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La mañana en que la armé era espléndida; una magnífica mañana de mayo. La hacían magnífica el hecho de que no hubiera vomitado el desayuno y la presencia de la ardilla que había captado mi atención durante la clase de álgebra II.
Estaba sentado en la fila más alejada de la puerta, la más próxima a la ventana, y acababa de ver a la ardilla en el césped. El césped de la Escuela Secundaria de Placerville es de primera calidad. No hay en él nada que lo estropee. Se extiende hasta las paredes del edificio y dice: ¡Muy buenas! Nadie —al menos en los cuatro cursos que he pasado en la ESP— ha intentado nunca separarlo del edificio con macizos de flores o hileras de pinos jóvenes o cualquier otra chorrada por el estilo. Llega justo hasta los cimientos de hormigón y crece allí, guste o no. Es cierto que hace un par de años, en una reunión ciudadana, una vieja propuso que el ayuntamiento levantara frente al colegio un pabellón, con su monumento y todo, en memoria de los muchachos que habían estudiado en la Escuela Secundaria de Placerville y muerto en alguna guerra. Mi amigo Joe McKennedy, que asistió a la reunión, me contó que la propuesta no había encontrado más que inconvenientes. Ojalá hubiera estado allí. Por lo que explicó Joe, fue muy divertida. Se celebró hace un par de años. Creo recordar que fue aproximadamente en esa época cuando empecé a perder el control.