5
—¡Izad las velas!
Beth levantó la vista hacia el puente de cubierta como si pudiese ver algo en medio de tanta actividad.
—Dios, ¿qué significa eso?
Jess dejó el libro que estaba leyendo y frunció el cejo. Era media tarde y se había quedado en el camarote para seguir pensando en la creciente fascinación que sentía por Alistair Caulfield. Le daba un poco de miedo ese constante descubrimiento de un hombre por el que se sentía innegablemente atraída. Un hombre tan alejado de la vida para la que a ella la habían educado que no sabía cómo podría ser nada más que un placer transitorio. Esa fascinación podría por tanto resultar peligrosa, teniendo en cuenta que el bien más preciado de Jessica era su reputación.
Pero aunque poseyese la naturaleza adecuada para ello, Jess jamás podría ser la amante de ningún hombre. Los conocimientos que tenía del arte del flirteo y de la seducción eran prácticamente inexistentes. Su padre la comprometió con Tarley antes incluso de presentarla en sociedad y ella no tenía ni idea de cómo hacía la gente para tener aventuras clandestinas. ¿Cuántas terminaban llevándose a cabo en glorietas? ¿Cuántos amantes prohibidos se cruzaban en público sin dirigirse una mirada o una sonrisa, o la más leve muestra de afecto? ¿Cómo podía tener nadie una aventura sin convertirla en algo rastrero? Jess no entendía que alguien pudiera hacerlo y no sentirse sucio por haberse rebajado a tal comportamiento.
El sonido de pasos acelerados y de órdenes dadas a gritos provenientes del pasillo la alertaron de que algo iba mal. Y el sonido de unos objetos pesados siendo arrastrados por la cubierta la preocupó todavía más.
—¿Cañones? —le preguntó Beth con los ojos muy abiertos.
—Quédate aquí —le dijo Jess, poniéndose en pie.
Al abrir la puerta, vio que el caos se había instalado en el barco. El pasillo estaba lleno de marinos abriéndose paso; unos para ir a cubierta y otros para obedecer las órdenes que llegaban desde abajo.
Gritó para ver si alguien la oía.
—¿Qué está pasando?
—Piratas, señora.
—Dios santo —farfulló Beth, que estaba espiando por encima del hombro de su señora.
—El capitán me dijo que ningún barco comandado por él había sido abordado nunca.
—Entonces, ¿por qué está cundiendo el pánico?
—Querer estar preparado no es señal de indefensión ni de terror —le señaló Jess—. ¿Acaso no prefieres que los piratas vean que estamos listos para luchar?
—Preferiría que los piratas no nos vieran de ninguna manera.
Jess le señaló la caja de botellas.
—Tómate una copa. Volveré en seguida.
Y lanzándose en medio de la marea de hombres que seguían en el pasillo, fue esquivándolos hasta llegar a cubierta. Una vez allí, buscó el otro navío con la mirada, pero lo único que distinguió fue el mar. Sin embargo, lo que vio junto al timón del Aqueronte la dejó sin aliento; Alistair capitaneaba la embarcación y parecía la imagen misma de un pirata. Iba sin chaqueta ni chaleco y estaba de pie, con las piernas ligeramente separadas y un sable colgándole de la cintura.
Se quedó hipnotizada mirándolo. El viento sacudió el pelo de él y le hinchó las voluminosas mangas de la camisa. Verlo con aquel aspecto tan peligroso le aceleró el corazón.
Alistair la vio y una emoción muy intensa atravesó su semblante. Negó con la cabeza, pero para Jessica fue como si la hubiese llamado.
Esquivó los obstáculos de cubierta y llegó hasta él casi sin aliento. Alistair la cogió por una muñeca en cuanto Jess estuvo lo bastante cerca y tiró de ella.
—Estar aquí arriba es demasiado peligroso. —De algún modo consiguió hacerse oír por encima del ruido sin necesidad de gritar—. Vaya abajo y manténgase alejada de los ojos de buey.
Jess volvió a mirar hacia el océano y gritó.
—No veo a ningún pirata. ¿Dónde están?
Antes de que supiera lo que Alistair iba hacer, éste la colocó delante de él. Jessica estaba atrapada entre el timón y su cuerpo.
—Demasiado cerca —le contestó Alistair.
Sí, lo tenía demasiado cerca.
—¿Qué está haciendo?
Respondió con los labios pegados a su oreja.
—Dado que está decidida a mantener una conversación conmigo en circunstancias peligrosas, me veo obligado a protegerla.
—No es necesario, me iré a…
Un estallido la hizo saltar. Segundos más tarde, la bala de un cañón aterrizó en el agua detrás de ellos, salpicando en el aire.
—Demasiado tarde. —Alistair se tensó detrás de ella, fuerte como una piedra, pero cálido como el sol—. No puedo correr el riesgo de perderla.
Cada vez que él respiraba, le acariciaba la oreja con su aliento y a ella un escalofrío le recorría la espalda. Le habría parecido imposible excitarse rodeada de tantos extraños, pero era innegable que los pezones se le habían endurecido y que buscaban ansiosos las caricias de la brisa marina que soplaba contra su vestido de seda.
Alistair tensó el brazo y la apretó con más fuerza. Los pechos de Jess quedaron encima de su antebrazo. Teniéndolo como lo tenía pegado a su espalda, Jess pudo percibir sin ninguna duda que él estaba respondiendo físicamente a su cercanía.
Lo único que se interponía entre ella y Alistair Caulfield, famoso por sus aventuras y porque no le importaba lo más mínimo respetar las normas de la sociedad, eran unas meras capas de ropa. Jessica deseó que no hubiese nada entre los dos. Echaba de menos sentir las manos de un hombre sobre su piel, la sensación de tener un cuerpo tan fuerte encima, dentro de ella…
Llevaba un año sola y un hombre guapo y encantador la estaba convirtiendo en una buscona.
Dios santo…, un año. El aniversario. Recordó qué fecha era y todo su cuerpo se tensó. Al día siguiente se cumpliría un año de la muerte de Tarley y allí estaba ella, apretando las nalgas contra un hombre cuyas intenciones era imposible que fuesen honorables y recordando que hacía siete años que no se sentía tan… llena de vida.
Sentir ese deseo le pareció una traición. Era la viuda de un buen hombre, uno que le había dado una paz y una seguridad con las que ella jamás se habría atrevido a soñar. Un hombre que la había amado de verdad. Entonces, ¿por qué se sentía tan unida a aquel seductor que tenía pegado a la espalda? Alistair la fascinaba de un modo como jamás la había fascinado su querido esposo.
Al notar el cambio en ella, Alistair dijo:
—¿Jessica?
Un marino gritó justo a su derecha, asustándola. La ruda voz del hombre resonó en su oído y la forzó a darse cuenta del caos que los rodeaba. Cada grito y cada orden, cada golpe y cada explosión retumbaban en su interior.
Sintió pánico y forcejó para apartarse de los brazos de Alistair.
—Suélteme.
Él lo hizo de inmediato y ella corrió.
—¡Jessica!
Con la respiración acelerada, ella se abrió paso entre la tripulación y los cabestrantes. Desde antes de casarse con Tarley no había tenido un ataque de pánico de tal magnitud. Los recuerdos la bombardeaban: los gritos de su padre, los llantos de su madre, cristales rotos, lágrimas de desesperación… Esos recuerdos se mezclaban con lo que estaba sucediendo a su alrededor y no podía asimilarlo todo. La conmoción estalló junto a la oreja por la que no oía y la hizo perder el equilibrio.
Tambaleándose y sin importarle lo que sucedía a su alrededor, Jessica aceleró el paso, desesperada por recuperar la paz en su camarote.
Alistair apenas durmió y se despertó antes de que saliese el sol. Se puso a trabajar en la cubierta junto con el resto de la tripulación, con la esperanza de que eso le sirviese de vía de escape de toda la tensión que acumulaba.
La noche anterior, Jessica había declinado la invitación para cenar en el camarote del capitán. Y ahora brillaba el sol de un nuevo día y ella aún no se había dejado ver.
¿Qué lo había impulsado a sujetarla de ese modo? El poco terreno que había ganado con ella desde que habían zarpado lo había perdido al comportarse de manera tan insensata.
Alistair sabía que la culpa era sólo suya, pero cuando notó el viento en la cara y todo lo que sucedía a su alrededor, le hirvió la sangre. Y cuando Jessica apareció, sintió la apremiante necesidad de abrazarla y no soltarla nunca.
La habría seguido cuando se fue, pero no podía dejar el timón. Y luego se sintió enormemente decepcionado al ver que no asistía a la cena. Ella animaba la mesa con su conversación y con su ingenio. Su honestidad era refrescante y Alistair disfrutaba viendo con qué facilidad encandilaba al resto de comensales.
Estaba sopesando los pros y los contras de ir a buscarla cuando su doncella apareció en cubierta. La chica llevaba el pelo oscuro oculto bajo una cofia y un chal de lana gruesa alrededor de los hombros. Saludó a Miller, que la miró como hacen los jóvenes embelesados, y luego se acercó a la borda para mirar el mar.
Alistair se acercó a ella y la saludó.
La muchacha le hizo una breve reverencia.
—¿Señor?
—Confío en que su señora se encuentre bien. Anoche la echamos mucho de menos durante la cena. Si necesita algo, por favor no dude en decírmelo.
La doncella le sonrió antes de contestar.
—Me temo que mi señora no necesita nada. Hoy se cumple un año de la muerte del señor.
—¿Está así porque es el aniversario de la muerte de Tarley?
Alistair frunció el cejo. La tarde anterior, Jessica se había ido muy alterada de cubierta… Estaba seguro de que había tenido que ver con él.
—Creo que sólo necesita estar sola, señor. Me ha dicho que podía retirarme y acostarme pronto. Mañana lo verá todo más claro.
Alistair asintió y se dio media vuelta, apretando la mandíbula tan fuerte que incluso le dolió.
Maldición, tenía celos de un muerto. Llevaba años celoso de él. Desde aquella noche en los jardines de Pennington, cuando la siguió y la encontró seduciendo al siempre correcto vizconde de Tarley para que éste satisficiese el deseo que él le había despertado. Él le había descubierto lo que era la pasión, pero Tarley era el único con derecho a saciarla. Sólo de pensar que la historia pudiese repetirse de nuevo…
¿Jessica se había apoyado contra él de aquel modo tan sensual y eso la había hecho pensar en Tarley?
Suspiró en voz queda y bajó la escalera. Cuando llegó a la puerta del camarote de Jessica, se aseguró de que no lo veía nadie y entró.
Pero entonces se detuvo de golpe. El cerebro dejó de funcionarle del todo, pues la visión que lo recibió lo dejó tan atónito que tardó un momento en recordar que tenía que cerrar la puerta. La cerró de inmediato, aunque antes volvió a echar un vistazo al pasillo para asegurarse de que nadie más había visto lo que a él lo había desarmado por completo.
—Señor Caulfield —susurró el objeto de su obsesión—. ¿Acaso no le han enseñado que tiene que llamar antes de entrar?
Una pierna larga y desnuda colgaba por el lateral de la bañera de cobre. Jessica estaba sonrojada por el calor que desprendía el agua caliente y por el clarete que había bebido… a juzgar por el modo en que arrastraba las palabras, la falta de pudor y la botella que había encima del taburete. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza, lo que le daba un aspecto tan desaliñado y sensual que parecía sacada de los sueños eróticos que Alistair llevaba años teniendo con ella.
Se sentía más que satisfecho de presenciar aquella imagen tan sensual. Jessica tenía una piel preciosa, del mismo color y tacto que el melocotón, los pechos más voluptuosos de lo que se había imaginado y las piernas más largas de lo que había soñado.
Embarcar aquellos barriles de agua para que ella pudiese bañarse había sido una genialidad.
Al ver que él seguía mudo, Jessica arqueó una ceja y le preguntó:
—¿Le apetece tomar una copa?
Alistair se acercó al taburete con tanto aplomo como le fue posible, teniendo en cuenta la impresionante erección que tenía bajo los pantalones. Cogió la botella y bebió directamente de ella. Quedaba muy poco vino y, aunque era una cosecha excelente, no consiguió calmar su sed, que sólo fue a peor, ahora que podía ver a Jessica de frente.
Tenía la cabeza echada hacia atrás y lo estaba mirando con los ojos entrecerrados.
—Está sorprendentemente cómodo viendo a una mujer bañarse.
—Está sorprendentemente cómoda dejando que un hombre la vea bañarse.
—¿Hace este tipo de cosas a menudo?
A Alistair hablar de antiguas amantes nunca le había parecido recomendable y no iba a empezar a hacerlo en ese momento.
—¿Y usted?
—Es la primera vez.
—Me siento honrado.
Se acercó a una de las sillas que había junto a la mesa y se preguntó cómo proceder. Aquello era territorio desconocido para él. El día anterior se había precipitado y la había asustado, ahora no podía correr el riesgo de volver a cometer el mismo error.
Y, sin embargo, estaba delante de una mujer desnuda, bebida y sin inhibiciones, que encima resultaba ser la mujer que llevaba años deseando. Incluso un santo se sentiría tentado y Dios sabía que él no era un santo.
Se sentó y vio la caja de botellas de clarete junto a la cama. Que Jessica hubiese viajado con tal cantidad de botellas le indicaba que era una mujer que a menudo buscaba el olvido en ellas.
Le dolió pensar que estuviese tan unida a Tarley. ¿Cómo podía competir con un fantasma? En especial con uno que era evidente que la había satisfecho de un modo que Alistair jamás podría.
—¿Te estás arreglando para venir a cenar con nosotros? —le preguntó, con el tono de voz más despreocupado que pudo.
—No, no voy a acompañaros. —Jessica apoyó la cabeza en la bañera y cerró los ojos—. Y usted no debería estar aquí, señor Caulfield.
—Alistair —la corrigió él—. Entonces dime que me vaya. Aunque creo que te hará falta que alguien te ayude. Y dado que le has dado permiso a tu doncella para retirarse, estaré encantado de ocupar su lugar.
—Has averiguado que estaba sola y te has aprovechado. Eres un inconsciente y actúas sin pensar…
—Y estoy muy arrepentido por haberte hecho enfadar ayer.
Jessica suspiró. Él esperó a que continuase, pero en vez de eso, ella dijo:
—Mi reputación es muy importante para mí.
Aunque no lo dijo, Alistair interpretó que le estaba insinuando que él no compartía la misma preocupación.
—Tu buen nombre también es importante para mí.
—¿Por qué? —Jessica abrió un ojo.
—Porque es importante para ti.
Sentirse observado por un único ojo gris le resultó algo desconcertante, pero había sido completamente sincero. Ella asintió y volvió a cerrar el ojo.
—Me gusta notar tu mirada sobre mi piel —dijo, con sorprendente candor—. Y me preocupa que me guste.
Alistair ocultó una sonrisa tras el cuello de la botella. Jessica era de esa clase de borrachos que dicen la verdad cuando beben.
—A mí me gusta mirarte. Siempre me ha gustado. Dudo de que a estas alturas pueda hacer algo para cambiarlo. No eres la única que está sintiendo esta atracción.
—Esta atracción no tiene cabida en nuestras vidas.
Él estiró las piernas.
—Pero ahora no estamos en nuestras vidas —dijo—. Ni lo estaremos durante los próximos meses.
—Tú y yo somos personas muy distintas. Tal vez creas que porque me quedé allí esa noche en el bosque de Pennington soy una mujer más enigmática o interesante, pero te aseguro que no es así. Lo único que pasó fue que estaba confusa y muerta de vergüenza. Nada más.
—Y sin embargo estás aquí. Viajando sola a un país lejano. Y no por necesidad, sino porque así lo has decidido. Tarley te ha dejado una gran fortuna ¿Por qué no se limitó a dejarte bien instalada en vez de escandalosamente rica? Al dejarte sus propiedades no sólo te ha dado la posibilidad de hacer lo que quieras, sino que, al mismo tiempo, te ha obligado a tomar las riendas de un negocio a gran escala. Por un lado te protegió y por otro te ha metido de lleno en un nuevo mundo. Me resulta muy intrigante.
Jessica se terminó el vino de la copa y la dejó en el taburete que antes había ocupado la botella. Luego se sentó y se rodeó las rodillas con los brazos, mirando hacia la puerta.
—No puedo ser tu amante.
—Jamás te pediría que lo fueras. —Apoyó un brazo en la mesa y centró toda su atención en un rizo que se había pegado a la espalda de Jessica. Estaba excitado y duro como el acero, su erección temblaba y era más que evidente debajo de aquellos pantalones hechos a medida—. No quiero esa clase de relación contigo. No quiero que me prestes tus servicios. Lo que quiero es que me desees libremente, que me confieses todos tus anhelos y exigencias.
Los ojos grises de ella se clavaron en los suyos.
—Quiero hacerte sentir placer, Jessica. Quiero terminar lo que empezamos hace siete años.