9
Tres horas más tarde estaban en órbita alrededor de Helvan. Los mensajes y los informes del escáner de la superficie del planeta no eran alentadores. Estaba en marcha una revolución en plena escala. Las desapariciones se incrementaban. El pánico y la violencia colectiva estaban arrasando el planeta.
Kirk se marchó discretamente para que McCoy volviera a implantarle cuernos, y con lo que se encontró fue con Chapel acabando artísticamente dicha obra en McCoy.
—Bones, Spock no le ha designado a usted como parte del grupo de descenso.
McCoy bufó.
—No ha designado a nadie, ni siquiera a usted. Las cosas han sido muy precipitadas. Venga aquí.
Poco después, Kirk tenía sus cuernos. Comenzó a darle una impresión de algo ominoso el hecho de que Spock no se hubiera librado de los suyos en ningún momento.
El intercomunicador silbó. La voz de Rand llegó a través del mismo.
—El señor Spock ha alertado a la sala de transporte para que se prepare para la transferencia… en cinco minutos.
Kirk y McCoy salieron apresuradamente. Encontraron a Uhura en la sala del transportador, completamente ataviada con un equipo completo de comunicaciones. Chekov también estaba allí con un pequeño arsenal en la cintura y las armas de reglamento para los demás integrantes del grupo, con una expresión bastante ceñuda bajo sus cuernos.
Spock entró y captó la presencia de todos con una sola mirada.
Savaj entró detrás de él. Rand jadeó sonoramente. Si alguna vez habían acusado a Spock de parecer el mismísimo diablo, se habían equivocado. Era aquél el Hijo de las Tinieblas encarnado. Los cuernos no hacían más que completar la imagen, pero el rostro vulcaniano estaba tallado de leyendas, sueños, pesadillas, con su oscura majestad satánica. Si existía un rostro capaz de levantarse contra Dios, aquél era dicho rostro.
Spock miró al grupo reunido en la sala y asintió con la cabeza.
—Un celo encomiable. Gracias. De todas formas, la partida de tierra consistirá sólo en aquellos que son inmunes a la influencia. —Miró a Kirk—. Un principio de lógica y de mando que he comentado con usted en varias ocasiones. Principalmente contra la criatura nebulosa…
—Spock, ya sabe qué es lo que puede hacer con esa nube… —se contuvo en seco—. Capitán Spock, no estamos aquí para permanecer a salvo dentro de la nave, suponiendo que esto sea seguro, algo que resulta dudoso. Estamos aquí para estudiar el efecto alienígena. La inmunidad no le atrae necesariamente, mientras que nosotros obviamente sí lo hacemos. La inmunidad podría no detectarle, mientras que nuestra afinidad sí lo consiguió. Es para eso para lo que está aquí este grupo.
—Señor Kirk, no hasta que, y a menos que, se hayan agotado todas las alternativas que puedan ser exploradas por dos vulcanianos. No necesitamos detección ninguna para saber que dicha influencia está operando sobre este planeta. Usted ya la ha atraído, aunque con un éxito excesivo. Ya ha tenido su oportunidad de influir sobre usted. En cuanto a la afinidad, sólo ha servido para detectar dicho efecto. Si existe inmunidad, no hay efecto alguno que detectar.
—Ni siquiera eso está firmemente determinado, Spock. La inmunidad vulcaniana es una suposición. Y usted es medio humano.
—Eso es algo bien sabido —replicó Spock—. Al igual que lo es el hecho de que yo estoy al mando de esta nave. Para su información, señor Kirk, no se tiene constancia de ningún caso en el que alguien haya desaparecido dos veces y haya regresado. No voy a darle a eso ninguna segunda oportunidad con víctimas anteriores, ni con ninguna víctima humana hasta que el poder de Vulcano haya sido puesto a prueba contra esa influencia. Si Savaj o yo somos apresados, como vulcanianos tenemos un significativo porcentaje de probabilidades de liberarnos o de conocer la naturaleza del enemigo.
Se volvió para encararse directamente con Kirk.
—Escuche lo que voy a decirle, señor Kirk. Voy a dejarle al mando, en contra de lo que me dice mi juicio; pero voy a dejarle con órdenes estrictas, según todas las ordenanzas aplicables de la Flota Estelar. En el caso de que la partida de tierra desaparezca, se encuentre aparentemente en aprietos o no regrese, no deberá usted organizar ninguna misión de rescate, ni permitirá que nadie abandone la nave, ni hará intento alguno para rescatarnos. Si perdemos el contacto durante más de cuatro horas, deberá dar la partida de tierra por perdida y abandonar de inmediato la órbita en dirección a Vulcano, de donde no regresará sin un equipo completo de vulcanianos y bajo el mando de un comandante vulcaniano.
—Spock —dijo Kirk cautelosamente—, me está usted pidiendo que «dé por perdido» no sólo a un oficial y amigo que es invalorable para la Flota Estelar e indispensable para mí, sino también a un oficial de máximo rango de la Flota Estelar, el almirante Savaj, una de las mentes más privilegiadas de la galaxia.
—No, señor Kirk. No se lo estoy pidiendo —dijo secamente Spock—. Es la orden final obligatoria de un oficial al mando que marcha conscientemente a una misión potencialmente sin retorno. No le dejo ninguna opción ni recurso alguno a su criterio. Así lo hago constar ahora. Responderá ante la Flota Estelar; o, si yo sobreviviera, ante mí.
Se volvió y subió a la plataforma del transportador.
—O, si sobrevivo yo, ante mí —agregó Savaj.
—Activación —ordenó Spock.
Kirk no dijo nada.
Pero miró a Spock con la expresión que Spock sería capaz de interpretar como «y una porra».
Apenas pudo contenerse de decirlo en voz alta, diciéndose a sí mismo que Spock se haría transferir inmediatamente de vuelta para ajustarle las cuentas en aquel mismo momento… y relevarlo del mando.
Según estaban las cosas, Spock lo dejó en su puesto por aquella agudeza de intuición y criterio de mando que era consciente de que Kirk poseía, y que muy bien podrían ser necesarios para salvar la nave. Spock sabía muy bien que, cuando las cosas se ponían mal, el tener que responder ante la Flota Estelar no detendría a Kirk.
La mirada que McCoy le dedicó a Kirk revelaba que estaba especulando sobre si conseguiría detenerlo el tener que responder ante Spock o Savaj.
—¿Sabe una cosa, Jim? Ellos no tienen necesariamente que regirse por las regulaciones de la Flota Estelar de naturaleza humana. En eso también tienen derecho a la diversidad vulcaniana. El ala vulcaniana y el código de mando.
Kirk adoptó una expresión de tristeza.
—Podría haberse ahorrado el decir eso, Bones.
—Escúcheme, yo vi las consecuencias de la diversidad vulcaniana, ¿recuerda? T’Pring se convirtió en objeto en un segundo vulcaniano por desafiar un acuerdo matrimonial hecho por sus padres cuando ella tenía siete años. ¿Qué supone usted que hace una nave vulcaniana con un oficial que rompe un juramento hecho a la Flota Estelar cuando es adulto?
—Bones —dijo Kirk—, será mejor que vaya a conjurar un encantamiento contra la posibilidad de que tengamos que llegar a averiguarlo. ¿Realmente cree que voy a salir de aquí y dejarlos en ese planeta si se meten en problemas?
McCoy suspiró.
—Voy a sacar mi ojo de tritón. —Comenzó a volverse—. Pero, Jim, quizá Spock tenga algo de razón. Si sólo los vulcanianos pueden enfrentarse con eso… y si incluso nuestra capacidad de juicio se ve afectada…
—Incluso la mía. Lo sé, Bones. Sin embargo, continúa siendo la única capacidad de juicio que tengo.
Kirk se volvió hacia Scott, que se encontraba en los controles del transportador.
—Quiero que se los siga constantemente con un escáner de lectura vital completa.
—Sí, señor —replicó Scott—, pero ya se han metido en el meollo del asunto.
Kirk llegó hasta Scott en tres zancadas. Las dos formas de vida vulcanianas estaban rodeadas por una turba.
Spock y Savaj habían aparecido en un callejón desierto. Spock comprobó el funcionamiento de su comunicador.
Había sido un error dejar a Kirk al mando. Spock conocía bien aquella mirada.
De todas formas, no es que hubiese tenido, de hecho, mucha elección. Dado cómo era Kirk, había pocas cosas, aparte de la sedación o el encarcelamiento, que hubieran impedido que se hiciera con el mando de aquella nave si la partida de tierra se perdía. Ni tampoco había en la nave un solo tripulante que no fuese a respaldar a Kirk en el caso de que lo hiciera.
Spock había cedido ante la lógica y, a pesar de todo, había sido un error.
—Spock a la Enterprise.
No hubo respuesta. Ni una señal, constató momentáneamente Spock.
—Bloqueada —confirmó Savaj, comprobando el funcionamiento del suyo—. En cualquier caso, de poco serviría relevarlo.
Spock reprimió una irritación casi humana al verse interpretado con tanta exactitud.
—Cree que soy descuidado en el Tzaled.
—No. Le he hecho una observación.
—Observación recibida.
—Usted ha permitido que el juicio superior se subordinase al inferior.
—Ha sido mi comandante.
—Usted es su superior natural.
—Ese pensamiento se me ha ocurrido ocasionalmente. De todos modos, existe otro nivel en el complejo hecho que usted no ha tenido oportunidad de observar.
Savaj se encogió de hombros.
—Más razón aún para ese nivel Tzaled de lealtad hacia el comandante.
En este caso, requeriría el tipo de instrucción subadulta que debe aplicarse en el caso de los niños prodigio erráticamente brillantes y peligrosos.
Spock asintió con la cabeza.
—Le encomiendo a usted, almirante, la tarea de intentar hacer eso con un humano Beethoven… o con un Kirk. Spock avanzó rápidamente hasta la boca del callejón, con Savaj inmediatamente detrás.
Lo que había sido una calle relativamente tranquila, se vio de pronto llena por una turba. Se arremolinaron en torno a ellos y los absorbieron al interior del furibundo torrente de seres cornudos.
Ambos intentaron abrirse camino hasta el borde del mismo, pero de repente la turba giró una esquina y los apretó contra una multitud de miles de seres que observaban cómo un grupo armado atacaba el Palacio de Verano.
Encontraron cierto refugio junto a una columna de piedra.
Spock vio campesinos asaltando el palacio con horcas. Vio culebrinas que tan sólo unos días atrás habían sido un nuevo objeto de curiosidad; y también vio armas que se cargaban por la boca, ya bien desarrolladas. Se lanzó a la carga otro grupo que contaba con algunos integrantes que blandían armas de retrocarga con toscos cartuchos.
—Siglos de fabricación de armas —dijo Spock— comprimidos en unos cuantos días.
Savaj asintió con la cabeza.
—La revolución que está teniendo lugar aquí se ha adelantado cuatro siglos según mis cálculos, y comprime trescientos años de revolución en un lapso de semanas. Desgraciadamente se corre el grave peligro de mezclar las grandes revoluciones liberadoras de la escala Richter normal con las posteriores revoluciones autoritarias y contrarias a la vida.
—Usted ha estudiado el planeta —dijo Spock.
—Hace tres años. Estancado, precientífico… en el feudalismo temprano, sin ninguna de las semillas de estos cambios en su composición.
—Usted está hablando de experimentación sociológica —adivinó Spock.
—Sí —replicó Savaj—. Pero hay mucho más que eso.
Le indicó que ya estaba explorando con el escáner de mano de su sensor.
Spock hizo lo mismo. Razonablemente normal. Luego advirtió algo que lo hizo mirar con mayor atención.
Desde que ellos habían llegado, un ala del palacio había caído en poder de los rebeldes. Se habían izado estandartes. Un cañón. Los líderes organizaban grupos improvisados que avanzaban rápidamente hacia objetivos que surgían de forma repentina. Finalmente, Spock consiguió identificar la sensación subliminal que lo hostigaba.
Era como si ellos estuvieran observando desde una película en cámara lenta, mientras que el mundo real pasaba ante ellos a toda velocidad. Pero no era tanto el mundo físico el que se había acelerado.
—Tiempo… —comenzó a decir Spock—. No. ¿Tiempo psicológico?
Savaj asintió con la cabeza.
—Se trata del incremento de la velocidad de un fenómeno natural. En todos los mundos se dan períodos en los que un siglo realiza la obra de un milenio, a lo que sólo sigue la década que realiza la obra de un siglo. Pero ahora, en este y otros mundos, el año se convierte en el milenio, aunque no sin ayuda exterior.
De pronto alguien de la multitud se volvió y descubrió los extraños instrumentos que tenían en las manos; y de pronto un varón helvano con cuernos gruñó como un demente y avanzó hacia ellos. El contagio se apoderó de la multitud y una repentina ola cornuda se deslizó hacia donde estaban los dos vulcanianos.
Savaj cogió a Spock por un brazo y ambos echaron a correr. Eran las presas. Los perseguían para cazarlos. Tanto si lo sabían como si no, aquellas gentes tenían que percibir la presencia de los experimentadores, y ahora identificaban a Spock y Savaj con esa presencia. La respuesta de los helvanos fue el deseo de destrozarles la garganta.
Rodearon edificios y saltaron por encima de muros hasta que aparentemente perdieron a sus perseguidores. Savaj le había dado impulso a Spock para que subiera a lo alto de una pared de la altura de tres hombres; luego saltó para coger la mano de Spock y subir él mismo a lo alto cuando Spock tiró de él. Aquélla era quizá la primera vez, en probablemente veinte años, que Spock recibía ayuda de una fuerza igual o superior a la suya propia.
Se agacharon para ocultarse en un nicho angosto mientras un contingente de helvanos pasaba precipitadamente de largo.
—Esto ha sido, entonces, en lo que ha pasado la última década —comentó Spock.
Savaj asintió.
—He pasado en ello toda mi vida, y sin duda la última década. Comencé a detectar el fenómeno hace mucho tiempo. Existe un patrón de anormalidades que denotan algún gran proyecto. Los que lo proyectaron se mantienen en el anonimato. Esto está fuera del alcance de las capacidades de cualquier forma de vida conocida de la galaxia. Parece incluir la comparación entre muestras de diferentes planetas, sofisticados proyectos de experimentación y una voluntad suprema de pagar el precio de la sabiduría con las muertes de otras formas de vida.
—¿Para investigar qué hipótesis? —preguntó Spock.
—Lo ignoro. La intención quizá no sea malévola. Tampoco es benévola.
Algunos cambios son destructivos, peligrosos; algunos pueden ser beneficiosos. En cualquier caso, la acción alienígena equivale a una total indiferencia hacia cualquier principio de no interferencia. Es la antítesis de la Primera Regla de no interferencia de nuestra Federación. La regla de los experimentadores es: intervenir siempre.
Spock lo miró fijamente.
—Pero usted tiene alguna teoría con respecto a la hipótesis de experimentación.
Los ojos de Savaj lo estudiaron.
—La tengo. De todas formas, continúa siendo tan improbable que no dispongo de pruebas lógicas en las que fundamentarla. Prefiero reservármela hasta que hayamos reunido pruebas.
—He descubierto —señaló Spock— que frecuentemente acelera el proceso de la recogida de pruebas el compartir lo que incluso los humanos considerarían como una especulación sin fundamentos.
—Nosotros no somos humanos, Spock. —Savaj consultó su sensor—. Hay una fuente de energía de 13 Mark 3 que no es compatible ni siquiera con el nuevo índice de desarrollo helvano.
Le hizo a Spock un gesto para que saliera, y Spock rodeó a las bestias de carga helvanas que estaban atadas junto al callejón.
Fue en ese preciso instante cuando todos los instrumentos se mostraron de acuerdo con Savaj de Vulcano: el capitán Spock rodeó a las bestias de carga… y desapareció.
Savaj comprobó el estado de su comunicador, vio que continuaba siendo inservible y partió en la dirección energética de 13 Mark 3.