena que sentía.
Él negó con la cabeza.
—Todo eso no significa nada. No puedes negarte a compartir la vida conmigo. Cuando viniste a mí, no eras feliz. Tú misma lo reconociste, y te he visto florecer a mi lado. No lo niegues.
—No, no puedo negar nada de eso.
Lennox la atrajo hacia sí y le dirigió una mirada suplicante.
—No dejaré que le des la espalda a lo que podríamos tener juntos.
—Me advertiste de que, si me iba contigo, la vida sería dura. Pero olvidaste que también lo sería para ti.
—¿Tengo que recordarte lo bien que nos sentimos cuando estamos juntos? —susurró él, cubriéndole la boca con la suya.
Con un gemido, ella se rindió a su asalto sensual, fundiéndose entre sus brazos.
El primer beso fue suave, persuasivo, como los primeros besos que le había dado, pero enseguida se convirtió en el beso apasionado que Chloris ya había aprendido a esperar. Adoraba la pasión desatada que se encendía entre ambos con tanta facilidad. El deseo que compartían era recíproco, puro e inmenso.
Sosteniéndole la cabeza con una mano, Lennox le acarició con la otra el pecho y la cintura. Una vez allí, la agarró con más fuerza, pegándola más a él. La firmeza de su cuerpo y la agradable sensación de estar entre sus brazos mientras le devoraba la boca hicieron que Chloris se olvidara de todo lo demás. Se dejó llevar, saboreando el instante, saboreándolo a él.
Lennox la depositó sobre el sofá. Chloris se encontró tumbada de espaldas, sin romper el abrazo en ningún momento. La cercanía de él y el peso de su cuerpo sobre el suyo hicieron que el corazón de la joven se disparara.
—Lennox, me haces sentir… Haces que lo sienta todo.
—A mí me pasa lo mismo. Sólo tú me haces sentir así.
Lennox entrelazó los dedos con los de ella y Chloris se quedó observando sus manos unidas. Él tenía razón. Lo deseaba. Deseaba estar con él más que cualquier otra cosa. Para siempre, tal como él había dicho.
La miró con los ojos brillando de pasión.
—Deja que te ame.
Chloris gimió. Cuando le hablaba así, no podía resistirse. Volvió la cara a un lado, avergonzada de la potente reacción de su cuerpo en ese lugar, un saloncito alquilado, donde debería comportarse con recato y decoro.
Lennox se abalanzó sobre ella, besándole la delicada zona de piel que había dejado al descubierto al volver la cabeza. La besó detrás de la oreja, en el cuello y el escote, sujetándola por la cintura.
El deseo prendió en su interior, calentándole las entrañas. El cuerpo empezó a latirle de necesidad. El sexo se le contrajo entre las piernas, como si reclamara la presencia de Lennox entre ellas, sabiendo el placer que su erección podría proporcionarle.
Con una mano en el sofá, Lennox apoyó una rodilla junto a la cadera de Chloris y le acarició los pechos por encima del corsé y el vestido.
La respiración de la joven se aceleró un poco más. La humedad entre sus piernas se hizo más evidente. Gimiendo suavemente, sacudió la cabeza como si tratara de resistirse, pero agarró el pelo de Lennox con las manos, ansiosa por disfrutar de cada centímetro de su cuerpo.
Las sensaciones la abrumaron. La necesidad la cegaba. No existía nada, ni el peligro ni lo desconocido, sólo él. Mirándolo, separó los labios sin hablar, y le apoyó las manos en el pecho, presionando la cabeza contra el sofá al arquear la espalda hacia él.
Las manos del brujo siguieron recorriéndole el cuerpo por encima de la ropa. A través de la pesada falda notaba su erección sólida y real, como una promesa de placeres aún por venir, placeres como los que habían compartido durante las pasadas semanas.
—No deberíamos —susurró ella, pero no se resistió cuando él le dirigió una sonrisa arrogante y le levantó la falda con una mano.
Abriéndose camino entre sus muslos, encontró el lugar caliente y húmedo que buscaba y se clavó en él.
—Lennox… —jadeó Chloris. La caricia de los dedos que la abrían hizo que le diera vueltas la cabeza. Sintió pánico y una gran felicidad al mismo tiempo. Retrepándose en el sofá, le rogó—: No, por favor.
Mientras lo decía, sabía que era inútil. No podía resistirse a él. En sus manos estaba indefensa, impotente. Y ahora era incluso peor que antes, porque él le había confesado su afecto, un afecto que ella le devolvía con la misma devoción.
Lennox se echó a reír suavemente.
—Quieres hacerme creer que puedes resistirte y, sin embargo —le acarició con el pulgar su centro de placer, haciéndola gemir—, esto me dice algo muy distinto.
Chloris trató de ahogar un grito mientras se aferraba con fuerza al sofá.
Él se echó a reír una vez más.
—Aunque tus palabras lo nieguen, tu cuerpo me dice qué es lo que desea. Siempre ha sido así, desde el primer día.
Estaba tan seguro de sí mismo, como siempre.
—Por supuesto que te deseo. Siempre te he deseado, porque me has seducido a conciencia. Y eso es algo que se te da muy bien. Lo que pongo en duda es la sensatez de nuestros actos. Eso, y lo que nuestros corazones nos ordenan.
—Ya verás cómo lo ves todo mucho más claro mientras vuelvo a familiarizarme con tu cuerpo —insistió él, volviendo a acariciarle los sensibles pliegues.
Chloris se retorció en el sofá.
—¡Eres terrible! Te necesito dentro de mí. ¡Ahora!
La sonrisa de Lennox era la viva imagen del triunfo.
—Sólo un momento más. Déjame contemplarte mientras te toco y luego me tendrás dentro de ti. Nada podrá impedirlo.
—Desvergonzado —replicó ella con una mirada de impaciencia y decepción.
Inclinándose para besarla entre los pechos, Lennox introdujo un dedo en su interior.
—Sólo quiero demostrarte que hacemos buena pareja.
Chloris se cubrió la boca con la mano para impedir que se le escapara un grito. La intrusión era tan agradable que el instinto tomó el control de la situación, apretando el dedo para no dejarlo salir. Levantó las caderas y, al hacerlo, el pulgar de Lennox le acarició el botón situado en la entrada de su sexo, lo que hizo que la inundara una marea de calor.
Él levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos mientras entraba y salía de su húmedo interior. Movía la mano lentamente para animarla a relajarse y disfrutar del momento, trazando delicados movimientos circulares con el dedo.
—Lo quiero absolutamente todo de ti, Chloris, hasta el último centímetro.
Su conexión era tan intensa que el cuerpo de la joven empezó a temblar. Se dio cuenta de a qué se refería cuando le habló de pensar en los asuntos del corazón. Cuando estaban así, sólo podía pensar en lo mucho que lo amaba y en que quería estar siempre con él.
—Por favor —le rogó, aferrándose a sus brazos.
Lennox se desabrochó las cintas que le sujetaban el pantalón, liberando su verga. Su tamaño y su rigidez la hicieron estremecer una vez más.
—Necesito desesperadamente tu abrazo más íntimo —murmuró él.
Ella le rodeó el miembro con la mano, como si lo estuviera examinando. Era sólido, largo y grueso, caliente al tacto. Lo acarició de arriba abajo y luego le sostuvo los testículos en la mano con delicadeza.
Él le dirigió una mirada de advertencia.
—Ten cuidado con eso, amor mío.
Le separó las piernas, dejando caer una fuera del sofá. Con la otra, se rodeó la cadera. Lentamente penetró en su interior, sujetándole las nalgas y levantándola del sofá para tener mejor acceso. Chloris gimió mientras él la abría a su paso, clavándose cada vez más adentro.
Cuando se sintió por fin gloriosamente llena, Lennox permaneció inmóvil.
Su aliento era cálido, y ella lo respiró a través de su boca. El cabello del brujo cayó hacia adelante, formando una cortina protectora alrededor de ambos mientras la besaba suavemente. La barba de pocos días le rascaba la cara, pero a Chloris no le importaba. Era demasiado bueno para quejarse. Quería permanecer así para siempre.
Sin embargo, cuando él le agarró la pierna para hacerla cambiar de postura, levantándosela un poco más e hincándose más profundamente en su interior con movimientos circulares y parsimoniosos, Chloris tuvo que apretar los dientes con fuerza, ya que estaba a punto de desbordarse, y él con ella.
Vio que él la observaba con concentración. Tenía los músculos del cuello en tensión y los ojos entornados.
Un hilillo de humedad se coló entre ambos y se abrió camino por el muslo de Chloris.
Lennox sonrió.
—Estás empapada, cariño.
Ella se ruborizó, sin saber qué responder.
—Y te ruborizas maravillosamente.
—No puedo evitarlo. Tengo las emociones a flor de piel.
—Eso está bien.
Chloris sintió que la punta de su verga latía en su interior, y susurró el nombre de su amante una y otra vez, a punto de alcanzar el éxtasis.
Lennox se retiró al notar que empezaba a temblar.
—Oh, Chloris… —murmuró.
Pero enseguida volvió a penetrar en ella, cabalgándola con embestidas bruscas y profundas hasta que la joven empezó a gemir en voz alta. Lennox arqueó entonces los hombros. Chloris arqueó las caderas al mismo tiempo y el orgasmo se apoderó de ella, dulce, repentino, ardiente y salvaje, inundándole el vientre de placer. Cuando se contrajo a su alrededor, las ondas de su clímax llegaron hasta Lennox, que, gruñendo, se derramó en su interior copiosamente, igualando su orgasmo. Chloris se sujetaba a sus brazos con manos débiles y temblorosas.
Lennox la besó durante un buen rato. Cuando no pudo permanecer más tiempo en su interior, se apartó. Tras ponerse en pie, se abrochó el pantalón antes de tomarla en brazos y sentarla sobre su regazo.
—Muy bien, ahora que hemos vuelto a familiarizarnos, ¿has pensado en los asuntos del corazón?
—Largo y tendido —respondió ella—. Largo… y grueso —añadió, traviesa.
—¿Te has convencido ya de que las cosas serán siempre así entre nosotros? La fuerza de la naturaleza es la fuente de vitalidad más poderosa que existe. Cuando brota de una pareja forjada por el destino, la fuerza que genera es inmensa.
Chloris asintió con la cabeza, aferrándose a él. Recordó su primer encuentro en el prado de campánulas, cuando la mente le había dicho que se alejara de él, pero el instinto le había rogado que se quedara. Después se había arrepentido, pero el arrepentimiento se quedaba pequeño al lado del deseo que había nacido y había empezado a germinar entre ambos. Desde entonces, el deseo no había dejado de crecer. Al día siguiente se había despertado deseando más, deseando volver a estar entre sus brazos.
Por primera vez se dio permiso para creer que lo que estaban haciendo era lo correcto.
—Cuando viniste a pedirme ayuda el primer día, éramos dos extraños unidos por necesidades muy distintas. La atracción entre nosotros era ya muy poderosa entonces. Gracias a esa atracción pronto me encariñé de ti y me olvidé de todo lo demás. Me olvidé de tu primo y de la idea de seducirte para burlarme de él.
Chloris se apartó de él bruscamente, ahogando una exclamación.
Lennox, a quien la pasión había aflojado el cerebro, maldijo por lo bajo al darse cuenta de lo que acababa de confesar.
—¿Me estás diciendo que me sedujiste para burlarte de Tamhas?
Al pronunciar esas palabras, la joven sintió una punzada en el corazón, como si se lo hubieran atravesado con un cuchillo. Fue un dolor más fuerte que cualquiera de los que había experimentado durante los últimos días. Se apartó de él y se levantó.
Lennox bajó la cabeza.
—Al principio creí que te habías marchado de Saint Andrews porque te habías enterado de esto.
—Me marché porque Tamhas me amenazó con perseguir a tu gente.
—Tu primo es así. Lo has visto con tus propios ojos. Nos detesta a mí y a los que son como yo. Sabes que nada le habría hecho más feliz que detenernos a todos y vernos arder en la hoguera. Cuando vi una oportunidad de hacerle rabiar un poco, la aproveché —confesó, alargando la mano hacia ella.
Chloris se alejó un poco más.
—Pero… pero entonces, todo lo que hiciste…, el tratamiento…, ¿todo fue una farsa?
—Sólo al principio. Pronto descubrí que te deseaba a ti, sin importarme nada más.
Ella se lo quedó mirando en silencio mientras recordaba aquella primera tarde, cuando había acudido a Somerled pidiendo ayuda. Él la había interrogado y, después, cuando la vio con Jean, ideó un plan. Había querido destrozar su reputación a ojos de la ciudad para perjudicar a Tamhas. Por eso había insistido tanto, incluso los días en que ella había querido abandonar el antiguo ritual que él le había descrito.
—¿El ritual para potenciar la fertilidad también era falso?
—¡Por supuesto que no! —respondió Lennox, consternado. Con la respiración alterada, se pasó las manos por el pelo y maldijo entre dientes—. Los rituales nunca pueden ser motivo de broma. Invocamos el poder de la naturaleza y lo compartimos con los demás, pero siempre con seriedad y el máximo respeto.
—Pensé que querías ayudarme.
—Y quería ayudarte. Siempre he querido hacerlo.
Lennox se levantó y se plantó ante ella con los brazos abiertos y las palmas hacia arriba. Agachó un poco la cabeza para mirarla fijamente. En sus ojos brillaba un fuego incontrolable. Murmuró unas palabras incomprensibles.
Entonces, el fuego que Chloris había visto en sus ojos surgió también de las palmas de sus manos.
Todo fue tan brusco y repentino que la joven dio un paso atrás, asombrada.
En ese momento, él cerró las manos y apagó el fuego.
—Te quiero, Chloris. Lo que acabo de mostrarte no es nada comparado con el fuego que se enciende en mí cada vez que estoy contigo.
«Yo también te quiero».
Lennox siguió tratando de convencerla con determinación.
—Por favor, te ruego que me comprendas. La tentación de seducirte por ser pariente de Keavey fue demasiado fuerte y no pude resistirme. Pero en cuanto conocí a la persona que había detrás de la prima, todo lo demás pasó a ser insignificante, te lo aseguro.
Ella lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez. No podía imaginarse la vida sin Lennox pero, al mismo tiempo, se percató de que la visión que tenía de él había sido muy inocente. Él le había hablado de su gente como personas puras que se nutrían del poder de la naturaleza y las estaciones, opuestas a las estrictas normas de la Iglesia. Pero ésa no era toda la verdad. Chloris se sintió rota entre lo que sentía y lo que veían sus ojos. Y lo que veían sus ojos era un hombre al que no conocía lo suficiente.
—Por favor, no me mires así —le rogó—. Cometí un error. Un terrible error. Llevaba años tratando de que mi gente fuera aceptada para que no sufrieran el destino que han sufrido tantos otros como ellos durante este último siglo en las Lowlands. Tu primo era nuestro peor enemigo. No paraba de deshacer todo lo que yo hacía para garantizar la aceptación de los habitantes de Saint Andrews. Ya sabes qué clase de hombre es.
—Sí, sé qué clase de hombre es Tamhas —replicó ella fríamente—. El problema es que no sé qué clase de hombre eres tú. —Las palabras de Chloris le dolieron, y ella sintió en su corazón el dolor que asomaba a sus ojos. No obstante, tenía que ser sincera—. No me había dado cuenta de tu motivación. Pensaba que deseabas ayudarme, sin más.
—Deseaba ayudarte, te lo prometo. Pero eso no quita que me divirtiera pensar en lo enfadado que estaría Keavey si se enterara de que había estado en tu cama, bajo su techo.
A Chloris empezó a darle vueltas la cabeza.
—No digas más, por favor.
—No puedo engañarte, las cosas empezaron así. Pero te suplico que me creas cuando te digo que ahora son muy distintas. Cuando te pedí que te fugaras conmigo, que vivieras conmigo para siempre, la situación ya había cambiado. Te amo. Por eso he venido a Edimburgo a pedirte que me acompañes al norte, y a pedir que me entregues tu mano y tu corazón.
Parecía sinceramente arrepentido. Ella quería creerlo, pero era demasiado.
—No puedo pensar. Por favor, necesito algo de tiempo para pensar.
El reloj marcó la media, lo que la devolvió a la realidad.
—Tengo que irme. Te quiero, Lennox, pero necesito ordenar mis ideas.
—Sólo te pido una cosa. Te pido que, por todos los preciosos momentos que hemos compartido, trates de perdonar mi error.
Chloris permaneció mirándolo en silencio. Vio la desesperación en su mirada, pero la cabeza le daba vueltas. Era incapaz de tomar una decisión en ese estado, por lo que se limitó a asentir. Recuperó el abrigo y se obligó a dirigirse hacia la puerta.
Lennox susurró su nombre.
Cuando ella se detuvo ante el umbral, él dijo:
—Estaré aquí, esperando tu respuesta.
—Lo sé. Volveré pronto y te la daré.
Chloris bajó la escalera con las piernas temblorosas. Al llegar al vestíbulo, apareció Jessie.
—Vendrás con nosotros, ¿verdad?
La sencillez de la pregunta, la sonrisa y el hecho de que la hermana de Lennox le gustaba cada vez más hicieron que Chloris no pudiera seguir conteniendo las lágrimas. Secándoselas con el dorso de la mano, miró por encima del hombro en dirección a la escalera.
—Me temo que no acabamos de entendernos bien.
Jessie la examinó en silencio unos instantes antes de responder.
—Eso llega más adelante. Al principio es difícil porque las mismas cosas que unen a una pareja conspiran para separarla. Tenemos que sacrificar parte de lo que fuimos para alcanzar un punto medio.
Chloris se la quedó mirando con asombro.
—Eres una mujer sabia para ser tan joven.
—Lo que sé es que mi hermano te ama.
Ella asintió.
—Y yo lo amo a él. Pero no soy como vosotros. No entiendo vuestra naturaleza ni vuestras costumbres, y creo que ésa es una barrera demasiado alta.
Jessie le tomó las manos entre las suyas.
—Con el tiempo las conocerás y las comprenderás. Mi amante tampoco es de los nuestros y, sin embargo, es mi mayor defensor.
—No lo sabía. —De pronto, Chloris empezó a sentirse más animada.
—A ti te sucederá lo mismo. Lennox te ama apasionadamente.
—Tengo que asegurarme.
Jessie ladeó la cabeza y le apretó las manos.
—Ya estás segura.
—Tal vez —admitió ella con una tímida sonrisa.
Jessie se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño objeto de madera que le entregó a Chloris.
—Toma, quédatelo —le dijo—. Es un amuleto que Lennox hizo para protegerme. Si lo necesitas, llévatelo al corazón y él lo sabrá.
La joven se quedó mirando el pequeño talismán de madera. Estaba tallado con sencillez, pero era bonito. Parecía una flor silvestre. Le recordó al prado del bosque donde habían hecho el amor entre las flores. Sacudiendo la cabeza, se lo devolvió acto seguido.
—No puedo aceptarlo. Lo hizo para ti.
—Llévatelo —insistió Jessie, metiéndolo en el bolsillo del vestido de Chloris.
A su espalda, una puerta se abrió y una mujer entró en el vestíbulo.
Jessie le dio un beso en la mejilla para disimular y le susurró al oído:
—Es la casera.
Chloris asintió en silencio.
Luego Jessie abrió la puerta y se despidió de ella.
Al volver la esquina, Chloris aminoró el paso. Delante sólo la esperaba su casa. Y sabía demasiado bien lo que eso significaba. Detrás estaba la casa donde se alojaba su corazón. Si tomaba ese camino, su futuro sería incierto, desconocido.
Aflojó la marcha todavía más. Cada nuevo paso que daba, deseaba dar media vuelta. Ese sentimiento la ayudó a tomar una decisión. Regresaría a casa y recogería sus escasas pertenencias, los objetos que habían pertenecido a su madre. Luego volvería a buscar a Lennox para darle su respuesta.
No importaban las circunstancias que los hubieran unido. Lennox era su vida, lo era todo para ella.
«Lo amo y siempre lo amaré».