6

Alistair vio que Jessica estaba considerando su propuesta.

—No consigo entender por qué precisamente hoy —le dijo al fin— estoy teniendo esta conversación contigo.

—¿Es por eso por lo que Tarley te dejó «Calipso»? ¿Porque quería que siempre fueses suya? ¿Porque no quería que tuvieses ninguna excusa para buscar a otro hombre que te cuidase?

Jessica ladeó la cabeza y apoyó la mejilla en las rodillas.

—Tarley era demasiado bueno para ser tan egoísta. Me dijo que quería que volviese a ser feliz. Que volviese a amar. Y que esta vez eligiese al hombre que yo quisiera. Pero estoy segura de que se refería a que volviese a casarme, no a que tuviera una aventura con un hombre famoso por su promiscuidad.

Alistair apretó los dedos alrededor de la copa, pero tuvo el acierto de morderse la lengua.

—Los hombres tenéis mucha más libertad —continuó ella tras un largo suspiro.

—Si lo que quieres es ser libre, ¿por qué piensas en volver a casarte?

—No tengo la más mínima intención de volver a casarme. ¿De qué me serviría? No necesito que me mantengan y, como soy estéril, tampoco puedo ofrecerle nada a ningún hombre respetable.

—La cuestión económica es importante, sin duda, pero ¿qué me dices de tus necesidades como mujer? ¿Te negarás el placer de volver a sentir las manos de un hombre sobre tu piel?

—Hay hombres que sólo producen dolor con sus manos.

Alistair sabía que no estaba hablando de Tarley. Todo el mundo que los conocía sabía que el matrimonio estaba muy bien avenido.

—¿De quién estás hablando?

Jessica se movió, se sujetó a los bordes de la bañera y se levantó igual que la Venus de Botticelli. El agua le resbalaba por el cuerpo escandalosamente desnudo. Se llevó las manos a los pechos y luego se las deslizó hasta el abdomen, siguiendo el recorrido con los ojos. Cuando levantó la cabeza para mirarlo, Alistair se quedó sin respiración. Era la mirada de una sirena. Una mirada llena de calor y deseo.

—Dios —farfulló con torpeza—. Eres preciosa.

Nunca antes había estado tan excitado. Estaba a punto de volverse loco de las ganas que tenía de tumbarla sobre la cama y satisfacer de una vez por todas aquel maldito deseo que llevaba demasiados años atormentándolo.

—Me haces sentir como si lo fuera —dijo ella levantando una pierna por el borde de la bañera.

La sinuosa invitación de sus movimientos no le pasó por alto a Alistair. Al parecer, la bebida excitaba la pasión de Jessica.

—Puedo hacerte sentir muchas más cosas.

Tenía los pezones rosados y sensualmente erguidos. Por el frío y su piel mojada, pero también porque suplicaban que la boca y las manos de Alistair los tocasen.

Él se pasó la lengua por el labio inferior adrede, para que ella supiese en qué estaba pensando y se imaginase al mismo tiempo esa lengua por encima de algunas partes de su cuerpo. Alistair sabía que podía volverla loca de deseo. El sexo había sido moneda de cambio para él y era condenadamente bueno en la cama. Si Jessica le daba la más mínima oportunidad, podía demostrarle que ningún otro hombre lograría jamás darle tanto placer. Y estaba decidido a conseguirlo.

A ella no le pasó por alto lo que Alistair estaba sintiendo, ni tampoco lo excitado que estaba, y se sonrojó aún más. Desvió la vista hacia el albornoz y dudó si cogerlo o no.

Si hubiera sido capaz, él la habría ayudado a ponérselo, aunque sólo fuese para ver si así recuperaba parte de su cordura. Pero no podía moverse. Su cuerpo ya no le pertenecía. Tenía todos los músculos tensos y alerta y su miembro completamente erecto entre las piernas.

—Puedes ver lo mucho que te deseo —le dijo con voz ronca.

—No tienes vergüenza.

—La tendría si no te desease. Pero entonces no sería un hombre.

Una leve sonrisa apareció en los labios de ella, que cogió una toalla.

—Quizá entonces sea inevitable que yo también te desee. Las demás mujeres son susceptibles a tus encantos. Sería extraño que yo no lo fuese.

La sonrisa de él escondía intenciones pecaminosas.

—Así pues, la última cuestión que te queda por resolver es: ¿qué piensas hacer al respecto?

Jess se detuvo sujetando la toalla. Estar allí de pie, desnuda delante de Alistair Caulfield era una locura. No se reconocía a sí misma ni tampoco cómo se sentía: desinhibida, atrevida, vacía.

¿Qué iba a hacer al respecto? Muestra de su ignorancia era que no se le había ocurrido hacer nada. Pero ahora que se le presentaba el dilema entre actuar o no, comprendió que era ella quien tenía el poder. Ni siquiera se había planteado que la fascinación que le producía Alistair pudiese inclinar a su favor la balanza. De hecho, hasta aquel instante se había sentido bastante indefensa.

Soltó la toalla y lo miró.

—Si quisiera que me tocases, ¿por dónde empezarías?

Él dejó la botella encima de la mesa y se sentó más erguido, en una postura que ponía de manifiesto lo incómodo que estaba. Jessica podía imaginarse el porqué, a juzgar por la erección que se le marcaba descaradamente.

—Ven aquí —dijo Alistair con aquella voz tan roca que a ella le gustaba tanto— y te lo enseñaré.

Era increíblemente atractivo. Irresistible. Se movía con la gracia de una pantera, conteniendo todo su poder y ocultando la violencia de la que era capaz. Tenía los músculos de los muslos muy bien definidos y Jessica recordó lo fuertes que eran y lo cautivada que la habían tenido siempre. Era muy fácil imaginar lo bien que sabría tocar a una mujer…, a ella…

La recorrió un escalofrío al recordar las manos de Alistair sujetándose al poste de la glorieta.

—Puedo hacerte entrar en calor —murmuró él, alargando una mano.

Le bastaba con que la mirase para hacerla arder.

—Me temo que eres demasiado para mí.

—¿En qué sentido?

Ella desvió los ojos hacia el bulto de su entrepierna.

—En todos los sentidos.

—Permíteme que te demuestre que te equivocas.

La llamó doblando un dedo con arrogancia.

Jessica miró su copa y deseó que no estuviese vacía.

—Tengo la botella aquí —le recordó Alistair—. Acércame la copa y te serviré lo que queda.

Ella optó por rechazar el vino y aceptar todo lo demás. Fue una decisión tomada a toda velocidad y se apresuró hacia Alistair antes de que su cerebro, bien por la sobriedad o bien por un ataque de sentido común, la hiciese cambiar de opinión. Consciente de que él podía hacerle olvidar todo lo que había a su alrededor, tenía prisa por sentir sus manos sobre su piel, pero perdió el equilibrio, resbaló por culpa de los pies mojados y se precipitó hacia el suelo con un movimiento nada digno.

Él se puso de pie tan rápido que Jessica ni siquiera lo vio. Lo único que su mente tuvo tiempo de procesar fue que, en vez de ir a parar al suelo, estaba pegada al enorme y fuerte cuerpo de Alistair.

—Es una suerte que hayas dejado la copa —se burló él con la voz ronca y cálida como el whisky.

Los ojos se le veían tan oscuros que parecían zafiros.

Por un instante, ella no supo qué hacer. Su mente estaba demasiado ocupada sintiendo su cuerpo pegado al suyo y oliendo el aroma de su piel.

Alistair se sentó de nuevo y la acomodó encima de él.

—Has conseguido que me tiemblen las rodillas.

Ahora que tenía los ojos a la misma altura que los de él, Jessica se quedó hipnotizada por la fiereza de su mirada.

—Te he dejado empapado —le dijo, a falta de una frase más ingeniosa.

—Pues creo que ahora me toca a mí.

Esa respuesta tan picante la hizo reír.

—Vuelve a hacer eso —le pidió él, enarcando una ceja negra.

—Me parece que no. Podría haberme hecho daño si tú no hubieras sido tan ágil.

Al imaginarse en qué otras cosas sería ágil, su cuerpo reaccionó del modo esperado.

—No me refiero a la caída —puntualizó Alistair, irónico—. Me refería a la risa.

Jessica irguió la cabeza.

—No puedo. No sé reír a la fuerza.

Él le recorrió las costillas con los dedos haciéndole cosquillas y ella se rió de nuevo.

Alistair paró tan de repente como había empezado.

—Basta de cosquillas. Si vuelves a moverte así encima de mi regazo, pasarán más cosas de las que estoy dispuesto a dejar que pasen mientras tú estás embriagada.

Jessica notaba su erección presionando insistentemente en la parte trasera de sus muslos. Y al comprender que se había estado moviendo encima de esa parte del cuerpo de él, se le subió la sangre a la cabeza y se sintió todavía más embriagada.

—Nos estamos portando muy mal —susurró.

—No tanto como me gustaría, pero tengo intención de remediarlo. Sujétate fuerte.

Se puso en pie y la llevó hasta la cama, donde la dejó y la ayudó a tumbarse; después se tumbó a su lado, de costado, y apoyó la cabeza en una mano.

El cambio de postura afectó radicalmente a Jessica, le ralentizó la circulación de la sangre y le dificultó la capacidad de raciocinio. En la cama se sentía más desnuda que estando de pie y se tapó los pechos con los brazos.

Alistair le sonrió con ternura y calidez. Le pasó un dedo por el antebrazo y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

—¿No preferirías que te tocasen mis manos en vez de las tuyas?

Era una pregunta muy tentadora.

—¿Dónde?

—Donde tú quieras.

Jessica exhaló el aire despacio y levantó una mano para acariciarle la mejilla. Tenía la piel áspera debido a la hora que era. A ella le gustaba. Una ola de cariño se extendió por su interior antes de darse cuenta de qué estaba haciendo.

La sonrisa de Alistair se desvaneció y se puso tenso de un modo alarmante.

Jessica apartó la mano bruscamente.

—Es evidente que no conozco las normas de una aventura.

Tras soltar el aliento, él le cogió la mano y volvió a colocársela en la mejilla.

—Las aventuras no se rigen por ninguna norma.

—Excepto la de no ser romántico —replicó ella—. Trataré de tocarte sólo con la finalidad de consumar.

Alistair se tumbó en la cama y se rió. Y siguió riéndose hasta que ella se acostó a su lado. La risa de él era contagiosa y Jessica se quedó mirándolo con una sonrisa en los labios.

—Pues lo has hecho a la perfección —dijo él al fin, todavía con mirada risueña—. Te juro que es la frase menos romántica que he oído en toda mi vida.

Jess se sintió como una boba, pero le gustó. Era bonito que la animase a mostrarse como era.

Alistair levantó una mano y le acarició la mejilla, igual que ella había hecho antes. La ternura que se escondía tras ese gesto la sorprendió y emocionó.

—¿Te gusta? —le preguntó él.

—Me parece muy cariñoso.

—A mí también, yo he pensado lo mismo cuando lo has hecho tú. ¿Por qué no hacemos lo que nos apetezca, lo que nos parezca natural?

Jessica agachó la cabeza, se lamió los labios y se acercó a él para besarlo. Lo miró y, en los ojos de Alistair, vio que había adivinado lo que ella pretendía hacer. Se quedó completamente quieto, expectante, alerta. Le había cedido las riendas del encuentro, pero cuando sus labios por fin se tocaron, fue él quien retomó el control. Le sujetó la nuca con las manos y la movió hasta que sus bocas encajaron a la perfección, abrió los labios debajo de los suyos, controlando a duras penas sus ganas de devorarla.

Jess suspiró y se derrumbó encima de él, porque el brazo en el que se apoyaba dejó de sostenerla. Los labios de Alistair eran fuertes pero suaves al mismo tiempo; era obvio que sabía lo que hacía y que estaba intentando dominarse. Los besos de Tarley habían sido reverentes, en cambio los de Alistair estaban impregnados de sensualidad. El modo en que la besaba y la saboreaba era decadente. Los gemidos de aprobación que salían de los labios de él cada vez que la lamía y el modo en que movía la boca la llevaron a pensar que iba a volverse loca si no se sentía más cerca de él.

Movió la cabeza en busca de lo que estaba buscando y, sorprendentemente, Alistair se lo permitió. Aunque siguió sujetándola de la nuca, como si quisiera evitar tocar cualquier otra parte menos inocua de su anatomía.

Como si ella fuese a negárselo.

Jessica se apartó un poco para coger el aire que tanto necesitaba. La dulce presión de los dedos de él en aquel lugar tan inocente consiguió que sintiese como si unos dedos imaginarios se le deslizasen por la espina dorsal hasta la entrepierna.

—Alistair…

A pesar de que estaba sin aliento, su nombre salió de sus labios con pasmosa facilidad. Él se apartó de repente y los movió a ambos hasta que Jessica volvió a estar tumbada en la cama, con él encima. La besó en los labios y, con las manos, le acarició el torso hasta llegar a su cintura y su cadera. La sujetó sin hacerle daño, pero con suficiente fuerza como para que ella se diese cuenta de lo mucho que la deseaba. Ese gesto tan revelador excitó a Jessica, la hizo sentir poderosa y femenina y también seductora.

Levantó las manos y acarició el pelo de Alistair, enredando los dedos entre sus mechones para transmitirle que sentía la misma pasión. El modo en que él movía la lengua, despacio, imitaba tan bien lo que Jessica deseaba que ocurriese entre ellos, que se humedeció entre las piernas y las partes más sensibles de su sexo empezaron a temblar de deseo.

Arqueó la espalda y pegó los pechos contra la seda del chaleco que Alistair todavía llevaba puesto. Él la sujetó con más fuerza por las caderas y la empujó hacia la cama.

—Tranquila —le dijo, acariciándola como si fuese una yegua salvaje—. Te tengo.

—Todavía no —contestó Jessica casi sin aliento y sintiendo como si su cuerpo no le perteneciese—. No lo suficiente.

Él le recorrió la mandíbula con los labios y luego se detuvo junto a su oreja derecha.

—Deja que cuide de ti.

—Por favor.

Sus labios descendieron por su cuello, succionando lo bastante fuerte como para que lo notase, pero no tanto como para dejar una marca. Notar la dulce y hambrienta boca de Alistair besándola de ese modo le hacía arder la piel y la atormentaba deliciosamente. Jessica abrió y cerró los dedos entre el pelo de él y estiró los dedos de los pies cuando le besó la clavícula.

Aquel hombre la embriagaba mucho más que el vino, pero al mismo tiempo le agudizaba los sentidos. Era la mejor y la peor manera de enloquecer.

—¿Por favor qué? —le preguntó él, con su aliento rozándole un pecho.

La miró mientras con la lengua le acariciaba el pezón. Una oscura satisfacción brilló en su mirada cuando Jessica gimió de placer y se sujetó de sus hombros. Notó el terciopelo de su chaqueta bajo las palmas de las manos y recordó que él iba completamente vestido mientras que ella estaba completamente desnuda.

La dicotomía le pareció deliciosa y la hizo sentir atrevida y provocadora, dos adjetivos que antes nunca habría relacionado con ella.

—Por favor, tócame.

—¿Dónde?

—¡Tú lo sabes mejor que yo! —exclamó, intentando llevar la cabeza de él hacia sus pechos, pero incapaz de superarlo en fuerza.

—Lo sabré —le prometió en voz baja—. Conoceré tu cuerpo mejor de lo que nadie lo ha conocido nunca, mejor que tú. Pero ahora todavía estoy aprendiendo. Dime lo que te gusta y cómo te gusta que lo haga.

Jessica echó los hombros hacia atrás y levantó los pechos hacia sus labios, en clara ofrenda.

—Aquí. Más.

Él enseñó los dientes y adquirió un aspecto tan pecaminoso que sólo una tonta confundiría aquello con una sonrisa. Llevó una mano al pecho de ella y se lo apretó sólo lo necesario para que Jessica lo desease todavía más.

—¿Con la mano?

—Con la boca.

Era el vino lo que le daba valor para ser tan atrevida, pero incluso así cerró los ojos para no sentirse tan vulnerable.

Notó el húmedo aliento de Alistair un segundo antes de que sus labios le capturasen el pezón. El sonido que salió de la boca de Jessica fue tan desesperado que se negó a creer que había sido ella. Pero cuando su lengua la recorrió, sintió la caricia hasta el interior de su cuerpo y ya no le importó si sonaba desesperada.

Levantó una pierna y la colocó alrededor de una de las botas de él, moviéndose sensualmente bajo su peso. Alistair se le había metido bajo la piel varios años atrás y por fin estaba satisfaciendo el anhelo que había creado dentro de ella.

Sus hábiles labios se apartaron, dejándola desnuda.

—Quédate quieta —le ordenó con voz ronca.

Estaba sonrojado y le brillaban los ojos casi como si estuviese enfermo.

Estaba tan loco de deseo como ella, que se sentía envalentonada al ver que casi había conseguido hacerle perder el control. Le sonrió como sólo sabe hacerlo una mujer.

—Oblígame.