19
Kirk retrocedió hasta donde Spock y Savaj estaban ayudando a McCoy, con la esperanza de quedar fuera del alcance auditivo o el alcance del traductor de la diseñadora Belén.
Continuaba siendo asombrosamente hermosa, una escultura de carne y plata que ahora avanzaba como una diosa delante de ellos. Y él sólo experimentó una especie de horror frío. En nada ayudó que una parte de ese horror le fuese inspirado por sí mismo. Aquélla era también la herencia de su propia especie: la utilización de las vidas; y si bien entonces eran mejores con respecto a eso de lo que lo era el hombre de Neanderthal, Genghis Kan o el coronel Green, todavía les quedaba un largo camino por recorrer.
Tampoco tenía una respuesta que pudiera aplicar a todos los casos, pero sabía que su respuesta sería la respuesta de la diseñadora.
—¿Bones? —dijo.
McCoy rechinó los dientes.
—Todavía me quedan unos cuantos sanos.[2] Estoy bien, Jim.
Kirk asintió con la cabeza y miró tristemente a Spock para aludir a su fracaso con Belén.
—Se lo conoce como dar calabazas, capitán Spock. Lo siento.
Spock se limitó a asentir con la cabeza.
Fue Savaj quien replicó.
—Creo que la expresión adecuada, señor Kirk, se relaciona con la imposibilidad de salir victorioso en la totalidad de los casos.
—No se puede ganar siempre —tradujo McCoy—. Por supuesto, se reconoce que lo ha intentado.
Kirk le lanzó una mirada que decía: «Más tarde será para usted», pero bajó la voz y le habló a Spock.
—Será mejor que usted y Savaj se encarguen del siguiente intento, Spock. Al menos ustedes son vegetarianos.
Su voz sonaba amarga, incluso a sus propios oídos.
—Uno desearía que lo mismo pudiera decirse de los diseñadores —dijo Spock.
Kirk le dedicó una mirada penetrante.
—No pensará usted que ellos…
—Lo ignoro. Creo que no. De todas formas, los diseñadores podrían no hacer ciertas distinciones entre las diferentes clases de pequeños animales tan claras como nosotros desearíamos. Desde el punto de vista ético, sin embargo, no supongo que constituya una gran diferencia para una pequeña vida el propósito con el que se utilice su existencia.
Kirk hizo una mueca de dolor.
—Supongo que no.
Pero el pensamiento de para qué podrían ser utilizados, no lo abandonó. Quizá sí constituiría alguna diferencia.
Belén se volvió y se detuvo en un bosquecillo de árboles plateados. Kirk avanzó, rápido, pues no quería que McCoy sufriera por sus pecados. Ella estaba esperando, no con demasiada paciencia.
El grupo de árboles plateados se inclinaba desde las raíces y se dividía en forma de nave, que acababa en una impresionante entrada bastante sencilla y funcional que parecía haber salido de un arco iris.
—Todo lo que hay aquí —le dijo Kirk a Belén—, parece tener un propósito, siendo a la vez exquisitamente hermoso.
Él levantó los ojos hacia ella, intentando aún, suponía él, continuar con su táctica.
Los párpados de pestañas de plata se levantaron lentamente.
—¿Cómo podría ser de otro modo? —Le hizo señas para que atravesara la puerta. Él cedió y avanzó pasando junto a ella—. A usted se le admite sin alteración ninguna —dijo ella desde detrás de Kirk.
Se volvió rápidamente, pero en el rostro de ella no vio otra cosa que lisonjera contemplación. Él pensó que no le gustaría responder por la expresión de su propio rostro. ¿Lo había llamado ella hermoso?
Luego un pensamiento hizo que lo recorriera un escalofrío, y estuvo a punto de preguntarle si quería decir que también los otros podían entrar sin… alteración ninguna. Mordió la pregunta, para no darle ideas, y comenzó a avanzar nuevamente, dando por sentado que así era. Sin embargo, ella lo detuvo y se volvió a mirar a los otros. ¿Le estaba leyendo los pensamientos?
Kirk intentó dejar de pensar.
Ella recorrió a los otros con los ojos, como si los examinara adecuadamente por primera vez. Savaj. Spock. Pero Kirk no tenía muchas dudas de la impresión que aquellos dos causarían en una mujer de casi cualquier especie. Ella se acercó a McCoy y le levantó la cara cogiéndolo suavemente por el mentón. McCoy la miró firmemente a los ojos, pero no tenía buen aspecto.
—Necesita cuidados —dijo ella.
—Yo cuidaré de él —se apresuró a decir Spock. Ella levantó las manos.
—Encárguese de que no sufra, o tendré que ocuparme yo de él.
La mujer se volvió a mirar a Kirk.
—Mi amigo —dijo él cautelosamente— es un médico muy diestro… un hombre sabio y un sanador natural. Es esencial para mí. Para todos nosotros.
—Dejad que se cure él mismo —dijo ella—. Las enfermedades se contagian. No puedo tener pequeñas vidas enfermas. Aparte de eso, todos serviréis, a la manera de cada uno. Ella los condujo a través de la puerta.
Spock no tuvo dificultades, como científico, en reconocer la instalación típica de un laboratorio. Los cubos de proyección de hologramas ostentaban el letrero de «experimento en desarrollo», en lo que parecía ser un número infinitamente grande de mundos. Los holocubos disminuían en la distancia hasta desaparecer. Algunos de los más cercanos mostraban escenas que Spock pudo identificar como de mundos determinados: Helvan. Andor con su piel azul y cuernos-antenas blancos. Varios mundos Tallarite con sus rostros porcinos. Los diminutos dragones alados de Jar-lee. Rigel IV. Tierra. Vulcano. Los mundos centrales de los romulanos. El interior de una nave klingon. Una colonia Gorn. Y unas cuarenta especies más a las que pudo identificar a primera vista.
Había siete imágenes del interior de la Enterprise, incluyendo al profundamente preocupado Scott, que se hallaba en el puente de mando.
Los holocubos eran controlados por equipos automáticos. Detrás de los mismos había hábitats en los que muchas especies se posaban, nadaban, volaban, se arrastraban o se proporcionaban desconsoladamente calor animal las unas a las otras a la manera de los enjaulados. En una de las jaulas se estaba produciendo una pelea. Una pantalla insonorizadora bajó sobre la misma para interrumpir la molestia de la violenta reyerta.
Spock volvió su concentración hacia dentro y llevó a cabo el dominio-ante-lo-inevitable. Daba por descontado que Savaj lo había hecho antes que él y con mayor precisión. No obstante, continuaba escapando del vulcaniano puro un residuo de contaminación psíquica.
Belén profirió una llamada alta y musical, una parte de la cual quedaría seguramente fuera del campo auditivo humano.
Dos diseñadores hombres aparecieron desde la parte posterior del laboratorio, y otro atravesó el recinto, ocupado en otros asuntos. Parecían los complementos masculinos de Belén, humanoides, espléndidamente formados, con la clásica definición muscular de los varones, los cabellos como plumas, negros en uno y dorado pálido en el otro. Vestían, si ello era posible, menos atuendos que Belén; principalmente se trataba de un campo energético alrededor de las caderas y que además servía como cinturón para herramientas, armas y otros pertrechos. Pero de los atributos varoniles habituales en los humanoides, o realmente en los mamíferos, Spock no pudo percibir ninguna señal definida, probablemente oculta por el ilusorio cinturón o quizá a causa de alguna disposición interna protectora.
Los dos varones levantaron la mirada, pero prestaron poca atención a los sujetos de Belén. Le dedicaron un informal gesto de saludo y continuaron adelante.
—¿Estás lo bastante seguro con respecto a la escala temporal? —preguntó el de cabellos dorados, ligeramente más bajo que el otro.
—No cabe duda. El índice de incremento del peligro ha aumentado… geométricamente.
—¿Los Otros…?
—Sus estudios no han llegado a ninguna conclusión más definitiva que la de los nuestros. La proyección de los resultados continúa siendo la misma: aniquilación de Nome.
El cerebro vulcaniano de Spock tradujo las posibilidades que le ofrecía el traductor sobre el concepto en cuestión en un solo concepto: Nome. El Todo. Si se trataba de una definición correcta o si los diseñadores podían estar refiriéndose a la Unidad del Todo, no lo sabía.
—Mirad —dijo Belén—. Los sujetos V-Uno y V-Dos, y las dos conexiones H.
Al menos, así fue como lo tradujo Spock.
Los dos varones se volvieron con un tenue interés.
—¿Cuál es V-Uno? —preguntó el de cabellos oscuros. Belén lo señaló.
—Su sonido de llamada es Savaj, Trath.
Trath se acercó para inspeccionar a Savaj. Eran casi de la misma talla y realmente podrían haber sido, muy aproximadamente, cortados por el mismo molde. Quizá no solamente a nivel físico. Se inspeccionaron el uno al otro con la mirada de los machos que controlan su territorio, desde la jungla a la Flota Estelar, pasando por los laboratorios.
La mirada de Trath era quizá la de quien inspecciona a un toro de primera o a un magnífico animal de pelea. No, era bastante más que eso, según vio Spock.
—¿Es éste el que observaba a los observadores? —inquirió Trath.
Belén afirmó con las manos.
—Interrógalo como habíamos dicho… vacíale el cerebro si fuera necesario. Luego hazlo con los otros.
—Trath tomo una nota en la grabadora que llevaba al cinturón.
—¿Puede permitirse eso? —preguntó Savaj—. ¿Malgastar las vidas de los únicos que han detectado su experimento?
Trath levantó la mirada con sorpresa.
—Dado que ya lo sé, ¿qué más podrías decirme? —Miró el pequeño grupo de sujetos con mayor atención durante un instante—. No malgastes mi tiempo.
Has atraído una ligera atención durante un breve período de algunos de tus años y décadas a causa de cierto comportamiento insólito o representación de cierta solución planetaria parcial. Tú, especialmente, te saliste de la caja y apareciste en emplazamientos inapropiados pero astutamente escogidos, con demasiada frecuencia. Constituye una hazaña bastante admirable en un sujeto; pero no es más que una pequeña onda en el charco de la eternidad. Yo estoy preocupado por el destino de una totalidad que tú eres incapaz de concebir. Contribuirás con lo que tengas para ofrecer. No me hables de vuestras vidas.
Se volvió, olvidándose de ellos sin dedicarles más palabras ni pensamientos, como un científico dedicado a una guerra contra alguna epidemia fulminante de cáncer que está a punto de acabar con su especie. ¿Qué le importaban a él las ratas y los conejos, ni siquiera los snarth?
—¿Por qué escogen los sujetos regresar a las zonas peligrosas? —preguntó Savaj con absoluta claridad en la voz.
Trath se detuvo en mitad de un paso y se volvió para mirar a Savaj.
—¿Es posible —continuó el vulcaniano— que la grandeza no pueda existir sin la violencia?
—¿Quién te ha metido semejantes preguntas en la cabeza? —inquirió Trath, amenazadoramente.
—Yo lo he hecho —respondió Savaj—. Nosotros hemos formulado esas preguntas. —Señaló a Kirk—. Están implícitas en el más antiguo mito del fuego del mundo de estos humanos. —Luego indicó a Spock con un movimiento de cabeza—. Este otro, criado para el mundo de ellos y nacido para el mío, salió a las estrellas para investigar la dualidad de su herencia, y de su alma, en la zona de peligro… y grandeza. Este otro —hizo un gesto hacia McCoy— es un curador nato que escogió luchar contra la muerte en la zona de batalla. Estos tres juntos podrían ser una lección que ni yo ni mi mundo hemos conseguido aún aprender plenamente. Si es así… tampoco lo han conseguido ustedes.
Ustedes no han comprendido la afinidad que existe entre ellos. La hallaron digna de estudio; e incluso podría llevar hacia la solución del dilema Prometeo.
—¿La Pregunta Final? —tradujo el diseñador de cabellos dorados.
Trath miró muy atentamente a Savaj, a Kirk, Spock y McCoy. Spock comprendió que en aquel momento los enviaría a pasar por el proceso de vaciado cerebral, a realizar alguna clase de prueba y pasar por un interrogatorio destinado a resolver el enigma que la rata había propuesto de forma tan inesperada.
—Los vaciados de cerebro —señaló Spock—, por regla general, son inadecuados y ampliamente ineficaces contra mi especie.
Se cuidó bien de no decir cuál de las especies.
Trath se volvió a mirarlo, quizá advirtiendo ese detalle.
—Los nuestros son eficaces. Concedo, en este caso, alguna posibilidad de sutileza ineficaz. —Se volvió para mirar a Belén—. Tenlos preparados. Tráelos cuando te lo diga. Dio media vuelta y se alejó con el de cabellos dorados.
—¿Preparados para qué? —preguntó McCoy con un susurro.
Kirk lo cogió por un brazo.
—No creo que le gustara saberlo.
Belén los depositó sin ceremonias en una jaula y se marchó.