14

Jess se despertó al notar unos dedos firmes deslizándose por su antebrazo. Estaba tumbada boca abajo y tenía un brazo por encima del torso de Alistair. Le dolían algunas partes del cuerpo y se sentía como si hubiese estado practicando sexo durante horas.

Se quedó allí tumbada largo rato, intentando asimilar lo raro que era despertarse con un hombre a su lado. Era sorprendentemente agradable y reafirmaba la sensación de intimidad que se había creado entre ambos mientras hacían el amor.

Fuera estaba oscureciendo. Los rayos de sol que antes se habían colado por el ojo de buey se veían ahora apagados. Habían pasado varias horas y varios orgasmos. Jessica no sabía que su cuerpo fuese capaz de alcanzar el placer una vez tras otra con tanta facilidad, ni tampoco que un hombre pudiese tener tanta resistencia.

Aunque en alguna ocasión Benedict la había poseído más de una vez la misma noche, siempre pasaban horas entre un encuentro y el siguiente. Alistair en cambio no tenía que esperar demasiado para recuperarse… apenas unos minutos. Él le había dicho que era porque estaba con ella, por lo mucho que la deseaba. Claro que también era más joven que Benedict. Más joven que ella… pero Jessica se negó a pensar en eso.

La mayor revelación de esa noche era que ya no le daba miedo la intensidad de los sentimientos de Alistair. ¿Cómo podía temerlo si ella sentía exactamente lo mismo? Esa gratitud de la que le había hablado Beth era tan sólo una pequeña parte de las docenas de emociones que experimentaba en su interior. El afecto que sentía por el hombre que estaba tumbado a su lado era tan intenso que se le hizo un nudo en la garganta.

Se movió y colocó una pierna encima de la de él y le dio un beso en el brazo. Alistair gimió satisfecho.

—Si hubiese sabido —empezó a decir él con los ojos brillantes— que el sexo iba a relajarte tanto, te habría llevado a la cama mucho antes.

—¿Te parece que esperar dos semanas es mucho? —le preguntó ella, sorprendiéndose a sí misma de lo rápido que Alistair se le había metido bajo la piel.

—Han pasado varios años antes de estas dos semanas. —Le cogió la mano que ella tenía encima de su torso y le besó los nudillos—. ¿Qué ha pasado para que dejases de resistirte y para hacerte cambiar de opinión?

—Digamos que no comprendía todos los aspectos de nuestra relación. Cuando pensaba en nosotros, sólo lo veía como una complicación innecesaria. No tenía ni idea de que tener una aventura fuera lo más natural para una viuda, parte del proceso de curación, para que pueda seguir adelante con su vida sin su esposo.

La mano que sujetaba la suya se tensó levemente.

—¿Y eso lo has descubierto hoy?

Jess asintió y se le acercó más, hasta que tuvo la mitad del cuerpo encima de él. Se sentía cómoda con Alistair. Segura. Libre.

—Ahora estoy preparada para disfrutar de ti sin reservas, porque sé que cuando llegue el momento de separarnos ambos nos alejaremos sintiendo cariño por el otro. Y yo seré más fuerte gracias a esta experiencia.

—Así que voy a ser una experiencia —dijo como si lo estuviese pensando—. ¿Y cuándo prevés que llegará el momento de separarnos?

—No tengo la menor idea —contestó ella, encogiéndose de hombros—. Y la verdad es que ya no me preocupa.

Ya había cambiado mucho gracias a él, en más de un sentido. Alistair no iba a ser sólo una experiencia para ella, sino toda una aventura, tan llena de posibilidades como lo era su viaje a las Antillas.

—¿Y si a mí me preocupa? —murmuró él.

Su tono pesó sobre sus palabras. A Jessica le dolió, pero se esforzó por ocultárselo. No era culpa de Alistair que ella no supiese cómo tener una aventura, y no quería que él se arrepintiese de nada.

—No finjas. Ambos sabemos que tú te cansarás antes de mí.

—A ver si lo he entendido bien, ¿seguirás siendo mi amante hasta que uno de los dos deje de desear al otro?

—Tú conoces las reglas de una aventura mejor que yo.

Alistair la tumbó en la cama con suma agilidad y economía de movimientos. Se cernió encima de ella, le separó las piernas y se colocó en medio. El olor de su piel, mezclado con la fragancia de ella, era estimulante.

—Eres consciente de que has vuelto a retarme, ¿no? —le preguntó con voz ronca—. A que me quede contigo para siempre.

Jessica se lo quedó mirando; adoraba aquellos mechones de pelo negro que le caían por la frente y que lo hacían parecer atrevido y pecaminoso. Levantó una mano y le acarició el arco de una ceja con un dedo.

—No tardarás en aburrirte de tener una amante tan aduladora, estoy segura.

Con un movimiento de caderas deliberadamente lento, colocó la punta de su miembro ante la entrada del sexo de ella y empujó un poco hasta deslizarse en su interior. Jess todavía estaba húmeda del semen de él, llena. Sin embargo, quería más. Le daba miedo lo mucho que lo deseaba.

Alistair movió una mano entre los dos hasta encontrarle el clítoris, que acarició con sumo cuidado. Jessica suspiró entre dientes y casi gimió. Estaba cansada y dolorida, pero no le importaba. Necesitaba entregarse a él y sentir el placer que parecía tan empeñado en darle. Necesitaba olvidar aquella conversación acerca de que lo suyo terminaría, pues tan sólo estaba empezando.

La boca de Alistair se detuvo sobre la suya, sus sensuales labios esbozaron una sonrisa que no le suavizó la mirada.

—Te reto a que me lo demuestres.

Se agachó y la besó, haciéndola gritar de placer al recibir su repentina invasión. Alistair había tenido mucho cuidado antes, le había dado tiempo para que procesase todo lo que estaba sucediendo antes de hacer algo más. Jessica sintió que esta vez en cambio iba a poseerla del todo, a hacerla irremediablemente suya. Se movió debajo de él e intentó acomodarse a la erección que la había penetrado tan profundamente.

—Adúlame —la desafió algo enfadado—. Agasájame con tus atenciones y verás qué pasa.

Jess iba a decirle que no tenía intenciones de hacer que él la dejase antes de tiempo, pero Alistair empezó a moverse de manera mucho más agresiva que la vez anterior. Más duro. Acertaba con cada acometida, su magnífico pene acariciaba todas las terminaciones nerviosas de Jessica y le ponía la piel de gallina. Le clavó las uñas en la espalda para acercarlo más.

Él le besó la frente y luego restregó una mejilla con la de ella, mezclando sus sudores.

—Esta vez —le susurró—, voy a follarte, Jess. Voy a follarte del modo en que necesito hacerlo desde hace años.

La crudeza del lenguaje contradijo la ternura con que la besó. El deseo de Jessica se agudizó. Alistair le cogió la parte trasera de una rodilla y le levantó una pierna, abriéndola todavía más. Su siguiente acometida consiguió arrancarle un gemido, tuvo la sensación de que la penetraba tanto que el placer rozaba el dolor. Se mordió el labio para no volver a gritar.

—Déjame oírte —pidió él.

Apoyó las palmas en el colchón para sostener el peso de su cuerpo al tiempo que mantenía las caderas elevadas, una postura que le proporcionaba gran libertad de movimiento. Con la pierna de Jessica rodeándolo y la pelvis levantada, ella no tenía defensa posible. El miembro de Alistair entraba y salía con suma velocidad, sus caderas se levantaban y bajaban, el pesado escroto la golpeaba a un ritmo sumamente erótico.

—Dime lo mucho que te gusta —le pidió él—, lo bien que te hace sentir…

Suaves gemidos de placer escaparon de los labios de ella. El enorme cuerpo de Alistair la cubrió como un manto, la dominó e hizo que le fuese imposible ser consciente de nada excepto de él. Todo aquello a lo que Jessica se había aferrado desapareció y sólo quedó el deseo, la ardiente necesidad de entregarse a aquel hombre que la estaba marcando como suya.

—Jess… —gimió él. Le cayeron gotas de sudor de la frente al mover las caderas—. Nunca me cansaré de esto. Ni de ti. Dios mío… No creo que pueda parar.

—No pares. —Le rodeó la cintura con la pierna que tenía libre y también intentó hacerlo suyo acompasando sus movimientos a los de él—. No pares.

El sexo de Jessica se contrajo con desesperación, el orgasmo la recorrió con lenguas de fuego y el placer que sintió rompió el caparazón en el que llevaba viviendo toda la vida. La violencia con que Alistair le estaba haciendo el amor la sacudió por dentro y la dejó indefensa frente a él, dispuesta a entregarle las emociones que llevaba tanto tiempo ocultando.

Jessica notó que se derrumbaba y, de repente, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Alistair la observó mientras se rendía entre sus brazos, sus ojos azules brillaron fervientemente en medio de la penumbra. Jessica se estremeció al alcanzar el clímax y gimió cuando él movió las caderas para aplicar la presión exacta en su clítoris y hacer que el orgasmo siguiese y siguiese.

Le rodeó la nuca con los brazos y se incorporó en busca de la conexión que necesitaba; un beso largo y apasionado. Los labios de su sexo se contrajeron alrededor del pene de él, incitándolo a que siguiera moviéndose.

Alistair le soltó la pierna y le pasó los brazos por debajo de su cuerpo para abrazarla. Acercó los labios a una de sus mejillas y ella notó su acelerada y ardiente respiración pegada a la oreja.

—Me toca a mí —susurró él guturalmente, sujetándola por los hombros y acometiendo con fuerza—. Abrázame.

Jess hundió el rostro en el torso cubierto de sudor de Alistair y lo abrazó. Sintió su cuerpo moviéndose con el suyo. La dulce fricción de su pene amenazó con volver a llevarla al límite, pero se resistió, porque quería notar lo que sentía él al alcanzar el orgasmo. Se había pasado la tarde dedicado a ella, manteniendo bajo control al animal que él sabía que habitaba en su interior. Y ahora, por fin, su famosa voluntad de hierro parecía haber perdido la batalla contra una pasión tan feroz que era imposible que no ocultase una emoción tan intensa como la que Jessica sentía.

Notó que se tensaba y lo vio apretar los dientes para intentar contenerse.

—Córrete dentro de mí —le pidió, rindiéndose a los embates de sus caderas y de su pene. Las reservas que había tenido se habían convertido en ceniza con el juego de la pasión de Alistair y ahora sólo quedaba una mujer lo bastante valiente, y lo bastante atrevida, como para decir las palabras que sin duda lo llevarían a la locura—: Me gusta tanto…, tanto…

—Maldita sea —masculló él, excitándose todavía más.

El primer chorro de semen la hizo gemir de placer. Alistair se tensó y se estremeció con cada eyaculación, cerrando los puños sobre las sábanas a ambos lados de la cabeza de Jessica.

Eyaculó durante mucho rato, sin dejar de gemir el nombre de ella, frotando el rostro y el torso con los suyos, como si quisiese marcarla con su olor.

Jess lo entendió y lo abrazó mientras Alistair se rompía en mil pedazos, igual que había hecho él antes con ella; una ancla en medio de la tormenta.

Los dedos de Alistair se pasaron nerviosos por encima de la mesa de madera del camarote principal, incapaz de apartar la mirada de Jess, mientras ésta hablaba con el capitán durante la cena.

Llevaba un vestido de cuello alto para ocultar su mordisco, y el tono entre morado y gris de la prenda le recordó a Alistair su estado de viudedad.

Tal como él había anticipado, tenía cara de haber echado un polvo, con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados por los besos. Le brillaban los ojos y tenía la voz ronca y los normalmente expresivos gestos de sus manos y de sus brazos estaban ahora impregnados de cierta sensualidad. Nunca la había visto tan relajada y hermosa y, sin embargo, la satisfacción que debería sentir por ser el artífice de tal logro estaba empañada de preocupación.

Estaba loco por ella, enamorado como no lo había estado nunca de ninguna mujer, mientras que ella parecía encontrarse mucho más tranquila y compuesta que él.

Ese día había alterado drásticamente el futuro de Alistair; todo lo que hasta entonces había considerado sagrado —su soltería, su libertad para ir y venir cuando quisiera, poder rehuir a la buena sociedad siempre que se le antojase— acababa de desaparecer. A partir de ese momento, Jessica determinaría el rumbo de su vida, porque él no podía vivir sin ella.

Ese descubrimiento lo sacudió por dentro. Hacía mucho tiempo que sabía que estaban destinados a estar juntos, pero hasta esa tarde no se había dado cuenta de que también estaban destinados a que fuese para siempre.

Soltó el aliento y se pasó una mano por el pelo. Jess lo miró por encima del borde de la copa de vino y frunció el cejo. Él le quitó importancia moviendo impaciente la muñeca.

Había recibido más de lo que esperaba de ella. Su generosidad en la cama iba mucho más allá del regalo que era su cuerpo. Jessica no le escondía nada. Ni las lágrimas, ni las sonrisas, ni los susurros provocativos… En su espalda tenía marcadas sus uñas, pero eran las heridas que le había hecho en el interior las que ahora le escocían. Jessica le había permitido ver todas sus emociones mientras él le hacía el amor y eso lo abría en canal. Y cada vez que ella lo abrazaba con fuerza cuando él estaba a punto de alcanzar el clímax, como si quisiese mantenerlo a salvo, lo desgarraba un poco más.

¿Cómo diablos podía estar allí sentada como si nada después de lo que había sucedido esa tarde? Era como si Jessica no comprendiese las consecuencias de lo que había pasado entre los dos. Pero Alistair sabía que eso no era verdad. Ella no era de la clase de mujer que practica sexo como si nada. Para hacerlo, tenía que sentir una conexión plena, en cuerpo y alma. Debía de estar mucho más afectada de lo que aparentaba, pero su condenada fachada de respetabilidad lo escondía demasiado bien. Y, mientras tanto, él no podía evitar perder los papeles.

Le parecía que las paredes del camarote se iban acercando, se le aceleró la respiración y tuvo calor. Se metió un dedo entre el pañuelo y el cuello e intentó aflojarse el nudo.

La cena duró una eternidad. Alistair rechazó la copa de oporto de rigor y se disculpó en cuanto le fue posible. Esbozó una breve sonrisa en dirección a Jessica y salió huyendo.

Cuando llegó a la cubierta principal, se sujetó a la borda y respiró hondo para ver si el aire del mar conseguía hacerle recuperar la calma.

—Señor Caulfield.

Cerró los ojos al oír su voz. Imágenes de esa tarde se agolparon en su mente y en seguida comprendió su error: Jessica se había metido en su cabeza y no tenía escapatoria.

—¿Sí, Jessica?

—¿Estás…? ¿Va todo bien?

Alistair miró el mar y asintió.

Ella se colocó a su lado y juntos se quedaron observando el reflejo de la luna sobre el agua.

—Has estado muy callado durante la cena.

—Te pido disculpas —contestó automáticamente, algo ausente.

—Preferiría que me dijeses qué es lo que te tiene la mente tan ocupada.

—Tú.

—¡Oh! —Giró el cuerpo hacia él—. Dicho con esta cara de preocupación no parece ningún halago.

—Sólo estoy pensativo —la tranquilizó, aunque tuvo que reconocer, al menos para sí mismo, que sí estaba preocupado. Lo que no era nada propio de él. Durante toda su vida, pasada y presente, había tenido la capacidad de ocultar lo que sentía—. Antes hemos dejado a medias la conversación sobre el altercado que has tenido esta mañana.

Jessica levantó el mentón y respiró hondo.

—No me niego a contestarte —empezó—, pero antes quiero saber una cosa: ¿de verdad quieres que te cuente las desgracias de mi pasado? Te confieso que preferiría que tuvieses una imagen idealizada de mí y no la de una mujer herida y llena de defectos.

—¿Eso es lo único que quieres de mí? —le preguntó entre dientes, rebelándose contra la distancia que los separaba—. ¿Ver sólo la superficie y no conocerme en profundidad?

—No. —Le colocó una mano en el antebrazo.

Alistair se la cubrió al instante con una de las suyas.

Ella lo miró a los ojos.

—Quiero saber muchas cosas de ti. De hecho, quiero saberlo todo.

—¿Por qué?

Jessica frunció levemente el entrecejo. Estaba preciosa a la luz de la luna, su melena rubia parecía plateada y su piel brillaba como las perlas. Poseía una nueva suavidad que Alistair no había detectado antes. Se preguntó si durante la cena ya la tenía y él sólo era capaz de verla entonces porque estaban a solas. La parte de él que era presa de la angustia optó por la segunda opción y su humor empeoró todavía más. Maldito fuese por necesitarla tanto.

—Porque me fascinas —respondió Jessica en voz baja—. Justo cuando creo que te conozco, me muestras otra faceta tuya completamente inesperada.

—¿Como cuál?

Ella entrecerró los párpados y las pestañas le ocultaron los ojos.

—Como cuando te vi llevando el timón. O cuando organizaste el pícnic en cubierta. Y cuando te fuiste de mi camarote la otra noche.

Alistair asintió.

Jessica se mordió el labio inferior, pero dejó de hacerlo al instante, como si se hubiese dado cuenta de que ese gesto delataba sus nervios.

—No sé qué te pasa. ¿Te ha disgustado algo de lo que he hecho? —preguntó ella.

—Si me gustase más de lo que ya me gusta, seguro que perdería la poca cordura que me queda —contestó, y entrelazó los dedos con los suyos.

Jessica respiró varias veces despacio y después de coger aire empezó a hablar:

—Mi padre creía que no pegar a los niños equivalía a malcriarlos.

Alistair se puso tenso.

—¿Ah, sí?

—Digamos que yo no nunca fui malcriada y que no se contuvo a la hora de pegarme. —Se sujetó de la mano de él con más fuerza—. Por eso me altera tanto ver a gente violenta, en especial cuando no están dispuestos a tener consideración con la infancia.

La rabia hizo arder la sangre de Alistair.

—¿Éstas son las consecuencias a las que te referías el otro día? ¿Te pegaban si no te portabas bien? ¿Hadley te pegaba?

—Pensándolo en retrospectiva, supongo que era una niña muy traviesa.

—Aunque fuese cierto, tendría que haber recurrido a la paciencia y no a la violencia. Y tú lo sabes.

—Lo hecho, hecho está —le quitó importancia ella, pero le tembló la voz.

—Pero no está olvidado. —Se acercó más—. Hoy estabas muy alterada. Los malos recuerdos siguen envenenándote la mente.

—En cierto modo sí —asintió Jess, sonriéndole con ternura, lo que hizo que Alistair se sintiese todavía peor—. Pero hoy me he dado cuenta de que soy más fuerte de lo que creía. A pesar de todos los esfuerzos de Hadley por lograr lo contrario, sigo siendo capaz de admirar el modo en que te enfrentas a la vida y los problemas que eso conlleva. Soy capaz de estar contigo sin reservas.

Él sintió una opresión en el pecho.

—Te has entregado a mí en un acto de rebeldía, porque sabes que tu padre jamás lo habría aprobado.

—No, he decidido estar contigo porque ya no me importa lo que hubiese opinado él al respecto. Ya no. No creo que puedas entender lo trascendental que ha sido para mí darme cuenta de esto, descubrir que el control que ejerció sobre mí no fue nunca absoluto y que conseguí mantener intacta una parte de mi individualidad. Y como persona individual, te deseo.

—¿Tiene esto algo que ver con tu teoría de que tomarme como amante te ayudará a aliviar el dolor que sientes por la muerte de Tarley?

Alistair odió oír la rabia que desprendían sus palabras, pero el dolor que le retorcía las entrañas no le permitía actuar como si nada. Al parecer, él encajaba perfectamente en los planes de Jessica, excepto en el único papel que quería desempeñar: el del hombre al que ella le entregara su corazón.

Deseó ser capaz de conformarse con que lo utilizase para superar sus penas, pero ayudarla a olvidar a Tarley y a Hadley no le bastaba. No cuando él había cambiado tan profundamente que había perdido para siempre la posibilidad de seguir viviendo tal como lo hacía antes.

—Alistair… —Jess se dio media vuelta de repente y se sujetó de la borda con la mano que tenía libre. Tenía la espalda completamente rígida y la cabeza bien alta. Había algo inherentemente desafiante en su postura y él la admiró por ello y su cuerpo se excitó—. Tengo la sensación de quieres que diga algo, lo que sea, para tener la excusa de pensar mal de mí y poder alejarte.

¿Alejarse? La idea era sencillamente absurda. Él ya era adicto a la conexión tan pura e inocente que había sentido estando con ella en la cama. No podría dejarla, lo sabía con la misma certeza con que sabía que no podía cambiar su fecha de nacimiento. Se había pasado toda la vida luchando contra la necesidad de depender de alguien, pero ahora ya no tenía escapatoria. Al menos, él no.

—¿Qué crees que puedes contarme que hará que me sienta menos cautivado por ti? Dímelo y así sabré qué tengo que ocultarte para evitar que pierdas interés en mí. Claro que si saber que me prostituí no lo consiguió, tal vez lo único que lo logre sea portarme bien. Quizá sólo te gusto porque soy un indeseable.

—Para —dijo ella entre dientes, fulminándolo con la mirada—. No me gusta el tono con que me estás hablando.

—Me disculpo por ello. ¿Acaso he sido demasiado indeseable para tu gusto? ¿Quieres que tu amante sea sólo un poco maleducado?

Jessica le soltó la mano y se dio media vuelta.

—Te veré mañana, Alistair, y espero que después de dormir un rato estés de mejor humor.

—No quieras librarte de mí —dijo él, luchando contra el impulso de retenerla a la fuerza.

Él jamás haría eso y menos ahora que sabía lo que había sufrido de pequeña.

Ella se detuvo.

—Estás inaguantable. Y te muestras muy cruel. Y ni siquiera sé por qué.

—Yo siempre he creído que podía tener todo lo que me propusiese si trabajaba lo bastante duro. O si hacía los sacrificios necesarios, o si hacía un pacto con el diablo, o si pagaba cantidades escandalosas de dinero… Pensaba que lo tenía todo al alcance de la mano. —Acalló la voz que oía en su mente y que le decía que fuese cauto y que intentase protegerse—. Y ahora tengo delante a la persona que quiero por encima del resto del mundo y sé que no puedo comprarte, ni sobornarte y que tampoco puedo obligarte a aceptarme. No soporto sentirme tan indefenso. Me pone de mal humor y me frustra enormemente.

—¿Qué estás intentando decirme? —le preguntó ella con los labios apretados.

—Quiero que empieces a pensar que nuestra relación es infinita, no finita. Quiero que intentes imaginar una serie inacabable de días como hoy. Mañanas despertándote entre mis brazos. Noches enteras sintiéndome dentro de tu cuerpo. Paseos por Hyde Park y valses delante de la flor y nata de la alta sociedad.

Jessica se llevó una delicada mano al cuello.

—Serías muy desgraciado.

—Sin ti, sí. —Alistair se cruzó de brazos. La brisa del océano le alborotó el pelo. Ahora era él quien se sentía desafiante y rebelde—. Siento no haberte dicho esto al principio. Sé que dije que nuestra aventura tenía fecha de caducidad y que ésta no tardaría en llegar. Pero mis intenciones, mis necesidades, han cambiado.

—No estoy segura de comprender cuáles son esas intenciones —dijo Jessica con cautela—. ¿Qué me estás pidiendo exactamente?

—Antes has dicho que ya no te preocupa saber cuándo va a acabar lo nuestro, pero en el fondo sigues pensando que el final es inevitable. Me gustaría que creyeses que es evitable.

—Creía que ambos estábamos de acuerdo en que seríamos amantes hasta que uno de los dos se cansase del otro. ¿Qué más podemos hacer?

—Podemos esforzarnos para que esto —señaló impaciente entre los dos— funcione, en vez de permitir que se marchite hasta desaparecer. Cuando surja un problema, podemos solucionarlo. Y si la atracción que sentimos empieza a apagarse, podemos buscar modos de reavivarla.

Jessica se humedeció los labios.

—¿Y cómo lo llamaríamos?

Alistair hizo a un lado la ansiedad que amenazaba con dejarlo sin voz.

—Creo que lo llaman noviazgo —contestó como si nada.