10
Kirk se volvió con repentina alarma de la pantalla de la computadora de la sala de transporte en la que estaba realizando unas comprobaciones. No hubiera sido capaz de definir la fuente de aquella sensación. Alguna percepción de la presencia de Spock parecía haberse interrumpido.
Unos minutos antes, el seguimiento de formas de vida de Scott había mostrado que Savaj y Spock eludían una persecución inmediata y alcanzaban un lugar aparentemente seguro. Los perseguidores habían sido helvanos… peligrosos pero no misteriosos. Sin embargo, Kirk había tenido una acuciante sensación de grave inquietud que parecía ir más allá del peligro inmediato.
Se le ocurrió una idea y regresó a la terminal de la computadora de la sala de transporte para realizar una comprobación más acerca del accidente ocurrido con el sistema de soporte vital de Savaj y el fallo de la computadora que había convertido el cubículo del vestuario de Spock en una trampa mortal cuyas consecuencias habían sido casi fatales. Spock había dicho que el monóxido ejercía un efecto rápidamente letal sobre los vulcanianos; Savaj, que la asfixia y la presión eran fatales. No había muchas cosas en una nave humana a las que un vulcaniano fuese gravemente vulnerable.
Esta vez, Kirk le preguntó a la computadora cuáles eran las probabilidades de que se produjeran dos accidentes semejantes por fallos fortuitos de computadora sucesivos y separados por un corto período de tiempo y que implicaran peligros particularmente letales para los dos únicos vulcanianos de a bordo. ¿Cuáles eran las probabilidades de que fueran accidentes?
—La probabilidad se aproxima a cero —respondió desapasionadamente la computadora.
Kirk sintió un escalofrío. En una nave en la que al menos cuatro seres humanos habían estado expuestos a algún tipo de efecto alienígena alterador de la mente, se habían cometido dos atentados diferentes contra los únicos dos tripulantes que podían ser inmunes a dicha influencia.
Comenzó a trabajar con un nuevo programa. «Personas capaces de realizar las alteraciones necesarias en la computadora».
Pero fue en ese momento cuando tuvo la percepción de que había algo más inmediato que iba mal. Las piernas comenzaron a doblársele. La furia, el terror, la vergüenza, lo recorrieron: una furia más volcánica que la suya propia, y una vergüenza más profunda por experimentar terror.
—Spock —dijo Kirk en voz alta.
—No, capitán —exclamó Scott con repentina alarma—. Acabo de perderlo.
Kirk intentó captar algún sentido de la dirección de la que provenía, pero se desvaneció repentinamente en una explosión de incandescente dolor.
—Kirk a Spock —dijo Kirk por el comunicador—. Kirk a Savaj. —Nada.
—Amplíe la exploración. —Scott pulsó el botón para ampliar el mapa de coordenadas que continuaba sin señalar la presencia de ninguna forma de vida vulcaniana—. ¿Esto? —preguntó Kirk, señalando con un dedo un punto brillante que aparecía en la pantalla.
—Una fuente de energía de algún tipo, capitán —respondió Scott—. Parece que acaba de sufrir una agitación en este preciso momento.
La línea recta del avance de Savaj señalaba en la dirección de la fuente energética.
—Transfiérame ahí, con total precisión, dentro de eso. —Kirk golpeó con un dedo el punto brillante.
—Señor, no puedo hacer eso. Ya oyó lo que dijo Spock. Incluso la Flota Estelar le quitará el mando… no le ha dejado salida posible al almirante Nogura. Y si el mismo Spock regresa…
—Señor Scott, si Spock no regresa, o si Savaj no lo hace, Nogura puede coger mi mando y…
—Con su perdón, señor, si yo fuera usted me preocuparía por el señor Spock; o por ese otro.
—Y así lo hago. Transfiérame allí.
Estaba cogiendo dos pistolas fásicas.
—Está en automático —dijo Scott, haciéndole señas a un técnico para que se encargara de los controles del transportador, y cogiendo otra pistola fásica—. Yo voy con usted.
—No, señor Scott. No voy a arriesgar a nadie más ante esa influencia alienígena. Un solo hombre rápido puede tener la oportunidad de entrar y apoderarse de Spock, entrar y salir de inmediato. Si no puede transferirnos fuera de allí en tres horas y media, siga las órdenes de Spock. —Subió a la plataforma del transportador, y Scott regresó de mala gana a los controles—. Ahora, Scotty.
Scott le dirigió una mirada que acompañaba la última orden de Kirk de la misma arma de la que Kirk había acompañado las órdenes de Spock.
Kirk emergió a un lugar en el que la luz era inadecuada para sus ojos, las formas inadecuadas para su cuerpo, los gritos intolerables para sus oídos.
Las escenas eran tan espantosas, que sus ojos se negaban virtualmente a captar lo que tenían delante. Pero vio alienígenas de una especie desconocida e inexplicablemente horripilante: no tenían boca y, sin embargo, chillaban.
No. Ellos no chillaban.
Ahora podía ver humanoides desnudos, helvanos, quizá otros, sujetos a mesas con bandas metálicas. Los sin-boca les estaban haciendo a sus indefensas víctimas cosas indescriptibles, sin la menor señal por parte de los sin-boca de preocupación o siquiera conciencia del horror. Algunos de los humanoides estaban siendo meramente examinados. Otros estaban siendo cambiados. Algunos tenían fluidos cáusticos goteándoles sobre los ojos.
Lo que quizá horrorizó más a Kirk fue que tenía la seguridad de que no se trataba de sadismo. No existía ni siquiera ese poco de empatía con lo que las víctimas experimentaban. En aquellas criaturas sin boca no estaba presente ni siquiera la satisfacción de los torturadores, sino mera y absoluta indiferencia.
Experimentadores, pensó Kirk. ¿Y qué, si se trataba de eso? Un tecnico de laboratorio podía viviseccionar a un perro de laboratorio y luego irse a casa y jugar con su perro mascota.
Luego Kirk vio a Spock, con los miembros extendidos, que yacía sobre una mesa, mientras los sin-boca se inclinaban sobre él. Sus ojos miraron a Kirk con una furia incandescente.
Los sin-boca se disponían a atacar a Kirk, y él se abrió paso hacia Spock con ambas pistolas fásicas disparando el paralizador máximo. Los sin-boca eran resistentes, pero finalmente caían. Pasaban los unos por encima de los otros y continuaban acercándose. Aparecían por detrás de él.
Llegó hasta Spock y se volvió para defender al vulcaniano, haciéndolos caer a montones.
—¡T’Vareth! —gruñó Spock—. Desobediente cachorro estúpido.
Los sin-boca se estaban aproximando. Kirk intentó enviar una señal a la Enterprise. No hubo suerte.
De pronto, Spock encontró la fuerza que no había conseguido reunir por sí solo. Con un solo esfuerzo convulsivo rompió las bandas de metal que lo sujetaban y se puso de pie. Durante un largo momento se debatió dando vueltas y asestando golpes a dos manos que iban formando una pila de los sin-boca heridos a sus pies. Llegó hasta Kirk.
Lucharon hombro con hombro, a veces espalda con espalda, mientras Spock abría una brecha hacia la puerta. Kirk percibió una mueca de ferocidad en su rostro, compuesta de terror y todas las veces que ambos habían vencido antes las probabilidades de mil contra uno.
Esta vez no lo consiguieron. Nuevos refuerzos de los sin-boca continuaron llegando y pasando por encima de los caídos, hasta que el vulcaniano estuvo sepultado en ellos.
Kirk se desmayó con la seguridad de que ambos habían caído en las manos del mal absoluto.
Se despertó sujeto, con el metal mordiéndole las muñecas y los tobillos.
Unas manos alienígenas desapasionadas lo palpaban. Yacía boca abajo. Durante un largo instante no pudo ver nada. Luego consiguió volver la cabeza y vio a Spock, sujeto a otra mesa junto a él, consciente de todo lo que les hacían o se disponían a hacerles.
Los sin-boca estaban manejando a Kirk como si se tratara de un objeto inanimado. No. Peor. Como si fuera uno animado cuyas sensaciones careciesen de importancia. Terror, vergüenza, agonía, furor, súplica muda, inteligencia, lógica… instintivamente, sabía que nada los conmovería.
Aquélla era una insensibilidad tan profunda, que ni siquiera era consciente de ser insensible. Se había purgado de toda empatía. Kirk sabía que nunca en su vida se había sentido tan aterrorizado.
Entonces algo se desgarró en su mente y él profirió un grito. No. Eso no era verdad. Ahora conocía la fuente de la vergüenza. Ya había estado una vez en aquel lugar…
Scott bajó con McCoy y la partida armada más grande que jamás habían organizado en la Enterprise: Chekov para supervisar el despliegue de armas, Uhura, Rand y Chapel que se presentaron con un insistente contingente de voluntarios, prácticamente todos los de a bordo que no estaban inmovilizados en sus puestos de servicio. Se habían enterado de que Kirk había salido tras Spock y lo habían capturado.
Scott les había advertido que aquélla podía ser una misión suicida, y un delito digno de un consejo de guerra. Nadie pareció parpadear siquiera.
Scott no se entretuvo en discutir. Según sus últimas lecturas, en el lugar pululaban unas formas de vida alienígenas inclasificables, pero había también lecturas de humanoides, algunos de ellos en estado de agonía. Dos de aquellos humanoides eran de los suyos, aquello era la guerra.
Ahora, las partidas armadas estaban bajando por el transportador auxiliar en grupos de seis.
Scott había llegado a la conclusión de que aquello no tenía relación con la Primera Regla. Fueran lo que fuesen aquellas bestezuelas que poblaban la instalación energética, no se trataba de helvanos y decididamente no eran primitivos. Pero sí eran salvajes. ¡Esas lecturas de dolor! El rostro de McCoy se puso blanco.
Scott le hizo una seña a su propia partida, y se arrastraron entre la maleza en dirección al campo energético de la instalación. Había metido a Kirk con un rayo transportador de precisión, pero había resultado imposible sacarlo del lugar.
Algo brotó del suelo delante de Scott… una aparición cornuda.
—Señor Scott —le dijo.
Si aquél no era el mismo diablo…
—Por aquí —dijo Savaj, y comenzó a hacerles señales a los contingentes que acababan de descender: «Rodeen por aquí, ataquen aquí, ocupen ese punto elevado, esa posición clave… ¡ahora! ».
Todo fue realizado en silencio y como si Savaj hubiera estado haciéndolo desde hacía cien años.
Lo cual, según calculó Scott, probablemente era así.
No fue hasta que cargaron, sin discusión, a las órdenes del vulcaniano, cuando a Scott se le ocurrió que aquél era un vulcaniano puro, enseñado en el absoluto de un milenio de paz.
Sin embargo, el guerrero vulcaniano ancestral había resurgido.
En el rostro del vulcaniano no había efectivamente ni paz ni pacifismo. Podría haber sido un vulcaniano colérico de los albores de los tiempos; y, a pesar de todo eso, aquella salvaje máquina de lucha continuaba siendo guiada por la gran mente de un vulcaniano. Parecieron golpear todos los puntos vulnerables de aquel lado de la instalación al mismo tiempo: los rayos fásicos penetradores de blindaje abrían brechas en las paredes, los rifles y las pistolas fásicas derribaban a los contrarios con una potencia de máxima paralización.
El vulcaniano iba a la cabeza, y con bastante frecuencia se abría paso a golpes entre los alienígenas grises, sin cuello y sin boca, apoderándose de uno y arrojándolo para derribar a otros como si de bolos se tratara.
Scott intentó hacer lo mismo, aquellas cosas bestiales no parecían muy grandes. Aquél con el que lo intentó debía de estar atornillado al suelo. Lo alcanzó con la pistola fásica justo en el momento en que sus manos como garras se alzaban en busca de sus ojos.
Resultaba imposible no sentir que aquellas cosas eran malvadas.
Luego vio a Kirk. Las cosas con manos como garras continuaban trabajando con él, sin reaccionar ante el ataque, dando por sentado que otros se ocuparían del mismo.
A Scott se le dio vuelta el estómago. Consiguió al fin arrojar por el aire a una de aquellas cosas grises y cargo. Entonces vio a Spock, sujeto a la mesa con ligaduras dobles, que de pronto se rehacía y concentraba toda su fuerza vital en un brazo. Se cortó la piel contra las bandas metálicas y Iuego las arrancó. El brazo salió disparado hacia fuera y derribó a tres sin-boca que estaban ante la mesa en la que se hallaba Kirk. Otro movimiento, y la mano de Spock lanzó la mesa con ruedas de Kirk en dirección a Savaj, apartándola del otro sin-boca.
El vulcaniano puro se abrió paso entre los oponentes, cogió la mesa en la que yacía Kirk, rompió las bandas metálicas con las manos y cogió al semiinconsciente Kirk con un brazo, para apoyarlo seguidamente sobre unas piernas inseguras.
Más de los sin-boca entraron precipitadamente desde otra dirección, dividiendo la partida de rescate y separando a Kirk de Spock.
—¡Atrás! —ordenó Spock—. ¡Fuera! ¡Ahora!
Pero Savaj ya estaba abriéndose paso con una mano, el otro brazo aún sujetando a Kirk, mientras Scott, McCoy, Chekov y Rand formaban una cuña detrás de ellos.
Kirk sacudió la cabeza, intentando aclarársela, vio a Spock y se puso a ayudar a los demás para abrir una senda entre los atacantes. No estaba completamente restablecido pero, de alguna manera, algunos de los movimientos asumi que Scott le había visto practicar con los vulcanianos comenzaban a surgir.
Llegaron hasta Spock y Savaj arrancó las ataduras.
Scott tiró de Spock para ponerlo de pie, y prácticamente, pudo oír la cólera vulcaniana crepitando en torno de sí.
—He dicho ¡fuera! —gritó Spock.
Y, realmente, Scott se dio cuenta de que el último avance para llegar hasta el vulcaniano los había dejado rodeados, separados de los demás por una fuerza abrumadora. No había ninguna posibilidad de que los transfirieran a la nave desde debajo del campo energético. Ahora no había forma algunao de poder salir de allí…
Kirk luchaba para recobrar la conciencia. Sabía que estaba moviéndose, luchando, en acción, y que no estaba ni consciente, ni cuerdo.
Había una profundidad de furor en él que habría aniquilado a todas las cosas sin-boca de la galaxia, habría amontonado la galaxia entera encima de ellos aunque eso lo matara a él. Arremetió para comenzar dicha labor.
Era consciente de la presencia de Savaj, que intermitentemente lo sujetaba o intentaba cubrirlo de los ataques directos.
Luego se filtró hasta Kirk a través de un nivel de cordura que aún le quedaba, ya que la partida de la Enterprise que se hallaba inmediatamente a su lado estaba completamente rodeada y su posición era bastante desesperada.
Cientos de sin-boca, algunos de los cuales utilizaban dispositivos para controlar animales, habían separado a los vulcanianos, Kirk, McCoy, Chekov, Rand, Uhura y Dobius del resto del contingente de tierra de la Enterprise.
En cuestión de minutos estarían enterrados en unas fuerzas infinitamente superiores. Vio a Spock vivo, desnudo, luchando con los sin-boca con mortal eficacia, pero sin esperanzas lógicas de escapar. Savaj también estaba vendiendo caras sus vidas, pero sin tener dudas razonables del resultado inevitable que se avecinaba.
Kirk tampoco veía salida ninguna, pero el jamás había seguido esa política. Sin pensarlo demasiado, se encontró trepando por encima de los sin-boca caídos y finalmente por encima de los hombros densamente apretados de los que estaban de pie, en dirección al punto al que tenían que llegar para abrir una brecha.
Sería arrastrado hacia abajo al cabo de un momento. Pero, al mirar hacia atrás, vio lo que algún instinto le había dicho que sería el efecto causado por sus actos. Los dos vulcanianos avanzaban como uno solo. Spock comenzó a abrirse paso entre los sin-boca con tremendos golpes de ambas manos contra los que no podía resistir carne alguna. Savaj cogió a un sin-boca y lo utilizó como ariete. El gigantesco Dobius siguió su ejemplo. Rand apartaba de sí a los morro-cónico golpeándolos con la parte inferior de la mano. Scott encontró alguna forma de arrojarlos por el aire, y McCoy estaba realizando esfuerzos para subir por encima, en seguimiento de Kirk.
Éste no estaba seguro de si estaban más furiosos con los sin-boca o con él. Cualquiera de las dos cosas le venía bien de momento, siempre y cuando lo siguieran.
Las manos en forma de garras estaban tirando de él cuando los demás lo alcanzaron. Savaj lo empujó hacia delante por encima de la muchedumbre, y de pronto se hallaron al otro lado. Se unieron a la partida principal de la Enterprise que intentaba llegar hasta ellos, y todos corrieron en busca de la luz del día.
—Cojan a un prisionero —gritó Kirk, y vio que Dobius lo oía y aferraba a un sin-boca por el pescuezo que en verdad no tenía.
El mismo Kirk apenas se tenía en pie, pero era empujado sin ceremonias, una y otra vez, por Savaj, Spock o McCoy, que mascullaba:
—Maniobra, estúpido.
—Lo he oído —consiguió decir Kirk, sin aliento—. Para ser un médico, es usted un buen salvaje.
—Todavía no ha visto usted nada —le espetó McCoy, con tono de advertencia.
Los grupos iban siendo recogidos por el transportador mientras ellos cubrían la retaguardia.
Finalmente, el rayo los recogió a ellos, el último grupo, mientras una nueva oleada de los sin-boca afluía a la posición de la que acababan de desaparecer.
Kirk se derrumbó bruscamente con las rodillas sobre la plataforma del transportador.
Todos parecían estar encima de él: médicos, enfermeros, vulcanianos.
Alguien había traído una manta de camilla. Él se envolvió con ella y con su dignidad, lo que de esta última le quedaba, y se puso de pie. Lo consideraba un logro muy importante.
Spock estaba también de pie, no con firmeza, pero su personalidad vulcaniana estaba en condiciones de funcionamiento. Sin pensarlo, sus manos fabricaron diestramente una especie de vestimenta vulcaniana hecha a base de pliegues con una colcha ligera de enfermería, que la hicieron parecer el uniforme del día perfectamente cortado.
El pensamiento y la mirada funesta los reservaba para un humano un poco sucio que era incapaz de alcanzar semejante elegancia.
—Señor Kirk, queda usted relevado de servicio y de autoridad, pendiente de futuras medidas.
—Comprendido —consiguió responder Kirk.
—Señor Scott, expondrá usted las razones por las que no debo citar también su nombre por grave insubordinación y amotinamiento.
Kirk interrumpió a Scott.
—Fue mi responsabilidad.
—Usted no tiene responsabilidad ninguna —dijo Spock con tono glacial.
—Sus órdenes estrictas acaban en mí por cadena de mando —insistió Kirk con firmeza—. Si el señor Scott tiene algo de lo que responder, es ante mí que debe hacerlo.
Interiormente, tomó nota de eso con respecto a Scott.
Spock hizo caso omiso de él.
—Señor Scott, regrese a su puesto; queda pendiente de mi decisión.
Guardias, llévense al señor Kirk a la sección de seguridad de la enfermería.
Dos guardias de seguridad vacilaron, y avanzaron luego para flanquear a Kirk.
—Llévenlo a la sala principal de la enfermería —estalló McCoy—. Maldición, Spock…
—Doctor —dijo Spock, inmovilizándolo con una mirada—, desde este momento, y retroactivamente desde el momento en que yo asumí el mando, esta nave queda bajo las reglas de mando vulcanianas.
—¿Qué reglas vulcanianas? —preguntó McCoy con tono amenazador.
—Obediencia instantánea, incondicional, indiscutible.
—Spock —dijo McCoy—, ésta es una nave de todos los mundos, bajo el código uniforme de la Flota Estelar, sujeta a la predominancia de los seres humanos y que favorece la mejor tradición naval exploradora humana.
Spock cogió a McCoy por un brazo, no con rudeza pero sí firmemente, y lo llevó hacia la puerta.
—No cuando yo estoy al mando, doctor. —McCoy bajó los ojos a la mano de Spock que le aferraba el brazo, consternado, aquello no era algo que Spock, según su comportamiento ordinario, hubiera hecho—. Un vulcaniano comanda a la manera vulcaniana, de acuerdo con el tratado que resolvió las objeciones opuestas desde un principio por el entonces comandante de la Flota Vulcaniana respecto a formar una Federación y una Flota Estelar unidas.
—No me cite usted al entonces comandante de la Flota Vulcaniana, Spock. No lo reconocería ni aunque me tropezara con él.
—Ésa es una probabilidad clara e inmediata, doctor. —Spock hizo que McCoy rodeara a Savaj, que se encontraba en su camino.
McCoy parpadeó y le dedicó a Savaj una larga mirada.
—¿Era usted el V’Kreeth?
—Eso es irrelevante para sus obligaciones, doctor —dijo suavemente Savaj.
Kirk se volvió desde el lado del guardia de seguridad que no estaba tanto guardándolo como proporcionándole apoyo.
—El comandante Sombra —dijo con cierta reverencia. También McCoy conocía la leyenda. Se irguió valientemente.
—V’Kreeth Savaj, en esta nave prevalecen mis reglas en lo que a temas médicos se refiere, o me reemplazará usted como oficial médico jefe.
Savaj se limitó a mirarlo.
—En caso necesario, lo haré. Atienda al paciente.
Habían llegado a la enfermería de seguridad. Spock designó un cubículo cerrado con un escudo energético para Kirk, y otro para el prisionero alienígena de Dobius.
McCoy se disponía a protestar, pero Kirk lo cogió por un brazo y lo arrastró a través de la puerta hacia una camilla de diagnóstico.
—No voy a ponerme a discutir mientras tengo a un paciente en condiciones que desconozco —comenzó McCoy—, pero…
Savaj lo interrumpió en el «pero».
—En absoluto. Proceda.
McCoy le suministró una inyección a Kirk en un brazo antes de que éste pudiera protestar.
—Ahora necesita descanso.
McCoy se volvió y avanzó hacia Spock.
—Ahora… usted.
Los ojos del vulcaniano estaban fijos en las lecturas de los aparatos médicos que se veían por encima de la cabeza de Kirk. Pareció encontrarlas adecuadas, y seguidamente fulminó a McCoy con una mirada.
—Yo manejaré mis condiciones físicas a la manera vulcaniana, doctor. Primero, me encargaré de la nave e interrogaré al prisionero alienígena. Después de lo cual tendré a ese prisionero para responder de los cargos a la manera vulcaniana.
Spock se volvió en redondo y Savaj lo siguió al exterior.
—No necesito descansar, Bones —protestó Kirk—. Lo que necesito es un refugio antibombas.
—¿Qué cree usted que he intentado darle? Y no es que yo no tenga un par de torpedos de fotones propios para usted. Tenía que marcharse solo, ¿no es cierto? ¿Y esa última maniobra estúpida?
Kirk se encogió de hombros, con un asomo de triste disculpa.
Finalmente, McCoy se le acercó y lo examinó más detenidamente al antiguo estilo del médico rural; había más poderes curativos en las manos de Leonard McCoy que en la inyección. Kirk volvió a encontrarse temblando; su cuerpo intentaba arrojar violentamente de sí una parte del efecto de aquello que le habían hecho los alienígenas, la primera y la segunda vez.
—Bones, quiero matar. No creo que nunca haya querido aniquilar, extirpar, borrar completamente ninguna clase de enemigo de la faz de la galaxia. —Luchó para no ponerse violentamente enfermo—. Ahora sí lo deseo.
McCoy miró en dirección al cubículo en el que se hallaba el alienígena capturado.
También yo.
—¿Estamos equivocados, Bones? Cien veces… no, más que eso… hemos intentado comprender a algún alienígena o enemigo… comunicarnos, cambiar su forma de pensar… e incluso la nuestra propia. Llegar a acuerdos. Establecer la paz. Vivir juntos. Ahora…
—¿Es que la vaca establece acuerdos con el carnicero? —preguntó McCoy.
Kirk se aferró una mano con otra para dejar de temblar.
—Desearía que no lo hubiera dicho precisamente así, Bones.
—También yo. Jim, duerma un poco… y será mejor que sueñe alguna manera para que las ovejas hagan la paz con un par de snarth vulcanianos.
Kirk negó con la cabeza.
—Yo seré colgado como una oveja, Borres. Esta vez ni siquiera soy inocente. Demonios, no tengo nada a lo que aferrarme. Culpable de los cargos. Y volvería a hacerlo. ¿Cómo se supone que puedo explicarles la «lógica» de eso a un par de vulcanianos empedernidos?
McCoy gruñó.
—Spock lo sabe. No es que eso vaya a hacerle ningún bien a usted. Tres años en Vulcano, más Savaj encima de él… Creo que esta vez está realmente convertido. Jim, ¿no abrió el V’Kreeth todo un cuadrante de espacio… e intentó en solitario impedir que Vulcano se uniera a la Federación cuando se estaba formando? Yo creía que debía estar ya muerto.
Kirk se encogió de hombros.
—Evidentemente, esa idea fue algo prematura, Bones. Ninguno de los expedientes de vulcanianos que posee la Flota Estelar llega hasta más allá del tratado, a causa de la privacidad vulcaniana. El expediente de Savaj comienza a partir de entonces, como almirante ya consumado. El V’Kreeth era conocido por la Federación solamente por ese nombre, el mismo nombre de su legendaria nave de exploración. Él defendía la postura de que los vulcanianos no debían prestar servicio con los seres humanos u otras especies de la Federación, porque los vulcanianos podían verse obligados a contraer compromisos morales. De ahí las naves sólo vulcanianas de la Flota Estelar, como la Intrépida. El tratado no prohibía que un vulcaniano prestara voluntariamente servicio en una nave integrada; pero Spock fue el primero en hacerlo… y ya sabe usted que su padre no le habló durante dieciocho años.
—¿Qué más le ocurrió a la Infinita Diversidad Vulcaniana en Infinitas Combinaciones? —refunfuñó McCoy.
Kirk sintió que comenzaba a sobrevenirle un nuevo desvanecimiento.
—Creo que el V’Kreeth argumentó que no existía ningún conflicto. Que no era ningún prejuicio, sino meros hechos reales, el lógico reconocimiento de las diferentes naturalezas y la superioridad natural. Sería injusto subordinar lo superior a lo inferior.
—¿Dónde hemos oído eso antes?… ¿y en cuántos campos de batalla?
Kirk asintió con la cabeza.
—La diferencia radica en que… también opuso como argumento los mil años de paz de Vulcano contra nuestro mucho más reciente salvajismo… y la posibilidad de que aún pudiéramos volver a recaer en ello. Y tenía algo de razón. Bones, ¿cómo se sentiría realmente usted si fuera Spock y pudiera darnos varias vueltas a cualquiera de nosotros, leer las mentes, controlar las emociones, curarse a sí mismo, seguir la disciplina de la paz… pero arrojarnos por el aire como a niños si le diera la gana… y a pesar de todo eso alguien le pidiera que obedeciera mis órdenes?
McCoy frunció los labios.
—Lo más importante es: ¿cómo se sintió Spock al respecto? Cosa que, y me alegro condenadamente de que así sea, ocurre durante la mayor parte del tiempo.
—Cosa que ocurría, Bones. Nunca dejó de reprocharme aquello de la maldita criatura nebulosa. ¿Qué cree usted que va a hacer con respecto a esto?
Pero Kirk sintió que los ojos se le cerraban contra su propia voluntad.
Vagamente supo que McCoy le apoyaba una mano sobre un brazo y permanecía a su lado.