22

Kirk observó que Flaem apagaba la holopantalla que mostraba a Spock, Savaj y McCoy. Ella se desperezó lánguidamente.

Tus compañeros de jaula tienen también interesantes atributos.

—Sí.

Dijo aquello con un tono ligeramente ausente, como si estuviera concentrado en volver a descubrir que las plumas pueden hacer cosquillas. Podían. Pero, básicamente, continuaba enfermo de preocupación. McCoy no estaba todavía a salvo por lo que respectaba a los diseñadores. Kirk esperaba que Trath enviara a buscar a Spock, Savaj o al mismo Kirk en cualquier momento para vaciarles el cerebro o cualquier otra cosa.

Y no estaba muy seguro de haber avanzado mucho allí; ciertamente, no había conseguido nada que lo protegiera a él y a su pequeña familia. Se notaba un poco estúpido.

Ella se sentía divertida, se sentía satisfecha de él; y tenía alrededor de mil años de edad. Quizá diez veces eso. Quizá ninguna edad que él pudiera concebir. El cuerpo cubierto de llameantes plumas, el rostro magníficamente esculpido, carecían de edad. Podrían haber tenido treinta años en los términos de Kirk. Pero lo habían visto todo, conocido todo, un millar de millares de veces. Ella tenía razón. Él no tenía secretos para ella. Nunca los había tenido.

—Dilo en voz alta, pequeño. Tus pensamientos son bastante frágiles.

Se dio cuenta de que volvía a sentir calor, y sabía que era inútil, peor que peligroso, mentirle a aquella mujer.

—Me siento incómodo.

—¿Por qué?

—Usted ha conocido probablemente un millar de dimensiones, ha viajado por ellas como yo entre las estrellas. ¿Cuántos puertos habrá conocido, y cuántas formas de vida, grandes y pequeñas? En ocasiones, he conocido a personas para las que todo era nuevo, pero para usted debe de ser todo viejo.

Ella se puso de pie y lo arrastró tras de sí hasta lo que quizá era una ventana. O tal vez era meramente un holograma. Quizá una cosa completamente distinta. Parecía abrirse a un cielo que no era de color púrpura pálido, sino del de los plumosos cabellos de la mujer. Las nubes eran doradas. Las agujas de los edificios de lo que podría ser una ciudad de aquel mundo se elevaban al cielo de fuego como espirales de arco iris y cristal. Unas brillantes alas elevaban diminutas siluetas hacia el cielo. No eran las alas cubiertas de plumas con las que podrían haber nacido los remotos ancestros de aquella mujer, sino alas nacidas de la mente, que podían llevar a sus diseñadores a alturas no alcanzadas aún, y, más allá de ellas, a dimensiones todavía desconocidas, al problema que continuaban sin resolver al final del mundo.

—El hogar —dijo él, no como una pregunta.

Ella asintió con la cabeza.

—Por el momento, el Todo es nuestro hogar. Pero así comienza.

—Y está amenazado. ¿Por quién?

—No lo sabrías, ni tampoco importa. Los Otros que amenazan están… muy en el final del principio y de todas las cosas. Si vosotros no sois peores que nosotros, ellos no son mejores. Ellos también comparten el defecto que el espécimen V-Uno ha definido como Prometeo. —Se volvió a mirarlo con bastante indiferencia—. Tiene bastante razón, ¿sabes?, aunque sea un espécimen. El primer derecho de una especie es la supervivencia.

—La trastorna a usted hacerles esto a las pequeñas vidas —adivinó Kirk.

Los ojos de llama se endurecieron.

—No. No me trastorna. Por todo el universo están las vidas que defiendo, las de mi propia especie y mis niños que se convertirán en seres magníficos.

Quizá incluyendo a los tuyos. Y bajo nuestros pies, al igual que bajo los tuyos, están todas las vidas diminutas cuya presencia no estamos equipados para advertir, y las pequeñas vidas a las que les sonreiríamos… si pudiéramos. A veces lo hacemos. Incluso, mientras apresuramos un proceso natural en un sitio, provocamos un cataclismo en otro, sembramos un jardín en el de más allá. Y si bien algunos resultan heridos, nosotros continuamos defendiendo incluso sus vidas contra el fin, que sería definitivo.

Ella le tocó una sien a Kirk.

—Tú has pensado en el bosquimano. ¿Querrías que dejáramos tranquila a tu pequeña familia hasta el día en que se consuma en la llama de una fuerza que tú jamás has concebido?

Él consideró la pregunta durante un prolongado instante.

—No acepto que ésa sea la única alternativa. Por lo que soy, desearía tener la oportunidad de conocer el problema, estudiarlo, aprender, crecer… hasta que quizá entre todos pudiéramos apartar vuestros dedos del botón del día del juicio final.

Ella lo miró con expresión divertida.

—No careces de temeridad, pequeño. Es eso lo que constituye tu juventud.

Kirk asintió con la cabeza.

—Inexperiencia. Turbulencia. Descortesía. Incredulidad.

La juventud tiene su precio… y su utilidad.

—Sí —concedió ella—. Puede volver a transformar todo lo que fue viejo en algo nuevo.

Ella se inclinó y rozó los labios de él con los suyos.

—No creo que pudieras ser capaz de eso —declaró—, y no cambia nada.

Le volvió la espalda y contempló su mundo de origen.

—Preséntate a Belén, que está fuera; ella te llevará ante Trath.

—Flaem —dijo él, pero ella no lo miró—. ¿Podría verme en la vaciadora de cerebros? ¿Ahora?

Entonces ella dio media vuelta, pero su expresión no estaba dedicada a él.

—Lo que yo haga, puedo hacerlo. Si convierto en mi mascota a un animal de laboratorio, yo pago el precio, pero no le eximo, ni me eximo yo, de la realidad.

—Querrá decir —replicó Kirk— que él paga el precio. Comenzó a volverse para salir, pero ella lo aferró por un brazo y lo giró para que mirara la pantalla. Los voladores de brillantes alas que se veían en el cielo del mundo de origen ardían en llamas, uno tras otro, y la ciudad arco iris comenzaba a quemarse. Luego, la totalidad del mundo se disolvía en el fuego.

Kirk miró a Flaem con horror.

—Eso no está ocurriendo —dijo con rigidez—. ¿Es una proyección del pensamiento? ¿Una ilustración? ¿Una visión? ¿No es… historia?

Ahora ella tenía el aspecto de una figura apostada con la espada de fuego al este del Edén.

—Historia futura —respondió—. Las previsiones varían muy poco, a menos que consiga cambiarse el principio de raíz. ¿Me pides que considere tu una y única vida en contra de eso?

Él contempló el inquietante vacío que sería el final del principio de ella.

—Si se tratara sólo de mi vida, y eso consiguiera impedirlo… La he ofrecido algunas veces, aunque no alegremente, por menos que eso. Pero no se trata solamente de mi vida, y ustedes no las han pedido, sino que se han apoderado de ellas.

Los ojos de llama se encendieron con enfado.

—Fuera de mi presencia.

Él dio media vuelta y se marchó.

Kirk encontró a Belén esperándolo en la sala exterior. Repentinamente, él se dio cuenta de que ella podía, por supuesto, leer su consternación y su ira… y que conocía la causa de ambas cosas. Peor aún, posiblemente ella podía leer todo lo que él había dicho y hecho. ¿Y cuánto tiempo era capaz de abarcar?

—¿No existe entre sus gentes el concepto de intimidad? —dijo él, y luego se dio cuenta de que estaba descargando en ella su consternación y su ira cuando ella le había demostrado una actitud principalmente ética.

—Tienen el concepto de la no entrada benigna en el espacio personal defendido de los iguales. ¿Consideran las pequeñas vidas que ellas tienen espacios personales defendidos?

Él suspiró.

—Lo intentamos. Entre mi pueblo, lo que ocurre entre una mujer y un hombre es llevado a cabo la mayoría de las veces en un espacio defendido.

Ella lo miró sorprendida.

—Eso eliminaría muchas opciones y la mayoría de las apreciaciones estéticas.

Él observó su plumosa frescura y finalmente le sonrió.

—¿Sabe que tiene razón? Lamento haberle hablado de malos modos. Algo que no podía detener me había desequilibrado. ¿Podemos caminar un poco y hablar?

—Tengo un límite de tiempo —le respondió ella.

—¿Para llevarme ante Trath? Ella hizo un gesto afirmativo con las manos.

—¿Y hasta entonces? —preguntó él con voz muy queda. Ella giró y lo condujo a un enorme jardín interior, con los receptáculos íntimos cobijados por las plantas exóticas de alguna galaxia.

—Belén —comenzó él—, comienzo a darme cuenta de que tu especie sufre su propia desesperación; pero ¿no existe nadie entre los diseñadores que se sienta trastornado por el uso de las pequeñas vidas? ¿No hay nadie que proponga otra opción?

Ella se hallaba junto a él bajo una suave cascada de flores flotantes.

Diminutos y exóticos seres vivos adornados con pétalos descendieron sobre los cabellos y las plumas de ellos.

—Tal vez no exista prácticamente nadie que no se sienta trastornado a algún nivel. Incluso los comedores de carne de tu propio mundo evitan el matadero. Muchos no harían con sus propias manos lo que debe hacerse para obtener carne, pieles, plumas, conocimiento. Algunos no lo harían ni siquiera por el conocimiento que significaría la vida para su especie.

Nosotros… hemos escogido hacerlo.

Había un débil acento de vacilación en el «nosotros», que Kirk percibió.

—¿Lo ha escogido usted por sí misma? Ella alzó la cabeza.

—Yo no he escogido lo contrario, no de manera irrevocable.

—Entonces existe una opción.

Algo pareció liberarse en ella, y él vio de pronto un destello de acero tras la plata.

—Yo he propuesto una. Algunos la han aceptado, pero es una opción poco acogida y tiene poca utilidad a menos que exista un acuerdo unánime.

—¿Quién está en contra suya?

—¿A la cabeza? Tú la has conocido.

—Flaem. ¿Es eso parte de la razón que la hizo venir a buscarme?

—No eres lerdo, ¿verdad? —Ella tendió una mano y quitó un grupo de flores del antebrazo de Kirk—. Quizá deseaba recordarme de una manera vívida que nosotros somos vidas corpóreas… de carne y hueso.

Kirk sonrió.

—Nunca lo he dudado. —Luego advirtió la expresión de los ojos de ella—. ¿Hay alguna pregunta?

—Ésa es la pregunta, pequeño. Para nosotros. En definitiva, quizá también para vosotros. ¿Sabes de alguna forma de vida que hayas conocido que consiguiera resolver el problema Prometeo?

Kirk lo pensó detenidamente. Los vulcanianos… si no se contaba con las luchas a muerte en la arena de matrimonio o desafío, y siempre estaba presente aquel nivel de peligrosidad que debía ser controlado para que no los controlara a ellos. ¿Y contaba alguien con el nivel de dolor que había llevado a Spock a Vulcano durante tres años para intentar extirparse la mitad de su vida? No. Los vulcanianos, no. Era un esfuerzo terrible y magnífico para encontrar una solución, pero continuaba siendo parcial. ¿Los seres humanos? Menos todavía. A pesar de que la sensación suya interna, indudablemente ilógica e indefendible, era que la absoluta terquedad de su propia especie, a pesar de su historial de atrocidades, le permitiría finalmente salir del paso sin saber muy bien cómo. La especie humana, desafiando a la lógica, había salido de las aguas a la tierra, subido del cielo a las estrellas, y de éstas llegaría al viaje dimensional, y algún día dentro de quizá un millón de años conseguiría incluso solucionar, en compañía del extraño hermano alienígena que hubiera recogido por el camino, el problema Prometeo.

Pero él no sabía cómo. Ni tampoco conocía a ninguna especie que lo hubiese hecho. Así que eso fue lo que dijo.

—No conozco ninguna solución que yo pudiera querer imitar. —Aferró repentinamente la muñeca de la mano que ella tenía sobre el brazo de él y la apretó con fuerza—. Los organianos —dijo—. ¿No habéis pensado en la solución de los organianos? Seres de energía, sin cuerpos, sin pasiones… Se interrumpió.

—¿Tan terrible es entonces? —dijo ella, pero, en los ojos de la mujer, él vio que ella conocía el pleno significado de aquella opción—. Ésos a los que tú llamas organianos, y otras formas de vida como ellos, han tenido miles de años de paz invariable, una especie de vida… sin que fuera a costa de ningún ser viviente ni dependiera de la misericordia de nadie. —Ella lo miró directamente a los ojos—. A menos que consigamos resolver el problema Prometeo dentro de un lapso que es para nosotros un momento, ésa dejará de ser una opción ética y se transformará en nuestra única posibilidad de supervivencia. Es más, será la única posibilidad de supervivencia para todas vuestras pequeñas vidas y para el universo mismo. Sin embargo, quizá ni siquiera nuestra decisión conseguirá salvaros de los Otros.

Él bajó los ojos a la mano de ella que tenía en la suya, la fina muñeca plumosa, la delicada fuerza, la ética, casi escrita en la mano, que evitaría tomar ella misma la vida de nadie, aun a costa de la extinción propia.

Supo que tenía que alentarla, lanzar todo el peso de que dispusiera tras su solitaria lucha en favor de la solución moral. Tenía que hacerlo por la supervivencia de los suyos. Si los diseñadores seguían el camino de los organianos, presumiblemente practicarían una no intervención igualmente benigna. Y podrían pasar un millón de años antes de que otro conflicto entre especies que conservaban el cuerpo se hiciera tan poderoso como para destruir el Todo.

No obstante, todo su cuerpo y su alma se rebelaban ante aquella solución, y veía que a ella le sucedía otro tanto.

Levantó la muñeca hasta sus labios y la besó. Quizá ella desconfiaría de lo que le había entregado a Flaem, o de la razón por la que lo había hecho, pero tenía que realizar algún acto de agradecimiento por la lucha que ella estaba librando, y por lo mucho que perdería si la ganaba.

Finalmente ya no le importó que ella desconfiase. Le inclinó el rostro hacia arriba hasta que sobre el mismo cayeron algunas flores de sus propios cabellos, y le besó la boca.

Durante un momento, ella se tensó con la resolución de su compromiso; pero ella era una casa dividida contra sí misma, y lo sabía tan bien como él. Los labios de ella se relajaron y una caricia de su mente, ligera, plumosa, se deslizó sobre la de él. «Continúa siendo el único camino». Las palabras no eran palabras, sino una tristeza, un pájaro que lamenta la imposibilidad de volar, que llora la muerte del vuelo en las llamas.

«No es un camino para nosotros». Él intentó referirse con eso no solamente al varón y la mujer, sino a la salida de las aguas a la tierra, la subida a las estrellas, el ilimitado afán. Era una pasión que él sabía que la mujer debía compartir si su especie había abordado el problema Prometeo.

Pasó algún tiempo antes de que él percibiera una presencia detrás de sí.

Kirk se quedó pasmado durante un momento. Había dado por supuesto que Belén sabría si alguien se acercaba. Los diseñadores parecían saberlo casi todo, incluso conocer el futuro. ¿Existía algún motivo por el que Belén pudiese querer que aquella escena fuese presenciada?

Se separó de ella con todo el aplomo que fue capaz de reunir dadas las circunstancias, y se volvió para encararse con la nueva presencia.

Era Flaem. También estaba Trath. Kirk no sabía en ese momento a cuál de los dos le hubiera gustado menos ver en aquel lugar. Sospechaba que la combinación de ambos era fatal, quizá literal e inmediatamente.

Algo en los cobrizos ojos de Flaem sugería un toque de envidia. Eso, de todas formas, no podía ser correcto. ¿Celos de un espécimen? ¿Incluso de una mascota?

Kirk inclinó solemnemente la cabeza a modo de saludo.

—Flaem. S’haile Trath.

En el profundo ceño fruncido de Trath apareció una pincelada de interés.

—Esa pequeña designación que acompaña al nombre no puede traducirse. Tengo la sensación de que su significado es… de respeto.

—Se trata de un antiguo título de respeto vulcaniano. S’haile. Es todo cuanto sé de él, excepto la talla del hombre que lo ostenta. Me da la impresión de que usted tiene una talla y un peso de mando similares en este lugar.

—Te refieres al sujeto V-Uno. Interesante. ¿Te atribuyes el derecho a llamarme por un título de respeto que me compara con un animal de laboratorio? ¿O estás simplemente intentando distraerme del hecho de que un animal ha tocado a una mujer de mi especie?

—Más bien abrigaba la esperanza de distraerlo —replicó Kirk.

Durante un instante hubo un destello en los negros ojos de Trath. ¿Denotaba diversión? No. Era indudable que no se sentía divertido.

—¿Está prohibido? —inquirió inocentemente Kirk.

—No está contemplado. —Trath desvió los ojos hacia Belén—. ¿Vas a explicarme cuál es la investigación que requiere el principio de disolución del cuerpo para abrazar a una pequeña vida?

Belén se mantuvo firme.

—No se trataba de ninguna investigación.

—Entonces era locura —declaró Trath—. Un científico puede acariciar a un conejo, pero no se lo lleva a su casa. Belén miró a Flaem.

—Ni a su cama. No. Eso es bastante cierto.

—Los hábitos reflejos de un espécimen largamente estudiado son un objeto de estudio apropiado —declaró secamente Flaem.

—Eso es lo que tú comenzaste —dijo Belén—, no lo que terminaste. Tú no estabas respondiendo ante él como ante una pequeña vida. Respondiste ante él como ante un hombre… un varón de talla afín a la tuya, incluso a pesar del abismo de un millón de años que te separa de él.

—Quizá eso es lo que tú estabas haciendo, Belén —replicó Flaem, pero Kirk vio algo en los llameantes ojos que había sido alcanzado por la declaración de la otra.

—Sí —dijo Belén con firmeza—, lo era.

Flaem se echó a reír.

—Me gustaría ver cuán preparada estás para renunciar a tu cuerpo.

—Lo cual era, tal vez, tu objetivo, Flaem. Yo nunca he afirmado estar preparada… sino que me sentía meramente compelida a hacerlo. Eso no ha cambiado. Nosotros consumimos vidas. Incluso estos pequeños, con sus propias flaquezas, nos declaran culpables; pero ellos no utilizan actualmente vidas de talla moral y sentido de la ética. Esta pequeña vida expuso su argumento contra mi postura con su propio cuerpo, aunque sabía perfectamente que eso iba en contra de sus intereses.

Los otros guardaron silencio durante un momento, y miraron a Kirk como si lo inspeccionaran con una cierta atención.

Flaem hizo un signo de negación.

—Expuso un argumento bastante similar ante mí, que iba bastante a favor de sus propios intereses. No confundas los reflejos de un conejo con la talla moral.

—Eso es más que suficiente —dijo Trath—. Los reflejos no están en tela de juicio. No los de él ni los vuestros. —Miró a Belén y Flaem sin demostrar mucha complacencia—. El sujeto será adecuadamente examinado.

Se volvió a mirar a Kirk.

—Ven.