18
La barcaza crujía mientras cruzaba las aguas grises y turbulentas del río Tay.
Inquieto e incómodo, Lennox permanecía con la mirada clavada en Dundee, que se alzaba al otro lado del agua. No era un lugar que frecuentara, pero conocía su lúgubre historia. La ciudad amurallada había sido el escenario de numerosas batallas a causa de su importante puerto. Sabía que había sido bombardeada a conciencia desde el mar por la armada inglesa y que durante la guerra civil, en tiempos de Cromwell, había vuelto a ser castigada desde tierra. Hacía años que no se juzgaba a nadie por brujería en Dundee. Pensar que su hermana podría seguir el destino de su madre le resultaba insoportable.
«¿Y si ya la han ejecutado?»
Lennox apretó mucho los puños y agachó la cabeza, deseando que no fuera así.
—Es un buen día para hacer negocios en Dundee, señor. —El barquero se había colocado junto al estrecho banco donde Lennox iba sentado durante la travesía. Eran dos muchachos escuálidos los que se encargaban del trabajo duro.
A Lennox el día no le parecía prometedor en absoluto, y tampoco tenía ganas de charlar, pero como era el único pasajero, no le quedó más remedio. El barquero se había plantado junto a él con las piernas muy abiertas para no perder el equilibrio por las fuertes corrientes que surcaban el estuario.
Lennox buscó una respuesta adecuada pero finalmente se conformó con una evasiva:
—Así es.
Apenas escuchó al barquero mientras éste seguía hablando del tiempo.
—Tenga cuidado mientras esté usted en Dundee, señor —le advirtió el hombre finalmente, dándole un golpecito en el hombro para captar su atención.
Lennox levantó la cabeza lo suficiente para mirarlo sin quitarse el sombrero.
—¿Por qué?
—Hay brujas en la zona —respondió el barquero, alzando las pobladas cejas en un gesto dramático.
Lennox trató de parecer preocupado por las noticias.
—¿Cómo dice? ¿Brujas?
—Sí, capturaron una la semana pasada. Una mujer joven.
La conversación se estaba alargando demasiado. Lennox estaba cada vez más impaciente. Nada podía ser peor que esa incertidumbre, así que se obligó a preguntar:
—¿La han juzgado ya?
El barquero negó con la cabeza.
—No han podido. Esa arpía se les escapó de las manos. —Chasqueó los dedos—. Desapareció en plena noche.
Lennox se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos. ¿Se había escapado? ¿Sería verdad que Jessie había podido huir y volvía a ser libre? Pensó cuidadosamente lo que iba a decir antes de responder.
—¿Me está diciendo que hay una bruja suelta en el condado?
—Puede estar más cerca de lo que imagina. —El barquero se inclinó y le susurró al oído—: Pasó por aquí. Yo no sabía quién era, pero se sentó en ese mismo barco hace cuatro noches. —Con un gesto de la cabeza, señaló en dirección a Fife, hacia la orilla de la que venía Lennox.
Él se volvió hacia allí, tratando de procesar la nueva información. Al ver el trozo de río que ya habían cruzado se desesperó, y tuvo que echar mano de todo su autocontrol para no ordenarle al barquero a gritos que diera media vuelta. Lo único que conseguiría sería llamar la atención de las autoridades. Además, ya habían pasado cuatro días. Jessie ya debía de estar lejos de allí.
—¿Una mujer joven, dice?
El barquero asintió.
¿Y Maisie?, ¿dónde estaría?
—¿Cree que sigue suelta en Fife?
El barquero, que obviamente había asumido que el interés de Lennox se basaba en el miedo, le dirigió una sonrisa burlona.
—Ahora mismo podría estar en cualquier parte, empleando sus malas artes con cualquiera.
¿Seguiría Maisie en Dundee? Tenía que asegurarse.
El peso que cargaba desde hacía tantos años empezaba a ser un poco menos aplastante. Jessie había escapado y andaba libre por Fife, una zona que le resultaba más familiar que Dundee. Todavía podía encontrarla. A la vuelta, enviaría a los suyos a recorrer los pueblos y las aldeas en busca de información sobre alguna mujer que hubiera pasado recientemente por allí. Pero eso sería al día siguiente. De momento, trataría de obtener toda la información posible sobre Maisie.
La esperanza le hizo arder la sangre. Jessie estaba libre. Y Maisie probablemente estaba escondida en algún sitio. Lennox no descansaría hasta encontrarlas a ambas, pero respiraba un poco mejor que durante esas últimas horas, desde que Glenna y Lachie le habían contado que el alguacil de Dundee había apresado a Jessie.
—Iba cubierta con un chal muy tupido —siguió diciendo el barquero—, por lo que no pude verle la cara. —La barcaza se estaba acercando a tierra. El hombre se incorporó e hizo la señal de la cruz—. Le doy gracias a Dios por protegerme la noche en que llevé al mal personificado en mi barca hasta Fife.
Lennox se lo quedó mirando. Siempre le sucedía lo mismo. Le costaba mucho entender por qué la gente asociaba el mal a unas personas cuya principal actividad era la sanación. Usaban la magia cuando la necesitaban para protegerse, por supuesto, y la tentación de emplear su talento para conseguir el poder hacía que algunos de los suyos se volvieran malignos. Pero, en general, eran gente pacífica que no merecía el trato brutal y despiadado que recibían cuando los apresaban.
Una vez más sintió el familiar mordisco de la amargura. Las sensaciones de rabia e injusticia lo habían acompañado desde hacía tanto tiempo que le habían marcado el carácter. A pesar de su voluntad de ser aceptado y de poder defender libremente sus creencias, a veces el desánimo ganaba la partida y sus pensamientos se volvían oscuros y agresivos. Si los que los perseguían no se andaban con cuidado, los que se mantenían fieles a las viejas costumbres se rebelarían y podrían complicarles mucho la vida. Lennox tenía la capacidad de convertirse en lo que la gente temía. A veces, esa oscuridad quedaba tan cerca de la superficie que estaba tentado de reunir a su gente y partir a las Highlands antes de convertirse en un monstruo temido y odiado. Haber encontrado a Chloris —a la que amaba, de eso estaba seguro— le daba las fuerzas que necesitaba para seguir aguantando.
La barcaza chocó contra el estrecho muelle de madera con un golpe seco. El barquero cogió una maroma empapada que estaba enroscada en un rincón del embarcadero y la usó para acercar la embarcación y atarla a tierra.
—Gracias por la travesía, buen hombre. —Lennox se levantó, buscó la cantidad acordada en el bolsillo y entregó las monedas al barquero—. Necesitaré sus servicios mañana por la mañana para regresar a Fife.
Y, con una inclinación de la cabeza, saltó al embarcadero y siguió su camino a buen paso.
—Sí, yo estaba presente cuando la trajeron. —El carcelero era un hombre grande, de aspecto descuidado, que miraba a Lennox con desconfianza—. La llamaban la bruja puta o La Puta de Dundee, nada más y nada menos.
Lennox alzó una ceja. Al parecer, Jessie se había ganado una reputación. Ya antes de llegar a los calabozos, había oído comentarios sobre la lujuriosa bruja que se había escapado de la cárcel. En las tabernas cercanas al puerto parecía un tema muy popular, pues no se hablaba de otra cosa.
El carcelero frunció el cejo.
—¿Por qué pregunta usted por ella?
Era evidente que el hombre había recibido una buena reprimenda por parte del alguacil. Ambos eran responsables de que los prisioneros permanecieran encerrados hasta el momento de ser juzgados, y ese hombre había fracasado. Tras sacar varias monedas del bolsillo, Lennox se las ofreció.
—Dime todo lo que sepas.
—¿Por qué le interesa tanto? ¿Qué más le da esa bruja? —El hombre no se fiaba de él, a pesar de que miraba las monedas con avidez.
No obstante, Lennox había preparado una excusa.
—Sospecho que la prisionera que encerraron aquí es una mujer que me trató mal en el pasado. —La mentira le salió con facilidad, ya que no era la primera vez que la usaba. En varios viajes anteriores había empleado la misma táctica. Bajó la vista hacia las monedas para que el hombre no leyera la verdad en sus ojos.
El carcelero asintió y se guardó el dinero.
—Ella y su hermana se burlaron de mí —añadió Lennox. Sabía que sólo habían apresado a Jessie acusada de brujería, pero tal vez el guardia supiera algo de Maisie.
—¿Hermana? —murmuró el hombre entre dientes—. No me extraña nada que haya más de una. He oído decir que van en manadas, como los animales. —Frunció mucho el cejo—. No me gustaría encontrarme con dos como ella a la vez. Una ya era bastante. Menuda fiera salvaje.
Lennox se preguntó si el hombre estaría exagerando, avergonzado por no haber podido mantener a Jessie encerrada. Sin embargo, tenía que reconocer que no sabía cómo les habrían ido las cosas a sus hermanas. En Jessie la magia se había manifestado con más fuerza. De niños, a menudo había tenido que ir a buscarla al bosque cuando se alejaba demasiado de casa. Le costaba imaginarse a sus hermanas como adultas, pero lo cierto era que ya habían cumplido los dieciocho años. La última vez que las había visto eran niñas pequeñas. Los vecinos las habían obligado a permanecer de pie sobre los dos pilares de la verja de la iglesia y a mirar cómo apedreaban a su madre hasta casi matarla. Ese acto tan cruel tenía teóricamente el objetivo de mostrarles a los niños los errores de su madre, para redimirlos. La puerta de la iglesia estaba abierta para ellos, siempre y cuando renunciaran a lo que, para los ejecutores, estaba equivocado y era malo.
Sólo recordarlo, las tripas se le retorcieron de rabia y de dolor, como siempre. Había tratado de impedirlo usando la magia, maldiciendo a los asesinos, pero eran demasiados. El más fuerte de ellos se ocupó de Lennox antes de que pudiera hacer nada para salvar a su madre.
—No estuvo aquí mucho tiempo —dijo el carcelero, llevando a Lennox de vuelta al presente—, pero le contaré lo que recuerdo. —Se señaló el moratón de la frente, indicándole que le habían dado un golpe allí.
Lennox asintió, animándolo.
—La bruja juró una y otra vez que no había usado la magia.
Pensar que Jessie había estado lo suficientemente asustada como para negar sus habilidades lo ponía enfermo, pero no le extrañaba, después de haber tenido que ver cómo mataban a su madre. Aunque saber que se había escapado era un gran consuelo, lamentaba no haber llegado antes. Le habría gustado poder liberarla personalmente y haberla llevado a casa, con los suyos. Esa mañana había preguntado por ella a la posadera y ésta le había dicho que era bien conocida en Dundee, y que llevaba viviendo allí más de un año. No era de extrañar que Lennox hubiera sentido en sus entrañas que, al menos, una de sus hermanas seguía en las Lowlands. Una de las últimas cosas que su madre les había dicho al enterarse de que iban a juzgarla fue que no deberían haberse marchado de las Highlands, que allí estarían a salvo.
—¿Me enseñas dónde estuvo presa?
El guardia lo miró extrañado, pero lo guio a lo largo del pasillo.
Lennox estaba más cerca de sus hermanas de lo que lo había estado desde que los separaron cuando eran niños, aunque deseó que Jessie hubiera puesto tierra de por medio. Esperaba que huyera hacia el norte, hacia las Highlands. Con el alma rota entre el miedo por su seguridad y el agradecimiento porque se hubiera escapado, se sintió atormentado. A medida que recorrían el pasillo fue mirando las formas encogidas en el suelo. Ninguno de los prisioneros era brujo.
El carcelero señaló hacia una celda y levantó la vela para arrojar algo de luz hacia el interior. Al ver las lamentables condiciones en las que habían encerrado a su hermana, como si fuera un animal, el alma se le volvió un poco más negra.
Furioso, le costó mucho reprimir sus sentimientos.
—He oído decir que se burló de ti.
El guardia frunció el cejo.
—Vamos, no lo niegues. Todo el mundo habla de su huida.
—La ayudaron —se defendió el carcelero.
Lennox permaneció en silencio, con la cabeza ladeada. ¿Habría reunido Jessie a un grupo de brujos y brujas a su alrededor igual que él? Esperó que así fuera.
—¿Quién la ayudó? ¿Su hermana?
El carcelero negó con la cabeza.
—Fue un hombre, un bruto enorme. Se presentó aquí disfrazado de cura y lo dejé con la prisionera de buena fe, para que llevara la palabra del Señor a su pobre alma.
¿Un hombre la había ayudado a escapar? ¿Tendría un protector?
Cuando estaba a punto de marcharse, Lennox sintió un rastro de vitalidad de Jessie en el fondo del húmedo y oscuro calabozo. Se agarró a los barrotes y se la imaginó allí.
«¿Dónde estás ahora, hermana mía?»