5
Kirk miró en la oficina de McCoy y encontró al doctor preparando dos pócimas muy apropiadas: dos gigantescas copas de brandy.
—No estoy seguro de que entre los dos, borrachos, podamos manejar a un vulcaniano sobrio, así que mejor no hablar de dos, Bones. Por lo demás, es una idea condenadamente buena.
—Es lo prescrito. ¿Qué se le ha metido dentro a Spock?
—¡Que no es humano!
—¿Qué más hay de nuevo? O… ¿es que me he perdido algo?
—Yo debo de habérmelo perdido. —Kirk agitó una mano—. ¿Tiene algo para el dolor de cabeza?
—No para uno de esas proporciones. —McCoy lo examinó, y vio magulladuras que parecían haber aparecido, nuevas, desde el día anterior—. Jim, ¿se encuentra bien?
Kirk hizo una mueca.
—No, no me encuentro bien.
McCoy rodeó el escritorio para acercársele.
—¡Dios mío… pero si lo está reconociendo…!
Kirk lo apartó con un gesto de la mano.
—Bones, tenemos que romper mi bloqueo mental. Spock no puede ayudarme. No hay ningún error en los cálculos de Savaj. Todo esto ha estado ocurriendo durante cientos de años, quizá milenios, pero está llegando a su fin ahora. Estamos bebiendo por la finada gran galaxia.
Le entregó a McCoy un listado de la computadora. Era el informe de una desaparición que podría haber sido la del propio Kirk, incluso en los detalles del furor, la vergüenza, las marcas en el cuerpo. Estaba fechada en la Tierra, siglo veinte.
—Podría tratarse de una docena de cosas, Jim. Histeria. Alucinaciones. Sabemos que en la Tierra hubo tráfico galáctico temprano, pero nunca llegamos a resolver realmente el misterio «OVNI». No hay ninguna prueba contundente con respecto a ese tipo de informes de personas que «contactaron».
—Bones, ¿qué prueba contundente tenemos para lo que ocurrió ayer conmigo, y con usted?
McCoy le quitó de la mano a Kirk la copa de brandy intacta.
—Puedo recomendarle el pentotal.
—Que sea doble.
McCoy le administró la droga hipnótica y ajustó el sensible escáner que ayudaría a romper virtualmente cualquier bloqueo inconsciente de la voluntad del paciente.
Comenzó formulando preguntas preliminares de relajación: nombre, rango. Tras un momento de vacilación, Kirk respondió con una cierta satisfacción.
—Capitán James T. Kirk, comandante de la U.S.S. Enterprise.
Luego frunció el entrecejo como si hubiera algo más que debería haber recordado, pero lo dejó correr. Ése era él. Ése era el que siempre había querido ser.
McCoy continuó presionándolo. El hipnoescáner mostraba áreas que Kirk defendía poderosamente como parte de su intimidad, con la poco común cualidad dinámica de la mente de Kirk, que Spock había percibido hacía mucho tiempo en el vínculo mental establecido entre ambos. McCoy sabía qué eran aquellas áreas privadas, puede que quisiera saber algo más acerca de una o dos de ellas, pero no las sondeó.
Buscaba la principal masa de resistencia que constituiría el trauma reciente. Y allí estaba, como una presencia grande, gris y de mal augurio. De un tamaño peligroso.
—Está usted retrocediendo en el tiempo —murmuró McCoy—, retrocediendo a través de la noche.
La cabeza de Kirk comenzó a balancearse violentamente de un lado a otro, en un gesto de negativa.
—Más allá de la noche —dijo apresuradamente McCoy—. Está en el día de ayer por la tarde. Todo marcha bien. La multitud está agitada, pero usted va camino del encuentro…
Kirk se relajó hasta una cautelosa alerta. Su cuerpo estaba inmovilizado por la secreción natural de sustancias bioquímicas que impiden que los músculos se muevan violentamente durante los sueños. Pero McCoy podía percibir los rastros de movimiento, como los de un perrito que sueña que lo persiguen, la creciente furia de la multitud, el comienzo de la persecución.
—La turba… se aproxima a mí…
McCoy podía seguir la persecución en el rostro de Kirk; sólo el miedo común y el dominio del mismo de un hombre experimentado, nada del terror visceral del trauma. Luego hubo un momento en el que Kirk superó el peligro, se creyó a salvo…
Luego… el terror apareció. McCoy jamás había visto esa clase de miedo en el rostro de Kirk. Vio que Kirk intentaba dominarlo, lo conseguía, intentaba comunicarse.
—Cosas… —murmuró—. Sin boca. Sin… sentimientos de afinidad… —Luego pareció quedar congelado—. No me toquen… Basta… ¡Spock!
Repentinamente el terror atravesó el estado hipnótico, venciendo incluso las sustancias antimovimiento segregadas por el propio cuerpo. Kirk se levantó y bajó de la mesa como un demente, un animal enloquecido empujado más allá de los límites humanos del terror. Arrojó a McCoy contra la pared sin advertirlo siquiera, y atravesó ciegamente la enfermería, chocando contra todas las cosas. McCoy luchaba para conservar la conciencia, para llegar hasta una alarma…
Antes de que McCoy pudiera llegar al intercomunicador, las puertas se abrieron violentamente y apareció Spock, que aferró al ciego Kirk animal, deteniendo los frenéticos movimientos, sujetándolo por la fuerza.
McCoy vio a Savaj, que entró por la puerta, con su rostro vulcaniano impávido, inflexible, con su fuerza vulcaniana lista para prestar ayuda. Pero Spock no necesitaba que lo ayudasen.
McCoy entró con una jeringuilla de líquido contrahipnótico, pero, antes de que pudiera llegar hasta Kirk, la presencia de Spock se comunicó directamente. Kirk se detuvo, quedó quieto, pareció rehacerse y enfocó la mirada.
Spock hizo volver a Kirk y lo observó durante un momento; vio cordura y dejó que sus propias facciones se endurecieran hasta la indiferencia.
—Señor Kirk, ¿qué es esto de llevar a cabo un arriesgado experimento médico que implica la intervención de personal clave de la Enterprise, sin consultar al comandante de la misma?
—¡Consultar! —se encolerizó Kirk—. ¿Quién lo ha nombrado a usted Dios? —Se dio cuenta de lo que estaba haciendo, dominó un poco el estallido de cólera y vio a Savaj mirándolo con enfurecedora indiferencia. Kirk sonrió peligrosamente—. Perdóneme. —Inclinó la cabeza brevemente en dirección a Savaj—. Había olvidado quién tenía esa autoridad. —Se apartó de Spock y lo miró a los ojos—. Capitán Spock, aparte de todo lo demás, soy ahora el primer oficial y el oficial científico de esta nave. Cae dentro de mi autoridad llevar a cabo investigaciones, y es prerrogativa de McCoy hacer lo que considere necesario como oficial médico jefe.
Spock negó con la cabeza.
—Ya no. Las actuales circunstancias hacen que el criterio de ambos sea sospechoso. Señor Kirk, su tendencia normal a correr riesgos, a veces de una forma injustificada, podría verse aumentada por el mismo efecto que usted ha admitido que trastornó ayer su capacidad de juicio. Eso es lo que ha vuelto a hacer. Como mínimo, debería usted haber solicitado mi presencia como protección contra lo que acaba de ocurrir.
Kirk hizo una mueca, vencido por su propio sentido de la justicia.
—Le pido disculpas por eso. También a usted, Bones.
McCoy se encogió de hombros.
—Nunca he visto a nadie salir de la hipnosis de esa manera, Jim. Lo que le hicieron tiene que haber sido… intolerable. Seres, Spock. Decididamente contactó con alguna clase de seres. «Cosas», «sin boca», «sin sentimientos de afinidad», dijo.
Spock asintió con la cabeza, como si eso no constituyera ninguna gran sorpresa.
—¿Cómo pudo saber que tenía que entrar a la carga aquí, Spock? —preguntó McCoy.
—Es mi responsabilidad saberlo, doctor.
Si Savaj advirtió que aquello no era una respuesta, no dio señales de ello.
Spock se volvió a mirar a Kirk.
—Señor Kirk, yo no perseguí el mando, pero, si estoy al mando, estoy al mando. Una nave no puede servir a dos amos. Va usted a respetar eso o confinarse en sus dependencias.
Kirk lo miró con expresión de terquedad durante un largo momento y McCoy pensó que en él había una cólera que no cedería con presteza.
Habían pasado por demasiadas cosas juntos como para que Spock le hablara en ese tono… y delante de Savaj. El mando de Kirk sobre Spock había sido categórico, pero casi siempre de mano suave.
¿Pero cuántas veces debía haber deseado Spock poder ordenarle a Kirk que no emprendiera alguna maniobra particularmente peligrosa?
Y ahora podía hacerlo.
Incluso el residente vulcaniano tenía que ser lo suficientemente humano como para disfrutar con aquello. Finalmente, Kirk asintió con la cabeza.
—Comprendido… señor.
Spock inclinó la cabeza a modo de acuse de recibo.
—Si se encuentra en condiciones, puede continuar usted con el breve recorrido que el almirante Savaj está haciendo por la nave.
Kirk giró sobre los talones y salió con Savaj.