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McCoy cogió a Spock por un brazo y ordenó un alto, indicando que él, Chekov y Uhura eran sólo humanos. El vulcaniano marchaba a un paso asesino, esquivando grupos amenazadores. Habían registrado todos los sitios posibles, y algunos de los imposibles.

Spock les concedió a McCoy y los otros un momento para respirar, y luego señaló la formidable entrada del hospital helvano, donde algunos agonizaban sobre los escalones. Tendrían que buscar allí… probablemente el cadáver de Jim.

—Spock —dijo McCoy—, a pesar de que no lo recuerde, ese hospital tiene que ser un osario. Aquí están en las Edades Oscuras, cuando uno iba al hospital a morir.

Spock asintió con gravedad.

—Al menos, así era. Esos informes de cambio acelerado que vinimos a comprobar en este lugar, indican un salto de dos niveles en la escala de desarrollo cultural Richter, algo así como dos siglos en el lapso de dos años.

Esperemos que ellos hayan tenido a su Pasteur.

Comenzaron a cruzar la calle, pero en ese momento estalló una conmoción desde la calleja que flanqueaba el hospital. Un grupo furioso salió violentamente, maltratando a una figura invisible que estaba en su centro.

Spock y McCoy saltaron hacia delante con la misma suposición, y entonces pudieron ver que la figura golpeada y zarandeada era Kirk. No podían ver si estaba vivo o muerto. Había perdido sus cuernos. La turba tenía un aspecto peligroso, letal, y llevaba porras, cuchillos, espadas y las nuevas culebrinas… y el cuerpo del capitán.

Las voces de los helvanos del grupo gritaban:

—¡Demonio! ¡Monstruo sin cuernos! ¡Quemadlo!

McCoy vio a Spock lanzarse al interior de la peligrosa turba con aquella fuerza vulcaniana que rara vez liberaba totalmente, arrojando a los helvanos hacia los lados como si se tratara de bolos. McCoy, Chekov y Uhura formaron una cuña de choque detrás de él.

McCoy nunca supo cómo habían pasado a través de los cuchillos y cachiporras. Vio a Spock arrancando armas de las manos a golpes con una furia de poseso que no admitía ser detenida. Y se encontró a sí mismo y a los demás embistiendo con algo de parecida naturaleza y con todas las destrezas del combate sin armas que fueron capaces de reunir. Luego llegaron hasta Kirk.

Spock cogió el cuerpo de Kirk con un brazo y se volvió para abrirse camino de salida a través de la turba.

Spock intentaría buscar un lugar en el que no pudieran ser vistos para transferirse a bordo de la nave, con el fin de no inquietar a aquella cultura ni arriesgarse a violar las Primeras Directrices de no interferencia al permitir que presenciasen el proceso de transferencia.

McCoy vio que no iban a conseguirlo. Algunos de los helvanos estaban levantando las culebrinas.

Consiguieron abrir un pequeño espacio en el interior de la turba y Spock habló por el comunicador.

—¡Enterprise, transferencia de emergencia, ahora!

Un disparo pasó junto a ellos. Luego McCoy sintió el comienzo del efecto de transferencia, que odiaba y nunca le había gustado percibir. Podía transferir sus moléculas y desparramarlas por toda la galaxia en cualquier momento… alejándolas de aquello.

McCoy tenía a Kirk en la nueva mesa principal de diagnóstico, translúcida, instalada en la enfermería de la Enterprise. La doctora Christine Chapel había amenazado con someter también a McCoy a tratamiento, y él comenzaba a darse cuenta de que había coleccionado un feo surtido de magulladuras y un corte grande en una pierna; pero tendría que conformarse temporalmente con un vendaje en aerosol.

Kirk era la víctima, y de una clase muy peculiar. Los cuernos helvanos le habían sido quitados mediante algún sofisticado proceso que no dejaba heridas. Era, en todo caso, más sofisticado que el sistema de la Federación que hubieran utilizado McCoy o Chapel. Con o sin aquel proceso acelerado de desarrollo, aquello no podía estar al alcance de los nativos de Helvan.

Además de eso, Kirk parecía haber pasado minuciosamente por algún tipo de examen físico sofisticado pero extremadamente brutal.

Tenía marcas de instrumentos y marcas rojas que parecían ser quemaduras provocadas por alguna clase de radiación.

Kirk sufría un shock profundo, y sus signos vitales eran críticamente bajos.

Spock había permanecido en la enfermería, donde se había dedicado a hacer su informe, hasta unos momentos antes, cuando lo convocaron al puente por un comunicado urgente sólo-para-los-ojos del comandante de la Flota Estelar.

En aquel momento regresaba con aspecto sombrío.

—Conseguirá superarlo, Spock —se apresuró a asegurarle McCoy—. Está respondiendo a la medicación para el shock.

Spock no le contestó, pero McCoy vio que las facciones del rostro del vulcaniano se alteraban.

Había sido allí, en la enfermería, donde Spock había salido del shock profundo después de su unión mental con Veruj, y en aquel momento en que se hallaba indefenso había cogido una mano de Kirk, captando repentinamente, a través de aquella «sensación pura», la esterilidad de la vasta y terrible lógica de Vejur, y la esterilidad del propio intento de Spock para lograr la total falta de emociones del Kolinahr.

Sin embargo, el vulcaniano que había ido en busca del Kolinahr como un antídoto para su dolor aún permanecía en él, manteniendo largos momentos de silenciosa meditación, endurecido con las disciplinas del desierto y la causa que no habían curado. Fuera la que fuese la causa que había alejado a Spock de Kirk, McCoy y la Enterprise

Aquel extraño que había regresado con ellos no era todavía el viejo Spock de siempre, al que se le podía provocar, hacérsele bromas y diabluras, y que respondía de la mejor manera posible dentro de su propio estilo vulcaniano.

Incluso con Kirk —quizá especialmente con Kirk— había manifestado una cierta rigidez.

Pero ahora Spock tendió una mano sin pronunciar palabra, y la apoyó sobre el hombro de Kirk.

—¡Jim!

Los ojos de Kirk se abrieron, hallaron el rostro de Spock y fueron atravesados por algún horror íntimo. Dio un tremendo salto y Spock tuvo que contenerlo.

—Cosas… —Kirk pareció ahogarse y los ojos se le pusieron en blanco.

—Dígame qué es lo que recuerda —le pidió McCoy, sosteniéndolo por el otro lado.

Los ojos de Kirk enfocaron el entorno.

—Nada, Bones. Una turba me persiguió. Yo huí. Luego… nada.

—¿Llegaba tarde al encuentro? —preguntó Spock.

—Sí.

—Entonces fue en ese momento cuando recibí… su llamada —dijo Spock.

—¿Hablé por el comunicador?

—No —respondió Spock—. No por el comunicador. Kirk miró a McCoy, perplejo.

—Spock casi se desmayó cuando algo lo dejó inconsciente a usted —explicó el médico—. Dijo que había perdido la sensación de su existencia.

Kirk no hizo comentario alguno.

—¿Qué más?

—Lapsus de memoria —respondió McCoy—. Todos los hemos tenido. Yo, Chekov y Uhura. Spock, no, hasta donde yo sé. Perdimos tiempo. No teníamos memoria, sino una vaga y abrumadora sensación de horror y… vergüenza.

Kirk hizo una mueca burlona.

—En eso estoy de acuerdo con usted, Bones. ¿Por qué… vergüenza?

McCoy meneó la cabeza y se encogió de hombros.

—¿Impotencia, tal vez? ¿Algo por lo que nos sentimos culpables? No lo sé. Pero, definitivamente, algo se apoderó de usted, Jim.

—¿Otra cosa que no fueran los helvanos?

—Jim, Spock lo encontró justo a tiempo de evitar que los helvanos lo quemasen… como a un demonio sin cuernos. Kirk levantó una mano para palpar los cuernos desaparecidos.

—Más limpiamente de lo que yo hubiera podido hacerlo —comentó McCoy.

Kirk consiguió esbozar el primer fantasma de una sonrisa.

—No puedo decir que vaya a echarlos de menos. De todas formas, a Spock…

Spock convocó un rastro de su antigua expresión de largo sufrimiento, pero era forzada.

—Requiere una cierta… presencia… para llevarlos con dignidad. El doctor… —Miró la cabeza de McCoy y sacudió la suya propia, desesperado.

Dentro de sí, McCoy estaba de acuerdo.

—Y yo creía que tenían un aspecto bastante gallardo —dijo—. Debería haber visto cómo miraban las mujeres a Spock.

Kirk sonrió.

—Todos los de esta nave ven siempre cómo miran las mujeres a Spock.

McCoy aprovechó aquel momento relajado.

—Eso está mejor. Ahora descanse, Jim.

Pero Kirk se puso serio y meneó la cabeza.

—Algo malo nos ha ocurrido, Bones. Incluso antes de los lapsus de memoria. Esta tripulación ha pasado mucho tiempo junta. Siguen los pasos de los demás y mantienen a los demás informados de su posición. Pero hoy no ha ocurrido así. Yo cometí un estúpido error de mando al ordenar que nos dividiéramos, permitiendo así que nos cogieran uno a uno. Nadie me lo impidió. Le pido disculpas, Spock. Usted lo intentó.

Spock asintió sombríamente.

—De forma insuficiente.

—Jim —dijo McCoy—, nosotros estuvimos separados durante casi tres años. Usted, Spock, yo, los otros… quizá hemos perdido parte de esa antigua agudeza.

Los ojos de Kirk denotaron meditación. McCoy sabía que había existido un momento en el que Kirk se preguntó si él había perdido su propia agudeza durante aquellos años en los que intentó sobrevivir a la pérdida de la nave y a todo lo que había vivido en el espacio, mientras ocupaba un puesto de oficina en el almirantazgo.

—No —pronunció finalmente Kirk—. Podría aceptar eso si no hubiéramos funcionado bien contra Veruj, y a partir de entonces. Tenemos nuestros fallos, pero este grupo de mando continúa siendo único, el mejor de la flota. —Negó con la cabeza—. No, fue algo que nos sucedió ahí abajo. Señor Spock, si pudiéramos romper el bloqueo de mi memoria, podríamos tener la llave de todo el misterio. ¿Querría intentar la fusión mental vulcaniana?

El rostro de Spock se hizo impenetrable y él no respondió de inmediato.

El dolor del que había intentado escapar al someterse al Kolinahr, se volvería quizá insoportable al bajar las barreras personales que requeriría una unión mental de aquel tipo.

Entre ellos dos no había habido necesidad de unión mental durante aquellos dos años desde que Spock había tomado la decisión de marcharse a Vulcano. Hasta aquel momento, Kirk había seguido el consejo de McCoy de no mirarle la oreja a vulcaniano regalado; pero el hecho liso y llano era que, de no haber sido por la catástrofe, los tres años que habían estado separados habrían podido ser eternos.

Habían manejado la situación recurriendo a la tradición naval y al lento e invisible entretejido de viejos patrones de conducta. Kirk había respetado el nuevo espacio privado del vulcaniano, severamente establecido. Ahora tenía que preguntar.

McCoy entró en la brecha.

—Decididamente, no —respondió, antes de que el silencio de Spock pudiera hacerse más prolongado—. Apenas ha salido del shock, Jim. No tenemos ni idea de qué clase de bloqueos, barreras, compulsiones o terrores pueden haber sido implantados en su mente. El tocarlos con la fusión mental podría hacerlo caer nuevamente en un shock terminal.

Se volvió a mirar a Spock.

—Fuera, Spock. Ordenes del médico. Voy a ponerlo a dormir. No se serenará hasta que usted se marche.

—Un consejo médico sensato —dijo Spock—. Estoy de acuerdo.

—Bien, ¡ésta es la primera vez! —replicó McCoy, pero sonó un poco gastado incluso a sus propios oídos.

Había existido una época en la que Kirk no habría preguntado, en la que no tenía necesidad de hacerlo.

Spock se volvió hacia la puerta.

—Capitán, me vi obligado a transmitir un informe completo. La Flota Estelar nos ha ordenado encontrarnos con una nave rápida exploradora de la Federación. Hora estimada, quince punto cuatro.

—¿Con qué propósito?

—Para subir a bordo un pasajero que traerá órdenes selladas para nosotros.

—¿Quién? —preguntó McCoy.

Spock lo miró desde detrás de su máscara vulcaniana.

—No revelado —dijo, y se marchó.