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Kirk vio que Spock se volvía hacia Savaj en el campo de estasis con un esfuerzo que daba la impresión de que fuera a romper algo. Yo soy el comandante en el campo de batalla —le dijo—. Eso es inaceptable para mí.

—No existe ninguna otra alternativa lógica —insistió Savaj—. Somos impotentes para luchar, resistir, escapar… o informar. Abandonamos a la Federación que hemos jurado defender, y a la galaxia indefensa e ignorante de su destrucción. Si el experimento continúa adelante, esta galaxia morirá mucho antes de la destrucción del Todo. Una gran parte de ella en el plazo de días, semanas, meses. Billones y trillones de vidas de nuestras propias especies y de las otras morirán. No tenemos ese derecho. El señor Kirk no tiene derecho a oponerse a sus órdenes, ni nosotros el de ordenarle que se sacrifique, pero debe usted acceder a su oferta.

S’haile —dijo Spock—, estoy en modo de mando. Según mi estimación, su lógica es correcta, pero su premisa errónea. Yo declaro una oposición inamovible.

Tenía el sonido de una fórmula vulcaniana y ése fue el efecto que pareció tener sobre Savaj.

Ka-vi-fe —dijo, en un tono que Kirk no había oído desde el día de la arena de Vulcano.

Ka-vi-fe —respondió Spock en el mismo tono vulcaniano de voz.

Trath hizo girar un control del proyector del campo de estasis. Los dos vulcanianos quedaron inmovilizados en una postura desafiante.

Fue entonces cuando Kirk comprendió que el campo de estasis debía de incluir también alguna influencia que despojaba del barniz de civilización, que bajaba algún umbral de agresividad.

Los dos vulcanianos eran inalterablemente irreconciliables en aquel tema, pero ¿hubieran llegado, por sí solos, al punto del enfrentamiento físico? No. Algo que Trath les había hecho, había liberado en ellos la repetición de un antiguo código que todavía podía ser utilizado en los vulcanianos para hacer aflorar el instinto que conservaban desde los tiempos del comienzo.

—Libérelos —dijo Kirk—. He dejado bien clara mi posición. Transfiéralos a la Enterprise y déjenme verlos con claridad. Me quedaré con ustedes.

Trath negó con la cabeza.

—No es tan simple, sujeto. Quiero que veas que incluso la solución vulcaniana se rompe cuando está en juego lo esencial.

—Bajo el control mental de usted —le espetó Kirk—. Eso no demuestra nada.

Trath hizo un gesto hacia el transmisor del campo de estasis.

—No es más que un modesto anulador de inhibiciones y acelerador de impulsos. No crea el efecto, simplemente lo hace aflorar.

—Si conseguimos que no aflore —le respondió Kirk—, es cuanto nos hace falta. Un alcohólico sobrio sigue siendo un alcohólico. Simplemente no bebe… o no mata… hoy. No puede decirse que la cura ha fracasado si usted lo empuja a ello obligándolo a tragarse un vaso de bebida.

—Sujeto Kirk —dijo Trath—, el universo está construido para obligarnos a tragar la bebida de la agresión a la mayoría de los sobrios. La estimulación, la excitación nerviosa, la intensificación de la sensualidad, el riesgo… ¿no lo ha sabido usted siempre? La Cocina del Infierno provoca adicción.

Trath pulsó un botón del transmisor y él, los vulcanianos, las dos mujeres diseñadoras y McCoy desaparecieron del laboratorio.

Kirk miró a su alrededor, consternado. ¿Era aquél el principio de su solitario cautiverio? ¿La aceptación de su oferta? ¿Había Trath transferido a los otros cautivos a la Enterprise, y a las dos mujeres y a sí mismo a otras tareas, y dejado a Kirk para volver a ocuparse de él en los ratos libres? ¿O simplemente había dispuesto de los dos vulcanianos y de McCoy? Sería lo bastante sencillo mostrarle a Kirk una ilusión o nada en absoluto.

Kirk sintió que la desolación se apoderaba de él. Una cosa era tomar la decisión que era necesario adoptar, y otra muy diferente vivir con ella durante toda la vida.

Se interrumpió a sí mismo y se puso en movimiento.

Todavía se suponía que todas las cajas tenían una salida.

Inspeccionó las diversas proyecciones de hologramas en busca de cualquier cosa de utilidad. Las imágenes de la Enterprise continuaban sin cambiar. Los proyectores de hologramas no tenían controles visibles, pero al final de la nave había una proyección parecida a una ventana y tenía el aspecto de una imagen futura de las dependencias de Flaem.

Se acercó a la misma. Tampoco tenía controles a la vista. Intentó concentrar sus pensamientos, buscando a Spock, Savaj, McCoy.

Concentrándose en el futuro. ¿Sobrevivirían? ¿Había alguna forma de sacarlos de allí? ¿Cómo?

De pronto vio aparecer el cañón espejado con sus riscos de treinta mil metros de altura, su cascada de diamantes y su tracería de árboles de plata.

Parecía ser el extremo inferior del cañón, por el que habían entrado procedentes del infierno ordinario de Helvan.

Se vio a sí mismo. Él estaba dándole apoyo a Spock, casi llevándolo en brazos, y parecía que lo había estado haciendo así durante mucho tiempo.

Savaj estaba detrás de ellos, pero Kirk no sabía por qué no estaba ayudando a Spock. McCoy avanzaba con la mirada vidriosa, pero avanzaba. Kirk podía sentir su propio júbilo exhausto. Unos pocos pasos más…

Luego la imagen se nubló, onduló y desapareció. Nada que él pudiera hacer la traería de vuelta, pero le había mostrado una posibilidad. A pesar de toda su sofisticación, los diseñadores tenían que tener algún punto ciego.

El laboratorio comenzó a rielar ante sus ojos y Kirk reconoció la sensación del transportador de los diseñadores. ¿Adónde lo llevaba Trath?