10

La fascinación que Alistair sentía por Jessica aumentaba cada día que pasaba y estaba convencido de que el pícnic de esa tarde iba a marcar su destino para siempre. ¿Qué secretos le revelaría ella a través de aquel relato de ficción? El mero hecho de que se le hubiese ocurrido inventárselo ya decía mucho sobre su manera de ser; que podía ser imaginativa, aventurera, atrevida…

Claro que él ya sabía que tenía facetas ocultas. Había visto algunas por sí mismo. Más que cualquier otra cosa, era esa afinidad —reconocer a otra persona que había tenido que disfrazar su alma para poder sobrevivir— la que lo atraía hacia ella. Estaba impaciente por que llegase el día en que Jessica se conociera a sí misma. Sería una mujer formidable cuando se aceptase y supiese utilizar sus encantos.

Ella giró la cabeza y ocultó su mirada.

—Yo estaba viajando con una tribu de beduinos; transportábamos sacos de sal en los camellos cuando nos atacó una tribu enemiga.

Qué entorno tan exótico para una mujer conocida por representar el epítome de la dama inglesa. ¿Y la protagonista era una dama en apuros? Alistair estaba encantado con la historia.

—¿Y qué estabas haciendo en el desierto del Sahara, si puede saberse?

—Escapar del frío del invierno.

—¿No tenías miedo?

—Al principio sí. No sabía qué podían hacerle a una mujer en aquellas tierras tan hostiles. Me llevaron a un oasis y me metieron en la tienda del sheik.

Una cautiva. El relato se volvía excitante por momentos.

—¿Estabas atada?

—Sí. —No pudo disimular la excitación en su voz—. Tenía las muñecas atadas.

Alistair sonrió para sus adentros. Por mucho que Jessica se empeñase en insinuar que quería dominarlo sexualmente, era más que evidente que también deseaba que él le diese órdenes. Fue un pensamiento muy provocador.

—¿Cómo era el sheik?

—Más joven de lo que yo esperaba. Y muy atractivo.

—¿Qué aspecto tenía?

Ella lo miró y le sonrió enigmática.

—El tuyo.

—Estupendo —murmuró él, alegrándose de que lo hubiese incluido en el relato. Y también era significativo que a Tarley no, pero Alistair tenía que escuchar el resto de la historia antes de poder estar seguro. Quizá el impecable marido de Jessica acabase siendo el héroe y la rescatara de las garras del lujurioso sheik—. ¿Y qué te dijo cuando te vio?

—Me sedujo. Me cogió en brazos y me subió a su montura para llevarme lejos del mundo que yo conocía.

A Alistair los paralelismos con la realidad le parecieron muy prometedores; la interminable arena del desierto y el inacabable océano. Se tumbó de espaldas y se puso un cojín bajo la cabeza para mirar el cielo azul.

—Había comida y jarras de vino —siguió Jessica—. El suelo de la tienda estaba cubierto de alfombras y lleno de cojines. Me pidió que me tumbase con él en el suelo. Igual que tú y yo ahora. Me quitó las cuerdas que tenía alrededor de las muñecas, pero yo seguía desconfiando de él.

—¿Por qué? A mí me parece un hombre muy agradable.

—¡Me secuestró! —se quejó en broma.

—No puedo culparlo por querer huir contigo. Un hombre no se encuentra con un tesoro así cada día y menos en un paraje tan inhóspito.

Él también sabía crear similitudes.

—¿Así que un hombre puede quedarse con cualquier cosa que desee?

—Si al hacerlo no le hace daño a nadie, ¿por qué no?

Jessica se rió y a Alistair le encantó el sonido.

—Tú, señor mío, eres incorregible.

—Tan a menudo como me es posible —reconoció.

—El sheik también lo era, me temo. Me parecía un hombre encantador, aunque algo obstinado. A pesar de las numerosas veces que le advertí que yo provenía de un mundo mucho más rígido que el suyo y que tarde o temprano esa diferencia se interpondría entre nosotros, no le preocupó lo más mínimo.

—Ya me cae bien.

—No me sorprende. —Jessica aprovechó para comer algo.

—¿Y qué hiciste?

—Eres un oyente horrible —se quejó ella—. No me dejas que te cuente las cosas a su debido tiempo. Por fortuna para mí, al sheik se le daba mejor que a ti escuchar.

—¿Qué cosas le contaste?

—¿Sigues insistiendo incluso después de que te haya dicho que no te portas bien?

Alistair la miró y vio que ella lo estaba observando. No su rostro, sino el resto de su cuerpo, y eso le gustó mucho.

—La insistencia es una virtud.

—Creo que la frase correcta se refiere a la paciencia. Sea como sea, al sheik no le conté cosas. Le conté historias.

—¿Para distraerlo de sus intenciones amorosas? ¿Igual que Sherezade?

—Más o menos. —Desvió la vista hacia sus dedos, que estaban desmigando un trozo de pan—. ¿De qué otra cosa podíamos hablar? ¿De normas de etiqueta, de estrategias de ajedrez? Tales temas de conversación habrían aburrido a un hombre tan aventurero.

—Estoy seguro de que cualquier cosa que le hubieses dicho le habría parecido interesante —señaló Alistair—. O incluso aunque no le hubieses dicho nada, el sheik habría disfrutado sencillamente mirándote.

—Tienes un talento innato para halagar a las mujeres —contestó ella con una sonrisa.

—Y tú tienes total libertad para halagarme cuando quieras. Aunque no puedo garantizarte que me mantenga impasible si lo haces.

—¿Sobre qué prefieres que te halaguen?

—Me da igual, siempre que el halago sea sincero.

Dio otro mordisco a la pera y sintió que no quería estar en ningún otro lugar, lo que le produjo una desconocida sensación de calma. Desde que tenía uso de razón, Alistair había querido dirigirse hacia distintas direcciones a la vez. Siempre estaba pendiente de nuevas oportunidades de negocio o de nuevas aventuras. El fracaso nunca había sido una opción.

Jessica apretó los labios pensativa.

—A mí me gustaría que me halagasen por algo que fuese mérito mío. Todavía no me ha pasado, pero espero conseguirlo.

—Explícate.

—¿Cómo puedo llevarme el mérito por mi aspecto físico? Si acaso, es mérito de mis padres. ¿Y cómo puedo sentirme orgullosa de mi compostura si, aunque quisiera, no sabría comportarme de otra manera?

—¿No podrías?

—De pequeña no tuve elección y ahora ya lo tengo tan interiorizado que no puedo imaginar comportarme de otro modo.

—No tuviste elección —repitió él—. Todos tenemos elección: podemos comportarnos como quieren los demás o hacer lo que queremos de verdad.

Los ojos grises de Jessica lo miraron más serios que antes.

—Depende de las consecuencias.

Alistair observó su cambio de humor, consciente de que estaba navegando por aguas muy profundas. Y consciente también de que ella no estaba dispuesta a permitirle que nadase a su lado de momento. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de intentarlo.

—Tenía un amigo en Eaton —empezó— que probablemente era el tipo más inteligente que he conocido nunca. Y no me refiero sólo a los estudios, sino a que era muy observador y muy astuto. Sin embargo, siempre que le elogiaban su rápida capacidad de reacción y por saber aprovechar al máximo cualquier circunstancia, intentaba disuadirme. No confiaba en sí mismo y yo no podía entender por qué. Más adelante, cuando conocí a ciertos miembros de su familia, me di cuenta de que eran la clase de gente que no sabía valorar su agudeza mental, lo que menoscababa la autoestima de Barton. Sus padres querían que sacase mejores notas en el colegio y todo lo demás carecía de importancia.

—Entiendo cómo se sentía.

—Estoy seguro, hay muchas similitudes entre vosotros dos. Igual que hacía Barton, tú también te esfuerzas mucho en disuadirme cuando te halago. Pero a diferencia de él, tú confías en ti misma. A ti no te intimidan tus semejantes y a él sí. En tu caso, crees que no tienes mérito por tener algo que, si lo tuviese otra persona, se lo reconocerías. Y sugieres además que adquiriste alguno de esos logros por la fuerza. ¿Quién te forzó? ¿Tu madre? ¿La competencia que existía entre tus hermanos?

Jessica lo miró exasperada.

—¿Siempre eres tan curioso? Y si lo eres, ¿sientes el mismo nivel de curiosidad por todo el mundo o sólo por las mujeres que quieres llevarte a la cama?

—Eres tan arisca como un puercoespín e igual de difícil de atrapar. Me encanta.

—Lo que te encanta es el reto —lo corrigió ella—. Si yo te fuese detrás, las cosas cambiarían mucho.

—Hazlo —contestó él mirándola a los ojos—. Ponme a prueba.

—Otro desafío. ¿O es una apuesta? Ambos te resultan irresistibles.

Se metió en la boca el último pedazo de pan que le quedaba y después se dedicó a poner bien los almohadones. Cuando por fin se recostó en uno, apoyó el codo y lo miró y a Alistair la pose le resultó fascinante, de una elegancia natural y de una belleza carente de artificios.

Optó por no seguir discutiendo sobre la sinceridad de sus intenciones y retomó la conversación inicial.

—¿Y qué piensas hacer para conseguir que te elogien en el futuro? ¿Cuáles son tus planes?

—Quizá se me dé bien gestionar «Calipso». —Dio un delicado mordisco a un trozo de pera—. Tengo intención de hacerlo lo mejor posible.

—Apenas tendrás nada que hacer. Tarley tiene contratados a un capataz excelente y a un mayoral muy competente, y también tiene unas condiciones inmejorables con la compañía naviera que transporta su producción, si me permites que te lo diga. Es una maquinaria con el engranaje muy bien engrasado y funciona sin necesidad de que tengas que hacer nada.

En cuanto vio que el rostro de Jessica se ensombrecía, supo que había cometido un error. La verdad era que estaba muerto de miedo de que ella no lo necesitase para nada, lo que era más que probable si no tenía intenciones de vender la plantación. Pero eso no era excusa para echar por tierra sus ilusiones.

Jessica quería conquistar un territorio hasta el momento desconocido para ella y tenía que apoyarla, independientemente de las consecuencias que eso tuviese para él. Dios sabía que la admiraba por ello.

—Con todo esto no quiero decir que no haya nada que hacer —se apresuró a añadir—. Siempre es posible mejorar las cosas.

Jessica lo miró con gratitud, pero también diciéndole que sabía por qué había dicho eso. A pesar de que era nueva en el juego de la seducción y de la conquista sexual, se había dado cuenta de que Alistair había añadido esa frase para cortejarla.

—Eso espero. Como mínimo, me gustaría que el negocio siguiese funcionando bien.

—Y dices que no eres interesante —sonrió él.

Jessica bajó la vista hacia el zafiro que llevaba en el dedo.

—Quizá un poco —convino—. Al menos a ti te lo parezco.

—Y soy al único al que tienes que parecérselo.

Él le habría comprado un rubí. El rojo haría juego con el fuego que ella mantenía oculto en su interior.

—Puedes… ¿Podrás ayudarme? —Levantó la cabeza y lo miró entre las pestañas—. Tú empezaste de la nada, por lo que deduzco que sabes todo lo que hay que saber sobre el cultivo de la caña de azúcar.

El alivio que sintió Alistair fue acompañado de una emoción más cálida y suave.

—Por supuesto. Cuando te hayas instalado, puedo explicarte lo que quieras. No quisiera importunarte demasiado pronto, pero si algún día te surge cualquier duda, me sentiría honrado de poder ayudarte.

—Gracias.

Comieron en silencio durante un rato. El mero hecho de compartir el almuerzo y aquel día tan maravilloso con Jessica hacía feliz a Alistair, y se dio cuenta de que, cuanto más se mordía él la lengua, más se relajaba ella. Lo que lo llevó a preguntarse hasta qué punto permitía la joven que los demás la conociesen. Evadía más preguntas de las que contestaba. A pesar de ello, era más que evidente que a lo largo de su infancia había vivido momentos difíciles, con consecuencias lo bastante graves como para convertirla en una clase de mujer que no terminaba de encajar con quien quería ser realmente.

Volvió a mirar el anillo con el zafiro que brillaba en su delicada mano y se preguntó hasta qué punto la había conocido Tarley. La mayoría de los matrimonios de aristócratas eran uniones vacuas, basadas en el mutuo acuerdo de que nunca discutirían temas serios ni demasiado profundos entre ellos. No era inusual que los cónyuges hablasen sólo por encima de lo que habían hecho durante el día y que apenas se molestasen en averiguar cuáles eran los sentimientos del otro más allá de lo superficial.

¿Jessica tenía a alguien con quien pudiese compartir confidencias?

—Tenías una perra —recordó Alistair—. Siempre iba contigo.

Temperance —contestó ella con añoranza—. Murió hace unos años. La echo muchísimo de menos. Hay veces que la falda me roza los tobillos y durante un instante me olvido y creo que es ella.

—Lo siento.

—¿Alguna vez te has encariñado de un animal?

—Mi hermano Aaron tenía un beagle que me gustaba bastante. Albert tenía un mastín que babeaba a todas horas como una fuente. Y Andrew tenía un terrier al que le puso de nombre Lawrence; era terrible y, lógicamente, me hice muy amigo suyo. Pero después de que Lawrence destrozase los muebles y las alfombras de casa, mi padre decretó que ya no entrarían más animales en casa. Tengo la mala suerte de ser el más joven y el último descendiente.

—Seguro que si hubieses tenido una mascota la habrías malcriado —adivinó Jessica con una sonrisa.

Alistair quería malcriarla a ella, llenarla de regalos, cubrir su cuerpo desnudo de joyas…

Se aclaró la garganta y le dijo:

—¿A lady Regmont también le gustan los animales?

—Hester siempre ha estado demasiado ocupada como para poder dedicarle tiempo a una mascota. Son pocos los días que no tiene completamente ocupados.

Alistair recordó lo vivaz que era la chica cuando él la conoció años atrás.

—A Michael le gustaba mucho esa característica de tu hermana, él también disfruta estando rodeado de mucha gente.

—A todo el mundo le gusta Hester. —Sopló el viento y un rizo le acarició la mejilla antes de que pudiese apartárselo—. Lo contrario es imposible.

—Michael no tenía ojos para nadie más cuando los dos estaban en la misma habitación.

—Hester brilla por encima de los demás en cualquier parte.

Alistair detectó la melancolía en su voz.

—La echas de menos.

—En más de un sentido —suspiró ella—. Mi hermana ha cambiado mucho a lo largo del último año. Me avergüenza decir que no sé si el cambio ha sido gradual o repentino. Después de que Tarley enfermase, apenas tenía tiempo para visitar a nadie.

—¿En qué sentido ha cambiado?

Jessica se encogió de hombros en señal de confusión.

—No sé si está enferma. Ha adelgazado mucho y siempre está muy pálida. Hay días que aprieta los ojos y los labios como si tuviese algún dolor, pero le he suplicado que llame a un médico y ella insiste en que no le pasa nada.

—Si le pasase algo, estoy convencido de que Michael se ocuparía de todo durante tu ausencia. Puedes estar tranquila.

—Con todos los temas que requieren su atención, dudo que el pobre tenga tiempo ni para ocuparse de sí mismo. Pobre hombre. Necesita una esposa que lo ayude a sobrellevar la carga.

—Tu hermana posee la habilidad de disponer siempre de toda su atención y tengo la teoría de que ése es precisamente el motivo por el que no se ha casado.

—¿Estás diciendo que Michael siente algo romántico por Hester? —preguntó, abriendo los ojos como platos.

—Desde hace años —sentenció Alistair, rotundo.

Él sabía demasiado bien lo mucho que podía llegar a consumir una obsesión.

—No —suspiró Jessica—. No puede ser. No puedo creérmelo. Michael nunca se ha comportado como si sintiese algo más allá de amistad.

—Y tú siempre te has fijado tanto en él que puedes estar segura, ¿no?

Ella se lo quedó mirando largo rato y luego sonrió arrepentida.

—No tenía ni idea.

—Y tampoco lady Regmont, y ése es el problema de Michael.

—Hester me habló de él en una ocasión, mientras confeccionaba una lista de las cualidades que debía tener su futuro esposo.

—¿Ah, sí? ¿Qué dijo? Quizá a Michael le consolaría saber que al menos algunos aspectos de él le parecen atractivos. Claro que quizá le resulte muy doloroso, teniendo en cuenta que ahora ya no hay nada que hacer.

—Creo recordar que dijo que le gustaba su simpatía. —A Jessica le brillaron los ojos—. Claro que, físicamente, tú eres el que más elogios recibió por parte de mi hermana.

—Me siento halagado. ¿Y tú le dijiste que opinabas igual?

—Mentí.

Alistair levantó las cejas.

—Más o menos —especificó ella—. Le dije que eras demasiado joven para que pudiese opinar al respecto.

Él se llevó una mano al corazón.

—¡Oh! La bella dama me ha asestado una herida mortal.

—Calla —lo riñó Jessica.

—La juventud tiene sus ventajas. El vigor, la resistencia…

—El ímpetu.

—Que puede ser delicioso si se utiliza como es debido —señaló él—. Y dado que has confesado que mentiste, lo que en realidad me estás diciendo es que incluso entonces te parecía atractivo. ¿Por qué no se lo dijiste a tu hermana? ¿Acaso no le cuentas tus pensamientos más íntimos a nadie?

—¡No podía permitir que Hester se interesase por ti! Haríais muy mala pareja.

—Aunque ella se hubiese fijado en mí, yo jamás le habría correspondido. Dice muy poco de la inteligencia de un hombre cortejar a una hermana cuando ha perdido la cabeza por la otra.

—Tú nunca has perdido la cabeza por nadie —replicó Jessica, sonrojándose—. No es propio de ti. Además, igual que en el caso del señor Sinclair, ni siquiera me insinuaste que supieras de mi existencia.

—Lo mismo puede decirse de ti. Al parecer, los dos nos habíamos fijado en el otro, pero tú estabas comprometida con Tarley y yo era demasiado joven. No tenía ni idea de lo que quería hacer contigo, más allá de follarte sin límites, pero no sabía cómo conseguirlo. Eres una criatura tan perfecta, tan inmaculadamente gloriosa, que me parecía obsceno, además de imposible, lanzarme encima de ti y echarte un polvo.

Que Jessica no se escandalizase por su vocabulario tan directo demostraba que cada vez se sentía más cómoda con él, a diferencia de lo que habría sucedido apenas unos días atrás.

—Al parecer, ahora se te da mejor contener esos instintos, mucho más que cuando te vi en acción hace años.

—Contigo habría sido distinto.

Ella se sonrojó todavía más y apartó la mirada hacia la comida que había entre los dos.

—Quizá si Michael hubiese sido más atrevido, o más directo en cuanto a sus sentimientos por Hester, y no estoy insinuando que no sea considerablemente feliz con Regmont…

—Yo evito especular sobre el pasado. La vida es como es. Intentar sacar lo mejor de ella ya resulta bastante difícil, no tiene sentido malgastar energías lamentando algo que no se puede cambiar.

Jessica asintió dándole la razón, pero su mirada ausente delató lo confusa que estaba.

—Tú actúas decidido a no lamentar nada de lo que haces —murmuró casi para sí misma—. Mientras que yo siempre he optado por no hacer nada y así no tener nada que lamentar.

—¿Y quién decide cuál de las dos opciones es mejor?

—A mí me gustaría probar la tuya, al menos durante un tiempo.

Alistair levantó la vista hacia el cielo para mitigar la presión que pudiesen ejercer sobre Jessica sus siguientes palabras:

—Ahora es el momento perfecto. Ahora que estás lejos de casa puedes reinventarte y nadie tiene por qué enterarse.

—Tú te enterarás.

—Ah, sí, pero no se lo diré a nadie.

Ella dijo que no con un dedo y a él ese gesto le pareció encantador y juguetón.

—Me estás influenciando, pero todavía no sé si para bien o para mal.

—Yo sé exactamente lo que necesitas.

—¿Ah, sí?

—Completa libertad. —Se sentó—. Existe, y yo puedo enseñártela.

—La libertad siempre tiene consecuencias.

—Sí, pero ¿las críticas y la reprobación son consecuencia de la libertad o simplemente un incordio? ¿De verdad importa lo que los demás piensen de ti si tienes a tu alcance los medios para ignorarlos?

Jessica exhaló y dijo:

—Empieza a importarme lo que pienses tú de mí.

—Estoy loco por ti. —Alistair cogió la botella de vino que sobresalía de la cesta—. Y por ahora me gusta todo lo que voy descubriendo.

—No puede ser que los dos prescindamos de las convenciones sociales.

—¿Por qué no?

—Alguien tiene que ser la voz de la razón, y te elijo a ti para que lo seas.

—¿En serio? —se rió Alistair.

—Intercambiaremos los papeles: yo me comportaré como si las consecuencias de mis actos no me importasen lo más mínimo y tú estarás pendiente de las normas de decoro. Te irá bien la práctica, teniendo en cuenta que quieres volver a entrar en sociedad cuando regreses a Inglaterra.

Él estaba más que intrigado por la escandalosa sugerencia de Jessica.

—Vamos —lo animó ella—. Los dos sabemos lo bien que se te da romper las reglas; la cuestión es si eres capaz de seguirlas. ¿Puedes renunciar a un negocio, a un objetivo o a un deseo sólo por el mero hecho de que sea escandaloso? ¿Puedes dejar pasar una oportunidad sólo para evitar la censura?

—¿Y tú, puedes romper las convenciones? —preguntó él—. ¿Puedes seguir adelante con algo a pesar de que sea escandaloso? ¿Puedes aprovechar una oportunidad aunque corras el riesgo de que critiquen?

—Puedo intentarlo. —Le sonrió de un modo que él no le había visto nunca—. ¿Quieres que apostemos algo para que mi sugerencia te resulte todavía más interesante?

—Oh, así ya me parece muy interesante. —Intercambiar sus papeles abría un abanico de nuevas y sensuales posibilidades—. Pero ya me conoces, nunca rechazo una apuesta. ¿Veinte guineas?

Jessica le tendió la mano.

—Hecho.