21

Alistair se paseaba nervioso por delante de la chimenea del salón principal de la mansión que Masterson tenía en la ciudad. Sus relucientes botas se deslizaban en silencio por encima de la alfombra oriental. Tenía las manos entrelazadas en la espalda y le dolían de tan fuerte como apretaba los nudillos.

—La viruela.

—Sí —respondió su madre con la voz marcada por la angustia.

Louisa, la duquesa de Masterson, estaba sentada en una silla de madera tallada, con la espalda dolorosamente erguida. Todavía tenía el pelo tan oscuro como Alistair, sin ninguna veta plateada, pero su rostro evidenciaba tanto su edad como el dolor que sentía por haber sobrevivido a tres de sus cuatro hijos.

El retrato de ella que había encima de la repisa de la chimenea era más alto y ancho que Alistair y presidía la estancia. Una versión más joven de la duquesa sonreía a los que lo contemplaban, con unos ojos azules que permanecían ignorantes de las tragedias que estaban por venir.

Alistair no tenía ni idea de qué decir. Sus tres hermanos estaban muertos y el dolor le oprimía el corazón como si fuese una losa muy pesada. Igual que el título que acababa de recibir, algo que él nunca había deseado.

—No lo quiero —dijo con voz ronca—. Dime cómo puedo salir de ésta.

—No puedes.

Miró a su madre. Masterson estaba en casa y, sin embargo, era ella la que tenía que enfrentarse sola a aquella horrible situación, porque su querido esposo no podía soportar ver a su hijo bastardo sabiendo que ahora sería él quien heredaría el título.

—Él podría contar la verdad sobre mi nacimiento —sugirió Alistair—, así se abriría la línea sucesoria.

La mujer se llevó un pañuelo a los labios y lloró, un sonido gutural que se clavó en las entrañas de su hijo como unas garras.

—Si ni siquiera es capaz de mirarme. Seguro que él también quiere encontrar la manera de librarse de esto.

—Si hubiese una alternativa con la que pudiese vivir, sí, lo haría. Pero no quiere pasar por la humillación de reconocer que le fui infiel y el siguiente en la línea sucesoria es un primo muy lejano cuya valía es más que cuestionable.

—No quiero nada de todo esto —repitió Alistair con el estómago revuelto.

Él quería viajar y vivir mil aventuras con Jessica. Quería hacerla feliz y llenarle la vida de retos y de libertad, para eliminar así la opresión a la que se había visto sometida de niña y de joven.

—Serás uno de los hombres más ricos de Inglaterra…

—Te juro por Dios que jamás tocaré ni uno de los preciosos chelines de Masterson —aseguró, hirviéndole la sangre sólo con oír la sugerencia—. No tienes ni idea de las cosas que he hecho para ser solvente. Él apenas me ayudó cuando más lo necesitaba. ¡Y maldito sea si voy a aceptar ahora su dinero!

Louisa se puso en pie y apretó nerviosa el pañuelo que tenía entre las manos. Las lágrimas resbalaban sin control por sus mejillas.

—¿Y qué quieres que haga? No me arrepiento de tu nacimiento. Si pudiera volver atrás en el tiempo, no te daría a otras personas. A cambio de tenerte en mi vida tuve que asumir este riesgo y Masterson lo asumió conmigo. Por mí. Tomamos esta decisión juntos y los dos afrontaremos las consecuencias.

—Y, sin embargo, estás aquí sola.

—Fue mi decisión —lo corrigió ella, irguiendo el mentón—. Son mis consecuencias.

Alistair se apartó de la chimenea y se acercó a su madre. El techo estaba a unos nueve metros por encima de sus cabezas, la pared más cercana estaba también a varios metros de distancia. Todas las residencias de Masterson consistían en esas estancias cavernosas repletas de muebles y de las obras de arte que se habían ido acumulando a lo largo de los siglos.

Alistair sintió que las paredes se cerraban a su alrededor y le oprimían el pecho.

Él jamás se había sentido conectado a nada de lo que había en esas casas, nunca se había sentido orgulloso de formar parte de aquella familia. Ni siquiera había tenido la sensación de formar parte de ella. Aceptar ese título sería como llevar una máscara. Él ya había fingido ser otra persona una vez para sobrevivir, pero ahora le gustaba ser quien era. Le gustaba ser el hombre al que Jessica amaba incondicionalmente.

—Fue tu decisión —repitió él en voz baja, sintiéndose como el impostor que le pedían que fuese—, pero soy yo el que va a tener que pagar las consecuencias.

Jessica se quedó como invitada en la casa de Regmont y no pegó ojo en toda la noche. Los pensamientos no paraban de agolparse en su mente y su corazón se rompía una vez tras otra.

Ahora Alistair era el marqués de Baybury. Y en el futuro, algún día, se convertiría en el duque de Masterson. Ambos títulos conllevaban mucho poder y enorme prestigio y, al mismo tiempo, un sinfín de obligaciones.

No podía casarse con una mujer estéril.

Tanto en el Aqueronte como en la isla, los dos dormían hasta tarde, sin embargo, al segundo día después de su llegada a Londres, Alistair fue a verla a las ocho de la mañana.

Jessica ya estaba vestida, lista para recibirlo, porque sabía que iría a verla en cuanto pudiese. Y sabía que tenía que ser fuerte por los dos.

Bajó la escalera con tanta dignidad como le fue posible, teniendo en cuenta que se sentía a punto de morir. Cuando llegó al primer rellano, vio a Alistair esperándola en el vestíbulo con una mano en el poste del comienzo de la escalera y un pie sobre el peldaño. Todavía llevaba puesto el sombrero e iba vestido de negro de la cabeza a los pies. Su rostro reflejaba la misma desesperación que sentía ella.

Abrió los brazos al verla y Jessica corrió a esconderse dentro de ellos, bajando los últimos escalones a toda prisa y lanzándose contra él. Alistair la cogió sin ninguna dificultad y la abrazó con todas sus fuerzas.

—Lamento tu pérdida —le dijo ella, masajeándole la nuca con los dedos.

—Y yo lamento mi ganancia.

Tenía la voz fría y distante, pero su abrazo no lo era. Apoyó la frente en la de Jessica y la sujetó como si no quisiera soltarla nunca.

Tras un largo rato, dejó que ella lo llevase a un salón. Ambos se quedaron de pie, el uno frente al otro. Él parecía cansado y mucho mayor de lo que era.

Se pasó la mano por el pelo y suspiró, frustrado.

—Me parece que estamos atrapados.

Jessica asintió y se tambaleó hasta la butaca más cercana. Tenía el corazón tan acelerado y errático que estaba incluso mareada. Estamos, había dicho Alistair, tal como ella había sabido que haría. Se desplomó en el orejero y tomó aire.

—Estarás muy ocupado.

—Sí, maldita sea. Ya ha empezado. En cuanto Masterson se enteró de que había vuelto, empezó a llenarme de cosas para hacer. No tengo ni un cuarto de hora para mí mismo durante los tres próximos días. Dios sabe si me dejarán ir al baño.

A Jessica le dolió el corazón por él. Alistair odiaba el camino que lo estaban obligando tomar, a pesar de que estaba más que preparado para ello. Tenía una mente brillante para los negocios y una presencia que se ganaba el respeto de los mejores hombres.

—En un abrir y cerrar de ojos lo tendrás todo bajo control y funcionando como la seda. La gente no tendrá más remedio que admirarte.

—No me importa lo más mínimo lo que piense él de mí.

—No me estaba refiriendo a Masterson, pero, sea como sea, sí te importa lo que piense tu madre y a ella le importa lo que piense Masterson. Tu madre te quiere y luchó por ti…

—No lo suficiente.

—¿Y cuánto es suficiente?

Alistair la miró como si tuviese ganas de pelea y ella le sostuvo la mirada.

Entonces, él gruñó con frustración.

—Dios, te echo de menos. Detesto tener que esperar a que sea una hora en concreto para poder verte y detesto tener que pasarme horas tumbado en la cama sin ti a mi lado. Echo de menos que me escuches y todos tus consejos.

A Jess le escocieron los ojos. Alistair parecía tan cansado, tan desanimado y tan solo. Se había quitado el sombrero y lo apretaba entre las manos sin dejar de darle vueltas una y otra vez.

—Siempre estaré disponible para ti.

—Sé que es lo que querías —le dijo él con la voz entrecortada—, pero no puedo esperar. Puede llevarme meses abrirme paso por el laberinto en que se ha convertido mi vida y no puedo concentrarme en nada si lo único que sé es que me muero de ganas de estar contigo. He venido a pedirte que te cases ya conmigo.

Jessica cruzó las manos encima del regazo. El dolor que sentía en el pecho era pura agonía y la estaba debilitando.

—Eso no sería lo más inteligente.

Alistair se detuvo en seco y entrecerró los ojos.

—No me hagas esto.

—Ya sabías que lo haría. Por eso estás tan nervioso y por eso has venido a verme en cuanto ha salido el sol. —Soltó el aire que tenía en los pulmones—. Pero necesitas que haga esto para poder seguir adelante.

—¿Hacer qué, Jessica? —le preguntó con una voz peligrosamente baja—. Dímelo.

—Darte tiempo para que te acostumbres a ser la persona que vas a tener que ser de aquí en adelante.

—Sé lo que quiero.

—Sabes lo que querías —lo corrigió ella—, pero ahora debes tener muchas más cosas en cuenta. ¿Cómo encajarás todas las piezas? Quizá algunas se sobrepondrán a las otras. Y quizá otras quedarán obsoletas. Todavía no lo sabes y no lo sabrás hasta que te hayas sumergido en tu nueva vida.

—No —replicó él, temblando de lo furioso que estaba—. ¡No te atrevas a sentarte ahí y decirme que quieres acabar nuestra relación, con la misma voz con que me ofrecerías una taza de té, cuando en realidad me estás arrancando el corazón!

—Alistair… —Le tembló el labio inferior y se lo mordió hasta que notó el sabor de la sangre.

—Tienes miedo —la acusó él.

—¿Y tú no? Lo peor que puedes hacer en este momento es tomar una decisión precipitada.

Alistair resopló.

—Tú tampoco puedes vivir sin mí, Jess.

No podía. Y ella lo sabía. Y esperaba no tener que hacerlo. Pero ambos tenían que estar seguros.

—Hester me necesita. No puedo dejarla.

—Y a mí sí.

—Tú eres mucho más fuerte que ella.

—Pero ¡te necesito! —exclamó, pronunciando cada sílaba—. Ella tiene a Regmont y a Michael, y a ti también. Yo sólo te tengo a ti. Eres la única que se preocupa por mí; la única que antepone mi felicidad a todo. Si me dejas, Jess, me quedaré sin nada.

—Yo jamás te dejaré —susurró ella—. Pero eso no significa que tengamos que estar juntos.

Sabía que Alistair podía ver en su rostro todo lo que sentía, que respiraba sólo por él. Pero se suponía que el amor era generoso, a pesar de que el propio Alistair afirmase lo contrario. Si contraían matrimonio, la relación entre él y su madre empeoraría drásticamente y ella era la única persona aparte de Jess que lo quería de verdad.

Si él estaba dispuesto a correr ese riesgo, ella lo correría con él, pero en aquel instante, Alistair todavía no había asimilado la gravedad del asunto. Había empezado a correr sin pensar, dispuesto a plantarle cara a un futuro que no era el que deseaba.

—Jess. —Su mirada era tan dura como una piedra preciosa—. En cuanto te vi, supe que eras mía. A pesar de lo joven que era, no tuve la menor duda. Nunca me he casado y no me he planteado, ni siquiera por un segundo, la posibilidad de hacerlo con la hija de un comerciante o de un terrateniente, ni con ninguna de las herederas que me han presentado a lo largo de los años y cuyas alianzas me habrían resultado muy beneficiosas. Las he rechazado a todas porque estaba convencido de que algún día estaría contigo. Ni siquiera podía soportar la idea de que no llegase a ser así. Te habría esperado veinte años. El doble incluso. No puedes pedirme que continúe con mi vida sin la posibilidad de que tú estés en ella. Más me valdría estar muerto.

—No me malinterpretes. —La voz de Jessica ganó convicción—. No voy a irme a ninguna parte. No buscaré a otro. Estaré aquí con Hester.

—¿Esperándome?

—No, no puedo. Eso te retendría. —Empezó a quitarse el rubí que llevaba en el dedo y sintió como si le atravesasen el corazón con una daga.

—Para. —Alistair soltó el sombrero y le cogió la mano antes de que Jessica pudiese quitarse el anillo. Volvió a colocárselo con la frente apoyada en la de ella. Con la respiración entrecortada, dijo—: Házmelo entender.

—Antes tengo que contarte qué es lo que entiendo yo. —Se aferró a su mano y rezó para que Alistair absorbiese su fuerza y el amor que sentía por él—. He pensado en cómo me sentiría si me viese obligada a renunciar a ti para proteger a un ser querido y lo injusto que sería que Hadley se beneficiase de mi sacrificio.

—No voy a renunciar a ti, Jess. No puedo y no voy a hacerlo.

—Chist… He deducido muchas cosas de lo que no me has contado de tu madre y de Masterson. Me imagino lo que tienes que haber pasado; vivir en medio de una falsa aceptación y rodeado constantemente por sus comentarios dañinos y despectivos. Masterson nunca ha permitido que tu madre olvidase el error que cometió ni el precio que ha tenido que pagar él por ello, ¿no es así? Y ella se ha pasado la vida sintiéndose culpable y arrepintiéndose de haberlo hecho. Ha dejado que Masterson la hiriese a diario porque cree que ésa es su penitencia. Y tú lo has presenciado todo y también te sientes culpable y arrepentido.

—¿Y todo esto lo has deducido? —Le tocó la mandíbula con ternura.

—Eres muy protector con tu madre, aunque hacerlo te perjudique. Uno no protege algo que no cree que corre peligro.

Alistair le pasó el pulgar por la mejilla.

—Mi madre es muy fuerte y decidida, excepto cuando el asunto tiene que ver conmigo.

Jessica inclinó la cabeza en busca de más caricias.

—No es por ti, amor mío. No es culpa tuya. Piénsalo detenidamente… Existen muchas maneras de prevenir un embarazo, tanto para un hombre como para una mujer. Si tu madre sólo hubiera estado satisfaciendo una necesidad, ¿no crees que habría tomado las medidas pertinentes? ¿O su amante?

—¿Qué estás diciendo?

—Que quizá tu madre vivió una gran aventura. Una pasión descontrolada. Quizá se sintió tan atraída por alguien que perdió momentáneamente la razón. Quizá por eso se siente tan avergonzada.

—Mi madre ama a Masterson, aunque sólo Dios sabe por qué.

—Y yo te amo a ti sin reservas, de un modo como nunca había amado a nadie. Pero en un par de ocasiones perdí la cabeza con Tarley; había veces en que creía que me volvería loca si no me tocaba.

Alistair le puso un dedo en los labios para silenciarla.

—No digas nada más —le pidió con la voz rota y la mirada triste.

—Tú también sabes que se puede sentir mucho placer sexual sin amor. Y si estoy en lo cierto, eso explicaría por qué tu madre necesita hacer penitencia. —Le sujetó la muñeca de la mano con que la acariciaba y se la apretó para darle ánimos—. También es posible que, sin decírselo a nadie, tu madre tuviese ganas de volver a concebir. Quizá intentó conseguirlo con Masterson durante un tiempo, antes de que él le comunicase su decisión de mirar hacia otro lado si quería serle infiel y puede que eso a ella la hiciera sentir menos mujer. Quizá se preguntó si su marido no se excitaba por su culpa. Hay muchos motivos que justificarían el conflicto constante que has presenciado entre tu madre y él. Y ninguno tiene nada que ver contigo.

Alistair se quedó mirándola y comprendió por qué Jessica podía identificarse con su madre. Ella también se había sentido inadecuada durante mucho tiempo.

—No es por ti —le repitió—. Pero tú te sientes responsable y te has pasado la vida esforzándote por estar lejos de la vista de tu padre y por no ser una carga. Y ahora tienes que convertirte en el bastión de una familia de la que no sientes que formas parte. Y, además, se supone que tendrás que sacarla adelante. Y en ese sentido yo no te sirvo de nada.

—No. —Alistair la besó en la frente—. Ni se te ocurra hablar de ti de esa manera.

—Ser estéril me causó mucho dolor en el pasado. Pero Tarley y yo sabíamos que teníamos a Michael y a los hijos que él tuviese en el futuro. Pero tú no tienes a nadie que pueda llevar esa carga, porque, si lo hubiera, no estarías aquí.

—No soy un maldito mártir, Jess. Ya he sacrificado todo lo que estaba dispuesto a sacrificar por esta farsa. No voy a renunciar a ti. Ni por esto ni por nada del mundo.

—Y yo no soportaría perderte por culpa de los remordimientos. Prefiero renunciar a ti ahora, amándonos los dos, que dentro de unos años, cuando la infelicidad de tu madre y tu sentido de la responsabilidad se interpongan entre nosotros.

—¿Y qué quieres que haga? —Los ojos se le oscurecieron—. Si no puedo tenerte a ti, no quiero a nadie. Y de ese modo nadie consigue lo que quiere.

—Pon al día tus asuntos y recupera la calma. Vive la vida que acabas de heredar. Acostúmbrate a ella y ordena tu mente. Y si después de todo eso me sigues queriendo y si tu madre puede darnos su bendición sin reservas, ya sabes dónde encontrarme.

Alistair la besó con ternura, pegando los labios a los de ella. Y cuando se apartó, la miró con los ojos entrecerrados, con las pupilas dilatadas de deseo. En aquel momento, su rostro era la viva imagen de la masculinidad y del tormento.

—Yo me ocuparé de esto mientras tú te ocupas de tu hermana. Pero date prisa. No tardaré en venir a buscarte y será mejor que estés preparada, Jess, y que sigas llevando mi anillo, porque entonces no podrás detenerme. Te arrastraré hasta Escocia encadenada si hace falta.

Y se fue sin decir nada más. Llevándose, como siempre, el corazón de Jessica consigo.

Jess todavía estaba en el salón cuando apareció su hermana, tres horas y tres copas de clarete, más tarde.

—Me han dicho que Baybury ha venido a verte esta mañana —murmuró Hester.

Sin darse cuenta, ella hizo una mueca de dolor al oír el título de Alistair, pero asintió y tomó otra copa.

Su hermana se detuvo junto a la mesa y miró a Jess con el cejo fruncido.

—¿Clarete para desayunar?

Ella se encogió de hombros. Había empezado a beber de pequeña, cuando la cocinera cogió la costumbre de echarle unas gotas de coñac al té para que no le doliese tanto el cuerpo y pudiera dormirse. No tardó en deducir que el alcohol también amortiguaba el dolor emocional.

Durante los primeros años de su matrimonio, apenas había sentido la necesidad de beber, pero cuando la tuberculosis clavó sus garras en los pulmones de Benedict, volvió a buscar consuelo en la botella y no la había abandonado desde entonces.

Hester se sentó en el sofá, a su lado.

—Jamás te había visto tan melancólica y no hay ningún motivo que justifique beber a primera hora de la mañana.

—No te preocupes por mí.

—¿Te ha dejado, Jess? —le preguntó su hermana con delicadeza.

No era de extrañar que dedujese eso, pues era, sin duda, la opción más lógica. Al fin y al cabo, las había educado el mismo hombre. Las esposas de un noble sólo sirven para darle herederos; cuantos más, mejor.

Jess alargó la mano para coger la de su hermana y se la apretó.

—No. Y no va a dejarme. Me ama demasiado.

—Entonces, ¿por qué tienes la misma cara que tenías cuando Temperance murió? ¿Acaso quiere retrasar la boda?

—Todo lo contrario, ha venido a pedirme que me fugue con él para casarnos en Escocia.

—¿Y te has negado? ¿Por qué? —Le brillaron los ojos—. ¡Dios santo…, dime, por favor, que no te has quedado por mi culpa! No podría soportarlo. Ya has sacrificado demasiadas cosas por mí.

—Lo he hecho por él, porque es lo mejor para Alistair. Necesita tiempo para pensar, a pesar de que ahora se niega a reconocerlo. El hombre con el que yo quería casarme ya no existe. Va a tener que convertirse en un hombre nuevo con necesidades distintas y con objetivos que yo nunca podré hacer realidad. Es el Alistair de antes el que se aferra a mí con uñas y dientes. Y por eso le he pedido que se acostumbre a su nueva vida. Si el hombre nuevo me sigue queriendo y amándome de todo corazón, sin remordimientos y sin recriminaciones, entonces podremos ser felices y estaré encantada de casarme con él. Pero no puede decidirlo aún. Él todavía cree que es Alistair Caulfield.

—Volverá a por ti, ¿no?

A Jessica le dio un vuelco el corazón.

—Estoy segura. Hace mucho tiempo que me desea, desde antes de que me casara con Benedict.

—¿De verdad? —Hester se secó las lágrimas—. Me parece increíblemente romántico.

—Él lo es todo para mí. No puedo explicarte todo lo que ha hecho…, cómo me ha cambiado. Me conoce tan bien como tú. Todos mis secretos, mis miedos y mis esperanzas. No tengo que esconderle nada y no tengo motivos para querer hacerlo. Me acepta con mis defectos y con mis errores y está convencido de que son éstos los que nos han unido.

—¿Y qué me dices de sus errores?

A Jess le resultó muy revelador que su hermana le hiciese precisamente esa pregunta.

—Ha cometido muchos, como sabe todo el mundo, y se esfuerza mucho por contármelos.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Me dijo que quería que lo supiese todo desde el principio, antes de que nuestros sentimientos fuesen a más y de que la posibilidad de separarnos fuese demasiado dolorosa.

Las buenas intenciones de Alistair al final no habían servido de nada.

Hester adoptó una expresión nostálgica.

—Jamás habría dicho que Alistair Caulfield pudiese ser tan…

—¿Maduro? —Jess sonrió con tristeza—. Sus circunstancias han sido más duras de lo que se imagina todo el mundo. Su madurez proviene del cinismo y del hastío. Es mucho más adulto de lo que corresponde a su edad.

—¿Qué harás ahora?

—Voy a dedicarme en cuerpo y alma a cuidarte. Y retomaré mi vida social. —Impaciente, se puso en pie—. Necesito vestidos nuevos.

—Tu período de luto ha terminado.

¿De verdad? Quizá el duelo seguía, pero ya no por su marido.

—Sí. Ha llegado el momento.

—Ha llegado el momento —repitió Hester.

Jess miró la botella que había encima de la mesa y sintió un cosquilleo en la punta de los dedos de las ganas que tenía de cogerla. También iba a tener que ponerle fin a esa dependencia. No tenía derecho a pedirle a Alistair que hiciese frente a sus demonios mientras ella seguía aferrándose a los suyos.

—Tenemos que desayunar bien y coger fuerzas si queremos hacer todas las compras que tengo en mente.

Hester se puso en pie como si fuese un espectro.

—Me encantaría verte con un vestido color granate.

—Rojo. Y también dorado.

—Increíble —dijo su hermana—. Seguro que a padre le daría una apoplejía.

Jess estuvo a punto de reírse al imaginárselo, pero Hester suspiró y se desplomó encima de ella. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su hermana cayese inconsciente al suelo.