3

Kirk se despertó gritando.

Se oyó a sí mismo —un sonido consternador—, y dio un salto, debatiéndose, intentando escapar de algún horror indefinible.

Alguna fuerza terrible lo aferró y lo retuvo con firmeza. Él luchó contra ella con el poder del delirio, pero no consiguió vencerla. De pronto, reconoció aquella fuerza.

—¡Spock!

—Aquí.

Durante un largo momento, Kirk permaneció inmóvil, mientras intentaba recapturar la esquiva sustancia de la pesadilla. Pero las siluetas nocturnas se desvanecieron todas en el metálico gusto del terror.

Permaneció flotando algún pensamiento a medio formar, y las palabras que le llegaron de él fueron: «¿Qué castigo decidís para mí?».

Pero no estaba seguro de si era él quien formulaba la pregunta, ni de a quién se la hacía, porque no había hablado en voz alta.

Spock respondió.

—¿Por qué delito?

Kirk sacudió la cabeza.

—¿A quién se lo pregunta? —inquirió Spock.

«A quien he ofendido». Parecía ser la voz de la pesadilla que hablaba silenciosamente en su mente.

Kirk se estremeció y se retrajo.

—Perdóneme, señor Spock. Yo no tenía intención de forzarlo a entregar lo que usted obviamente preferiría no dar.

El contacto mental no le será requerido, ni tampoco su presencia.

Gracias. Buenas noches.

Spock no se movió. Comenzó a tender las manos para adoptar la posición correcta para establecer contacto mental.

—Mis disciplinas están a su disposición. De otra forma, no hubiese regresado de Gol.

Kirk apartó la mano.

—Spock, es cuestión sabida que usted se marchó a las montañas de Gol para borrar completamente su mitad humana, incluyendo el pueblo de su madre, sus amigos… incluso el recuerdo de sus nombres. Incluyendo el mío. Y yo fui a parar al almirantazgo. Siento haberlo llamado de vuelta y haber trastornado su prístina pureza de alma vulcaniana. Nos hubiera traído a ambos de vuelta desde cualquier otro infierno, en caso necesario. Y ambos sabemos que lo tengo aquí, en cualquier caso, como al inigualable oficial que es usted, si no por nada más. Pero no tenía por qué gustarme ese frío bastardo del Kolinahr que subió a bordo y desairó a aquellos a quienes les debía su propia vida. Esta noche volví a ver a ese bastardo, Spock. No volveré a pedirle nada más. Por nada del mundo. Puede marcharse.

El rostro del vulcaniano expresaba dureza.

—¿Qué sabe usted del alma vulcaniana, ni del coste de lo que usted ha trastornado… para mí? Yo no soy humano.

—Si yo no sé eso, ¿quién puede saberlo?

—Yo.

Kirk se calmó.

—Spock, también nosotros hemos vivido con ello. Desde el pon farr hasta las esporas. Usted me ha gritado —nos ha gritado— de vez en cuando. ¿Y qué?

Spock bajó los ojos para mirarlo.

—El peligro de que yo sea vulcaniano, almirante, por lo que a la unión mental se refiere, es para usted.

Kirk frunció el entrecejo.

—¿Qué peligro, Spock?

—El servicio ha forjado entre nosotros un vínculo demasiado frecuente, demasiado estrecho. Usted llegó hasta mí desde la Tierra a Vulcano, cuando estaba en Gol. Me alcanzó hoy mismo.

—En caso contrario estaría muerto. En ambos casos.

Spock asintió.

—Por esa razón, yo no puedo cerrarme a ese contacto, y tampoco puede hacerlo usted. Pero, en su estado sin entrenamiento, los futuros contactos entre nosotros pueden hacer que su escudo mental natural deje de ser selectivo… incapaz de protegerlo de los pensamientos de los demás o de impedir que transmita usted los suyos propios. Aparte de toda otra consideración, la posición de comandante de la Flota Estelar se convertiría en insostenible para usted.

Kirk hizo una mueca de dolor.

—Y acabo de pasar tres años demostrando cuán insostenible me resultaba cualquier otra posición. —Luego se incorporó sobre un codo—. Spock, yo no estaba bajo mi propio control, hoy. Llevo alguna clase de bomba mental alienígena de tiempo. A menos que consiga desmontarla, no soy apto para el mando en este momento.

Spock bajó la mirada hacia él y sin una palabra, con el rostro aún metido en su molde de fría ferocidad, apoyó las manos sobre el rostro de Kirk en la posición de contacto.

Kirk aferró las muñecas de Spock e intentó apartarlas, a pesar de que no ignoraba que Spock sabía cuán poderosamente deseaba y necesitaba el contacto; pero, aun así, Kirk no tenía derecho a forzar al vulcaniano a semejante intimidad. Sin embargo, las manos del vulcaniano sabían muy bien qué era lo que él necesitaba, y permanecieron inamovibles. Kirk sintió el tacto de la sonda mental, despiadada esta vez y con sabor a los cálidos vientos del desierto y las frías noches de Gol. El tacto deliberadamente frío se encontró con una resistencia casi igualmente fría por su parte.

Luego encontró la oscura masa de furor y vergüenza que aquellos días le habían dejado dentro, e incluso la fusión mental del vulcaniano pudo penetrar en aquello. El esfuerzo estalló en llamas y el capitán pudo percibir el intento de retirada del vulcaniano mientras él se hundía en la noche.

McCoy se hallaba junto a Kirk en la sala del transportador. Ambos tenían un aspecto más presentable de lo que nadie hubiera tenido derecho a esperar, pero Kirk parecía haber dormido en el infierno.

McCoy también había pasado mala noche. Hubiera sido mejor si no hubiese permitido que Spock lo relevara en el turno de vigilancia nocturna de Kirk. Pero el vulcaniano podía no dormir sin tener problemas, y McCoy no podía. Finalmente había cedido ante aquella lógica.

Aquella mañana, McCoy se enteró de que Uhura y Chekov, a quienes había tenido en observación en la enfermería, habían sufrido también terribles pesadillas.

La hipnosis alfa y todas las técnicas normales habían fracasado completamente en romper el bloqueo de la memoria de todos ellos, y Kirk confesó que la unión mental vulcaniana había sido probada también y había fracasado.

En aquel momento iban a transferir a bordo a un misterioso enviado urgente de la comandancia de la Flota Estelar cuyo nombre no había sido revelado, pero que llevaba órdenes confidenciales para la nave. Era una forma espantosa de comenzar el día.

El oficial de transporte Rand accionó los controles y Kirk, Spock y McCoy entraron en la cámara.

La imagen comenzó a formarse: un varón sólido y enorme, con las orejas… puntiagudas. Por un momento, McCoy pensó que se trataba del padre de Spock, el embajador Sarek de Vulcano. Luego el destello del transportador se solidificó en un vulcaniano igualmente poderoso pero desconocido que se parecía ligeramente a Sarek, quizá principalmente en la expresión de inalterable seguridad.

Spock ya había levantado la mano con dos dedos extendidos, señal de saludo vulcaniano, y McCoy se esforzó para hacer lo mismo.

—Larga y próspera vida —dijo Spock.

Aquel vulcaniano, al igual que Sarek, parecía estar en los últimos años del centenario, que era la flor de la vida vulcaniana, menos de la mitad de sus doscientos cincuenta años de existencia.

Tenía el aspecto del equivalente a los cuarenta humanos, unos cien años de proceso mental acelerado vulcaniano, y la edad adulta completa a sus espaldas.

—Prosperidad en el mando, Spock —saludó el vulcaniano.

Spock se puso rígido.

—Permítame que le presente al almirante, capitán al mando de la nave, Kirk.

El vulcaniano miró fijamente a Kirk e hizo caso omiso de él.

—No. Expreso mi condolencia.

—¿Por qué, señor? —exigió Kirk, mientras comenzaba a agotarse el respeto natural que sentía por los vulcanianos.

El vulcaniano bajó de la plataforma y pasó ante Kirk, tendiéndole el cubo del mensaje a Spock.

—Kirk queda relevado del mando.

Kirk dio un paso al frente para enfrentarse con el vulcaniano.

—¿Por qué autoridad? —preguntó—. ¿Quién es usted?

El vulcaniano no respondió.

—Savaj de Vulcano —dijo Spock.

Era uno de aquellos nombres que la gente pone en las listas de los diez de toda la historia a quienes querrían conocer en el cielo o el infierno. McCoy pensó que aquella leyenda vulcaniana había avanzado hacia un equivalente suyo.

Kirk retrocedió, vacilante.

—Señor, ése es un nombre que yo pondría a la altura del almirante máximo Heihachiro Nogura. No puedo creer que él o usted me releven sin causas válidas. ¿Me relevará usted personalmente?

—No. —Savaj se volvió hacia Spock—. Usted asumirá el mando de la Enterprise.

Spock le dedicó una mirada pétrea.

—Me niego a acatar la orden, S’haile Savaj.

—Regla de Siete, Spock.

—No existen pruebas.

—No hace falta ninguna. El rostro de Spock se serenó.

—Traduzca, señor Spock —pidió Kirk.

—El reglamento de la Flota Estelar más aproximado sería: «Comandante posiblemente inadecuado para el mando aunque no por propia culpa». No se trata de un castigo, ni se lo considerará una mancha en su expediente. No requiere pruebas ni juicios. Usted puede solicitar uno. Hacerlo así implicará abandonar la nave.

—Mi nave exploradora está esperando por si ésa fuera su decisión —dijo Savaj—. Se le concede la opción de permanecer a bordo con suspensión no punitiva, en calidad de primer oficial.

—Apelaré ante el almirante máximo Nogura —dijo Kirk. Savaj meneó la cabeza.

—Fue él quien le concedió la opción.

—¿Usted no lo hubiera hecho? —preguntó Kirk.

—Capitán, su expediente es el de alguien que se arriesga excesivamente y depende de factores favorables fortuitos, frecuentemente en la persona de su primer oficial vulcaniano. No es para usted ningún secreto que yo más de una vez me he opuesto en los consejos de la Federación y la Flota Estelar a decisiones que en definitiva iban a su favor.

—Soy consciente de ello, señor —respondió Kirk con rigidez—. Deseaba tener la ocasión de hablar del asunto personalmente. Quizá podríamos…

McCoy se dio cuenta de que Kirk comenzaba a poner en práctica la estrategia de hacerlos-bajar-del-árbol-con-halagos, que se sabía que había intentado utilizar incluso con T’Pau de Vulcano.

—Es inútil —declaró Savaj—. No se trata de una cuestión de hechos o lógica. Ya he sido advertido de sus considerables poderes de persuasión, por T’Pau de Vulcano entre otros.

Kirk pareció incómodo. McCoy decidió aparentar insignificancia. El fingimiento de la muerte de Kirk con su fiable inyección hipnótica había sido uno de los mejores momentos de McCoy, si uno no lo contemplaba desde el punto de vista vulcaniano. T’Pau no se había sentido satisfecho.

Savaj captó la frustración de McCoy y lo miró.

—Como también he oído hablar de su afición por el fraude, doctor.

Ustedes, los seres humanos, son una especie interesante. Uno se estremece al contemplar un efecto que aumentaría la natural debilidad de su especie. —Se volvió hacia Kirk—. Ése parece ser el resultado del efecto alienígena con el que se encontraron en Helvan. El excesivo riesgo que corrió ayer, por ejemplo, capitán. Es algo que está en su naturaleza, pero normalmente usted intenta controlar esa debilidad. Ayer no pudo. Sus criterios de mando podrían estar ahora afectados de forma que desconocemos. Al mando podría ser usted muy peligroso. Ni siquiera Spock podría contrarrestar sus criterios en Helvan.

Kirk se encaró directamente con Savaj.

—Ya he considerado esa posibilidad, señor. Esta nave se ha enfrentado anteriormente con situaciones en las que mis criterios de mando podían haber estado o estaban afectados. Lo conseguimos sin ayuda o interferencia externa, y sin que se me relevase del mando. Podemos hacerlo una vez más.

Spock asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo con el capitán. El criterio de equilibrio que yo puedo ofrecer lo tiene él de todas formas, como si fuera suyo propio.

—Encomiable —dijo Savaj—, pero insuficiente. El mando no es asunto de un comité. No es correcto que lo ejerza una mente inferior sobre una superior.

—Un momento —interrumpió McCoy—. La Flota Estelar reconoce los talentos especiales, incluyendo los vulcanianos. De ninguna manera reconoce que una especie sea inferior o inadecuada para comandar por encima de otra. Las dotes individuales…

—¿Ha observado usted que la mente individual del señor Spock es superior, doctor?

—¿Superior a qué? —protestó McCoy—. ¿Puede calcular Spock diecisiete decimales? Ciertamente; pero en cuanto a…

—Eso será suficiente, doctor —lo interrumpió Savaj—. Señor Spock, existen algunos indicios de que los vulcanianos de entrenamiento avanzado podrían ser inmunes al efecto alienígena con el que se encontraron en Helvan. Los humanos, por su parte, no lo son. ¿Es usted, en este caso, vulcaniano, señor Spock?

—Usted no desconoce el camino vulcaniano que he escogido, S’haile Savaj.

Savaj se volvió hacia Kirk.

—Yo he consentido en la recomendación de Nogura referente a que permanezca usted a bordo por un motivo. Nogura considera que esta esfera de mando tiene una afinidad inigualable en toda la Flota Estelar. Existen algunos indicios de que esa afinidad de su grupo de mando podría ser el único detector conocido para el efecto alienígena con el que se han encontrado.

—¿Cómo? —preguntó Kirk.

—Esa afinidad hizo que fuesen insólitamente conscientes los unos de los otros; Spock detectó su desaparición, todos advirtieron los lapsus de memoria y el comportamiento extraño de los demás. Se cree que las tripulaciones de otras naves estelares se han visto afectadas y no se han dado cuenta de ello.

McCoy intervino.

—¿Está usted diciendo que otras naves estelares podrían estar siendo comandadas por capitanes que aún no lo saben?

—Precisamente —respondió Savaj.

—En ese caso son muchísimo peores que Jim —concluyó McCoy—. Yo certifico que es médicamente apto para ejercer el mando.

—Desgraciadamente, doctor, su criterio médico está también en tela de juicio.

—No en esta nave —dijo Kirk—. Si es necesario, el doctor McCoy será respaldado por sus subordinados y por los míos. El señor Spock ha manifestado reticencias ante la sugerencia de que él esté al mando. ¿Cuál es su postura ante tal actitud, señor?

Savaj se encaró directamente con Kirk.

—Yo soy el hombre que se hará cargo del mando si Spock no lo hace.