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Bajé por la escalera silbando; me sentía muy bien. A veces las cosas suceden así. Cuando todo va mal, tu mente arroja todo a la papelera y se marcha un rato a Florida. Y se produce un repentino destello eléctrico (¡qué diablos!) mientras te quedas allí, mirando hacia atrás, hacia el puente que acabas de quemar.
Una chica a quien no conocía se cruzó conmigo en el rellano de la segunda planta, una chica fea y llena de granos que llevaba unas gafas grandes con montura de concha y sostenía un montón de libros de secretariado. Sentí el impulso de volverme para observarla por detrás. Sí, sí. Por detrás podía haber sido la propia Miss América. Era maravilloso.