11
Kirk avanzaba velozmente pasillo abajo hacia las dependencias de Spock. McCoy lo había remendado lo suficiente, con un chaleco en aerosol elástico que le sujetaba algunas costillas rotas y algunas otras cosas que habían quedado fuera de su sitio. No parecía haber ninguna escayola en aerosol para el sueño roto, ni medicina alguna para las pesadillas.
Kirk había sido convocado a las dependencias del capitán, acompañado por los guardias. Éstos lo miraban con consternación, pero cumplían con su deber. McCoy marchaba resueltamente junto a su hombro derecho, no invitado por Spock, pero inamovible en su decisión.
Los miembros de seguridad llamaron a la puerta del camarote.
—K’vath —dijo la voz de Spock. La puerta se abrió y el teniente de seguridad condujo a Kirk al interior.
El camarote del vulcaniano parecía la antesala del infierno. Había sido pintado después del regreso de Spock a la Enterprise reformada y con un color rojo oscuro según las preferencias vulcanianas de Spock. La colección de armas había vuelto a ser colocada en la pared como recordatorio del salvaje pasado de Vulcano. La llama volvía a arrojar trémula luz y sombras desde la escultura que tenía un hueco para alojarla. Sobre el verdadero propósito de la escultura llameante, muy pocos eran los que se habían atrevido a interrogarlo; pero, si les hubieran dicho que la gárgola había sido puesta allí para guardar las puertas del infierno, nadie se habría sorprendido.
Ahora, con los dos vulcanianos que aún llevaban los cuernos helvanos y tenían aspecto de guardar las puertas ellos mismos, la versión vulcaniana de la pesadilla de la humanidad era completa.
Kirk avanzó y les dedicó a ambos un saludo formal a la manera vulcaniana.
Spock permaneció sentado y no se lo devolvió. Miró a Kirk como si estudiase a algún bellaco traído ante él con deshonra.
—Doctor, usted se ausentará de este proceso —dijo Spock secamente.
—Tengo derecho a estar aquí. Soy su médico… y su amigo. Y también el suyo, maldición.
Spock no dijo nada y les hizo señal a los hombres de seguridad para que escoltaran a McCoy al exterior; los guardias vacilaron por un momento.
—Según el código galáctico, tengo derecho al defensor que yo escoja —dijo Kirk—. McCoy es a quien elijo.
—Según el código vulcaniano, la lógica habla por sí misma —contradijo Spock—. Seguridad, llévense al doctor y esperen fuera.
Esta vez, el equipo de seguridad respondió a la orden directa dirigiendo una mirada de excusas a McCoy y Kirk. A una señal de Kirk, McCoy apretó los dientes y se marchó con ellos para no agravar las cosas para su amigo.
La puerta se cerró tras el médico y Kirk quedó a solas con los dos vulcanianos.
—T’vareth —dijo Spock, desapasionadamente.
Kirk resistió un impulso de mover nerviosamente los pies, como si realmente hubiera sido llamado para recibir una reconvención por parte de Spock.
—Capitán Spock, es incuestionable que yo desobedecí sus órdenes, por lo que le presento mis disculpas. Según mi criterio, se hacía nece…
—No hablará usted sin permiso.
Kirk mordió una protesta.
—¿Permiso para hablar? —preguntó.
—Denegado.
Kirk sintió que estaba a punto de perder la paciencia.
—La lógica habla por sí misma, dijo usted.
—¡Silencio!
Kirk se irguió y permaneció callado.
—La lógica habla —repitió Spock—. La inocencia se defiende. La culpa se limita a presentarse ante la justicia.
—Incluso la culpa tiene sus razones —osó decir Kirk—. Usted estaría muerto.
Spock se levantó del asiento y pareció que iba a atravesar el escritorio.
—Mi vida era mía para arriesgarla y mía para salvarla, si resultaba posible. ¿Se le ha ocurrido pensar en lo que podríamos haber averiguado si el experimento hubiese continuado solamente conmigo, contra la bien entrenada capacidad vulcaniana para resistir y recordar?
Kirk demostró que no se le había ocurrido que, como vulcanianos, Spock y/o Savaj hubieran podido ponerse desapasionadamente en situación de ser apresados por los experimentadores, y estuvieran bastante preparados para resistir cualquier cosa que les ocurriera, posiblemente incluso la muerte, por la oportunidad de averiguar algo.
¿Y Spock, con su férrea constitución —y con las disciplinas mentales que habían vencido al trastornador mental klingon, además de las disciplinas de curación que podría haber empleado—, habría resistido lo suficiente como para averiguar algo de vital importancia? ¿Quizá para transmitírselo a Savaj?
Quizá Kirk lo había jodido todo.
Luego en su mente volvió a formarse la imagen de lo que los sin-boca estaban haciéndole y a punto de hacerle a Spock en el momento en que él entró. En algún momento, semejante sacrificio podía salvar una galaxia… o ser inevitable. No entonces.
—Usted no estaba en situación de tomar decisiones —dijo Spock.
—Ni nunca debería haberlo estado —señaló Savaj.
Los ojos de Spock parecieron endurecerse, dándole la razón.
—Su especie, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca ha comprendido la diferencia mental que existe entre nosotros. Por respeto a esa diferencia, yo nunca he utilizado plenamente la forma de mando vulcaniana, ni siquiera cuando he quedado al mando en algunas circunstancias o por algún período de tiempo. Ahora no podemos permitirnos el lujo de tal moderación. El modo de pleno mando vulcaniano es un estado de acrecentamiento en el que un vulcaniano puede subcomputar un millar de opciones antes de que usted consiga considerar dos de ellas. Mi modo de alternativa lógica puede adelantarse en los acontecimientos de las diferentes opciones en muchos movimientos, hasta en los detalles más sutiles, mientras toma en cuenta datos adicionales, calcula con ellos hasta cualquier cantidad decimal y toma decisiones vitales, al tiempo que mantiene una conversación con los humanos y una confrontación simultánea con un comandante enemigo. Pero la forma de mando vulcaniana, una vez puesta en marcha, no puede apagarse. Ni tampoco puede ponérsele impedimentos y quedar a salvo. Un comandante en ese modo requiere obediencia instantánea, incondicional y minuciosa. Aquellos que no puedan seguir su proceso mental, tienen que seguir sus órdenes, de forma exacta. No está obligado a dar ninguna explicación. Yo no doy ninguna. Para su información, yo estoy actuando según el modo de mando vulcaniano, y así continuaré. Usted va a afrontar esa realidad.
Kirk levantó una mano.
—¿Una pregunta, señor? —dijo con voz queda.
—Una.
—¿Un vulcaniano al mando cede alguna vez… o comete siquiera algún error?
Durante un largo momento, pensó que Spock atravesaría el escritorio.
Lo de «ceder» era un juego sucio. Spock nunca había vuelto a sugerir que cedieran desde aquella temprana derrota en que Kirk había tenido éxito con el farol de la Corbomite. En realidad, con frecuencia habían estudiado juntos las probabilidades, que Spock calculaba de mil contra una… a favor de los enemigos. Lo de «errores» era probablemente peor. Spock había cometido algunos muy bonitos, especialmente una o dos veces en los primeros tiempos, cuando había quedado al mando, indudablemente sin utilizar el modo de comando vulcaniano puro, pero lo suficientemente vulcaniano como para poner de uñas a los testarudos humanos. Posteriormente, Spock había cogido el tranquillo de cómo comandar a los seres humanos… extremadamente bien.
Pero aquel Spock que había regresado de Vulcano después de intentarlo todo y fracasar en la amputación de su mitad humana, no era el mismo Spock de antaño.
Ahora permanecía de pie con una deliberación controlada, con su frío rostro del Kolinahr vuelto hacia Kirk.
—Señor Kirk, ésa ya no es una pregunta que pueda usted formular. No tiene usted lealtad, ni palabra, ni siquiera el honor de conformarse por propia voluntad con servir bajo mi mando. Usted ha arriesgado su vida, la mía, la de Savaj, la nave, la tripulación y la misión, quizá incluso el destino de la galaxia. Usted se ha confesado culpable de insubordinación y motín. No está usted arrepentido. ¿Está arrepentido?
Kirk sopesó la respuesta durante un largo instante.
—Lamento haber sido incapaz de seguir sus órdenes. Es cierto que he prestado mi juramento a la disciplina de la Flota Estelar, y he dado mi consentimiento de que se hiciera usted cargo del mando. He roto esa disciplina y esa palabra, y he arriesgado todo lo que acaba usted de enumerar. Pero yo no soy vulcaniano. Y, según como soy, no podía hacer nada más.
—No está arrepentido —dijo Savaj—, y se muestra desafiante. Ninguna flota puede existir sin disciplina.
Kirk negó con la cabeza.
—Ninguna flota puede existir sin disciplina, y ningún ser pensante cuerdo puede existir sin «algunas cosas que están más allá de la disciplina del servicio».
Aquella cita continuaba siendo juego sucio. «Más allá de la disciplina del servicio» era la frase que Spock había utilizado ante Kirk con respecto al secreto de la «biología» vulcaniana, por el que Spock hubiera muerto para conservar. Spock había estado muy cerca de morir cuando el pon farr, la época mortal de apareamiento de los vulcanianos, que acometió en una ocasión en que la Enterprise había sido enviada lejos de Vulcano por la Flota Estelar, sin saber que esa orden era una sentencia de muerte para Spock.
Kirk había roto el silencio vulcaniano y una orden del alto mando de la Flota Estelar para salvar la vida de Spock. Pero aquella frase se había convertido desde entonces en cierta con respecto a algunas de las órdenes de mando de Spock.
—Capitán Spock —dijo Kirk—, también usted violó una orden directa de la Flota Estelar, y violó el estricto aviso de «mantenerse apartado» del planeta Gideon, para ir en mi busca. Engañó a la Galileo Siete con sospechas acerca de mi comportamiento. Correctamente. Se arriesgó usted a la guerra galáctica con los tholianos antes que abandonar a un hombre considerado muerto, a mí, cuando estaba atrapado en la interfase espacial del sector tholiano, aquello no fue «lógico».
—Va usted a callarse —bramó Spock. Pasado un momento, volvió a hablar con tono gélido—. Queda usted suspendido de su rango. No será visto ni oído. Permanecerá confinado en sus dependencias, bajo vigilancia.
Kirk sintió que se le contraía la mandíbula. Relevado del servicio, despojado de su autoridad… sin que se confiara en él, ni siquiera para que permaneciera confinado bajo su propia responsabilidad.
—Señor —dijo—, solicito servir en el tercer puente o la sala de máquinas en lugar del castigo de confinamiento inactivo.
—Denegado. El confinamiento no es su castigo. Será confinado mientras yo medito el castigo que recibirá, de acuerdo con el código vulcaniano vigente.
Kirk lo miró fijamente. La suspensión y el confinamiento indefinidos ya eran algo bastante malo. Un juicio de la Flota Estelar le costaría su carrera, o algo peor; pero todo lo que había visto en el planeta de Vulcano, desde el verdugo de la arena de Vulcano de matrimonio-y-desafío que castigó la cobardía con la indiferente disposición del destino de la prometida de Spock, T’Pring, que le entregó en propiedad a Stonn, hasta unas cuantas cosas más que Kirk había averiguado a lo largo de los años, le sugerían que la idea vulcaniana del castigo adecuado a su crimen sería intolerable.
En aquel momento se le ocurrió a Kirk que, en el modo de mando vulcaniano puro, Spock no encontraría el camino para sacarlo de aquel aprieto.
—Pido perdón —dijo Kirk, en lo que esperaba que fuesen en buenos modales vulcanianos.
Spock se limitó a alzar una ceja.
—Denegado. Márchese. —Levantó la voz—. ¡Guardias!
Los miembros del equipo de seguridad entraron.
Un momento después, Kirk se volvió con precisión militar y salió del palpitante infierno sin volverse a mirar a los vulcanianos que se habían convertido en sus demonios particulares.