6
Kirk caminaba rígidamente junto a Savaj, más irritado consigo mismo que con Spock, lo cual era decir bastante. Ya era bastante malo que aquel vulcaniano puro hubiese visto a Kirk presa del pánico y recibiendo un rapapolvo delante de él, pero también Kirk había perdido la paciencia.
—Almirante, le pido disculpas por esa observación acerca de designar Dios a Spock.
—Mi autoridad no llega tan alto, comandante.
Kirk miró a Savaj intentando leer travesura vulcaniana, o más bien una mente literal.
—Tampoco la de Spock —aventuró Kirk, cautelosamente—, aunque en apariencia uno podría tener una discusión al respecto en algunas esferas.
El rostro del vulcaniano permaneció impasible, más difícil de leer que el del padre de Spock, Sarek, sin duda porque aquel vulcaniano puro no se había casado con la formidable madre humana de Spock, Amanda.
Kirk se encogió de hombros.
—Lo que dijo el capitán Spock acerca de solicitar su presencia como protección es muy correcto. Lamento que haya tenido usted que ver las consecuencias de esa omisión.
—Uno lamenta las consecuencias, comandante, no el que alguien las vea.
Kirk volvió a apretarle los tornillos a su temperamento.
—Sí, por supuesto. ¿Qué prefiere ver a continuación, almirante? ¿La sala de máquinas?
—La planta recreativa.
—¿La planta rec…? Desde luego. Discúlpeme… no pensé que un vulcaniano se interesase mucho por eso.
El turboascensor llegó y Kirk le informó del destino en el momento de entrar.
—Ésta es predominantemente una nave humana, comandante. El mantenimiento de sus mecanismos más significativos en condiciones operativas tiene lugar frecuentemente en esa sección, ¿no es así?
—Sí, así es. A menudo me he preguntado qué desempeñará esa función en una nave puramente vulcaniana.
Savaj se volvió a mirarlo.
—Usted tendría sustancialmente más dificultades con eso, comandante, como humano único en una nave vulcaniana, de las que Spock ha tenido aquí.
Salieron a la planta recreativa. El gran espacio abovedado estaba lleno de seres humanos y una variedad de otras especies que trabajaban casi con el mismo ahínco en sus juegos.
La mayoría de los gabinetes especiales que se adentraban en la pared a todas las alturas estaban abiertos; había absolutamente de todo, desde tiendas de especialidades hasta gabinetes de ajedrez, salas de café y salones de tertulia, además de reservados íntimos, algunos de los cuales estaban en condiciones de gravedad nula. En las áreas de actividad física, incluso el aire estaba lleno de deportistas que practicaban deportes de gravedad cero. La gran pared marítima se abría sobre una piscina de decorado que estaba llena de retozones nadadores y de un líquido que parecía agua, aunque los seres que respiraban aire no se ahogaban en él.
Todo era conversaciones, risas, cuerpos lustrosos que destellaban con la gracia de físicos bien entrenados: el aspecto de una nave feliz. Pocos conocían la gravedad del problema presente, y aunque Kirk detectó algunas miradas de curiosidad dirigidas hacia él, su tripulación parecía considerar cualquier interrupción de su mando como algo anecdótico y temporal. Hacía mucho tiempo que se habían acostumbrado a considerar a Spock como a una especie de extensión de Kirk. Algunos lo saludaron con una inclinación de cabeza y él vio la palabra «capitán» dibujarse en sus labios.
Se volvió a mirar a Savaj.
—Spock encuentra algunos placeres aquí. ¿Los consideraría un vulcaniano puro como algo… ilógico?
—Desasosegado, quizá —respondió Savaj—. Pero es que un vulcaniano no intentaría utilizarlos con ese propósito.
—¿Qué es lo que yo hallaría difícil como, digamos, su primer oficial, señor? —preguntó Kirk.
—Le aseguro, señor Kirk, que lo encontraría casi imposible.
—Especifique.
—Pulsar los botones. Calcular y prever qué hará un vulcaniano en la escuela elemental. Evitar transmitir emociones que distraerían a todo el mundo. —Savaj vio que Kirk se estaba irritando—. Y, más que nada, calcular la lógica del riesgo. Bajo mi mando, hubiera fracasado al hacerlo una sola vez.
—El señor Spock ha intentado enfrentarse con ese problema, tal vez con bastante éxito. Pero no deja de ser verdad que el riesgo constituye nuestra profesión.
—El riesgo lógico.
Kirk sonrió.
—No conozco ninguna lógica mediante la cual un pez se suba a los árboles o los hombres a las estrellas, pero mi especie lo hace… y la suya también, señor.
—¿Y es así como justifica usted el riesgo que está corriendo con Spock?
Kirk lo miró directamente.
—¿Qué riesgo?
Savaj no respondió inmediatamente. Pasado un momento, dijo:
—¿Con qué derecho mantiene a una mente superior bajo su mando, rehusando al mismo tiempo aceptar su consejo en lo que al riesgo se refiere, y exponiéndolo también a él a las consecuencias de sus propios actos?
—Es del dominio público que Spock ha tenido la posibilidad de aceptar su propio puesto de mando desde hace ya bastantes años. Se ha negado a hacerlo.
—La lealtad vulcaniana hacia un comandante es considerada una virtud cardinal.
—También lo es la lealtad, humana o vulcaniana, hacia un amigo, almirante. Sigo los consejos de Spock siempre que puedo. Y, cuando lo expongo a algún riesgo, sé al menos que hace las cosas por elección propia.
—Hace las cosas porque debe. —Savaj abandonó el tema con un gesto de la mano—. Comandante, también es del dominio público que juega usted al ajedrez. Encontraría eso muy instructivo.
Kirk inclinó brevemente la cabeza.
—Sin duda podríamos jugar con la versión para niños de escuela primaria.
Savaj se limitó a alzar levemente una ceja.
—Eso será suficiente.
Kirk había puesto un tono intencionado en la frase, e inmediatamente lamentó haberlo hecho. Podía ser cierto con excesiva facilidad.
Si uno hacía una lista de las diez mejores mentes de la galaxia, podía dar por seguro que Savaj era al menos dos de ellas. Por otra parte, Kirk jugaba al ajedrez con Spock.
En el momento en que comenzaron a instalar el tablero de ajedrez de tres dimensiones, la partida se convirtió en un acontecimiento de importancia para toda la nave. Todos los que estaban fuera de servicio fueron acudiendo imperceptiblemente. Uno de los jóvenes alféreces que estaban bajo el mando de Uhura, tenía una radio portátil por la que evidentemente tenía intención de transmitir la marcha del juego a las terminales de servicio.
Habían hecho eso de vez en cuando con ocasión de alguna partida especialmente histórica entre Kirk y Spock, pero aquello era carne fresca.
Probablemente la de Kirk.
Kirk vio una discreta agitación de apuestas y contraapuestas en el fondo, y le agradó ver que las opiniones no estaban sólo a favor de uno de ellos. Indudablemente se trataba de una lealtad mal entendida. Vio al jefe de ingenieros Montgomery Scott, que había estado observando a Kirk en cada ocasión que se le presentaba desde que habían salido de Helvan, apostando por él.
—No se preocupe —oyó Kirk que murmuraba un alférez—. El capitán lo vencerá por la fuerza de la psique.
—Yo no contaría con ello —susurró Yeoman Trian, mirando a Savaj—, pero haré causa común para que lo consiga.
McCoy recibió rumores sobre el desafío y entró a grandes zancadas. Se detuvo junto a Kirk y lo exploró con el escáner médico.
—Las constantes vitales aún no han llegado al nivel normal, Jim. Le aconsejo descanso.
Kirk dedicó una leve sonrisa a McCoy por ofrecerle una salida airosa, pero negó con la cabeza.
—Desasosegado, sin duda, pero el hombre no vive sólo del sosiego.
Kirk sacó blancas e hizo una apertura clásica pero sólida de peón rey, a la que obtuvo una respuesta clásica, y durante unos pocos movimientos ambos hombres desplazaron las piezas para controlar las casillas, filas y niveles clave, estudiándose el uno al otro, sacrificando ocasionalmente una pieza por otra de igual valor o por una posición aventajada.
Savaj tenía la ventaja de su mente vulcaniana, que podía calcular las alternativas como una computadora multifase. La mayoría de los vulcanianos que jugaban con seres humanos les daban al menos la ventaja de una reina, más o menos lo que un humano adulto le concedería a un niño inteligente de seis años. Kirk había sido quizá demasiado terco como para aceptar dicha ventaja de Spock, y mordió el polvo de manera rutinaria hasta que, en un determinado momento, comenzó a desarrollar ciertas ventajas psicológicas… que a veces funcionaban bien.
Aquello lo había invalidado para jugar con la mayoría de los humanos.
Spock entró en la sala: no dijo ni una palabra, pero se quedó de pie, observando.
—Peón uno reina —dijo Kirk—. Almirante, ¿le importaría definir el término «riesgo lógico»?
Había casi esperado que Savaj insistiera en que los vulcanianos puros no conversaban cuando estaban jugando al ajedrez. Pero Savaj le respondió.
—La definición para niños comienza por las exclusiones: ningún riesgo que sea innecesario, evitable, reducible por medios comunes o extraordinarios. Ejemplo: ¿cómo describiría usted un estilo de mando, señor Kirk, en el que el comandante sabe que una criatura nebulosa es letal para él y los de su especie, inofensiva para un primer oficial mejor cualificado que se halla bajo su mando, y sin embargo se enfrenta él mismo con la criatura a pesar de las firmes protestas de ese oficial?
Kirk le concedió a Savaj una puntuación también por maniobras psicológicas. ¿Cómo era que aquel vulcaniano puro había escogido, del desgraciadamente bien conocido expediente de ellos, el incidente preciso que era el ejemplo más clásico de Spock? Kirk levantó la mirada para ver el rostro de Spock. ¿Realmente corroía todavía tan profundamente aquel incidente al primer oficial vulcaniano?
—Ese primer oficial —declaró Kirk— estaba en lo correcto.
Savaj levantó los ojos, sorprendido, como si Kirk estuviera dando muestras de algo prometedor.
Spock se las arregló para mantener la ausencia de expresión en el rostro.
—Ese comandante —continuó Kirk— puede que haya tenido ciertas ideas, intuiciones o incluso corazonadas, en aquel momento, de que podría existir la necesidad de un segundo señuelo vivo, el cual sólo podía ser él mismo. Ése resultó ser el caso. No obstante, el primer oficial hubiera estado a salvo, y podría haber sido lo suficientemente rápido en el primer intento.
—Un «no obstante» no constituye la admisión de un error, señor Kirk —dijo Savaj.
Kirk movió una torre para alinearla con su reina.
—No, no lo es —concedió—. El señor Spock tenía razón, y yo estaba actuando sobre una corazonada que no fui capaz de explicar adecuadamente entonces, ni he sido capaz de hacerlo después. Aquel caso podría haber sido un error potencialmente fatal, pero yo sé que a menudo me he dejado llevar por la «sensación» subliminal de decisiones como ésa… quizá una forma de cálculo velocísimo que no puedo emplear conscientemente. Con mucha frecuencia funcionan bien.
—Hasta el día en que las probabilidades favorables fortuitas se agotan.
Kirk miró al vulcaniano a los ojos.
—Hasta ese día.
Savaj había respondido al movimiento comiendo la torre de Kirk… y dejando abierta una pequeña brecha en la crucial casilla uno rey.
—Los riesgos lógicos —dijo Savaj— deben reducir las pérdidas a lo soportable o lo inevitable.
—¿Y si las pérdidas fuesen intolerables y las probabilidades absurdas?
—Reevaluación —respondió Savaj—. Refuerzo. Rehusar el riesgo. Hacer la paz. —Miró fijamente a Kirk—. Morir si es necesario. El universo no siempre dispone el triunfo de la virtud.
—No, pero yo prefiero redisponer al universo a ese respecto siempre que me sea posible. Cambiarle el nombre al juego…
Levantó la mirada hacia Spock. Aquélla era una discusión que habían tenido hacía mucho tiempo, cuando Kirk había empleado el engaño de Corbomite contra la abrumadora fuerza de la gigantesca nave de Balok.
Spock había establecido una analogía con el ajedrez: ante una fuerza abrumadora, ceder. Kirk había cambiado el juego por el póker y convencido a Balok con un farol de que era él, Kirk, quien tenía las cartas en la mano, en la forma de un arma de autodestrucción que acabaría con las naves de ambos.
Spock no había vuelto jamás a conceder la derrota. Ahora estaba allí de pie, observándolos con rostro impasible.
Kirk realizó su movimiento, a través de la pequeña brecha con el alfil que tenía reservado para dicho propósito mientras distraía la atención del enemigo con una amenaza más visible.
—Jaque —dijo.
—¡Ya te dije que el capitán le ganaría por la psicología! —dijo alguna exuberante voz de la Enterprise—. Mate en una jugada.
Kirk lo vio en aquel preciso momento. Una trampa preparada para el tramposo, diseñada de forma precisa para arrastrarlo a intentar aquel movimiento, jugando con su estilo arriesgado y cambiante.
Savaj tenía un solo movimiento, y éste bloquearía el jaque de Kirk a la vez que daría jaque mate a su rey. Era la trampa más impecable y la más absoluta previsión de su forma de jugar que Kirk había visto jamás.
Tendió una mano y derribó a su rey en señal de reconocimiento.
—Gracias —dijo—. Lo he hallado tremendamente instructivo.
Pero Savaj ya estaba poniéndose de pie.
—Capitán Spock, permítame una palabra. Señor Kirk. Avanzó con ellos a través del nivel recreativo, y McCoy los siguió.
—Capitán Spock, ¿lleva usted mucho tiempo en calidad de primer oficial?
El rostro de Spock se endureció.
—La cifra es del dominio público.
Savaj hizo un gesto con la cabeza hacia un gimnasio al que se estaban acercando.
—Usted también entrena con él.
—En ocasiones —dijo Kirk.
Creyó saber adónde iría a parar Savaj, y se sintió ofendido por Spock.
—Me gustaría ver dicho entrenamiento —dijo Savaj.
Kirk miró a Spock y este último levantó una ceja. Ambos se encaminaron a los cubículos del vestuario.
Le tocó a Savaj el turno de alzar una ceja cuando ambos regresaron con las chaquetas con cinturón y calzones ajustados de la disciplina vulcaniana asumi.
—¿Un cinturón verde, señor Kirk? Es un logro considerable para un ser humano.
—Spock es un maestro considerable.
Cruzaron el brazo derecho hasta el hombro derecho del contrario, en señal de que el combate no era a muerte, luego se soltaron, hicieron una reverencia e hicieron una breve pausa para sintonizar.
Los duo-katas V’asumi eran un ejercicio y una forma de arte a base de una simulación de combate. Como tales, eran fatalmente rápidos y potencialmente letales si cualquiera de los contrincantes fallaba al adelantarse a lo que el otro iba a hacer o en asestar un golpe demostrativo apenas unos milímetros por debajo del impacto mortal.
Realizado a la perfección, un V’asumi se convertía en casi una danza de amenaza y de perfecto control, la antigua danza de los guerreros que se habían jurado fraternidad.
No le habían dado nombre alguno cuando la aprendieron, y tampoco lo habían hecho desde que Spock regresó de Vulcano, pero, por un acuerdo implícito, es lo que iban a hacer de cara a Savaj.
Toda la tripulación que estaba fuera de servicio volvió a congregarse para observarlos.
Ambos entraron en acción.
Kirk hizo una finta y atacó. Spock lo interpretó y lo hizo volar por encima del hombro, arrojándolo gracias al propio impulso que traía; pero Kirk utilizó el mismo impulso y una tijera de piernas para hacer caer al vulcaniano sobre una rodilla. Spock se zafó de la presa de Kirk y volvió a cogerlo. Kirk le asestó un golpe de codo, desplazándolo sólo unos milímetros. En el combate, aquello hubiera clavado las costillas de un ser humano en sus pulmones, y probablemente incomodado a un vulcaniano. Spock aferró a Kirk contra su pecho, con una llave que parecía decidida a continuar hasta el invierno; él consiguió liberarse de alguna manera, se volvió y lanzó una patada alta. Spock la cogió en el aire, aprovechó su impulso y lo levantó muy alto en el aire. Era una maniobra V’asumi terminal. En un combate, Spock hubiera hecho lo que le diese la gana.
Convirtieron la llave en un vuelo de bajada. Spock le dio el impulso para que pudiera ejecutar una voltereta en el aire que le permitiera aterrizar delante de Spock. Se estrecharon las muñecas en señal de reconocimiento entre guerreros y dieron un paso atrás para inclinarse el uno ante el otro.
Se produjo un espontáneo aplauso entre los miembros de la tripulación, bastante largo y ruidoso. Kirk levantó una mano para aplacarlo y avanzó junto a Spock hasta Savaj, que mostraba un rostro pétreo.
Con un breve movimiento de cabeza, Savaj indicó «acompáñenme», y se encaminaron hacia los cubículos del vestuario a través del grupo de tripulantes. McCoy se unió a ellos.
—Pensé que nunca más volvería a ver eso —masculló McCoy.
Fuera del alcance auditivo de la tripulación, en el corredor del vestuario, Savaj se volvió hacia Spock.
—¿Llamas tú amigo a este humano, Spock? ¿Con qué derecho entonces te ablandas ante su muerte? ¿Crees que un romulano lo trataría con tanta delicadeza? —El tono formal del vulcaniano sonaba mordaz.
Spock se encaró con Savaj y entre ellos se generó algo primitivo.
—Él ha sobrevivido a los romulanos.
—Tu amigo no tiene hermanos. Su propio hermano de fuego lo condena como al primero de los salvajes. No es ningún acto de amistad.
—La práctica es V’asumi, no K’asumi. La diferencia de fuerza es insalvable.
—El V’asumi puede contener adecuadamente la fuerza, no el poder. La diferencia no es una excusa para la aceptación de algo menos que el pleno potencial. Hace siglos, se esgrimía el argumento de las diferencias insalvables contra las mujeres de esta especie.
Spock se encogió de hombros.
—Los primeros estudios realizados demostraron, en aquel caso, un aumento del potencial de fuerza de un sesenta por ciento… y posteriormente más aún.
—¿Y en qué han quedado sus estudios sobre las relaciones entre las especies, Spock? El potencial humano es limitado sólo por la aceptación de los límites. ¿Cómo puede dejar que este humano, o cualquier otro humano, entre en batalla en estas condiciones?
Spock adoptó un aspecto del que se sentiría incómodo si no se supiera cómodo, y así se sentía.
—El señor Spock ha respetado nuestras diferencias —comenzó Kirk.
Savaj consiguió adoptar una expresión grosera. Inclinó la cabeza hacia una cabina vestuario y entró en ella. Spock tecleó un código en el fabricador.
La energía rieló tras la puerta translúcida, y Savaj salió al momento con una chaqueta de asumi atada con el cinturón escarlata que llevaba Spock, el rango más alto; pero Savaj tenía una delgada cadena de oro entretejida en él.
Se volvió sin decir una palabra y Spock lo siguió al gimnasio.
—Spock —murmuró McCoy con un casi susurro—, usted no tiene que hacer esto.
—Sí, doctor, tengo que hacerlo.
Spock y Savaj se situaron sobre la estera, trabaron brazos derechos, se hicieron una reverencia… y repentinamente se convirtieron en la encarnación feroz de todo lo vulcaniano. Allí vivían el desierto y el le matya.
Kirk comprendió de pronto que el cinturón verde que él había conseguido con tanto orgullo era sólo un logro de niño vulcaniano, sin duda ganado por los vulcanianos antes del juicio de Kaswan que tenía lugar a los siete años de edad.
Kirk era el niño.
Aquéllos eran los adultos.
Kirk no conseguía seguir los movimientos: golpes demoledores de huesos, pinzamientos de nervios que hubieran derribado a un buey, demostrados allí sólo hasta el punto del ligero aturdimiento de la conciencia; golpes que hubieran quebrado huesos, asestados sólo hasta un ruido sordo, que de todas formas hubieran llenado la enfermería de McCoy si se hubiera tratado de seres humanos.
Durante un instante, al otro lado de los luchadores, Kirk captó los ojos de Uhura, consternada, arrebatada, con la expresión de una cazadora de la selva. Percibió una expresión bastante similar en otros rostros: el de Rand, el de Trian.
Pero él estaba concentrado en Spock. Todos los ojos de la tripulación estaban clavados sobre Spock.
A pesar de lo bien que Kirk lo conocía, nunca lo había visto desplegar su pleno potencial vulcaniano. Una vez Kirk había visto el final de una pelea, y el de un enemigo, que había provocado aquel pleno potencial vulcaniano.
Pero aquélla era una demostración de habilidades consumadas que iba mucho más allá del punto en el que un vulcaniano hubiera matado al otro en un combate a muerte.
Kirk se sorprendió preguntándose: en un combate hasta el fin entre esos dos, ¿quién viviría?
Savaj era el más viejo, de esa forma sin edad de los vulcanianos que sólo parecía hacerlo más fuerte, más fornido y plenamente desarrollado, como un roble curtido a la intemperie, ante la fortaleza más esbelta de Spock.
Por otra parte, Spock tenía aquella fuerza que no parecía provenir solamente de los músculos, sino de alguna parte del suelo… quizá de aquella indómita voluntad mediante la cual había llegado a vivir, por ser un alienígena, entre extraños.
Spock consiguió un buen derribo que sonó duramente, y por su expresión parecía que aquello le daba alguna satisfacción incluso a su mitad vulcaniana. Una satisfacción por su capitán y posiblemente su amigo, o simplemente para sí mismo.
Pero Calzones de Hierro Savaj consiguió absorberla al igual que contrarrestarla. Aquella caída hubiera dejado a un ser humano fuera de la lista de servicio durante una semana. Savaj se puso de pie con una voltereta controlada, aferró a Spock y lo derribó con una fuerza que pareció sacudir toda la cubierta.
Spock se puso de pie con bastante lentitud, y su rostro mostraba trazas de la salvaje expresión que Kirk le había visto en algunas ocasiones. No auguraba nada bueno ni siquiera para Calzones de Hierro Savaj.
—¡Jim! —murmuró McCoy—. ¿No va usted a detener esto?
—¿Cómo, Bones? Estoy abierto a cualquier sugerencia.
De hecho, su instinto le decía que diera esa orden. La dificultad que eso planteaba era que no estaba al mando. Y si lo hubiese estado, era algo así como ordenar un cese de hostilidades entre tiranosaurus Rex.
Estaba considerando la posibilidad de recurrir a algún medio paralizador…
Savaj levantó la mano para hacer la señal-del-superior de que el encuentro había concluido. Spock apretó la mandíbula, pero se irguió, se inclinó y respondió con la contraseñal.
Entonces Savaj se volvió hacia Kirk, invitándolo con una ceja. Se oyó un suave jadeo cuando la tripulación se dio cuenta de lo que aquello significaba.
Spock le hizo una imperceptible señal a Kirk: «No».
Pero aquélla era una oferta que Kirk no podía rechazar. Ni tampoco quería realmente hacerlo. Tampoco le gustaba mucho la idea de enfrentarse sobre la estera con aquel le matya después de lo que acababa de presenciar. Por otra parte, ni siquiera Savaj le daría el tratamiento de un vulcaniano puro, y él conocía una o dos llaves.
Se le ocurrió la idea de conseguir asestarle al menos un buen golpe por lo que Savaj quería saber de la misión y no decía, y por la forma en que le había hablado a Spock.
Avanzó hasta la estera. Midió a Savaj mientras se inclinaban el uno ante el otro, y decidió que aquél había sido un grave error.
Luego Savaj se movió, y ya no le cupo ninguna duda de ello.
El vulcaniano puro lo derribó con absoluta facilidad y ningún esfuerzo.
Savaj amortiguó a medias la caída, le dio una mano para que se levantase, lo dejó que recobrara el equilibrio e hiciera el siguiente movimiento… y volvió a derribarlo con la misma facilidad.
No había nada de fuerza gimnástica o pleno uso de grandes dosis de fortaleza. Era mera destreza, y la simplicidad con la que un adulto reduciría a un niño o un adulto robusto a un delgado jovencito carente de entrenamiento.
Kirk no carecía de entrenamiento, pero, contra aquella destreza de un siglo de antigüedad y esa profundidad de poder, lo mismo hubiese dado.
Sintió que algo se disparaba en su interior, y aplicó la mejor llave que le había enseñado Spock para intentar un buen derribo. Se suponía que tenía que funcionar contra una fuerza superior a la propia. Arrojarse por el aire y utilizar el propio impulso físico…
Savaj lo cogió en el aire y absorbió el impulso sin dificultad ninguna y a costa del propio Kirk, como si lo hubiera interceptado un árbol. Luego Savaj lo derribó con dureza, no con su plena fuerza, pero de forma demoledora.
Durante un instante mantuvo a Kirk inmovilizado contra el suelo.
—Eso está mejor, comandante. Sincera emoción humana. Furor. ¿Le gustaría intentarlo con el sesenta por ciento? Va a necesitarla en el lugar al que nos dirigimos.
Kirk luchó contra él con todos los músculos que tenía. Savaj no movió ni una pestaña, pero, si los ojos de un vulcaniano puro podían reír, los de él lo hicieron.
Kirk dejó de luchar.
—Lo acepto —dijo por entre los dientes apretados.
Savaj se levantó con un solo movimiento y lo puso de pie.
—¿Mañana, entonces?
Kirk asintió con la cabeza. Savaj se alejó hacia los cubículos del vestuario.
Kirk se volvió hacia Spock e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la estera.
—Ya le ha oído. Vamos allá.
Si aquél era todavía el tono de voz de alguien al mando, a él lo tenía absolutamente sin cuidado.
Spock se encogió ligeramente de hombros y obedeció. Ambos avanzaron hasta el centro de la estera. Las formas no requerían un segundo ritual de apertura. Kirk intentó una patada contra Spock. Por primera vez, Spock respondió como un vulcaniano, no con toda su fuerza, pero con más poder del que jamás había empleado con Kirk cuando estaba en sus vulcanianos cabales. Spock le hizo una llave inmovilizadora y Kirk luchó contra ella con todo lo que tenía, como si fuera a aumentar su fuerza en un sesenta por ciento en ese preciso instante.
Pero no iba a ser tan simple como todo eso. Spock mantuvo la llave hasta que eso quedó bien claro, y luego soltó a Kirk, que se volvió para mirarlo directamente a los ojos. Kirk sabía que ahora sus ojos estaban haciendo la misma acusación que había hecho Savaj.
—Mañana, señor Spock —dijo con voz terminante.
—Olvida usted su posición, señor Kirk.
El tono era vulcaniano, y la exigencia que se reflejaba en los ojos oscuros del vulcaniano, inflexible.
Kirk dominó su mal genio y bajó los ojos ligeramente en señal de reconocimiento.
—Capitán…
Sintió que la tripulación le observaba, consternada. McCoy estaba avanzando con la idea de interrumpir aquel momento de tensión.
Kirk se volvió y se marchó hacia los cubículos del vestuario, dándose cuenta de que estaba más enfadado de lo que había creído, probablemente más de lo que tenía derecho a estar. No obstante, así era como se sentía.
McCoy siguió a Spock por el corredor del vestuario, refunfuñando.
—¿Tenía usted que calmarlo delante de toda la tripulación? ¿Se le ha subido el rango a la cabeza, Spock? ¿O son esos cuernos de diablo que no me deja quitarle? ¿Está actuando?
—No se olvide de su posición, doctor —dijo Spock, mientras abría la puerta de un cubículo.
—Capitán —dijo McCoy, nada respetuosamente—. Venga ya, Spock. Ha dicho durante años que no quería el mando. ¿Es que un vulcaniano ha mentido?
—Lo que yo quiera es irrelevante, doctor. Lo que tengo es el mando. Haga el favor de excusarme.
Entró y cerró la puerta del cubículo. McCoy oyó el suave sonido de programación y fabricación de ropas de recambio. Los colores comenzaron a cambiar detrás de la puerta translúcida.
Entonces McCoy se dio cuenta de que algún sonido era identificado como erróneo por su yo subliminal, y la forma de la tela en formación era también errónea de alguna manera.
Tendió la mano hacia el cierre externo, pero la puerta no se abrió. En el interior se oyeron golpes y un sonido sofocado. McCoy golpeó la puerta con un hombro, pero rebotó.
De pronto, Savaj apareció allí. Atravesó la puerta con un puño, y luego la arrancó.
Spock estaba desnudo, encerrado en una especie de capullo de material grueso que parecía encogerse rápidamente alrededor de todo su cuerpo, apretando velozmente su garganta y nuez de Adán, amenazando con romperle las costillas y lesionarle los órganos internos.
Savaj sacó a Spock fuera del cubículo y se puso a arrancar el material fibroso que le cubría cara y garganta.
Kirk apareció a su vez e intentó apartar aquel material, pero éste no cedía a las manos humanas, cosa que también estaba descubriendo McCoy.
La parte que arrancó Savaj de encima de la garganta y boca de Spock abrió un paso de aire, pero el resto continuaba estrujando el cuerpo. Spock no gritaba, pero aquello estaba claramente más allá de las técnicas vulcanianas del control del dolor.
Savaj lo levantó y lo metió dentro del siguiente cubículo, tras lo cual programó el fabricador para desnudar.
—Si éste también funciona mal… —comenzó Kirk.
Pero Savaj ya había pulsado los controles de activación. Los colores danzaron detrás de la puerta… vida o muerte. Savaj pulsó bruscamente el dispositivo de apertura cuando todo cesó. Spock cayó inerte en brazos de los hombres.
McCoy lo examinó con las manos desnudas. Vivo. Respiraba. No tenía nada roto que pudiera detectar al tacto. Los latidos del corazón eran ridículamente acelerados, incluso para un vulcaniano, pero McCoy no pensaba que fuese grave.
—¿Bones? —inquirió Kirk.
—Todo va bien —respondió McCoy—. Se repondrá.
Kirk asintió con la cabeza. Se había quitado la chaqueta de asumi y ahora cubría con ella el cuerpo desnudo de Spock mientras la tripulación comenzaba a llegar al sitio. Luego dedicó su atención al problema; recogió un manojo de tejido que Savaj había arrancado de alrededor de la garganta de Spock.
—Señor Scott, esto es la base cruda de tejidos del fabricador, ¿no es cierto?
Scott cogió el trozo de material.
—Sí, señor.
—Revise ese cubículo, ingeniero.
—Sí, señor. —Scott inclinó la cabeza y abrió el panel de mandos—. No estoy seguro de cómo ha pasado, pero algo alteró el programa para que produjera directamente la base cruda sin enfriar, en lugar de un uniforme. Eso formaría una capa que resulta mortal al encogerse.
Kirk bajó los ojos hasta Spock.
—Si Spock hubiese estado solo…
—Precisamente —intervino Savaj—, si yo no hubiera, inesperadamente, estado cerca, el capitán Spock estaría muerto. Los vulcanianos somos bastante vulnerables a la asfixia y a las presiones extremas en las orejas y el cuerpo. Ninguno de los humanos de su tripulación habría tenido la fuerza necesaria como para prestarle ayuda a Spock con la presteza requerida.
Kirk asintió con la cabeza.
—Sus actos fueron oportunos y ejemplares, señor, y se lo agradezco.
—Uno no agradece los actos de necesidad, comandante. Ni los factores fortuitos. Existían todas las razones para que alguien supusiera que yo me había marchado hacía rato.
—¿Alguien? —preguntó Kirk—. ¿Está usted insinuando que alguien ha hecho esto?
—No insinúo nada. El fallo fortuito del cubículo que el capitán Spock utilizó anteriormente, y al que regresaría con casi absoluta certeza ya que había dejado grabados los códigos de transporte de sus efectos personales, parece excesivamente conveniente.
Kirk se irguió.
—No hay nadie en mi nave, almirante, capaz de atentar contra la vida del señor Spock.
Savaj lo miró a los ojos.
—Eso yo no lo sé, comandante. Y usted tampoco. Hay al menos un extraño a bordo de su nave.
—¿Usted, almirante? —Kirk casi llegó a sonreír—. ¿Quiere que lo considere a usted como sospechoso?
—Desde luego —respondió Savaj—. Estamos ante lo que o bien es un accidente inexplicable o un atentado contra la vida de Spock. Estamos investigando un efecto alienígena más inexplicable aún. Nada está fuera de sospecha. —Miró a Kirk, que ahora sólo llevaba puestos los calzones del traje de asumi—. Usted abandonó el gimnasio hace algunos minutos, señor Kirk. ¿Por qué no se ha cambiado?
Kirk pareció consternado.
—¿Yo? ¿Matar a Spock? —Negó impotentemente con la cabeza—. Pista falsa, almirante. El hecho es —parecía un poco avergonzado— que salí a calmarme.
—El hecho es que tenía algo por lo que «calmarse». El capitán Spock utilizó dos veces su autoridad para censurarlo: una delante de mí y la otra en presencia de toda su tripulación.
Kirk desechó aquella insinuación con un encogimiento de hombros.
—Algo irritante, señor. Difícilmente letal. —Se volvió—. Señor Scott, desmonte completamente ese sistema. Averigüe qué ha ocurrido. Bones, lleve a Spock a la enfermería.
—Eso no será necesario, señor Kirk —dijo Spock, que levantó la cabeza del brazo de McCoy, donde la tenía recostada—. Estoy perfectamente bien. Despeje el corredor. Savaj puede quedarse.
—Yo no pienso moverme, capitán Spock —declaró McCoy.
—Ésa es una de sus prerrogativas, doctor. De nadie más.
Miró a Kirk y éste pareció a punto de destrozar algo, pero lo pensó mejor, se volvió rápidamente y se marchó.
Savaj pulsó un código de túnica, dejó que se formara en el cubículo vacío, la sacó de él y se la llevó a Spock. Éste se la puso para sustituir la chaqueta de asumi de Kirk que lo cubría de forma insuficiente.
Pero el vulcaniano apenas había acabado de vestirse cuando sonó la alerta roja.