7
McCoy intentó por un momento retener a Spock, pero el vulcaniano ya se había puesto de pie y avanzaba hacia el intercomunicador que había al final del corredor. Allí se encontraron con Kirk, que había sido más rápido que Spock a causa de sus viejos reflejos.
Sulu ya estaba en la pequeña pantalla.
—Aquí timón. Presencia no identificada. Nave de tipo desconocido. Tal vez no sea una nave. Aparentemente aparece y desaparece, como la piedra de una honda; quizá se halla en una interfase dimensional.
Savaj asintió con la cabeza repetidamente, como si eso le satisficiera.
—Eso los trajo.
Spock se volvió hacia él.
—¿Trajo a quién?
—A un desconocido —respondió Savaj—. Posiblemente a quienquiera que esté estudiando lo que acabamos de hacer.
Spock lo miró atentamente. Luego se volvió hacia eI intercomunicador.
—Voy hacía allí. Almirante, señor Kirk.
Spock le entregó a Kirk la chaqueta de asumi que aún tenía en la mano como si le urgiera a cubrirse, y se encaminó hacia el turboascensor. McCoy los siguió.
En el turboascensor, Spock se volvió a mirar a Savaj.
—Almirante, será usted lo suficientemente considerado como para explicar si, y de qué forma, está usted utilizando esta nave para atraer a alguna presencia alienígena… sin el conocimiento previo de su comandante.
Savaj inclinó la cabeza.
—No es ortodoxo, capitán, pero sí, en esencia lo estoy haciendo. La hipótesis que estaba poniendo a prueba requería que no tuviese usted conocimiento previo.
—Especifique.
—Yo creo que la presencia a la que estamos estudiando nos está estudiando a nosotros.
—¿Científicos? —preguntó Kirk—. ¿Algún equipo de investigación alienígena?
—Experimentos —declaró Savaj—. Fuente desconocida. Propósito desconocido.
—Entonces, ¿con qué contaba para atraerlos? —preguntó Kirk.
—Señor Kirk, usted y yo jugamos al juego intelectual más combativo y territorial. Yo los azucé a usted y al capitán Spock sobre las bases de su bien conocida amistad… y con verdades irreconciliables. Organicé las cosas de forma que tres de los hombres más competitivos de la galaxia se enfrentaran en uno de los deportes de lucha más feroces. Incluso podría haber tenido un éxito superior a mis metas si el accidente del capitán Spock hubiese sido algo más grave. Pero, en todo caso, ellos han venido.
—¿Está diciendo —inquirió Jim Kirk— que han venido a estudiar… la agresión?
—Creo que eso es lo que he dicho.
—Es de una lógica intachable —dijo fríamente Spock—. Siempre que demos por sentado que ésa es la intención de los experimentadores… y que no disecan a los sujetos que presentan las características requeridas.
La mirada de Savaj era glacial.
—Ésa es otra posibilidad, capitán Spock. De todas formas, no se espera que sobrevivamos a esta misión. Sólo se espera de nosotros que salvemos la galaxia, si eso es posible.
Llegaron al puente.
La nave alienígena que flotaba en la pantalla tenía quizá veinte veces el tamaño de la Enterprise.
—Sea lo que sea lo que están ustedes haciendo, caballeros —protestó McCoy—, está funcionando.
Kirk observó cómo la nave se borraba de repente hasta desvanecerse en la nada. Todavía era detectada por los escáners de masa, pero rechazaba todos los escáners de penetración e igual hubiera dado que fuera una caja negra.
—Código lingüístico —ordenó Spock, pero todos tenían la sensación de que era algo inútil.
Kirk luchó contra una repentina recurrencia de náuseas y vergüenza.
Aún estaba conmovido por la escena ocurrida en el corredor de los vestuarios, cuando Spock había estado a punto de morir. Luego algo tomó cuerpo en su interior en forma de ira; Savaj había estado jugando con ellos, tirando de los hilos que sabía que los harían sublevarse a un nivel muy profundo. Lo había conseguido. Incluso la partida de ajedrez había sido la más cruel en la que Kirk había intervenido jamás. Savaj se había encargado de que resultase vencido en todos los terrenos, ante su tripulación, y lo peor de todo era que había insinuado que Spock no había estado empleando toda su fuerza con él. No sólo en el asumi, sino también en el ajedrez. Intentó librarse de la cólera, recordando aquel momento en el corredor cuando él estuvo seguro de que el material fibroso había cumplido con su trabajo. Si Spock hubiese muerto…
Se puso de pie y avanzó hasta el sillón de mando.
—Usted no debería estar aquí, capitán Spock. No hay ninguna acción inmediata. Déjeme que me haga cargo y márchese con McCoy.
—Negativo. Innecesario.
Kirk bajó la voz.
—Spock, no juegue al hombre de hierro. Estuvo usted muy cerca de la muerte. Podría tener lesiones internas.
—Señor Kirk, haga el favor de no discutir mis órdenes. Kirk se enfureció.
—Lo haré si son «ilógicas», Spock, de la misma manera que usted discute las mías, y de manera apropiada. Y a ese respecto va usted a entrenarme a marchas forzadas y plena destreza para que alcance la máxima fuerza. Y si lo pesco empleando algo inferior a su pleno poder vulcaniano, en eso o en ajedrez, lamentará ese día.
Dijo eso con una cierta vehemencia, pero con un ligero toque del antiguo sentido del humor.
Sin embargo, de pronto vio la expresión primitiva que había destellado en los ojos de Spock contra Savaj.
—No está usted al mando —dijo Spock—, y no amenazará.
Kirk se acercó más, no estaba seguro de con qué intención, pero detrás de sus ojos había una bruma roja.
—Señor Kirk —le espetó Spock—, se recluirá usted en sus dependencias.
Kirk se detuvo, perplejo. Finalmente, recurrió a algunos retazos de disciplina.
—Sí, señor —respondió Kirk, y se volvió en redondo para abandonar el puente.
McCoy llamó y entró en las dependencias de Kirk casi antes de oír el «Adelante».
—¿Cómo llama usted a esa actitud? —preguntó McCoy.
—¿Cómo llama usted a la de Spock? —Kirk hizo un gesto con la mano para indicar que lo lamentaba—. Lo siento, Bones. Estoy nervioso. Lo que acaba de ocurrir con Spock en el puente no ayuda a nada. No debería haber discutido… pero es que no me imaginaba que Spock permitiría que el mando se le subiera a la cabeza.
—¿Por qué no? —inquirió McCoy—. Él debe de haberse desesperado con usted con bastante frecuencia. —Se le acercó con el escáner—. En realidad, ambos necesitan que les examinen la cabeza. Cosa que haré. Obtengo una lectura de grave estrés, Jim.
Kirk sonrió burlonamente y se frotó las sienes.
—Tengo dolor de cabeza. Bones, durante un segundo, en el puente, volví a experimentar nuevamente esa sensación… la de vergüenza, furor…
—Y se descargó con Spock.
—Sí —confesó sombríamente Kirk. Se volvió hacia el intercomunicador—. Puente. Capitán Spock, le presento mis disculpas, y tengo algo de lo que informar acerca del posible efecto alienígena. ¿Se me concede permiso para volver a mi puesto?
El rostro de Spock que apareció en la pantalla era la máscara vulcaniana.
—Informe.
—En el puente experimenté una repetición del efecto anterior, incluyendo culpa, furor.
Spock asintió con la cabeza.
—Fascinante. Disculpas aceptadas, señor Kirk. Su presencia no es necesaria por el momento. Permanezca en su camarote y siga el consejo médico de descansar.
Kirk comenzó a protestar, pero el vulcaniano había cortado la transmisión.
—Es un consejo médico sensato —dijo McCoy.
—Márchese de aquí, Bones.
McCoy permaneció donde estaba.
—No puede tratar esto a la ligera, Jim. Usted ha sido manipulado por unos alienígenas que le dejaron implantado un efecto lo suficientemente poderoso como para arrancarlo de un hipnoescáner y convertirlo en una furia ciega.
Kirk asintió, con seriedad.
—Ya lo sé, Bones. Pero ¿cómo puedo pillar la punta de esa madeja? ¿Existe alguna otra prueba médica que podamos intentar?
—¿No se ha metido ya en bastantes problemas con eso? —McCoy negó con la cabeza—. Hemos llegado al fondo. Si el hipnoescáner no puede romperlo, quiere decir que está enterrado tan profundamente que nada lo conseguirá. Quizá… el tiempo.
—Cosa que no tenemos.
—Es duro el universo —declaró McCoy, haciendo una mueca—. En este momento me preocupa más el asunto relacionado con Spock y Savaj. Jim, no puede usted correr por ahí intentando convertirse en un vulcaniano. No tenemos la constitución necesaria para ello.
Kirk meneó la cabeza.
—Entre nosotros, Bones, ese hijo de… Vulcano tiene razón. Es un universo duro. Nadie nos dará garantías de que se me tratará amablemente. Ni los romulanos. Ni esos «experimentadores». Si pudiera tener la mitad más de mi fuerza…
—Se rompería el cuello, o…
—Bones, Spock ha estado conteniéndose… más de lo que yo sabía, más de lo que yo hubiera podido imaginar. Ojalá pudiera pensar que sólo lo hizo con el ajedrez.
—Yo no creo eso —afirmó McCoy—. Quizá juega con usted principalmente con su mitad humana, lo que probablemente es positivo para él; pero yo he visto cómo lo vencía por la psicología. Y vi el juego que había analizado para usted, cuando los maestros máximos de la galaxia lo citaron a usted como jugador del nivel de gran maestro.
Kirk pareció apaciguarse al recordar.
—Me lleva semanas conseguirlo; uno o dos movimientos por día, si tengo suerte.
—Sin embargo, puede hacerlo. Tampoco puede calcular con dieciséis decimales en el mismo tiempo que Spock, pero él recibe sus órdenes.
Kirk sonrió.
—Bones, recuérdeme que lo cite como médico de nivel gran maestro en la modalidad de diplomacia de cabecera.
—No soy más que su viejo médico rural.
—Será mejor que se marche ahora de aquí antes de que ambos nos metamos en problemas.
—Descanse un poco, Jim.
McCoy posó una mano sobre un hombro de Kirk durante un momento, y luego salió. Una vez en el pasillo, se detuvo. De alguna manera, aquel hombro tenía un tacto sorprendentemente vulnerable. Kirk estaba entrenado, pero en aquella época era el entrenamiento suave de la carrera y la natación, más sano, pero no era el mismo aspecto de poder que sus fornidos hombros le habían conferido en otra época. McCoy no quería ni pensar en lo que le costaría a Kirk obtener ese sesenta por ciento de fuerza adicional.
Decidió tener una charla con Spock, quizá incluso con Savaj. No había forma de que Kirk pudiera y quisiera ceder, pero quizá Spock viera la luz de la sensatez.
Savaj era otra historia.