17
Chloris había estado tratando de leer para calmarse y descansar la mente. Se hallaba sentada en la sala de estar con un libro entre las manos, pero sus pensamientos estaban muy lejos de allí. Al día siguiente debía darle una respuesta a Lennox. Mientras pensaba en él, el corazón le brincó en el pecho como un pájaro que alzara el vuelo.
«¿Es eso lo que soy?, ¿un pájaro alzando el vuelo?»
Sus pensamientos eran confusos y contradictorios. De vez en cuando, una pizca de sentido común le recordaba que la idea de marcharse con él y seguirlo allá adonde fuera era una locura. O eso se decía. Porque, francamente, ¿no sería una locura aún mayor quedarse aprisionada en un matrimonio sin sentido sólo porque era lo que siempre había conocido? Recientemente, los votos matrimoniales habían dejado de tener sentido para ella, pero sabía que para su marido no lo habían tenido nunca. «No obstante, yo los pronuncié de corazón».
De una cosa estaba segura. Si no se iba con Lennox, siempre se preguntaría cómo habrían sido las cosas. La decisión no era fácil. Tenía que elegir entre un futuro dudoso y un arrepentimiento seguro. Esos pensamientos oscuros se veían atravesados de vez en cuando por algún rayo de esperanza instintiva y por el anhelo de volver a verlo. ¿No sería preferible conocer la felicidad a su lado, aunque fuera durante un breve tiempo, a no conocerla nunca?
No creía que Lennox pudiera serle fiel a una sola mujer —aunque él le había suplicado que lo creyera—, no después de la vida que había llevado. Y eso la llenaba de inseguridad. Era su amante, pero apenas lo conocía. «Aunque sé que lo amo. De eso estoy convencida».
De pronto, la puerta se abrió violentamente.
El libro se le cayó al regazo. Al ver a su primo, Chloris dejó el libro en una mesita cercana y se levantó.
Tamhas entró en la sala de estar despacio antes de detenerse y examinarla de arriba abajo.
Chloris se ruborizó intensamente. Tenía la sensación de que él sabía lo que había estado pensado, pero se lo quitó de la cabeza. ¿Cómo iba a saberlo? La incertidumbre la estaba volviendo loca.
—¿Primo?
—Tengo una carta para ti —dijo él al tiempo que agitaba el trozo de pergamino que tenía en la mano. Luego se acercó a ella muy despacio, mirándola fijamente a los ojos.
—Oh, gracias por traérmela. No era necesario. —Chloris frunció el cejo. ¿Sería de Gavin? No le había escrito ni una sola vez desde que había llegado, lo que no le había extrañado en absoluto. Además, había algo en la actitud de Tamhas y en su modo de mirarla que le resultaba de lo más inquietante.
—Oh, sí, era necesario. Estoy ansioso por compartir su contenido contigo —replicó él, dándole la página doblada.
Chloris la cogió. La letra no le resultaba familiar. Cuando le dio la vuelta para romper el sello de cera se le secó la boca al darse cuenta de que ya estaba roto. Tamhas la había leído. Se sintió muy incómoda, pero ¿por qué? Obligándose a no mirar a su primo a los ojos, abrió la carta y empezó a leer:
Señora Chloris:
Deseo conocer su respuesta, pero no podré reunirme con usted como habíamos acordado. Perdóneme. He recibido noticias de mi familia. Volveré a ponerme en contacto con usted cuando regrese. La esperanza de que acceda a nuestro acuerdo me dará ánimos durante mi ausencia. Hasta entonces, sigo siendo su devoto siervo,
LENNOX
La letra no le había resultado familiar porque era la primera vez que él le escribía.
Y Tamhas había leído la carta. Sabía que entre Lennox y ella había algo. Sintió que el terror la paralizaba al pensar en las posibles consecuencias.
Dobló la nota con dedos temblorosos.
—La has leído…
Chloris se aferró a esa injusticia para sacar fuerzas y enfrentarse a él. Estaba tan preocupada que sentía náuseas, pero no era el momento de flaquear. Debía ser valiente.
El silencio de la sala era ensordecedor. La tensión se palpaba en el aire. Cuando alzó la cara, vio que Tamhas tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la estaba mirando, expectante.
—Así es. ¿Podrías explicarme su contenido? —preguntó él en un tono cargado de sarcasmo.
—Fui a Somerled en busca de un remedio. —Era la verdad.
—¿Un remedio?
—Sí, un remedio contra la esterilidad. Soy estéril y deseo darle un hijo a mi marido.
Tamhas inspiró hondo y resopló, burlón.
—¿Fuiste a ver a Lennox Fingal porque querías un hijo?
Chloris se enfureció.
—No, no fue así.
—Pero esa carta implica un cierto grado de intimidad, ¿no te parece?
—Sé que no apruebas esa clase de remedios, pero fui a Somerled porque estaba desesperada. Maese Lennox se ofreció a llevar a cabo los rituales de fertilidad personalmente, por eso me ha escrito la carta, para avisarme de su ausencia.
—¿Rituales?
—Rituales mágicos —respondió ella, ruborizada pero mirándolo a los ojos—. Me dijo que había un conjuro que podría devolverme la fertilidad.
Tamhas le dirigió una mirada mordaz.
—Por favor, no insultes mi inteligencia, querida prima. —Su tono de voz había pasado de irónico a amenazador.
Chloris tragó saliva al darse cuenta de que no importaba cuál hubiera sido su intención original. Nada iba a ayudarla a salir de esa situación de manera airosa. De todos modos, no era su situación personal lo que la preocupaba. Eran Lennox y su gente. Había oído a Tamhas criticarlos muchas veces y sabía que debería haber mantenido su relación en secreto. Temía que su historia de amor con Lennox fuera el combustible que hiciera prender la hoguera de odio que Tamhas llevaba años construyendo en su alma. Una auténtica pira funeraria para Lennox y los suyos. Chloris había pensado muchas veces en el riesgo que él corría al ir a visitarla a Torquil House. Nunca había imaginado que lo descubrirían de esa manera.
Tamhas descruzó los brazos y empezó a andar lentamente por la habitación. De vez en cuando pasaba un dedo sobre los muebles, como si estuviera comprobando si tenían polvo. Parecía que estuviera disfrutando con la incomodidad de su prima.
Chloris miró hacia la puerta pero de inmediato descartó la huida. Sólo serviría para que se enfureciera más. Tenía que aprovechar la oportunidad para desviar su atención; para que dejara de pensar en los habitantes de Somerled.
—Tamhas, sólo fui pidiendo consejo para mi problema. No me hicieron daño. No deberías ser tan duro con ellos.
Él entornó los ojos y la examinó detenidamente.
—¿Por qué te preocupas tanto por esa gente, prima? Me pregunto qué habrá pasado entre vosotros realmente. —Cada vez le costaba más contener su enojo—. Has dejado que ese pagano te engatuse, ¿no es así?
Chloris no supo qué responder.
A ojos de su primo, ya estaba deshonrada.
A sus ojos, estaba enamorada de Lennox y no había nada deshonroso en ello. Nada que su primo pudiera decir podría hacerle cambiar de opinión sobre él. Aunque no se engañaba. Las cosas entre ellos nunca podrían funcionar porque provenían de mundos muy distintos y la gente no lo permitiría.
Tamhas se abalanzó entonces sobre ella.
Chloris se volvió para huir, pero su primo la atrapó por detrás, sujetándola por los hombros. Tras atraerla hacia sí, le acercó la cara a la oreja.
—Podrías haber sido la señora de esta casa —le susurró entre dientes—. Te lo ofrecí.
Tamhas le llevó una mano al cuello y se lo acarició. Algo en su modo de tocarla la dejó helada.
—Eres mi primo y mi tutor, no me pareció correcto —se defendió ella, tratando de hablar en voz baja y serena para no alterarlo más.
La palma de la mano de Tamhas estaba húmeda, y los dedos le temblaban por alguna emoción oscura y reprimida.
—Pero, en cambio, te pareció correcto que él te pusiera las manos encima, ¿no?
Ella cerró los ojos sin saber qué decir.
—Te estoy muy agradecida por tu protección y por el buen matrimonio que me concertaste.
Al oír la mención a su matrimonio, él la apartó bruscamente de un empujón.
Chloris se agarró al respaldo de una silla para no caer al suelo.
—Si tan agradecida estuvieras —le espetó él—, no te habrías arriesgado a traer la vergüenza a la familia. Si esto llegara a saberse, mi reputación quedaría por los suelos.
La joven se volvió a mirarlo, sacudiendo la cabeza.
—Ya he causado bastante vergüenza a la familia con mi infertilidad. Sólo trataba de remediar eso.
Él la miró, asqueado.
—Vuelve a Edimburgo, Chloris. Eres una estúpida y no voy a consentir que mancilles mi buen nombre en Saint Andrews.
Sí, suponía que a Tamhas no le interesaba que nadie se enterara. ¿Podría aprovecharse de ese punto débil de su primo?
—Me marcharé, pero con una condición: que dejes en paz a los habitantes de Somerled.
Tamhas se la quedó mirando sin dar crédito a lo que oía.
—¿Estás tratando de negociar conmigo, mujer ignorante?
Chloris sabía que debería salir corriendo de allí, puesto que su primo la estaba mirando con una expresión enloquecida. Sin embargo, se obligó a sacar fuerzas de sus convicciones y permaneció inmóvil. Sosteniéndole la mirada, respondió:
—Si no aceptas, me quedaré aquí y le contaré a Jean que era a mí a quien querías. Ya veremos qué opina cuando se entere de que trataste de meterte en la cama de tu prima el mismo día que anunció que estaba esperando tu tercer hijo.
Nunca sería capaz de hacer algo así, pero era la única arma que le quedaba para negociar.
No obstante, también suponía correr un gran riesgo. No le extrañaría que Tamhas se riera de ella en su cara.
Pero no lo hizo. En vez de eso, la miró con desconfianza.
Chloris trató de adivinar hasta qué punto estaba furioso. Por desgracia, era una experta en detectar el enfado en los ojos de los hombres.
—Prepara tus cosas —murmuró él—. Quiero que te marches mañana en cuanto amanezca. El carruaje te estará esperando para llevarte de vuelta a tu hogar, de donde no deberías haberte marchado. No intentes salir de tu habitación hasta entonces. Te subirán la comida en una bandeja.
Ella asintió, se volvió y salió de la sala tan deprisa como pudo. Volvería a Edimburgo porque tenía que hacerlo, pero no porque fuera su hogar. Ya no lo era. Sin embargo, lo haría para proteger a Lennox.
Al salir al pasillo vio que Maura, la criada, estaba esperando oculta entre las sombras. Al ver que era Chloris la que salía de la sala de estar y no el señor Tamhas, abandonó de su escondite y se dirigió hacia ella.
—Lo siento, señora —susurró—. Intenté impedirlo, pero me quitó la carta.
Chloris la cogió del brazo y se lo apretó para tranquilizarla mientras la obligaba a seguir andando sin detenerse.
—Calla, no es culpa tuya. Vamos, ayúdame a hacer el equipaje.
Maura la miró, desconsolada.
—Es mejor así —añadió Chloris—. Es lo mejor para todos.
Era la verdad.
Lástima que su corazón se empeñara en hacer que se sintiera tan mal.
Jean estaba inquieta. Tamhas sabía la razón, pero no quería hablar de ello.
Finalmente, ella le hizo una señal a la criada que esperaba junto a la puerta a que le dieran la orden de que podía servir la cena.
—Por favor, ¿podrías ir a ver si le pasa algo a la señora Chloris? Temo que no se encuentre bien, porque no ha bajado a cenar.
—No será necesario —replicó Tamhas. Había supuesto que su esposa se enteraría de lo sucedido por boca de alguna criada, pero al parecer ninguna se había atrevido a compartir las noticias con la señora de la casa.
Jean frunció el cejo.
—¿Qué quieres decir?
Tamhas sacudió la mano, indicándole a la criada que se retirara.
—Chloris no bajará a cenar con nosotros porque mañana a primera hora vuelve a Edimburgo.
Jean se echó hacia atrás en la silla.
—No tenía ni idea. ¿Qué la ha llevado a tomar una decisión tan precipitada?
Al parecer, su esposa se había encariñado con la invitada. Lástima. Era demasiado tarde. Esa amistad ya no podría florecer.
—Le he ordenado que se marche.
Jean lo miró, asombrada.
—Me temo que la prima Chloris ha abusado de mi confianza.
Ella permaneció mirándolo en silencio, con el cejo fruncido.
—Ni se te ocurra decir ni una palabra a nadie, pero esta mañana intercepté una carta dirigida a ella de ese canalla, el señor de las brujas. Por el contenido de la misma y la reacción de Chloris, está claro que han estado viéndose en secreto.
Jean palideció.
—Parece que lo haya hecho a propósito para provocarme. Sabe perfectamente lo que pienso de esa gente.
—Se lo advertí —dijo ella—. Le dije que ninguna mujer estaba a salvo en su compañía.
Tamhas observó a su esposa detenidamente. ¿Habría estado al tanto de la relación de su prima con el brujo?
—¿Alguna vez te habló de los paseos a caballo que daba por las mañanas?
—Sólo me dijo que le resultaban muy tonificantes. —Jean se ruborizó al darse cuenta de lo que acababa de decir.
Su esposo la miró con desconfianza.
—¿Y no sospechaste nada?
Ella negó con la cabeza.
—No. Le advertí que tuviera cuidado con el brujo porque siempre me ha parecido un personaje peligroso. —Hizo una pausa y pestañeó, como si se arrepintiera de lo que acababa de decir—. Así que, ya ves, era poco probable que confiara en mí —concluyó apartando la mirada.
Tamhas se percató de que Jean estaba incómoda. ¿A qué se debería? ¿De qué se arrepentía?
—¿A qué te refieres cuando dices que te parecía peligroso?
—Me he expresado mal, esposo —respondió ella sin mirarlo a los ojos, lo que confirmó su culpabilidad.
Tamhas se levantó, loco de rabia.
—¡Cuéntamelo todo ahora mismo o te daré una paliza! ¡Me da igual que estés embarazada!
Ella levantó la cabeza y lo miró horrorizada. Y hacía bien.
—Poco después de venir a vivir aquí, me encontré con él y hablamos un poco —explicó—. Eso es todo.
La puerta se abrió entonces para dejar pasar a la criada, cargada con una bandeja de comida.
—¡Largo! —le espetó Tamhas.
La chica salió corriendo.
A continuación se volvió hacia su esposa, que estaba encogida en la silla.
—Mañana me reuniré con el alguacil para pedirle que detenga a esa chusma. Pero mientras tanto vas a contarme exactamente lo que pasó. Y cuándo pasó.
Jean bajó la cabeza.
—Lo invité a venir a casa, hace muchos años, para que expulsara al fantasma que habita en el ala oeste.
—¿Dejaste que te pusiera la mano encima?
—No, te juro que no.
—Sigue. No te dejes ni un detalle.
Con los labios apretados, Tamhas se obligó a escuchar todos los pormenores de su estúpida historia, aunque la tentación de hacerla callar era muy fuerte. Cada vez que oía el nombre de Lennox Fingal tenía más ganas de acabar con su vida.
Cuando Jean acabó de hablar, él permaneció un rato en silencio para hacerla sufrir.
—No volveremos a sacar este tema. No hará falta. —Cuando ella levantó la cara para mirarlo, él añadió—: Pienso ocuparme personalmente de encender la hoguera que libre a Fife de alimañas.