8
Durante la noche, la nave simplemente desapareció de una de las pantallas de visión exterior. Los lectores de masa quedaron en cero, y la imagen no reapareció.
No obstante, Spock permaneció en el sillón de mando durante toda la guardia nocturna. Fue él quien vio la línea roja del sistema de soporte vital de las dependencias de invitados.
Alertó a Sulu, llamó a Scott para que se reuniera con él en las dependencias de invitados y se dirigió a toda velocidad hacia el sitio por el turboascensor.
En el corredor reinaba un frío glacial; los paneles de lectura indicaban una alta concentración de dióxido de carbono y una peligrosa cantidad de monóxido de carbono. Scott llegó, profirió un juramento y comenzó a bombear y reciclar el aire.
Spock se encaminó al único camarote ocupado; llamó, no obtuvo respuesta y se encontró con la puerta bloqueada por la cerradura interna de la computadora. Apoyó las palmas de las manos contra la puerta, introdujo las puntas de los dedos por la rendija y la forzó hasta conseguir que la cerradura saltase.
Al entrar, encontró a Savaj en un estado de ligero trance físico, con el metabolismo enlentecido, la defensa innata del cuerpo dormido contra los bruscos cambios de temperatura y presión de Vulcano. Pero aquel estado de trance no constituía una defensa contra el monóxido de carbono, al que los vulcanianos eran particularmente sensibles y ante el que no tenían defensas naturales.
Spock sacó a Savaj al pasillo y lo llevó más allá de la línea límite del frío, tras lo cual le abofeteó el rostro con fuerza para arrancarlo del letargo.
McCoy estaba allí, parpadeando para vencer el sueño e inclinado sobre Savaj para explorar su estado con el escáner. Cargó la pistola hipodérmica con un estimulante y un purificador de tóxicos y la descargó sobre uno de los brazos de Savaj.
De pronto, Kirk apareció también en el lugar.
—¿Qué ha ocurrido, Spock?
Spock levantó la mirada.
—No se le ha dado permiso para salir.
Volvió a abofetear a Savaj, y el vulcaniano aferró la muñeca de Spock y abrió los ojos.
Savaj estaba ahora completamente despierto y plenamente consciente.
—¿El soporte vital? —preguntó.
—El monóxido alcanza rápidamente niveles letales para un vulcaniano.
—Aparentemente fue un error de la computadora —declaró Scott—. No puedo comprender cómo, pero ya está arreglada.
—Regrese a las dependencias de oficiales —le ordenó Spock—, hasta que consiga comprender cómo, señor Scott. Revisión Clase Uno.
—Sí, señor. No me gusta el aspecto del aumento de monóxido de carbono.
Kirk estaba observando las lecturas.
—Éste no ha sido un fallo ordinario.
—No —confirmó Spock—, no lo es. Señor Kirk, regrese a sus dependencias. Savaj, conmigo.
El vulcaniano puro se rehízo, se puso de pie, y los dos vulcanianos se alejaron.
Kirk se volvió y se encaminó hacia su camarote. McCoy siguió a Spock y Savaj hasta la suite para oficiales, vacía, contigua al camarote de Kírk.
Savaj hizo un gesto con la cabeza.
—No necesitaré asistencia.
—Ésa es una certeza envidiable, almirante —le replicó Spock, que yo lamentablemente no comparto. Ese error de la computadora ha sido de lo más peculiar y selectivo.
—Esa idea se me ha ocurrido, capitán. Sin embargo, la ayuda sería, con toda probabilidad, superflua o inútil.
Se volvió y entró.
—Spock, no querrá usted decir que… —comenzó McCoy.
Spock se volvió a mirarlo.
—Los accidentes, como indudablemente señalará usted, ocurren, doctor.
Yo los encuentro inquietantes cuando tienen lugar de forma consecutiva y ante una presencia alienígena desconocida… que incluso puede haber afectado a miembros de esta tripulación.
McCoy asintió con la cabeza.
—También yo. Y también encuentro inquietante la situación cuando una fuerza alienígena menos misteriosa le afecta a usted. Una presencia vulcaniana. Spock, está usted presionando demasiado a Jim.
—Podría ser —respondió Spock sin expresión ninguna en su rostro.
—Entonces, ¿dejará de hacerlo? —preguntó McCoy esperanzado, un poco dudoso.
—No.
—Pero ¿por qué, Spock? ¿Porque un vulcaniano puro lo tiene dominado?
—No, doctor. Porque Savaj tiene razón.
—¿En poner a Jim, y ponerlo a usted, en un aprieto delante de su tripulación? ¿Por humillar a Jim con una fuerza a la que él no puede hacer frente, y que se romperá el cuerpo intentando alcanzar?
—En salvar su vida —respondió Spock—. Una función que un vulcaniano hubiera desempeñado apropiadamente con su comandante. Yo no lo he hecho.
—No más de dos o tres docenas de veces, es lo que he podido contar. Sin tener en cuenta las crisis rutinarias.
—Los fallos se cuentan una sola vez, doctor.
Spock echó a andar. Ante la puerta de su camarote, se volvió.
—¿Se le ha ocurrido que Kirk no habría sobrevivido a ninguno de esos dos accidentes?
Entró sin agregar una palabra más.
Kirk contestó el intercomunicador. No había dormido desde el accidente de Savaj, y no había conseguido hacerlo muy bien antes del mismo, por alguna pesadilla vaga y recurrente de la que se despertaba bañado en sudor frío y no podía recordar nada.
Había estado haciendo comprobaciones con la computadora desde la terminal de su camarote, e interrogándola. Todavía seguían el curso de regreso a Helvan. La computadora no daba ninguna respuesta definida sobre cómo había ocurrido el accidente.
—Aquí Spock —dijo el intercomunicador por el altavoz—. Puede reunirse conmigo en el nivel recreativo, señor Kirk, si así lo desea. En cinco minutos.
—Así lo deseo —respondió Kirk, en algún punto entre el enojo y el perdón—. Voy hacia allí.
Se puso el traje de asumi que había llevado a su camarote, y salió.
La cubierta del área recreativa parecía densamente poblada por una multitud de tripulantes que murmuraban. No advirtieron de inmediato la presencia de Kirk, y éste tuvo la oportunidad de ver que el foco de su descontento era aparentemente la pantalla de mensajes.
Avanzó para echar un vistazo pero se encontró con un muro de cuerpos que se lo impedían. Uno de ellos resultó ser el siempre notable que pertenecía a Uhura.
—¿Qué motiva esta revolución? —preguntó por encima del hombro de ella.
Ella se volvió, sobresaltada.
—Cap… capitán —terminó con firmeza—. Me alegro de verlo, señor. No se equivoca demasiado.
Uhura se apartó un poco para permitirle ver por encima de su hombro.
En la pantalla aparecía una orden que aumentaba al doble la condición física requerida de la tripulación, firmada por Spock.
Kirk reprimió un gemido y miró a Uhura con tristeza.
—Lo siento.
Ella asintió con la cabeza.
—Le aseguro que se lo considera ampliamente culpa suya, señor.
—Gracias.
—Ahí tiene a otro candidato muy popular —señaló ella por encima del hombro izquierdo de Kirk, y éste se volvió para ver a Savaj que entraba en la sala recreativa.
Una multitud de miradas, que abarcaban desde la ligera irritación hasta el abierto antagonismo siguió al vulcaniano. Kirk se sintió inexplicablemente regocijado.
La mirada de Uhura estaba en el extremo francamente antagónico, pero advirtió que seguia los movimientos felinos del vulcaniano puro con una atención que le pareció ta percepción femenina del vulcaniano como sumamente masculino.
—Nadie consigue descifrar a ese hombre, capitán, ni siquiera yo —dijo Uhura—. Intenté hablar con él sobre sus descubrimientos en comunicación, pero no conseguí absolutamente nada. Fue lo mismo que intentarlo con un árbol. —Suspiró—. El señor Dobiaus —dijo con satisfacción, refiriéndose al taniano de dos metros quince de estatura, con cabeza bifurcada— quiere desafiar al almirante a tres derribos.
Kirk tuvo que reprimir una risita, pero consiguió una expresión más o menos seria.
—Quíteselo de la cabeza, Uhura… Gracias, pero… no, gracias.
—No veo por qué no, capitán —intervino, desde, detrás de él, Scott, que evidentemente fisgoneaba con total descaro—. El taniano es casi el único que puede conseguir igualarse incluso con un vulcaniano. Y Dobius no es muy aficionado a un vulcaniano que se ensaña con un humano valiéndose de esos músculos. Ni tampoco yo, con perdón, señor. Spock es una cosa. Pero ese pescado frío…
Kirk se volvió a mirar a Scott.
—El ingeniero mostraba un expresión severa, preocupada per él.
—Señor Scott, todavía no soy del todo un cero a la izquierda. Yo intentaré con él uno o dos derribos. —Se puso una mano en la nuca e hizo una mueca de tristeza—. En cuanto consiga recuperarme del último. —Luego recorrió con la vista a todos aquellos que estaban dentro del campo auditivo—. Entre tanto, les sugiero que comiencen a buscar maneras de trabajar en los nuevos niveles de fortaleza exigidos por el capitán Spock. Es muy probable que pronto comience a poner él mismo a prueba los niveles de fortaleza… si no lo hacen por él nuestros visitantes de la pasada noche.
Algunos de ellos se calmaron. Él aprovechó el momento y escapó. La mayoría de ellos no sabían lo que no se apartaba de su mente: que el vulcaniano puro contra el que estaban tan resentidos por él, había estado a punto de morir durante la noche anterior, en su nave.
Savaj estaba ejercitándose en solitario; ejecutaba una disciplina exótica que se parecía un poco a los bailes cosacos, pero en cámara lenta y muchas veces más dura. Kirk sabía que hubiera sido incapaz de hacerlo aunque de ello dependiese su vida.
—Señor Kirk —dijo Savaj, desde una postura en la que tenía una rodilla completamente flexionada y la otra pierna completamente extendida y paralela al suelo.
Kirk apretó los dientes y se lanzó.
—¿Me enseñaría usted eso, señor?
Savaj levantó una ceja. Los vulcanianos eran probablemente demasiado educados como para reírsele en la cara. Savaj se levantó, apoyado todavía sobre una sola pierna, y luego le tendió las manos a Kirk.
Kirk las tomó, con alguna duda, pero firmemente.
—Repita mis movimientos —dijo Savaj.
El vulcaniano puro giró ligeramente a un lado y levantó una rodilla hasta más arriba del muslo de Kirk. Éste reprodujo el movimiento hacia el lado opuesto. Savaj se inclinó ligeramente hacia atrás, utilizando su fuerza para contrapesar a Kirk, y ambos descendieron lentamente sobre la pierna opuesta. No era que los músculos no protestaran, pero Kirk disponía de muy poco como para preocuparse de eso.
Savaj lo condujo entonces a través de unos ejercicios que no podría haber llevado a cabo solo ni con otro ser humano. Con la fuerza de Savaj y su perfecto equilibrio de contrapeso, su guía, su apoyo, su sostén, aquello estaba fuera de la fortaleza de Kirk, aunque no completamente fuera de algún límite al que podía llegar mediante la superación. Se trataba de una rutina de guerreros: poder, gracia, fortaleza, equilibrio, sincronización perfecta, coraje, resistencia, que trabajaba cada músculo y nervio, la totalidad del cuerpo, quizá el alma. De forma adecuada, los vulcanianos combinaban los diversos elementos para producir belleza.
Savaj conducía el ejercicio de manera que los movimientos más duros recayeran sobre él: lo elevaba y Kirk, con los brazos extendidos y rígidos contra los de Savaj, era levantado, pasado por encima de la cabeza del vulcaniano y descendido al interior del círculo de las muñecas cruzadas, y luego vuelto a la postura inversa. Lo hacía rodar y Kirk describía una voltereta sobre la espalda del vulcaniano. Lo cargaba y Kirk era levantado por una mano como estribo hasta los hombros del vulcaniano, y luego por encima de la cabeza de éste, sin esfuerzo alguno, y finalmente apoyado en sus propias manos sobre una mano del vulcaniano.
Savaj controlaba la coreografía de los ejercicios. Debía de estar guiando, transmitiéndole telepáticamente los movimientos a Kirk con las manos, los ojos y su propio cuerpo, a pesar de que Kirk no era consciente de ello. Él simplemente parecía saber cómo debía actuar. Pero un vulcaniano no implantaría aquel conocimiento en su mente, eso era seguro. No había tiempo para pensar en ello. Savaj describió una voltereta por encima de Kirk, permitiéndole soportar parte de su peso durante un momento, y luego finalizó con otra poderosa maniobra en la que lo levantó por el aire y lo hizo descender hasta la posición inicial.
Pasado un momento, Savaj se soltó e inclinó la cabeza levemente.
—Primera lección.
—Gracias, señor —dijo Kirk.
—Innecesario.
Kirk se dio cuenta de que habían vuelto a atraer a un grupo. Realmente no había sido consciente de ello mientras se movían. Ahora percibió una especie de sorprendida atención en los ojos que los observaban, como si hubieran visto algo extraordinario. Kirk era bastante buen gimnasta. Sabía que nunca había hecho nada parecido. Se preguntaba si lo había hecho algún ser humano.
—Señor, usted me levantaba como si yo fuera… ni siquiera un niño, sino la muñeca de un niño.
Savaj levantó una ceja.
—Debe usted darse cuenta, capitán, de que estoy físicamente capacitado para levantar a un vulcaniano puro de huesos más pesados y musculatura más densa en la gravedad mayor de Vulcano… y probablemente cargar con él acantilado arriba o sacarlo de los dientes del le matya. Usted no es nada extraordinario. La analogía con un mero juguete es algo figurativa, pero esencialmente correcta.
Kirk guardó silencio por primera vez; y fue un momento antes de darse cuenta de que había oído a Savaj llamarlo «capitán». No creía que los vulcanianos cometieran errores de esa índole.
—Pocos son los juguetes, sin embargo, que pueden interpretar y ejecutar un T’hyvaj. —El vulcaniano hizo una breve reverencia—. Ha sido un placer.
—El placer ha sido mío —dijo Kirk—. ¿Mañana?
Pero de pronto miró más allá de la multitud y vio a una figura solitaria que aguardaba sobre una estera de ejercicios: Spock.
—Si me perdona, almirante… —acabó y se encaminó hacia Spock.
—Quizá esté usted fatigado por el T’hyvaj —dijo Spock.
Kirk adoptó su mejor expresión de pillo.
—Absolutamente. Nunca me he sentido mejor. Estoy preparado para enfrentarme con mi parte de le matya.
—Será un le matya muy pequeño.
—Un gatito —replicó Kirk—. Eso debería ser más o menos lo correcto.
Spock meneó la cabeza.
—Que aún no haya abierto los ojos.
Kirk suspiró. Avanzó hasta el centro de la estera e hizo una reverencia.
Ambos tendieron los brazos para tocar el hombro del contrario.
—¿Por qué nunca me enseñó T’hyvaj, Spock?
—No podría decirlo. Es una cosa que uno puede aprender del camino remoto.
—¿De los guerreros?
Spock asintió con la cabeza.
—De los T’hy’la, anteriores a la aurora de nuestros tiempos actuales. ¿Está preparado?
Kirk intentó despojar su mente de toda otra cosa y concentrarse en el asumi.
—Estoy preparado —respondió de acuerdo a las normas. Pero no lo estaba, o no le hubiera servido para nada el estarlo. Spock lo derribó con el mismo poco esfuerzo con que Savaj lo había levantado. Luego otra vez. Kirk comenzaba a cansarse un poco de aquella diversidad.
Entonces dedicó todo su cuerpo y mente al ejercicio, y consiguió un derribo de tijera.
Alguien lo vitoreó. El lanzó una mirada de advertencia.
Pero fue la última vez que consiguió derribar a Spock. El vulcaniano comenzó a trabajar con él no para conseguir derribarlo, sino para forzarlo a la máxima resistencia y conseguir que adquiriera la máxima fortaleza.
Después de cinco minutos, se sintió como si hubiera estado intentando mover todo Vulcano; lo cual era verdamente la realidad. Era la técnica del árbol. Uno se imagonaba a sí mismo arraigado al planeta; quien me mueva a mí moverá mi mundo. Spock tenía una vívida imaginación.
Kirk retrocedió finalmente e hizo la señal del inferior que significaba «suficiente».
—Capitán Spock, me siento completamente vencido y minuciosamente desmoralizado. ¿Cree que podremos conseguir una cosa semejante al desayuno?
Spock alzó una ceja.
—Tiene mi permiso para regresar al puente después de haber hecho el intento.
Salió en dirección al turboascensor, con el traje de asumi aun puesto, y dejó a Kirk plantado.
Pavee Chekov había sacado una taza de café de alguna parte, y se acercó para ponerla en manos de Kirk.
—El señor Spock parece estar tomándose todo esto muy en serio, señor.
—Gracias, Pavel —respondió Kirk, pero no podía dejar pasar aquel comentario—. Dentro de unas tres horas, señor Chekov, estaremos nuevamente en órbita alrededor de Helvan. El aspecto que tiene usted, si no por nada más, justifica que se lo tome en serio. —El ruso estaba pálido, ojeroso—. ¿Qué tal ha estado durmiendo?
Chekov se encogió de hombros.
—¿Dormir? Me parece recordar que eso fue inventado por una anciana dama rusa de…
—No ha dormido.
—Ciertamente, no cuando puedo evitarlo. Y poco cuando lo hago. Las pesadillas…
—¿Puede recordarlas?
—Nyet. Nada. Sólo que tengo ganas de ponerle las manos encima a alguien…
—Preséntese al doctor McCoy, señor Chekov, y sométase a un ciclo de sueño REM.[1] Yo se lo comunicaré al capitán Spock.
Chekov negó con la cabeza.
—Gracias, capitán, pero cuento con formar parte del grupo que baje a tierra.
—Hay tiempo, señor Chekov. De lo contrario, no estará usted en forma para hacerlo. Vaya. —Sí, señor.
—Pavel… Yo sé cómo se siente.
Chekov sonrió y se marchó. Kirk tomó un café y una ducha sónica, y se cambió de ropa, aunque no en los cubículos cerrados, tras lo cual se encaminó hacia el puente.